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Introducción
La génesis del sujeto tiene lugar en medio del universo material, de ese sistema de
imágenes-materia-flujo que no cesa de variar, de afectarse a sí mismo. Es ahí, decimos, que
surge el sujeto como aquello que produce una desviación de las acciones y reacciones entre
imágenes en su propio régimen acentrado, para constituir verdaderos “centros de
indeterminación”, en los cuales las acciones recibidas ya no se prolongan simplemente en
reacciones inmediatas, sino, más bien, pasan o son desviadas por un “medio”, que no las
absorbe sin seleccionar y sustraer algo de ellas, con el fin de organizarlas en función de
reflejar una acción posible sobre el conjunto. Dicho dispositivo consta de tres sistemas
coordinados que se han especializado en alguna función sensorio-motriz: imagen-
percepción, imagen-afección, imagen-acción. Tal es la génesis de ese “medio” que es el
sujeto, esa interfaz a través de la cual se nos presenta algo así como un mundo.
Bergson parte de la consigna: “la conciencia es algo”, esto quiere decir que lejos de ser el
receptáculo de imágenes recibidas desde el exterior (desde el universo material) la
conciencia ya es algo, es imagen. En efecto, el pensador francés invierte la concepción
tradicional de que la conciencia es la luz que saca a las cosas de su oscuridad inherente y
que luego Husserl había continuado, haciendo de la intencionalidad de la percepción
natural esa luz sobre el mundo. Al contrario, para Bergson la conciencia es inmanente a la
materia, puesto que las cosas son luminosas en sí mismas, de este modo, la conciencia
coincide con el conjunto de las imágenes-materia. Así, el sujeto no sería un punto de
partida estático ni trascendente, sino solo una imagen entre las otras imágenes, sin ningún
privilegio por sobre las demás: surge en medio de un universo acentrado de imágenes-
movimiento que accionan y reaccionan en un Todo abierto que cambia, siendo la
percepción natural un sistema (semi) cerrado (artificialmente), que surge en el devenir de la
universal variación. En la duración, el movimiento se confunde con la imagen. No hay
imágenes inmóviles por un lado y movimiento abstracto por el otro, sino que hay
inmediatamente imágenes-movimiento. Deleuze dirá que el cine, la esencia del cine es
análoga a la de las imágenes-movimientos, pues nos da imágenes en sí, sin anclaje del
sujeto al mundo, pero en las cuales surgen encuadres y planos.
1
Deleuze, Gilles. La imagen-movimiento. Barcelona: Paidós, 1996. P. 93.
flujo-luz ahistórica. El sujeto histórico, de este modo, es un modo de contención de la luz,
la interrumpe y la desvía al modo de un filtro que deja pasar menos luz, para poder
controlarla. La imagen-percepción es la cara de la subjetividad que se especializa en
seleccionar o aislar algunas de las imágenes provenientes del exterior. Esto produce un
segundo sistema de variación de las imágenes en el que todas varían para una sola imagen,
que percibe parcialmente (la imagen viva, centro de indeterminación: subjetividad).
Entonces, la cosa o imagen en sí (primer régimen de referencia) y la percepción de la cosa o
la imagen que se constituye luego de la operación de aislamiento (segundo régimen de
referencia) son la misma cosa, con la diferencia que en la percepción aparece menos de
ella, precisamente porque es sustractiva. La imagen-percepción es encuadre, determinación,
selección en función de lo que le interesa en vistas a una acción posible, dejando fuera su
encuadre aquello que no necesita. Sin embargo, toda percepción es inseparable de una
acción, es sensorio-motriz, es decir, recibe y reacciona; lo que se percibe está siempre en
función de una acción. En ese sentido podemos entender al intervalo como un centro sobre
el cual el mundo se curva y se organiza a su alrededor. Entonces, de este modo, la
percepción recibiría la acción de las imágenes, mientras que la imagen-acción sería la
reacción retardada –precisamente porque pasa por el intervalo- del centro hacia la periferia.
Ahora bien, decíamos que el sujeto desvía las imágenes, sin embargo, hay que entenderlo
como un desvío de la inmanencia en la inmanencia. Esto implica que la conciencia no
disfruta de ningún estatuto más elevado, ningún privilegio con respecto a la materia, ningún
anclaje trascendental. Es en ese sentido que se trata de un desvío “cualquiera”, es decir,
totalmente contingente, lo cual supone que, en cualquier momento de la historia natural del
universo, por decirlo así, podría cambiar o desaparecer. De este modo, podemos leer esta
génesis subjetiva como una violencia contra lo ilimitado: el sujeto sería como una especie
de albergue, de límite autoprotectivo; el dispositivo de la subjetividad no sería otra cosa que
la construcción de un refugio cuyo fin es protegerse de la muerte de su propia identidad o al
menos conservarse, por unos cuantos minutos más en la existencia. ¿Esto significa que salir
al encuentro del plano de inmanencia de las imágenes-movimiento, en su régimen de
variación continua, quiere decir ir al encuentro con nuestra propia muerte? Sí, sin embargo,
justo ahí donde morimos como sujetos, nos parece encontrar la más exuberante vitalidad en
esa multiplicidad metamórfica de las imágenes-materia-flujo. Si queremos salir del
narcisismo de la conciencia es porque nos parece que su autorreferencialidad, su mostrarse
a sí como su propio origen, hace desaparecer el modo en el que acontece, el modo en el que
se produce, fetichizándose a sí mismo. Por tanto, nuestra pregunta será ¿Cómo morir, es
decir, como entrar en relación con la mutación universal en cuanto que es justamente en su
inmanencia que nos producimos?
Pensemos en el cuerpo, en esa imagen-viva o materia viviente que somos y que, al decir de
Spinoza, “no sabemos lo que puede”, pues, justamente en esa “ignorancia” con respecto a
sus potencias, descubrimos un impulso hacia lo desconocido, una fuerza que nos empuja a
pensar lo impensado que nos constituye. ¿Qué significa remontarnos hacia el cuerpo?
Significa remontar la percepción hacia el intervalo mismo, descomprometiéndola de la
acción:
“Hay, por fuerza, una parte de movimientos exteriores que nosotros “absorbemos”,
que nosotros refractamos, y que no se transforman ni en objetos de percepción ni en
actos del sujeto: más bien van a marcar la coincidencia del sujeto y el objeto en una
cualidad pura”2.
2
Ibid. P. 100.
planos. No es mecanismo, es maquinismo. El universo material, el plano de
inmanencia, es la disposición maquinística de las imágenes-movimiento.”3
Ahora bien, el afecto no es cualidad sin ser a la vez potencia, es cualidad pura, pues, no está
ni en el sujeto que cualifica, ni en el objeto cualificado, y es potencia porque justamente no
pasa al acto: es una especie de estado flotante que reclama algo que lo exprese sin
actualizarlo. De este modo, el afecto no puede localizarse en un estado de cosas, es una
entidad fantasmal, no existe sino como expresión singular, intensiva y mutante. Sin
embargo, al mismo tiempo, siempre puede ser actualizado, devuelto y reconducido al
sistema percepción-acción de la subjetividad. Y si es así, es porque produce una especie de
desdoblamiento de lo actual en virtual: en efecto, habría una dimensión virtual en la que los
afectos puros se relacionarían entre sí. Es esa relación de afectos la que constituye una
esencia singular. A este nivel, los objetos, las personas y los estados de cosas ya no valen
como tales, sino como afectos. De tal modo, Deleuze presenta al rostro-primer plano y al
espacio cualquiera como expresiones del afecto puro. Sin embargo, es el espacio
cualquiera, en oposición a un espacio determinado como un “aquí-ahora”, el que expondrá
el afecto puro por sí mismo, de este modo el espacio cualquiera será la pura presentación
del afecto puro.
De este modo, hemos descubierto que junto a nuestra dimensión actual de sujetos históricos
situados en un aquí-ahora -o para decirlo heideggerianamente, junto a nuestra condición
estructural de ser-en-el-mundo, de la intencionalidad de la conciencia, de vida la articulada
a partir de estas instancia- existiría en paralelo, una dimensión virtual de los afectos puros
que rodean el mundo del sujeto sin intervenir en la acción, pero siempre afectándola.
Entonces, al parecer la posibilidad de morir, de entrar en la metamorfosis, puede darse por
el lado del afecto puro, en tanto tiene la potencia de destituir a los sujetos, a los objetos y
los estados de cosa, para hacerlos comparecer, en tanto afectos y, por lo tanto, muy lejos de
su actualidad.
Ahora bien, ¿cómo se explica este aparente paralelismo entre actual/virtual? Deleuze
encuentra su respuesta en esa operación fundamental del tiempo, que Bergson descubrió, y
que Deleuze bautiza como imagen-cristal o cristal de tiempo. En efecto, la imagen-cristal
3
Ibid. P. 91.
consiste en la unidad indivisible e irreductible de una imagen actual y “su” imagen virtual,
como máxima contracción de los circuitos actuales/virtuales -imágenes-recuerdo,
imágenes-sueño, imágenes-mundo. El tiempo no opera de otro modo:
“(…) como el pasado no se constituye después del presente que el ha sido sino al
mismo tiempo, es preciso que el tiempo se desdoble a cada instante en presente y
pasado, diferentes uno y otro por naturaleza o, lo que es equivalente, es preciso que
desdoble al presente en dos direcciones heterogéneas, una que se lanza hacia el
futuro y otra que cae en el pasado. Es preciso que el tiempo se escinda al mismo
tiempo que se afirma o desenvuelve: se escinde en dos chorros asimétricos, uno que
hace pasar todo el presente y otro que conserva todo el pasado. El tiempo consiste
en esta escisión, y es ella, es él lo que se “ve en el cristal.” 4
Ahora bien, podríamos decir que es el proceso de producción de ese ser-en-el-mundo que
somos, es lo que se hace visible en el cristal de tiempo. El pasado nunca es simplemente lo
ya “sido”, pues eso sería estabilizarlo en una actualidad, sino más bien, es ese pasado en
general que no es sino un pasado vivo que se conserva en todo presente. La relación lineal y
teleológica que la subjetividad podría establecer con su historia se disuelve en la medida en
que ese pasado virtual vive. Y es justamente el tiempo en tanto que afecto puro -“pura
virtualidad que se desdobla en afectante y afectado, “la afección de sí mismo por sí
4
Deleuze, Gilles. La imagen-tiempo. Buenos Aires: Paidós, 2016. Pp. 113-114.
mismo”, como definición del tiempo” 5-, o el afecto puro en tanto que expresa la duración,
la que en su devenir mutante da cabida a la creación de lo nuevo, pues, destituye todo gesto
fijo, todo anclaje naturalizado que pretenda posicionarse como centro, toda ley que se
pretenda universal y totalizante. En ese sentido, la potencia o la virtualidad del tiempo, y de
su visión a través de la imagen-cristal, tiene una potencia política desobrante con respecto
al mundo, en la cual no se trata simplemente de pensar otro mundo posible de ser
actualizado, algo así como un mundo que nos salvaría del dispositivo metafísico en el que
estamos contenidos, sino más bien, por medio del afecto puro como expresión de la
duración, es pensable la posibilidad de hacer devenir al mundo, de hacerlo experimentar
vibraciones, temblores y movimientos que no estaban previstos por las gramáticas del
poder.
5
Ibid. P. 116.