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El lobo, la cabra y la col.

Un antiguo aforismo armenio dice que solo merecerá el nombre de hombre quién haya
sido capaz de mantener indemnes el lobo y el cordero que han sido confiados a su
cuidado. Esta máxima tiene un acertijo asociado, que se pregunta cómo puede un pastor
que tiene bajo su custodia una cabra, un lobo y una col, atravesar un río en barco, siendo
que solo puede trasportar una sola de estas cargas en cada viaje. Si el pastor escoge
trasladar la hortaliza primero, el lobo devorará a la cabra, y si embarca al lobo, la cabra
se comerá la col. Dentro de la esencia misma de la humanidad, está la misión de
conciliar los contrarios, con el fin de que la creación permanezca completa, tenga esta
un origen divino o espontáneo. Tanto pecan quienes defienden que hay que tolerar la
acción depredadora del lobo sin inmutarse, como los que propugnan su extinción como
quién se deshace de una carga innecesaria. Si observamos a nuestro alrededor,
comprobaremos, por ejemplo, que el único oso grizzly que sobrevive en la súper
desarrollada California es el que luce su bandera. Thoreau afirmaba: "creo en el bosque,
en la pradera y en la noche que crece el maíz". Es fácil asegurar que nuestro sistema
económico es tóxico para la naturaleza, pero lo que no es tan sencillo es proponer
alternativas. Muchos ecologistas practican un maniqueísmo perverso, que opone el falso
modelo purista de una naturaleza intacta, al de su explotación salvaje. No tienen
ninguna duda, en su soberbia citadina, de que el ganadero es el malo de la película,
mientras disfrutan de los caminos abiertos y de los montes desbrozados por el trabajo
duro de los campesinos. Nadie está libre de pecado, muchos perros pasan su vida
encadenados a una triste caseta, pero también hay personas en el medio rural que sufren
viendo su cabaña diezmada y no solo por su valor económico. El dolor de las ovejas
agonizantes por los ataques del lobo tiene bastante más que ver con el corazón que con
la cartera. La máxima de que el lobo mata por placer también resulta discutible. La
manada sigue su instinto, y este le dicta que ha de enseñar a cazar a sus crías, lo que se
traduce en que hay más reses heridas de las que son capaces de comer. Ninguna
ideología es lo suficientemente buena como para no admitir una revisión meditada. Las
familias ganaderas aman su terruño y lo conocen con una intimidad que muchos
animalistas ni soñarían. La despoblación del medio rural puede convertir nuestros
pueblos en una reserva indígena, para solaz de urbanitas despreocupados. Aprendamos
que la diferencia no implica necesariamente oposición.

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