Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Redención
Dragonlance: La Saga de Dhamon
3
ePub r1.2
helike 03.10.13
Título original: Redemption
Jean Rabe, 2002
Traducción: Gemma Gallart
Ilustración de portada: Jerry Vanderstelt
Diseño de portada: helike (plantilla de
Piolin)
Viento y escamas
Piel de cordero
Un territorio inestable
Gélida desesperación
***
***
—Esto no es la vivienda de un
hechicero.
Dhamon estaba de pie en el centro
de una habitación pequeña que, desde
luego, no era la clase de habitación que
habría sido decorada por ninguno de los
hechiceros que él conocía. Las paredes
estaban cubiertas de pieles de animales
llamativamente teñidas, y por más de
aquellos enigmáticos símbolos que
había visto en el exterior del edificio; de
colores más vivos éstos que los del
exterior debido a que el sol no los había
descolorido. Varios estantes estrechos
exhibían cráneos de animales pequeños
y cuencos de cristal con capas de arena
de colores, lo que daba al lugar un
aspecto, a la vez, bárbaro y llamativo.
Había jarras llenas de sustancias secas,
flores prensadas y hierbas, campanillas
con símbolos pintados, colecciones de
cuentas y bastones festoneados de
plumas; todo ello, dispuesto de tal modo
que parecía como si el local hubiera
sido una tienda y todas aquellas
curiosidades estuvieran a la venta.
Había un impresionante tapiz, que
mostraba un cuarteto de pegasos alzados
sobre los cuartos traseros sobre el
cuerpo de un oso de dos cabezas. Y
también estaba el intrigante aroma que
lo había atraído al interior. Emanaba de
una bandeja repleta de raíces bulbosas:
todas ellas en apariencia frescas y sin
rastro del polvo que cubría todo lo
demás.
—Hechicería, sí, pero no de algún
camarada de Palin. Tal vez esas raíces
sean comestibles, pero no estoy
hambriento hasta ese punto.
Un registro reveló yesca y acero, y
Dhamon encendió una recargada
lámpara llena de un embriagador aceite
almizcleño. La cabeza empezó a darle
vueltas debido al sofocante aroma, que
le producía la sensación de estar
borracho, e hizo un movimiento para
apagar la lámpara, pero se contuvo
cuando la luz se propagó y bañó la
estancia con un cálido resplandor.
Descubrió, entonces, más curiosidades,
incluidos algunos animales disecados:
una serpiente enroscada, un lagarto de
cola rizada y un erizo con seis patas,
pero no consiguió encontrar un solo
trozo de pergamino que le proporcionara
alguna pista respecto a dónde se
encontraban él y sus compañeros.
Cortinas y cuentas colgaban de una
viga que recorría la parte trasera de la
habitación, para separar, tal vez, la
pequeña tienda de la vivienda del
propietario. Quizás encontraría
documentos allí.
Al aventurarse tras las ristras de
cuentas, se encontró en una estancia
mucho más grande con una mesa
cubierta de arena que no le llegaba más
arriba de las rodillas. Quitó el polvo y
depositó la lámpara sobre la mesa,
frunciendo el entrecejo al contemplar su
aspecto desaliñado reflejado en la
superficie. La mesa estaba hecha de
nogal pulimentado y lucía incrustaciones
de plata; se trataba, pues, de una
auténtica obra maestra. Dispuestos
alrededor de ella había unos cojines
abullonados, todos con una capa de
polvo y de caparazones de insectos, y en
el centro de la mesa se veía un montón
de huesos de dedos y patas de pollo
fosilizadas, cubos de madera pintada y
una copa que contenía hojas verdes
secas.
Pañuelos y cintas colgaban del
techo, y había hileras de estantes sobre
los que reposaban diminutos animales
disecados, cráneos de monos, esculturas
de cristal de insectos, tarros con arena y
polvos, y rollos de pergaminos de
aspecto frágil. Los ojos de Dhamon se
posaron en estos últimos. «A lo mejor sí
hay un mapa aquí, después de todo»,
pensó.
Alargó la mano hacia el pergamino
más grueso, y su mano rozó una talla de
un oso del tamaño de una ciruela. Era
uno de los innumerables animales
tallados, cuyos tamaños iban desde el de
una pequeña cereza al de una manzana
grande, que se balanceaban de unas
cuerdas desde las estanterías superiores.
Unas cuñas de cristal de colores se
balanceaban también en el aire y
atrapaban la luz de la lámpara, que
luego proyectaban en forma de figuras
arremolinadas por toda la habitación.
Observarlas le hacía sentirse mareado.
No se trataba de un hechicero;
aquello era el establecimiento de una
pitonisa, decidió, algo decepcionado.
Una que hacía tiempo que se había
marchado de aquella ciudad. Introdujo
el pergamino bajo el brazo y al alargar
la mano para coger los otros, su mirada
se fijó en el cojín de mayor tamaño. Una
túnica de color morado recorrida por
hilos metálicos descansaba sobre él; no
muy lejos había brazaletes, también
pendientes, y una especie de complejo
sombrero. Unas delgadas cartas de
madera surgían del extremo de una
manga, y sobre dos de los otros cojines
estaban esparcidas más prendas
abandonadas.
—Clientes que también
desaparecieron hace tiempo.
Deberíamos hacer todo lo posible por
marcharnos de aquí cuanto antes —
murmuró para sí, inquieto.
***
***
Adolescencia robada
***
***
***
Dhamon ya no se encontraba en el
terreno de labranza. Estaba en Neraka,
en medio de un impresionante ejército
de draconianos y de camino al templo de
la Reina de la Oscuridad. Unos
caballeros solámnicos cayeron sobre
ellos, y la lucha empezó. Olía la sangre
en el aire, los gemidos de los
moribundos zumbaban en sus oídos, y se
desarrollaba toda una carnicería a su
alrededor. Consiguió abatir a cinco
solámnicos antes de ser sojuzgado…
igual que Ariakan había matado a cinco
antes de que lo capturaran.
¡Dhamon se hallaba en el lugar de
Ariakan!
Herido y derrotado, el muchacho fue
arrastrado a la Torre del Sumo
Sacerdote y encarcelado, igual que
Ariakan. Los solámnicos no tardaron en
quedar impresionados por su valor e
inteligencia y lo consideraron un cautivo
realmente valioso.
Mediante la visión inducida
mágicamente, Dhamon vio que, igual que
Ariakan, escudriñaba a sus carceleros y
fingía estar «rehabilitado». Afirmó ser
su amigo y les pidió estudiar con ellos,
pero cuando llegara el momento, se
marcharía, armado con los
conocimientos necesarios para iniciar su
propia Orden.
Dhamon sintió frío de improviso.
Helado hasta los huesos, se rodeó el
pecho con los brazos en un inútil
esfuerzo por calentarse. Las piernas le
escocían debido al crudo viento invernal
y al esfuerzo que significaba avanzar por
las elevadas montañas que rodeaban la
gloriosa ciudad de la Reina Oscura.
Hambriento y congelado, se vio a sí
mismo en la piel de Ariakan
deambulando perdido, mientras rezaba a
su madre, Zeboim, para que lo ayudara.
La ayuda le fue concedida bajo la forma
de un rastro de conchas marinas, que lo
condujeron a una profunda caverna en la
que descansó y se recuperó, y donde
presenció una manifestación de Takhisis,
que le concedió su beneplácito para
fundar la Orden de Caballería.
***
El Remo de Bev
***
***
***
***
La piel de Shrentak
***
En busca de la señora
suprema
***
***
***
***
La pequeña estaba sentada sobre una
repisa rocosa, con los pies
balanceándose por encima del borde
mientras las piernas pateaban
distraídamente el aire. Se encontraba a
unos treinta metros por encima de un
sendero sinuoso, contemplando una
pequeña caravana de comerciantes
mientras consideraba si debía hacerles
una visita bajo su apariencia de
ergothiana seductora. Podría haber algo
dentro de uno de los carros que agradara
a su amo, y tal vez algo que pudiera
complacerla a ella.
El Dragón de las Tinieblas yacía en
las profundidades de la montaña,
dormido. Había estado durmiendo más
de lo normal, y los intervalos en que
permanecía despierto eran cada vez más
cortos. Pasado el mediodía del día
anterior, el dragón le había hablado
apenas unos breves instantes antes de
sumirse en uno de sus intermitentes
sopores que hacían estremecer la cadena
montañosa. Había llegado el crepúsculo
ya, y el ser no había despertado todavía.
Vigiló los carros hasta que
desaparecieron de la vista, sin dejar de
preguntarse si no habría dejado escapar
algún bocado exótico y sabroso o una
chuchería especialmente atractiva, y
siguió observando mientras el cielo se
oscurecía y las estrellas aparecían poco
a poco. Todo en Throt era seco y
aburrido. Las escarpadas montañas
pardas recordaban la columna vertebral
de alguna enorme bestia muerta, y el aire
olía a… a nada. No flotaba el menor
indicio de lluvia en la atmósfera. Nura
echaba de menos el calor húmedo y
asfixiante del pantano con su fuerte olor
a vegetación putrefacta y su diversidad
de animales repugnantes y hermosos.
Había aves en ese lugar, pero no había
variedad, todas eran negras y pardas,
todas con el mismo gorjeo fastidioso. Se
veían lagartos, unos que eran pequeños y
con colas rizadas, pero la mayoría
lucían el mismo color pardo de las
montañas. No resultaban nada
apetitosos.
Si Dhamon no se hubiera mostrado
tan rebelde, ella y el Dragón de las
Tinieblas estarían aún disfrutando del
glorioso clima de la ciénaga. Si
Maldred hubiera sido más digno de
confianza… si al menos ella hubiera
previsto que tendrían un problema con
aquel estúpido.
Caviló respecto al ogro hasta que el
cielo se iluminó y las rocas se
estremecieron bajo ella. Se levantó de
un salto, y corrió hacia una amplia
hendidura en la montaña. Se detuvo justo
traspuesto el umbral, para despojarse de
la imagen de niña, y se deslizó al
interior de la polvorienta caverna como
la serpiente Nura Bint-Drax.
Apenas quedaba lustre en las
escamas del dragón, y éste aparecía más
gris que negro.
—Amo —salmodió ella—, vivo
para servirte.
La naga se enroscó, pegada casi al
suelo, frente a la criatura, sin osar
moverse otra vez hasta que notó que el
suelo retumbaba en respuesta. Entonces
se alzó muy erguida, para recostarse
sobre la cola, con la caperuza bien
desplegada alrededor de la cabeza y los
ojos bien abiertos con expresión
satisfecha.
—¿Funciona tu plan? Dímelo, amo.
—Nura no intentó ocultar su
nerviosismo—. Esperabas todo esto. Lo
previste. ¿Forma todo parte de tu plan
para obligar a Dhamon Fierolobo a
matar a Sable?
El dragón sacudió la inmensa testa, y
las barbas gotearon hasta el suelo. La
respiración de la criatura se aceleró, y
la brisa provocada golpeó, ardiente, el
rostro de Nura.
—No exactamente. He descubierto
otro modo de producir la energía que
necesito para vivir —respondió el
dragón.
Nura Bint-Drax se arrastró hacia
atrás hasta colocarse a una respetuosa
distancia y, desde aquel punto de
observación más seguro, consiguió ver
una parte mayor del hermoso Dragón de
las Tinieblas. La cueva no era tan oscura
como la de la ciénaga, y eso era lo único
bueno que tenía en opinión de la naga,
ya que podía ver mejor a su amo.
—Khellendros, llamado Skie por los
hombres —empezó a decir el dragón—,
intentó en una ocasión crear un cuerpo
para su amor, Kitiara. Lo que se cuenta
entre los dragones es que en un principio
esperaba colocar el espíritu de la mujer
en el cuerpo de un drac azul; pero
cuando eso fracasó, intentó robar a
Malys su alma, con la intención de
permitir que Kitiara penetrara en el
cuerpo de la Roja.
Los ojos de la mujer-serpiente
centellearon fascinados.
—Más, amo. Cuéntame más.
Nura vivía para relatos como
aquéllos, que eran conocidos sólo por
dragones.
—Khellendros podría haber tenido
éxito, si las cosas hubieran salido como
correspondía. Pero yo tendré éxito con
Dhamon Fierolobo. No cometeré los
errores de Khellendros.
—No comprendo.
Nura Bint-Drax arrugó el entrecejo,
pensativa. Se suponía que Dhamon tenía
que matar a Sable, para que el dragón,
cuya forma física se estaba muriendo,
pudiera usar su magia para transferir su
espíritu al interior del cuerpo de la
Negra.
—Olvidas que puedo leer tus
pensamientos —tronó el dragón con una
formidable risita.
La criatura se estiró todo lo que
pudo dentro de los confines de la cueva,
alargó una zarpa en dirección a la naga y
arañó el suelo de piedra.
—No, ésa no fue nunca la intención,
Nura Bint-Drax. Dhamon… y los otros
que cultivé… el mejor ejemplar iba a
albergar mi espíritu cuando este cuerpo
se deteriorara. Dhamon ha demostrado
ser el más fuerte. Es quien mejor se ha
adaptado a mi magia. Es el indicado.
—Pero ¿Sable…? —La perplejidad
resultaba evidente en el rostro de la
naga.
—Sable fue siempre un medio para
obtener un fin. Mi intención era usar la
energía liberada por la muerte de la
señora suprema para ayudar a potenciar
mi conjuro. Me estoy muriendo, Nura
Bint-Drax. Vivir en el interior del
cuerpo de Dhamon es mi mejor recurso.
—¡De modo que es el cuerpo de
Dhamon el que te salvará! —exclamó
ella, atónita.
—Sí.
—Tu espíritu desplazará al suyo.
El dragón asintió ligeramente.
—La energía del dios Caos me dio
vida, y la energía procedente de las
muertes de los dragones en el Abismo
me alimentó. La magia surgida de las
muertes durante la Purga de Dragones
me fortaleció. Y ahora…
—Comprendo. La energía generada
por la muerte de Sable te ayudará a vivir
en el cuerpo de Dhamon Fierolobo.
Nura escudriñó el semblante de su
señor y se vio reflejada en los apagados
ojos. La naga inclinó la cabeza
pesarosa.
—Yo habría albergado de buena
gana tu espíritu, amo —dijo—. De buen
grado habría…
—Lo sé —replicó el Dragón de las
Tinieblas—, pero eres más valiosa, para
mí, y para este mundo. A Dhamon se le
puede sacrificar.
Aquello complació a la naga, que se
deslizó al frente para acariciar la
mandíbula del Dragón de las Tinieblas.
—Cuéntame más, por favor —
imploró—. ¿Qué planes tienes? ¿Qué
debo hacer? ¿Qué hemos de hacerle a
Dhamon Fierolobo?
—Por el momento, protegerlo.
El dragón cerró los ojos un breve
instante, y ella temió que volviera a
sumirse en un profundo sueño, pero en
realidad lo que hacía el leviatán era
disfrutar con las caricias de la mujer-
serpiente. Al cabo de unos minutos, sus
ojos volvieron a bañar la cueva con su
apagado fulgor amarillento.
—Hay una magia interesante en el
interior del mago ogro —comentó el
dragón—, y en las armas que él y
Dhamon llevan. Existe magia en el sivak
sin alas. Las muertes de Maldred y el
sivak deberían liberar la magia
necesaria, combinada con la destrucción
de los objetos encantados que he ido
reuniendo desde la Guerra de Caos.
—¿Será eso suficiente? —inquirió
Nura, escéptica.
—No tanto como la magia que late
en el corazón de Sable —replicó
rápidamente su señor, y las palabras
enviaron nuevos temblores a través de la
roca—. Pero no tenía demasiadas
esperanzas en que Dhamon matara a
Sable; en realidad, mi objetivo era
conseguir tiempo hasta que su cuerpo
estuviera preparado para mi espíritu. La
magia de que disponemos tendrá que ser
suficiente. Entre tanto, reuniremos más
para estar más seguros.
—¡Oh, ya veo! Eres muy listo, amo.
¡Empezaremos con el tesoro oculto en la
fortaleza de los Caballeros de Neraka en
las montañas Dargaard!
A Nura le había dado que pensar el
que, nada más llegar a Throt, el Dragón
de las Tinieblas le hubiera pedido que
capturara a un caballero de aquellas
montañas y lo condujera hasta aquella
cueva.
—Sí; de esa fortaleza. El caballero
me… ha hablado de su cámara del
tesoro.
—¿Será difícil de conseguir?
—No para ti, mi querida Nura.
***
Reencuentro sangriento
***
La balsa se inclinó peligrosamente con
el peso añadido de Fiona. Ragh
desgarró tiras de tela de la túnica de la
mujer para atarle las manos a la espalda,
y ordenó a Maldred que la vigilara. No
obstante, el ogro tenía que prestar más
atención a Dhamon, que se hallaba febril
y deliraba.
Tal y como Dhamon había hecho, el
draconiano usó el mango de la alabarda
para impulsar la embarcación a lo largo
de la orilla poco profunda del río. La
luna mostraba el camino y facilitaba luz
suficiente para que pudiera vigilar
nerviosamente a sus pasajeros.
—¿Por qué en honor a la progenie
de la Reina de la Oscuridad estoy
haciendo esto? —masculló—. Podría
estar lejos, a salvo en alguna parte, lejos
de esta dama enloquecida y ese ogro
traicionero. Lejos de Dhamon, que tal
vez estaría mejor muerto.
El herido se revolvía, y gotas de
sudor brillaban sobre su frente, que
todavía mostraba en gran parte piel
humana. Bajo los vendajes oscurecidos
por la sangre relucían las escamas.
Mientras lo contemplaba, Ragh observó
cómo una pequeña zona de piel en la
mandíbula de Dhamon se oscurecía y
borboteaba. El trozo, más o menos del
tamaño de una moneda pequeña, se
hinchó, adoptó un brillo oscuro, y se
convirtió en una escama.
—Es culpa mía —murmuró el
draconiano.
En la primera expedición que
realizaron a Shrentak, había entrado en
la ciudad con Dhamon, y había ido con
él al laboratorio de la anciana sabia.
Dhamon había intentado conseguir de la
anciana una cura a su dolencia y se
había desvanecido durante el proceso a
causa de un ataque de dolor provocado
por la escama. El hombre nunca supo
que el remedio de la mujer sabia
funcionaba. Mientras él estaba sin
sentido, la mujer había exigido como
precio por la curación que Ragh se
quedara con ella como su mascota
sumisa. El draconiano, ofendido ante la
propuesta, había matado a la sanadora y
luego había ocultado el cadáver, de
modo que cuando Dhamon despertó, le
dijo que la mujer se había dado por
vencida y marchado, y él lo creyó.
Había impedido que Dhamon
obtuviera la cura que necesitaba tan
desesperadamente.
Era culpa suya que Dhamon
pareciera menos humano cada día que
pasaba, y se decía ahora que podría
haber obligado a la mujer sabia a
ayudar. Matarla había sido la salida
fácil.
—La fiebre empieza a ceder —
anunció Maldred, volviéndose hacia él.
—A lo mejor deberíamos haberle
dejado morir. Mejor eso que vivir como
eso en lo que se está convirtiendo —
respondió Ragh, mientras observaba
cómo su amigo se agitaba como si
estuviera inmerso en un sueño.
De hecho, Dhamon soñaba. Soñaba
con la tempestad en los ojos de Fiona, y
veía cómo Rig intentaba abrirse paso
entre la tormenta. El marinero de piel
oscura pronunció el nombre de Fiona,
luego el de Shaon. Raph también estaba
allí, un joven kender que había muerto
estando junto a Dhamon. También vio a
Jaspe, y a innumerables rostros sin
nombre; caballeros solámnicos y
soldados que había matado cuando
vestía la armadura de los Caballeros de
Takhisis.
La tormenta rugió con más violencia,
y su oscuridad ocultó todos los rostros
en tanto que el retumbo del trueno
ahogaba los gritos de Rig pidiendo
ayuda. Cuando la tempestad amainó por
fin, apareció una caverna enorme,
iluminada en algunos lugares por
relámpagos que no procedían de la
tormenta sino que surgían de las fauces
de Dragones Azules. Los dragones
volaban a la altura del techo, rodeaban
salientes de roca y estalactitas, y se
aproximaban dando vueltas al Padre de
Todo y de Nada. Caos. Caían dragones,
algunos apartados a manotazos por el
dios; pero siempre aparecían otros que
se alzaban y descendían en picado para
ocupar su lugar. Los relámpagos no
cesaban, el olor a azufre inundaba el
aire, y a la sombra de Caos le crecieron
unas alas monstruosas.
14
Fantasmas en la ciudad
***
La travesía
Un comité de bienvenida
Throtiano
***
***
Visiones y sombras
***
La brigada Globin de
Ragh
***
***
***
Las cosas no fueron bien. Los alarmados
aldeanos ya se habían preparado para
los sobresaltos y se alarmaron ante la
visión de Ragh descendiendo por la
calle principal. El draconiano resultó
herido por una lanza hobgoblin antes de
que pudiera gritar nada para mitigar los
temores de la población, y en aquellos
momentos se encontraba al cuidado de
Riki, que lo había hecho sentar en una
silla en el interior de su pequeña casa
—la única silla que consideraba capaz
de soportar el considerable peso del
sivak— para vendarle la herida. Le
aplicó ungüento en la zona herida de las
costillas en la zona agujereada y le
limpió la sangre del antebrazo y el
hombro, que habían sido acribillados
con rocas.
—¡Cerdos, pues sí que te han dejado
bueno, animalito! —comentó la
semielfa, que se deshacía en atenciones
con el draconiano, mientras Varek y
Fiona observaban—. Mis nuevos amigos
de este lugar no sabían que no eras un
animalito malvado. Simplemente estaban
hartos de todos los…
—Hobgoblins —facilitó Ragh.
—Hobgoblins y criaturas parecidas
que nos han estado impidiendo que
fuéramos a ninguna parte. —Enrolló un
vendaje alrededor del hombro del
herido, uno que recordaba
sospechosamente a un pañal infantil, y
retrocedió unos pasos para admirar su
obra—. Eso debería ser suficiente,
Ragh.
La solámnica había tomado al bebé
en brazos y lo acunaba con gesto
maternal. Un niño con brillantes ojos
oscuros y cabellos color trigo. En la
pierna del bebé se veía una curiosa
marca de nacimiento, y Fiona siguió su
contorno con el dedo. La marca
recordaba vagamente a una escama y era
dura al tacto. El dedo de la mujer
acarició el rostro de la criatura, cuyas
orejas eran redondeadas, sin nada en
ellas que recordara a las de su madre.
Por lo que Fiona pudo observar no
existía el menor parecido con Varek,
sólo con Dhamon, y se preguntó si Varek
había adivinado la verdad.
—Debo admitir que me sorprende
que estéis vivos. —Riki se puso a
charlar con el sivak—. Tú y Dhamon…
y Maldred, también, según te he oído
decir. —Agitó un dedo ante él—.
Imaginaba que os habrían ahorcado a
todos hace meses. No era mi intención
abandonaros allí, en aquella cárcel, pero
tenía que pensar en el bebé. Y en mí y en
Varek.
Ragh lo recordó con un gruñido.
Riki los había denunciado a unos
caballeros de la Legión de Acero, meses
atrás en una cárcel dejada de la mano de
los dioses en las Praderas de Arena. Lo
había hecho para garantizar la seguridad
de Varek y de sí misma, y lo había
hecho, al parecer, sin sentir ningún
remordimiento.
—No me juzgues equivocadamente,
animalito —añadió la semielfa, mientras
ajustaba los vendajes una vez más—.
Me alegro de que no murieras. No eres
malo para ser lo que eres. Pero no
comprendo cómo tú y tus amigos
evitasteis la soga.
—El relato es largo y habrá que
dejarlo para otro momento, Rikali —
respondió él con voz cansina.
—Tengo unos cuantos de tales
relatos para contárselos a mi bebé
cuando sea mayor —replicó ella,
alegremente—. Historias sobre este
pueblo, también. Esos horribles
hobgoblins nos han impedido ir a
ninguna parte durante bastantes meses, y
todo porque Varek y algunos de los otros
trabajaban para ayudar a la Legión de
Acero. No existe recompensa para las
buenas obras en este triste mundo.
El draconiano asintió. La semielfa
tenía razón. Las buenas acciones no
resultaban provechosas.
—¿Qué hay de los solámnicos? —
intervino Fiona, sin apartar ni un instante
los ojos del bebé—. Tengo entendido
que hay simpatizantes solámnicos en
este pueblo, también.
—¡Cerdos, ya lo creo que los hay!
—prosiguió Riki, al mismo tiempo que
daba una palmada a Ragh en la espalda
para indicar que había terminado—. Por
aquí hay toda clase de gentes de ésas
que son tan buenas que resultan
insoportables. Me sorprende que
consiguiéramos llevarnos tan bien con
todas; yo, Varek y el niño. —Calló y
paseó la mirada por la vivienda de una
sola habitación—. ¿Dónde está
Dhamon? ¿No sabéis dónde está?
—No —Fiona negó con la cabeza—,
pero lo encontraré. Lo localizaré, te lo
prometo.
—Estupendo —respondió ella, sin
comprender del todo; luego cerró las
menudas manos y las apoyó en las
caderas—. Puedes decirle que Varek y
yo nos hemos ido de aquí; no vamos a
perder ni un minuto, esperando a que los
hobgoblins regresen. Nos vamos hoy
mismo. Vamos a… —Se volvió hacia su
esposo—. ¿Adónde dijiste que íbamos,
Varek?
—Evansburgh, creo. —Miró a su
alrededor nervioso, pues no parecía que
hubieran avanzado mucho en la tarea de
embalar sus pertenencias—. Puede que
hoy no, pero nos iremos muy pronto,
Riki. Si… cuando… llegue la noticia a
los Caballeros de Takhisis de que sus
pequeños monstruos han sido…
—Asesinados —interpuso Fiona.
—Asesinados, sí, enviarán
caballeros en lugar de hobgoblins.
Evansburgh es un lugar más grande. O
tal vez iremos a Haltigoth y nos
perderemos allí. —Se frotó las palmas
de las manos en la túnica—. Quiero que
mi familia esté a salvo. Soy leal a la
Legión, pero éste no es momento de
arriesgar mi vida. No cometeré el
mismo error de poner a Riki y a nuestro
hijo en peligro.
Riki se deslizó hasta Fiona y tomó el
niño.
—Di a Dhamon que probablemente
nos habremos ido. También a Mal, ¿de
acuerdo? ¿Se lo dirás a los dos? No me
importaría volver a verlos.
La mujer no dijo nada.
—Díselo tú —agregó la semielfa,
volviéndose entonces de nuevo hacia
Ragh—, y diles que lamento de verdad
haberlos entregado a aquellos
caballeros de la Legión de Acero hace
unos cuantos meses. Hice lo que tenía
que hacer, tú lo comprendes. —Empezó
a arrullar al bebé y le sopló con dulzura
en la frente—. Díselo a los dos.
—Lo haré —respondió el
draconiano, y tal vez aquello fuera otra
mentira.
En un instante, el sivak llegó ante la
puerta, miró al exterior y esbozó una
mueca divertida al observar la presencia
de un grupito de aldeanos curiosos que
aguardaba fuera.
Fiona pasó veloz junto a él y salió a
la brillante luz del sol.
—Sí, díselo tú a Dhamon, sivak,
pero tendrás que hablar deprisa, porque
cuando lo encuentre, no le quedará
mucho tiempo de vida.
Riki enarcó una ceja, pero Ragh ya
había salido corriendo, y alcanzado a
Fiona, que tenía la espada desenvainada,
con los nudillos blancos sobre la
empuñadura, y la hoja del arma limpia y
reluciente.
19
Juego de sombras
***
***
***