Está en la página 1de 12

Tesis de Norberto Bobbio

Como introducción se pone de manifiesto que, contrariamente a lo que se cree, el


liberalismo y la democracia no tienen una conexión necesaria. Esto es así porque el
liberalismo adopta la postura de impedir que el Estado actúe dentro del esquema político,
delimitándose a intervenciones mínimas. Con esto, el liberalismo puede entrar en conflicto
con la democracia, pues bien puede existir un Estado liberal de autocracia, monarquía u
oligarquía, corrientes contrarias a la naturaleza del concepto de democracia, donde la
mayoría de ciudadanos participa en las decisiones del Estado. Benjamin Constant (liberal)
realizó un texto donde exponía una antítesis entre el liberalismo y la democracia por sus
contrarias pretensiones, a saber, limitar el poder y a la vez distribuirlo. Jean-Jacques
Rousseau era oponente de Constant, pues Rousseau sostenía que un Estado donde el poder
soberano estuviese constituido genuinamente por la voluntad de los ciudadanos no tenía
una necesidad de proporcionar garantías a los súbditos, esto, no obstante, sin desconocer los
límites del poder del propio Estado.

El presupuesto filosófico del Estado liberal apela al derecho natural


(iusnaturalismo), sosteniendo que el hombre (hombre entendido como ser humano de sexo
masculino con cierto posicionamiento en la sociedad con su capital, puesto que las mujeres
no eran tomadas en cuenta) nace con derechos innatos, mismos derechos que deben ser
garantizados a costa de todo y que para llevarlo a cabo requiere la mínima intervención del
Estado con respecto a los proyectos que pretenden desarrollar los derechos innatos.
Reconocer un derecho significa reconocer a la vez una facultad para hacer o no hacer lo que
plazca, y de resistir ya sea usando fuerza propia o demás contra quien tiene el deber de
abstenerse a intervenir en el desarrollo de sus derechos de hacer o no hacer. Estas leyes
iusnaturalistas son contrarias a la propia voluntad humana por presuponerse tanto naturales
como principales, hecho que desde luego no puede corroborarse ni empíricamente, ni
históricamente, ni es evidente al razonamiento. Este iusnaturalismo es la base liberal para
manipular los límites del poder del Estado. Esta tesis fue promulgada por John Locke, uno
de los padres del liberalismo.

La ficción jurídica se da cuando las cartas institucionales adoptan la forma jurídica


de concesión, acto unilateral, cuando de hecho son el resultado bilateral, soberanos y
súbditos, para la conservación de poderes políticos y el permiso para mayores libertades
individuales. La libertad presupuesta en la doctrina liberal es inversa al devenir histórico.

Entre el contrato social y el liberalismo existe un vínculo, aquel en el que un poder


político entra en vigor sólo si se basa en el consenso de los súbditos, es decir, un acuerdo
entre quienes deciden someterse a un poder superior y con las personas a las que este poder
es confía, derechos ajenos o independientes de la institución del soberano y por lo tanto
ducha institución debe atender el desarrollo de los mismos derechos, compatibles con la
seguridad social. Este vínculo, de naturaleza lockeana, se distingue en la concepción
individualista de la sociedad: primero está el individuo con sus intereses y necesidades, por
encima de la sociedad como conjunto, contrariamente al organicismo (tesis aristotélica).
Deja de existir la sociedad como un hecho natural que existe independientemente de la
voluntad de los individuos para darle lugar a un cuerpo artificial, creado por los individuos
para la satisfacción de sus intereses y necesidades. No hay liberalismo sin individualismo.

Es esencial hacer una diferenciación de los límites de los poderes y las funciones del
Estado. El liberalismo es una doctrina del Estado limitado tanto con sus poderes como a sus
funciones (estado de derecho y estado mínimo respectivamente). Sin embargo, puede darse
un estado de derecho que no presente estado mínimo (por ejemplo, el estado social
contemporáneo) y viceversa (como indica el Leviatán de Hobbes, en el cual la esfera
económica es absoluta a la par que liberal). El estado de derecho se opone al Estado
absoluto, y el estado mínimo se opone al estado máximo. El Estado liberal se afirma en la
lucha contra el Estado absoluto en defensa del estado de derecho y contra el estado máximo
en defensa del estado mínimo. Un estado de derecho es aquel en que los poderes públicos
son regulados por normas generales y que ejercen bajo las mismas también. Nuevamente,
estas leyes de derecho están por encima del Estado, además de su traslado de lo “natural” a
lo jurídico.

Para asegurarse contra las posibles intervenciones del Estado, el liberalismo cuenta
con mecanismo constitucionales. Estos se encargan de defender el gobierno del hombre por
encima del gobierno de leyes.

La libertad, como es entendida en el liberalismo, entra en contradicción con el


poder. Así, si por una parte hay un incremento de uno de los conceptos, por el otro lado
habrá una disminución. Luego entonces se comprende que bajo esta concepción decida
optar por el gobierno de los hombres, pues asegura mejor las individualidades ante el
Estado. Thomas Paine defendió esta postura ante la revolución norteamericana. Las dos
esferas de emancipación ante el Estado, según el liberalismo, son la esfera religiosa -o
espiritual- y la esfera económica -o de intereses materiales-. Ambas esferas están
estrechamente relacionadas según la tesis de Max Weber. Sin embargo, históricamente y
bajo esa dialéctica liberal, la evidencia apunta más bien a la progresión de estados neutrales
o agnósticos. Bajo la exigencia de disposición libre de bienes y la libertad de intercambio,
como también vino ocurriendo bajo la dialéctica liberal, nace la burguesía.

John Locke habla sobre la postura paternalista del Estado que debe ser abolida por
el poder civil. Esta idea es trabajada también por Kant cuando habla del ciudadano, el cual
alude a la madurez e individualización por mayoría de edad. Kant dice que el Estado que es
paternalista es “el peor despotismo que pueda imaginarse”. Y mientras que Kant se
preocupa por la moral del individuo, Adam Smith se preocupa por el aspecto económico,
delimitando tres deberes de gran importancia del soberano: la defensa de la sociedad ante
enemigos externos; protección del individuo ante otros individuos; y prever las obras
públicas en su confinamiento a la ganancia privada. Claramente en estos pensadores se
puede apreciar una postura liberal.

Humboldt es otro intelectual liberal que da seguimiento a las tesis de Kant y Smith,
sosteniendo que el furor de gobernar es la más terrible enfermedad de los gobiernos
modernos, a la par que señala que el verdadero objetivo del hombre es el desarrollo amplio
de sus facultades. Así, el Estado es considerado por Humboldt como un medio para la
formación del hombre y no un fin, cambiando el tipo de relación del individuo y el Estado
tradicional y orgánico. Siguiendo el pensamiento de Humboldt, suscita otra cuestión, a
saber, la variedad. El argumento básico con respecto a la variedad es el de la reducción a
uniformidades intelectuales de los individuos que conforman la sociedad si el Estado
interviene más allá de los límites que se le plantearon. Es decir que hay una limitación de
variedad en los caracteres y disposiciones para las actividades individuales. No siendo
suficiente esto, la limitación de la variedad permea también la esfera moral.
Por otra parte, el liberalismo también defiende la fecundidad del antagonismo,
rompiendo nuevamente con concepciones orgánicas y tradicionales. Tal concepción liberal
explica que el contraste te contrarios es benéfico y una condición necesaria para el progreso
técnico y moral de la humanidad; se da lugar a un mejoramiento recíproco. De hecho Kant
también defendía esta idea, pues dijo que era un proceso de la propia naturaleza en su
desarrollo. Esta tendencia antagónica da lugar entonces tanto a la progresiva eliminación de
lo más débil, como a la aceptación de pasiones humanas tales como la ambición y la sed de
poder, elementos clave para la conquista de la naturaleza -no olvidemos como bien
explicaron los filósofos de la Escuela de Frankfurt, el ser humano también forma parte de la
naturaleza-. Queda decir que al ser comparado con el despotismo oriental, el liberalismo
adquiere un grado elevado de aceptación en la interpretación del poder en la historia.

Otra diferencia que hay que recalcar es la existe en la equivalencia forzada de


democracia y liberalismo. La democracia como forma de gobierno es antigua y existe desde
tiempos muy remotos -Grecia clásica- además de ser una forma de gobierno que pretende
representar al pueblo -el mayor alcance posible-, mientras que el liberalismo es un esquema
de poder moderno que ha modificado el alcance de la ejecución de este derecho mediante
una democracia representativa donde las divisiones de fracciones se ha reducido en partidos
en las asambleas representantes. Esto fue realizado así, originalmente, por las grandes
extensiones territoriales que componían un Estado, de manera que llevar a cabo la
democracia del pueblo como el antiguo modelo era casi imposible. Sin embargo Rousseau
era plenamente consciente de que una democracia representativa era una libertad ilusoria,
pues la soberanía no puede ser representada, pese a admitir al mismo tiempo que no ha
existido realmente una plena democracia y jamás la existirá. Principalmente porque los
territorios son grandes y esta extensión no posibilita la reunión y concesión del pueblo;
luego, por la cuestión de las costumbres; después, por la igualdad de posesiones y poderes;
y finalmente, porque no quedaba lujo. De esta manera concluyó que un gobierno
democrático genuino sólo puede ser considerado por los dioses, y que por lo tanto escapa a
nuestra condición tan humana. Así, tan sólo nos queda la libertad de elegir representantes
que, posteriormente, elegirán lo que creen más convenientes a su parcial pueblo. Resultan
entonces notorias las distinciones antiguas y modernas en el mismo principio de soberanía
popular que pretender tener como rasgo ambas formas de poder, las modalidades y formas
en que éstas son ejercidas. Otro aspecto que vale resaltar es que la democracia
representativa presuponía que los representantes eran capacitados para saber cuáles eran las
prioridades e intereses del pueblo y actuar en virtud de estos, cosa que, desde luego, es una
simulación. Como si fuera poco, el elector no tiene derecho a exigirle al representante los
modos; el representante, en el mejor de lo casos, le dedicará un momento al elector para
escuchar su inconformidad, pero de eso no se sigue que deba prestarle una verdadera
atención. Siéyès terminó por formalizar este rechazo a obedecer tales exigencias, y los
constituyentes franceses con todo gusto decretaron como prohibido hacer tal cosa, contrario
a los Estados estamentales.

Expuesto lo anterior, es evidente que la democracia moderna sea el otro lado de la


misma cosa, esa cosa que es denominada liberalismo. Democracia queda reducida a un
juego de palabras donde se ha perdido la connotación ética inherente, y viene a significar
dos cosas preponderantes en el curso histórico -democracia formal y democracia
sustancial-, tomando como elemento esencial y variante a la igualdad. Debemos entender
que todos estos conflictos ideológicos vienen a tensionarse entre sí por si propia naturaleza
a la que aspiran los conceptos, pues no puede haber igualdad cuando la prioridad es, con
todo énfasis, hacia la libertad. Pues es bien sabido que una libertad -como la que pretende el
liberalismo- rompe con la libertad de otro individuo, eliminando enseguida a la igualdad.
Estos valores antitéticos no pueden realizarse plenamente sin limitar fuertemente al otro. La
única igualdad que exige naturalmente el liberalismo es la de gozar la libertad en la medida
que sea compatible con la libertad ajena. Esto da lugar a dos principios, la igualdad ante la
ley y la igualdad de derechos. El que la ley sea igualitaria significa simplemente que el juez
ha de ejercer su función imparcialmente pero no delimita con quienes, es decir, bajo qué
condición va a ser considerado alguien un ciudadano para el Estado, así como no tiene
constancia histórica para delimitar esencialmente los derechos básicos que se deben
conceder, de modo que es inestable. Es otro truco de palabras: se pretende que la ley sea
igualitaria a todos pero no hay igualdad en los ciudadanos.

Siguiendo el mismo hilo, no tenemos igualdad económica ni de oportunidades. Y


ahora con el modelo democrático moderno nacido desde el liberalismo se ha producido una
relación bicondicional en la que uno de estos elementos necesita al otro para su
aseguración. La propia participación del mayor número de ciudadanos en la defensa de un
sistema liberal asegura su legitimidad como esquema de poder, a la par que las leyes deben
garantizarle al individuo su pertinencia en el Estado liberal, siendo el sufragio el mejor de
los recursos para esto. De este modo los individuos sienten que su participación es real y no
ficticia. Como dice Bobbio: “Hoy sólo los Estados nacidos de las revoluciones liberales son
democráticos y solamente los Estados democráticos protegen los derechos del hombre:
todos los Estados autoritarios del mundo son a la vez antiliberales y antidemocráticos”.

El organicismo, la forma de gobierno contraria al liberalismo, considera al Estado


como un cuerpo compuesto por partes con su propio sentido y relación de interdependencia
con las demás para asegurar la vida del todo. Por otra parte, el liberalismo, como ya se ha
dicho reiteradamente, considera al Estado como un conjunto de individuos, el resultado de
su actividad y las relaciones que establecen entre ellos. El principio del organicismo fue
formulado por Aristóteles, y dicha concepción no puede reconocer una distinción entre la
esfera privada y la esfera pública ni justificar la sustracción de intereses individuales al
interés público; el principio del individualismo fue formulado por Hobbes. El organicismo
tiene una concepción descendiente del poder, por lo que manda una cabeza; la democracia
se basa en una concepción ascendente del poder, donde los miembros deciden. La
diferencia que hay entre la democracia y el individualismo -como si anteriormente no se
haya hablado lo suficiente- radica en los intereses individuales y en la manera en que los
individuos son entendidos: en el liberalismo los individuos se separan totalmente del
conjunto para defender su individualidad; en la democracia el individuo se reconoce como
tal a la vez que se integra al conjunto de individuos, buscando crear armonía. En cierta
forma, el principio del liberalismo atiende una interioridad mientras que el principio
democrático atiende una exterioridad.

Benedetto Croce veía una civilización cuando surgía la llamada democracia, período
que denominó “religión de la libertad”, también un “período germinal”, donde entendía por
“libertad” tanto la libertad liberal (sustitución del absolutismo del gobierno por el
constitucionalismo) como la libertad democrática (reformas en el electorado, ampliación de
la capacidad política y libertad como independencia nacional). Montesquieu aludía que el
período germinal ya tenía comienzo en el derrocamiento del rey ante el parlamento, idea
clave para el desarrollo del liberalismo. La doctrina de separación de poderes producida en
Inglaterra del siglo XVII inspiró a Montesquieu, quien a su vez inspiró el
constitucionalismo europeo y norteamericano. El modelo inglés quiso ser aplicado por la
fuerza en Francia y por ende no hubo el mismo resultado, lo que provocaría la nueva
búsqueda de un liberalismo antidemocrático entre sus ciudadanos, mismos sentimientos que
dejarían su huella en el pensamiento político. Entre los escritores conservadores se volvió
típico el argumento de que la democracia y la tiranía fueran dos caras de la misma moneda.
Tocqueville escribió también sobre esto, preguntándose bajo qué forma volvería a
presentarse el despotismo en un futuro. Bajo esta nueva dialéctica fueron desarrollándose
los Estados liberales emergentes con cada vez menos libertad. De esta manera el
liberalismo ya podía ser entendido en dos directrices o fórmulas: el liberalismo radical, que
es liberal y democrático a la par; y el liberalismo conservador, el cual es liberal pero no
democrático. Como este fenómeno, también existe la noción de democracia con liberalismo
y democracia sin liberalismo. Así, vemos que el único punto de compatibilidad existe entre
los liberales democráticos y los democráticos liberales, y de este modo el esquema queda
delimitado en tres formas: donde la democracia y el liberalismo es compatible sin llegar a
radicalismos, más bien existe una conciliación; donde la democracia y el liberalismo son
antitéticos ya que no existe una conciliación desde sus radicalismos; y donde la democracia
y e liberalismo están ligados necesariamente en tanto los ideales liberales sólo pueden
realizarse plenamente con la democracia así como que el Estado liberal es la condición para
la práctica de la democracia. Respectivamente dichos esquemas serían de naturaleza de
posibilidad, imposibilidad y necesidad. Y así como la democracia puede conjugarse en
diferentes maneras con el liberalismo, lo mismo puede llevar a cabo con el socialismo.

Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill fueron dos grandes escritores que
simpatizaban con el liberalismo conservador, y conformaron grandes bases para el mismo.
Tocqueville fue primeramente liberal más que democrático, convencido de que la libertad
-religiosa y moral- es la base de cualquier convivencia civil. Para Tocqueville, la
democracia significa tanto el proceso de conjuntos que abole la aristocracia, como una
sociedad que sigue el parámetro de igualdad en ella y que sin embargo se posiciona
jerárquicamente ante otras sociedades tradicionales. Tanto para él como para Stuart Mill, la
democracia se traducía como la tiranía de la mayoría, la negación de la libertad. No había,
pues, una distinción de las distintas concepciones de democracia, y por ende estos
pensadores la rechazaban. Sostenían que la democracia abogaba antes por una economía
donde todos fueran pobres que a una aristocracia, y por eso era apasionadamente vil,
además de que la democracia defendía la cantidad por la calidad. A su juicio, estas mismas
premisas ponían en riesgo la estabilidad legislativa por una arbitrariedad, el conformismo
de las decisiones y la falta de confianza en la política. Obviamente esto representa un
enorme obstáculo para los límites de poder que el liberalismo quiere imponerle al Estado.
Tocqueville también expresó su tajante rechazo al socialismo, de modo que para poder
hacerle frente, abogó por la democracia en Norteamérica. Dijo que mientras la democracia
persigue la igualdad de la libertad, el socialismo persigue la igualdad en la molestia y la
servidumbre.

Stuart Mill, por otra parte, quien también fue uno de los más grandes utilitaristas
siguiendo directamente el pensamiento de Jeremy Bentham, veía la democracia como el
consecuente natural de los principios liberales. A diferencia de Tocqueville, Mill sostuvo
que el socialismo y el liberalismo no eran totalmente incompatibles. De cualquier manera,
al fusionar su formación utilitarista con los principios del liberalismo, logró consolidar la
mejor base para dicho esquema de poder. Irónicamente, Jeremy Bentham, fundador del
utilitarismo, evaluó los principios del liberalismo como absurdos y patéticos. Afirmó que
no existía algo tal como los derechos naturales o anteriores a cualquier institución. Por la
enseñanza de su maestro, Mill rechaza la tesis iusnaturalista para sustentar los principios
liberales, y en cambio propone que solamente deberá intervenir en la libertad ajena para
evitar un daño. La libertad del individuo con respecto a las otras libertades se limitaría a la
inducción a realizar ciertas actividades, inducción que puede ser aceptada o rechaza con
total libertad en todo el marco de la ley. Mill tampoco está de acuerdo con un Estado
paternalista en su intervención, pues cada individuo cuida de sí mismo en todo sentido; no
obstante, hay elementos paternalistas en la concepción milliana, pues su propio principio
sólo tiene en cuenta a los miembros de una comunidad civilizada, descartando a quienes no
pertenecen en ella (connotación de madurez o mayoría de edad). Esto es así porque, según
sostiene Mill, el despotismo tiene lugar cuando se hace objeto de formación a los bárbaros:
éstos justifican las acciones represivas del Estado, pues el Estado tiene una suerte de deber
hacia el progreso del ciudadano.
Pese a compartir el temor de una tiranía de mayorías con Tocqueville, Mill no
considera que por ello deba decírsele no a la democracia. Mill, de hecho, opta por una
democracia representativa, consecuencia de los países que alcanzan cierto grado de
civilización para asegurar a los ciudadanos la máxima libertad. Los miembros de un Estado
querrán formar parte de la mayoría en los acuerdos porque, de no hacerlo, se verán
debilitados en todo sentido para llevar a cabo sus propios cometidos: es así como Mill
asegura la libertad como valor máximo entre los ciudadanos que de hecho buscan en común
salvaguardar este derecho. Es entonces que se trata de expandir el sufragio como ese medio.
La implementación de la participación de la clase popular en las votaciones era la manera
de constatar la participación fidedigna de la mayoría de los ciudadanos (eso sí, pagando una
pequeña cuota); aquí no se considera a la totalidad de la clase popular -estafadores, los que
se encuentren en bancarrota y analfabetos-, sin embargo, Mill exige una educación
universal de la aplicación de un sufragio universal. En la votación habrá lugar a una
discusión política para que la clase popular pueda informarse de lo que le conviene. Otra
novedad es la inclusión de la mujer al voto, pues Mill era un apoyador a la emancipación
del sexo femenino. La otra implementación de Mill para evitar la tiranía de mayoría es el
sistema de mayoría, es decir, el sistema de representación (este sistema Mill lo toma de
Thomas Hare). Empero, no todo puede ser mejoras: Mill defiende la lucha de la mayoría
contra las minorías, sosteniendo que esos conflictos son los que hacen progresar a una
sociedad y qué ésta misma se ha visto estancada cuando la lucha se detiene. Finalmente,
otra innovación de Mill con respecto al sufragio fue que no todos tuvieran acceso al voto,
sino sólo aquello que pasaran un examen para mostrar que eran instruidos y por lo tanto los
más aptos para la toma de decisiones.

En su intento de conciliación, el liberalismo y la democracia persiguen distintos


objetos: el desarrollo de la doctrina liberal está estrechamente vinculado a la crítica
económica de las sociedades autocráticas; el desarrollo de la doctrina democrática está más
estrechamente relacionado con una crítica de carácter político o institucional. En el
parlamento existía el partido del progreso, doctrina antitética al liberalismo democrático.
En Inglaterra pasan a llamarse Partido conservador y Partido liberal respectivamente. Por
su parte, Mazzini fue uno de los exponentes más representativos de las corrientes
democráticas no sólo en Italia sino globalmente. Francesco de Sanctis fue otro influyente
pensador que siguiendo la línea de Mazzini, explica que el liberalismo y la democracia
fueron las corrientes preponderantes por excelencia debido a su semejanza en la mezcla de
fines políticos, morales y religiosos, sobresaliendo de otras corrientes literarias de menor
repercusión. Sanctis apostaba por una formación joven de izquierda para darle dirección al
país, pues sostenía que la derecha había rechazado a la propia libertad genuina para hacerse
de una libertad como medio para otros fines.

Cavour fue a la par con Mazzini una de las figuras representativas en Italia -con
posturas contrarias entre ellos-. Cavour fue seguidor tanto del utilitarismo de Bentham
como del pensamiento de Tocqueville. Mazzini consideró a Bentham responsable del
materialismo imperante en las doctrinas democráticas y socialistas, desde Saint-Simon
hasta los comunistas. Además, Mazzini tenía clara su concepción del deber del hacer, muy
por encima de la libertad individual. Podría decirse que esta dualidad política se resume en
liberalismo y democracia; benthanismo y antibenthanismo. Mazzini sostenía que bajo la
doctrina de la felicidad y del bienestar, inspirada por el utilitarismo, se forman hombres
egoístas, adoradores de la materia.

Es claro que el liberalismo es radicalmente antitético al socialismo, sencillamente


porque el socialismo, dentro de todas sus definiciones distintas, tratará de abolir la
propiedad privada, pues ésta es la causa principal de toda desigualdad en la sociedad. El
liberalismo, por su parte, abogará por la conservación de la propiedad privada puesto que
ésta constituye la garantía de su libertad económica, base de todas sus libertades
“naturales”. La democracia es, según dice Bobbio, la complementación del socialismo,
pues la aplicación de la democracia da por consecuencia los principios que sustentan al
socialismo, tales como la transformación del instituto de la propiedad y la colectivización al
menos de los principales medios de producción. Por el otro lado, el socialismo refuerza y
amplia la participación política y por ende la posible realización democrática, así como una
distribución más equitativa del poder económico. De cualquier manera, el socialismo y la
democracia no siempre fueron pacíficas, sino que más bien tuvo que haber lugar a una
incorporación en procesos. Pues como bien se dijo anteriormente, el socialismo
representaba una oposición tanto para el liberalismo como para la democracia en un inicio.
En embargo, la democracia fue incorporándose mejor con el socialismo que con el
liberalismo, a pesar de que en el propio socialismo había una división entre los
socialdemócratas y los socialistas radicales por decirlo de alguna manera. Esto se constata
en las revocaciones de mandato por incumplimiento hacia la ciudadanía, la participación
directa de la clase popular y la distribución económica. Advierte Bobbio que hasta la
actualidad no ha existido un régimen demócrata social verdadero, y también que la
democracia resulta ser tan peleada para ver quién la posee mejor, si el liberalismo o el
socialismo, interpretándola cada uno según su propio esquema de poder. En el liberalismo,
la democracia es consecuencia; en el socialismo, la democracia es presupuesta.

Con la fiebre del socialismo se abrió en debate el tema del liberalismo vinculado a
la democracia, conciliación que aparentemente se ha consolidado en el siglo XX. Hobhouse
y Carlos Rosselli llevaron a cabo textos donde trataban sintetizar el socialismo con el
liberalismo, sumado a eventos de intentos de integración entre sí en el mismo siglo pasado.
Sin embargo, el socialismo liberal (o liberal-socialismo) se mantiene difícil de entender o
delimitar. Mientras tanto, la conjunción del liberalismo con el liberismo es de un progreso
agigantado en las pasadas décadas. Einaudi, otro pensador importante del liberalismo,
enarboló la tesis de que la libertad, siendo un ideal moral, se puede realizar mediante las
más diversas disposiciones económicas con tal que se dirijan a la elevación moral del
individuo, postura contraria a Croce, quien no aceptaba una conciliación entre liberalismo y
socialismo. Actualmente está presente el neoliberalismo, doctrina que concilia la libertad
económica del liberalismo con formas políticas más maleables, no haciendo imprescindible
el liberalismo político. Friedrich von Hayek estuvo en contra de esta forma neoliberal,
afirmando que el neoliberalismo debe poseer las bases clásicas, tanto económica como
política, o de lo contrario hay problemas. Robert Nozick es otra figura defensora del
neoliberalismo que está en contra del estado máximo pero a favor de la existencia del
Estado, incluso como mal necesario. La tesis de Nozick está basada en algunos principios
del derecho privado, en las cuales el individuo tiene el derecho de poseer lo que ha
adquirido justamente (o principio de justicia en la adquisición) y lo que ha adquirido
justamente por herencia o traspaso (principio de justicia en la transferencia). Cualquiera
otra tarea que el Estado asuma es injusta porque interviene indebidamente en la vida y en la
libertad de los individuos.
Últimamente se ha puesto como tema de polémica de la incapacidad de los
gobiernos democráticos de dominar convenientemente los conflictos de una sociedad
compleja, la carencia de poder. A eso se enfrenta el escenario democrático de los pasados
próximos años para la actualidad. Los principales puntos recaen en el sobrecargo: “mientras
la democracia hace que la demanda sea fácil y la respuesta difícil, la autocracia hace que la
demanda sea difícil y la respuesta fácil”; la conflictualidad social, pues ésta se manifiesta
mucho más en un régimen democrático que en un régimen autocrático, y entre más
aumentan los conflictos, más ardua es la faena de darles solución; y la distribución del
poder, pues en un régimen democrático el poder está más repartido que en un régimen
autocrático. Como si no fuera suficiente el poder difuso, también se encuentra fragmentado
éste, y es que existiendo un poder fragmentado, hay poderes que se oponen entre sí y sólo
crean conflicto, siendo muy difícil su recomposición. Para propiciarle solución a estos
conflictos, se han propuesto dos tipos de medidas: darle un mayor peso de poder al mandato
presidencial, o retomar la decisión de la mayoría, dejando de lado a los mediadores. Así, lo
que ha venido imperando ha sido el liberalismo que ha tomado a la democracia como
instrumento maleable. No obstante, todavía existe una lucha por la democracia que cada
vez más, en la medida de las posibilidades, le exige al liberalismo una mayor práctica del
sufragio universal. Macpherson habla de este proceso como el paso de una democracia de
equilibrio a la democracia participativa. Según escribe Bobbio, este conflicto va a existir
siempre, pese a desarrollarse continuamente en esferas más elevadas. La única de las
soluciones es la negociada, misma que, dicho sea de paso, es finita.

También podría gustarte