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José Pichel
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Hay quien lo llama el Mengele japonés, pero es posible que incluso esta comparación con el
"ángel de la muerte" nazi se queda corta. Aunque sus aliados alemanes realizaron crueles
experimentos científicos, los nipones no se quedaron atrás y el horror en su bando tiene un
nombre: Shirō Ishii.
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De cara a sus ensayos biológicos, Ishii inyectó en los involuntarios pacientes todo tipo de
virus y bacterias para provocarles peste bubónica, cólera, fiebre tifoidea,
tuberculosis, sífilis, gonorrea, disentería, viruela… A las víctimas les decían que las
inyecciones eran vacunas.
Entre los experimentos más inverosímiles del Escuadrón 731 está la recolocación de
partes del cuerpo en lugares distintos a los que les corresponden. Por ejemplo, en
un caso extirparon un estómago y unieron directamente el esófago al intestino.
No obstante, Ishii no se conformó con estos ensayos controlados. A partir de 1942 llevó
la guerra biológica a las ciudades chinas. Aviones que volaban bajo lanzaron pulgas
infectadas con la bacteria que causa la peste. Además, contaminaron aguas y cultivos
y ofrecieron comida envenenada a civiles que vivían en la pobreza.
Tras la rendición de 1945, las autoridades japonesas, que habían alabado y premiado el
trabajo del médico, destruyeron el campo de exterminio y procuraron borrar las
huellas de las atrocidades cometidas. Pero como si fuera una venganza final, antes de irse
sus responsables ejecutaron a los últimos prisioneros y soltaron ratas y pulgas
infectadas, de manera que en los siguientes años miles de personas murieron en la
zona por peste y otras enfermedades.
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Placa que conmemora el lugar del edificio principal del campo de Harbin.
encontrado en 1946. Finalizada la II Guerra Mundial, los Estados Unidos ya estaban más
preocupados por la incipiente Guerra Fría que por hacer justicia, así que ofrecieron
inmunidad al criminal y a su equipo de investigación a cambio de que desvelase los
detalles de sus experimentos.
De esta manera ni Ishii, que murió en 1960 a la edad de 67 años por un cáncer de
garganta, ni sus secuaces pagaron nunca por las atrocidades cometidas. En los juicios
de Tokio se alegó que no había pruebas y la opinión pública mundial no supo nada hasta
que en la década de 1980 apareció esta historia en los medios de comunicación.
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Documental de la BBC de 2002 sobre la Unidad 731.
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