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Ahora que Air Lingus ha abierto una línea nueva para volar desde San Javier a la
capital de Irlanda (hay vuelos los días impares, esto es, lunes, miércoles, viernes y
domingos), la posibilidad de visitar la cuna del literato se incrementa.
Hay que cruzar el río Liffey desde el barrio del Temple Bar y caminar una media
hora para dar con la zona en la que comienzan a ser patentes los vestigios de
Joyce en Dublín. En el mismo puente, si no te das cuenta, pisas una placa dorada
en la que se reproduce una frase del Ulises: «As he set foot on O´Connell bridge a
puffball of smoke plumed up from the parapet», que viene a significar algo así
como: «Tan pronto como él entró en el puente de O´Connell, una nube de humo
salió del muro del puente».
Tras las huellas de Joyce en Dublín llega el viajero a Great Denmark Street,
donde se alza Belvedere, centro regentado por jesuitas que tuvo en tiempos como
alumno al escritor. Parece que le marcó, visto el recuerdo que tenía del Padre
Conmee: este religioso acabó convertido en personaje del Ulises.
En The James Joyce Centre hay una planta baja, medio al aire libre, con coloristas
murales que bien podrían estar en el Cabaret Voltaire sin desentonar un ápice.
Hay un gato negro, una máquina de escribir, una caracola, trazos que parecen
del Guernica, llaves cruzadas al estilo de las de San Pedro, Leopold Bloom, un
lecho, sombras del pasado, voluptuosas señoras de pronunciado escote y carmín
en los labios, jóvenes desnudas en un río bien de bronce, bien de sangre, clérigos,
la soga de la horca, furia.
También en la planta de abajo, otro mural, más simple, recuerda los sucesos que
acontecían en el planeta paralelos a la vida y milagros de James Joyce. Desde el
final de la primera Gran Guerra a la invasión nazi. Y sobre el relato, cual palabra
mágica, el nombre del libro que nadie se ha leído: Ulysses.
Paul Léon fue un amigo de Joyce. El mismo amigo que en 1940 llevó al embajador
de Irlanda en París dos maletas repletitas de papeles que pertenecieron a su
colega. Se las entregó bajo la promesa de cinco años de silencio. Y es que exigió
al embajador que no las abriese nadie antes de medio siglo después de la muerte
del genio. Y es que Paul había sido también secretario en funciones de Joyce, sin
tomar nunca posesión del cargo, y corrector, y confidente. Y, casualmente, se
llamaba en realidad. Paul Leopoldovich. Y Leopold es el nombre del personaje
principal de la novela Ulises.
A Paul Léon, de origen judío, lo mataron los nazis en 1942. Los sucesores del
embajador cumplieron el acuerdo: las maletas se abrieron en el año 1991.