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A finales del siglo XIX América Latina pasó por una serie de cambios económicos,
sociales y políticos, como por ejemplo: las economías nacionales se integran al
sistema global con eje en Europa y Estados Unidos, las ciudades han crecido y en
el ámbito político se han visto reformas y estancamiento; esto lleva a que se
generen realidades nacionales totalmente distintas y particulares (como hemos visto
anteriormente en el curso con el caso de México, trabajado en clase y el de
Argentina).
Skidmore y Smith, hacen un intento de esbozo de los distintos modelos de procesos
y cambios, para llegar a un panorama que sirva de base para luego ahondar en
cada caso particular. Es así que para comprender la realidad que vivimos hoy día
debemos situarnos en el contexto de expansión económica global que comenzó en
el siglo XVI, y en la cual América Latina ocupa una posición de dependencia,
siguiendo caminos económicos moldeados por las potencias mencionadas
anteriormente. Según Skidmore y Smith: “los cambios económicos producen
cambios sociales que proporcionan el contexto para el cambio político”, es por ello
que proponen distintas fases.
“La revolución industrial europea fue lo que precipitó el cambio en las economías
decimonónicas latinoamericanas...América Latina había visto reducirse sus vínculos
con la economía mundial tras lograr la independencia de portugal y España. Sus
terratenientes convirtieron sus posesiones en entidades autónomas y
autosuficientes, en vez de producir bienes para los mercados internos o exteriores.
La minería se había detenido, en parte como resultado de la destrucción ocasionada
por las guerras independentistas. La manufactura era modesta y estaba en su
mayor parte en manos de artesanos dueños de pequeños establecimientos. Sin
embargo, a fines del siglo XIX la industrialización europea empezó a ocasionar una
fuerte demanda de productos alimenticios y materias primas…” (Skidmore y Smith;
p.54)
Esto era debido a que los trabajadores ingleses y europeos vivían en ciudades y
trabajaban en fábricas, por lo que ya no cultivaban sus alimentos y necesitaban
comprarlo; y porque los dueños de los medios de producción buscaban materia
prima. Es así que en América Latina se produjo, desde 1880, un desarrollo de las
exportaciones que iba de la mano con la importación de productos manufacturados
en Europa. Argentina exportaba bienes agrícolas y ganaderos, Chile exportaba
cobre, Brasil café, al igual que Cuba que además exportaba azúcar y tabaco, etc.
América Latina compraba, en cambio, textiles, máquinas, bienes de lujo.
A fines del siglo XIX, se estableció una forma de crecimiento económico basado en
la “Exportación- importación” que estimuló el desarrollo de los sectores de materias
primas de las economías latinoamericanas. Esta expansión de la economía fue
acompañada de una justificación intelectual: el liberalismo, la fe en el progreso y la
creencia en que llegaría a la economía sólo mediante el juego libre de las fuerzas
comerciales y a la política mediante un gobierno limitado que maximizará la libertad
individual. El modelo liberal fue “importado”, pero a diferencia de Francia e
Inglaterra, América Latina carecía de una estructura social como la de esos países
que pasaron por una industrialización.
“Los apologistas del liberalismo económico citaban sin cortapisas a los teóricos
europeos que justificaban el comercio libre y la división internacional del trabajo
como algo <<natural>>, y sin duda, óptimo. Toda desviación de sus dictados sería
una locura: reducir el comercio y con ello los ingresos.” (Skidmore y Smith, p.55)
Los debates acerca de la política económica estaban en manos de las élites, que
suponían un cinco por ciento de la población, y eran aquellos con poder y riqueza
para controlar las decisiones políticas y económicas de ámbito local, regional y
nacional.
El desarrollo de las economías llevó a transformaciones sociales sutiles pero de
gran importancia como ser la modernización de la élite de clase alta. Gracias a los
incentivos económicos, los latifundistas y propietarios dejaron de contentarse con
realizar operaciones de subsistencia en sus haciendas, en su lugar, buscaron
oportunidades y maximizaron los beneficios, lo cual condujo al surgimiento de un
espíritu empresarial que marcó un cambio significativo en la apariencia y conducta
de los grupos de élite. Según Skidmore y Smith: “ya no eran una élite semifeudal
que vivía parcialmente encerrada, sino que se convirtieron en empresarios
decididos”. Por otro lado, surgieron nuevos grupos profesionales o de servicios para
desempeñar funciones económicas adicionales.
A nivel político, la búsqueda de autoridad por parte de las élites toma dos caminos:
tomando el control del poder de forma directa como en Argentina o Chile; o,
mediante la imposición de dictadores fuertes, a menudo con cargos militares para
asegurar la ley y el orden.
La economía de Argentina, México, Chile, Cuba y Brasil se volvió más sensible a las
tendencias de la economía mundial, donde las exportaciones conseguían divisas
para comprar a duras penas las importaciones necesarias. Todo impacto importante
en la economía mundial producía efectos rápidos y espectaculares en los sectores
mercantilizados. Aunque la industrialización seguía siendo incipiente, ya había
fábricas en sectores como el textil, artículos de cuero, bebidas, procesamiento de
alimentos y materiales de construcción. Los sectores de servicios más dinámicos
eran el transporte, la burocracia estatal, el comercio y las finanzas.
La consolidación del modelo de crecimiento por importación-exportación generó dos
cambios. Aparición y aumento de los estratos sociales medios (profesionales,
comerciantes, tenderos y pequeños empresarios, tenían educación y buscaban un
lugar reconocido en la sociedad) y un cambio en la clase trabajadora, ya que las
elites trataron de importar fuerza de trabajo externa. La aparición de las clases
trabajadoras llevó a la aparición de nuevas organizaciones: los trabajadores solían
establecer sociedades de ayuda mutua, y en algunos países, emergieron los
sindicatos. Contexto de activismo obrero.
“En primer lugar, como las exportaciones eran cruciales, los trabajadores de la
infraestructura que las hacían posibles -en especial los ferrocarriles y muelles-
tenían una posición vital. Toda parada laboral suponía una amenaza inmediata para
la viabilidad económica del país, y de ese modo, para su capacidad de importar. En
segundo lugar, el estado relativamente primitivo de la industrialización significó que
la mayoría de los trabajadores estuvieran empleados en firmas muy pequeñas...los
sindicatos en cuestión se solían organizar por oficios y no por industrias. La
excepción eran los trabajadores de los ferrocarriles, las minas y los muelles, que no
por coincidencia se hallaban entre los militantes mas activos.” (Skidmore y Smith,
p.59)
En el periodo de 1900 a 1930 se vio afectado el equilibrio entre los sectores rural y
urbano de la sociedad. Se combinaron la importación del trabajo y la migración
campesina para reducir el crecimiento a gran escala de las ciudades. Por otro lado,
las elites que promovía la expansión orientada a la exportación, pudieron encontrar
una fuerza laboral que respondía sin que existiera una amenaza efectiva de
participación política, lo que generó que las élites de varios países permitieran una
reforma política que posibilitó a los miembros y representantes de los sectores
medios acercarse al poder. Según los autores, “la idea era conseguir la lealtad de
los sectores medios para fortalecer de este modo la estructura de control y poder de
la élite” (p.60)
Es así que los movimientos reformistas produjeron a menudo una democracia
optada, en la que la participación efectiva se extendía de la clase alta a la media y
seguía excluyendo a la más baja.
Los años sesenta presagiaron una época de crisis para América Latina, es así que
ante las soluciones para la crisis de 1929, comenzaron a aparecer problemas
económicos y políticos. En primer lugar, la estructura de la industrialización era
incompleta, las empresas necesitaban bienes de producción importados como ser
las maquinarias, de Europa, Estados Unidos y Japón. Esto generaba que si no se
podían importar o eran demasiado caros, la industria local se viese en peligro.
En segundo lugar, la demanda interna de productos manufacturados era limitada,
faltaban compradores para los precios y condiciones que ofrecían las industrias
locales.
En tercer lugar, el elevado grado de la tecnología latinoamericana que hacía que
sólo se pudiese contratar a un determinado número de obreros.
El crecimiento económico durante los años setenta depende del préstamo externo.
Como no podían gastar todos sus beneficios en sus propios países, los potentados
del Oriente próximo hicieron depósitos masivos en bancos internacionales. Los
banqueros de Europa y de EE.UU decidieron que los países latinoamericanos
parecían buenos clientes potenciales, en especial si sus gobiernos se comprometían
a mantener la ley y el orden.
Así entraron en un ciclo frenético de préstamos y su deuda externa aumentó.
Enseguida aparecieron las complicaciones. El precio de las mercancías bajo, las
tasas de interés real y los banqueros se mostraron reacios a seguir concediendo
créditos. El gobierno de EE.UU reunió frenéticamente un paquete de rescate para
México, pero sólo proporcionó un respiro breve.
A lo largo de los 80 las autoridades internacionales impusieron estrictos términos a
los deudores latinoamericanos.
Casi sin elección, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos aceptaron las
condiciones patrocinadas por el FMI.
Un hecho notable de la política latinoamericana durante los años ochenta fue el
surgimiento de la participación civil, cuando los ciudadanos comunes comenzaron a
insistir en sus derechos y pidieron cuentas a los gobiernos. Esto fue una mezcla
entre las fuerzas de oposición producida por la brutalidad de la represión militar.
Existió un compromiso creciente con el proceso electoral, al clamar al pueblo por
elecciones libres y justas. Como consecuencia de todos los procesos, apareció un
nuevo cuadro de presidentes civiles, de clase media y con una buena preparación.
Esto se pudo apreciar en Brasil, Argentina y Chile.
En estos países las democracias no fueron completas, el ejército seguía
manteniendo un poder considerable tras la escena y podía ejercer el veto sobre la
política.
Los problemas no obstante persistieron. La mayoría de esta nueva inversión privada
venía en la forma de inversiones de cartera antes que inversiones directas. La
conclusión es dolorosamente clara: pese a los esfuerzos impresionantes y a
menudo valientes por la reforma económica, América Latina todavía era vulnerable
a los caprichos del mercado mundial.
Presentaban problemas estructurales también. Uno era la persistencia de la
pobreza. Hacia mediados de los años noventa, América Latina ha exhibido la
distribución del ingreso más desigual existente en el mundo y esta situación estaba
empeorando progresivamente.
Después de una larga lucha contra la tiranía. Mostrando un grado considerable de
apertura política, Argentina y Brasil transfirieron el poder confidencial mediante
elecciones libres y limpias. Debido particularmente a las dictaduras militares, las
instituciones políticas se hallaban muy debilitadas en estos y otros países.
La evolución de las sociedades principales de América Latina ha seguido un modelo
en el que los desarrollos económicos, sociales y políticos están vinculados. La
adhesión a un modelo general ha variado de un país a otro, con todo resulta posible
discernir las líneas generales de una experiencia histórica común desde finales del
siglo XIX. No hay garantías de que la historia de Argentina o Brasil anuncie el futuro
de Honduras y Paraguay.
Mujeres y Sociedad:
Si juzgamos por los criterios convencionales, las mujeres han desempeñado sólo
papeles menores en la transformación económica y política de América Latina. Una
mirada a los cargos públicos importantes parece confirmar esta impresión. Una
norma central de esta la constituyen las nociones de machismo, celebración de las
expresiones sexuales y sociales de la potencia y virilidad masculinas. Parece que el
machismo tuvo su origen en las concepciones medievales de la caballería y se
adaptó firmemente al cambio social.
La otra cara de este estereotipo de orientación masculina ha sido para las mujeres
el culto mariano.
Se las describe con una capacidad infinita para la humildad y el sacrificio y, como
figuras maternas, demuestran una tolerancia inquebrantable hacia las travesuras
impulsivas de los hombres machos.
En el siglo XIX, las mujeres de cultura solían ser anfitrionas de tertulias en las que
los invitados se enzarzaban en discusiones sobre novelas y literatura.
Durante el siglo XX, el proceso de cambios se aceleró. Dentro de los estratos de
clase media en especial, las jóvenes dejaron de ir acompañadas a los actos
sociales.
En el contexto de los constreñimientos proporcionados por la cultura, las mujeres
latinoamericanas no han desarrollado un movimiento eminista importante, aunque
se ha iniciado en Brasil y otros países. Tienen su realidad propia Cualquier cosa que
hagan, las mujeres latinoamericanas decidirán su curso de acción en el contexto de
su cultura y aspiraciones.
Un marco para establecer comparaciones:
Uno de los propósitos de este libro es proporcionar una base para el análisis
comparativo de América Latina contemporánea, lo que conlleva tres pasos:
primeros, identificar los modelos y procesos compartidos por las sociedades
latinoamericanas; segundo, identificar las diferencias entre sus experiencias
históricas individuales; y tercero, y lo más difícil, averiguar las razones de esas
diferencias.
Hasta ahora hemos presentado un esquema general para describir la transición
socioeconómica y política de América Latina.
Los factores internacionales han desempeñado papeles claves en la historia
latinoamericana, en particular con respecto a los asuntos económicos.
Bibliografía:
Skidmore, T; Smith, P,(1999) Contemporánea de América Latina, Ed. Crítica