La oveja negra y demás fábulas, Augusto Monterroso.

Uno puede imaginarse a Monterroso ante la hoja en blanco, con la mirada fija, y
unas ganas de escribir provenientes de las entrañas. Ahí mismo pondrá una o dos
líneas, con aliento veloz pero corto, ese aliento propio que se traspasa a sus
textos, a sus joyas. Momentos después podemos verlo caminando, leyendo,
respirando, viviendo; para luego volver y poner fin o dar inicio a lo que le dictan el
gusto y el genio. Quizá así se habrá construido este libro de fábulas.
Después de la primera lectura, un cierto gusto revuelto con cariño me empujan a
tomarlo de nuevo. Esta insistencia nace de su capacidad inagotable ante las
relecturas, cada vez que lo tomo es imposible no sonreír. Ya con solo palparlo el
recuerdo de las vueltas de tuerca, del ingenio, la concisión y el dominio literario de
Monterroso; hacen pensar que se ha renovado el género. El maestro del
microcuento le ha lavado la cara a la fábula.
Así en el reflejo de nuestros semejantes bestiales, en la visión de ideas
antropomórficas; se nos despliega la experiencia humana con su historia,
psicología, ciencia, magia y religión. Una mirada cultural en busca de mejores
perspectivas: un caballo imaginando a Dios, las historias del bien y el mal, la fe, y
las ovejas negras. Esas ovejas negras como Monterroso, que han imaginado el
encuentro de un burro y una flauta, a una rana en busca de autenticidad, a un león
infantil frente a un maduro conejo, al zorro que no escribió más, y tantas otras
fábulas inmunes al desgaste.
Monterroso, es de esas ovejas negras que matamos de olvido, o de recuerdo
inaguantable como esta reseña, que finge levantar una estatua. Debería bastar
solo el título, una lista de libros que un ser humano recomienda a otro. Este
antiguo acto de compartir el universo privado se ve limitado por nuestro estado
mortal, por ello, se hacen necesarias las justificaciones para quemar vida en algo.
Desde aquí, este extraño dice no haberse arrepentido, y haber ganado un clásico
para su biblioteca.