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MARTA RODRÍGUEZ

Nace en Bogotá en 1933, realiza estudios de sociología en Barcelona en 1951, y en


Colombia en 1968, en la recién fundada facultad de sociología de la Universidad Nacional.
Allí conoce a Camilo Torres con quien desarrolla trabajos de campo en los suburbios más
deprimidos de Bogotá. Esta experiencia la lleva a estudiar antropología en Francia, donde
realiza estudios de cine y etnología. Recibe la influencia del documentalista francés Jean
Rouche y del movimiento Cinema Verité.
Su trabajo cinematográfico comienza con Chircales en cuyo desarrollo trabaja entre 1967-
1972. Desde está primera experiencia se marca el tono de su cine y su preocupación con las
clases menos favorecidas. En 1972 presenta planas testimonio de un Etnocidio, donde
plasma la violencia de la que es objeto la comunidad indígena de los guahibos. Gana la
paloma de oro en Leipzig y con el dinero del premio termina la producción de Chircales
que es reconocida en festivales de Colombia, Mexico, Suecia, Finlandia y Alemania.
Su trabajo profundiza en las comunidades indígenas. La violencia a la que están expuestos
en documentales como “La voz de los sobrevivientes” (1980), “Nuestra voz de tierra
memoria y futuro” (1982), “No hay dolor ajeno” (2012) y “La sinfónica de los Andes”
(2020). La incidencia de los cultivos de ilícitos en estas comunidades y como ello afecta su
cultura, en “Amapola, la flor maldita” (1998), “Los hijos del trueno” (1999) y “la hoja
sagrada” (2001).
Explora en diversos documentales el papel de los trabajadores explotados como en su opera
prima “Chircales” (1972), “Campesinos” (1975) y “Amor mujeres y flores” (1989). Dichos
trabajos han llevado a que sea objeto de amenazas por ayudar a los trabajadores a
sindicalizarse y hacerlos conocedores de sus derechos, impulsándolos a que los exijan.
Retrata el drama vivido desde mediados de los años noventa por las comunidades
afrocolombianas del Urabá Chocoano y Antioqueño, desplazadas violentamente, en
documentales como “Nunca más” (2001), “Una casa sola se vence” (2004) y “Soraya, amor
no es olvido” (2006). Así completa un largo recorrido por la historia de Colombia,
retratando la violencia, la injusticia y la opresión de las comunidades menos favorecidas y
que no tienen forma de reclamar sus derechos.
Todo lo anterior ha hecho que sea reconocida nacional e internacionalmente como una de
las figuras latinoamericanas más importantes para el genero documental. Tiene una
influencia enorme en la manera en que se hace actualmente el documental en Colombia, sus
procedimientos como los comentarios en off, la camarografía, la música, el ritmo del
montaje, los planos, los personajes, etc, son usados continuamente en el cine actual.

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