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Por lo tanto, cuando nos referimos a la mentalidad de un grupo
de personas, por ejemplo a la mentalidad francesa, militar o
bolchevique, nos exponemos a sufrir graves confusiones, a menos que
previamente hayamos decidido aislar nuestras dotes instintivas de los
estereotipos, modelos y fórmulas que tan decisivo papel desempeñan
en la reconstrucción de los mundos mentales a los que se adapta y ante
los que reacciona cada carácter nacional. Los fracasos relacionados con
dicha separación son los responsables de que hayamos generado
indiscreciones relativas a mentalidades colectivas, almas nacionales y
psicologías raciales en cantidad suficiente para llenar un océano entero.
Para ser exactos, los estereotipos se transmiten en cada generación de
padres a hijos de forma tan autoritaria y coherente que casi parecen un
factor biológico. De hecho, pudiera ser que, tal y como dice Graham
Wallas,50 biológicamente nos hayamos convertido en parásitos de
nuestra herencia social. No obstante, carecemos de evidencias
científicas para asegurar que los hombres nacemos con los hábitos
políticos de los países en los que venimos al mundo. En la medida en
que éstos son comunes a toda una nación, los primeros lugares hacia
los que deberíamos mirar en busca de una explicación son los jardines
de infancia, colegios e iglesias, pero no hacia el limbo donde habitan las
mentalidades sociales y las almas nacionales. Hasta que no hayamos
fracasado estrepitosamente en nuestro empeño por demostrar que la
transmisión de tradiciones se lleva a cabo por parte de padres,
profesores, sacerdotes y tíos, deberemos considerar la adscripción de
las diferencias políticas a los componentes sanguíneos como un
solecismo de la peor especie.
Sin embargo, siempre y cuando lo hagamos con suma cautela y
honrada humildad, podremos generalizar sobre las diferencias
comparativas dentro de una misma categoría de educación y
experiencia. No obstante, también ésta es una empresa arriesgada, ya
que no existen en el mundo dos experiencias idénticas, ni siquiera en el
caso de dos niños criados en el mismo hogar. Los primogénitos nunca
vivirán la experiencia de ser los pequeños. Por tanto, hasta que no
seamos capaces de ponderar las diferencias existentes en materia de
educación, no deberemos aventurar juicios sobre diferencias de
carácter, de la misma manera que no podremos juzgar la
productividad de dos tierras a base de comparar sus cosechas, hasta
que sepamos cuál está en la Península del Labrador y cuál en Iowa, y si
han sido cultivadas, fertilizadas, agotadas o se las ha dejado en
barbecho.