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A quienes nos gustan las palabras nos encantaría levantar edificios de aforismos, con

habitaciones con vistas a otras almas, hechas de frases que consigan entrar hasta en los
corazones más fríos. Pero las palabras son juguetes del viento y por entre sus agujeros
se cuela la intemperie. No existen acertijos sencillos para quienes no ven más allá de sus
propios pies, quién no está dispuesto a recibir jamás estará dispuesto a dar. Las
fortalezas más difíciles de sitiar son aquellas que no tienen muros aparentes, aquellas en
las que lo más duro es el corazón de quienes las ocupan. Quién no entiende una mirada
jamás entenderá una larga explicación, y así sin ojos ni lengua lo único que resta es
tumbarse en la nieve a esperar que el sol la funda y el deshielo nutra de nuevo los
pantanos hasta que las lágrimas tengan la fuerza necesaria para volver a caer.

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