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'Ulises', culto al libro

que nadie ha leído


Dublín, ahora más a tiro de piedra por la nueva ruta desde
San Javier, se arrodilla sin tapujos ante su escritor más
popular, aunque la mayoría de la gente admite no 'pillar'
del todo su obra cumbre
Ana Lucas 15.04.2016 | 16:29

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'Ulises', culto al libro que nadie ha leído

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 James Joyce, en 10 frases

El anillo en la nariz, las tenacillas, los bastonazos, el suplicio de la cuerda, el azote


que te voy a hacer probar mientras tocan las flautas como se hacía antiguamente
con el esclavo rubio. Esta vez estás listo. Haré que te acuerdes de mí por el resto
de tu vida natural. (Las venas de la frente se le hinchan, su rostro se congestiona).
Me sentaré sobre tu otomansillademontar cada mañana después de mi
cacheteante buen desayuno con lonchas de gordo jamón de Matterson y una
botella de cerveza de Guinnes.

Esto es un fragmento al azar del Ulises de Joyce. Nadie se ha leído el Ulises de


Joyce. O, al menos, nadie se ha leído el Ulises de Joyce y lo ha comprendido.
Porque, para leer el Ulises de Joyce y comprenderlo, tendrías que ser Joyce. Esta
es la idea general que flota en el ambiente de neblina y puerto antiguo de Dublín,
la ciudad (su ciudad) que obsesionó al escritor hasta el punto de alejarse de ella en
cuanto pudo, pero que no deja de ser una constante en sus obras. Y la Dublín de
ahora sigue acordándose de su hijo pródigo: estatuas, placas en la calle y un
coqueto centro de interpretación habilitado en una casa de tres pisos están
consagrados al maestro.

Ahora que Air Lingus ha abierto una línea nueva para volar desde San Javier a la
capital de Irlanda (hay vuelos los días impares, esto es, lunes, miércoles, viernes y
domingos), la posibilidad de visitar la cuna del literato se incrementa.

Hay que cruzar el río Liffey desde el barrio del Temple Bar y caminar una media
hora para dar con la zona en la que comienzan a ser patentes los vestigios de
Joyce en Dublín. En el mismo puente, si no te das cuenta, pisas una placa dorada
en la que se reproduce una frase del Ulises: «As he set foot on O´Connell bridge a
puffball of smoke plumed up from the parapet», que viene a significar algo así
como: «Tan pronto como él entró en el puente de O´Connell, una nube de humo
salió del muro del puente».

Luego, la estatua del genio. Se le representa, ya en la edad madura de la vida,


con la cabeza erguida, sus característicos anteojos, gabardina y un sombrero. Hay
turistas que se hacen fotos con la estatua sin saber quién es el homenajeado,
aunque sólo tienen que mirar la placa que hay a los pies de la escultura para
enterarse.

Tras las huellas de Joyce en Dublín llega el viajero a Great Denmark Street,
donde se alza Belvedere, centro regentado por jesuitas que tuvo en tiempos como
alumno al escritor. Parece que le marcó, visto el recuerdo que tenía del Padre
Conmee: este religioso acabó convertido en personaje del Ulises.

Caminando unos metros, en Great George's Street, se encuentra la casa


reconvertida en museo consagrado a la memoria del artista. Nos hallamos en el
barrio de las puertas de colores que salen en las postales de las tiendas de
souvenirs. Cuenta la leyenda que cada puerta fue pintada de un color diferente
para los vecinos más juerguistas, cuando llegaban de noche con unas pintas de
más, supiesen cuál era su casa. Ahora es una estampa típica de la metrópoli.
En una de esas aceras, en una casa georgiana del siglo XVIII, se erige The James
Joyce Centre, el lugar soñado por todo aquel que tenga intención de leerse
el Ulises. Porque la mera intención de leer el Ulises ya tiene mérito de por sí. Para
asimilar todos los matices del Ulises es preciso contar, para empezar, con
conocimientos de gaélico, inglés, alemán y francés.

Además, «es imprescindible conocer en profundidad la situación social, política y


económica de la Irlanda de principios del siglo XX, en especial todo lo relacionado
con los movimientos independentistas locales, además de todas las marcas de
cerveza, ungüentos, linimentos, camafeos, ligueros y sujetadores del momento.
Conocer la ubicación de los principales prostíbulos, tabernas, pubs, publicaciones,
iglesias, conventos, casas de okupas y mercados de ganado existentes en la
época también puede resultar útil», tal y como se lee en el blog Peterpsych.

En The James Joyce Centre hay una planta baja, medio al aire libre, con coloristas
murales que bien podrían estar en el Cabaret Voltaire sin desentonar un ápice.
Hay un gato negro, una máquina de escribir, una caracola, trazos que parecen
del Guernica, llaves cruzadas al estilo de las de San Pedro, Leopold Bloom, un
lecho, sombras del pasado, voluptuosas señoras de pronunciado escote y carmín
en los labios, jóvenes desnudas en un río bien de bronce, bien de sangre, clérigos,
la soga de la horca, furia.
También en la planta de abajo, otro mural, más simple, recuerda los sucesos que
acontecían en el planeta paralelos a la vida y milagros de James Joyce. Desde el
final de la primera Gran Guerra a la invasión nazi. Y sobre el relato, cual palabra
mágica, el nombre del libro que nadie se ha leído: Ulysses.

En la tercera planta de la casa, el aire se enrarece al entrar en una habitación por


la que parece que no ha pasado el tiempo. Y es que no ha pasado el tiempo. La
lúgubre estancia, de papeles manuscritos y dibujos inacabados, es una
reconstrucción de cómo era el apartamento parisino de Paul Léon, que es donde
Joyce escribió otra de sus obras difíciles de leer: Finnegan´s Wake. La escasa
iluminación y las fotografías antiguas impregnan al lugar de una neblina
inquietante, como venida verdaderamente de otro tiempo.

Paul Léon fue un amigo de Joyce. El mismo amigo que en 1940 llevó al embajador
de Irlanda en París dos maletas repletitas de papeles que pertenecieron a su
colega. Se las entregó bajo la promesa de cinco años de silencio. Y es que exigió
al embajador que no las abriese nadie antes de medio siglo después de la muerte
del genio. Y es que Paul había sido también secretario en funciones de Joyce, sin
tomar nunca posesión del cargo, y corrector, y confidente. Y, casualmente, se
llamaba en realidad. Paul Leopoldovich. Y Leopold es el nombre del personaje
principal de la novela Ulises.

A Paul Léon, de origen judío, lo mataron los nazis en 1942. Los sucesores del
embajador cumplieron el acuerdo: las maletas se abrieron en el año 1991.

Volviendo al Dublín del siglo XXI, en la tienda de regalos de The James Joyce


Centre se pueden encontrar, además de ejemplares
del Ulises, Dublineses y Retrato de un artista adolescente, ensayos y revisiones
que otros autores realizaron sobre la obra del irlandés. Cómo no, tazas de café
con frases de sus libros, insignias con la cara del escritor, imanes con la cara del
escritor y camisetas con la cara del escritor.

Más dirigido al visitante que al oriundo. En los pubs de Dublín no se suele hablar


de Joyce, como en los pubs de Madrid no se suele hablar precisamente de
Cervantes. Quizás en el paseo por la ciudad del Liffey casualmente no dimos con
ningún fan del fenómeno Ulises, o quizás haya que volver el 16 de junio, cuando
se celebra el Bloomsday.
Por cierto, que Joyce escogió esa fecha (16 de junio) como escenario de su libro
cumbre porque fue el día en que tuvo la primera cita con el amor de su vida, Nora.
Dicen que ella tampoco se llegó a leer nunca el Ulises. No importa. Al final todo, la
vida y la novela, forman una (parece que inmortal) historia de amor.

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