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Comentario de texto: “Pues yo he de decir, y en esto agora…”, Sor Juana Inés de la Cruz,

Inundación castálida

El ovillejo titulado “Pinta en jocoso numen, igual con el tan célebre de Jacinto Polo, una belleza” es
una composición que se engloba en un grupo de retratos poéticos escritos por Sor Juana Inés de la
Cruz en Inundación castálida. Se trata de un poema compuesto por 396 versos (de los que nuestro
texto constituye los versos 211-230) (1), en que la voz poética pone en cuestión su propia capacidad
para desarrollar el retrato literario que intenta acometer. Este también será el tema de este
fragmento concreto.

El ovillejo supone un retrato literario en clave humorística, y en él la autora alude desde el propio
título a su referente, Jacinto Polo de Medina, de quien tomó como modelo el poema titulado “Fábula
burlesca de Apolo y Dafne”, sobre todo en la descripción de Dafne. Sin embargo, constituye una
excepción dentro de la línea de composiciones que siguen la tradición petrarquista, que pone en
duda este mismo estilo literario al proclamar la idealización de la belleza femenina, y presenta rasgos
propios de la parodia y de lo burlesco (ya en el verso tercero del ovillejo completo adelanta que lo
hará “con un estilo llano”), pero también características de lo grotesco. Todo ello lo podemos
encontrar en la diversidad y la miscelánea de campos semánticos, como los aludidos en este
fragmento, por ejemplo: pintura (pintora, pintores, pintar, retrato, pintallos), mitología (Cupido,
Talía), gastronomía (buñuelos, pimienta), arquitectura (arcos, cañería, encaña), etc.

La finalidad del ovillejo, pero también de este texto, es la intención de Sor Juana Inés de encontrar el
concepto original, distinto del modelo directo (Polo de Medina) y del indirecto (la tradición literaria
petrarquista): “aunque no tope verso en qué colgallos” (v. 14), en consonancia con la formulación de
Baltasar Gracián, quien define el concepto como “un acto de entendimiento, que exprime la
correspondencia que se halla entre los objetos” y con la idea de Torquato Acetto, que lo define como
“dissimulazione onesta”, es decir, “el generoso engaño de la verdad” del que hablaba Diego de
Saavedra Fajardo.

La parodia del ideal de belleza femenina que Sor Juana busca resulta, efectivamente, irónica y
grotesca por momentos, como vemos en el verso 10, donde la superfluidad enfática de la afirmación
resulta trivial y vacua porque afirma lo evidente (“por más señas, que tiene allí dos ojos”), pero en
ningún caso envilece a la mujer, a pesar del sarcasmo de términos como “ojuelos”, que son ojos que
sonríen agradecidos, aprobando el retrato burlesco; no son “ojos” sin más, sino que la ironía la
enfatiza con el posesivo mordaz de “tienen su pimienta” (v. 20). La parodia del retrato devendrá en
ingenio, porque el parodiador ofrece un modo distinto de emplear los símiles tan hiperbólicos al
perseguir el efecto contrario. De este modo, a la hora de retratar a Lisarda, más que imitar, la autora
mexicana buscará sobrepasar el estilo del que se quiere alejar, demostrando que ella puede tanto
como los demás célebres genios contemporáneos (Quevedo, Góngora, el propio Polo de Medina o
también Lope): “[…] y en esto agora/ conozco que del todo soy pintora”, vv. 1-2.

Con la mención de este verso tenemos que aludir a la locución latina ut pictura poesis, de Horacio,
utilizada en la teoría del arte y la literatura del humanismo renacentista, según la cual la poesía debe
ser tan emotiva y evocadora que sugiera en la mente del espectador imágenes como las producidas
por la contemplación de un cuadro. La artista se dirige a un público, ante el cual se someterá a una
prueba (“el último examen de pintores” del v. 4) que dilata una y otra vez; es la prueba de “pintar”
un retrato, y en ella la pluma es a la vez pincel, mientras que las palabras tienen el valor de trazo.
Pero, sobre todo, Sor Juana aludirá a los obstáculos que debe vencer, a su simulada ineptitud para
acometer el proyecto, algo que debemos entender como fórmula de “falsa modestia”, como recurso
para lograr la simpatía del oyente y como medio para conseguir un fin, por lo que de algún modo se
vuelve insincera.

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(1) http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/inundacion-castalida--0/html/e59d0e1e-7e62-4169-9386-247b6678ec06_3.html

De este modo se excusa por la falta de talento (el ya mencionado verso 14 y el 18: “de ver que
titubea mi Talía”), declarando las dificultades de la tarea (“que no es hacer buñuelos”, v. 19), ya que
se siente presa de una retórica petrarquista empleada con demasiada frecuencia (“¿Me dirán que
esto es viejo y es trillado?,v.12), de ahí que necesite distanciarse de ella y mostrar, como dijimos
antes, su propia autoridad (verso 2). Con fingida agresividad y tono desafiante pregunta “¿Esto quién
lo ha pensado?” (v. 11), en un intento más de defender su originalidad.

Nuestro texto comienza con la firme determinación de empezar por fin su obra, intención enfatizada
con “Pues”, palabra que repite constantemente y de la que ella misma se burla antes (“Digo pues,
¡oh qué pueses tan soezes! :/ todo el papel he de llenar de pueses., vv. 143-144 del ovillejo); no
muestra demasiado empeño (“Mas ya que los nombré [los ojos], fuerza es pintallos”, v. 13) y dilata
su trabajo una vez más, por lo que percibimos un cierto arrepentimiento de haberse comprometido a
ello (“¡nunca yo los mentara/ que quizás al lector se le olvidara1”) y una mofa velada al lector, a
quien pide comprensión (“[…] nadie se ría”, v.17) por si, además de su torpeza, también le desasiste
su musa. Comienza, por fin, por las cejas, que inspiran a la poetisa la imagen asociativa con “arcos”,
que rima con “zarcos” (de color azulado). Es este otro ejemplo de sarcasmo que roza el ridículo e
incluso la insolencia, ya que ese color se solía asociar al demonio. El reto consiste entonces en
conseguir una imagen poderosa e innovadora, por eso son arcos de cañería o acueducto, es decir, un
vertedero de lágrimas (v. 8 y 9), lejos de los símiles manidos que menciona en los versos 6 y 7.

La sátira contenida en este texto y en general en todos los ovillejos jocosos de Sor Juana Inés
sorprenden, además, por sus implicaciones sobre el tratamiento de la poesía como representación
pictórica, en dos planos que aborda a la vez: como retrato lírico y como pictórico, un contrarretrato
con el que busca romper la armonía del modelo petrarquista de belleza, porque los recursos poéticos
ya están manidos o desgastados. Pero la autora, barroca y conceptista, complica los elementos para
diferenciarlos y hacerlos suyos, de modo que cuanto más ingenioso, complicado y artificioso sea su
diseño, a pesar de su definición como “jocoso numen”, más potentes y eficientes serán sus mensajes.
Esto nos recuerda al proceder creativo que Hugo Friedrich llama Überfunktion des Stiles o “función
exagerada del estilo”, con juegos de ingenio que nos acercan ya a la maquinaria verbal de la creación
poética.

En cuanto a los recursos estilísticos, todo lo explicado antes viene acentuado por la disposición de los
versos endecasílabos y heptasílabos alternando al azar y arreglados caprichosamente en rima
consonante, que otorgan al poema una connotación excéntrica en consonancia con el contenido
burlesco. Encontramos un uso constante de encabalgamientos, que son versales unas veces (si
comienzan al final del verso), como los encontrados en los versos 1-2 o 17-18; o son sirremáticos y
suaves en otras ocasiones (vv. 3-4, 15-16), de modo que la idea contenida en la unidad sintáctica
separa grupos sintagmáticos y se prolonga sin interrupción hasta el final de verso encabalgado. Con
ellos la autora da un carácter explicativo a su mensaje, pues, como ya vimos antes, continuamente se
disculpa, se justifica, se explica y excusa, pero también se consolida como escritora-pintora diferente
e innovadora. El lenguaje coloquial, el tono discursivo y desenfadado, las coletillas (en fin, mas, pues,
que, …), así como las increpaciones a través de exclamaciones e interrogaciones, aportan vivacidad y
agudeza al mensaje que la autora transmite (recordemos la intención de renunciar y distanciarse del
estilo petrarquista y los símiles deslucidos ya para la realización del retrato).

De todo esto concluimos que el ingenio de Sor Juana va más allá: este debe entenderse como un
retrato paródico, pero la parodia es una obra que imita a otra para ridiculizarla. Su poema no es una
imitación de los retratos petrarquistas a los que alude; tampoco tiene el fin de censurar o ser
escarnio de esa tradición, sino que cuestiona la validez de las metáforas petrarquistas porque
reconoce su agotamiento y no porque quiera atacar esa tradición como escuela.

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