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Los principios de la DSI a la luz de la Trinidad

Después de haber visto la articulación general de los principios y valores de la DSI,


veamos la dimensión “trinitaria” o comunional que tienen los principios en particular.

1. El principio del bien común. Ya desde su mismo nombre aparece como un “bien” que
es uno (pues se dice en singular), y que beneficia a muchos porque es “común”; con esto
tenemos una alusión directa al misterio del Dios Uno y Trino en el cual hay Tres Personas
que lo tienen todo en común… ¡hasta la única naturaleza divina!
Respecto del bien común como bien social también hay una referencia posible a la
Trinidad porque siendo un “bien uno” incluye un riquísimo “conjunto de condiciones de la
vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más
pleno y más fácil de la propia perfección” (CDSI 164)… con lo cual tenemos de nuevo el
modelo de comunión que es unidad en la diversidad. Y, como se ve en el texto, este bien
uno es poseído por cada uno de los miembros de la sociedad… de modo semejante a como
la única naturaleza divina –con su riquísimo conjunto de atributos‒ es en cada Persona
Divina.
Y dado que es bastante común encontrar que las personas tienen dificultades para definir
el contenido concreto del bien común, no estará de más indicarlo: “…compromiso por la
paz, la correcta organización de los poderes del Estado, un sólido ordenamiento jurídico, la
salvaguardia del ambiente, la prestación de los servicios esenciales para las personas,
algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación,
trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las
informaciones y tutela de la libertad religiosa” (CDSI 166).

2. El principio del destino universal de los bienes. Este principio se fundamenta en la


voluntad de Dios que es Creador y Padre y que “ha dado la tierra a todo el género humano
para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno”
(CDSI 171). Y aquí tenemos otra reminiscencia trinitaria: también en Dios ‒como dijimos
antes‒ el bien infinito de la única naturaleza divina es de cada una de Ellas pues: “Las
personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es
enteramente Dios… Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la
esencia o la naturaleza divina” (CCE 253). En cierto modo, podemos hablar de la “pobreza
de cada Persona divina” que tiene todo en común con las otras… salvo su propia Persona
(que es la condición de posibilidad para que haya una verdadera comunión).

3. El principio de subsidiaridad. Este principio también es poco comprendido, sobre todo


porque se lo suele parcializar. Dado que la palabra hace pensar en “subsidios”, se piensa
únicamente en la asistencia estatal a personas o instituciones necesitadas. Pero el principio
es mucho más rico, pues alcanza a todo tipo de organizaciones (estatales, privadas y etc.) y
tiene dos aspectos: la instancia superior no debe intervenir si la instancia inferior puede
realizar su tarea adecuadamente y debe asistirla si ella no puede afrontar sola esa tarea. O
sea que este principio conjuga el respeto por la instancia inferior y su propia libertad y
creatividad, junto con la solidaridad para con ella, si es necesario (cf. CDSI 186).
Dado que aquí hay relaciones de superioridad e inferioridad, esto no se aplicaría a la
Trinidad en sí misma, sino a la actitud que la Trinidad tiene con nosotros, los hombres a
quienes ayuda cuando lo necesitamos, sin que esto excluya nuestro esfuerzo y dedicación.
Pero si quitamos el elemento de superioridad/inferioridad podemos encontrar una
reminiscencia de la Trinidad misma pues en ella cada Persona tiene su peculiaridad que no
es sustituida ni absorbida por la otra. Y por eso este principio de subsidiaridad se parece
también a la Trinidad porque promueve una “articulación pluralista de la sociedad” (CDSI
187) y permite la “red de relaciones que forma el tejido social y constituye la base de una
verdadera comunidad de personas” (CDSI 185).

4. El principio de participación. Aquí de nuevo encontramos el respeto por la actividad


propia de cada persona en la sociedad. Y por eso nos remite al misterio de la Trinidad en
cuanto que, si bien “toda la economía divina es la obra común de las tres personas
divinas… Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad
personal… Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del
Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas… Toda la
economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las personas
divinas y su naturaleza única” (CCE 258-259).

5. El principio de solidaridad. Sobre el cual no nos extenderemos mucho por la penuria de


espacio… baste decir que la doble clave que suelo usar para abordar el misterio de la
Trinidad ‒don de sí mismo y comunión‒ son también el alma de la solidaridad.

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