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¿QUÉ HACE DIOS EN NUESTRO

SUFRIMIENTO Y QUÉ HACEMOS


NOSOTROS?
¿Por qué Dios permite el sufrimiento? No hay nada de malo o pecaminoso
en hacer esta pregunta. Me atrevería a decir que cuando somos testigos o
experimentamos el sufrimiento, es la misma pregunta que Dios anhela que
hagamos (Salmo 13: 1-4). También hay una pregunta adicional. “¿Cómo podría
Dios redimir este sufrimiento por mi bien o el bien de los que me rodean?”

Señor, ¿hasta cuándo me olvidarás? ¿Me olvidarás para siempre?


¿Hasta cuándo te esconderás de mí? ¿Hasta cuándo mi alma y mi
corazón habrán de sufrir y estar tristes todo el día? ¿Hasta
cuándo habré de estar sometido al enemigo? Señor, Dios mío,
¡mírame, respóndeme, llena mis ojos de luz! ¡Que no caiga yo en
el sueño de la muerte!

Salmo 13: 1-4 DHH

Piense en los siguientes ejemplos de la Biblia:

¿Le agradó a Dios ver a José encarcelado injustamente? Ciertamente no. ¿Pudo


Dios redimir ese sufrimiento? Absolutamente. José probablemente sufrió
mucho durante su tiempo en prisión, pero Dios lo consoló y redimió el
sufrimiento de José. Dios usó su vida como un medio para preservar a su
pueblo.

¿Y los discípulos? Estos son los hombres que pasaron más tiempo con Jesús
mientras estuvo en la Tierra. Sin embargo, casi todos murieron como
mártires. Dios probablemente estaba dolido por su fallecimiento, sin
duda. Sin embargo, también pudo redimir sus muertes, tal como lo hizo con la
persecución de la iglesia cristiana primitiva. Nada difunde el mensaje del
Evangelio como la persecución.
Donde nuestras mentes humanas finitas ven
sufrimiento injusto, Dios ve una oportunidad para
redimir. 

Lo que el maligno tiene para hacer daño, Dios puede usarlo para lograr un
propósito superior. Tenga en cuenta, esto es importante, que Dios no es el
autor del dolor, pero en Su omnipotencia, Él puede redimir todas las cosas
para el bien de Sus propósitos, que son puros y amorosos, como Dios mismo
es, y sólo puede ser: amor. (Tito 2: 11-13, 1 Juan 4: 7-8 )
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¿Qué actitud tomamos frente al sufrimiento?

Frente al “escándalo del dolor, que tanto nos duele y que suele producir un
cimbronazo para la fe del ser humano, los hombres solemos adoptar
algunas de las siguientes actitudes, que van desde las más reaccionarias
contra Dios hasta las que buscan armonizar la aparentemente irreconciliable
bondad de Dios con la existencia del mal y el dolor:

1) Ateísmo: Dios no existe. Si fuese tan bondadoso y poderoso como


proclaman las religiones, no podría permitir tantos y tan brutales sufrimientos
que padece el ser humano y aun el mundo animal. No es posible que exista un
ser así. Estamos solos y desamparados en este frío universo, para arreglarnos
como podamos.

2) Antiteísmo: Dios existe, hay evidencias de esto en el mundo natural. Pero


está manejando mal las cosas. Por lo tanto, me rebelo contra él, porque, como
diría el personaje Bruce Nolan, de la película Todopoderoso (Bruce Almighty),
“no hace bien su trabajo” (cuidarnos, protegernos, salvarnos de los peligros de
este mundo). Es quizá la manifestación más franca de resentimiento contra
Dios.

3) Deísmo: Dios existe, como se puede ver en el diseño inteligente que revela


la naturaleza. Pero, una vez que Dios creó el universo, le puso sus leyes y le dio
el primer impulso inicial, se desentiende de su creación, no interviene en la
historia humana. Es el “Dios ausente”, el “Dios relojero” (que le da cuerda al
reloj y deja que funcione solo), y parece formar parte de su plan que nos
arreglemos por nuestra cuenta para vivir. No es posible tener ninguna relación
con él.

4) Agnosticismo: Pareciera haber algunas evidencias de la existencia de Dios,


pero no son suficientes para tener la certeza de su existencia. No se puede
saber si Dios existe o no (es lo que significa la palabra “agnóstico”: “no-
conocimiento”; niega la posibilidad de conocer). La aparente ausencia de Dios
frente a tanto dolor pareciera contradecirse con aquellas aparentes evidencias
de su existencia, lo que les resta su fuerza a estas últimas.

5) Soberanía absoluta de Dios: Dios es el absoluto soberano del universo, y


todo lo que sucede en el mundo es por la voluntad de Dios, porque Dios así lo
quiere. El dolor no sería, entonces, un accidente dentro de los planes divinos,
sino enviado proactivamente por su voluntad.

6) El dolor como castigo divino: A semejanza de lo que pensaban los amigos


de Job (que veremos a partir de la semana que viene), detrás de cada dolor se
esconde una culpa, un pecado, y el sufrimiento es un castigo voluntario de
Dios por causa de esos pecados. Debemos aceptar con humildad, entonces, la
pena por nuestras culpas.

7) Concepto del Gran Conflicto, y el dolor como instrumento redentor en


manos de Dios: Es el concepto sostenido por nuestra iglesia en forma
mayoritaria. Dios no es el autor del mal ni del dolor. Existe por un permiso
otorgado por Dios en contra de sus más profundos sentimientos hacia
nosotros, por causa de su respeto hacia nuestra libertad (personal y como
humanidad toda), porque no quiere que seamos seres esclavos ni autómatas
sino hijos amantes y sensatos. El sufrimiento es, en gran medida (no
absolutamente), consecuencia y no castigo por el pecado; una cuestión de
causa-efecto. Los inocentes sufren porque estamos inmersos en un mundo
caído, y todos recibimos los efectos colaterales de la rebelión.

Recomendado para ti:  ¿Cuánto tiempo más esperaremos? ¿Cuándo vendrá


Jesús?

¿No es injusto este sufrimiento?

Piensa en esto:

O Dios está dispuesto a evitar que sucedan cosas malas y no puede, en cuyo


caso no es todopoderoso. O Dios puede evitar que sucedan cosas malas,
pero no está dispuesto, en cuyo caso no es bueno. O, hay una tercera
opción: Dios es capaz y está dispuesto a hacerlo, pero Dios es amor, en
cuyo caso hay una línea que ni siquiera el Dios Todopoderoso cruzará, y esa
línea es nuestro libre albedrío.

La respuesta breve a por qué sufrimos es que nosotros y otros seres


humanos, en el pasado y en el presente, hemos elegido el mal, y el
resultado es el sufrimiento. No es justo. Ni siquiera es razonable. El pecado
es, por definición, injusto, dañino e incorrecto. Es francamente brutal. Pero
una cosa no es: el pecado no es la voluntad de Dios. Dios no quiere que
suframos. Pero tampoco quiere convertirnos en esclavos o robots. 

Ser humano es ser libre, y ser libre significa que


podemos elegir el bien o el mal con sus respectivos
efectos.

La pura verdad muestra que el amor no puede existir sin libre albedrío, y el
libre albedrío por su propia naturaleza permite que se tomen malas
decisiones. Entonces, cuando decimos que si Dios fuera bueno, no
permitiría que nadie hiciera nada que pudiera causar dolor a sí mismo ni
a nadie más, simplemente no tenemos sentido lógico. Lo contrario es
realmente cierto: precisamente porque Dios es bueno, debe permitirnos
tomar decisiones, tanto buenas como malas, y experimentar sus
resultados. Dios siempre y solo quiere que escojamos el bien, pero no nos
obligará. Dios nunca quiere el mal o el dolor que lo acompaña. El sufrimiento
es el resultado de las decisiones humanas, no de Dios. Esa es la sobria realidad
de la libertad.

Sin embargo, Dios es tan bueno que no puede permanecer aislado o aislado
de nuestro sufrimiento. Según la Biblia, Él “puede compadecerse de nuestra
debilidad” (Hebreos 4:15, DHH). Hablando de la relación de Dios con el dolor
humano, el profeta Isaías dijo: “En toda angustia de ellos él fue angustiado”
(Isaías 63: 9). 

Dios ama tan profundamente a cada miembro de la raza humana que Jesús
básicamente dijo que todo lo que hacemos a favor o en contra de los demás
es como si lo hiciéramos a Él (Mateo 25: 41-45). Todo sufrimiento toca a
Dios. Él es consciente de todas las lágrimas que lloramos y del dolor, el
dolor o la angustia detrás de ellas. El rey David cantó de la profunda
simpatía de Dios: “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado
todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro.”
(Salmo 56: 8, NTV). El amor es así. Sufre con los que sufren.
Dios no desea nuestro dolor, pero siendo que existe puede usarlo
para:

 Hacernos sentir nuestra profunda necesidad de él, de tomarnos de su mano


y convertirnos, al hacernos conscientes de nuestra fragilidad, desamparo y
finitud.

 Hacernos tomar conciencia de los verdaderos valores de la vida (el amor, la


familia, las relaciones humanas, la solidaridad, la misericordia, etc.), en
contraposición con lo superfluo y banal.

 Purificar el alma del egoísmo natural, volviéndonos seres más sensibles,


solidarios, de hondura humana, humildes, abnegados.

 Edificar el carácter: el dolor puede obrar como un cincel, para quitar las
aristas y los aspectos desagradables de nuestra personalidad, a la vez que
nos puede ayudar a madurar y hacernos fuertes (“lo que no te mata te
fortalece”, rezaría el dicho popular).

 Despertar en nosotros una vocación de servicio, al haber sentido cuánto se


sufre, y al contemplar cuánta necesidad humana (y animal) hay en el
planeta, cuánta necesidad de ayuda existe por todas partes.

En medio del sufrimiento recuerde que:

1. 1. Sufrimos porque vivimos en un mundo caído (2 Cor. 4: 7–10)


2. 2. Sufrimos y Dios lo usa para producir bien en nosotros (Santiago 1: 2–4)
3. 3. El sufrimiento nos prepara para la forma en que Dios nos usará (2 Cor. 1: 3-9)
4. 4. El sufrimiento nos enseña que este mundo no es nuestro hogar final (2 Cor.
4: 16–5: 5)
Reflexione en este comentario:

“Nuestro Padre celestial… Tiene sus propósitos en el torbellino y la tormenta,


en el fuego y el diluvio. El Señor permite que las calamidades sobrevengan a su
pueblo para salvarlo de peligros mayores. Desea que todos examinen su
corazón atenta y cuidadosamente, y que se acerquen a Dios a fin de que él
pueda acercarse a ellos. Nuestras vidas están en las manos de Dios. Él ve los
riesgos que nos amenazan como nosotros no podemos verlos. Es el Dador de
todas nuestras bendiciones; el Proveedor de todas nuestras misericordias; el
Ordenador de todas nuestras experiencias. Percibe peligros que nosotros no
podemos ver. Permite que sobrevenga a su pueblo alguna prueba que
llene los corazones de sus hijos de tristeza, porque ve que necesitan
enderezar su camino, no sea que el cojo se aparte del sendero. Conoce
nuestra hechura y se acuerda que somos polvo. Aun los mismos cabellos de
nuestra cabeza están contados… A todos nos sobrevendrán pruebas a fin de
conducimos a investigar nuestros corazones, a fin de ver si están purificados
de todo aquello que contamina. Constantemente el Señor está obrando para
nuestro bien presente y eterno. Ocurren cosas que parecen inexplicables, pero
si confiamos en el Señor y esperamos pacientemente en él, humillando
nuestros corazones delante de él, no permitirá que el enemigo triunfe” (Alza
tus ojos, p. 63).

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