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9.2.4.

El Simbolismo Cromático

El autor del Apocalipsis es sensible a los colores. Encontramos:

Blanco (15 veces de las veinticuatro en Nuevo Testamento:  verde (3 veces:
rojo (2 veces: rojo encendido (una vez); rojo escarlata (14 veces);
jacinto (una vez); sulfúreo (una vez).

La atención relativamente importante que le da el autor a los colores, no sólo es estética.


Además de la sensación visual se da el salto cualitativo que determina el símbolo: los
colores adquieren una dimensión de significado explicable en términos intelectuales:

Verde, es el verde natural de la hierba (8,7), o el de la vegetación (9,4), pero también es


el color típico del cuarto caballo en la sección de los sellos (6,8): los colores típicos de
este caballo en relación con el modelo de Za 1,7-17, indican la originalidad del autor del
libro del Apocalipsis en la formulación del simbolismo cromático. El calificativo
“verde” dado a un caballo es sin precedentes.

Manteniendo el valor de “verde” que el término griego  tiene en otros casos,
notamos que el autor quiere subrayar, provocar, motivar, con la extraordinariedad del
calificativo; quiere llevar a reflexionar, a indagar. Y, probablemente, en la línea de la
hierba verde, quiere sugerir, antes de la presentación de la muerte (cf. 6,8b), la
sensación de la caducidad: “Todo hombre es como la hierba” (Is 40,6). Fuera del
sistema simbólico del Apocalipsis, el verde es un símbolo cromático de valor reversible:
puede indicar la vida, la esperanza, pero también puede significar lo contrario, casi la
anti-humanidad, y convertirse en el color de la muerte.

Rojo, más espontánea es la asociación de “rojo” en lo que el autor quiere expresar más
allá de su sensación visiva: la cualidad de los dos contextos, el del segundo caballo en
6,4 y el del dragón en 12,3, sugieren, respectivamente: la crueldad que no respeta la
vida humana; y el “sanguinario”. La referencia a la sangre se puede ver en el hecho
literario de que el color de cada caballo prepara lo que se explicitará en la presentación
y en la acción de los caballos: el rojo de 6,4a prepara el derramamiento de sangre por la
matanza y la espada de 6,4b; el rojo de 12,3 preludian las matanzas que seguirán (cf.
13,7.15).

“Negro” (indica una negatividad que sólo el contexto especifica ulteriormente:


el sol que se vuelve negro como un paño de crin (6,12), pertenece al cuadro de las
alteraciones cósmicas. También el tercer caballo “negro” (6,5), hace presagiar la
negatividad que luego se realizará en el cuadro de la injusticia social indicada por el
caballero y su actitud.

El color de fuego (jacinto azufre en 9,17 indican


la fuerza trascendente y revitalizante del demonio, que surgirá más detalladamente del
contexto.

Blanco (es el color más frecuente y relevante La primera aparición del


término da una indicación muy importante y sugiere ya una clave interpretativa:
retomando y variando Dn 7,9, el autor dice que la cabeza y los cabellos de Cristo son
“blancos como lana blanca, como nieve” (1,14). Se parte de un término visivo realístico:
la lana llamada explícitamente blanca... sin ninguna simbolización; lo mismo pasa con
la nieve. Pero la atribución del blanco al “anciano venerable” (= padre de los años), ya
en Daniel comporta una simbolización: expresa, al menos globalmente, la
trascendencia. En Dn 7,9, al “anciano venerable” se le atribuyen “un vestido blanco
como la nieve y cabellos como la lana pura”: se tiene una simbolización evidente, pero
no es del todo claro su equivalente real (quizá pureza y luminosidad, madurez).

El autor del Apocalipsis sobrepasa el modelo de Daniel. Acentúa el blanco diciendo:


“blanco como la lana blanca, como nieve”, concentrando en una las dos expresiones de
Daniel y lo atribuye sólo a los cabellos de Cristo. Aun cuando Ap 1,14 no se refiere a la
edad, dado que acaba de mencionar la cabeza (también blanca), el blanco es más que
todo el esplendor de luz del ser celeste, que da una idea de la sublimidad del mundo
superior. El hecho que el autor del Apocalipsis retome el texto de Dn 7,9 significa que
para él “Cristo es igual a Dios en la esencia y en la apariencia (aspecto).

Tal cualificación en el Apocalipsis es referida a Cristo resucitado que en 1,18 se


presentará explícitamente como tal: la cualidad de “Viviente” ( atribuida a
Cristo, no sólo lo coloca en el nivel de Dios, el Viviente por excelencia, sino que
acentúa que este nivel es característico de su situación de resucitado: se acentúa, en
efecto, “estaba muerto (cadáver) y ahora estoy vivo” (.

El blanco, entonces, indica la realidad a nivel divino, trascendente, propia de Cristo


resucitado. Esta equivalencia es confirmada por el uso de los Evangelios: Cristo
transfigurado es revestido de blanco, y el blanco es el contexto típico de la resurrección
(cf. Mt 28,3; Mc 16,5; Jn 20,12). Notemos que los Sinópticos destacan el blanco en la
Transfiguración (Mt 17,2; Mc 9,3; Lc 9,29) y se ve claro que se trata de un anticipo de
su escatología.

El blanco, sobre todo en el ámbito del septenario de las cartas, subrayan una asociación
muy estrecha con Cristo resucitado, que está hablando en primera persona: se trata de
caminar “con vestiduras blancas” con Él ( de modo semejante
(; los vestidos blancos se pueden comprar junto a Él (cf. 3,18).

En esta perspectiva se comprende tanto la abundancia como la variedad de las


apariciones del término en el Apocalipsis: se trata de las múltiples implicaciones de la
trascendencia típica de Cristo resucitado. Así, la “piedra blanca” es como la base de la
resurrección sobre la cual emerge la nueva personalidad (“nombre nuevo”) participada
por Cristo resucitado (2,17). Los ancianos (4,4), los mártires (6,11), todos los salvados
(7,9.13), participan de la situación de Cristo resucitado. El “caballo blanco” (6,2; 19,11)
expresará la fuerza mesiánica propia de Cristo resucitado, que, presente y activa en la
historia del hombre, se desarrolla con leyes y modalidades del todo propias. Los
ejércitos celestes, vestidos de blanco, sobre caballos blancos (19,14) participan de la
fuerza victoriosa e irreversible de la resurrección de Cristo. La “nube blanca” sobre la
cual se encuentra el Hijo del hombre (14,14) expresa la trascendencia típica, respecto a
la tierra y a la humanidad, de Cristo personalmente ya resucitado.

9.2.5. El Simbolismo Aritmético

Es típico de la literatura apocalíptica. En el Apocalipsis tiene un espacio amplio. El


cambio de significado se puede captar en el hecho de que la cantidad, de por sí neutra,
expresada por los números, asume mediante opciones artificiosas o alteraciones, un
valor que es cualitativo.

La más impresionante de estas alteraciones lleva al número a desnudarse del valor


cuantitativo para asumir otro totalmente diverso. Es el artificio de la geometría: los
componentes materiales del número expresados en letras, dan como resultado un
nombre propio. El ejemplo más explícito, probablemente el único, que encontramos en
el Apocalipsis es el 666 de Ap 13,18. El equivalente más difundido es el de NERON
CESAR que se obtiene sumando los valores numéricos de la letras hebreas que lo
expresan (NRWN QSR: N = 50 + R = 200 + W = 6 + N = 50 + Q = 100 + S = 60 + R =
200). Total = 666. Pero más allá del resultado que se obtiene, es importante el proceso
mental a través del cual se llega a este resultado.

Hay hipérboles numéricas en el Apocalipsis. Es lo que ocurre a propósito de los ángeles


que glorifican al Cordero: su número era de “miríadas de miríadas 1” (5,11); también se
verifica a propósito de la caballería infernal: “su número era el doble de miríadas de
miríadas” (9,16).

Pasemos a los casos más típicos: el número siete, ya en el Antiguo Testamento indica lo
completo, la totalidad: es un dato que el autor del Apocalipsis recoge de su ambiente
cultural y considera adquirido. Pero la impronta cualitativa de significado no deriva de
él. Es suya sí la aplicación que hace del número, sea a nivel explícito (siete iglesias,
siete sellos, siete trompetas, siete copas, etc.), sea a nivel de estructura literaria en la
enumeración de siete elementos. En ambos casos, quiere indicarnos un tipo de totalidad
que luego el contexto determina y aclara.

Contrapuesta a siete es la mitad de siete: tres y medio. Se tiene una totalidad partida por
la mitad, una parcialidad. El contexto indicará el contenido preciso y se tendrá,
entonces, una parcialidad de duración, de intensidad, etc. Los cuarenta y dos meses en
los cuales será pisoteada la ciudad santa indican, por ejemplo, en 11,2 la duración
limitada, la emergencia de esa situación. El hecho de que sea indicada en meses en lugar
de años, acentúa la duración en sentido distributivo: se experimentará el peso de esa
situación: el tiempo parecerá larguísimo a pesar de la conciencia de que se trata de una
emergencia.

La totalidad dividida por mitad en la línea del tiempo –tres años y seis meses– es
distribuida en días. Ese procedimiento artificioso subraya y puntualiza hasta lo
cotidiano, las características de una situación que fundamentalmente se piensa como
transitoria: así los dos testigos profetizando por “mil doscientos sesenta días” (11,3), el
equivalente de tres años y medio, aseguran cotidianamente su presencia y actividad en
la emergencia que la iglesia está viviendo. La mujer es alimentada en el desierto por
“mil doscientos sesenta días” (12,6): el número indica la asistencia cotidiana por parte
de Dios, como sucedía con el maná en el Antiguo Testamento, durante el período de la
contraposición a las fuerzas hostiles.

1
Miríada es el nombre en griego clásico para el número 10 4 = 10 000 = 1002, esto es, cien veces cien. A
veces se emplea en español como adjetivo que denota un número grande o incalculable; es decir,
muchísimos.
Mientras que el número siete indica diversos tipos de totalidad, que sólo el contexto
precisa, el número mil expresa la totalidad propia del nivel de Dios y de la acción de
Cristo.
El tiempo, que es neutro si se lo considera en el estado de la mera sucesión cronológica,
se convierte en sagrado, si se considera en él la presencia y la acción de Cristo:
tendremos los mil años (Ap 20,1-6). El tiempo mismo como duración cronológica, será
cualificado como “tiempo breve”  6,11; 20,3) si en él se considera
presente la acción antitética de Cristo: las fuerzas históricas que le son hostiles.

Más difícil de establecer es el equivalente realístico de otras alteraciones numéricas. El


número 10 parece indicar, como lo sugiere 2,10: “tendréis una tribulación de diez días”,
una limitación, no obstante la apariencia de lo contrario (cf. también 12,3, donde el
dragón tiene diez cuernos, que indicarán el poder limitado no obstante la apariencia
amenazadora y la fuerza descomunal de la fiera).

El número doce parece que es una derivación que el autor del Apocalipsis hace de las
doce tribus de Israel y de los doce apóstoles, implicando siempre uno de los dos o
ambos (cf. 7,5-8; 12,1; 21,12-21), excepto cuando se toma en sentido realístico (cf.
22,2 cuando indica los doce meses del año).

Típico del Apocalipsis (fruto del proceso creativo en el que quiere envolver al lector) es
la combinación de los números mediante operaciones aritméticas, siempre artificiosas,
pero simples en sí mismas. El ejemplo más interesante es la cifra de ciento cuarenta y
cuatro mil que resulta de 12 X 12 X 1000: se tendrá una multiplicación ideal de las doce
tribus de Israel y de los Doce apóstoles del Cordero: AT y NT se compenetrarán para
formar un único pueblo de Dios pero que resulta aumentado cualitativamente respecto a
los valores presentes en el AT y el NT. La multiplicación por mil relaciona a este
pueblo de Dios, aun cuando no en toda su totalidad, a los mil años propios de la
presencia activa de Dios y de Cristo en la historia de los hombres. Se podrá señalar que
esa acción de Dios está presente y actuante en esa densa realidad del pueblo de Dios –si
no en su totalidad– por lo menos en un número muy considerable del mismo. Una
lectura similar podría hacerse de Ap 7,1-8 donde posiblemente las doce mil personas
señaladas de cada una de las tribus resulta de la multiplicación de 12 X 1000, con
alusión a los Doce apóstoles y al mil del tiempo de Dios y de Cristo.

El juego creativo con los números expresa una presión hacia algo mejor, hacia lo más,
hacia lo nuevo. Es algo determinante e insistente.

9.2.6. Conclusión sobre las constantes simbólicas

1. Todo aspecto de la realidad (cosmos, animales, hombre, colores, números...) parece


interesar bajo el perfil de una simbolización.
2. En la cima, está la aguda percepción del desarrollo creativo de la realidad bajo el
dominio de Dios, que está haciendo nuevas todas las cosas (Ap 21,5: “He aquí que
hago nuevas todas las cosas” .
3. La amplitud del símbolo es grande: la encontramos casi en cada palabra.

9.2.7. Detalles importantes que aclarar


1. Todo lo que se dice en el Apocalipsis es para “pronto” respecto al tiempo en el que
el libro se escribió (o sea: para finales del siglo I d.C.). Para que no nos quepa la
menor duda, el autor repite dos veces esto ya en los tres primeros versículos del
libro y lo dice cinco veces en el capítulo final (ver Ap 22,6; 22,7; 22,10; 22,12;
22,20). Prueba, además, de esto mismo es que todos los apocalipsis judíos decían
cosas que tenían que cumplirse en el momento en que se estaba publicando el libro y
nunca hacían afirmaciones para futuros remotos en el tiempo; el Apocalipsis de Juan
no es ninguna excepción en esto.
2. El que las iglesias a las que se dirigen las siete cartas al comienzo del libro sean sólo
siete implica, precisamente por usar el número siete (siempre simbólico en la
mentalidad judía), que la necesidad de crítica recaiga sobre todas las comunidades
cristianas, y que todas esas críticas puedan dirigirse a cada una de las iglesias del
mundo. Las expresiones usadas en esas cartas vienen a significar lo siguiente: sólo
la Iglesia que pase bien por esos siete coladores es una Iglesia perfecta, es una
Iglesia como Cristo la quiere.
El relato sigue un esquema bien claro: Las iglesias pares en esa numeración de siete
(la segunda, la cuarta y la sexta) son alabadas; las iglesias impares, y en orden
creciente (la primera, la tercera, la quinta y la séptima) son calificadas como
negativas.
En este esquema, la Iglesia de Tiatira, de muy pequeño tamaño y de muy poca
importancia en la historia de la Iglesia, es colocada en una posición de gran valor y
en el lugar central de la evaluación hecha por el autor del Apocalipsis. No se llama a
la Iglesia de Tiatira a la conversión y, más bien, se alaba su amor, su entereza, su fe,
su entrega al servicio, su perseverancia y otras buenas obras. Es en la carta a la
Iglesia de Tiatira en donde se da a Cristo el título más elevado para hablar de su
divinidad (el título de “Hijo de Dios”, ver Ap 2,18), título que sólo vuelve a
aparecer, aunque sea sólo implícitamente, al final de la carta (ver Ap 2,28).
3. Los números, como siempre en la Sagrada Escritura, son utilizados en el
Apocalipsis con todo su sentido simbólico. Recordemos que, en la mentalidad judía,
los números tienen valor de letras, como todas las letras tienen valor numérico. Por
eso, se puede encontrar el valor numérico (la cifra) de cualquier nombre y, también,
un número cualquiera puede ser expresado en letras y, por lo tanto, con un nombre.
En la mentalidad judía bíblica, el siete es el número de Dios; y, por eso, de lo que es
perfecto. Lo que se hace siete veces está perfectamente hecho (la plata más pura, en
Salmo 12,6, o las siete peticiones en el Padrenuestro que, de hecho, es la repetición
septenaria de lo único que hay que pedir: que venga tu Reino).
El número doce significa, siempre, al pueblo entero (las doce tribus). Decir que se
ha llamado a doce implica que se ha llamado al pueblo entero.
El número mil representaba, en Israel, lo incontable; como cuando decimos “eso te
lo he dicho mil veces”.
El número tres, cuando se trata de tres y medio (la mitad de siete), es, desde el libro
de Daniel, lo que duran los tiempos de cualquier tipo de persecución (por ejemplo
en Lc 4,25, o en St 5,17). Esos tres tiempos y medio aparecen como tres meses y
medio, como tres años y medio, como 42 meses, como 1260 días, etc. Aluden
siempre a hechos históricos que ellos, los redactores, hubieran experimentado. Por
ejemplo: Nerón desapareció de Roma por tres meses y medio y, luego, reapareció
para hacer matar a quienes se habían alegrado de su desaparición.
El número seis (no consigue nunca ser siete) es empleado siempre que se quiere
aludir a alguien que pretendía ser considerado como Dios, sin serlo.
El número cuatro es usado siempre que se quiere aludir a lo que tiene que ver con el
universo entero, por lo que tiene que ver con las cuatro direcciones del cosmos.
El número diez se usa para todo lo que puede ser contado, pero se acaba y debe ser
aprendido de memoria (desde luego, tiene que ver con lo que puede enumerarse con
los dedos de las manos).
4. El Apocalipsis, como todos los libros escritos con género literario apocalíptico, es
un libro escrito durante una persecución contra gente de mentalidad judía, por eso
está lleno de símbolos. Esos símbolos eran claramente comprensibles sólo para el
judío iniciado en los “misterios” cristianos.
¿Qué podía revelar a un soldado romano la expresión “el cordero triunfará sobre la
bestia”? Pero un cristiano, que hubiera participado en la reuniones clandestinas de la
comunidad, entendía perfectamente que lo que se quería decir era que Cristo
acabaría triunfando sobre el imperio romano y su representante oficial, el
emperador. Precisamente porque el Apocalipsis tenía un sentido político bien fuerte
hablaba con expresiones simbólicas continuas. Y así lo habían hecho siempre todos
los libros apocalípticos judíos.
En el Apocalipsis se trata de describir lo indescriptible y, para eso, se usan imágenes
ya utilizadas por el pueblo judío y otras imágenes conocidas usadas por paganos,
pero con un sentido nuevo, con un sentido cristiano. Las imágenes del Apocalipsis
eran perfectamente comprensibles para judíos que habían leído los libros de
Jeremías, Ezequiel, Daniel, Joel, o Isaías. Para describir lo indescriptible se usan
hasta símbolos de la astrología o de la mitología pagana.
5. Todas las apariciones que se relatan en el Apocalipsis tienen exactamente el mismo
sentido que tiene toda aparición en el Nuevo Testamento: justificar y autorizar una
misión o apostolado de alguien. La aparición bíblica nunca tiene sentido en sí misma
sino que, siempre, es funcional. Por eso, en todas esas apariciones, el relator no le
da importancia al cómo, sino al para qué de la aparición (contra todo nuestro
sensacionalismo y milagrerismo actual).
6. En el Apocalipsis, siempre se dice que Cristo viene, no que nosotros tengamos que
irnos a ningún lado. No se dice que nosotros vayamos al cielo, sino que el cielo (o
sea “Dios”) tiene que venir aquí. Es este mundo, dice el Apocalipsis, el que tiene
que convertirse plenamente en el Reino de Dios, en un mundo como Dios lo quiere,
en un mundo en el que reine visiblemente el amor (Dios), no el dinero, o el poder, o
la muerte, o la injusticia, o la enfermedad, o el dolor.
“El viene” significa lo mismo que “venga a nosotros tu Reino” o la jaculatoria
continua de los lectores de Apocalipsis: “Maranatha”: ven, Señor.
7. Observemos, también, la repetición de la expresión “no temas” al comienzo de las
revelaciones (en Ap 1,17). Toda manifestación – revelación de Dios (o sea: toda
“teofanía”) empieza por quitar el temor. Y así sucede en el Evangelio cada vez que
hay una revelación–manifestación de Dios (ver Mt 1,20; 14,27; 17,7; 28,5; Mc 4,40;
6,50; 16,6; Lc 1,13; 1,30; 2,10; Jn 6,20). Si algo revela el Nuevo Testamento es la
cercanía de Dios a nosotros por la encarnación, y que esa cercanía es salvadora; si
Dios se acerca al hombre es para salvarlo, es por amor. Si Dios es amor, y el amor
expulsa el temor (ver 1 Jn 4,18), toda manifestación de Dios da la paz y quita el
temor.
8. Marcar con un sello o tatuar sobre la piel el nombre de un dueño era cosa bien
común en la Época en que se escribió el Apocalipsis. Entre los cristianos se llamaba
“marcar con el sello” al hecho de hacer la señal de la cruz sobre la frente del
catecúmeno el día de su bautismo-confirmación. También se llamaba “el sello” al
Espíritu Santo que venía sobre el cristiano y lo poseía para siempre en el momento
de su bautismo-confirmación.
Como contraposición se dice, en el Apocalipsis, que hay gente que, en vez de llevar
la señal o sello de Cristo, lleva el sello de la Bestia, pues pertenecen a ella y a ella
sirven; en vez de pertenecer al Reino de Dios, se enorgullecen de pertenecer al reino
de la Bestia, al Imperio romano, y sirven precisamente a quien persigue a Cristo y a
sus servidores (ver Ap 7,2-17; 9,4; 13,16-18).
9. Para quien está al tanto de lo que significan las imágenes y símbolos del
Apocalipsis, el número de 144000 salvados (ver Ap 14,1-5; 7,2-17) no puede ser
más claro. Se trata de doce por doce por mil, es decir: el pueblo entero, de todos los
pueblos de la tierra, hasta hacerse una multitud incontable. Y eso es, exactamente, lo
que se dice en el mismo lugar en el que se menciona a esos 144000 (ver Ap 7,4-9;
19,1 y 6; 20,4; 13,7.16). No se trata, pues, de un número matemático exacto, no es
143999 +1, sino, en números-símbolos, típicos de este libro, de una multitud
incontable de todo pueblo, raza, nación, de toda edad y de toda condición social.
10. El Apocalipsis es, desde luego, un libro político. A eso precisamente se debe que en
Él se usen tantos símbolos e imágenes. Para que sólo entendiera su sentido claro el
cristiano iniciado y no cualquier soldado romano que echara mano al libro. Los
romanos eran absolutamente intransigentes con quien cuestionara de alguna manera
el poder del emperador o el poder del Imperio romano. Eso, exactamente es lo que
se hace en el Apocalipsis. Quien alaba al Cordero que reina para siempre no es
amigo del César (ver Jn 19,12-15). El Apocalipsis afirma que todo quedará
transformado, que nada en el universo se sustrae o puede sustraerse al poder de
Cristo. Hasta las estructuras más físicas del universo quedarán trastocadas por el
reinado efectivo de Cristo. Si para alguien es claro que no se puede servir a dos
señores es para el autor del Apocalipsis (ver Mt 6,24; Lc 16,13).
Según el libro del Apocalipsis, Roma, y con ella el Imperio romano entero, debe
caer y caerá (ver Ap 17-18). Para que no nos quepa la menor duda de lo que pensaba
el autor sobre Roma, capital del Imperio, le llama (sesenta años después de la
muerte y resurrección de Cristo, y treinta años después de la muerte de Pedro y
Pablo en ella) la gran prostituta, la que ha hecho multiplicarse por toda la Tierra las
abominaciones, la Babilonia que debe ser destruida. ¡Claro que el Apocalipsis es un
libro con sentido político! En el nombre del libro del Apocalipsis no se puede,
legítimamente, pedir a un cristiano que se mantenga ajeno a la política, porque el
Apocalipsis no sólo tenía sentido político cuando se escribió, sino que sigue
teniéndolo en el presente.
11. La Bestia aparece muchas veces en el libro del Apocalipsis (ver Ap 11,7; todo el
cap. 13; 14,9-11; 16, 2.10.13; 17,3; 19,19-20). La imagen de la Bestia está tomada
del libro de Daniel (Dn 7). Lo que en el libro de Daniel se dice sobre las cuatro
bestias se ha resumido en el Apocalipsis en una sola Bestia, que es Roma, el Imperio
romano, y su representante oficial. el emperador de ese imperio. Todo el
Apocalipsis trata, de hecho, de una lucha entre la Bestia y Cristo y cómo la Bestia
queda totalmente vencida por Cristo. Una vez más, es Cristo quien ahora tiene todo
el poder en el universo (Mt 28,18; Flp 2, 9-11) y es Cristo quien terminará
venciendo a quien se le oponga. Por fuerte que parezca el imperio o el emperador,
dice el autor del Apocalipsis, por débil que parezcan Cristo (un Cordero) o los
cristianos, Cristo acabará triunfando y los cristianos con Él. Justamente, por el
contenido político de una afirmación así, los cristianos de los primeros siglos tenían
que usar símbolos para decirla, símbolos sólo comprensibles para el cristiano
iniciado de ese tiempo.
12. La mujer vestida de sol (Ap 11,15-19) es, en el campo del bien, lo que la mujer
vestida de rojo escarlata en el campo del mal. La mujer vestida de escarlata es la
ciudad de Roma, con todo lo que ella representaba en el Imperio romano. Así, la
mujer vestida de sol representa a la Iglesia, Pueblo de Dios, de hecho el grupo fiel
de judíos que, en la Época de Domiciano y su persecución, se había hecho cristiano
y se mantenía fiel a Cristo.
13. Esa mujer vestida de sol (aunque haya servido de símbolo de María en la fiesta
litúrgica de la Asunción, no es, en el Apocalipsis, la Santísima Virgen María, porque
esta mujer vestida de sol, como Eva por su pecado, da a luz con dolor (ver Ap 12,2).
14. En la mentalidad judía se había hecho tradición igualar la idolatría con la
prostitución (ver Oseas 1,2; Ez 16; 20,30; 23) y la fidelidad absoluta a Yahvé con
virginidad (ver Ap 19,9; 21,2; 2 Cor 11,2); de allí esos vírgenes vestidos de blanco
(Ap 14,4). La virginidad de la que se habla en el Apocalipsis no tiene nada que ver
con virginidad física alguna, sino que es solamente una imagen (¡una imagen más!)
para hablar de la virginidad teológica: la fidelidad absoluta al Cordero (Cristo).
15. ¡De una vez para siempre!: el Apocalipsis no menciona ni una sola vez a nadie con
el nombre de “anticristo”. En donde encontraremos el nombre de “anticristo” es en
las cartas de san Juan (1 Jn 2,18.22; 4,3; 2 Jn 7). Y, por cierto, para Juan, anticristo
es todo aquel que se opone a la doctrina de Cristo Jesús. No hay, según Juan, un
anticristo, sino muchos, todo aquel que, en cualquier Época, se oponga a Cristo.
16. Hablemos del número de la Bestia (el 666 o el 616). Recordemos que en hebreo
toda letra tiene valor numérico, y todo número tiene valor de letra. En numerosas
versiones originales del Apocalipsis aparece, en vez del número 666, el número 616.
En hebreo, la expresión “Nerón- César” suma 666 puntos. En letras griegas, la
expresión “César-Dios” suma 616 puntos. Una vez más, en el momento en que se
escribió el Apocalipsis, se trató de representar, esta vez por los signos de los
números, algo político-teológico en relación con Cristo, el emperador de Roma, y
los cristianos de esa Época.
17. La expresión “nuevos cielos” y “nueva Tierra” (Ap 21,1) no significó nunca que la
Tierra o el universo fueran a ser destruidos, sino renovados. El Apocalipsis no hace
sino utilizar una imagen de Isaías (51,16; 65,17; 66,22) para explicar la renovación
que conllevará el reinado del Mesías. Y así lo usa San Pablo (Rom 8,18-19). El
Nuevo Adán no es un hombre distinto que haya aparecido por destrucción del
hombre antiguo, sino el hombre, el mismo hombre, pero totalmente renovado,
gracias a Cristo.

Por tanto: El Apocalipsis es un libro escrito para animar, para dar esperanza, para
fortalecer al cristiano. Nada en Él ha sido escrito para asustar, para amenazar, o para
revelar algo sobre la historia como ciencia. En Él no hay ni una sola palabra que
hubiera sido escrita para hablar del año dos mil del nacimiento de Jesús (que, por
cierto, ya pasó hace ratos). Para el Apocalipsis, como para todo el Evangelio, el Reino
de Dios ya está aquí, entre nosotros, y aquí debe producir su fruto; lo sembrado por
Dios debe llegar aquí a cosecha plena. Los cristianos somos los únicos que sabemos,
por fe, que el universo no acabará en una hecatombe de ninguna clase, sino en el
triunfo definitivo, total, absoluto, y evidente, de Cristo, en lo que llamamos, y el
Evangelio llama, el “Reino de Dios”.

9.10. Conclusiones finales


El símbolo es sorprendente en el Apocalipsis por su cantidad, complejidad y capacidad
organizativa. Es necesario valorarlo en todas sus dimensiones y alcances, para llegar a
una comprensión de fondo del Apocalipsis.

a. Todos los aspectos literarios están influenciados por el símbolo.


b. La estructura literaria tiene un movimiento lineal hacia adelante, hasta llegar a una
conclusión resolutiva, que corresponde a la toma de conciencia del dinamismo de la
creación en acto y que se desarrolla hacia lo nuevo.
c. El estilo, el ritmo del discurso, algunas formas literarias específicas ayudan a percibir
el símbolo envolviendo plenamente a la persona en él para ser correspondido.
Piénsese por ejemplo, en las alteraciones cósmicas y la reacción humana respectiva
en Ap 2,12-17; en la descripción de la Jerusalén celestial, los diálogos litúrgicos,
doxologías, dramatizaciones.
d. El simbolismo del Apocalipsis determina su teología que es expresable en
formulaciones conceptuales (Cristología, concepción de Dios, del Espíritu, de la
Iglesia, de los ángeles, del demonio). Esto aunque está en el campo estrictamente
conceptual y de abstracción, es válido.
Lo típico del Apocalipsis, en Teología, consiste en que sus concepciones teológicas
han sido condensadas creativamente en el símbolo que debe ser decodificado y
aplicado. Dado que en este trabajo de decodificación y aplicación está empeñado
todo el hombre con su inteligencia, emotividad, capacidad de escoger y decidir, su
creatividad; entonces, la teología será verdaderamente dinámica, creativa, dúctil y
aplicada a la historia.
e. En el Apocalipsis: el lector con los oyentes son el sujeto decodificante y están
situados explícitamente en el ambiente de la liturgia. De ahí que la liturgia se
convierte en el lugar ideal donde se interpreta el símbolo y donde emerge la teología
típica del Apocalipsis.
f. El simbolismo del Apocalipsis, confrontado con un lenguaje real, es indeterminado.
Habrá siempre algo nuevo, algo demás, que agregará el sujeto que interpreta. El
símbolo del Apocalipsis se adhiere a las situaciones nuevas de la historia: es un
símbolo permanentemente nuevo y actual que multiplica la riqueza de la teología y
de la historia.

9.11. Nota final: el Imperio romano – la gran prostituta

Todo imperio u organización política tiene tres tiempos:


 Comienzo glorioso y feliz (hay honestidad, orden, respeto...).
 Crecimiento – clímax: es el esplendor con sus pro y sus contra.
 Decadencia.

Estamos recordando lo mismo que sucedió con la monarquía de Israel. Aquí, en el


contexto histórico que prepara la apocalíptica, todo comenzó con Alejandro Magno2.

2
Alejandro Magno o Alejandro III de Macedonia (Pella, Macedonia, 356 a.C. - Babilonia, 323 a.C.) Rey
de Macedonia cuyas conquistas y extraordinarias dotes militares le permitieron forjar, en menos de diez
años, un imperio que se extendía desde Grecia y Egipto hasta la India, iniciándose así el llamado periodo
helenístico (siglos IV-I a.C.) de la Antigüedad. Murió a los 33 años, víctima del paludismo; a su muerte
su imperio apenas sobrevivió. Se desencadenaron luchas sucesorias en las que murieron las esposas e
hijos de Alejandro, hasta que el imperio quedó repartido entre sus generales (los diádocos): Seleuco y
Ptolomeo, Antígono, Lisímaco y Casandro.
TRABAJO DE LOS ESTUDIANTES, APOCALIPSIS

VIERNES 16 DE OCTUBRE DE 2020

1. Por favor, leer el material proporcionado.

2. REALICE UN ENSAYO SOBRE “EL SIMBOLISMO EN EL LIBRO DEL


APOCALIPSIS DE JUAN”.

POR FAVOR, ENVIAR EL TRABAJO AL CORREO ELECTRÓNICO


genaroce@hotmail.com

GRACIAS

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