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Humanidades y Humanidad.

Arturo Uslar Pietri.

UN JOVEN estudiante me pregunta si se justifica, en las circunstancias del mundo


actual, estudiar humanidades. Su pr egunt a es el reflejo angustiado de una situación de
conflicto que sacude las ciencias humanas en todas partes. El proceso auto-devorador,
llamado de cuestionamiento, que se ha desatado en las universidades tiene su más agudo campo
de negación precisamente en las llamadas ciencias y artes humanas. Las letras, la historial la
filosofía, el arte, para muchos se han convertido en un arrabal de 1a sociología y por tanto
han llegado a ser cuestionados con prevención como un producto intencionado de
determinada situación social, ideológica y política. La posición extrema que algunos parecen
inclinados a adoptar, es la de un repudio de las humanidades. Mao en China decretó una
muerte de la memoria colectiva, que es lo que e se pintorescamente ha llamado la revolución
cultural. Su actitud final consiste en declarar y practicar que todo lo que viene del pasado,
que no sea puramente ciencia, es altamente sospechoso y hasta dañino.
Acaso no hay debate más importante, ni más lleno de graves consecuencias, en esta
hora de crisis. Lo que está en juego es el alma misma del hombre. Lo que precisamente
tenemos que llamar, porque no existe otra palabra, ni hu manidad. Si aceptáramos por buena la
posición más radical podríamos estar prohijando la caída del hombre en una especie de
barbarie aséptica. La de aquel que por salvarse de no Aprender nada malo o peligroso decide
no aprender nada repudiar todo el pasado y comenzar como Robinson a construir todo de
nuevo con sus torpes manos. Ni siquiera como Robinson, porque este tenía memoria y por
eso precisamente pudo sobrevivir en la soledad de su isla.
A ese joven amigo asaltado por la duda yo le diría una sola cosa. En las
universidades y en los institutos de alta enseñanza se pueden aprender muchas cosas y
variadas carreras y profesiones. En un número determinado de años de estudio le enseñan a
uno a ser ingeniero, médico, químico, abogado, matemático puro, agrónomo o manipulador de
computadoras electrónicas. Pero hay un aprendizaje fundamental, que es acaso la esencia
de todos los aprendizajes y la flor del conocimiento, que no se da en esas escuelas
profesionales especializadas. Es el aprendizaje de ser hombre.
¿Cómo se aprende a ser hombre? De una solo manera, aprendiendo cómo fueron
hombres, de cuán diversas maneras, actitudes y propósitos, lo llagaron a ser los que nos han
precedido en los seis mil años de historia escrita o en el millón de años de la antropología.
El testimonio fundamental de experiencia de ser hombre está solamente en la literatura,
en la filosofía, en la historia y en el arte. Para saber cómo fueron hombres los griegos o los
sumerios, los germanos o los eslavos, no tenemos sino un camino, que es el de conocer cómo
reaccionaron ante la vida y cómo expresaron su situación por medio de las artes y las letras.
No tenemos sino a Hornero y a Gílgamesh. A Goethe o a Tolstoi.
Las humanidades no son otra cosa que una inmensa colec ción de la experiencia
humana. El hombre que penetra en ellas se enriquece de toda la mejor experiencia-de todos
los hombres que lo han precedido en la maravillosa creación colectiva de la civilización.
Quien oye la copia que dice el pueblo no conoce el romancero y no conoce el cantar
de gesta; no ha visto sino las más cercanas hojas de un inmenso árbol o acaso de un
inmenso bosque poblado de la más diversas maravillas de la vegetación.
No hay otra disciplina donde recibir la experiencia vivida y expresada en vivo del
hombre ante el mundo. No hay otra escuela donde afinar, extender y profundizar la
sensibilidad. No hay otro gimnasio donde aprender la ciencia y el arte fundamental de ser
hombre. Sabiendo lo que el hombre ha hecho es el único modo de aprender a conocer al
hombre.
Eso que por tradición llamamos las humanidades, no es otra cosa que el conocimiento
de conjunto humanidad. El testimonio en belleza y pensamiento de cómo los hombres se han
ido haciendo hombres.
Lo cual no significa, y lo digo para alivia de las preocupaciones de mi joven amigo, que
haya que recibirlo todo con obediente pasividad y que no sea saludable y hasta necesario
cuestionar y protestar. Por lo demás ha sido así siempre. En el siglo XII Juan de Salisbury
tenía que defender su enseñanza de la rebelión de la juventud, y de su desprecio por los
"autores". Y por la boca de Goethe nos llego el antiguo y viviente eco del canto de estudiantes.
"¿Qué quiere el viejo asno? ¿Para qué nos viene con las sentencias y los hechos de los
antiguos? Nosotros sacarnos el saber de nosotros mismos; nosotros los jóvenes no nos
inclinamos ante los antiguos". Si lo sabría Mefistófeles.
No hay otra disciplina donde recibir la experiencia vivida y expresada en vivo del
hombre ante el mundo. No hay otra escuela donde afinar, extender y profundizar la
sensibilidad. No hay otro gimnasio donde aprender la ciencia y el arte fundamental de ser
hombre. Sabiendo lo que el hombre ha hecho es el único modo de aprender a conocer al
hombre.
Eso que por tradición llamamos las humanidades, no es otra cosa que el conocimiento
de conjunto humanidad. El testimonio en belleza y pensamiento de cómo los hombres se han
ido haciendo hombres.
Lo cual no significa, y lo digo para alivia de las preocupaciones de mi joven amigo, que
haya que recibirlo todo con obediente pasividad y que no sea saludable y hasta necesario
cuestionar y protestar. Por lo demás ha sido así siempre. En el siglo XII Juan de Salisbury
tenía que defender su enseñanza de la rebelión de la juventud, y de su desprecio por los
"autores". Y por la boca de Goethe nos llego el antiguo y viviente eco del canto de estudiantes.
"¿Qué quiere el viejo asno? ¿Para qué nos viene con las sentencias y los hechos de los
antiguos? Nosotros sacarnos el saber de nosotros mismos; nosotros los jóvenes no nos
inclinamos ante los antiguos". Si lo sabría Mefistófeles.

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