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La centralidad de la relación en lo divino y en lo humano

Continuando con nuestro recorrido por el Compendio de Doctrina social de la Iglesia,


seguimos viendo varias dimensiones relacionales del ser humano, en las que reaparece la
constante más original de la comprensión cristiana de la persona: el ser humano es un
sujeto relacional.

“El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la


interdependencia... pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, «un
nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última
instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima
de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra
“comunión”».” (33b).

La “globalización” –aquí llamada de modo más preciso “interdependencia”– es un


fenómeno que manifiesta la inclinación a la comunión que tenemos los seres humanos.
Siendo un proceso ambiguo, está en nosotros inclinar la balanza para que la globalización
termine siendo un fenómeno positivo de comunión. Si lo iluminamos desde la Trinidad –y
contando con su gracia– podemos hacer que la mayor capacidad para los vínculos que se
produce en la actualidad, genere un salto cualitativo en la capacidad de convivencia de los
seres humanos; salto cualitativo que podríamos llamar “solidaridad”.

“La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está
unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta
revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la
intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: «Ser persona a imagen y
semejanza de Dios comporta... existir en relación al otro “yo”», porque Dios
mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”
(34a).1

Una vez más se insiste en este “quicio de la antropología cristiana” que es la


dimensión relacional del hombre, creado a imagen del Dios Trino: la persona no es sin los
otros; la persona es por los otros, con los otros y para los otros... y dándose –no sólo no se
pierde– sino que se encuentra, pues allí alcanza su verdadera estatura de persona, al entrar
en la “recirculación” del amor recíproco.2
Si yo me entrego completamente a mi esposa, y ella se entrega completamente a
mí... es la gloria. Yo me puedo despreocupar completamente de cuidar de mí, porque ella
me cuida amorosamente... y ella tampoco tiene que cuidar de sí, porque toda mi atención
está puesta en cuidar de ella.

“En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas
se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a
descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia... «cuando el Señor

1
El Compendio volverá sobre esta idea cuando hable de la persona como “imagen de Dios”, en el nº 110.
2
Decimos que “la persona es por los otros” porque ni siquiera Dios Padre ‒que no procede de nadie‒ puede
ser Padre sin el Hijo.
ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-
22)... sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra
que el hombre... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera
de sí mismo a los demás (cf. Lc 17,33)».” (34b).

Cuando Jesús enuncia la paradoja: “El que trate de salvar su vida, la perderá; y el
que la pierda, la conservará” (Lc 17, 33), es como si dijera: “Quien quiera salvarse sólo,
aislándose, encerrándose en su egoísmo, sin capacidad de compartir: ése se asfixia en su
propio encapsulamiento; pero quien se abre a los demás, ése se consagra en su ser de
persona, porque realiza en su vida aquel modelo eterno del cual proviene su propio ser”.
Y como esto no se puede realizar sin la ayuda de la gracia, por eso Jesús ruega al
Padre, para que también nosotros seamos uno, como Ellos son Uno.
“Las páginas del primer libro de la Sagrada Escritura, que describen la
creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1.26-27)...
ellos, precisamente en su complementariedad y reciprocidad, son imagen del
Amor trinitario en el universo creado...” (36); y así vemos que “la sociabilidad
constitutiva del ser humano, tiene su prototipo en la relación originaria entre el
hombre y la mujer...” (37).3

Aquí aparece la comunión en su modelo originario eterno –la Trinidad– y en su


modelo originario humano, que deriva de aquel: la relación entre la mujer y el varón.
Así como Dios Hijo no es una mala copia de Dios Padre, sino que es la divinidad infinita
pero en otra clave (filiación y paternidad) así la mujer y el varón son la plenitud de lo
humano realizada en claves distintas y complementarias.

Ya desde aquí –y de modo estructural y estructurante– la “sociabilidad” aparece como un


elemento “constitutivo” del ser humano.4 El ser humano es un sujeto relacional así como las
Personas divinas son relaciones subsistentes.

3
De nuevo aparecerá este tema en el Compendio, en los nº 108, 111 y 147.
4
Esta “sociabilidad humana” la desarrollará el Compendio en sus nº 149-151.

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