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¿En qué medida permiten estas producciones la experiencia y la aceptación de la


diversidad?

Reflexionar sobre este interrogante es plantearse el problema de la siguiente


manera: ¿“Los puros criollos” es un proyecto conservador que no permite
entrecruzamientos e interpenetración cultural, como explica Higson, o, por el contrario, es
un proyecto que, en su defensa de valores culturales autóctonos, propicia un sano ambiente
multicultural en el cual se controla la influencia de tendencias extranjeras? Vale la pena
añadir este fragmento del texto de Higson:
“Sobre la base de la experiencia británica, he sugerido que hacer suposiciones sobre
la especificidad nacional es dar lugar a demasiadas preguntas. Sin embargo, en otras
circunstancias políticas puede ser que cabildear o legislar en favor de un cine nacional haga
avanzar de manera útil la lucha de una comunidad por su autodefinición cultural, política y
económica. Como señala Crofts, en algunos contextos puede que sea necesario desafiar los
mitos homogeneizantes del discurso del cine nacional; en otros, puede que sea necesario
apoyarlos”.
Con respecto a lo anterior, parece ser que “Los puros criollos” se encuentra en una
zona gris que tiene características bastante ambivalentes. Por un lado, podríamos considerar
que su propuesta intenta “controlar” el avance de tendencias extranjeras defendiendo otro
tipo de valores culturales que, de no ser defendidos por políticas estatales, vivirían en la
marginalidad. Esta consideración me recuerda la vez en que un docente universitario, que
daba el curso de Escritura Creativa, animó a sus estudiantes a escribir un cuento. Cuando el
profesor recibió las propuestas, quedó sorprendido: los personajes de todos los alumnos, en
lugar de tener hábitos propios de un colombiano, se manifestaban como los héroes de la
literatura americana o europea. Cuando no tomaban vinos franceses o manjares de dudosa
circulación tolimense, asistían a cafetines o bares cuya descripción parecía basada en un
best-seller inglés, en lugar de los lugares que realmente frecuentaban los estudiantes en las
inmediaciones de la universidad. En estos términos cobra sentido la expresión “la
Literatura, más que de la vida, se nutre de la misma Literatura”, y al estar tan
soberanamente difundidas las culturas europea y estadounidense en nuestra nación,
pareciera que el resultado más lógico fuera que un conjunto de jóvenes escritores sintiera
cierta “vergüenza” por costumbre autóctonas, por la mención al tamal o el jabón Rey en un
cuento, elementos que son ajenos a las narrativas de mayor circulación. En este sentido,
podemos concebir que contar la historia de la papa, y de lo importante que es en el contacto
e intercambio de muchas comunidades, ayuda a fortalecer otro tipo de dinámicas culturales
bastante opacadas en el panorama nacional.
Sin embargo, me parece que en “Los puros criollos” también se puede realizar otro
tipo de lectura, en la cual, en el fondo, no estaríamos más que ante un proyecto bastante
conservador que impide la visibilidad de “comunidades transnacionales” y de costumbres
juveniles que hacen parte de nuestra nación, pero que a un programa de corte tan
tradicionalista no le interesa difundir o defender. En el capítulo de la papa, Santiago Rivas
menciona la antipatía nacional por las raíces precolombinas e indígenas de nuestro país; no
obstante, también existe lo contrario: el cine de explotación, en este caso concreto algo así
como un native-exploitation o farmer-exploitation. ¿Tendría tanto éxito el programa si no
se apoyara tanto en productos tan simpáticos del “folclore local” (la superficialidad de los
“viejos encantos nacionales”) o en figuras tan romantizadas como la del campesino o el
indígena? Quién sabe… Después de todo, cada capítulo está constituido por datos que
perfectamente podrían estar en una entrada de Wikipedia, más el plus de los chistes de
Rivas, que en muchas ocasiones resultan inadecuados.
Analizar las bromas de Rivas puede que sea una tarea que valga la pena llevar a
cabo. En el capítulo de la papa, por ejemplo, hay ciertos comentarios “extraños” o poco
cuidadosos. Rivas dice: “En África, que poco comen, comen papa, como en Asia, Oceanía
y Europa. En Estados Unidos también se consume mucha papa”. Curiosa esa necesidad de
recalcar, casi en un tono burlón, la pobreza africana, algo que se acentúa más en un
programa que, precisamente, busca que se tenga una mejor idea de la diversidad cultural del
país, ya que no parece muy adecuado dejar sin matizar la mención y reducir al continente a
un “territorio de pobres”, así como a nosotros nos disgusta que se nos reduzca a un
“territorio de narcos”. También están la burla típica y boba al modo de expresión de los
chinos, y la conducta despectiva que muestra el presentador por el público más light del
país, como insinuando “No faltan los idiotas que le encuentran un pero a la papa”, o “el que
no consume papa no es un auténtico colombiano”. Otro comentario de un valor muy
ambivalente: “Es que uno desde que empieza a comer, le dan a uno papilla. Y después de
eso, cuando uno empieza a comer ya sea de dulce o de sal, porque aquí respetamos las
preferencias sexuales, se encuentra la papa en todas sus presentaciones”. En este
comentario, no se entiende muy bien la mención a las “preferencias sexuales”. ¿Se hace una
analogía entre las posibilidades de la orientación sexual y la cantidad de tipos de papa,
como si cada papa correspondiera a una inclinación (¿qué necesidad había de esto?), o se
está insinuando que el consumidor de “papa dulce” es “marica”? Probablemente sea lo
primero, pero no deja de sonar a lo segundo. Si cambiamos “papa dulce” y “papa salada”
por Aguila Light y Aguila corriente, se entiende mejor ese extraño sentido que cobra el
chiste, en el cual se establece que no es propio de determinado género el consumo de
ciertos alimentos, para no pecar de “marica” o “traidor de su género” (ideas que, por lo
demás, no son nada extrañas entre los colombianos, sobre todo en el muy conservador
escenario del campo, cosa que Rivas, claramente, nunca iba a mencionar). De esta manera,
parece que no es demasiado exagerado pensar que esta papa viene en combo, viene con una
buena dosis de ideología. Al final no queda más que aquella imagen de lo nacional que ya
ha sido explotada hasta el hartazgo, donde todos terminan exclamando “¡viva el campo
carajo!”, y que, como dice Higson, jamás le da visibilidad a un montón de comunidades
imaginadas trasnacionales de vital importancia en el país, modos de comunión urbanos y
juveniles que van más allá de las fronteras y de lo que hace siglos se asignó como propio,
es decir, esa imagen congelada de los que somos. Tampoco se ganan su espacio todas
aquellas visiones rurales distintas, las cuales sí se preocupan por exhibir sus propios vicios
y opacidades.
Es cierto que existe cierta vergüenza por lo autóctono, como la preferencia narrativa
por los vinos franceses a la panela; pero también existe la vergüenza porque en nuestra
mesa haya una Coca-Cola y no alimentos típicos del pueblo wayú.

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