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EL LIBRO DE JOB
“Érase una vez un hombre llamado Job, que vivía en el país de Us…” Así comienza este
cuento…como todos los cuentos.
Era un cuento sencillo que exhortaba a la paciencia y a la confianza en Dios. Tal vez no
era de origen israelita.
Aparece relacionado con otros escritos del Medio Oriente. Tiene varios paralelos:
• Diálogo de un desesperado con su alma (Egipto, hacia 2,100 a.C.)
• Lamentación de un hombre a su dios (“Job sumerio”, 2000 a.C.)
• Alabaré al Señor de la sabiduría (“el Job babilonio”)
• Diálogo de un sufriente con su amigo (“teodicea babilonia”, entre 1400 y 800
a.C.)
• “Un hombre y su dios” (fragmentos de un poema sumerio, cercano al libro de
Job).
Estructura de la obra
Tres observaciones:
1. ¿Cómo es posible 3,1 después de la lección que da a su mujer (2, 10) y
después
del respetuoso silencio de 2, 13?
2. La colocación del himno a la sabiduría del c. 28 (una interrupción).
3. Los discursos de Elihu (32-37) no tienen importancia. Pueden quitarse.
El libro de Job, sometido a una radiografía literaria, se presenta como una arquitectura
diseñada por varias manos. En sus primeros versículos describe a un hombre
modélico: justo, honrado, intachable, reverente para con Dios. Debido a ese talante
poseía todo lo que un hombre podía soñar en ese tiempo: familia numerosa, inmensa
riqueza, envidiable reconocimiento social. La personificación del hombre feliz y
realizado, la estampa de una existencia paradisíaca en este mundo… Habiendo quedado
en la ruina y en la deshonra más totales, había reaccionado con una paciencia
monumental. Por lo que Dios le había bendecido con nueva familia, bienes más
abundantes y una larga y dichosa vida… Eso era lo que narraba el cuento original (Job
1-2; 42, 7-17).
1
Un autor judío en torno al siglo IV a.C. retoma esa milenaria leyenda y la retoca
añadiéndole el largo poema que abarca los capítulos 3-42,6, resultando la obra que
tenemos hoy. Una obra cumbre de la literatura universal, no apta para piadosos y
conformistas (L. Alonso Schokel). Una historia que nos remite a dos abismos de
misterio: Dios y el ser humano. La versión antigua quedó integrada como prólogo (1-2)
y como epílogo (42, 7-17) de la nueva.
El autor judío del siglo IV no lo conocemos, como sucede con prácticamente todos los
libros del A.T. Pero podemos decir que se trata de un “sabio”, un pensador y un teólogo
crítico, que interroga la realidad, que se comporta como un verdadero “maestro de la
chospecha”. Intentó escribir algo que rompiese con el pensamiento tradicional y abriese
caminos nuevos al pensar y sentir de su tiempo. Se trata de un autor genial, tanto por su
lenguaje como por su temática. Y tal vez alguien que haya padecido él mismo gran
sufrimiento.
Según los especialistas, este autor no solo añadió la parte poética del libro, sino que
también podría ser creación suya los diálogos entre Dios y el satán del cap. 1 y todo el
cap. 2. Llamemos “primer Job” a la versión antigua con estos añadidos y “segundo Job”
al que aparece en la parte poética del capítulo 3 en adelante (3-27 + 29-31 + 38,1-42,6).
El cap. 28 y 32-37, son probablemente adiciones posteriores. Este “segundo Job”,
desgarrado por una atroz crisis, ya no es el “santo Job” de la historia primitiva, sino un
“Job rebelde, cuestionador y tan blasfemo como los mayores ateos”. Un Job convertido
en portavoz de los innumerables hombres y mujeres dolientes de la historia de la
humanidad, forzados a hacerse la pregunta, inevitable: “¿Por qué?”.
Si aceptamos que los caps. 28 (sobre la sabiduría inalcanzable para el ser humano) y 32-
37 (largo monólogo de Elihú sobre el valor educativo del dolor) son añadidos
posteriores
el autor judio del siglo IV nos ha regalado un drama teatral en tres actos:
a. 1-2: El prólogo, con la antigua leyenda o cuento (recogido en 1,1-5; 13-19. 21a-22)
y
42,7-17: epílogo. Es el “primer Job” ante la desgracia.
b. 3-27 + 29-31: Segundo acto y segunda reacción de Job. El autor ha creado un debate
o una mesa redonda entre Job y sus tres amigos en tres ruedas de diálogos. Estamos
ante un nuvo Job , llagado en su cuerpo entero y desgarrado por dentro, que
cuestiona las verdades más sagradas.
c. 38, 1-42,6: Interviene, por fin, Dios, el “otro actor” que ha estado callado hasta
ahora, objeto del debate. Aquí Dios logra la mejor respuesta que cabe a un ser
humano
sufriente.
En detalle:
1-2: prólogo
3: monólogo de Job
4-14: primera rueda de diálogos
15-21: segunda rueda de diálogos
22-27: tercera rueda de diálogos
28: la sabiduría
29-31: monólogo de Job
32-37: Discurso de Elihú
38-41: Discursos de Dios
En un prólogo, las narraciones tienen elementos comunes con las películas y las obras de
teatro. Al principio se presentan los personajes principales y la trama. Aparecen Job,
Satán, Dios, los amigos y la familia. Tiene como contexto la doctrina de la retribución
(al justo le va bien y al malo mal) que mostraba la sabiduría clásica. La doctrina nace de
la conciencia de que en el actuar humano, en mi comportamiento, se revela la fuerza de
la elección. Cuando te va mal es porque has elegido mal.
1,1: Hombre íntegro y recto. La cuestión central del libro aparece en este primer
versículo: “Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto,
que temía a Dios y se apartaba del mal”. Us no está en el mapa de Israel. Significa que
es alguien que es de fuera, un refugiado… Al ser un hombre justo y sabio, según la
sabiduría clásica será feliz. En el versículo 2 se cuenta que “le habían nacido siete hijos
y tres hijas”, lo que es un signo de bendición. Es un hombre justo, sabio y que es feliz.
Aparece Job como el hombre modélico, pero también hay quien duda de él, como Satán.
Satán se dedica a visitar y dar vueltas por el mundo para ver lo que hace Job, contárselo
a Dios e intentar que este piense sobre Job lo mismo que él: que su justicia y fidelidad a
Dios no son puras, sino interesadas. Además, y esto es importante para comprender el
sentido de términos tan importantes en Job como justicia, sufrimiento, etc., no solo es el
acusador de Job, del hombre, es también su tentador por excelencia, pues es el que
pone a prueba a Job tocando aquello que es sagrado en la vida del hombre, también del
de la Antigüedad: la riqueza y el bienestar, la familia y la propia salud.
Cinco cuadros o breves escenas: (leer los dos capítulos escena por escena)
1. En la tierra (1, 1-5), el hombre íntegro e intachable: Job aparece como la encarnación
misma del hombre honrado, religioso y feliz, “ogullo de Dios”. Todo le acompaña en la
vida: salud personal, felicidad familiar, riqueza, prestigio social (¿no es el premio
merecido?). Estamos ante una estampa personal, familiar, social, ética y religiosa
perfecta e irreprochable. (ver Job 29 y 31).
2. En el cielo (6-12). Aparecen Dios y “el satán”, quien representa la sospecha. Actúa
como un “inspector suspicaz”. El satán cuestiona a Dios sobre la autenticidad de la
religiosidad de Job. Le hace ver que el hombre puede practicar la religión para meterse a
Dios en el bolsillo. ¿No cabe sospechar del hombre más intachable, honorable y
religioso?
¿No podría este actuar como hombre justo, rezar, practicar la religión, cumplir los
mandamientos para que se lo devuelvan en bienes materiales, sociales, familiares,
afectivos? (1,9: versículo clave del relato, ley de la retribución.) ¿Es desinteresada su
religión? Es la pregunta de Satán, fiscal de la corte celeste, a Yahvé. ¿Qué motivaciones
lo mueven? Detrás de la apariencia “santa” puede haber un corazón sucio, egoísta,
interesado. Dios permite al satán ser su crítico y su opositor. Le permite ser su instigador
contra Job, incluso le permite causar el mal a Job (en su entorno, en los acompañantes
gratificantes de la vida (Job 1); luego en su propio ser (Job 2). La clave de la nueva
investigación estará precisamente aquí: el dolor es el lugar privilegiado para comprobar
la pureza de la fe, para cribar la calidad de la gratuidad, de la libertad y del amor, no
agrietada por intereses económicos.
3. En la tierra (13-22). En esta tercera escena a Job le llueven los males en cascada. En
cadena, uno tras otro, sin tiempo de respiro. Hay refranes que recogen esta expriencia
vital: “la desgracia llama a la desgracia”, “una desgracia nunca viene sola”, “no hay dos
sin tres”. Son desgracias que hieren al ser humano en sus bienes y familia. Pierde un
triple entorno: el físico-biológico, el fmailiar-afectivo, el económico-profesional y el
social.
¿Qué hará Job? ¿Cómo reacciona cuando Satán toca sus bienes? Su reacción nos
cierra la boca. El dolor lo postra en tierra; pero de su corazón y sus labios brota una
oración de bendición a Dios en lugar de maldición (1, 21). A pesar de todo lo sucedido,
Job no pecó contra Dios. Lo bendice y el contenido de la bendición es que Dios da y
Dios quita. ¿Es seguro que Dios quita? Según Job sí. Con esta pregunta nos estamos
acercando a la imagen de Dios, que es la cuestión principal del libro. En el AT, Dios es
el dador por antonomasia. El Pentateuco nos dice que Dios nos ha dado la tierra. Hay
muy pocos textos en los que aparece que Dios quita. Oseas 2 dice que llevará a la
esposa infiel al desierto y le hablará al corazón; pero también habla allí de lo que Dios le
quitó. En general, Dios da gratuitamente, pero hay una teología de que Dios da y quita.
¿Es así?
Dios parece que se mueve en cierta ambigüedad, no aparece como todopoderoso. Una
de las grandes preguntas del libro de Job es quién es Dios y desde este prólogo se
plantea esta gran pregunta. De manera más completa, la pregunta es quién es Dios para
un hombre justo que sufre. Durante muchos capítulos Job va a ir respondiendo a esta
pregunta. La gran enseñanza es que no hay una única respuesta. En la Biblia ponemos en
diálogo lo que sabemos de Dios y lo que queremos aprender sobre Él. Leemos desde
nuestra pre-comprensión lo que queremos preguntarnos.
4. En el cielo (2, 1-6). Hasta aquí Job ha respondido según las expectativas de Dios: su
honradez y religión se han mostrado de probada calidad. El satán ha perdido la batalla,
pero no la guerra. Ataca de nuevo pidiendo a Dios que hiera a Job en su propio ser.
El satán es el crítico del ser huamno ante Dios contra Dios mismo: le echa en cara que
espera demasiado de su criatura preferida. El hombre de repente se ve expuesto al dolor
y la prueba. Si falla el ser humano, falla el mismo Dios. Todo queda en juego y bajo
sospecha: la imagen y dignidad del ser humano y la imagen de Dios.
Dios acepta el reto; se fía de Job. Confía en el ser humano y espera lo mejor de él. El
satán, por el contrario, representa la suspicacia y el pesimismo: hay razones para pensar
mal del ser humano y esperar lo peor, incluso del más justo y religioso. Si se le desnuda
hasta el fondo, ¿no se volverán su honradez y religión desesperación y blasfemia?
5. En la tierra (2, 7-10). Dios acepta el reto. A Job solo le queda la vida. También esta
se ve en peligro. La intervención de la mujer lo interpela por el por qué seguir creyendo
y viviendo si su honradez y religión le sirven solo para sufrir lo indecible. Su respuesta,
una vez más nos deja pasmados: (v. 10). Con su respuesta queda a salvo su calidad y
dignidad. Dios tiene razón al esperar tanto de él. Queda a salvo el honor de ambos. ¡Un
hombre como este Job no ha existido nunca! “Más paciente que el santo Job”, dice la
gente. Muchas expresiones de nuestros mayores recogen esa actitud: “Qué vamos a
hacer”, “Así son las cosas”, “Mala suerte”, “Es el destino, la fatalidad”, “Dios lo habrá
querido”.
Al tumulto de catástrofes que hacen desaparecer hijos, bienes, alegría y que reducen a
Job al basurero extraurbano de su pueblo le sucede un silencio atónito, un silencio de
siete días y de siete noches que invade el mundo y el corazón del lector: se trata de la
incapacidad de explicar el misterio del dolor (v. 13). Pero al final este silencio se ve
desgarrado por el grito alucinante de Job, portavoz de todos los que sufren (3,1). Se abre
así el corazón de la obra, constituido por el gran diálogo poético que se establece entre
Job y sus amigos (primer acto) y entre Job y Dios (segundo acto). Pero antes abundemos
un poco más sobre el capítulo 2.
El capítulo 2 plantea otra gran pregunta. En él Satán toca la salud de Job, con una
especie de cáncer desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza (la lengua
hebrea cuando quiere expresar la totalidad lo hace por los extremos). La mujer le dice
que maldiga a Dios y se muera; no debe preocuparse de temer a Dios. Según ella, no
vale para nada creer en Dios y no merece la pena vivir sufriendo. Job contesta que es la
más necia de las mujeres (en el libro de Job todos son sabios menos ella).
Job hace una pregunta: si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal? Esta es la
segunda pregunta, si el mal procede de Dios. El prólogo intenta que no pensemos que
sabemos responderlo. Evoca el relato de la creación, que no dice que Dios creó de la
nada, sino que en el principio existía el desorden. El libro de Job nos va a ayudar a
entender qué significa que Dios es creador.
A la luz de este segundo capítulo, la pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿De quién
procede el mal? ¿De Dios o de Satán? Tenemos que esperar. Lo que nos cuenta el
prólogo es que a Job no le va bien. Su mujer le riñe, viene a decirle que es estúpido y
que no viva así y Satán pone en duda la credibilidad de Dios en Job. Los amigos que
vienen de lejos lo único que hacen es consolarle en silencio. El prólogo plantea que aquí
pasa algo, porque a un hombre justo no le va bien. Por tanto, la doctrina clásica de la
retribución no funciona. Nos está diciendo que estamos en una etapa distinta a la
sabiduría clásica porque al justo le va muy mal.
De esta forma, en el libro de Job nos vamos a acercar a la cuestión sapiencial desde unas
preguntas distintas de la sabiduría clásica, porque al justo no le va bien y se va haciendo
preguntas de fondo: ¿Procede de Dios el mal? El libro de Job desde el principio nos
hace preguntarnos infinidad de cuestiones existenciales y teológicas que no hay que
olvidar.
El resto del libro de Job intenta responder a estas dos preguntas. Lo van a intentar
Job, los amigos, Elihú y el mismo Dios.
Dios es percibido por este “primer Job” como más importante que lo más importante
de uno mismo: que los bienes, que el honor social, que los seres queridos, que la salud.
Dios aparece como la unica fuente de sentido y de gratitud incluso en los infiernos de
este mundo. Este Job es todo un retrato y modelo de creyente. Pero, ¿es la única forma
valida de ser creyente?
La anterior no es la unica imagen de creyente que existe. El autor judío del siglo IV no
estaba totalmente conforme con ella. Ese no era un modelo de creyente válido para su
tiempo. Por eso nos pone en camino de un “segundo Job”. Por eso a la antigua leyenda
le añadió el extraordinario poema de 3-27 + 29-31 + 38-42, aportándonos así un nuevo
rostro de Job, un personaje que vive su fe de modo más complejo, tortuoso y difícil.
Pero el autor tenía una tercera razón para reelaborar a fondo el antiguo cuento: no le
convencía esa figura del “primer Job”, creyente intachable, de fe tan compacta y
recia, sin dudas ni interrogantes. Tal vez le parece un modelo demasiado ideal e
inalcanzable para él y sus contemporáneos. ¿No lo es incluso para nosotros hoy? ¿Es
posible no quejarse y rebelarse ante Dios ante tanta desgracia repentina y sufrimiento
acumulado, aun siendo creyente? ¿No habían protestado contra Dios Moisés, Jeremías,
distintos salmistas? Imposible reconocerse en ese “primer Job”, un creyente sin crisis
psicológica ni tensiones teológicas. ¿Se puede llegar a una fe tan madura y serena sin
pasar por crisis e interrogantes? Pero hay otra pregunta: ¿cómo había llegado ese Job a
esa madurez psicológica y creyente? Allí no se dice nada sobre su proceso de
maduración en la fe. El autor judio del siglo IV, con sus añadidos y modificaciones al
relato original, quiere mostrar que los caminos espirituales son, a menudo, más tortuosos
y largos.
Insisto, el autor quiere mostrar que hay creyentes diferentes del “primer Job”. La Biblia
nos presenta esas “otras figuras”: Jeremías (Jr 12, 1-5; 15, 10-20; 20, 7-18) Jonás,
distintos salmistas (Sal 22; 42; 77). Teniendo como parámetro esas “otras figuras” el
autor del “segundo Job” quiso “re-crear” al primero. Lo modifica en dos aspectos:
primero, lo presenta más a la medida de la psicología humana y más a tono con los
malestares de los nuevos tiempos; y segundo, lo presenta viviendo su fe a modo de un
itinerario largo, tortuoso y complejo hasta madurar su fe. Son las principales razones
por las que el autor se propone ofrecer en su poema (3-42) otro prototipo de creyente y
otro camino de fe, más válidos para los judíos de su tiempo y para tantos creyentes de
todos los tiempos.
Ante la experiencia del mal y del dolor, le nacen al ser humano, incluido el creyente, las
preguntas más pavorosas, los peores sentires existenciales. Le nace cuestionar todo: la
vida y la muerte, el sentido de la existencia, la injusticia y la violencia, la posibilidad de
justicia y de esperanza, el más allá, el pecado, Dios… ¡Todo se vuelve interrogante! Los
sufrimientos físicos, los psicoafectivos y morales, los problemas económico-laborales,
los sociales… se vuelven antropológicos (pregunta por el ser y la condición humana),
existenciales (pregunta sobre la existencia humana), teológicos (pregunta sobre Dios), y
pastorales (cómo acertar a hablar de Dios y de su amor a los seres humanos heridos por
el mal). A todas estas problemáticas es que quiere responder nuestro autor y que el
“primer Job” era incapaz de convencer. Repito: lo que hace el autor del siglo IV en los
capítulos 3-42 es crear un rostro de Job nuevo, igualmente creyente como el primero,
pero de otro talante. Lo pone viviendo un largo itinerario humano y creyente; cosa que le
falta al primero. Veamos cómo lo lleva a cabo.
Todo parece cambiar a partir de Job 3,1. Un nuevo Job irrumpe con fuerza. Lo que da
pie a la confrontación entre el gran sufriente y los amigos teólogos que, encerrados en la
fría torre de marfil de sus ideologías espirituales prefabricadas, quieren resolver de una
manera simplista los problemas lacerantes que Job pone ante ellos.
«Finalmente Job empezó a hablar», dice el texto, y maldice fuertemente la vida que
vive, tan llena de límites de muerte. Lo primero que dice es que es tan duro vivir
sufriendo que hubiese querido que el día de su nacimiento hubiera ocurrido una
convulsión. Luego dice: por qué no me cerró las puertas del vientre donde estaba, ni
ocultó a mis ojos el dolor, o por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del
vientre. Dice también que por qué le acogieron dos rodillas. En el mundo antiguo
cuando nacía un niño se le daba de mamar y se le cobijaba entre dos rodillas.
Recordemos que a Job lo habiamos dejado con sus tres amigos, quienes lo consuelan en
silencio a lo largo de siete días (2,13):
1. Elifaz: Ofrece la exposición tradicional de los destinos del justo y del malvado
(retribución); la naturaleza de Dios: la virtud del hombre no beneficia a Dios (22, 3).
2. Bildad: Se centra en la descripción del destino final de los malvados (8, 11-18; 18, 5-
10)
A esta espiritualidad mínima y jurídica le opone Job una búsqueda auténtica y libre en la
que ni Dios ni el hombre queden humillados en esquematismos simplificadores. Su
búsqueda se mueve a lo largo de dos directrices. La primera línea en la que discurren
sus palabras es la de una dramática protesta contra el mal de vivir. Pensemos, por
ejemplo, en el terrible soliloquio del cap. 3, una imitación libre de Jr 20: está escandido
por una serie de «Por qué» (vv. 11.12.20) típico también de las súplicas del Salterio.
Dice que por qué dar vida al desgraciado (v.20), la vida a los que tienen amargada el
alma. Antes le había dicho a su mujer que valía la pena vivir sufriendo, pero ahora
piensa como ella.
Luego dice de sí mismo “un hombre que ve cerrado su camino y a quien Dios tiene
cercado” (v.23). Está diciendo que la vida del justo es insoportable. Maldice la vida,
maldice la creación y, por tanto, maldice al creador, aunque no lo diga directamente (en
Génesis se nos dice que no podemos separar creador y creación). Se lamenta de que su
vida es una ruina y dice que Dios se la oscurece. Se está acercando a las dos preguntas,
aunque está más bien afirmando que de Dios procede el mal. Cuando en Oseas 2 se dice
que Dios quita, la imagen que se utiliza es la de Dios que pone una valla, que es lo
mismo que dice Job. Dios aparece como el que agota el don de la libertad. Es el
libertador por antonomasia, pero aquí pone cercas.
Esta referencia a Dios es decisiva para el desarrollo del tema del sufrimiento y la muerte
del inocente en el resto del libro y abre la puerta a considerar en qué principios se basa la
relación entre Job y Dios. Porque, una vez que Job expresa su indignación en los textos
anteriormente mencionados, el protagonista del libro manifiesta a lo largo de numerosos
capítulos dos afirmaciones que no son en absoluto contradictorias: a) que Dios lo
persigue, acosa, molesta; b) que su mayor deseo es sentarse cara a cara con Dios y
pedirle que le explique por qué el justo sufre, cuando, según los códigos culturales del
libro de los proverbios, al justo le tiene que ir siempre bien en la vida.
Job, por tanto, cambia de parecer. Lo aprovechan los amigos, al ver que tantea y que
pasa de ser perfecto a inconsistente (capítulo 4). Elifaz le dice que él que daba consejos,
animaba, daba sentido a la vida cuando alguien sufría, se deprime, le alcanza el golpe y
se turba cuando le toca a él.
Después de ponerle contra las cuerdas, el amigo le dice que haga memoria. Está
evocando la doctrina de la retribución. Le pregunta que dónde ha visto a los justos
extirpados. Si a él le va mal es porque ha hecho algo malo y ha sido su elección. Le está
diciendo que deje que venga Dios a salvarlo y así sabrá quién es Dios.
De los capítulos 3 al 27 nos vamos a encontrar tanto a Job como a los amigos intentando
responder las dos grandes preguntas. Evocan la doctrina de la retribución y Job dice
continuamente que no ha hecho nada malo. Más que diálogos son monólogos. La
fórmula “entonces tomó la palabra y dijo”, así lo indica. No le acompaña nunca ninguna
referencia al destinatario de la respuesta. Con ello se expresa que se trata quizás de una
respuesta que se ofrecen a sí mismos Job y cada uno de los amigos.
Para los amigos, lo sucedido tiene una clara y sencilla explicación: el principio
tradicional de retribución divina. Se trata de un principio no inventado por ellos mismos,
sino anclado en una experiencia y en un pasado que se transmite de generación en
generación. Según éste, Dios retribuye a cada uno en esta vida según sus obras. Su
lógica es tan simple como la de la causa y consecuencia: el mal alcanza al que comete el
mal (Dios castiga al pecador), mientras que el justo conoce la felicidad (Dios
recompensa al justo). De ahí que piensen y repitan en más de una ocasión a Job que lo
mejor que puede hacer es reconocer su pecado y reconocerse pecador ante Dios, para
que, de este modo, le alcance la felicidad que de él procede. En el fondo, los tres amigos
perciben a Dios como alguien que actúa de manera fácilmente inteligible y
perfectamente predecible, ya que reparte en la tierra el premio y el castigo de acuerdo a
una tabla inflexible.
Job discute con sus amigos, porque, a pesar de ser justo, está sufriendo sobremanera. Y
lo está haciendo porque es Dios el que le ha hecho daño y el que ha tendido a su
alrededor una red (Job 19,6); él es quien ha descartado su derecho y quien ha amargado
su alma (Job 27,2). Ello le crea una enorme angustia, pues no es merecedor de la
situación que está padeciendo. Una angustia que aumenta igualmente por la falta de
comprensión, de sensatez y de sabiduría que encuentra en sus amigos.
En el capítulo 7 Job se pregunta qué es el hombre para que Dios le ponga atención.
Evoca el salmo 8, que da al hombre atributos que solo le pertenecen a Dios. Pregunta a
Dios que por qué le ha puesto en su diana, en lugar de ser misericordioso. Reza el salmo
a la inversa
–resulta que Dios no es el que me quiere sino el que me vigila. Le pregunta a Dios para
qué le sacó del seno, ya que habría muerto sin que le viera ningún ojo y le dice “apártate
de mí y me confortaré un poco”.
Resulta que lo que más quiere es ver a Dios y su gran drama es que Dios le angustia. El
proceso entablado con Dios aumenta todavía más la angustia en el hombre íntegro y
temeroso de ÉL, pues habla y se dirige a alguien que parece escapar de su presencia, que
parece alejarse cada vez más de él.
En todos estos capítulos lo que está haciendo Job es moldear su imagen de Dios. Hasta
ahora ha ido cambiando esa imagen.
En 16,13 Job dice: “me cercan sus tiros, traspasa mis riñones sin piedad y derrama por
tierra mi hiel, abre en mí brecha sobre brecha, irrumpe contra mí como un guerrero. Yo
he cosido un sayal sobre mi piel, he hundido mi frente en el polvo. Mi rostro ha
enrojecido por el llanto, la sombra mis párpados recubre. Y eso que no hay en mis
manos violencia, y mi oración es pura. ¡Tierra, no cubras tú mi sangre, y no quede en
secreto mi clamor! Ahora todavía está en los cielos mi testigo, allá en lo alto está mi
defensor, que interpreta ante Dios mis pensamientos; ante él fluyen mis ojos”. El texto
evoca el de Caín y Abel. Dios es para Job el que dio un grito a favor de Abel. No quiere
que su sangre quede sin recompensa. Por eso dice en el v.21 “ay, si hubiera por lo menos
un valiente entre Dios y yo”. Sigue delineando a Dios y pide que por lo menos haya
entre Dios y él un valiente que les acerque.
Más adelante, en 19,16 dice: “llamo a mi servidor y no responde, aunque le implore con
mi propia boca”. Job está llamando aquí a Dios. El término siervo aparece pocas veces
en la Biblia. Lo son Abrahán, Moisés y Job. Son los elegidos, como los más próximos a
Dios. Llama la atención que en este versículo Job se está atreviendo a hablar como Dios.
Una de las dificultades del sufrimiento del justo es que nos hace jugar a ser dioses. A
Job
le está haciendo perder de vista muchas cosas. En el libro del Éxodo cuando se presenta
la servidumbre del pueblo se dice que Dios escuchó su sufrimiento, pero aquí Dios no
escucha el sufrimiento.
Sigue diciendo: “mi aliento repele a mi mujer, fétido soy para los hijos de mi vientre”.
Huele tan mal que hasta sus propios hijos muertos le rechazan. Lo mismo pasa con su
mujer, que hasta este momento no había vuelto a ser citada. La literatura se permite
decir estas cosas para representar que todos le rechazan hasta lo que no podemos
imaginar.
Y en medio de ese contexto nos dice que sus palabras queden para siempre, como la Ley
(“Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá en monumento se grabaran”). Es muy
importante el v.25 (“Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará
sobre el polvo”). El término hebreo Goel en el AT representa la acción del pariente más
próximo que estaba obligado a rescatar la vida de la familia, como cuando una mujer
enviudaba. Era la manera de que perdurara la familia. Job dice que Dios es su Goel, el
que le va a rescatar. Su pena es que va a salvarle cuando esté muerto y no cuando esté
vivo. Se permite cincelar tanto un Dios malvado como un Dios misericordioso. Su
mayor deseo es ver a ese Dios del que a la vez huye y que es la fuente de sus desdichas.
Sus amigos le intentan convencer de que eso le pasa por lo que ha hecho y le piden que
lo reconozca. Esos diálogos continúan hasta el capítulo 27, en el que llegamos a un
impase. Ni los amigos han convencido a Job ni él a sus amigos en la respuesta a las dos
grandes preguntas. Después de 24 capítulos ha sido imposible el diálogo. El libro nos
está diciendo que el razonamiento de ambos tiene valor (aporía). Descubrir a Dios exige
mucho diálogo y encuentro, muchas idas y venidas.
Dios sigue en silencio. Hay que incorporar ese silencio de Dios a la búsqueda de
respuesta a las dos preguntas.
1. Un ser humano en busca de sentido (Job 3; 6,7-13; 7,1-6.15; 10, 1.8-22; 12, 4-6; 14,
1-2; 17, 1.11-16).
Los malos pensamientos sobre la vida se extienden a lo largo de todo el libro. No pasa
de ser una penosa esclavitud (7, 1-6); es breve, efímera, insustancial, como “un soplo”
(7,7ss). ¿Vale la pena vivirla? ¿No sería mejor desearse la muerte? (10,1. 18-20; 14, 1-
3ss; 17,1.11-16).
Este Job supremamente cuestionador es el portavoz del ser humano doliente, expuesto a
las peores sospechas acerca de la vida y de Dios. Sus preguntas brotan de un corazón
destrozado pero capaz de rebeldía y de búsqueda. Digno representante de los hombres y
mujeres que han vivido crisis de sentido.
A pesar de todo, Job tiene intuiciones certeras: la existencia humana es un enigma que
remite al enigma de Dios. Por eso no puede menos de recordarle, sea para acusarle, sea
para suplicarle (3,20ss; 6, 8-13; 7, 7-21; 17, 1-3).
• Comparar a este Job con los profetas Jeremías (Jr 20, 14-18) y Elías (1Re 19, 1-8).
• Textos para orar: Salmos 22; 42-43; 88; Lam 3; Jr 15, 10-11. 15-21; Jon 4
2. Dios, ¿justo o cruel? (6, 24-30; 9-10; 13; 14,1-6; 16; 19, 6-22; 21; 23; 24; 29-31)
¿Por qué el sufrimiento de los pequeños e inocentes? ¿Por qué el mal? ¿Dónde tiene su
origen? ¿Quién hace justicia al hombre sufriente? Estas interrogantes, que apuntan a la
bondad de Dios, constituye el tema central y más importante del largo debate entre Job y
sus amigos, entre Job y Dios.
Job es el ser humano forzado a pensar mal de Dios (6,4; 7, 12-21; 9, 15-24; 13,24-28;
16,
9-17; 19, 6-22; 27,2). Lenguaje sincero, brutal, descarnado. ¡Cuántas razones para ser
ateo o blasfemar de Dios!
Este Job rebelde representa a muchos hombres y mujeres sufrientes. Encarna más de una
actitud:
• La capacidad de protesta del ser humano (16,18): ¿responde Dios al grito de
los inocentes y justos sufrientes de la historia, sin culpa de nadie o por culpa de
alguien?
• La protesta contra la soledad, desamparo y juicio (19, 7-22; 6, 11-30).
• La pregunta “por qué”, dirigida en especial a Dios. ¿No es el responsable
último de todo lo que acaece en este mundo? ¿Por qué no pedirle cuentas?
• La capacidad de sentir y pensar lo peor de Dios. Job es el portavoz de los
ateos y blasfemos de todos los tiempos (16, 6-14; 30,21).
• La reivindicación de justicia y de dignidad. A Job, que ha vivido una vida
intachable, vivida como amor y desvelo por los demás (29-30), ¿no debe Dios
reconocérselo y hacerle justicia?
Job encarna en sí uno de los escándalos mayores de la historia de la humanidad: los que
padecen el mal y la crueldad no son los malvados y criminales, los opresores y tiranos;
lo son los “santos inocentes”, los pequeños y humildes de la sociedad. ¿A quién
reclamarle justicia, a la historia hecha por los humanos, a la madre naturaleza, a Dios?
¿Qué postura tomar ante la persona que se desata desde el dolor con palabras cuasi
blasfemas, contra Dios y contra la vida?
• Unos sintonizan con él, le acompañan y respetan, como los amigos de Job en un
primer momento (2, 11-13).
• Otros se escandalizan y se tapan los oídos, lo condenan y le cierran la boca, lo
abandonan.
• Hay quienes se ponen a dar lecciones de teología al que no puede con su alma.
Es lo que hacen los amigos de Job en un segundo momento (Job 4-27). Le
acusan de pecado. Insisten en que el mal es castigo merecido de Dios, no por
culpa de Dios. Los tres lo acusan sin tapujos (4, 1-9; 11; 20; 22). Además de su
desgracia y sufrimiento, padece juicio y condena.
¿Qué pensar de esos “tres amigos” de Job, teólogos defensores de Dios a costa del
inocente? Estos se ufanan de ser sabios y defienden a Dios a costa de Job. ¿Se puede
defender a Dios a costa de un ser humano magullado por la vida? (13, 4-12) Representan
la vieja teología, la idea simplista de la retribución: si hago el bien, Dios me tiene que
premiar; si hago el mal, me castiga. Pero a Job su conciencia no le reprocha nada y se
defiende, con razón y tenacidad, de la acusación de sus amigos (4-5; 8; 15; 22).
Una teología que persigue la defensa de Dios a costa del ser humano es falsa al menos
por tres motivos:
• Por ser dogmática e incuestionable: procura defender los principios de siempre
sin tener en cuenta la situación del hombre sufriente.
• Por ser antihumana: no se puede uno poner a favor de Dios sin meterse dentro
del pellejo de los otros. Una teología que humilla al ser humano no es creíble.
• Por ser teología antidivina: ¿Acaso quiere Dios que se le defienda a costa de
los seres humanos?, ¿Y precisamente de los sufrientes?
La veradera reflexión y defensa de Dios (hacer teología) solo cabe tras empatizar con el
sufriente y compartir su dolor. Y tras hablar a Dios mismo en la oración. Solo cabe tras
vivir la doble cercanía: con el sufriente y con Dios.
Job vive la sensación de que su estilo de vida intachable sirve para nada. Le entran duda
sobre aquello que ha vivido y practicado como algo fundamental en su vida. Aquí
representa a tantos hombres y mujeres intachables y obradores del bien que han
entregado su vida, gota a gota, por demás: ¿merecía la pena?, ¿quién los conocerá? ¿Hay
alguien que les haga justicia?
• ¡Difícil pensar bien de Dios! Difícil defenderle.
• El ser humano no cuenta: lo mismo da que haga el bien o que haga el mal. nadie
va a realizar una valoración justa de su vida.
• ¿Para qué empeñarse en ser justo, fiel y creyente? Los malvados la pasan mejor,
prosperan (21, 5-15.22-34; 24; cf. Jr 12, 1-5).
Aquí Job es portavoz de los que padecen las peores sospechas y dudas: no vale fiarse
de Dios. Da lo mismo practicar la justicia que aplastar al otro, amar que ser egoísta,
salvar vidas que eliminarlas. Job es portavoz de los que niegan el valor de toda
religión y de toda ética. ¿Dónde fundamentar la moral si no hay un Dios salvador que
haga justicia?
Job estalla en gritos de rebeldía y protesta. Le nace culpar a Dios y lo hace con rabia y
violencia cuasi blasmemas. Cae en el extremo contrario de sus amigos. ¿Pero cabe una
defensa del ser humano a costa de Dios? Job mismo sabe que es absurdo meterse con
Dios, acusarlo, retarlo a un tribunal (9, 1-20; 13,3.13-27), pero no puede evitarlo. Su
dolor extremo lo lleva a retar a Dios.
Frente a sus amigos que lo acusan, Job se siente con la conciencia limpia: ha jugado
limpio en la vida; sus males no pueden ser por castigo de Dios. Da un paso importante:
en medio de sus audaces acusaciones, intuye que Dios es demasiado misterio para
culparle del mal y del sufrimiento humano. Sus amigos, ¡teólogos oficiales de Dios!,
creen tener respuesta al misterio; pero Job, por el contrario, se siente con razones para
acusar a Dios con saña. Así es como, poco a poco, de sentirse contra Dios, va pasando a
Dios.
Job no puede contar consigo mismo, tampoco pude contar con sus amigos y familiares;
¿acaso podrá contar con Dios? En principio, no lo experimenta cercano, amable, digno
de confianza (19, 6-22; 3,23; 6, 8-23; 17, 10-16). Los golpes de la vida y la falta de
esperanza de cambio han quebrado su resistencia (6, 7-13; 7,15; 10,18ss; 17,1)
La oración de Job es la oración de quien se cree olvidado y hasta torturado por Dios,
pero al mismo tiempo es la oración de quien le busca apasionadamente y quiere tocar su
corazón. Oración al Dios santo desde la carne herida del hombre.
Todo el poema (Job 3-31) es un lento itinerario hacia la esperanza. Con ella Job
comienza a desear “un cara a cara con Dios”. Al principio le parece imposible lograrlo,
pero corre el riesgo (13; 23; 9,1-20; 29-31. Al final, toda la esperanza de Job se
resume en estas dos palabras: “Veré a Dios” (19,26).
En realidad, después de haber visto el vacío total que el dolor ha creado a su alrededor,
Job solo quiere aquí que Dios, al menos al final de su existencia, se revele como
«defensor», «vivo», dispuesto a intervenir y a entrar en acción. Al menos entonces,
cuando Job ya esté reducido a la piel y los huesos, en el umbral de la muerte, cercano al
polvo de la tumba, el Defensor divino pronunciará una palabra enjuiciadora y liberadora.
A Job le bastaría con este reconocimiento extremo de su inocencia, una inocencia
que él siente como innegable e indestructible, grabada casi en la roca de la historia:
«¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y
con plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Defensor y que
al final se alzará sobre el polvo: después de que me arranquen la piel, ya sin carne veré a
Dios; yo mismo lo veré, no como extraño, mis propios ojos lo contemplarán» (19,23-
27).
Leer:
• Job 15; 21; 24, 18-25: ¿qué te parece el modo de hablar sobre Dios de los amigos teólogos
de Job?
• Job 4, 17-25; 9,1-4; 14, 1-6; 15, 14-16; 25, 1-6. Descubre la experiencia
antropológica del pecado. ¿No es algo más hondo?
La otra cuestión importante es la misma pregunta que aparece en los versículos 12 y 20:
“Mas la Sabiduría, ¿de dónde viene? ¿cuál es la sede de la Inteligencia?”. La doble
repetición de esta pregunta en Job 28,12.20 y la presencia tanto en ellos como en Job
28,28 de los términos sabiduría e inteligencia acercan al lector a comprender un
elemento crucial de la vida: la sabiduría, es decir, el conocimiento del
funcionamiento del universo y su propia verdad, son inaccesibles para el ser
humano, no, en cambio, para Dios.
Tenemos un poema en tres partes (Schökel): homo faber, homo oeconomicus, homo
religiosus. El homo faber (primera parte, vv.1-12) ha ido buscando la sabiduría, ha ido
hasta las entrañas de la tierra buscándola y después de todo ello no ha encontrado el
sentido de la vida, pero sigue buscándolo (“¿dónde está”?). Por más que entre, trabaje e
ilumine las profundidades del mundo, nunca va a encontrar en sus raíces la sabiduría. El
homo oeconomicus (versículos 13-20) ha ido a ver si podía comprar la sabiduría con su
trabajo (segunda parte). En el mundo sapiencial se la compara con el oro y con la plata,
que son las cosas más preciosas. Pero tampoco la ha encontrado a través de esta vía
(“¿dónde está?”). El hombre con habilidades comerciales, que quiere comprar algo tan
sumamente precioso como la sabiduría, no puede hacerlo. No se puede comprar ni
vender, ya que solo se da.
Solo Dios, por tanto, conoce el camino de la sabiduría y sabe dónde encontrarla (Job
28,23). El hombre, que, en cambio, no lo conoce, puede, sin embargo, aceptar su
ignorancia y, al mismo tiempo, aceptar que hay otro (Dios) que sí conoce la misteriosa
sabiduría. Puede, en terminología grata al mundo sapiencial, temer a Dios.
En clave antropológica, el texto nos dice que aunque no sepamos donde está la sabiduría
sabemos que hay uno que lo sabe. La única forma de acceder a ella es acercarnos a Dios.
Temer a Dios es reconocer que hay otro que lo sabe. En el sinsentido no hay por qué no
quejarse, pero hay que temer a Dios, que es reconocerle como el que sabe. Es una
antropología, por tanto, muy positiva. Podemos tocar el sentido del sinsentido
acercándonos a Dios. En el sufrimiento se puede conocer a Dios de otra manera.
En la clave que recorre el libro de Job, el temeroso de Dios reconoce que, aunque se le
escape el sentido del sufrimiento del justo, a Dios, en cambio, no se le escapa, porque
escruta y conoce también ese misterioso rincón. Job 28, por tanto, rompe con la doctrina
tradicional de la retribución y anticipa la gran lección que Dios va a ofrecer
posteriormente.
Se abre el segundo acto del drama, el fundamental de la obra poética. Este acto (caps.
29–31; 38–42), separado por la inserción de los caps. 32–37, que contienen las
intervenciones de un cuarto amigo, Elihú, tiene solo dos protagonistas, Dios y el
hombre, en una confrontación suprema, verdadera meta final de todo el libro. El Señor,
provocado continuamente por el sufriente que le considera como divinidad ciega y
muda, decide hacer su declaración en una especie de proceso de puertas abiertas y en un
diálogo en el que se va atenuando progresivamente la voz del hombre (Job: caps. 29–31;
Dios: caps. 38–39; Job: 40,2-5; Dios: 40,6–41,26; Job: 42,1-6).
Se podría esperar que el libro de Job resolviese definitivamente, a partir del capítulo 28,
el enigma que tanto le ocupa y preocupa a su protagonista y aclarase de manera
comprensible qué es la justicia y cuáles son sus características. Y que lo hiciese dando la
palabra a Dios, que ocupa un lugar tan central en Job 28. Ello no sucede, sin embargo,
hasta diez capítulos después. Una nueva intervención de Job y otra de otro sabio, Elihú,
en la que también está presente la doctrina de la retribución retrasan la comunicación
divina.
En el capítulo 29 el libro vuelve a dar entrada a Job. Le está diciendo al lector que lo
que tiene que hacer Job es escuchar el poema una y otra vez. Job proclama que sufre
injustamente. Su larga intervención después de la meditación sobre la sabiduría (Job 29-
31) subraya sobremanera la ausencia y el silencio de Dios. Job no puede aceptar dicho
silencio y dicha ausencia; ambos le producen un profundo dolor.
Al final de su largo camino interior, Job calla (31, 40b). Tanto él como sus amigos han
agotado todos sus argumentos, tanto a favor como en contra de Dios. Inutil seguir
hablando sobre misterios (31, 35-39). Toca callar: al ser humano le desbordan las
cuestiones límites, los grandes interrogantes de la existencia. Pensadores y teólogos
quedan desbordados por el problema del mal y del sufrimiento. La palabra humana es
más pregunta que respuesta, su saber es más búsqueda que hallazgo. La sabiduría
humana abre incógnitas y las deja abiertas, sin poder aclararlas. La palabra mas sabia
es el silencio expectante y confiado. Solo Dios es sabio, solo Él posee sabiduría
insondable (Job 28): solo Él puede responder.
El que abre la ofensiva procesal es el hombre con la última y apasionada protesta que
mira con nostalgia al pasado feliz (cap. 29), llora por el amargo presente (cap. 30) y
con un «juramento de inocencia» ante Dios declara su no culpabilidad (cap. 31),
despreciando todos los consejos antitéticos de los amigos. La espera de Dios ha
alcanzado ahora el paroxismo: «¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma!
Que responda el Shaddaj [el Omnipotente, el Altísimo], que mi rival escriba su alegato:
lo llevaría al hombro o me lo ceñiría como una diadema; le daría cuenta de mis pasos y
avanzaría hacía él como un príncipe» (31,35-37). Job está ahí, ante el cielo que
permanece mudo hasta ese momento, con su juramento firmado. Dios ya no permanece
en silencio, acepta declarar. Nos encontramos así en la cima del libro.
Job ha aprendido a guardar silencio. A veces toca parar la máquina de la mente para que
el corazón se prepare para escuchar y vivir experiencias. Job llega aser sabio callando y
abriéndose a la palabra que le pueda venir de Dios mismo.
Quedan cortas toda teodicea y toda teología, silenciado todo pensar humano sobre
Dios elaborado por filósofos y teólogos. Solo Dios puede defenderse a sí mismo, solo él
puede revelar algo de su propio mistero y de cómo conduce este mundo. Hay que dejarle
hablar a Dios, por si quiere hacerlo en su misericordia. Es lo que ocurrira más adelante.
Con el silencio de Job termina el segundo acto del drama. Podríamos esperar que vengan
los amigos o que Dios le explique, pero lo que sucede es que viene Elihú (capítulo 32).
Se presenta de repente, sin avisar. Un autor posterior ha añadido esta nueva escena (Job
32-37); en la misma este nuevo teólogo, Elihú, actor único en esta escena suelta un
largo
monólogo que nos despierta de un letargo.. Quiere corregir las tesis de los teólogos
anteriores y salir al paso de las palabras escandalosas de Job. Su tesis principal es que
Dios puede querer corregir y educar a los suyos mediate las pruebas de la vida, lo que
explicaría, al menos en parte, la experiencia del mal. No nos detengamos en esta escena.
En Job 38 (38-42) por fin interviene Dios: “Entonces el Señor habló a Job desde la
tormenta”. Así comienza una de las páginas más sobrecogedora y poéticamente bellas
del A.T. (¡Hay que leerla!)
Dios, envuelto en el silencio y en la ausencia de sus cielos lejanos, acepta el desafío que
le ha lanzado el sufriente. En 38,1 y en el 40,6 se repite lo mismo: “Yahveh respondió a
Job desde el seno de la tempestad”. La tempestad y la tormenta son lugares bíblicos
donde habitualmente Dios se revela. En el libro del Éxodo y en el del Deuteronomio,
cuando Dios se revela lo hace en la tempestad. En Ex 20 y Dt 20, Dios se revela en lo
borroso.
Dios calla, tarda en hablar (9,16). Pero, por fin, habla y responde a Job. Dios no es
silencio, acaba siendo palabra: se revela. Parece lejano, invisible e insensible a los gritos
del ser humano (23,8-9); pero ahora rompe la distancia y el silencio, y habla.
Dios responde a Job preguntándole a su vez: ¡50 preguntas, en cascada! Aparecen en dos
series: 38-39 y 40-41). Con sus preguntas, Dios emplaza a Job ante las maravillas que
tiene ante sus ojos en el cosmos y en la naturaleza. Job será un turista por el universo,
viajando de la mano de Dios. De cuestionador crítico de todo, pasa a ser espectador
pasmado del museo viviente de Dios, llevándolo al límite de su estupor.
A través de sus preguntas arrolladoras Dios le concede a Job un reencuentro con Él. Job
experimenta, por fin, al Yo de Dios, presente y cercano. Tras una dolorosa andadura y
cuestionamiento en su busca, Job “ve” a Dios en su corazón, lo experimenta en su carne
herida.
Mediante las preguntas, Dios invita a ver, como en un documental, científico y poético a
la vez, las maravillas de la tierra y del mar, la belleza de la naturaleza, la grandiosidad
del cosmos y de los fenómenos atmosféricos, los portentos del reino animal… Las
preguntas se reducen a una única: el cosmos con sus fenónemos, la naturaleza con sus
seres, ¿no contienen algo de maravilloso e insondable?
Job se había quejado de su vida y había renegado de ella, porque no existía ningún
orden. Igualmente, había protestado enérgicamente contra el dolor y el sufrimiento
injusto que padecía. A Dios le culpaba de no tener un plan ordenado (actuaba sin orden
ni concierto) y de no controlar ni dominar las fuerzas del mal. En cuatro largos capítulos
(Job 38-41) Dios va a señalar a Job que el mal le está sometido y que, aunque el ser
humano quiera controlarlo y dominarlo, no está en situación de hacerlo. Al mismo
tiempo, le pone delante de los secretos del universo, de la creación y le presenta los
límites que tiene frente a los animales, frente a fenómenos meteorológicos, etc. Dios le
pone en una situación extrema tal que hace que el varón íntegro y recto y temeroso de
Dios reconozca la imposibilidad de tener en su propia mano los secretos de la existencia.
Dios pasea a Job por la creación para que vaya percibiendo en su sufrimiento el valor de
aquélla (38,16-18)
Mientras caminan, Dios hace a Job (Job 38,1-39,30) continuas e irónicas preguntas
sobre la creación, las criaturas y su belleza, pues es consciente de que es necesario
confrontar a
Job con sus límites temporales, espaciales, del saber, de poder. A ninguna de ellas puede
responder Job, mostrando así su incapacidad para conocer y hablar sobre la creación.
Mediante ellas, Dios parece estar acusando a Job de estar cerrado en su pequeño mundo,
de estar bloqueado y encarcelado por el dolor que tanto le ha tocado, y de haberse
perdido todo el encanto del Dios creador: un Dios bondadoso y tierno (Job 38,9;
38,39; 38,41;
39,1-3) y que tiene humor.
Cuando la vida nos sitúa en el dolor, hay que aprovechar ese privilegio. Eso no significa
que haya que buscar el sufrimiento. Es bueno que cuando la vida nos ponga en situación
de muerte tratemos de ensancharla.
Dios ensancha la creación a un Job preocupado por su sufrimiento. Le dice que se abra a
la vida, no que olvide su sufrimiento. En la primera intervención de Dios se muestra
como creador. En primera instancia, es el creador del sufriente. Dios se está acercando al
sufriente para decirle que es algo más que el sufrimiento. No le quita el dolor, pero le
hace levantar la mirada.
La segunda intervención empieza en 40,6: “ciñe tus lomos como un bravo: voy a
preguntarte y tú me instruirás”. En el texto vocacional de Jeremías 1 se dice “ahora te
ceñirás los lomos”, que significa llenarse de valentía en el mejor sentido de la palabra.
Del 7 al 14 habla Dios, con palabras parecidas a las del Magnificat. Es un himno que se
dice de Dios; se están invirtiendo los papeles.
En el Éxodo se dice “su diestra le ha dado la victoria” cuando Dios libra de la esclavitud.
El pueblo alaba a Dios porque les devolvió la vida. Ahora Dios dice que cuando Job
haga de Dios le alabará (“yo mismo te rendiré homenaje, por la victoria que te da tu
diestra”). Le está diciendo que el sufrimiento no solo le puede encadenar, sino que le
puede hacer olvidar su condición de criatura, jugando a ser creador. Todo gira
alrededor de la idolatría, aquí y en toda la Biblia. Dios le dice “haz de Dios, que yo te
vea”.
El sufrimiento, por tanto, nos hace equivocarnos de lugar; nos hace olvidarnos de
nuestra relación con la creación y con el creador. Pero hay que señalar, de nuevo, que no
hay ningún juicio moral contra Job.
En esta segunda intervención, Dios muestra a Job cómo ha invertido los papeles. Le
propone un cambio de suertes, un cambio de roles: Dios va a jugar el papel del hombre
(Job) y este el de Dios. De esa manera, Dios pone al justo sufriente delante de una doble
pregunta decisiva para la suerte del ser humano: ¿quién es Dios?; ¿quién es el hombre?
El sufrimiento nos puede llevar a olvidar que no somos creadores sino criaturas,
poniéndonos en el sitio que no nos corresponde y dejando de ser quiénes somos. Pero
somos criaturas por antonomasia en relación con Dios (salmo 8). Dios le dice a Job que
se desnaturaliza al querer transformarse en Él.
Ante las bestias del capítulo 40, 15-42, Behemot y Leviatán, Job se queda despojado de
todo poder.
El libro de Job no explica la solución al origen o problema del mal, pero sí la superación
de dicho problema: el mal no tiene una explicación, sí un final. Ha entendido que en el
sufrimiento se puede ver la vida y a Dios de otra manera. Después de la intervención de
Dios, Job le responde. Le reconoce como creador y acepta haber sido un insensato. Se
pone en su lugar como criatura –lo que Dios le ayuda a ser– y no como creador.
No es fácil comprender con total exactitud la respuesta que ofrece Job a Dios en Job
42,1-
6, pero es posible señalar que, al ser confrontado consigo mismo y al ser puesto delante
de la eterna pregunta del ser humano (¿quién es y dónde está Dios?). Job afirma
aceptarse como persona distinta de Dios, como su criatura, que está en relación con un
Dios distinto de los hombres, que no destruye el mal ni hace milagros para eliminar el
sufrimiento, sino que es portador de una potencia que puede salvar al ser humano,
conduciéndole por caminos pacientes, misteriosos y débiles, caminos en los que está
presente en muchas ocasiones el misterio de una libertad que se niega al bien y que
decide actuar el mal. Gracias a la intervención de Dios, Job puede reconciliarse consigo
mismo y con la verdad de toda criatura y puede comprender que Dios es ante todo
misterio.
El clímax de la actuación divina se encuentra en Job 42,5: “de oídas solo había sabido de
ti, mas ahora te han visto mis ojos”. “Por eso me retracto y me consuelo sobre polvo y
ceniza”, que remite a cómo estaba –sobre polvo y ceniza– cuando van a verle los
amigos. Al final del libro sigue sufriendo, pero ha visto a Dios. No quiere con ello
indicar que ha tenido una experiencia mística, sino que la relación y el encuentro
personal que Dios le ha regalado le han cambiado por completo, dejando atrás su pasado
y abriéndole a un nuevo futuro. Gracias a ellos ha podido reconocer a Dios y conocer su
verdad, la coherencia de su palabra.
“Me retracto”, más que hablar de un arrepentimiento de Job, expresa el consuelo que
encuentra en el sufrimiento. Así, Job detesta el polvo y las cenizas porque ciertamente la
muerte no tiene valor o dimensión positiva, pero en esa situación, difícil, oscura y
negativa, encuentra el consuelo y la tranquilidad.
Dios no ofrece ninguna respuesta directa sobre la pregunta en torno al sentido del
sufrimiento y el asunto queda abierto para el hombre. Job expresa que la situación de
dolor, de límite, le ha hecho experimentar su ser criatura y le ha hecho conocer a Dios de
una manera distinta, superior a toda la conocida por la tradición teológica de los sabios
de Israel: situándose delante de él como el misterio al que se puede temer. En él Job
expresa también que Dios es bueno y que no es el culpable de su mal. En él Job expresa
finalmente que el mal, el dolor, no tienen una explicación, pero sí un final. El mal, el
dolor, no tienen una lógica pero sí un modo de superarlo, un camino para vivirlo con
mucha dignidad.
Job dice “te conocía de oídas”. En 28,22 se había dicho en el himno a la sabiduría que
“de oídas sabemos su renombre”. Ahora ha conocido a Dios en el sufrimiento. La
experiencia de ver a Dios solo se da cuando se te revela y Job ha oído y ha visto a Dios.
Reconoce haberlo visto con sus ojos, después de lo que Dios le ha transmitido desde la
tempestad.
En su angustia y sufrimiento Job había buscado con insistencia a un Dios que no hablaba
ni se dejaba ver. Al final de su recorrido Job ve y comprende que Dios es misterio y se
encuentra más unido personal e íntimamente a él. Al mismo tiempo, tiene una
conciencia más clara de la libertad y gratuidad divinas.
A un Job tentantado de pensar que este mundo es un caos, gobernado por el poder del
mal o por un Dios arbitrario y perverso (Job 12, 13-25), Dios responde. Él vela por todo;
todo es creación suya; y por ello, todo es una teofanía suya: ámbito en el que puede ser
visto como bueno, providente y omnipotente contra el mal. Solo él puede dominar el
mal, simbolizado sobre todo por los dos animales más temibles: el hipopótamo y el
cocodrilo (Job 40).
Con su cascada de preguntas, Dios, además de cerrarle la boca a Job, lo invita a ampliar
su visión de la realidad. No hay que achicar el misterio, sino aumentarlo: el mundo
mismo en todos sus ámbitos está impregnado de impenetrabilidad. Junto a lo caótico y
lo inaceptable se dan también lo bello, ordenado, lo cuidado, lo admirable. A las
preguntas de Job, Dios responde aumentando la capacidad de admiración y pasmo, de
silencio y pregunta del mismo. Job tenía razón al plantearlas: no hay que aceptar, sin
rebeldía y sin protesta, el sufrimiento y el mal, el lado oscuro de la realidad. Pero esta
queda reducida si solo se mira una de sus caras, la mala. Hay razones para no creer en
Dios o para blasfemar de Él; pero ¿no hay más razones para creer en Él, alabarlo y
confiarse a Él?
Job se escandaliza por el mal y el dolor que se dan, y está bien; pero ¿por qué no
asombrarse por el bien y la belleza que despliega Dios en el mundo?
En un segundo momento, Job se siente transformado y pasa a ser adorante (42, 1-6).
Primero, Job se siente desmontado de sus dudas y acusaciones a Dios; a ello sigue lo
importante: ha pasado a tener experiencia del Dios vivo y personal: está con él en el
basurero… ¡y les basta! ¡Qué largo proceso ha necesitado pasar para llegar hasta ahí!
• El misterio de Dios es para vivirlo, más bien que para explicarlo; para acogerlo,
más bien que para indagarlo; para agradecerlo y adorarlo, más bien que mirarlo
analíticamente.
• No elimina el dolor y el mal, pero te permite integrarlos. En medio de los
mismos, Dios puede ser cielo para el ser humano que vive en los pequeños o
grandes basureros de aquí abajo.
• A la pavorosa experiencia de finitud y reducción de Job (Job 3-31) ha sucedido la
experiencia de Dios como plenituid colmante (38-42).
• Expreriencia de su palabra y experiencia de su presencia, tras pasar por la
experiencia de su silencio, ausencia y lejanía. La mejor respuesta de Dios al
clamor del ser humano es el encuentro.
Tras un largo y turbulento recorrido, este segundo Job sigue en el basurero, pero ha
llegado a la fe serena y confiada del primer Job. Ha acabado por intuir que tiene sentido
confiar en Él también desde la tiniebla. En fe desnuda; no necesita entender con razones:
le basta acoger a Dios mismo en su misterio.
Job acaba por rendirse porque ha redescubierto a Dios. Su rendirse no es sumisión del
esclavo por miedo a su amo; es volver a fiarse de Dios. Tras un itinerario doloroso, Job
llega, por fin, a la fe madura del Job primero. Para ello, su fe ha tenido que integrar la
realidad de este mundo, pasar por el crisol de la prueba, confrontarse con los iterrogantes
que plantea la vida humana. Ha tenido que sentirse desbordado por las preguntas que
pone la historia. Ha tenido que pasar, sobre todo, por vivir una experiencia má honda del
Dios vivo para madurar en la fe.
Epílogo
En el versículo 6 del capítulo 42 podría acabar el libro. Hay, sin embargo, un epílogo,
que dice muchas cosas. Job recibe la bendición cuando ha visto a Dios y ha perdonado a
sus amigos. Pero, ¿es un final feliz? El texto dice que Job recibe el doble (“aumentó
Yahveh al doble todos los bienes de Job”). Se señala que “Tuvo Job siete hijos y tres
hijas… Murió anciano y colmado de días”. Se expresa así, por un lado, el valor de la
vida y de la bendición divinas (descendencia abundante) y, por otro, el de la ancianidad,
que es signo de la generosidad de Dios y que en la Sagrada Escritura es frecuentemente
considerada como un valor importante
Pero el texto no dice que dobló su suerte. ¿Quién va a restituir a Job sus muertos y quién
podrá restituirle los días de su sufrimiento? El sufrimiento sigue acompañándolo, sigue
estando en la memoria (los argumentos de silencio, dado que la curación supone un
cambio tal que se esperaría una notificación explícita al respecto, y de necesidad de
seguir un rito de purificación después de haber sido curado de una úlcera maligna, lo que
no aparece en el texto, parecen apuntar que no ha habido curación). Pero, sobre todo, por
mucho que se le dé a Job, nadie le va a devolver lo que ha sufrido. Su felicidad final no
cancela el sufrimiento padecido. Un sufrimiento que, por otra parte, ha sido el camino
para comprender su ser criatura en una creación llena de la bondad de Dios.
Un segundo aspecto destacado del epílogo es que Dios reconoce que Job, y no los
amigos, han sabido hablar bien sobre Dios, que Job ha dicho la verdad sobre él. Es una
verdad que el propio Dios ha revelado en Job 38-41 y que nada tiene que ver con la del
Dios de la retribución, que tan bien conocían Elifaz, Bildad y Sofar. Job es así
presentado como un modelo, como el ejemplo del hombre sufriente. Ha sabido hablar a
Dios y hablar sobre Dios en medio del sufrimiento. En dicha situación él ha sabido
buscarle y dirigirse a él, incluso por medio de frases desacertadas y heterodoxas, y
comprender que, después de un largo y sufrido recorrido, también el justo que sufre
puede llegar a escuchar a Dios, a ese Dios que con frecuencia se le presenta tan
silencioso, ausente y lejano.
Conclusión
• El Job creyente de Job 1-2 nos dejaba pasmados, con la sensación de “¡imposible
ser como él!”. El de Job 3-42 nos asusta por el abismo de su dolor y por la
audacia de sus preguntas. ¿Cuál de los dos nos refleja mejor?, ¿por qué?
• El segundo Job es el hombre o mujer que vive todo como camino, también la fe:
se va haciendo creyente, en itinerario tortuoso, en búsqueda apasionada, en
confrontación con lo real y dramático de la existencia.
• Así pues, el libro de Job, más que una solución al misterio del dolor, es una
invitación a destruir una falsa imagen de Dios hecha a nuestra medida y a
reconocer la existencia de una metarracionalidad, o sea, de un proyecto
trascendente (la citada ‘ēṣâ) que consigue colocar –como acontece en muchos
enigmas que existen en la naturaleza y en la historia– incluso ese mal que en la
esfera racional sigue siendo un misterio: «Te conocía solo de oídas, ahora te han
visto mis ojos» (42,5).
Este nuevo Job debe ser rescatado porque se parece más a nosotros que el primero. Es
un Job destrozado por fuera y por dentro, agresivo, cuestionador de todo, cuasi
blasfemo, desafiador de Dios; pero también un modelo de creyente. Encarna la
“literatura de la esperanza en la crisis” (J. Leveque).
Para pensar:
o ¿Cuál de los dos Job me cae mejor? ¿Con cual de ellos me identifico más en mi
caminar creyente?, ¿por qué?
o ¿Cómo podría ser la oración del creyente doliente? Recuerda a Jonás, a salmistas,
a Jesús… ¿Cómo es mi oración cuando sufro por cualquier causa?
o ¿Por qué los silencios de Dios? ¿Por qué su tardanza en destruir todo mal y
llanto, en hacerle justicia al ser humano? (2Pe 3,11-15).
o La cuestión central del libro de Job es la autenticidad o no de la religión (1, 7-12;
2,1-10) ¿Qué te hace pensar?
• Pareciera que Job, con sus interrogantes, pone en aprietos a Dios mismo y Éste
los desvía. En realidad, el autor del libro no puede poner en boca de Dios
ninguna respuesta satisfactoria desde el punto de vista teológico o espiritual. La
respuesta al problema del mal no puede ser solo desde las maravillas del cosmos
(y de la historia), ni solo teórica e intelectual: intento de explicación del mal, de
la muerte, del pecado y de la injusticia; debe ser histórica, fáctica, eficaz. No
necesita tanto respuesta intelectual sino solución. La solución, “la justicia plena”,
solo podría llegar en un “cielo nuevo y na tierra nueva”. Los libros de Daniel,
2Macabeos y Sab 1-5, intentarán más tarde una respuesta, la cual llegará a su
cima en el misterio pascual de Jesucristo.
• El mal no es para ser interpretado y explicado, sino para ser protestado,
combatido y eliminado en la medida en que se pueda y/o confiado a Dios en
oración confiada y espranzada.
• El libro de Job, con todo y ser una obra acabada, perfecta desde el punto de vista
experiencial y dramático (el protagonista Job, desde la máxima vivencia del
dolor y del desamparo, recorre un camino hasta acabar en una experiencia de
Dios que le serena y colma), es teológicamente deficiente: deja colgadas las
grandes cuestiones planteadas.
• El autor judío del siglo IV, no conoce aún apertura a un horizonte de justicia y
felicidad colmadas en una eternidad más allá de la muerte. Por ello no puede
poner ninguna respuesta teológica válida en boca de Dios (Job 38-41), como sí lo
intentarán los autores de Dn, 2Mac y Sab. Y sobre todo el Nuevo Testamento.
• Pero sí ha intuido, con gran acierto, que solo la experiencia del encuentro con
Dios, posible también en este mundo, es clave: no explica el mal, pero permite
integrarlo y asumirlo en fe esperanzada. Por ello ha creado la imagen de este
hombre Job: haciéndole pasar por los interrogantes y la búsqueda que crea la
experiencia del mal, le hace llegar a una fe madura gracias a una experiencia de
Dios. Dios puede ser fuente de sentido y de vida para el que vive “en el
basurero” de la existencia.