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El Simbolismo Cromático
Blanco (15 veces de las veinticuatro en Nuevo Testamento: verde (3 veces:
rojo (2 veces: rojo encendido (una vez); rojo escarlata (14 veces);
jacinto (una vez); sulfúreo (una vez).
Manteniendo el valor de “verde” que el término griego tiene en otros casos,
notamos que el autor quiere subrayar, provocar, motivar, con la extraordinariedad del
calificativo; quiere llevar a reflexionar, a indagar. Y, probablemente, en la línea de la
hierba verde, quiere sugerir, antes de la presentación de la muerte (cf. 6,8b), la
sensación de la caducidad: “Todo hombre es como la hierba” (Is 40,6). Fuera del
sistema simbólico del Apocalipsis, el verde es un símbolo cromático de valor reversible:
puede indicar la vida, la esperanza, pero también puede significar lo contrario, casi la
anti-humanidad, y convertirse en el color de la muerte.
Rojo, más espontánea es la asociación de “rojo” en lo que el autor quiere expresar más
allá de su sensación visiva: la cualidad de los dos contextos, el del segundo caballo en
6,4 y el del dragón en 12,3, sugieren, respectivamente: la crueldad que no respeta la
vida humana; y el “sanguinario”. La referencia a la sangre se puede ver en el hecho
literario de que el color de cada caballo prepara lo que se explicitará en la presentación
y en la acción de los caballos: el rojo de 6,4a prepara el derramamiento de sangre por la
matanza y la espada de 6,4b; el rojo de 12,3 preludian las matanzas que seguirán (cf.
13,7.15).
El blanco, sobre todo en el ámbito del septenario de las cartas, subrayan una asociación
muy estrecha con Cristo resucitado, que está hablando en primera persona: se trata de
caminar “con vestiduras blancas” con Él ( de modo semejante
(; los vestidos blancos se pueden comprar junto a Él (cf. 3,18).
Pasemos a los casos más típicos: el número siete, ya en el Antiguo Testamento indica lo
completo, la totalidad: es un dato que el autor del Apocalipsis recoge de su ambiente
cultural y considera adquirido. Pero la impronta cualitativa de significado no deriva de
él. Es suya sí la aplicación que hace del número, sea a nivel explícito (siete iglesias,
siete sellos, siete trompetas, siete copas, etc.), sea a nivel de estructura literaria en la
enumeración de siete elementos. En ambos casos, quiere indicarnos un tipo de totalidad
que luego el contexto determina y aclara.
Contrapuesta a siete es la mitad de siete: tres y medio. Se tiene una totalidad partida por
la mitad, una parcialidad. El contexto indicará el contenido preciso y se tendrá,
entonces, una parcialidad de duración, de intensidad, etc. Los cuarenta y dos meses en
los cuales será pisoteada la ciudad santa indican, por ejemplo, en 11,2 la duración
limitada, la emergencia de esa situación. El hecho de que sea indicada en meses en lugar
de años, acentúa la duración en sentido distributivo: se experimentará el peso de esa
situación: el tiempo parecerá larguísimo a pesar de la conciencia de que se trata de una
emergencia.
La totalidad dividida por mitad en la línea del tiempo –tres años y seis meses– es
distribuida en días. Ese procedimiento artificioso subraya y puntualiza hasta lo
cotidiano, las características de una situación que fundamentalmente se piensa como
transitoria: así los dos testigos profetizando por “mil doscientos sesenta días” (11,3), el
equivalente de tres años y medio, aseguran cotidianamente su presencia y actividad en
la emergencia que la iglesia está viviendo. La mujer es alimentada en el desierto por
“mil doscientos sesenta días” (12,6): el número indica la asistencia cotidiana por parte
de Dios, como sucedía con el maná en el Antiguo Testamento, durante el período de la
contraposición a las fuerzas hostiles.
1
Miríada es el nombre en griego clásico para el número 10 4 = 10 000 = 1002, esto es, cien veces cien. A
veces se emplea en español como adjetivo que denota un número grande o incalculable; es decir,
muchísimos.
Mientras que el número siete indica diversos tipos de totalidad, que sólo el contexto
precisa, el número mil expresa la totalidad propia del nivel de Dios y de la acción de
Cristo.
El tiempo, que es neutro si se lo considera en el estado de la mera sucesión cronológica,
se convierte en sagrado, si se considera en él la presencia y la acción de Cristo:
tendremos los mil años (Ap 20,1-6). El tiempo mismo como duración cronológica, será
cualificado como “tiempo breve” 6,11; 20,3) si en él se considera
presente la acción antitética de Cristo: las fuerzas históricas que le son hostiles.
El número doce parece que es una derivación que el autor del Apocalipsis hace de las
doce tribus de Israel y de los doce apóstoles, implicando siempre uno de los dos o
ambos (cf. 7,5-8; 12,1; 21,12-21), excepto cuando se toma en sentido realístico (cf.
22,2 cuando indica los doce meses del año).
Típico del Apocalipsis (fruto del proceso creativo en el que quiere envolver al lector) es
la combinación de los números mediante operaciones aritméticas, siempre artificiosas,
pero simples en sí mismas. El ejemplo más interesante es la cifra de ciento cuarenta y
cuatro mil que resulta de 12 X 12 X 1000: se tendrá una multiplicación ideal de las doce
tribus de Israel y de los Doce apóstoles del Cordero: AT y NT se compenetrarán para
formar un único pueblo de Dios pero que resulta aumentado cualitativamente respecto a
los valores presentes en el AT y el NT. La multiplicación por mil relaciona a este
pueblo de Dios, aun cuando no en toda su totalidad, a los mil años propios de la
presencia activa de Dios y de Cristo en la historia de los hombres. Se podrá señalar que
esa acción de Dios está presente y actuante en esa densa realidad del pueblo de Dios –si
no en su totalidad– por lo menos en un número muy considerable del mismo. Una
lectura similar podría hacerse de Ap 7,1-8 donde posiblemente las doce mil personas
señaladas de cada una de las tribus resulta de la multiplicación de 12 X 1000, con
alusión a los Doce apóstoles y al mil del tiempo de Dios y de Cristo.
El juego creativo con los números expresa una presión hacia algo mejor, hacia lo más,
hacia lo nuevo. Es algo determinante e insistente.
Por tanto: El Apocalipsis es un libro escrito para animar, para dar esperanza, para
fortalecer al cristiano. Nada en Él ha sido escrito para asustar, para amenazar, o para
revelar algo sobre la historia como ciencia. En Él no hay ni una sola palabra que
hubiera sido escrita para hablar del año dos mil del nacimiento de Jesús (que, por
cierto, ya pasó hace ratos). Para el Apocalipsis, como para todo el Evangelio, el Reino
de Dios ya está aquí, entre nosotros, y aquí debe producir su fruto; lo sembrado por
Dios debe llegar aquí a cosecha plena. Los cristianos somos los únicos que sabemos,
por fe, que el universo no acabará en una hecatombe de ninguna clase, sino en el
triunfo definitivo, total, absoluto, y evidente, de Cristo, en lo que llamamos, y el
Evangelio llama, el “Reino de Dios”.
2
Alejandro Magno o Alejandro III de Macedonia (Pella, Macedonia, 356 a.C. - Babilonia, 323 a.C.) Rey
de Macedonia cuyas conquistas y extraordinarias dotes militares le permitieron forjar, en menos de diez
años, un imperio que se extendía desde Grecia y Egipto hasta la India, iniciándose así el llamado periodo
helenístico (siglos IV-I a.C.) de la Antigüedad. Murió a los 33 años, víctima del paludismo; a su muerte
su imperio apenas sobrevivió. Se desencadenaron luchas sucesorias en las que murieron las esposas e
hijos de Alejandro, hasta que el imperio quedó repartido entre sus generales (los diádocos): Seleuco y
Ptolomeo, Antígono, Lisímaco y Casandro.
TRABAJO DE LOS ESTUDIANTES, APOCALIPSIS
GRACIAS