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BLOQUE II CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA TEMAS: 3 - 5
La estructura normativa del franquismo, no solo pretendió dar cobertura jurídica a un concreto
régimen político, sino que se propuso, en segundo lugar, perpetuarlo en el tiempo. Eso es lo que
quiso garantizar la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, por la que Franco propuso ante las
Cortes a Juan Carlos de Barbón sucesor a título de rey. Así, el 22 de noviembre de 1975, se produjo
el nombramiento del rey Juan Carlos de Barbón como Jefe del Estado, asumiendo los poderes cuasi
ilimitados del dictador. La primera decisión que hubo de tomar el rey Juan Carlos, en aplicación de
la Ley Orgánica del Estado, fue ratificar como presidente del Gobierno a Carlos Arias Navarro (que
había sido nombrado por el propio Franco, tras el atentado al anterior presidente del Gobierno, Luis
Carrero Blanco).
2. El tránsito de la dictadura a la democracia a través de la reforma de las Leyes Fundamentales
del Reino.
Algunas de las causas que motivaron que el tránsito a la democracia tuviera que llevarse a cabo
mediante una reforma pactada de la estructura normativa que diseñaba el orden político fundamental
del franquismo fueron:
a) la grave crisis económica. La crisis del petróleo de 1973 puso fin a la etapa de expansión
económica iniciada en los años sesenta;
b) la lucha obrera. La crisis económica acabaría alentando un buen número de protestas y de
huelgas obreras que solicitaban la mejora de las condiciones laborales;
c) la movilización popular que reclamaba las libertades y la amnistía. Diferentes manifestaciones
reclamaron la amnistía de los presos políticos y el reconocimiento de las libertades. Dos fueron,
principalmente, los movimientos políticos que, desde la clandestinidad, intentaron aprovechar este
descontento social para promover un tránsito hacia la democracia a través del derrumbamiento del
régimen franquista, abriendo un proceso constituyente que trajera como resultado la aprobación de
una nueva constitución democrática: la Junta Democrática de España, de la que formaron parte el
Partido Comunista y Comisiones Obreras, y la Plataforma de Convergencia Democrática, que se
integró, entre otros, por el Partido Socialista Obrero Español. Estos dos movimientos políticos se
unirían posteriormente en la plataforma Coordinación Democrática, constituida en marzo de 1976.
La unidad de los movimientos democráticos contrarios al franquismo fue uno de los aspectos que
tuvieron una especial relevancia para el impulso de la transición política.
d) el fracaso de los movimientos democráticos en la clandestinidad para derrumbar el régimen.
A pesar de la unidad de los movimientos democráticos, estos fracasaron en su labor de tratar de
canalizar el descontento social hacia el derrumbamiento del régimen franquista. Sobre todo, por dos
motivos:
1.º las protestas y las huelgas obreras tuvieron un propósito principalmente económico, no político.
2.º el aparato de represión del franquismo siempre conservó gran eficacia para poder contener y
desalentar las huelgas y las manifestaciones, en alguna de las cuales; se produjeron varios
muertos. La eficacia del aparato de represión se hizo patente en la lucha contra el terrorismo.
Estas circunstancias llevaron a la oposición democrática a rebajar sus expectativas de transitar hacia
la democracia mediante el derrumbamiento del régimen. Resignándose a que el tránsito tuviera que
realizarse con la aceptación de quienes ocupaban puestos de responsabilidad en el franquismo.
De otra parte, el núcleo duro de los dirigentes de la dictadura, al que se denominó el búnker, tuvo que
renunciar a sus pretensiones de perpetuar el régimen. Sobre todo por tres motivos:
1.º porque el régimen dictatorial de carácter personalista perdió esa fuerza tras la muerte de Franco.
2.º porque aunque el régimen franquista siguiera conservando una importante eficacia represora, el
descontento social, las manifestaciones, los movimientos democráticos y el terrorismo habían
hecho mella en aquel.
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3.º porque se percibieron elevados riesgos de una nueva guerra civil, tanto por parte del búnker como
de la oposición democrática.
Esta imposibilidad de la oposición democrática y del núcleo duro del franquismo de lograr sus
pretensiones condujeron a que el tránsito de la democracia se realizara de manera pactada. Arias
Navarro sería el encargado de realizar las reformas legales necesarias para iniciar el tránsito hacia la
democracia, reforma que no encontró el suficiente apoyo interno ni externo del Rey; y condujo a
forzar su dimisión y la elección posterior como Presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, con quien
comenzó realmente el proceso de la transición política española.
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Para comprender cómo opera la normatividad de la Constitución española es decisivo saber que el
Título IX CE consagra una institución específicamente dedicada a su garantía, el Tribunal
Constitucional. A continuación se tratará cómo se despliega la normatividad de la Constitución. Y,
para ello, distinguiremos dos perspectivas básicas. En primer lugar, nos referiremos a la supremacía
de la Constitución frente al resto de las normas que forman el ordenamiento jurídico; se trata, por
tanto, de ver cómo opera en esa relación con otras normas. Después, la aplicabilidad de la
Constitución por parte de los jueces y tribunales; de la relación entre las normas jurídicas contenidas
en la Constitución y los casos concretos, aunque a veces sea una relación también mediada por otras
normas. Finalmente, se verá el alcance que tiene la disposición derogatoria de la Constitución,
referida a las normas anteriores.
I. EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.
1. Naturaleza
El TC es un órgano constitucional independiente. Ejerce funciones jurisdiccionales, pero no está
integrado en el Poder Judicial. Las funciones jurisdiccionales que ejerce le permiten, dentro de su
ámbito de competencias, resolver de manera definitiva, con la autoridad del Estado y exclusivamente
mediante la aplicación del Derecho, los conflictos que le plantean los sujetos con legitimación para
hacerlo. Los magistrados del TC deben tener, por tanto, cualificación jurídica: deben ser juristas de
reconocida competencia que cuenten con más de quince años de ejercicio profesional. Y también se
les dota de garantías de independencia, haciéndoles inamovibles durante el ejercicio de su mandato
(nueve años), e imponiéndoles un rígido sistema de incompatibilidades.
Es un órgano constitucional autónomo, que no queda sujeto a las potestades de organización y
disciplina que ejerce el CGPJ. Y los magistrados del TC no necesitan ser jueces de carrera, los doce
magistrados del TC son propuestos de modo discrecional por el Congreso (cuatro), el Senado
(cuatro), el Gobierno (dos) y el CGPJ (dos). De este modo se procura asegurar que la garantía de la
Constitución y el control de las leyes se realiza de modo profesional e independiente, pero con
especial sensibilidad para los procesos democráticos y las transformaciones sociales. Al mismo
tiempo, para evitar las sospechas de que el ejercicio de la función jurisdiccional pueda quedar
condicionada por los alineamientos políticos, se exigen mayorías reforzadas tanto en las cámaras
parlamentarias como en el CGPJ: tres quintos de sus miembros. Como la renovación del Tribunal se
realiza además de forma parcial, nombrando cada tres años uno de los tercios de los magistrados, la
composición del TC no está vinculada a las mayorías políticas del momento, sino que depende de
ciclos más largos.
2. Competencias
2.1. El control de constitucionalidad de las leyes
El TC español responde, en su estructura básica, al modelo kelseniano de jurisdicción constitucional
concentrada. Se trata, por tanto, del único órgano jurisdiccional que puede constatar formalmente la
inconstitucionalidad de las leyes parlamentarias y de algunas otras fuentes del Derecho que tienen el
mismo rango que las leyes; y lo hace solo a instancia de alguno de los escasos sujetos legitimados
para plantear el correspondiente recurso de inconstitucionalidad (el presidente del Gobierno, 50
diputados, SO senadores, los gobiernos autonómicos, las asambleas legislativas de las CCAA y el
Defensor del Pueblo). Sus sentencias tienen efectos generales; cuando declaran tal
inconstitucionalidad, la norma se considera nula y queda expulsada del ordenamiento jurídico,
aunque en determinados supuestos los efectos temporales de esa declaración pueden ser matizados
por el propio Tribunal.
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De otra parte, los jueces ordinarios que deben resolver un caso concreto no pueden decidir por si
mismos la inaplicación en el mismo de las leyes que consideren inconstitucionales. Pero los jueces
ordinarios tampoco están obligados a aplicar tales leyes; si consideran que una ley aplicable al caso y
de cuya validez dependa el fallo es contraria a la Constitución, lo que deben hacer es plantear al
Tribunal Constitucional la correspondiente cuestión de inconstitucionalidad. Será entonces el TC
quien decida si la ley es contraria a la CE, declarándolo entonces con efectos generales, o si no lo es,
en cuyo caso el juez ordinario habrá de aplicarla. Así se preservan el carácter concentrado y los
efectos generales de la declaración de inconstitucionalidad de las leyes.
2.2. El recurso de amparo
La CE, siguiendo el ejemplo de la Ley Fundamental alemana, había introducido un recurso, el de
amparo de los derechos fundamentales, que permite al TC proyectar su vigencia sobre el conjunto de
los poderes públicos y sobre las relaciones sociales concretas que conforman la comunidad política.
El amparo lo pueden instar los particulares que invoquen la lesión de determinados derechos
reconocidos en la Constitución; se trata, en concreto, de la igualdad art. 14 CE, de las libertades y
derechos reconocidos en los arts. 15 a 29 CE, y de la objeción de conciencia al servicio militar
obligatorio art. 30.2 CE. También lo pueden instar; en los mismos casos, el Ministerio Fiscal y el
Defensor del Pueblo.
En cualquier caso, los primeros garantes de los derechos fundamentales son precisamente los jueces
y tribunales ordinarios. El recurso de amparo solo puede presentarse tras haber agotado todos los
medios posibles de tutela que estos ofrecen; por eso se considera como un recurso subsidiario, al que
solo cabe acudir cuando se ha agotado sin éxito la vía judicial previa. El TC ejerce así un control
final sobre el respeto a los derechos fundamentales por parte de la administración y de los jueces.
Por lo demás, el recurso de amparo no cabe frente a las leyes y normas con rango de ley; pero sí es
posible presentarlo frente a los actos de aplicación de las mismas. En el supuesto de que el TC
entendiera que el recurso de amparo debe ser estimado porque es la ley aplicada en ese caso la que
lesiona los derechos fundamentales, el propio Tribunal se debe plantear la llamada autocuestión de
inconstitucionalidad. De modo que, aunque los particulares no pueden impugnar directamente las
leyes, les cabe hacerlo indirectamente a través de la impugnación de sus actos de aplicación.
2.3. Los conflictos entre poderes
El TC es competente para resolver conflictos que surjan a raíz de la distribución del poder que
establece la Constitución.
Entre ellos han tenido enorme trascendencia los conflictos positivos de competencia entre el Estado
y las CCAA; se plantean siempre por parte del gobierno respectivo, en forma de impugnación de un
acto ajeno que la parte recurrente entiende que se corresponde con competencias propias o que
interfiere con el ejercicio de las mismas.
Son residuales, sin embargo, los llamados conflictos negativos de competencia entre el Estado y las
CCAA, que se pueden plantear en dos supuestos: por un particular, para que el TC determine cuál de
los dos, el Estado o la CCAA, es competente para dictar una determinada resolución, ante la
inhibición de ambos alegando que carecen de competencia; o por el Gobierno del Estado, tras
resultar infructuoso el requerimiento dirigido a una CCAA para que ejerza una competencia que a su
juicio le corresponde.
Tampoco han tenido particular relieve los conflictos de atribuciones entre los órganos
constitucionales del Estado (Congreso, Senado, Gobierno y CGPJ) y los conflictos en defensa de la
autonomía local.
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3. Proyección
El Tribunal Constitucional no es el único que interpreta y aplica la Constitución. Todos los poderes
públicos que actúan atendiendo a los mandatos de la Constitución han de interpretarla; lo mismo
ocurre con los ciudadanos que ejercen los derechos reconocidos en ella. Haberle: «sociedad abierta
de intérpretes de la Constitución».
Sin embargo, el Tribunal Constitucional es en muchos casos el garante último de que tal aplicación
sea realmente fiel a las normas constitucionales. Dada la amplitud de sus competencias, todas las
expectativas de la normatividad constitucional convergen finalmente sobre él. Decide si una concreta
norma legal es compatible con la Constitución, si una determinada resolución judicial comporta la
lesión de un derecho fundamental, si la competencia en una específica materia corresponde al Estado
o a una comunidad autónoma.
Las resoluciones del Tribunal Constitucional tienen además relevancia más allá del concreto caso
resuelto: no afectan solo a los asuntos enjuiciados, sino que conforman, con alcance general y de
forma estable. Su interpretación de la Constitución se incorpora de manera estable al contenido de la
propia norma constitucional, y de ese modo se impone en adelante al resto de los intérpretes. El
carácter vinculante de la interpretación de la Constitución realizada por el Tribunal Constitucional
explica que este sea definido por su ley reguladora como «intérprete supremo de la Constitución».
Esto permite explicar que el Tribunal Constitucional, consciente del alcance de sus argumentaciones,
las formule frecuentemente en abstracto, desvinculadas de los problemas específicos planteados en el
proceso concreto. Tales formulaciones generales se reiteran luego en múltiples resoluciones, y se
afianza como «doctrina consolidada» una determinada interpretación de los preceptos
constitucionales, que ofrece un perfil específico de su trascendencia, de su sentido y de sus
implicaciones.
II. SUPREMACÍA.
1. La Constitución como norma suprema
La identificación de la Constitución como «norma fundamental del Estado» (promulgación) se
corresponde así con su singularización como norma diferenciada (art. 9.1 CE): forma parte del
ordenamiento jurídico al que están sujetos los ciudadanos y los poderes públicos, pero con una
posición destacada.
Esa supremacía es consustancial a una constitución normativa, que pone en pie una estructura
política y un ordenamiento jurídico.
Por lo demás, la Constitución es la norma suprema del ordenamiento jurídico también en la medida
en que, al regular los órganos del Estado, sus funciones y sus relaciones, está ordenando los
mecanismos de creación de nuevas normas jurídicas: determina las distintas fuentes mediante las que
los poderes públicos pueden crear o reconocer normas jurídicas, atribuyendo a cada una su propia
esfera de competencias o colocándola en una determinada posición jerárquica. Ello le otorga, una
supremacía lógica sobre las normas adoptadas de acuerdo con sus disposiciones.
Tal supremacía lógica recibe el necesario respaldo, en primer lugar, de la supremacía formal que
deriva de la rigidez constitucional, conforme a la cual solo las normas adoptadas por los
procedimientos especialmente establecidos al efecto pueden introducir excepciones o modificaciones
en las normas constitucionales (reforma constitucional), pero que al mismo tiempo identifican de
forma inequívoca la supremacía de la Constitución frente al resto de las normas jurídicas. Y, en
segundo término, queda garantizada a través de la jurisdicción constitucional, el TC.
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La Constitución prevé igualmente la existencia de unas normas especiales, los EEAA, que se
convierten en norma institucional básica de las correspondientes CCAA. Lo más importante, en
este contexto, es que la Constitución prevé igualmente que los EEAA atribuyan potestades
normativas a las instituciones de la correspondiente CCAA. En consecuencia, las Asambleas
Legislativas de las comunidades autónomas adoptan leyes, y los gobiernos autonómicos aprueban
decretos leyes, decretos legislativos y reglamentos, siempre en base a lo que establecen los
Estatutos. También los propios EEAA son los que atribuyen las competencias a las que puede
extenderse el ejercicio de tales potestades normativas; aunque, hay algunas leyes estatales que
pueden también ampliarlas, delimitarlas, armonizadas... De este modo, las fuentes del Derecho
propias de las CCAA quedan sujetas no solo a la Constitución y a su propio EEAA, sino a un
complejo normativo que se conoce como «bloque de la constitucionalidad».
2.1.2. Modalidades
La atribución de potestades normativas responde a dos modalidades básicas:
El poder de adoptar ciertos tipos de normas es directamente atribuido por la Constitución: los
procedimientos del Título X permiten reformar el propio texto constitucional, la potestad
legislativa del Estado permite a las Cortes Generales adoptar leyes, el Gobierno tiene la potestad
de dictar decretos leyes y reglamentos, y también la de comprometer al Estado mediante la
ratificación de Tratados internacionales.
Ciertas normas pueden atribuir las potestades normativas: las leyes de delegación atribuyen al
Gobierno la potestad de dictar un determinado decreto legislativo; los EEEAA atribuyen a los
órganos de la CCAA las potestades normativas que les permiten dictar leyes, decretos leyes y
reglamentos, y a veces también autorizan a la correspondiente Asamblea Legislativa a delegar en
el gobierno autonómico la potestad de dictar decretos legislativos; y, finalmente, ciertos tratados
internacionales pueden transferir a una organización internacional el ejercicio de diversas
competencias, que pueden incluir la adopción de normas jurídicas de acuerdo con su propio
sistema de fuentes.
2.2. Condiciones y límites
2.2.1. Formales
Las fuentes del Derecho que se apoyan directamente sobre la Constitución deben respetar las reglas
constitucionales sobre órganos, procedimientos y competencias.
Las normas autorizadas por la Constitución para atribuir nuevas potestades normativas también
deben respetar las condiciones que la Constitución ha previsto para hacerlo; y las fuentes resultantes
de esa atribución de potestades habrán de respetar no solo la Constitución sino también esas otras
normas interpuestas en las que directamente se apoyan.
La inconstitucionalidad de una norma por razones formales o competenciales puede ser de dos tipos:
Inconstitucionalidad inmediata. Se habla de inconstitucionalidad inmediata si la norma ha
infringido directamente disposiciones constitucionales que determinan su adopción.
Inconstitucionalidad mediata. Cuando la norma ha violado las reglas establecidas al respecto por
las normas a las que la Constitución autoriza para hacerlo, que se interponen entre la Constitución
y la correspondiente norma y cuya infracción genera una inconstitucionalidad indirecta: hay
inconstitucionalidad porque la norma infringe el mandato constitucional de respetar las llamadas
normas interpuestas.
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2.2.2. Sustantivos
Los límites materiales o sustantivos que, con carácter general, establece la Constitución para la
creación de Derecho, esto es, normas sustantivas que las nuevas normas han de respetar, cuya
infracción determina su nulidad. Esos límites no operan, sin embargo, frente a las normas de reforma
de la Constitución, que precisamente tienen por objeto cambiar su contenido. Los límites sustantivos
pueden plantearse de dos modos diferentes, según bloqueen la actividad normativa (vinculación
negativa) o la impongan (vinculación positiva).
Todas las normas de la Constitución imponen una vinculación negativa, en el sentido de que
ninguna norma producida por los poderes constituidos podrá contradecirlas. De modo específico
para los derechos fundamentales (art. 53.1 CE cuando dice: «… la ley que regule su ejercicio, en
todo caso deberá respetar su contenido esencial».), pues se orienta precisamente a garantizar la
pervivencia de los rasgos esenciales de ciertas instituciones frente a eventuales cambios
normativos. Son las llamadas garantías institucionales, por ejemplo, la que protege la autonomía
de los municipios y de las provincias.
Para constatar que una norma infringe esta vinculación negativa a la Constitución se requiere que
la incompatibilidad entre la norma y la Constitución sea plena; una norma solo es inconstitucional
si razonablemente no cabe interpretación alguna de la misma que sea conforme con la
Constitución. Es una de las manifestaciones del llamado principio de interpretación del
ordenamiento de conformidad con la Constitución.
Vinculación positiva, cuando la Constitución impone regular alguna materia o hacerlo en
determinados términos. También hay normas constitucionales que señalan ciertas finalidades para
la actuación de los poderes públicos o que les atribuyen tareas más o menos específicas; eso
ocurre con los «Principios rectores de la política social y económica», y cuyo reconocimiento,
respeto y protección «informarán la legislación positiva» (art. 53.3 CE).
En términos más generales, el art. 9.2 CE, que se ha interpretado entendiendo que los poderes
públicos tienen el deber de ampliar el alcance y la proyección de los derechos fundamentales a
través del desarrollo legislativo. Algunas de estas vinculaciones positivas se han considerado
incluso como parte del contenido esencial del derecho correspondiente (art. 53.1 CE), que
identificaría así no solo una vinculación negativa, sino también otra positiva.
Estas normas constitucionales se consideran a veces meramente programáticas; suponen impulsos
y directrices para la legislación, pero en absoluto garantizan la obtención del objetivo que
proponen. En cualquier caso, siempre que la Constitución establece una vinculación positiva más
o menos imprecisa es también posible identificar, en paralelo, una vinculación negativa de
eficacia indudable: deberá considerarse inconstitucional la norma que resulte abiertamente
incompatible con los objetivos fijados por· la Constitución.
2.3. Controles
Los controles sobre el respeto a tales límites se diferencian básicamente en función de la naturaleza
de la norma controlada, aunque hay que añadir algunas matizaciones que dependen del vicio que se
puede atribuir a la norma.
En cualquier caso, debe comenzarse destacando que el control parte siempre de la norma a la que se
imputa la infracción de la Constitución y está orientado hacia su expulsión del ordenamiento
jurídico; por eso, los controles son efectivos fundamentalmente para hacer valer las vinculaciones
negativas.
Para verificar el incumplimiento de las vinculaciones positivas del legislador sería necesario analizar
también las omisiones e insuficiencias legislativas, que solo pueden repararse mediante la adopción
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de nuevas normas. No hay mecanismos de control frente al legislador que no aprueba una norma que
la Constitución considera necesaria, ni cuando el legislador las cubre de manera insuficiente.
2.3.1. Tipo de norma controlada
No existe previsión expresa de procedimientos de control sobre las normas de reforma de la
Constitución. Ninguna norma le atribuye al TC tal competencia.
La inconstitucionalidad de las normas con rango de ley, inmediata o mediata, se controla a través
del recurso y de la cuestión de inconstitucionalidad. En el caso de los decretos legislativos existe
también la posibilidad de que la jurisdicción contencioso-administrativa verifique que la norma ha
respetado los límites establecidos por la ley de delegación; el control de su inconstitucionalidad
mediata, por tanto, es compartido por la jurisdicción ordinaria y la constitucional.
El control de los reglamentos y del resto de las normas sin rango de ley que se incorporan al
ordenamiento corresponde a los tribunales ordinarios. La única excepción en este caso es el
control de constitucionalidad de los reglamentos de las CCAA; este específico control puede ser
solicitado al Tribunal Constitucional por el Gobierno del Estado, con el efecto automático de la
suspensión de vigencia de la norma impugnada (art. 161.2 CE).
En cuanto al Derecho de la Unión Europea, los Tratados que la constituyen (el llamado Derecho
originario) tienen el tratamiento de normas con rango de ley. Pero el Derecho derivado, creado
por las instituciones de la Unión Europea, queda excluido del control de constitucionalidad; su
validez viene condicionada únicamente por el Derecho originario, y el TJUE es el único juez
competente para verificarlo, en su caso a instancias de los jueces nacionales que duden de ella. Se
presume así que, si los tratados constitutivos de la UE respetan la Constitución, lo harán también
todas las normas que a su vez respeten tales Tratados. En este caso, por tanto, la posición de estos
tratados como normas interpuestas no sirve para complementar el control de constitucionalidad,
sino para bloquearlo.
2.3.2. Tipo de vicio en el que incurre
Tres consideraciones referidas al tipo de vicio en el que estas pueden incurrir:
1.º Cuando las normas nacionales infringen la primacía que corresponde al Dº de la UE, no se
considera como una inconstitucionalidad mediata controlada por el TC. Tal primacía opera
simplemente como una regla de aplicación del Derecho por parte de los jueces ordinarios, que
debe dar aplicación preferente al Dº de la UE frente a las normas nacionales que lo contradigan.
2.º El control directo de los vicios de competencia en que puedan haber incurrido las normas del
Estado o de las CCAA, por infracción de las correspondientes normas de delimitación
competencial, está reservado al TC, que lo ejerce por la vía del conflicto de competencias. Así se
proyecta sobre las normas sin rango de ley, quedando sometidas al control del TC.
3.º Respecto al recurso de amparo contra actos y disposiciones que lesionen los DF, proyecciones:
a) El TC protege por esta vía los derechos fundamentales frente a las normas sin rango de ley que
los violen de modo directo, declarando su inconstitucionalidad, cuando tal violación no haya
sido previamente reparada por la jurisdicción ordinaria.
b) El recurso de amparo (RA) no cabe frente a las leyes y normas con rango de ley, pero sí frente
a los actos de aplicación de las mismas. De este modo, si el TC entiende que la lesión del DF
es consecuencia necesaria de la aplicación de la ley correspondiente, el propio Tribunal, tras
plantearse la llamada autocuestión de inconstitucionalidad, podrá declararla (la ley).
c) El RA permite a los miembros de las Cortes G impugnar ante el TC los actos de tramitación de
un procedimiento normativo alegando que han violado el derecho de participación que les
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aplicables en contextos particulares. Estamos ante supuestos en los que la aplicación de la CE solo
puede tener lugar junto con otras normas; la CE precisa que preceptos solo son aplicables bajo
tales condiciones, y no como normas de aplicación inmediata (ppios rectores cap.III).
4. Algo similar ocurre con normas como el art. 1.1 CE, que proclama caracteres básicos del Estado
(social y democrático de Dº) y valores superiores del OJ (libertad, igualdad, justicia y pluralismo
político). Son preceptos constitucionales que solo cobran contenido y significado en conexión con
otras disposiciones de la propia CE, con el desarrollo que realiza la legislación y con la
interpretación que reciben en la jurisprudencia. Su alcance en el contexto de la aplicación del
Derecho depende, fundamentalmente, de la capacidad que se les atribuya para articular el
conjunto de sus especificaciones en forma coherente y unitaria.
2. Interpretación del ordenamiento conforme a la Constitución
La Constitución se aplica junto con otras normas, porque todas las normas del OJ deben ser
interpretadas y aplicadas de conformidad con la Constitución.
a) La interpretación de las normas de conformidad con la CE obliga al juez que aplica una norma a
descartar todas aquellas interpretaciones de la misma que sean contrarias a la Constitución.
b) Permite precisar, el contenido ambiguo o indeterminado de dichas normas. Así ocurre cuando la
ley ha dejado abierta una cuestión y la CE permite cerrarla en un sentido determinado.
c) En términos más genéricos, podría decirse que la CE supone el contexto necesario de cualquier
interpretación jurídica; porque:
En la CE se regulan los elementos estructurales básicos del ordenamiento: define los tipos de
normas, establece la relación jerárquica entre ellas o los aspectos básicos de la distribución de
competencias... Y las normas han de interpretarse teniendo siempre en cuenta la posición que
la Constitución les ha atribuido.
La CE establece los valores superiores del OJ, así como una serie de postulados, fundamentos
y principios que son determinantes a la hora de convertir el conjunto de disposiciones que
forman el Derecho positivo en un ordenamiento jurídico coherente, pleno y unitario.
Existen además ámbitos concretos (la familia, las relaciones laborales...) en los que la CE
contiene ciertas normas fundamentales que orientan y determinan la interpretación de las
normas de rango inferior que se aplican en dichos ámbitos.
Esa eficacia en la interpretación del ordenamiento corresponde también a las normas
constitucionales que hemos denominado programáticas, generadoras de vinculación positiva.
Las disposiciones legales deben ser interpretadas en el sentido más favorable para el logro de
los fines que la Constitución les ha señalado.
También tienen eficacia en la interpretación del ordenamiento las normas que son susceptibles
de aplicación inmediata, por sí solas o en el contexto que les ofrece la regulación legal. Por ej.,
el reconocimiento constitucional de los DF, en absoluto excluye que el legislador regule su
ejercicio o los desarrolle, o que adopte otras normas que puedan entenderse como proyección
de la vinculación positiva derivada de los mismos. La correspondiente normativa afectará a las
condiciones y las formas en las que puede ejercerse el derecho, y también puede limitarlo. Pero
ha de interpretarse siempre en el sentido que resulte más favorable a la eficacia de la norma
constitucional que lo reconoce.
3. Aplicación prevalente
La Constitución se aplica, en caso necesario, frente a todas las demás normas. Los ciudadanos y los
poderes públicos están sujetos al ordenamiento jurídico (art. 9.1 CE); además, los jueces deben dar
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entre normas que se suceden en el tiempo en la regulación de una misma materia, y el juez
ordinario debe apreciar cuál es la que está vigente.
No ocurre lo mismo cuando la norma constitucional se limita a proclamar un nuevo principio
general diferente al que regía la regulación anterior de la materia correspondiente, y
especialmente si exige para su aplicación el complemento de otras normas de rango inferior.
El problema no puede resolverse entonces con la simple aplicación de la nueva norma general,
sino que hace falta valorar su incidencia sobre la interpretación y aplicación de un conjunto de
las normas particulares. (En tales supuestos, si las normas tuvieran el mismo rango, el juez
podría entender que, frente al criterio temporal que rige la derogación, prima el criterio de
especialidad: la regulación específica se continúa aplicando a los casos concretos a los que se
refiere, y se mantiene así al margen de los cambios que afectan a las reglas o a los principios
más generales. NO ES EL CASO). Si el juez considera que esto no es aquí posible, y estima
que la ley debe ser inaplicada por ser contraria a la Constitución, no debería invocar el efecto
derogatorio de la Constitución, sino su supremacía, que excluye la aplicación de normas
inferiores que exceptúen sus principios; la correspondiente constatación es competencia del
Tribunal Constitucional.
En general, dada la presunción de validez de las normas, una cuestión de inconstitucionalidad solo
será estimada en caso de contradicción patente.
La apreciación de inconstitucionalidad será difícil de apreciar, por ejemplo, en los casos en que la
Constitución se ha limitado a imponer, en términos genéricos, una finalidad a la acción de los
poderes públicos. De modo que, solo cabrá cuestionar la constitucionalidad de la ley que sea directa
y manifiestamente incompatible con tal finalidad, y solo cuando además, carezca de una justificación
razonable en los demás objetivos legítimos del poder público.
Esto funciona no solo frente a las normas posteriores a la Constitución, sino también respecto de las
anteriores. En esa medida podría decirse que, los principios generales de la Constitución son
compatibles con la conservación o la adopción de normas específicas muy diversas, aunque ello no
puede ser entendido en los términos del principio de especialidad, que solo opera entre normas del
mismo rango jerárquico.
Para inaplicar las normas contrarias a los principios establecidos en la CE no rige el principio de
especialidad, sino que o bien se inaplica por motivos de derogación o bien por motivos de
supremacía.
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Finalmente, resulta significativo que la primera ley orgánica adoptada tras la Constitución fuera
precisamente la General Penitenciaria, orientada a llevar las garantías constitucionales de los DF
hasta el interior de las prisiones.
2. Actitudes
La predisposición favorable al reconocimiento de la normatividad de la Constitución por parte de los
actores políticos se correspondía con las actitudes generalizadas en el estamento de los juristas
(Notarios, profesores universitarios, así como la toma de posición de García de Enterría en su
artículo «La Constitución como norma jurídica»). Todo ello quedó reforzado desde el momento en
que el TC comenzó a emitir sentencias. Nadie dudó de su eficacia jurídica y nadie les negó pleno
acatamiento.
Pero el reconocimiento recibido por la Constitución fue más allá del ámbito de los poderes públicos
y de los operadores jurídicos. La opinión pública había mostrado gran interés por los debates
constituyentes y, su resultado fue percibido como un acontecimiento emancipador, liberador: la
Constitución abría a todos la posibilidad de ejercer los derechos constitucionales y de participar en
los procesos democráticos, y también proclamaba valores (libertad, igualdad, justicia, pluralismo
político: art. 1.1 CE) que se reconocían como criterios fundamentales de legitimación del poder: La
Constitución aparecía como síntesis de todas las aspiraciones de justicia; de hecho, el término
«inconstitucional» se convirtió en sinónimo de «injusto» en e l lenguaje cotidiano.
II. RESISTENCIAS.
En efecto, apenas había precedentes en España de una Constitución que hubiera sido capaz de
encauzar realmente el proceso político. Durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX
habían convivido la legitimidad tradicional de la monarquía, a la que de uno u otro modo se
asociaban la nobleza terrateniente y la Iglesia Católica, y los intereses de las nuevas clases burguesas
que progresivamente se iban asentando. Así se determinaba el turno de los partidos en el poder, al
margen de las normas sobre las elecciones parlamentarias o sobre la formación de Gobierno. Por su
parte, algunos jefes militares se arrogaban periódicamente el poder de decidir por sí mismos el
destino del país: el pronunciamiento se convirtió en su modo peculiar de intervenir en política. La
experiencia constitucional más cercana y más auténtica, la republicana iniciada en 1931, también
había sido interrumpida por un golpe de Estado militar (1936) que desembocó en la proclamación del
general Franco como jefe del Estado «por la gracia de Dios».
Frente a tal experiencia histórica, la realización de la Constitución exigía desprender al poder político
de la tutela militar y eclesiástica, que pretendían perpetuarse; y también implicaba colocar la
Constitución por encima del rey, que había accedido a la Corona como sucesor de Franco. Resultaba
igualmente importante que lograra imponer su pretensión racionalizadora frente a supuestos derechos
históricos que invocaban algunos partidos nacionalistas.
a) Durante el propio proceso constituyente resultaba inocultable el poder fáctico del estamento
militar, enraizado en una memoria de la guerra civil que seguía siendo recordada como
fundamento legitimador del poder político. Solo se asume colectivamente en el ejército la
supremacía del poder civil a partir del fracaso del golpe de Estado del 23F de 1981. Desde
entonces, las Fuerzas Armadas, progresivamente profesionalizadas, integradas en estructuras
militares supranacionales y ocupadas también en misiones de auxilio y cooperación, han ido
dejando de ser percibidas como eventual alternativa al orden constitucional.
b) Cualquier proyecto constitucional exige también la formación de un Estado secular, en el que las
creencias religiosas particulares no puedan imponerse a las decisiones democráticas. Pero la
cuestión religiosa, que siempre había resultado determinante en la historia constitucional
española, seguía presente en 1978. El tema se solventa mediante la fórmula del art. 16.3 CE. De
manera casi simultánea a la aprobación de la Constitución se gestaron y aprobaron los Acuerdos
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entre el Estado y la Iglesia católica, que todavía preservan significativos privilegios de esta
iglesia, en particular en el ámbito educativo. Sin embargo, no pueden pretender ya una posición
privilegiada frente al proceso político democrático.
c) Algunos monárquicos también quisieron presentar al rey como titular de un poder dotado de
legitimación propia, no fundado en las disposiciones constitucionales sino en la tradición: Juan
Carlos I como «legítimo heredero de la dinastía histórica». Por su parte, la República no resultaba
verosímil como verdadera alternativa por la resistencia del ejército que solo podía frenarse
apelando a la obediencia debida al rey, visto entre los militares como sucesor designado por
Franco. En cualquier caso, bajo la concreta modalidad de monarquía parlamentaria, la CE reduce
el papel del rey al de un jefe del Estado sin atribuciones efectivas.
d) Más relevante resulta la apelación a magnitudes históricas en el art. 2 CE. Aquí se menciona en
primer lugar a la Nación española, calificada de única e indivisible, como fundamento de la propia
Constitución. De inmediato, y como complemento de esa referencia, se reconoce y garantiza el
derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones, que no se identifican; y además la
Constitución «ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales», como dice su
DA 1ª. Pero su utilización en el discurso político apenas tuvo efectos prácticos. La organización
territorial del poder público se articuló siguiendo las pautas, mucho más precisas, marcadas por
las concretas disposiciones constitucionales que preveían la creación de las CCAA.
e) La consolidación de la normatividad constitucional se produjo también frente a la presión de una
actividad terrorista muy intensa, especialmente a cargo de la organización independentista ETA,
fuertemente implantada en Euskadi y Navarra. Su objetivo no era la implantación de una
democracia constitucional y, por eso mismo, la adopción de una Constitución democrática no
supuso un freno a su actividad; al contrario, esta se incrementó notablemente y se prolongaron
durante décadas.
III. PROYECCIONES.
Los presupuestos que antes hemos analizado son imprescindibles para que la Constitución pueda
proyectar su normatividad en la realidad social y política; el alcance y el sentido de la concreta
normatividad constitucional depende del funcionamiento de las instituciones y del contenido de las
normas sobre las que descansa. Pero esa proyección de la Constitución no se puede considerar
lograda de una vez para siempre; se pone a prueba en los múltiples actos que la interpretan, la
desarrollan y la aplican, y queda así sometida a un constante movimiento de actualización.
1. Planos
Podemos distinguir aquí tres planos diferentes:
1.º Alude a la realización de los contenidos normativos específicos de cada una de las concretas
disposiciones constitucionales, referidas a cada DF en particular, a cada uno de los órganos
constitucionales, a cada fuente del Derecho ... En términos generales, la realización de la
Constitución en este plano puede considerarse satisfactoriamente garantizada a través de los
diversos procedimientos de control de su supremacía y de su aplicabilidad, orientados
precisamente a evitar infracciones específicas de la normatividad constitucional.
2.º Las decisiones estructurales de la Constitución que identifican sus rasgos básicos se pueden
resumir en los postulados del Estado social y democrático de Derecho y en la articulación
territorial del poder político, tanto en su configuración interna (Estado autonómico) como
orientándose a la inserción del Estado en la comunidad internacional (Estado abierto).
3.º Que abarca la Constitución en su conjunto como norma suprema del ordenamiento, es al único
que nos referiremos aquí; pero solo para ofrecer una primera aproximación a la práctica
interpretativa de la Constitución, determinada por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, y
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un balance general sobre el modo en que esta práctica determina, junto con algunos otros factores,
las actitudes y las percepciones referidas a la realización de la Constitución.
2. Interpretación
Es posible también identificar algunas tendencias en la actividad de nuestro TC que afectan al modo
en que la Constitución se proyecta sobre la realidad política y social. Al efecto, resulta ilustrativo
observar cómo ejerce sus tres bloques de competencias:
El TC está encargado de garantizar que cada órgano constitucional respete las competencias de los
demás; y, muy particularmente, de resolver los conflictos de competencias que surgen entre el
Estado y las CCAA, cuya distribución competencial no está fijada solo por la CE (que solo fija las
mínimas que se reserva el Estado), sino también por sus EEAA (a veces complementado con otras
leyes estatales). Para ello resuelve teniendo en cuenta el conjunto de normas que delimitan las
competencias, que se denomina a veces «bloque de la constitucionalidad». La contribución del TC
ha sido decisiva para ir fijando, a lo largo del tiempo, una serie de criterios técnicos que permiten
tratar con coherencia y certeza ese complejo normativo.
Un segundo bloque de competencias se refiere al amparo de determinados DF frente a las
actuaciones de los poderes públicos que no tienen rango de ley. El TC ejerce un último control
sobre el respeto a los DF por parte de la administración y de los jueces. En estos casos, el TC
garantiza, como contenido de los derechos constitucionales, el definido por la ley que regula su
ejercicio. La ley se interpreta de conformidad con la CE; pero, en cierto modo, la definición del
contenido y el alcance de los DF, supone también una interpretación de la CE conforme a la ley.
El TC, en fin, controla la validez de las leyes. En este ámbito opera con gran deferencia hacia el
legislador. Para que llegue a entender, por ej., que una ley ha violado alguno de los DF, la
infracción ha de ser muy patente; las declaraciones de inconstitucionalidad por este motivo han
sido realmente escasas. En particular, la vinculación positiva del legislador a los DF, incluido el
deber de protección y promoción de los mismos, ha quedado casi inédita en su jurisprudencia, con
la notable salvedad de la STC 53/1985, sobre las exigencias que debía cumplir una ley que
despenalizara la interrupción voluntaria del embarazo en determinados supuestos.
3. Logros y perturbaciones
La mayoría de los ciudadanos ven satisfechas sus expectativas básicas de libertad y seguridad, de
igualdad y de participación en el destino colectivo; el marco constitucional, en su conjunto, les
ofrece credibilidad suficiente como cauce para el normal funcionamiento de las instituciones
públicas y para el desarrollo ordenado de la convivencia.
La percepción de esos logros, sin embargo, se ve perturbada por varios fenómenos que también
deben ser tomados en consideración:
a) De un lado, el TC apenas cuestiona la actividad del legislador en el desarrollo de la CE. Proclama
insistentemente la trascendencia de los mandatos constitucionales; pero, cuando ha de oponerlos
al poder legislativo, considera «innecesario entrar en las consideraciones generales sobre los
valores y principios constitucionales que fundamentan el recurso y sobre el alcance genérico de
las libertades públicas». La CE, por ello, va dejando de percibirse como criterio operativo para
controlar al legislador, menos aún para orientarlo en los términos que postula la vinculación
positiva. El propio legislador se ha mostrado consciente de ello cuando se ha permitido hacer caso
omiso de las advertencias contenidas en algunas resoluciones o dilatar de modo injustificado los
mandatos expresos contenidos en otras.
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Por eso, la acción legislativa y el marco constitucional en el que se mueve resultan indisociables
para la percepción colectiva, pues no siempre se asume, en definitiva, que la CE opera como un
marco para las disputas políticas, y se la responsabiliza también de su concreto desarrollo.
b) Esa vinculación entre el marco constitucional y la práctica política que se desarrolla dentro de él
se refuerza cuando se producen intentos de instrumentalización del marco al servicio de la acción.
Eso ocurre, en un primer nivel, cuando se invoca la supuesta inconstitucionalidad de una
propuesta política como simple estrategia retórica, o incluso jurídica, de oposición a la misma.
El problema se generaliza cuando la Constitución en su conjunto, en lugar de concebirse como un
espacio abierto a la realización de proyectos políticos diversos, se presenta como un dique frente a
determinadas opciones. La tesis, conocida como «Constitucionalismo militante», restringe la
apertura constitucional: dejan de considerarse admisibles todas las opciones políticas que se
canalicen por las vías democráticas abiertas por la CE, y pasan a ser defendibles solo las opciones
que sintonicen con los principios fundamentales que la identifican. Esa idea inspiró la reforma de
la ley de partidos políticos en 2002, en el marco de la lucha antiterrorista; y en ese mismo
contexto se extendió la expresión «partidos constitucionales», o «Constitucionalistas». El
constitucionalismo militante necesita en España apelar, de forma paradójica, a principios
extraconstitucionales; y, dado que se ha opuesto sobre todo a pretensiones políticas de los
nacionalismos periféricos, que pretenden modificar el reparto territorial del poder, se ha apoyado
en una peculiar concepción de la unidad de la Nación española a la que alude el art. 2 CE.
c) Con esa instrumentalización de la Constitución se compromete su identidad de norma abierta.
Pero también se han producido intentos de alterar su cualidad normativa perturbando la
independencia y el prestigio de la jurisdicción constitucional. Se han reproducido, una y otra vez,
los intentos políticos y mediáticos de interferir sobre ciertas decisiones relevantes del Tribunal;
hasta el extremo de que, en ciertos casos, el juego cruzado de presiones hace que cualquier
resolución, incluso la que descansa sobre los criterios jurídicos más rigurosos, sea percibida por la
opinión pública como cesión a unos o a otros.
También ha cambiado el modo de selección de los magistrados en la elección de los magistrados
del Tribunal Constitucional que corresponde proponer a las Cámaras parlamentarias, pues se ha
consolidado con el tiempo la práctica de que los partidos que suman la correspondiente mayoría
no consensuan nombres concretos, sino el reparto del número de candidatos que cada uno ha de
proponer; y, de este modo, cada grupo hace llegar al TC personalidades afines. También se han
producido bloqueos, en ocasiones prolongados, cuando los partidos tardan en alcanzar el
mencionado acuerdo. Ese modo de selección de los magistrados no ha impedido que la actividad
del Tribunal sigua respondiendo, en términos generales, a los requisitos exigibles de competencia
técnica e independencia profesional. Pero, cuando en algún caso sensible los votos de los
magistrados se alinean en bloques que se corresponden con los grupos políticos que los han
propuesto, resulta fácil argumentar que no han actuado con imparcialidad y rigor, sino atendiendo
a sus preferencias políticas; aunque en realidad la discrepancia pueda deberse perfectamente a
explicables diferencias de criterio en la interpretación de las normas. Otros fenómenos perjudican
también el prestigio del TC, como el manejo a menudo insondable de los tiempos de decisión en
el seno de la institución, que acelera o retrasa los procesos en función de criterios poco claros de
oportunidad.
d) Además de la indebida identificación entre CE y proceso político, a su instrumentalización
política y, a la erosión de la autoridad de la jurisdicción constitucional, están las impugnaciones
de la CE, la contraponen a la democracia, alegando, por ej., que desconoce la voluntad de los
ciudadanos de determinados territorios o que no ha sido votada por los ciudadanos actuales. Sin
embargo, lo cierto es que la democracia presupone un solapamiento plausible entre el sujeto de la
decisión y los efectos de la misma. La democracia también exige reglas estables que, sin duda,
deben encontrar respaldo mayoritario en el presente; pero esto no solo se constata mediante el
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