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Marx también argumenta que la economía política clásica no puede salir del
fetichismo de la mercancía, pues considera a la producción de mercancías como un
hecho natural y no como un modo de producción histórico y, por lo tanto, transitorio.
De este fetichismo que se da prácticamente en la producción y el intercambio de
mercancías viene la sobreestimación teórica del proceso de intercambio sobre el
proceso de producción. De ahí el culto al mercado de parte de algunos economistas,
que consideran a la oferta y la demanda como determinaciones fundamentales del
movimiento de la economía.
Fetichismo de la mercancía
Con las mercancías pasa algo parecido, pero lo extraño es que el fetichismo
de las mercancías surge por considerarlas como “lo que son” a primera vista, es
decir que no surge de algo ajeno a ellas, sino de una forma que les es propia. Las
mercancías se nos presentan tal cual son, no nos ocultan que son cosas útiles y que
tienen un precio. Al contrario, tan claro vemos que las mercancías son valores de
uso con valores de cambio, que sólo vemos eso: valores de uso que portan
valores de cambio. El valor de cambio aparece unido a cada mercancía y parece
ser una propiedad del valor de uso que constituye cada mercancía. Los precios de
las cosas parecen depender de las cosas mismas: un auto es más caro que un
televisor “porque los autos son más caros que los televisores”. Es una cualidad de
los objetos el tener cada uno un precio distinto, los autos por ser autos, y los
televisores por ser televisores, y así por el estilo con toda la lista de mercancías.
Aquí empieza el fetichismo, o la falsificación del concepto, cuando el valor de
cambio es visto como una cualidad del valor de uso al que está unido, porque el
valor de uso es lo que realmente vemos, no podemos ver qué otra cosa puede ser la
causa del valor de cambio, hasta no hacer un análisis más profundo.
Del mismo modo el sol se nos aparece como una esfera que ilumina y da calor
y que parece nacer y morir en el horizonte cada día, pero la apariencia sólo contiene
una parte de verdad, mientras que oculta o deforma otra parte. Con la ayuda de la
observación y el pensamiento, y algunos herejes, hoy sabemos que no es el sol el
que se mueve, sino la Tierra la que gira alrededor de él.
Así también está oculto el verdadero fundamento del valor. En el mercado las
mercancías se intercambian con otras mercancías, como si las cosas tuvieran
relaciones sociales entre sí, mientras que las personas no se relacionan en el
mercado directamente con personas, sino con cosas. Las relaciones humanas están
cosificadas en este sentido. El que va a comprar leche al supermercado no se
relaciona con el tambero, sino sólo con la leche y su precio. Hace el intercambio de
su mercancía (o su dinero) por otra mercancía. Las relaciones productivas humanas
que generan las mercancías y su valor, quedan así ocultas tras la forma en que
aparecen estas relaciones.
Pero estas formas no son sólo apariencias, sino que constituyen una
necesidad de la producción capitalista, por el modo en que está organizada la
división social del trabajo. A diferencia de sociedades anteriores, donde cada trabajo
concreto era siempre parte y estaba en contacto con los otros trabajos que
constituían la producción social (por ejemplo en una familia campesina que
distribuye las tareas entre sus miembros), en el capitalismo los trabajos concretos
no están en contacto directo entre sí, ni son parte de un mismo esfuerzo, sino que
son trabajos privados, aislados entre sí (pero a la vez parciales, incompletos, no
autosuficientes, sino dependientes de la producción general), que por lo tanto no
pueden formar parte de la producción general de un modo directo, sino por medio
de un mecanismo social que haga de intermediario entre estos trabajos privados, y
los haga así formar parte de la división social del trabajo.
Consecuencias
Por lo anterior, para cobrar conciencia de la situación real en que vivimos los
trabajadores, se requiere de dos condiciones básicas: una la produce la propia
dinámica del capitalismo, y es la de juntar en los lugares de trabajo y de
hábitat a proporciones cada vez mayores de obreros, que vivan en condiciones
similares, y que por lo tanto puedan hacerse conscientes de sus intereses comunes
(más en general, se trata de la homogeneización de las condiciones de vida de la
clase obrera).
A modo de introducción
Enrique Carpintero
Carlos Marx
Sobre el texto
Bibliografía
Freud, Sigmund, Más allá del principio de placer (1920), tomo XVIII