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1. Leyenda del Cuarto de Reflexiones.

Acabáis de ver profano, en el Cuarto de Reflexiones, la armadura ósea de un


cuerpo humano, un esqueleto descarnado y frío, con toda la descomposición
de la materia y al encontrarte con él, tú joven, sano, esbelto, envuelto en
elegantes ropas, con el corazón rebosante de afectos y la mente poblada de
ilusiones, habréis tenido un momento de horror, de tristeza y de meditación. A
quién perteneció ese esqueleto. Tal vez a una hermosa dama de airoso talle y
sonrosada tez, que fue encanto de los salones, alegría del hogar y objeto de
admiración para los jóvenes de su tiempo. Tal vez a una desconocida meretriz,
que hizo de su cuerpo un inmundo comercio y no tuvo para la humanidad mas
que impudicias y sarcasmos, quizás a un rico avaro, que empleó toda su vida
en atesorar riquezas, amasada con el llanto y la sangre de sus semejantes. Tal
vez al déspota vanidoso, al soberbio magnate que se creyó superior a los
demás hombres, viviendo de la intriga y la desunión, y explotando el malestar
entre sus semejantes.

Helo ahí, perdida la hermosura, gastado el placer, muerto el egoísmo, acabada


la soberbia, perdida la ilusión, montón de huesos blanquecinos que hemos
sacado de la podredumbre, para que veas, oh profano, lo que serás tú, dentro
de unos meses, de unos años, más o menos tarde, pero infaliblemente algún
día, que para siervos y tiranos, pobres y ricos, guarda la muerte su golpe final
y nos reserva la naturaleza sus incontrastables leyes de la transformación de la
materia. Qué habrás hecho entonces de tus vanas ambiciones y tu mentido
poder actual, que bienes, que recuerdos habrás podido dejar a tu familia, a tus
hermanos y tu patria. Un esqueleto más que la humedad de un cementerio
consumirá por completo.

Por eso la masonería pone ante tus ojos ese símbolo clásico de la inestabilidad
humana, para recordarte que hay en ti, algo más que huesos, músculos,
nervios y sangre. El espíritu divino, la chispa deslumbrante de la eterna
sabiduría, el pensamiento noble y la voluntad honrada, a fin de que la emplees
en la redención de la especie, la honra de la familia, la libertad de tu patria y el
progreso de la humanidad.

Cultiva tu inteligencia, practica el bien, se noble, justo y virtuoso y cuando


mueras, no importa que no podamos distinguir esqueleto en un osario común,
porque tendremos grabado en nuestra mente tu noble fisionomía, vivo en el
recuerdo tu nombre y latente en el corazón, un sentimiento de gratitud, por tus
buenas obras.

No hemos venido al mundo, profano, para dejar carne podrida a los gusanos, ni
armazón de huesos al Cuarto de Reflexiones, sino, para contribuir al progreso
de la Patria y a la civilización de la humanidad.

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