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Es esencial hacer una diferenciación de los límites de los poderes y las funciones del
Estado. El liberalismo es una doctrina del Estado limitado tanto con sus poderes como a sus
funciones (estado de derecho y estado mínimo respectivamente). Sin embargo, puede darse
un estado de derecho que no presente estado mínimo (por ejemplo, el estado social
contemporáneo) y viceversa (como indica el Leviatán de Hobbes, en el cual la esfera
económica es absoluta a la par que liberal). El estado de derecho se opone al Estado
absoluto, y el estado mínimo se opone al estado máximo. El Estado liberal se afirma en la
lucha contra el Estado absoluto en defensa del estado de derecho y contra el estado máximo
en defensa del estado mínimo. Un estado de derecho es aquel en que los poderes públicos
son regulados por normas generales y que ejercen bajo las mismas también. Nuevamente,
estas leyes de derecho están por encima del Estado, además de su traslado de lo “natural” a
lo jurídico.
Para asegurarse contra las posibles intervenciones del Estado, el liberalismo cuenta
con mecanismo constitucionales. Estos se encargan de defender el gobierno del hombre por
encima del gobierno de leyes.
John Locke habla sobre la postura paternalista del Estado que debe ser abolida por
el poder civil. Esta idea es trabajada también por Kant cuando habla del ciudadano, el cual
alude a la madurez e individualización por mayoría de edad. Kant dice que el Estado que es
paternalista es “el peor despotismo que pueda imaginarse”. Y mientras que Kant se
preocupa por la moral del individuo, Adam Smith se preocupa por el aspecto económico,
delimitando tres deberes de gran importancia del soberano: la defensa de la sociedad ante
enemigos externos; protección del individuo ante otros individuos; y prever las obras
públicas en su confinamiento a la ganancia privada. Claramente en estos pensadores se
puede apreciar una postura liberal.
Humboldt es otro intelectual liberal que da seguimiento a las tesis de Kant y Smith,
sosteniendo que el furor de gobernar es la más terrible enfermedad de los gobiernos
modernos, a la par que señala que el verdadero objetivo del hombre es el desarrollo amplio
de sus facultades. Así, el Estado es considerado por Humboldt como un medio para la
formación del hombre y no un fin, cambiando el tipo de relación del individuo y el Estado
tradicional y orgánico. Siguiendo el pensamiento de Humboldt, suscita otra cuestión, a
saber, la variedad. El argumento básico con respecto a la variedad es el de la reducción a
uniformidades intelectuales de los individuos que conforman la sociedad si el Estado
interviene más allá de los límites que se le plantearon. Es decir que hay una limitación de
variedad en los caracteres y disposiciones para las actividades individuales. No siendo
suficiente esto, la limitación de la variedad permea también la esfera moral.
Por otra parte, el liberalismo también defiende la fecundidad del antagonismo,
rompiendo nuevamente con concepciones orgánicas y tradicionales. Tal concepción liberal
explica que el contraste te contrarios es benéfico y una condición necesaria para el progreso
técnico y moral de la humanidad; se da lugar a un mejoramiento recíproco. De hecho Kant
también defendía esta idea, pues dijo que era un proceso de la propia naturaleza en su
desarrollo. Esta tendencia antagónica da lugar entonces tanto a la progresiva eliminación de
lo más débil, como a la aceptación de pasiones humanas tales como la ambición y la sed de
poder, elementos clave para la conquista de la naturaleza -no olvidemos como bien
explicaron los filósofos de la Escuela de Frankfurt, el ser humano también forma parte de la
naturaleza-. Queda decir que al ser comparado con el despotismo oriental, el liberalismo
adquiere un grado elevado de aceptación en la interpretación del poder en la historia.
Benedetto Croce veía una civilización cuando surgía la llamada democracia, período
que denominó “religión de la libertad”, también un “período germinal”, donde entendía por
“libertad” tanto la libertad liberal (sustitución del absolutismo del gobierno por el
constitucionalismo) como la libertad democrática (reformas en el electorado, ampliación de
la capacidad política y libertad como independencia nacional). Montesquieu aludía que el
período germinal ya tenía comienzo en el derrocamiento del rey ante el parlamento, idea
clave para el desarrollo del liberalismo. La doctrina de separación de poderes producida en
Inglaterra del siglo XVII inspiró a Montesquieu, quien a su vez inspiró el
constitucionalismo europeo y norteamericano. El modelo inglés quiso ser aplicado por la
fuerza en Francia y por ende no hubo el mismo resultado, lo que provocaría la nueva
búsqueda de un liberalismo antidemocrático entre sus ciudadanos, mismos sentimientos que
dejarían su huella en el pensamiento político. Entre los escritores conservadores se volvió
típico el argumento de que la democracia y la tiranía fueran dos caras de la misma moneda.
Tocqueville escribió también sobre esto, preguntándose bajo qué forma volvería a
presentarse el despotismo en un futuro. Bajo esta nueva dialéctica fueron desarrollándose
los Estados liberales emergentes con cada vez menos libertad. De esta manera el
liberalismo ya podía ser entendido en dos directrices o fórmulas: el liberalismo radical, que
es liberal y democrático a la par; y el liberalismo conservador, el cual es liberal pero no
democrático. Como este fenómeno, también existe la noción de democracia con liberalismo
y democracia sin liberalismo. Así, vemos que el único punto de compatibilidad existe entre
los liberales democráticos y los democráticos liberales, y de este modo el esquema queda
delimitado en tres formas: donde la democracia y el liberalismo es compatible sin llegar a
radicalismos, más bien existe una conciliación; donde la democracia y el liberalismo son
antitéticos ya que no existe una conciliación desde sus radicalismos; y donde la democracia
y e liberalismo están ligados necesariamente en tanto los ideales liberales sólo pueden
realizarse plenamente con la democracia así como que el Estado liberal es la condición para
la práctica de la democracia. Respectivamente dichos esquemas serían de naturaleza de
posibilidad, imposibilidad y necesidad. Y así como la democracia puede conjugarse en
diferentes maneras con el liberalismo, lo mismo puede llevar a cabo con el socialismo.
Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill fueron dos grandes escritores que
simpatizaban con el liberalismo conservador, y conformaron grandes bases para el mismo.
Tocqueville fue primeramente liberal más que democrático, convencido de que la libertad
-religiosa y moral- es la base de cualquier convivencia civil. Para Tocqueville, la
democracia significa tanto el proceso de conjuntos que abole la aristocracia, como una
sociedad que sigue el parámetro de igualdad en ella y que sin embargo se posiciona
jerárquicamente ante otras sociedades tradicionales. Tanto para él como para Stuart Mill, la
democracia se traducía como la tiranía de la mayoría, la negación de la libertad. No había,
pues, una distinción de las distintas concepciones de democracia, y por ende estos
pensadores la rechazaban. Sostenían que la democracia abogaba antes por una economía
donde todos fueran pobres que a una aristocracia, y por eso era apasionadamente vil,
además de que la democracia defendía la cantidad por la calidad. A su juicio, estas mismas
premisas ponían en riesgo la estabilidad legislativa por una arbitrariedad, el conformismo
de las decisiones y la falta de confianza en la política. Obviamente esto representa un
enorme obstáculo para los límites de poder que el liberalismo quiere imponerle al Estado.
Tocqueville también expresó su tajante rechazo al socialismo, de modo que para poder
hacerle frente, abogó por la democracia en Norteamérica. Dijo que mientras la democracia
persigue la igualdad de la libertad, el socialismo persigue la igualdad en la molestia y la
servidumbre.
Stuart Mill, por otra parte, quien también fue uno de los más grandes utilitaristas
siguiendo directamente el pensamiento de Jeremy Bentham, veía la democracia como el
consecuente natural de los principios liberales. A diferencia de Tocqueville, Mill sostuvo
que el socialismo y el liberalismo no eran totalmente incompatibles. De cualquier manera,
al fusionar su formación utilitarista con los principios del liberalismo, logró consolidar la
mejor base para dicho esquema de poder. Irónicamente, Jeremy Bentham, fundador del
utilitarismo, evaluó los principios del liberalismo como absurdos y patéticos. Afirmó que
no existía algo tal como los derechos naturales o anteriores a cualquier institución. Por la
enseñanza de su maestro, Mill rechaza la tesis iusnaturalista para sustentar los principios
liberales, y en cambio propone que solamente deberá intervenir en la libertad ajena para
evitar un daño. La libertad del individuo con respecto a las otras libertades se limitaría a la
inducción a realizar ciertas actividades, inducción que puede ser aceptada o rechaza con
total libertad en todo el marco de la ley. Mill tampoco está de acuerdo con un Estado
paternalista en su intervención, pues cada individuo cuida de sí mismo en todo sentido; no
obstante, hay elementos paternalistas en la concepción milliana, pues su propio principio
sólo tiene en cuenta a los miembros de una comunidad civilizada, descartando a quienes no
pertenecen en ella (connotación de madurez o mayoría de edad). Esto es así porque, según
sostiene Mill, el despotismo tiene lugar cuando se hace objeto de formación a los bárbaros:
éstos justifican las acciones represivas del Estado, pues el Estado tiene una suerte de deber
hacia el progreso del ciudadano.
Pese a compartir el temor de una tiranía de mayorías con Tocqueville, Mill no
considera que por ello deba decírsele no a la democracia. Mill, de hecho, opta por una
democracia representativa, consecuencia de los países que alcanzan cierto grado de
civilización para asegurar a los ciudadanos la máxima libertad. Los miembros de un Estado
querrán formar parte de la mayoría en los acuerdos porque, de no hacerlo, se verán
debilitados en todo sentido para llevar a cabo sus propios cometidos: es así como Mill
asegura la libertad como valor máximo entre los ciudadanos que de hecho buscan en común
salvaguardar este derecho. Es entonces que se trata de expandir el sufragio como ese medio.
La implementación de la participación de la clase popular en las votaciones era la manera
de constatar la participación fidedigna de la mayoría de los ciudadanos (eso sí, pagando una
pequeña cuota); aquí no se considera a la totalidad de la clase popular -estafadores, los que
se encuentren en bancarrota y analfabetos-, sin embargo, Mill exige una educación
universal de la aplicación de un sufragio universal. En la votación habrá lugar a una
discusión política para que la clase popular pueda informarse de lo que le conviene. Otra
novedad es la inclusión de la mujer al voto, pues Mill era un apoyador a la emancipación
del sexo femenino. La otra implementación de Mill para evitar la tiranía de mayoría es el
sistema de mayoría, es decir, el sistema de representación (este sistema Mill lo toma de
Thomas Hare). Empero, no todo puede ser mejoras: Mill defiende la lucha de la mayoría
contra las minorías, sosteniendo que esos conflictos son los que hacen progresar a una
sociedad y qué ésta misma se ha visto estancada cuando la lucha se detiene. Finalmente,
otra innovación de Mill con respecto al sufragio fue que no todos tuvieran acceso al voto,
sino sólo aquello que pasaran un examen para mostrar que eran instruidos y por lo tanto los
más aptos para la toma de decisiones.
Cavour fue a la par con Mazzini una de las figuras representativas en Italia -con
posturas contrarias entre ellos-. Cavour fue seguidor tanto del utilitarismo de Bentham
como del pensamiento de Tocqueville. Mazzini consideró a Bentham responsable del
materialismo imperante en las doctrinas democráticas y socialistas, desde Saint-Simon
hasta los comunistas. Además, Mazzini tenía clara su concepción del deber del hacer, muy
por encima de la libertad individual. Podría decirse que esta dualidad política se resume en
liberalismo y democracia; benthanismo y antibenthanismo. Mazzini sostenía que bajo la
doctrina de la felicidad y del bienestar, inspirada por el utilitarismo, se forman hombres
egoístas, adoradores de la materia.
Con la fiebre del socialismo se abrió en debate el tema del liberalismo vinculado a
la democracia, conciliación que aparentemente se ha consolidado en el siglo XX. Hobhouse
y Carlos Rosselli llevaron a cabo textos donde trataban sintetizar el socialismo con el
liberalismo, sumado a eventos de intentos de integración entre sí en el mismo siglo pasado.
Sin embargo, el socialismo liberal (o liberal-socialismo) se mantiene difícil de entender o
delimitar. Mientras tanto, la conjunción del liberalismo con el liberismo es de un progreso
agigantado en las pasadas décadas. Einaudi, otro pensador importante del liberalismo,
enarboló la tesis de que la libertad, siendo un ideal moral, se puede realizar mediante las
más diversas disposiciones económicas con tal que se dirijan a la elevación moral del
individuo, postura contraria a Croce, quien no aceptaba una conciliación entre liberalismo y
socialismo. Actualmente está presente el neoliberalismo, doctrina que concilia la libertad
económica del liberalismo con formas políticas más maleables, no haciendo imprescindible
el liberalismo político. Friedrich von Hayek estuvo en contra de esta forma neoliberal,
afirmando que el neoliberalismo debe poseer las bases clásicas, tanto económica como
política, o de lo contrario hay problemas. Robert Nozick es otra figura defensora del
neoliberalismo que está en contra del estado máximo pero a favor de la existencia del
Estado, incluso como mal necesario. La tesis de Nozick está basada en algunos principios
del derecho privado, en las cuales el individuo tiene el derecho de poseer lo que ha
adquirido justamente (o principio de justicia en la adquisición) y lo que ha adquirido
justamente por herencia o traspaso (principio de justicia en la transferencia). Cualquiera
otra tarea que el Estado asuma es injusta porque interviene indebidamente en la vida y en la
libertad de los individuos.
Últimamente se ha puesto como tema de polémica de la incapacidad de los
gobiernos democráticos de dominar convenientemente los conflictos de una sociedad
compleja, la carencia de poder. A eso se enfrenta el escenario democrático de los pasados
próximos años para la actualidad. Los principales puntos recaen en el sobrecargo: “mientras
la democracia hace que la demanda sea fácil y la respuesta difícil, la autocracia hace que la
demanda sea difícil y la respuesta fácil”; la conflictualidad social, pues ésta se manifiesta
mucho más en un régimen democrático que en un régimen autocrático, y entre más
aumentan los conflictos, más ardua es la faena de darles solución; y la distribución del
poder, pues en un régimen democrático el poder está más repartido que en un régimen
autocrático. Como si no fuera suficiente el poder difuso, también se encuentra fragmentado
éste, y es que existiendo un poder fragmentado, hay poderes que se oponen entre sí y sólo
crean conflicto, siendo muy difícil su recomposición. Para propiciarle solución a estos
conflictos, se han propuesto dos tipos de medidas: darle un mayor peso de poder al mandato
presidencial, o retomar la decisión de la mayoría, dejando de lado a los mediadores. Así, lo
que ha venido imperando ha sido el liberalismo que ha tomado a la democracia como
instrumento maleable. No obstante, todavía existe una lucha por la democracia que cada
vez más, en la medida de las posibilidades, le exige al liberalismo una mayor práctica del
sufragio universal. Macpherson habla de este proceso como el paso de una democracia de
equilibrio a la democracia participativa. Según escribe Bobbio, este conflicto va a existir
siempre, pese a desarrollarse continuamente en esferas más elevadas. La única de las
soluciones es la negociada, misma que, dicho sea de paso, es finita.