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reflexión sobre Nuestra Señora la Virgen María, que creo nos invitará a conocerla y a
amarla más. Espero sea de gran provecho espiritual para todos los radioescuchas.
Para hacer esta reflexión me he acercado a varios escritos de autores espirituales como: San Juan
Pablo II en su libro Totus Tuus: El mensaje mariano de un papa santo; la Exhortación apostólica del
Papa Francisco: El gozo del Evangelio; los evangelios de Juan y de Lucas y he buscado también en
Internet, reflexiones sobre María en la Pascua de Cristo. En este rastreo he encontrado ideas que no
había visto tan claras antes, sobre el proceso de madurez o plenificación, digamos así, del modo de
la relación de María con su Hijo, el Hijo de Dios…
Contemplar hoy a María, dolorosa al pie de la cruz, nos lleva a pensar que ella
desde la Encarnación hasta la Ascensión del Señor al Cielo, estuvo siempre a su
lado, lo siguió y vivió paso a paso los momentos decisivos de su Hijo, que fueron
preparando y estaban encaminados a vivir la Pascua, ese momento sublime de su
glorificación en la Cruz y su Resurrección. Ella fue viviendo en la fe, que se iba
desarrollando según la evolución pascual de kénosis-glorificación, la experiencia de
lo que era ser madre de Dios, de su hijo que tenía una natural relación con su
Padre, la cual se expresaba en la obediencia a su querer, a sus designios. La Virgen
inmaculada vivió dolorosamente en plena solidaridad con Cristo Redentor y con
nosotros, pecadores penitentes.
Por eso mi reflexión se va por este camino: María vive la Pascua de Cristo desde su
relación con él y desde su obediencia al Padre, de quien se siente la “esclava”, es
decir, la que hace todo lo que el Padre le dice, vive por Él y para Él. Es una pascua
que va viviendo en la fe, “guardando todo y meditándolo en su corazón” en ese
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corazón que va aprendiendo a conocer, a entender, a aceptar que su misión no es
solo la de dar cuerpo a Dios, sino la de ayudar a Jesús a crecer ante Dios y ante los
hombres, a insertarse en su pueblo y costumbres, acompañar, sostener, animar al
Salvador del mundo. Es por eso corredentora de la humanidad. La Virgen vivió en
el misterio pascual de Cristo porque lo preanunció como el acontecimiento salvífico
de Jesús.
María vivió de modo perenne el misterio pascual que Simeón le había profetizado.
El mismo evangelio recuerda algunas estaciones del vía crucis de María: duda de
José sobre su maternidad, parto en Belén, huida a Egipto, pérdida de Jesús en el
templo, no aceptación por parte de Jesús en el desarrollo de su apostolado, estando
en el calvario a los pies de la cruz. Y, con Jesús y en Jesús, también María va
pasando de ver a Cristo como persona física a Cristo como persona eclesial (Jn
19,25ss), de una maternidad física a una maternidad espiritual y pascual respecto a
la iIlesia (Jn 16,21).
Música: 2. ANUNCIACIÓN
El hecho de no ser recibida en ninguna casa, nos trae a la memoria las palabras de
San Juan en el prólogo de su Evangelio: “Vino a los suyos y los suyos no lo
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recibieron” es un rechazo tanto al Hijo como a la Madre y muestra cómo María
estaba ya asociada al destino de sufrimiento de su Hijo y era partícipe de su misión
redentora, es también la Pascua de María asociada a la de Cristo.
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6. María y la pérdida de Jesús en el Templo: Se va rompiendo el vínculo
carnal.
A medida que va creciendo y va tomando parte en la vida del pueblo, Jesús va
descubriendo su misión y su dependencia del Padre… muestra una firme
separación de José y de María, y se va viendo que la norma de su comportamiento
solo pertenece a su Padre; los vínculos familiares terrenos van adquiriendo otra
dimensión. Aunque era tuyo, María, le pertenecía con más intensidad a su Padre
Dios; María Jesús acentúa su separación mostrando su independencia para hacer
los trabajos que su Padre le había asignado.
Ya aquí, Jesús con la respuesta que da a María: “y ¿por qué me buscabais? ¿No
sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?” Lc 2,49, Jesús ya les
estaba revelando el misterio de su persona, estaba abriéndoles nuevas perspectivas
sobre su futuro. ¿Qué sintieron María y José con esta respuesta? No
comprendieron… María guardaba cuidadosamente, todas estas cosas en su
corazón… ¡Dolor…? Incertidumbre? Noche de la fe? Cómo iba viviendo María este
cambio en la relación… con despojo, con fe, con esperanza… es una pascua que
María experimenta… su hijo es primero Hijo de Dios, a quien le debe su
obediencia… ella relaciona estos acontecimientos con lo que el Ángel le reveló en la
Anunciación, ahonda en el misterio y ofreciendo de nuevo su colaboración, renueva
su “fiat”.
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Cuando Jesús se fue de la casa, y se hizo bautizar por Juan en el Jordán,
seguramente fue un momento duro para María, pues quedaba sola, su hijo vivía
una fuerte ruptura con los lazos familiares para dedicarse por entero a la tarea que
el Padre le confió: la salvación de los hombres del pecado. María lo sigue… María
sufre, su corazón se estremece con las dificultades y sufrimientos que va teniendo
Jesús en el cumplimiento de su misión… y seguía guardando y meditando todo en
su corazón.
7. La bienaventuranza mariana
Jesús mismo invitó explícitamente a su madre a introducirse en esta maternidad
salvífico-pascual, como lo vimos en la Perdida en Jerusalén y en las bodas de Caná.
Cuando le dicen a Jesús que “su madre, sus hermanos y hermanas” le llaman (Mc
3,31-32), él precisa: mi madre es aquella que “hace la voluntad de Dios” (Mc 3,33-
35;). Y en Lc 11,27-28 ante la expresión de la mujer que dijo: “dichoso el vientre que
te llevo y los pechos que te alimentaron”, Jesús sin vacilar responde “Dichosos más
bien los que oyen a Palabra de Dios y la guardan”. Reconoce una vez más la fe
inquebrantable de María y su obediencia a la voluntad de Dios, en ella el Señor iba
haciendo maravillas y por eso todas las generaciones la llaman “Bienaventurada”.
Es así como María iba creciendo y madurando en la fe, e iba comprendiendo la
misión de Jesús y su relación con él… hasta experimentar el espíritu del
Resucitado.
Jesús confía el discípulo a su Madre, asignándole así, una nueva misión materna
(Jn 19,26s); el apelativo de “mujer” que también Jesús usó en las bodas de Caná,
para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de madre, muestra que las
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palabras del Salvador quieren situarse en un plano más elevado. Jesús le reconoce
que con su participación en su misterio pascual ha adquirido una maternidad
eclesial pues en Juan está representada, la nueva humanidad, la Iglesia misma. Su
“sí” a este proyecto constituye, una aceptación, aunque dolorosa, del sacrificio de
Cristo, su hijo, que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina.
Ella sentía y era testigo de que algo terminaba y de que algo nuevo comenzaba.
En correspondencia con este progresivo morir al vínculo físico con Jesús (kénosis
mariana), María lleva a cabo una unión y uniformidad correspondiente con Jesús
como Espíritu resucitado.
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camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia
de la resurrección, para anunciar su gloriosa venida.
Así inundada por la gloria del Resucitado, ella anticipa el "resplandor" de la Iglesia;
completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio
pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la
humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los
muertos.
3
San Agustín, Sermon 215,4: PL 38,1074; san León, Sermon I in nativitate 1: PL 54,191) y el Vat II (LG 64)
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Precisamente porque la espiritualidad de María se centró de modo
singular en la participación de la existencia pascual de Cristo, es
“evidentemente maestra de vida espiritual para cada uno de los
cristianos” (MC 21).
Vida espiritual significa dejar que el misterio pascual nos impregne hasta hacernos
seres pneumatizados, llenos, poseídos del Espíritu Santo. Si nos transformamos
así, somos como aferrados por el Espíritu de Cristo; nos hacemos dóciles a sus
carismas. La Virgen, por el hecho de estar inmersa en el misterio pascual del Señor,
fue enteramente pneumatizada, o sea, hecha totalmente disponible para ser del
todo poseída en su ser humano por el Espíritu Santo. Luis M. de Montfort observa
M/ES: “He dicho que el Espíritu de María es el Espíritu de Dios. Ella, en efecto, no
se dejó nunca conducir por su propio espíritu, sino siempre por el Espíritu de Dios,
el cual se hizo su dueño hasta el punto de convertirse en el espíritu mismo de
María”. María nos enseña y nos educa para adherirnos a Dios en Cristo, hasta
convertirnos en un solo Espíritu con el Señor. Ella fue dirigida por el Espíritu,
porque ya en la tierra se dejó animar íntimamente por el misterio pascual del
Señor.
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