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El Conflicto 1
El Conflicto 1
El conflicto
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Aranda, Rafael Marcos. La negociación y mediación en conflictos sociales, Trama editorial, 2005. ProQuest Ebook Central,
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Hablar de conflicto en este libro sobre negociación y mediación no es nada raro, pues
cuando se recurre a estas formidables herramientas de resolución de disputas es por-
que previamente existe una contradicción entre partes que tienen el deber, al menos
moral, de solucionarla.
Es digno de resaltar, aunque nos parezca obvio, que muy difícilmente encontra-
remos remedios que permitan restablecer la paz, si previamente no está claro en qué
consiste el conflicto. Muchas veces se recurre a la teoría suponiendo que ya se sabe de
qué se trata, como si la palabra conflicto lo explicara todo por sí sola.
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22 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
para ellos las mejores soluciones posibles. Es una disciplina plural e integral, centra-
da en el conocimiento del conflicto, la crisis y las dificultades que entraña vivir en so-
ciedad.
El concepto de conflictología nos ofrece una terminología rica y variada, capaz
de dar respuesta a técnicas y trasfondos disciplinarios plurales y heterogéneos. El es-
fuerzo por hallar vías de cooperación entre disciplinas y tradiciones variadas nos apor-
ta una visión del conflicto y de sus perspectivas francamente estimulante. Durante su
historia, la humanidad ha acabado aceptando con desánimo que la lucha y el conflicto
son algo inevitable. Los recursos de que hoy disponemos nos permiten ver las cosas
con mejor ánimo.
contribuir a la búsqueda de soluciones a los graves problemas que sufren las distintas
sociedades. Conflictos que nacen en cada uno de nosotros cuando se produce la di-
sociación entre nuestra persona y el entorno y que acaban transmitiéndose a nuestro
ámbito de relación, a nuestros planteamientos políticos, actitudes sociales y a nues-
tra propia salud. Conflictos con unas características transversales y longitudinales, ya
que se desarrollan en todos los ámbitos de relación humana, alcanzan a todos los ni-
veles sociales y se extienden hasta las más complejas relaciones internacionales. Con-
flictos que poseen fundamentos de tipología biológica y otros de marcada significa-
ción social, filosófica o económica.
Hoy en día contamos con bases suficientemente sólidas para establecer una teo-
ría del conflicto común a cualquiera de sus manifestaciones, una teoría inspirada y con-
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En sociedades como las nuestras, en las que priman los aspectos laborales y re-
tributivos, la vocación parece tener escaso sentido. Sin embargo, en el caso de los con-
flictólogos, los aspectos vocacionales resultan fundamentales. La posesión de algunos
conocimientos parciales sobre la conflictología no nos aportará un elemento de no-
table importancia de cara a la intervención en conflictos. Se hace necesario un pro-
ceso de transformación personal, de los principios por los que nos regimos, un cam-
bio previo de perspectiva que nos permita captar en su integridad la significación de
los conflictos y sus posibles soluciones.
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En ocasiones, el conflicto tiene como causa una comunicación deficiente que po-
dría ser resuelta a través de la mediación; en otros casos, la simple aplicación de una
normativa comercial podría resolver problemas capaces de derivar en situaciones con-
flictivas complejas desde el punto de vista legal. Nos encontramos en este caso den-
tro del ámbito de actuación del arbitraje, incluso del arbitraje electrónico. Los pro-
blemas que se derivan de una simple reclamación mal atendida o desatendida pueden
derivar hacia procesos de mayor complejidad. Lo mismo sucede con los procesos de
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Sin embargo, en muchas ocasiones, los conflictos poseen una base biológica que
exige ser tratada. De poco serviría un proceso de mediación si las personas que acu-
den a la misma se hallan sometidas a una situación de estrés notable o padecen algún
tipo de dolencia que les genera agresividad e irritabilidad. En tales casos, el conflic-
tólogo debe saber cómo actuar, por su propia cuenta o recurriendo a un médico que
participe en la gestión del conflicto.
El conflictólogo posee una visión general de los problemas y las características de
los conflictos y está capacitado para desarrollar una acción integral, que incluya tra-
tamientos diversos o, en su caso, deje en manos de un especialista la intervención en
aspectos específicos. No se limita a gestionar mejor o peor los conflictos de otros ni a
mediar simplemente entre las personas afectadas; procura facilitar soluciones globa-
les y concretas en colaboración con diversos profesionales.
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La diversidad de las causas que generan conflictos obliga a plantear las interven-
ciones que los resuelvan de manera plural y abierta, haciendo uso de la riqueza de re-
cursos y de estrategias de intervención, no quedándose únicamente en la denuncia o
el lamento, ni tampoco en métodos limitados que desconocen mayores posibilidades
de intervención o que expresamente se reducen al uso de un solo método.
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entre los dos hombres se acaloró, y rápidamente se congregó una multitud. Nada de
lo que Salazar pudiera decir convencería a Velasco de que aquellos no eran sus cerdos.
La disputa terminó naturalmente bajo la jurisdicción del abad de Vivanco, señor feu-
dal del valle, de quien ambos eran vasallos. Los testigos fueron uno tras otro a dar su
versión sobre la propiedad de los cerdos. Para sorpresa de algunos, aquellos cuyo ape-
llido era Salazar juraban que los cerdos pertenecían a don Jorge, mientras que los Ve-
lasco afirmaban con la misma convicción que «aquellos eran los cerdos de don San-
cho». Siendo la posesión clara por parte de don Jorge, y con los testimonios divididos
por igual, Salazar conservó los cerdos.
Han existido juicios más relevantes, tribunales mayores, crímenes más grandes,
pero raramente un veredicto tan conflictivo. Con aquel resultado, la suerte estaba
echada. Pasarían siglos antes de que el odio así engendrado se desvaneciera; transcu-
rrirían generaciones antes de que los apellidos Salazar y Velasco pudieran ser men-
cionados sin pensar en disputas.
La enemistad duró 200 años, con más de cien personas asesinadas. Los muni-
cipios de las Encartaciones y la Merindad de Castilla la Vieja fueron arrastrados al
conflicto a medida que cada uno intentaba proteger los derechos de su clan nati-
vo. La enemistad se incrementaba, pero pocos participantes recordaban o se preo-
cupaban por los hechos que dieron inicio a la disputa; hacía mucho tiempo que
los cerdos se habían convertido en jamones y chorizos. Pero la ira y el odio persistían,
crecían.
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3. EL CONCEPTO DE CONFLICTO
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«El conflicto existe cuando dos o más partes buscan la obtención de objetivos que son,
o parecen ser, contradictorios o excluyentes».
Habrá que tener clara la idea de qué es el conflicto, ya que sobre éste actuará la
negociación y la mediación, cuáles son las causas de su aparición y sus distintas pe-
culiaridades. Es importante, en pocas palabras, conocer su origen, su esencia y la vin-
culación de las partes, para saber cómo puede administrarse y encontrarle remedio.
Volvamos pues a nuestra historia: don Sancho había sospechado de los sucios
manejos de don Jorge Salazar durante algún tiempo. Había dudado si enfrentarse a
él o no. Aquí, pues, tenemos nuestro primer ejemplo de conflicto. El «conflicto in-
trapersonal» es un estado al que llega un individuo cuando tiene motivos para dar dos
o más respuestas mutuamente incompatibles. Los ejemplos de conflicto intraperso-
nal son prácticamente interminables. De hecho, este conflicto surge cada vez que nos
enfrentamos a una toma de decisiones.
Existe una literatura maravillosamente rica sobre los procesos puestos en mar-
cha cada vez que nos enfrentamos al sufrimiento de tomar una decisión. León Fes-
tinger indicó que tenemos motivos para mantener la lógica entre nuestras actitudes
y nuestros comportamientos. Cuando se produce una discrepancia (o disonancia),
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Festinger dio un paso adelante en esta visión del conflicto intrapersonal cuando
formuló sus hipótesis sobre las consecuencias de la toma de una decisión. Con el fin
de reducir el conflicto (disonancia) asociado con una decisión, se procura realzar el
valor de la alternativa elegida y despreciar la alternativa rechazada. Por tanto, tras to-
mar una decisión, centraremos nuestra atención en los rasgos que apoyan la alterna-
tiva elegida e ignoraremos aquellos que la ponen en entredicho. Por ejemplo, un in-
dividuo puede estar en un dilema sobre si someter una disputa a un mediador o
llevarla al tribunal. La teoría sobre la disonancia sostiene que después de que el indi-
viduo decide acudir a la mediación, se centrará en los aspectos positivos de ésta y en
las características negativas de un proceso judicial. Este trabajo mental reduce la di-
sonancia e incrementa la convicción del individuo de que ha tomado la decisión ade-
cuada. Existe una amplia literatura sobre la teoría de la disonancia del proceso de
toma de decisiones (Brelti y Cohen, 1962; Wicklund y Brehm, 1976). Nuestro inte-
rés aquí, sin embargo, no consiste en describir la teoría de la disonancia, sino más bien
en ilustrar la omnipresencia del conflicto intrapersonal antes de tratar el foco princi-
pal de este análisis: el conflicto entre personas.
El incidente que desembocó en el conflicto Salazar-Velasco comenzó como un caso
de conflicto interpersonal y terminó en un conflicto intergrupal. Una definición ge-
nérica de conflicto interpersonal lo describe como la tensión entre dos o más entida-
des sociales (individuos, grupos u organizaciones mayores) que proviene de la in-
compatibilidad de respuestas reales o deseadas (Rayen y Kruglanski). El conflicto
entre Salazar y Velasco puede atribuirse así a que ambos querían la misma cerda. Aun-
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que esta definición parece bastante sencilla, no establece una distinción importante
entre los tipos de conflicto interpersonal.
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acusación y el otro no, ella liberará al que haya confesado y conseguirá la sentencia
máxima para el otro (99 años). Si los dos confiesan, conseguirá condenas de asesinato
para ambos, pero con una sentencia reducida (20 años). Aquí, pues, reside el conflic-
to para cada uno de ellos. Se produce el mejor castigo conjunto si ninguno de los dos
confiesa y ambos reciben una condena leve. Por otra parte, cada uno de ellos sabe que
su mejor opción individual es que uno confiese y el otro no. Al mismo tiempo, cada
uno sabe que si el otro confiesa, el que no confiese pasará su vida en la cárcel mientras
que el compañero traidor saldrá libre. Claramente, este conflicto es un guiso de mo-
tivos mezclados: confianza y codicia.
Un poco más cercano para la mayoría de nosotros es el «dilema social», que tam-
bién sitúa el deseo de ganancia individual a corto plazo en contraposición al bien del
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colectivo (Hardin, 1968; Samuelson y Messick, 1986). Cada uno de nosotros, como
consumidor, produce cantidades ingentes de desperdicios no degradables, funda-
mentalmente plásticos. Los ecologistas han pintado en los medios de comunicación
pública el horrible cuadro de miles de millones de toneladas de plástico obstruyendo
nuestros vertederos. Si todo el mundo seguía utilizando plástico, el resultado final se-
ría con seguridad desastroso para el medio ambiente. La comodidad personal deriva-
da del uso del plástico entraba repentinamente en conflicto con la suerte de los de-
más habitantes del mundo. Tras una corta reflexión, se llega a una solución tremenda:
si todos los demás habitantes del mundo prestaran atención al medio ambiente y de-
jaran de utilizar plástico, uno podría seguir usándolo. Ciertamente, los vertederos de
basuras del mundo pueden absorber los dos kilos diarios de plástico que uno utiliza.
Pero la experiencia psicológica y social del sufrido consumidor le permite desvelar el
defecto de tal razonamiento. Si todos los consumidores adoptaran esta misma actitud,
sólo sobreviviríamos a la infancia de nuestros hijos para ser aniquilados en el futuro,
todos juntos, por las montañas de plásticos que se elevarían, como el Ave Fénix, de
entre nuestros vertederos de basuras.
dos. Este foco congela el conflicto en una confrontación de suma cero; pasa por
alto la posibilidad de que las partes puedan ponerse de acuerdo acerca de los ob-
jetivos globales, los fines. Si el acuerdo sobre los fines pudiera utilizarse como
punto de partida, el conflicto, que inicialmente era una confrontación de suma cero,
podría transformarse en una opción para resolver un problema mutuo. Ejempli-
fiquemos este aspecto con un modelo habitual para muchos de nosotros: una pa-
reja discute sobre la custodia del hijo como parte de un acuerdo de divorcio. Am-
bas partes comienzan tomando la posición de que quieren la custodia completa del
hijo y que la visita del otro debe reducirse al mínimo para no trastornar al pe-
queño. El conflicto gira en torno al asunto de la custodia, y el compromiso pare-
ce ser la única solución. El pacto puede implicar que cada padre tenga al hijo la
mitad del tiempo. Este compromiso supondrá un máximo de desorganización
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para todos, debido a que el hijo será traído y llevado constantemente. Pero seme-
jante convenio es una solución de compromiso que se adopta con frecuencia en
los casos de custodia.
Sin embargo, demos ahora un paso atrás. La custodia del hijo puede ser el me-
dio para lograr varios fines. Un objetivo del conflicto puede ser herir todo lo posible
a la otra parte. Si tal es el resultado deseado, nos enfrentamos con conflictos de suma
cero, tanto en lo que se refiere a los medios como a los fines, y el compromiso o la
decisión de una tercera parte pueden ser las únicas soluciones. Si partimos del enfo-
que más benevolente, ambas partes pueden estar sinceramente preocupadas por el
bienestar del hijo y las propuestas de custodia opuestas pueden representar la per-
cepción que cada parte tiene acerca de cómo asegurar del mejor modo posible ese
bienestar. En este caso, en lugar de permitir que la pareja se encierre en el asunto de
la custodia del hijo, el mediador puede subrayar la preocupación mutua por el bie-
nestar del hijo y a la pareja enemistada se le puede plantear la mejor manera de to-
mar en consideración todos los aspectos del bienestar del hijo. La pregunta inicial se
convierte en la siguiente: ¿Cómo podemos asegurar mejor el bienestar del niño? En-
contrar la mejor solución a esta pregunta implica tener en cuenta asuntos tales como
el vecindario, los colegios, las finanzas, los amigos y la seguridad, así como la custo-
dia. Lo que aquí nos interesa no es dar una lección sobre resolución de asuntos de cus-
todia de niños, sino mostrar que los conflictos pueden implicar medios y/o fines. Es
importante examinar cuál es el tipo de conflicto que se plantea, debido a las impli-
caciones que esto tiene para su eventual solución.
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Este trabajo será mucho más eficiente si sabemos, aunque sea básicamente, cuáles son
las causas de la aparición (y las distintas peculiaridades) de aquello que nos obliga o
nos induce a negociar y a mediar. Por eso nos proponemos dar un rápido vistazo so-
bre la teoría del conflicto.
El hombre es un animal social, y el conflicto le seguirá los pasos valiéndose de la
amplia trama de vínculos que establece a su alrededor. Por eso, si lo que pretendemos
no es formular conclusiones abstractas, más adecuadas al ambiente de los laborato-
rios intelectuales que a la cruda realidad, hemos de entender el conflicto como una
suerte de acompañante parasitario del hecho social: es muy raro encontrarlo aislado,
separado de la situación que lo origina y le da vida y sustento para seguir existiendo.
El tema planteado nunca ha sido simple, pues se trata de un estado de cosas de
variada complejidad que se presenta siempre como una minusvalía para el individuo.
Para desentrañarlo es conveniente captar la esencia del mismo y, de ese modo, entender
cómo puede surgir, cómo nos afecta y cómo administrarlo mientras dura, para encontrar
los remedios que hagan posible su solución.
El hombre posee intereses y éstos, a su vez, pueden ser iguales, compatibles, com-
plementarios u opuestos a los intereses de otros seres humanos. La diferencia de va-
lores, los distintos objetivos y percepciones que tengamos respecto de ellos y del mun-
do de los hechos y las cosas, constituirán las fuentes generadoras de los conflictos,
por lo que nos encontraremos con una amplia gama de posibilidades de que se pro-
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Velasco era su escalada desde un desacuerdo sobre una cerda a una guerra de bande-
rizos de dos siglos de duración que implicó a cientos de personas. Aunque su inten-
sidad es inusual, el camino que recorrió el conflicto no lo es. Worchel, Cooper y Goe-
thals (1988) han comparado el recorrido del conflicto con una bola de nieve rodando
colina abajo: se incrementa tanto en tamaño como en intensidad. Nos encontramos
atrapados en un conflicto creciente incluso cuando existen soluciones racionales
(Brockner y Rubio, 1985).
Un ejemplo ilustrativo de este fenómeno se encuentra en el experimento de la
subasta (Teger, 1980). En este estudio, un grupo de sujetos recibió la oportunidad
de pujar por una moneda de un euro. Como en la mayoría de las subastas, el me-
jor postor conseguiría el euro. Pero esta subasta difería de la mayoría en lo siguiente:
se informó a los sujetos de que el siguiente postor más alto debería pagar la canti-
dad que apostara, y no recibiría nada a cambio. Después de conocer las reglas del
juego, se les permitió que eligieran si querían o no tomar parte. La puja comenzó
y según se aproximaba la cantidad a un euro, muchos de los postores se retiraron.
Enseguida quedaron únicamente dos postores atrapados en el conflicto: ninguno que-
ría abandonar y perder el dinero. En algunos casos la subasta por el euro excedió
los 20 euros. A medida que se incrementaba la puja cesaron toda la amistad y las
bromas. Los dos sujetos se preocupaban menos por el dinero y más por vencer al
otro. Al final, ambos eran perdedores, incluso el sujeto que ganó la moneda.
atrapadas en el conflicto como polillas atraídas hacia una luz. Incluso cuando veían
que sus conductas eran de autodefensa, no podían romper la confrontación. En el de-
sarrollo normal del conflicto existen muchos factores semejantes que entrampan a las
personas y conducen al crecimiento en espiral del conflicto.
¿Por qué razón decimos que el conflicto puede aparecer? Fundamentalmente debido
a las percepciones. El inicio de la teoría de las percepciones ha sido magníficamente
expuesto por Platón en el mito de la caverna, en donde se explica la diferencia entre
apariencia y realidad.
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En efecto, desde el punto de vista que nos ocupa, percibir es la carga subjetiva que
sumaremos a las posibles causas de generación del conflicto. Cuando otra persona
exterioriza una actitud, hecho o actividad, tendemos a asignarle una determinada in-
tencionalidad. Y se trata de una asignación con muchas posibilidades de convertirse
de ida y vuelta, pues, a su vez, la otra parte también hará lo propio respecto de nues-
tras actividades o actitudes.
se intensifica a medida que ambas partes adoptan estas percepciones de contra ima-
gen, contemplando al oponente como diabólico y a uno mismo defendiéndose con-
tra el diablo.
Otro giro interesante en nuestras percepciones también contribuye a acelerar el
conflicto. Examinemos a dos hombres sumidos en una confrontación. Lo más pro-
bable es que ambos combatientes se lancen entre sí algunas amenazas ligeramente ve-
ladas. Ahora bien, ¿cómo percibe la confrontación cada una de las partes? Una parte
puede indicar que la otra actuó porque era agresiva e irracional. En otras palabras, las
acciones del oponente estaban dirigidas por temperamentos o rasgos estables (él ac-
tuó agresivamente porque era agresivo). La explicación de cada parte respecto a sus
propias acciones, sin embargo, adopta probablemente un tono distinto: como es na-
tural, actuó de forma agresiva porque la situación le exigía hacerlo de esa forma. En
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otras palabras, sus acciones eran una respuesta a las exigencias del entorno, no a sus
propios rasgos. Existen considerables indicios que manifiestan que los observadores
tienden a ver las acciones de los otros como motivadas por planes internos y estables,
mientras que perciben sus propias acciones como respuestas a exigencias situaciona-
les (Dones y Nisbett, 1972).
Una razón para esta inclinación es que nosotros conocemos nuestra propia his-
toria, pero carecemos del conocimiento de la actuación de los otros en el pasado. Sa-
bemos que no actuamos siempre de forma agresiva, pero desconocemos esto con re-
lación a nuestro oponente en el conflicto. Una segunda razón para esta tendencia
consiste en el foco de atención. Cuando observamos la conducta de los otros, nues-
tra atención se centra en ellos. Por lo tanto, nuestras explicaciones para estos com-
portamientos incluyen a la persona. Sin embargo, cuando nosotros actuamos, nues-
tra atención está centrada en la situación, no en nosotros mismos. Por tanto, nuestra
explicación para nuestro comportamiento incluye factores situacionales. Al margen
de los motivos de esta tendencia, una vez que explicamos la conducta difícil o agre-
siva de los otros como resultado de un comportamiento constante, dejamos poca
esperanza de que sus acciones cambien durante el desarrollo del conflicto, indepen-
dientemente de lo que nosotros hagamos. Por esta razón, la mejor alternativa es gol-
pearlos hasta que se rindan.
de las impresiones captadas por nuestros sentidos. De modo que no es desacertado afir-
mar que la realidad será tal y como cada uno de nosotros la perciba o la haya queri-
do percibir. Y dado que las percepciones se encontrarán fuertemente influenciadas
por el entorno sociocultural en el que nos hemos formado, y por todas nuestras pe-
culiaridades, como la ubicación en la que nos encontremos (familiar, económica, geo-
gráfica, etc.), nuestra filosofía (modo de pensar) y nuestra pertenencia a un determi-
nado grupo (corporación, nación, etc.), es evidente que las posibilidades de captar las
conductas del otro como amenazantes no son disparatadas sino, más bien, comunes
y ordinarias. Por esta razón, como se ha sugerido, las percepciones constituyen una
de las causas privilegiadas de generación de conflictos.
Considerando que siempre es posible acceder a los hechos desde distintos pun-
tos de vista, se comprende perfectamente que puedan ser «contaminados» por una apre-
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38 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
ciación subjetiva o interesada. Lógicamente, esto los desvirtuará, pues dicha influen-
cia no pertenece al hecho en sí, sino al interesado. Este tipo de influencia viene a
constituirse en una suerte de «carga» que afecta al hecho puro, transformándolo no
en su esencia sino en su apariencia, la cual, eventualmente, será conflictiva. Por ello,
si lográramos neutralizar esta «carga», es decir, separarla del hecho, éste quedaría in-
dependiente de toda subjetividad y con amplias posibilidades de no generar un con-
flicto. Detectar este tipo de influencia o carga y eliminarla es la base de la tarea que
todos denominan «prevención del conflicto».
Para comprender cómo es factible «contaminar» con nuestras percepciones un
«hecho no conflictivo» (o sea, puro y simple), coloquémonos en la perspectiva que po-
demos llegar a tener del mismo cuando lo estamos visualizando desde nuestra ubica-
ción, ideología o pertenencia a un grupo determinado.
Ubicación
plo, un miembro cualquiera del grupo), ese mismo hecho habría tenido una di-
ferente dimensión. A tal punto la ubicación determina la apariencia del hecho
en cuestión, que si el sujeto no se hubiese encontrado en esa precisa ubicación des-
de donde lo visualiza, con toda seguridad el hecho no hubiese devenido en con-
flictivo.
¿Cómo una cerda podía merecer 200 años de lucha, más de cien muertos y la con-
frontación de dos clanes? La respuesta es que el conflicto Salazar-Velasco, como tan-
tos otros, cambió del asunto en cuestión a la autoestima de las dos partes enfrenta-
das. La cerda se olvidó pronto, a medida que las partes luchaban por demostrar su poder
y salvar las apariencias. Ninguna parte deseaba insinuar que aceptaba el compromi-
so o el abandono del conflicto, pues hacerlo así indicaba debilidad. Los signos de de-
bilidad no sólo son un golpe para nuestra autoestima, sino que la turbación y la an-
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EL CONFLICTO 39
gustia están relacionados con la posibilidad de que los otros puedan presenciar nues-
tra debilidad. Conforme a estas pautas, existe con frecuencia la preocupación de que
los otros se aprovechen de nosotros si nos perciben como débiles o demasiado dóci-
les. En la práctica, los estudios han puesto de relieve que es más probable que las per-
sonas permanezcan en un conflicto de autodefensa y adopten una postura irracio-
nalmente extrema si creen que los otros están observando sus comportamientos o que
terminarán por conocer del resultado de la confrontación (Brown, 1968). Así, un
factor que prolonga e incrementa el conflicto es la preocupación por salvar las apa-
riencias.
Ideología
Pertenencia
nado grupo, por ejemplo la empresa en la que trabajamos. Así, un mismo hecho
(la salida a la venta de una gaseosa, por ejemplo) será visto de distinta manera se-
gún trabajemos en una compañía competidora o en una petrolera. O imaginemos
también el caso del miembro de una familia, desde donde un hecho se verá dife-
rente si presuntamente amenaza a uno de los integrantes de la misma o si no les
influye en absoluto; o bien la pertenencia a un determinado país, desde donde un
hecho se verá distinto si es realizado por un país enemigo o por un país neutro o
amigo.
La forma en que percibamos un hecho determinado puede afectar tanto a nues-
tra sensibilidad (por nuestra cultura, nuestra ubicación, nuestra pertenencia, etc.),
que lo terminamos desnaturalizando con una carga subjetiva contaminante. Así, de
un hecho puro y simple, surge una amenaza.
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40 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
Aunque esto suene disparatado, Henri Tajfel y sus colegas (Tajfel, 1970; Tajfel
y Turner, 1986) han postulado que obtenemos una parte importante de nuestra
identidad de los grupos a los que pertenecemos: nuestra identidad social. Con el fin
de demostrar esta afirmación, uno puede pedir simplemente a un amigo que res-
ponda a la pregunta: ¿Quién soy yo? Las opciones que incluirá el amigo en la in-
formación autodescriptiva estarán relacionadas con la familia, el colegio, la iglesia,
los clubes sociales y el grupo de trabajo; la identidad de la persona estará estrecha-
mente relacionada con los grupos a los que ha pertenecido. Más aún, la mayoría de
nosotros queremos tener una imagen positiva y este deseo motiva dos comporta-
mientos. Primero, intentamos unirnos a los grupos más atractivos posibles, puesto
que ser un miembro de estos grupos refuerza nuestra identidad social. Segundo, y
éste es el núcleo del conflicto, intentamos magnificar la imagen de nuestros propios
grupos y despreciar la de los grupos a los que no pertenecemos. Discriminamos a
estos grupos externos en un esfuerzo por hacer que nuestros grupos parezcan me-
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jores.
Tajfel demostró este comportamiento cuando situó a varios sujetos de forma alea-
toria en dos grupos. Los miembros nunca interactuaron con personas de su propio
grupo o del otro. Después, Tajfel pidió a un miembro de uno de los grupos que di-
vidiera dinero entre los dos. El dinero podía repartirse de las dos formas siguientes:
dar a ambos grupos una cantidad abundante y casi igual de dinero, o dar a su pro-
pio grupo una cantidad moderada de dinero y al otro una cantidad pequeña. La pri-
mera alternativa beneficiaba al grupo interno, pero creaba sólo una pequeña dife-
rencia entre los dos grupos. La segunda alternativa daba al propio grupo menos
dinero, pero creaba una diferencia mayor entre el propio grupo y el externo. La
mayoría de los sujetos eligieron esta segunda alternativa: dieron a su propio grupo
menos dinero para dañar al grupo externo y crear diferencias claras. Debe recordarse
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EL CONFLICTO 41
que estos sujetos estaban asignados a los grupos de forma aleatoria y que nunca ha-
blaron con nadie de su grupo ni del otro.
Esto indica que el conflicto puede ser inherente a la creación de grupos. Pero
existen más datos para la historia. Varios estudios han descubierto que tendemos a ver
a nuestros propios grupos como compuestos de una variedad de personas distintas (Jo-
nes, Wood y Quattrone, 1981; Linville, 1982). Sin embargo, vemos a los grupos ex-
ternos como constituidos por personas muy similares: «son todos parecidos». Esta
percepción reduce nuestro deseo de tener contacto con muchos miembros del grupo
externo, porque razonamos del siguiente modo: «conocido uno, conocidos todos». Así,
agrupar a las personas prepara el escenario para el conflicto, y nuestras inclinaciones
de percepción aseguran que el conflicto será prolongado.
Hemos visto hasta aquí las posibilidades de que una determinada percepción desna-
turalice un hecho de modo que nos parezca un conflicto. Pero, desde ya, no siempre
el nacimiento del mismo poseerá una causa imaginaria basada en la teoría de las per-
cepciones, sino que podrá responder a ataques objetivos contra nuestros intereses.
No existen en tal caso percepciones falsas o subjetivas, sino que el conflicto tiene que
ver exclusivamente con el mundo tangible de los intereses y ambiciones desde su con-
sideración más objetiva, dentro de la cultura de que se trate.
Baste imaginar si se producirá o no un conflicto cuando alguien desee quedarse
de una forma arbitraria e injustificada con nuestro negocio, con nuestra casa o hasta
con nuestra esposa.
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42 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
En estos conflictos, de una naturaleza distinta a la que hemos estado viendo an-
teriormente (emparentada con la subjetividad de las percepciones), la esencia de la aflic-
ción no se encontrará representada por «un parecer», sino por un «padecer» real, con-
creto y justificado que deberá tratarse de otro modo. Cuando las amenazas provienen
del mismo mundo de las ideas, ubicaciones o pertenencias, ya no existe una particu-
lar percepción que desnaturaliza un hecho neutro en sí, sino que el mismo es conflictivo
por su propia estructura genética. Lo que debe ser acentuado en este aspecto es que
los primeros pueden prevenirse ajustando el lenguaje y la comunicación, pues en ver-
dad el conflicto en sí no existe (existe la percepción distorsionada de un hecho real),
mientras que estos últimos (donde la percepción no desvirtúa, sino que accede al he-
cho tal y como es, sin las contaminaciones de las que hablábamos) deberán adminis-
trarse de una manera distinta, pues aquí el interés es perjudicado con bases diferen-
tes y los remedios no se basan en afirmar simplemente «no te enojes, no es realmente
lo que parece». En estos nuevos conflictos deberemos dejar de lado todo aquello que
intente poner en línea a las percepciones, pues éstas ya se encuentran orientadas en
forma correcta (ven al conflicto sin contaminaciones o con aquellas que son básicas
en el sistema donde nos desenvolvemos, como la ética, las costumbres, la ley, etc.). Si
hemos intentado corregir nuestras erradas percepciones (y no lo hemos logrado) o si
aparece un conflicto puro y simple (el que no se encuentra desvirtuado por falsas per-
cepciones), ha llegado el momento de trabajar directamente sobre la relación perju-
dicada que ha originado el mismo.
Para ello nos será útil prestar atención a ciertos elementos sobre los que podremos
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actuar y que tienen que ver con el modo en que el conflicto puede comportarse, de-
pendiendo de sus peculiaridades o del valor que tiene para los circunstanciales actores.
En el conflicto subjetivo pueden alcanzarse las metas que se persiguen sin resolverlo,
ya que existen otros componentes implícitos, vinculados a situaciones emotivas. Son
conductas irrazonables, impracticables e ilógicas. A partir de la detección de esas con-
ductas y de su atribución a los involucrados directos o terceros, se plantearán posibles
escenarios en los que se vislumbre lo que pueda ocurrir y sea posible plantear solu-
ciones.
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EL CONFLICTO 43
Nos encontramos en el núcleo de nuestro análisis: una vez que el conflicto existe, ya
sea como resultado de percepciones o por generación natural, tendrá distintos valo-
res para cada una de las partes dependiendo de sus urgencias, resultados buscados, opor-
tunidades y relación entre costes y beneficios.
a) Si tratamos de restarle velocidad, esta acción será interpretada como una amena-
za para el que posee la urgencia, pues lo percibirá como dilación, y toda dilación
en su mente será sinónimo de pérdida del objetivo.
b) Si, por el contrario, le damos mayor velocidad («más ritmo al ritmo»), le estare-
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De modo que para el proceso de desescalada o de disolución del conflicto (que ve-
remos con posterioridad) es útil dejar que la velocidad del ritmo la imponga el intere-
sado, con la debida precaución de evitar que sus acciones tengan un eco desfavorable
en nuestra estrategia. Por consiguiente, al administrar el conflicto en estas circunstan-
cias, si deseamos desescalarlo tendremos que obtener más tiempo o transformar la im-
portancia de los objetivos de uno o del otro, haciéndolos menos significativos.
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44 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
camente nos encontramos ante la posibilidad de tener conflicto para rato si la demanda
en cuestión no es satisfecha, pues el interesado (al no ver su objetivo asociado con el
tiempo) perseverará sin solución de continuidad. Este tipo de conflicto se caracterizará
por su escasa intensidad o por períodos de inactividad con picos de ebullición. Para dis-
tenderlo no bastará trabajar sobre el tiempo, pues aquí lo que importa es primordial-
mente el objetivo. En su administración habrá que trabajar sobre un mecanismo de ce-
siones recíprocas o de creación de otros objetivos que nos sirvan de alternativas.
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EL CONFLICTO 45
que pudiera conseguir que la otra nación solucionara el conflicto, los ministros de De-
fensa optaron por amenazar con el uso de armas. Sin embargo, cuando se les pre-
guntó qué táctica conduciría con más probabilidad a su propia nación a resolver el con-
flicto, los ministros de Defensa indicaron que la otra nación debería hacer un gesto
conciliador, reduciendo su capacidad ofensiva. Vemos a los otros reaccionando a la ame-
naza, mientras que nos contemplamos a nosotros mismos respondiendo a una re-
ducción de la amenaza.
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46 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
Las percepciones del otro grupo (o individuo) como indigno de confianza cons-
tituyen probablemente una fuente importante de tensiones que conducen al conflic-
to. La historia de la lucha obrero/jefe, la violencia interracial, la guerra y la revolución
demuestran el significado de la desconfianza (Webb y Worchel, 1986). Nosotros po-
dríamos añadir otras disputas a esta lista de ejemplos sobre el papel de la desconfian-
za. La falta de confianza prepara el escenario para el conflicto y el conflicto incre-
menta la desconfianza entre las partes.
Confianza es la expectación de que la palabra, la promesa o la afirmación escrita
de otro pueda ser creída (Rotter, 1971). Existe una cantidad significativa de investi-
gaciones que indican que desarrollamos la tendencia a confiar o desconfiar de los
otros durante la infancia y la primera niñez (Ainsworth, 1979). Se han ideado varias
escalas para medir las diferencias individuales en la tendencia de las personas a con-
fiar en los demás (Wrightsman, 1964). Una diferencia intrigante entre la confianza y
la desconfianza es que la primera se desarrolla lentamente tras repetidas interacciones
y demostraciones de fiabilidad. La desconfianza, en cambio, puede derivarse de una
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sola traición; una vez que surge, resulta muy difícil de cambiar. En efecto, hemos vis-
to desmoronarse amistades de toda la vida debido a un episodio de traición. Si la re-
lación no se destruye completamente después del incidente, cambia para siempre. La
desconfianza nos conduce a buscar lo peor en la otra persona y a sospechar motivos
ocultos incluso en las acciones más benévolas.
A pesar de esta pesimista descripción de la desconfianza, ésta no tiene por qué ser siem-
pre un estado terminal. Existen indicios de que puede invertirse la tendencia si el traidor
confiesa la traición y demuestra que está arrepentido. Si el infiel se ha beneficiado de la
traición, debe indemnizar, si es posible. Después, debe dársele la oportunidad de de-
mostrar que es digno de confianza en un entorno en que sea posible de nuevo la traición.
Con bastante frecuencia, el individuo agraviado insiste en tener completa vigilancia del
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EL CONFLICTO 47
Como hemos visto, parece existir una tendencia natural a que el conflicto crezca y
se incremente. Incluso cuando las partes están separadas, la ausencia raramente reduce
el conflicto; más bien lo pone en reserva, esperando a que éstas se encuentren en el fu-
turo. Se han realizado muchos trabajos que identifican los pasos que pueden darse para
reducir el conflicto. Sin embargo, aquí sólo podemos revisar brevemente algunos de
ellos. En la práctica, el proceso de mediación tiene como objetivo reducir el conflicto.
Gran parte de lo relatado en estas páginas identifica los enfoques específicos utilizados
en la mediación, que sirven para reducir el conflicto. Intentamos preparar el camino exa-
minando las posiciones teóricas generales con relación a la resolución del conflicto.
Un aspecto importante que hay que tener presente, tanto si el interés reside en
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El conflicto actúa como una fuerza centrífuga separando a las partes y reducien-
do o eliminando la interacción entre ellas. «No quiero hablar contigo» pueden ser las
primeras palabras que broten de los labios de muchas personas envueltas en un con-
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48 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
su mutuo beneficio. Conseguir que los participantes crean que han elegido reunirse para
encontrar una solución a sus diferencias, es un paso gigantesco hacia la resolución del
conflicto. En la práctica, podríamos predecir que es muy probable que la mediación
en la disputa tenga una conclusión satisfactoria cuando las partes se han ofrecido de
forma voluntaria para la mediación, en lugar de ser obligadas por el tribunal. La elec-
ción de participar en la mediación no sólo incrementa su compromiso hacia la solu-
ción final, sino que puede señalar la apertura de cada parte hacia el contacto.
Si la primera reacción hacia el conflicto no es la retirada, lo más probable será el
ataque: «Será mejor que hagas esto, porque de otro modo...». El «porque de otro
modo» puede implicar cualquier cosa, desde amenazas veladas («Te arrepentirás») has-
ta referencias específicas a actos de violencia atroces («Te cortaré las orejas y se las
daré de comer a los perros»). Como hemos señalado, existe una fuerte convicción de
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EL CONFLICTO 49
que acumular poder y fuerza es el mejor modo de ganar un conflicto. Sin embargo,
también hemos puesto de relieve que muy frecuentemente la amenaza conduce a la
contra amenaza y a una escalada en el conflicto. Cuando una parte utiliza toda su
fuerza para «ganar» un conflicto, es improbable que la solución sea percibida como
justa. Existen indicios de que la estrategia opuesta, reducir la amenaza, abre a menu-
do oportunidades para reducir el conflicto.
1987 y pareció seguir un plan parecido. Comenzó dando pequeños pero significati-
vos pasos para reducir las fuerzas militares en la Europa del Este y desmantelar algu-
nas armas. Sus acciones fueron unilaterales, pero propuso los pasos bilaterales que
podían darse. Ofreció una apertura nueva y utilizó hábilmente los medios de comu-
nicación para anunciar sus acciones. Tras un periodo de cierta confusión y dudas, los
Estados Unidos se unieron al plan. En 1989, la carrera se centraba en contemplar
quién podía reducir el número de armas y tropas más rápidamente, y quién podía ha-
cer las propuestas más espectaculares para reducir la tensión.
Los individuos no tienen la oportunidad de reducir las tropas o eliminar las ar-
mas en sus conflictos. Sin embargo, pueden moderar sus exigencias, cambiar el tono
de su retórica y ofrecer concesiones; al obrar así, reducen el clima de amenaza y ten-
sión. Un mediador puede hacer uso de este proceso ayudando a cada parte a reducir
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50 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
el nivel de amenazas, asegurando que cada parte es consciente de las acciones del otro
para reducir las amenazas.
gidas por las personas más interesadas en las relaciones interpersonales. Sin embargo,
es importante reconocer que estos desacuerdos tienen que ver con las normas y no con
las características personales de las partes. Es improbable que las personas sientan que
su propia imagen o su autoestima están en peligro cuando la discusión se centra en
las cualidades de las normas.
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EL CONFLICTO 51
El conflicto es costoso
Vamos a definir de una manera breve e introductoria los distintos modos que tene-
mos para resolver conflictos de una forma no tradicional; esto es, mediante la nego-
ciación, los buenos oficios, la mediación y el arbitraje:
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52 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
Existen numerosas estrategias que pueden adoptarse para ganar una negociación.
Sin embargo, debe actuarse con precaución. Si el oponente cree que no logrará una
solución justa, su mejor estrategia es romper la negociación. Por tanto, una posi-
ción inicial demasiado extrema o una concesión demasiado pequeña pueden pro-
ducir la finalización de la negociación. Una segunda preocupación es la frecuente
repetición de encuentros y conflictos entre las partes. Un «triunfo» desequilibra-
do en una negociación puede asegurar que la otra parte no negociará en el futu-
ro. En la práctica, uno de los pasos más difíciles en el proceso de negociación es
conseguir que las partes se muestren de acuerdo en reunirse y trabajar para hallar
una solución a su conflicto.
dar al mediador a asegurar que una parte no consigue una ventaja injusta so-
bre la otra.
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EL CONFLICTO 53
La mediación implica con frecuencia la actuación de una tercera parte como sim-
plificador en el proceso de negociación. Un mediador reúne a las partes para de-
finir los asuntos implicados en el conflicto, ofrece una tercera perspectiva sobre
el problema y las soluciones, y dirige el proceso de resolución.
conflicto sientan que tienen voz al decidir el procedimiento que se va a utilizar para
resolver el conflicto. Sin tener en cuenta el resultado, la investigación indica que los
participantes estarán satisfechos con una resolución en la medida en que hayan sido
participantes activos en el procedimiento y hayan recibido una amplia oportunidad
de expresar sus puntos de vista (Folger y Greenherg, 1985).
Es fácil encontrarse atrapado en los aspectos negativos del conflicto. La disputa Sala-
zar-Velasco es una historia de muerte y daño. Somos muchos los que estamos por la
labor de aportar soluciones al conflicto. Vemos la infelicidad y la destrucción que
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54 LA NEGOCIACIÓN Y LA MEDIACIÓN DE CONFLICTOS SOCIALES
acompañan al conflicto. En la mayoría de los casos está asociado con lo nocivo, la mal-
dad, y la resolución se acepta como un fin deseado.
Existe, sin embargo, otro lado en esta historia: el conflicto puede ser muy útil. El
conflicto es parte del proceso de probarse y enjuiciarse a sí mismo. Hace que exami-
nemos los asuntos con más cuidado. Nos desafía a desarrollar respuestas y soluciones
creativas. El conflicto está en la raíz del cambio personal y social (Deutsch, 1973). Nos
ayuda a reconocer las importantes diferencias existentes entre las personas. En algu-
nos casos, el conflicto es una experiencia agradable y emocionante, nos ayuda a esta-
blecer una identidad personal. Cualquier padre reconocerá el uso del conflicto para
este fin. Durante los terribles 2 años, los niños se oponen a sus padres a cada momento
para demostrar su independencia y establecer su posición en la familia. Durante los
incluso más terribles años de la adolescencia, los jóvenes utilizan el conflicto para pre-
parar el escenario a fin de conseguir una mayor independencia. El conflicto ayuda a
los grupos a establecer su identidad al definir los límites del grupo interno y el exter-
no (Worchel, Coutant-Sassic y Grossman, 1991). En la práctica, esta investigación des-
cubre que un nuevo grupo busca a menudo oportunidades para el conflicto con los
grupos externos como medio de establecer quién es miembro del grupo interno. Si-
guiendo estas directrices, el conflicto incrementa la cohesión en los grupos y ayuda a
definir quién es un amigo y quién no.
Podríamos seguir enumerando los beneficios del conflicto. Sin embargo, la cues-
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tión que debe quedar clara es que el conflicto tiene tantos aspectos perjudiciales como
beneficiosos. Un mundo sin conflictos sería tan inhabitable como uno en el que sólo
hubiera conflictos. Tanto en lo que atañe a un buen amigo como a una relación ín-
tima, pasamos un mal rato viviendo el conflicto, pero también lo pasaríamos mal vi-
viendo sin él. Con este dilema del conflicto en mente, cerramos este tema con una idea
para la reflexión: en lugar de centrarnos inmediatamente en la resolución del con-
flicto, quizás deberíamos dirigir más nuestros esfuerzos a su manejo. El manejo del
conflicto implica comprender su naturaleza e intentar utilizarlo para lograr objetivos
positivos y evitar los resultados negativos. Desde luego, ésta no es una tarea fácil,
pero lograr ulteriormente una resolución justa y duradera a ese conflicto no es una
hazaña pequeña.
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