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Una intelectual, dirán unos y otros, pero ¿qué intelectual? Sin duda
tremendamente alejada y hasta con un rechazo claro de aquel
intelectual de vanguardia que se desarrolló sobre todo durante los
años 60 y 70 y que se veía a sí mismo como un iluminador frente a
las masas. Si algo no es Verónica, y tampoco comparte, es aquella
visión de las miradas lejanas o cercanas, pero empapadas de
romanticismo y exotismo, incluso político, y tampoco de los
intelectuales que reflexionan y reflexionarán preguntándose que
primero es importante señalar para que y para quienes investigar,
como y con quiénes y en qué tipo de relaciones y qué saber es útil
para los actores sociales. Tampoco creo que Verónica coincida
totalmente como Boaventura Dos Santos ve hoy al intelectual: como
facilitador en la articulación de experiencias y acciones en las
diferentes escalas, combinando distintas agendas transformadoras. Y
es que desde una y otra vertiente el intelectual, en América Latina se
ha visto al intelectual como un militante de la libertad.
El propio Fernández Retamar, al discernir el papel de los intelectuales
en América Latina desde la conquista y colonización, contrapuso
Calibán a Ariel. Ariel, en el gran mito shakesperiano, es el intelectual
de la misma isla que Calibán, puede optar entre seguir a Próspero, de
quien no pasa de ser un temeroso sirviente, o unirse a Calibán en su
lucha por la verdadera libertad. Una autora decía que la decisión era
clara, la tarea de los intelectuales críticos era luchar junto con los
movimientos sociales y los actores para la construcción de un mundo
más justo. Podemos afirmar categóricamente que Verónica comparte
ese mundo de utopías, pero al mismo tiempo no es su trayectoria.
¿Qué la hace, en consecuencia, tan distinta? Ni Gabriel ni Verónica se
han pensado como dotados de conocimiento y saber, y por tanto
tampoco se han visto a sí mismos como portavoces, como líderes,
como mediadores de movimientos y grupos étnicos. Humildad y no
pretensión, aprender sobre los mundos y perspectivas indígenas y no
atribuirle sus propios sueños y utopías, convivir y no turistear,
necesidad de conocer y no de enseñar, y un genuino
autorreconocimiento de las enormes distancias, de la necesaria
convivencia de años para acercarse en algo a sus visiones. Se trata
por tanto de un profundo y enorme respeto por las culturas indígenas.
Verónica inició, junto con Gabriel, un recorrido hace más de 40 años.