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Semblanza de Verónica Cereceda

Rossana Barragán, historiadora

Buenas noches, Señora representante del Viceministerio de


Desarrollo de Culturas, Señor Director del PIEB, Señor Director del
CEDLA, Señora Nadia Gutiérrez coordinadora general del PIEB, Señor
Presidente de la Academia Nacional de Ciencias de Bolivia, Presidente
el Directorio de UNITAS, querida Verónica, queridos compañeros y
amigos, estimados miembros del Jurado, amigas y amigos.

Es un honor verdaderamente profundo estar aquí para dar y dirigir


estas palabras. Después de este video y después de las palabras del
Director del PIEB, hemos visto ya la profundidad de la obra de
Verónica. En diez minutos que me han sido encomendados, vano
sería intentar darles un panorama sobre la densidad de la trayectoria
de Verónica Cereceda. Sólo puedo, para intentar hacerle el honor que
amerita, sembrar y dejar tendidos hilos y colores diseminados para
que sean ustedes los que, en la urdimbre dejada, sitúen y coloquen
su enorme labor. En una parte inicial me referiré a algunos de los
principales hitos en su trayectoria, luego quisiera más bien situar su
obra y su ser, que está indisolublemente ligado a toda su obra, y
resaltar también lo que personalmente me parece que sería
importante recordar. Finalmente terminaré haciéndome portavoz de
algunas felicitaciones que le enviaron colegas y amigos, haciéndome
su chasqui.

Quiero empezar, entonces, señalando que caminar por el recorrido de


Verónica y Gabriel es recorrer con ellos con una profunda y
existencial búsqueda de la cordillera, el mar y el teatro popular
enormemente creativos; como gitanos en carpas de circo, a los altos
andinos de la comunidad de Ilaya en la región de Charazani, el mito
del meqalo o los sueños de las mujeres cambia trama a un teatro
hasta entonces inimaginado por sus temas, inimaginado por la
participación de actores comunarios y por el recurso al propio idioma
quechua. Hoy ese teatro aún sería vanguardia, imagínense cómo fue
hace ya más de 40 años, cuando Verónica y Gabriel no tenían
escenarios y cuando se disputaban por la presencia y la no exclusión
de la población indígena como actores y como espectadores.

Fueron, viajaron, sufrieron uno y otro golpe, y no es una metáfora.


Así, con las armas desperdigadas, lucharon, estudiaban, construyeron
y volvieron, escribieron y dieron vida a lo que supuestamente no la
tenía. Verónica nos enseñó que las franjas y listas de los costales de
papa, de las talegas de Isluga, diseños abstractos y simples, tienen
tanto sentido como los diseños icónicos y figurativos, que los colores
nos hablan, que las degradaciones de color como las k’isas pueden
estar asociadas a determinados estados mentales, a la entrega
emocional, a la sensualidad. Nos enseñó también que mientras los
Jalqas representan en sus tejidos los mundos del ukupacha, los sajras,
los supay, los Tinquipaya dibujan cielos y glorias, y los Tarabuco,
estas tierras en que vivimos.

Con la producción del conocimiento de Verónica no dejo de pensar en


su destino o en la trayectoria que hubiera tenido en Francia y Estados
Unidos, nadie tenga la menor duda que su vida estaría repleta de
conferencias y reconocimientos internacionales, pero ellos apostaron
por estas tierras y ello implicó no sólo una vida académica en una
torre de marfil, supuso la creación del Museo de Arte Indígena en
Sucre, el año 1992, que tiene mas de 14 salas de textiles, pero
también de música y arqueología, y crearon fundamentalmente uno
de los centros más importantes de Chuquisaca, en Sucre, avivando el
turismo, pero también la difusión a través de guías, libros de
enseñanza y publicaciones de difusión masiva. A partir de este
importante emprendimiento, ha creado también varios museos
comunitarios en el área rural. Pero más importante aún es su
proyecto de renacimiento del arte en el que se conjuncionaron
tejedoras, elevando a la categoría del arte, como ella explicaba en el
video, la producción textil en la que participan más de 52
comunidades de Chuquisaca y Potosí, vendiendo sus obras en la
tienda del museo.

Investigación comprometida, años de vida, acción, reflexión,


producción del conocimiento. Resulta tan fácil decirlos y, sin
embargo, detrás de cada uno de estos términos está la enorme tarea
y el batallar cotidiano de escribir proyectos, tal vez decenas al año,
solicitar recursos, convencer a las agencias de la importancia de un
museo, del tiempo que implica la creatividad, que el tejido es
creación, que el arte indígena, con todo su conocimiento y visión del
mundo, tiene ritmos que las financiadoras no siempre entienden. Ahí
estuvieron Gabriel y Verónica, día a día, dándose tiempo, aún para
enseñar, para crear este espacio vital de los lunes de ASUR o para
involucrarse cuando es necesario hacerlo.

Una intelectual, dirán unos y otros, pero ¿qué intelectual? Sin duda
tremendamente alejada y hasta con un rechazo claro de aquel
intelectual de vanguardia que se desarrolló sobre todo durante los
años 60 y 70 y que se veía a sí mismo como un iluminador frente a
las masas. Si algo no es Verónica, y tampoco comparte, es aquella
visión de las miradas lejanas o cercanas, pero empapadas de
romanticismo y exotismo, incluso político, y tampoco de los
intelectuales que reflexionan y reflexionarán preguntándose que
primero es importante señalar para que y para quienes investigar,
como y con quiénes y en qué tipo de relaciones y qué saber es útil
para los actores sociales. Tampoco creo que Verónica coincida
totalmente como Boaventura Dos Santos ve hoy al intelectual: como
facilitador en la articulación de experiencias y acciones en las
diferentes escalas, combinando distintas agendas transformadoras. Y
es que desde una y otra vertiente el intelectual, en América Latina se
ha visto al intelectual como un militante de la libertad.
El propio Fernández Retamar, al discernir el papel de los intelectuales
en América Latina desde la conquista y colonización, contrapuso
Calibán a Ariel. Ariel, en el gran mito shakesperiano, es el intelectual
de la misma isla que Calibán, puede optar entre seguir a Próspero, de
quien no pasa de ser un temeroso sirviente, o unirse a Calibán en su
lucha por la verdadera libertad. Una autora decía que la decisión era
clara, la tarea de los intelectuales críticos era luchar junto con los
movimientos sociales y los actores para la construcción de un mundo
más justo. Podemos afirmar categóricamente que Verónica comparte
ese mundo de utopías, pero al mismo tiempo no es su trayectoria.
¿Qué la hace, en consecuencia, tan distinta? Ni Gabriel ni Verónica se
han pensado como dotados de conocimiento y saber, y por tanto
tampoco se han visto a sí mismos como portavoces, como líderes,
como mediadores de movimientos y grupos étnicos. Humildad y no
pretensión, aprender sobre los mundos y perspectivas indígenas y no
atribuirle sus propios sueños y utopías, convivir y no turistear,
necesidad de conocer y no de enseñar, y un genuino
autorreconocimiento de las enormes distancias, de la necesaria
convivencia de años para acercarse en algo a sus visiones. Se trata
por tanto de un profundo y enorme respeto por las culturas indígenas.
Verónica inició, junto con Gabriel, un recorrido hace más de 40 años.

Hoy es casi sentido común afirmar que la comunidad del saber


moderno fundamentó el colonialismo, que hay otros saberes tan
importantes como los saberes indígenas, campesinos y populares, o
que se debe romper la distancia entre sujeto y objeto de estudio, o
entablar relaciones interculturales. Verónica y Gabriel vivieron
practicando lo que para muchos hoy es un credo.

Verónica en toda su integridad, en esa articulación de humanidad y


sabiduría, es precisamente la que se desprende de entre los
testimonios de algunas personas que la conocen de cerca y que no
querían estar ausentes de este homenaje. Y me he comprometido a
ser su portavoz, lastimosamente sólo voy a poder leer algunos de
estos mensajes.

De Jimena Medinacelli. “Si tuviera que darte un abrazo, te lo daría con


mis ojos. Si tuviera que darte un saludo, te lo daría con mi mente. Si
tuviera que darte un reconocimiento, te lo daría tratando de imitar la
enteraza y lucidez de tu trabajo. Con admiración y cariño de siempre,
Jimena”.

De Olivia Harris. “Querida Verónica, te felicito de todo corazón por el


premio que el PIEB te otorga. La primera vez que escuché hablar de ti
fue por el bello ensayo sobre las talegas que se iban a publicar en
Anales. Bashtel me comentó que era una joya, un trabajo hermoso, y
tenía toda la razón. Al conocerte a ti y a Gabriel he podido constatar
que no sólo tus trabajaos académicos, sino tu propia vida, es un
compromiso con los pobladores de los andes”.
De Silvia Arce. “Lo primero que escuché algo sobre ti fue cuando una
amiga me prestó una fotocopia borrosa de tu trabajo sobre los
costales de Isluga. No imaginé que te convertirías en una persona tan
importante en mi vida personal, profesional y familiar. La cocina del
pequeño departamento que tú y Gabriel ocupaban se convirtió en un
centro que a cualquier hora del día o de la noche estaba abierto para
historiadores y antropólogos, y nos sentábamos alrededor tuyo para
escuchar historias de Lili de paico, de la Isla Negra, de la resistencia,
de Charazani, de Isluga, de Francia, de Greimas y de personas que
habías conocido y que para nosotros eran solamente nombres
escritos en las tapas de los libros más asombrosos. Ustedes eran
nuestros maestros, y no hacían concesiones, no les gustaba las cosas
mediocres ni las conclusiones fáciles, y muchas veces fueron
terriblemente críticos. Tú y Gabriel mostraron caminos diferentes
para aproximarse a temas de la historia y de antropología, a trabajar
con herramientas que permitían llegar incisivamente a estratos más
profundos de las estructuras y nos enseñaron a ser. La manera en
que ustedes tendieron conexiones entre las líneas más avanzadas de
la reflexión académica y las altas formas de pensamiento de las
comunidades y ayllus, la práctica de vida que tuvieron abrió caminos
para todos nosotros, y para toda una generación de investigadores”.

Tristan Platt. “Ella es quien ha puesto sobre el tapete el trabajo de


campo y etnológico con los textiles. Su artículo de Anales de 1978 fue
el hito primerizo, marcó los principios de toda una nueva era, y todo
eso salió de Isluga, ahí se cimentó la base de lo que vino después.
Aparte de todo esto tiene una capacidad de amistad, grande y
singular, cree verdaderamente que el cariño es lo que abre las
puertas del alma. Combinar esa metodología con la cientificidad de
sus escritos, juntar el sueño quijotesco con el realismo político y
mantenerse a la vez con la generosidad y ternura personal que
conocemos, es algo fuera de lo común”.

Finalmente voy a terminar con una carta de Cinthia Aillón y Siclair


Thompson. “Compartimos con tus colegas, amigos y admiradores, la
gran alegría por el importante premio del PIEB, en nuestro caso tu
trabajo nos ha alentado e inspirado durante dos décadas. Desde una
tarde de invierno cuando tú y Gabriel recibieron con mucha
amabilidad a dos jóvenes investigadores extranjeros y les contaron
del trabajo que venían realizando en el campo chuquisaqueño. Tus
ensayos sensibles y originales sobre tejidos y estética andina siguen
marcando las pautas de nuestra comprensión del mundo indígena.
Nos parece que el premio a la trayectoria intelectual se refiere en el
fondo a toda una vida dedicada a la cultura andina, no solamente su
estudio, sino también su transmisión. Sabemos que en las labores de
uno se plasman las labores de muchos, ahí está también las ideas y
esfuerzos de colegas de trabajo y compañeros de la vida, ahí está
también la misma cultura andina que se recupera y se expresa
nuevamente a través de ti. Al festejar tu premio, festejamos también
algo que va más allá de ti, pero es gracias a ti que hemos podido
apreciar a fondo esta cultura viva”.

Quiero agradecerles y decirles que hay muchas otras personas de


distintas universidades, amigos y colegas que nos han escrito, pero
obviamente no puedo dar lectura a todos y va a nombre de ellos,
Verónica, todo nuestro cariño, nuestro agradecimiento y nuestro
profundo reconocimiento. Gracias.

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