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Arturo Soria y Mata

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Biografía

Soria y Mata, Arturo. Madrid, 15.XII.1844 – 6.XI.1920. Urbanista.

Nació en el seno de una modesta familia y tras terminar el bachillerato intentó ingresar
en la Escuela de Ingenieros de Caminos, para lo que se preparó en la academia del
matemático y político liberal Manuel Becerra y Bermúdez. Sin embargo, y aunque se
esperaba que fuese el número uno en los exámenes de ingreso, un miembro del tribunal
le impidió acceder a estos estudios.

En 1863 opositó y ganó una plaza en el Cuerpo de Telégrafos, que pronto abandonó para
preparar el ingreso en la Escuela de Catastro. Trabajó mientras tanto en las oficinas de
Estadística de la Estación de Mediodía donde entró por vez primera en contacto con el
ferrocarril, medio de transporte que fue, sin duda, prioritario en su obra.

Sus estudios no le impidieron participar en las luchas políticas del momento y en 1865,
de la mano de Manuel Becerra, conspiró contra los gobiernos isabelinos, aprovechando
su posición como mozo de imprenta, lanzando proclamas contra ellos. Más tarde participó
en la frustrada conspiración progresista del 22 de junio de 1866.

Ya en Catastro, fue destinado a Navalcarnero donde realizó prácticas de triangulación y


geodesia, colaborando en el levantamiento de los planos de La Granja.
Durante este tiempo continuó su actuación revolucionaria como destinatario del correo
de los liberales huidos a Ostende, París y Londres.

Tras la revolución de septiembre de 1868 el Gobierno provisional le enviaría como


secretario al Gobierno Civil de Lérida y después al de Orense donde desempeña el cargo
de gobernador interino hasta el 27 de marzo de 1870, fecha en la que como secretario de
nuevo, es trasladado al gobierno de La Coruña. En Orense, el 2 de octubre de 1869 tuvo
ocasión de reducir un levantamiento de inspiración federal, actuación por la que el general
Serrano le concede la Gran Cruz de Isabel la Católica, a la que renunció.

El 18 de septiembre de 1871 fue destinado a Puerto Rico como secretario del Gobierno
Civil de la isla, encargándose de poner en práctica la aprobada abolición de la esclavitud.
Y aunque su gestión permitió liberar a trescientos cincuenta y cinco esclavos de las manos
de traficantes y hacendados, indignado por la manera de actuar de los terratenientes,
dimitió y abandonó la isla.

En octubre de 1872 fue nombrado representante en Cortes por la Quebradilla, un distrito


de la Pequeña Antilla. Desde este cargo votó, el 11 de febrero de 1873, por la instauración
de la Primera República.

Por documentos públicos del Partido Progresista que dirigió Manuel Ruiz Zorrilla, se sabe
que militó en sus filas. Con la caída de la primera República (1874) abandona la vida
política activa durante dieciséis años.

Al regresar de Puerto Rico en 1872 tomó la primera iniciativa relacionada con el


transporte, el primer experimento que le llevó a vincularse a los medios de locomoción
hasta el final de su vida. Con veintiocho años y tras un minucioso estudio de viabilidad,
presenta al ayuntamiento de Madrid un proyecto de tranvía con tracción animal llamado
de Estaciones y Mercados, que pretendió transportar viajeros y mercancías, enlazando las
estaciones de Mediodía y del Norte con los mercados de la Cebada y de los Mostenses.

Su construcción se demoró hasta 1876 al no contar hasta entonces con la aprobación


definitiva de la administración.

Sin embargo, el conocido como Tranvía Soria no consiguió el desarrollo completo del
proyecto, al serle vetado el acceso a los muelles tanto de las estaciones de ferrocarril como
de los mercados. El tranvía, de gran popularidad, unía el centro con los barrios periféricos
del noreste y suroeste de la villa y se extendió hasta el barrio de Pacífico discurriendo por
la calle de Atocha. En 1886 dejó la dirección y vendió sus acciones, y tuvieron que pasar
treinta años para que el propio alcalde impulsara los enlaces propuestos por él.

Arturo Soria presenta múltiples facetas. Por un lado se sitúa entre quienes se sienten
atraídos por la ciencia y su evolución, y aparece entonces el admirador de Spencer y
Darwin, el estudioso de la geometría, el pitagórico capaz de desarrollar y construir los
poliedros regulares descritos por el matemático francés Cauchy, el que se atreve a
inventar nuevos poliedros o a plantear una geometría de la naturaleza basada en ellos.

Dan prueba de ello sus publicaciones El origen poliédrico de las especies de 1894,
la Contribución al origen poliédrico de las especies de 1896 y Génesis de 1913.
Pero también formó parte del grupo de pensadores que imaginaron un horizonte de
bienestar mirando hacia el futuro: “Creemos en el progreso indefinido, sin límites, ni
termino, ni fin; creemos en la aparición de cosas nuevas más perfectas potencialmente
contenidas en las cosas menos perfectas que conocemos”, dejó escrito en el primer párrafo
de su obra el Progreso indefinido de 1898, y entonces nos encontramos con quien
proyecta un nuevo modelo de ciudad.

También tuvo tiempo de inventar instrumentos, como un teodolito que imprimía


automáticamente los datos de los ángulos en caracteres tipográficos, o un sistema que
avisaba de las crecidas de los ríos para evitar inundaciones catastróficas diseñado en 1879.

No resulta extraño que fuese la primera persona que se atreviera en 1877 a solicitar al
Estado la concesión para realizar en Madrid una red urbana y subterránea de telefonía
poco tiempo después de que lo patentara Alexander Graham Bell y de que los españoles
realizaran el primer ensayo telefónico en La Habana. Sin embargo, los cambios de
gobierno y la inexistencia de un marco legislativo claro demoraron su aprobación hasta
que en 1882 la Dirección de Correos y telégrafos, tras un concurso, adjudicase a otro
peticionario su ejecución.

Con el tiempo, su amor por la geometría, su capacidad de inventor y su entusiasmo por la


ciencia, se proyectaron sobre los problemas de la vida urbana, y por ello mientras dirigía
el tranvía de estaciones y mercados comienza a publicar su opinión acerca de estos y de
otros asuntos municipales. Lo hizo a través del periódico El Progreso mediante cincuenta
y seis artículos que bajo el título “Cosas de Madrid” aparecieron a lo largo de los años
1882 y 1883, y en los que afirmó sentirse continuador, como cronista, de la labor
desempeñada antaño por Ramón Mesonero Romanos y Ángel Fernández de los Ríos.

Estos escritos pusieron de relieve, una y otra vez, los problemas de mayor alcance que
padecía la Villa, como eran la escasez de habitaciones para el alojamiento de la clase
trabajadora, la falta de condiciones higiénicas, el alto índice de mortalidad, la
especulación asociada a las obras de reforma y ensanche y la consecuente formación de
arrabales en la periferia.

Arturo Soria, desde cada crónica sobre la ciudad vieja iba trazando apuntes sobre su
ciudad nueva a partir de premisas como higiene, terreno barato, formas regulares y medios
rápidos de comunicación y fue con el artículo titulado “Madrid remendado y Madrid
nuevo” del 6 de marzo de 1882 con el que inició la exposición de su modelo de ciudad:
la Ciudad Lineal.

Una ciudad basada en la línea recta, donde según sus palabras: “cualquier infraestructura
viaria y de servicio encontraría grandes ventajas”, y asociada a los grandes inventos de la
época que tanto le interesaban: “el ferrocarril-tranvía para el transporte rápido de personas
y cosas, el telégrafo y el teléfono que suprimirían las distancias en la comunicación del
pensamiento y de la palabra”.

Una ciudad de longitud ilimitada, capaz de triangular el territorio uniendo ciudades como
Cádiz y San Petersburgo, o Pekín y Bruselas. De una sola calle, con 500 metros de
anchura, en cuyo eje se ubicaría la infraestructura y el conjunto de servicios, discurrirían
ferrocarriles y tranvías, se emplazarían estanques, jardines y, de trecho en trecho,
pequeños edificios para los diferentes servicios municipales (incendios, limpieza,
sanidad, seguridad y otros). Una zanja contendría los tubos necesarios para el gas, el agua,
el vapor destinado a la calefacción en habitaciones y cocinas, además de un tubo
neumático para recibir cartas y paquetes sin auxilio del cartero, un hilo eléctrico para
relacionarse con la autoridad más próxima, un hilo telefónico para hablar con todo el
mundo, un cable eléctrico para el transporte de fuerza motriz y para la producción de luz.

En España, como en gran parte de Europa, la vida en la ciudad ofrecía dramáticas


imágenes como consecuencia del constante aumento de población proveniente de las
áreas rurales. Para solucionar los problemas del alojamiento de la clase trabajadora,
diversas iniciativas benéficas y cooperativas se habían puesto en marcha con diferentes
resultados. En mayo de 1881 tuvo lugar el Primer Congreso nacional de Arquitectos, en
el que se debatió la conveniencia o no de crear barrios específicos para los obreros.
Lorenzo Álvarez Capra vicepresidente de la sociedad Central de Arquitectos, defendió el
alojamiento de las clases trabajadoras en los sotabancos, incluso en el propio Ensanche
en construcción; Mariano Belmás —quien posteriormente fue miembro fundador de la
Compañía Madrileña de Urbanización, que realizó la Ciudad Lineal, secretario de la
sociedad Central—, defendía los barrios obreros de casas económicas esparcidos por la
población donde fueran necesarios. El debate estuvo abierto mucho tiempo, mientras, y
en ausencia de una expansión planeada, el alojamiento de la clase trabajadora se
materializaba en la formación de arrabales cada vez más alejados. Estas barriadas
caóticas, que impedían el deseable crecimiento de la ciudad, se extendieron a lo largo de
los recorridos de los tranvías, prolongando la ciudad sin infraestructura ni urbanización
hacia otros términos municipales fuera del control del propio ayuntamiento.

Para Arturo Soria, tentativas aisladas en la construcción de viviendas en la periferia de la


ciudad, o concesiones de tranvías o de acequias de riego, eran actuaciones valiosas en sí
mismas, pero estaban a falta de un trabajo de enlace y organización entre sí, y por ello
contribuían al caos y a la formación de los arrabales. Planificar la ciudad era un paso
previo a su construcción y por ello entendía que la respuesta al alojamiento obrero no
estaba ni en el sótano, ni en la buhardilla, ni tampoco en la creación de barriadas
exclusivamente para obreros, pues alejándolos con la buena intención de mejorar su
estado, se establecía en realidad entre los infortunados y los felices la mayor distancia
posible, y ello equivalía a sembrar desdichas, odios, enfermedades y miserias.

La solución era que pobres y ricos pudieran vivir en proximidad, que ambos pudieran
disfrutar de las ventajas del campo, de la ciudad y de una vida higiénica.

Y para que el precio del suelo no fuera un obstáculo como ocurría en la ciudad
radioconcéntrica, era necesario crear un nuevo trazado de ciudad basado en los nuevos
medios de locomoción y en los adelantos de la época: el ferrocarril-tranvía, parando
donde fuera necesario, ofrecía la posibilidad de extender la ciudad a lo largo de un eje
que actuaba de nivelador del precio del suelo, y en la cual, sólo la proximidad a la vía
podía hacer variar las ventajas. El precio de los lotes, señalaba, disminuirá a medida que
estén situados más lejos de los carriles.

Una fórmula que, según él, permitía que cada familia tuviera un hogar, una huerta y un
jardín. De esta forma podrían vivir juntos el poderoso en su palacio y el pobre en su
cabaña, pero no superpuestos. Con un estudio basado en el criterio de ahorro personal el
pobre llegaría a ser propietario de su vivienda; en su modelo de ciudad tenían cabida todas
las clases sociales y para ello había que encontrar terreno barato y establecer un medio de
transporte rápido y económico.

Con estas ideas de Arturo Soria nació la Ciudad Lineal.

Decidido a ponerlas en práctica y sólo días después de exponer su modelo de ciudad en


las páginas de El Progreso, solicitó autorización para el estudio de un ferrocarril-tranvía
de circunvalación, que con un recorrido de 50 kilómetros y partiendo del punto que fijase
el Ministerio de Fomento enlazase la capital con todos los pueblos inmediatos. El trazado
propuesto, con origen en el Salón del Prado, se dividía frente a la Necrópolis en dos
ramales uno que por la barriada de la Concepción se dirigía a Hortaleza y Fuencarral y
otro que pasando por Vicálvaro, Vallecas, Villaverde y Carabanchel terminaba en
Pozuelo de Alarcón.

No había terminado el año 1882 cuando le concedieron el permiso solicitado, momento


en el que inició el proyecto definitivo para su ejecución y aprobación.

Durante los años que median entre esta autorización y la presentación del proyecto de
ejecución, siguió al frente del tranvía de Estaciones y Mercados hasta la venta de sus
acciones en 1886. Más tarde, en 1889 volvió a desempeñar cargos burocráticos, primero
ocupando durante casi un año distintos puestos de la Intervención General del Estado en
la isla de Cuba, después, ya en España al servicio del Ministerio de Ultramar, donde puso
fin a su etapa de funcionario para dedicarse definitivamente a su obra.

En agosto de 1892 redactado por el ingeniero de caminos Juan Domenchina y Sainz se


presentó el proyecto.

Se trataba de un ferrocarril-tranvía que respondía más al concepto de ferrocarril, en cuanto


a su trazado y características (doble vía —para poder enlazar con otros trazados— ancho
normal, velocidad, presupuesto), que a las de un tranvía. Recorría el mismo circuito para
el que obtuvo la concesión, y en él aparece ya fijado el punto de partida en un kiosco
situado en el Salón del Prado. El ramal desde el kiosco hasta el anillo de circunvalación
sería subterráneo y bajo el Retiro, mediante un túnel de doble vía.

Con este tramo subterráneo, que nunca llegó a realizarse, habría quedado concluido el
trazado aprobado, cobrando todo su sentido la idea que se pretendía, pero la ubicación del
citado kiosco final de línea nunca obtuvo el permiso de las autoridades municipales.

Este mismo año editó un folleto divulgativo llamado Ferrocarril-tranvía de


circunvalación con el que quiso conocer la opinión de la prensa, de sociedades, academias
y de otros altos organismos, a la vez que captar socios interesados en hacer realidad su
propuesta.

Aparece en este folleto la ciudad lineal por primera vez sobre la base real del ferrocarril
de circunvalación y constituye la primera propuesta de ordenación del territorio fuera del
perímetro de la Villa.

Una calle única, el eje o vía principal, de cuarenta metros de anchura y con doble vía
férrea en su centro, haría posible conectar con brevedad puntos alejados del extrarradio,
dando respuesta así a un nuevo concepto de morfología de ciudad que Soria entendía
acorde con los avances de la época.

Paralelamente a los carriles discurrirían los caminos carreteros y paseos y varias


canalizaciones subterráneas, tales como calefacción por vapor, alumbrado eléctrico,
comunicación telefónica, y agua que se tomaría del Canal de Lozoya en Fuencarral, del
proyectado canal del Guadarrama y de las diferentes vías de agua próximas a la línea.

A ambos lados de esta calle se configuraban las manzanas con trescientos metros de
fachada a ella y doscientos metros a las calles transversales de quince metros de anchura.
Estas manzanas se dividían en parcelas o lotes, nunca menores de veinte por veinte metros
de lado. Aparecían diferenciadas según su uso, unas destinadas a viviendas, y otras, a
equipamiento, dotaciones y servicios.

En 1894, Arturo Soria da a conocer las opiniones recibidas, acerca de su proyecto, de los
altos organismos a través del folleto llamado La Ciudad Lineal: Antecedentes y datos
varios acerca de su construcción, y el 3 de marzo constituyó la Compañía Madrileña de
Urbanización (CMU) —compañía anónima por acciones— de la que sería su director y
en la que inicialmente figuraban cinco socios.

La sociedad se formó con cinco mil acciones de 500 pesetas nominales, Soria transfirió
los derechos referentes a la concesión del citado ferrocarril a cambio de tres mil quinientas
acciones de la Compañía, por lo que se hizo con el 70 por ciento de las acciones y, por lo
tanto, con el control de la empresa. Cada uno de los propietarios de las mil quinientas
acciones restantes tenía derecho a un lote de terreno completamente gratis de
cuatrocientos metros cuadrados.

Para financiar la CMU se emitieron obligaciones que fueron inicialmente su mayor fuente
de ingresos.

En sus estatutos quedaron recogidas las ideas de su director, respetándolas e


impulsándolas a lo largo del tiempo. Hay que destacar la transparencia que Arturo Soria
quiso dar a su gestión. Los estatutos en su artículo 35 señalaban: “Diariamente, durante
una hora, y a la que determine el Director, estarán de manifiesto a los accionistas en las
oficinas de la Sociedad los libros y la documentación de la misma”. Además sus balances
podían ser también fiscalizados por los no accionistas, al publicarlos mensualmente en
las revistas de la Compañía, (La Dictadura y La Ciudad Lineal) tal y como señalaba el
artículo 47: “Mensualmente se publicará un estado expresivo de todas las cuentas y
operaciones realizadas, con toda la minuciosidad que los accionistas indicaren”.

Cuando se forma la CMU, algunas modificaciones son incluidas en la sección transversal


de la calle principal. Posteriormente, un plano publicado en la Revista de la Compañía en
1897, firmado por el arquitecto Vicente Muzas, detallaba con precisión la topografía por
donde discurría la que se llamaría primera barriada, un tramo de 5200 metros con el que
se establece una unidad de menor rango, una subdivisión del anillo de 50 kilómetros.

En 1898 la manzana proyectada de trescientos por doscientos metros quedó subdividida


en tres desiguales al introducir dos calles de veinte metros de ancho cada una
perpendiculares a la principal. Se mantenía el mismo fondo de doscientos metros en todas
ellas y se añadía una calle posterior de 10 metros. La manzana quedaba reducida a un
tamaño de 100 por 200 metros, aproximadamente, de manera definitiva.

Se fijaron en ellas, tres tamaños de parcelas o lotes, de 400, 800 y 1200 metros cuadrados,
que se podían unir entre sí. No se imponía el uso de cada lote, por lo que la industria, el
comercio y el equipamiento aparecerían donde fuera necesario.

El trazado daba cabida a todas las clases sociales. Los ricos podrían adquirir los lotes con
fachada a la calle principal, las fortunas modestas, a las calles transversales y los menos
favorecidos, a la calle posterior, la más alejada del eje.

En 1902 se fijaron las normas edilicias que regirían la nueva ciudad, incorporándose a las
condiciones del contrato privado de compra-venta de los lotes, y que resumidas son las
siguientes: La superficie mínima de un lote sería de 400 metros cuadrados, que
correspondía a la parcela de 20 por 20 metros. La superficie construida no podía exceder
de la quinta parte de la total del lote. En los lotes que tuvieran fachada a la calle principal
los edificios estarían a 5 metros cuando menos de la línea de la fachada. La altura máxima
de los edificios destinados a vivienda no excedería de 15 metros. Los retretes se
dispondrían con relación a la rasante fijada, a la altura conveniente para verter en un pozo
negro abierto en la calle correspondiente al lote, a la distancia de tres metros de la fachada
y a la profundidad necesaria para establecer en su día merced a la disposición uniforme
de los pozos el mejor sistema de canalización que la ciencia recomendara. Los
establecimientos calificados en las Ordenanzas Municipales de Madrid como peligrosos
y los de prostitución no serían admitidos y su ejecución anularía el contrato de venta. La
Compañía supervisaría todos los proyectos antes de ser ejecutados.

Arturo Soria, desde la iniciativa privada trataba de realizar, como alternativa a la ciudad
antigua, una ciudad nueva, en la que estos kilómetros iniciales fuesen la primera barriada;
su intención quedaba matizada: “no como una barriada de hoteles de verano, casas de
campo y casas para obreros, sino como una verdadera ciudad, situada en las
inmediaciones de una gran capital, habitada por todas las clases sociales, con casas más
desahogadas, más higiénicas, dónde la vida sea más agradable, más tranquila y mucho
más barata que en nuestro carísimo Madrid”.

El 16 de julio de 1894, en una tierra de labor sita en la partida llamada Camino de la


Cuerda del término municipal de Canillejas, se inauguraron las obras de la Ciudad Lineal
con la primera piedra de una vivienda unifamiliar proyectada por Mariano Belmás.

Inmediatamente se decidió repoblar las áridas tierras del emplazamiento de la Ciudad


Lineal, y en 1895 de la mano de este arquitecto, surgió la que se llamó Fiesta del Árbol,
para celebrar la plantación realizada durante el invierno. Más de 3000 árboles pudieron
contarse en tan sólo tres años. La instalación de unos viveros en una de las manzanas
permitió cambiar el aspecto del trazado hasta nuestros días. La repoblación alcanzó otras
barriadas de Madrid y también llegó al recorrido de los tranvías que estableció la
Compañía, como el de Colmenar Viejo realizado en 1911 en el que se ajardinaron también
las estaciones.

La Fiesta del Árbol por Real Decreto en 1915 se hizo obligatoria en cada término
municipal de Madrid y se puso de moda en Europa.
En 1898 aún no estaba aprobada la conexión del ferrocarril de circunvalación con Madrid.
El ayuntamiento negaba sistemáticamente la autorización del punto de encuentro
establecido bajo el Salón del Prado.

Arturo Soria presentó, a la sazón, otro proyecto a través de la CMU, en el que se unía el
anillo exterior con Madrid a través de un ferrocarril subterráneo metropolitano, que
alcanzaría la Puerta del Sol recorriendo las calles de Goya, Recoletos y Alcalá con
diversas estaciones.

Este proyecto pese a ser modificado en 1903 para adaptarse a las exigencias del
ayuntamiento, tampoco obtuvo permiso municipal, ni tampoco el presentado en 1913 que
incorporaba la tracción eléctrica, y completaba el trazado con otras tres líneas más.

Estos interminables expedientes, obligaron a la CMU a establecer las conexiones de la


primera barriada con Madrid mediante tranvías, que conectaron primero, en 1899, el
extremo sur de la nueva ciudad situado en el barrio de la Concepción, a través de la calle
de Alcalá con el llamado “tranvía del este” que llegaba hasta las Ventas, y más tarde en
1898-1899, por el norte, al comprar la concesión del ya existente tranvía de Cuatro
Caminos a Tetuán y prolongar las vías hasta Chamartín y Fuencarral. Faltaba el tramo
por el eje de la ciudad que desde el extremo sur alcanzó Chamartín y cerró el circuito con
tracción de vapor en 1906 y eléctrica en 1909.

Arturo Soria quiso extender el trazado y en 1904 presentó un proyecto de prolongación


de la primera barriada hasta Fuencarral y de una segunda, con más de ocho kilómetros,
que alcanzaría los pueblos de Vicálvaro y Vallecas. A este proyecto, firmado también por
el arquitecto Vicente Muzas —quien preparaba, ya por entonces, una tercera barriada—
le acompañaba el del tranvía de doble vía y tracción de vapor que discurriría por el eje y
un expediente en el que se solicitaba la declaración de utilidad pública de las tierras de
todo el trazado.

Pero la segunda barriada no fue posible. Inicialmente las operaciones de adquisición de


tierras resultaron ventajosas para la Compañía pues entonces su propósito se consideraba
una utopía irrealizable y fue posible adquirir grandes extensiones de terrenos. Pero a
medida que los propietarios de terrenos situados en la dirección del crecimiento de la
ciudad, vieron que el proyecto era una realidad, el precio del suelo fue creciendo hasta
convertirse en un obstáculo insalvable.

La primera barriada no pudo alcanzar puntos incluso inmediatos, como Fuencarral,


pueblo al que se renuncia llevar el trazado, aunque sí se enlazó con el ferrocarril-tranvía
que discurría por la calle principal.

Por la misma razón sólo se pudo adquirir una pequeña parte de las tierras de la segunda
barriada, y la Ciudad Lineal, a la frontera establecida por el norte añadió otra por el sur
en su avance hacia el pueblo de Vallecas, quedando atrapada entre sus dos extremos.

La Primera Guerra Mundial forzó en agosto de 1914 a la suspensión de pagos de la


Compañía y con ella se puso punto final a esta segunda barriada y a la pretensión de
completar la ciudad vertebrada con el ferrocarril de circunvalación.
Aun así, en la Ciudad Lineal se llegaron a construir mil viviendas, y con ellas un
equipamiento pensado para atraer al vecindario madrileño.

Allí se construyó, en 1905, una plaza de toros, usada también como circo; un centro de
diversiones con teatro para dos mil quinientas personas, donde también se impartieron
conferencias de la Universidad Popular y se celebraron actos culturales; un gimnasio al
aire libre y un frontón, y en 1907 un café-restaurante que más tarde se utilizaría como
teatro de verano.

El Centro de diversiones se completó, en 1910, con un velódromo para veinte mil


espectadores, que en 1913 sirvió de aeropuerto para exhibiciones aéreas y que también se
utilizó para otras competiciones deportivas.

De carácter más doméstico se estableció, en 1904, un servicio sanitario para el vecindario;


se construyó, en 1910, un colegio de enseñanza primaria; un gran colegio para los
Huérfanos de la Armada en 1916; una iglesia, próxima a la calle de Alcalá, en 1924, y
pequeñas industrias y comercios. También la Compañía montó una fábrica de
electricidad, talleres para la reparación de los tranvías, y tejares en diversas manzanas del
trazado. Además, levantó sus oficinas y una imprenta desde la que se editó la Revista de
la Ciudad Lineal, creada por Arturo Soria con el propósito de dar luz pública a la marcha
de la empresa y que llegó a ser la primera revista del mundo en materia de urbanismo.

Inicialmente, fue el periódico monárquico La Dictadura el que publicó semanalmente,


desde octubre de 1895 hasta diciembre del año siguiente, los balances de la empresa y sus
logros.

Esta iniciativa puesta en marcha por Arturo Soria quedó interrumpida unos meses hasta
que apareció la revista La Ciudad Lineal en la segunda quincena de mayo del año 1897;
quincenalmente al principio y cada diez días después, se distribuía en casinos, círculos y
centros de gran concurrencia de Madrid y de provincias con una tirada que llegó a diez
mil ejemplares en algunos números.

La revista contó con diversas secciones relacionadas con la planificación urbana y la


vivienda. Como denominador común a todos los números, se presentaban los propios
acontecimientos y balances de la vida de la Compañía en la sección “Nuestras noticias”.

Otras secciones como “La Higiene”, “Consultas veterinarias”, “Cosas de chicos”,


recogían tanto leyes sanitarias como campañas domésticas, higiene escolar, vacunas, etc.,
contribuyendo así a una labor formativa en temas que afectaban de forma inmediata a los
vecinos de la barriada.

Artículos dedicados a la biblioteca, su catalogación, así como al comentario de libros


relacionados con la urbanización o la construcción, dieron lugar a la aparición de
secciones como “Revistas” y “Bibliografía”.

Progresivamente, se incrementaron los artículos propios de una revista especializada bajo


secciones que fueron apareciendo como: “Urbanización”, “Ingeniería”,
“Construcciones”, “Industria y comercio” “La casa y el paisaje” o “La casa y la
habitación”, en las que se presentaban modelos de viviendas con plantas alzados y
fotografías, y objetos cotidianos con todo tipo de proyecciones y detalles para su posible
ejecución. Hasta octubre de 1932 fecha de su último número, los temas de arquitectura y
urbanismo se hicieron cada vez más frecuentes; a artículos técnicos como “La
iluminación moderna” o el “El hormigón en las estructuras de las vías férreas”, se unieron
otros muchos, divulgadores de los principios de la urbanización lineal a nivel nacional e
internacional.

Su publicidad estuvo cada vez más especializada en la construcción y la urbanización,


dando noticia de los nuevos productos industriales, como el ascensor hidráulico, el motor
eléctrico o los sistemas de calefacción para las viviendas, todo lo cual nos da idea, por
otra parte, de la difusión que adquiriría en estos medios.

Pero también dejó constancia una y otra vez de los principios del modelo de ciudad que
le daba nombre, de su proyección aquí y fuera de nuestras fronteras, de las propuestas e
iniciativas para su aplicación y difusión.

Arturo Soria planteó al gobierno en 1903 llevar su modelo de ciudad a la comarca,


colonizando el territorio interior de la Península, y también la presentación de otra
propuesta, en 1913, para unir con su modelo lineal las ciudades de Ceuta y Tetuán al norte
del protectorado de Marruecos.

Congresos, conferencias, y exposiciones ocuparon muchas de las páginas de la revista;


apareció tanto el Primer Congreso Científico Panamericano, celebrado en 1908 en
Santiago de Chile —en el que el arquitecto Carlos Carvajal presentó “La ciudad lineal
como arquitectura racional de las futuras ciudades”—, como el celebrado en Gante en
1913 con el nombre de “Arte de construir ciudades y organización de la vida municipal”
—al que acudieron la Garden City inglesa y La Ciudad Lineal española representada por
el consejero de la Compañía Hilarión González del Castillo, embajador inagotable de las
ideas de Arturo Soria.

La Revista también estuvo atenta a las actuaciones en todo el mundo que recogiesen los
principios lineales, como es el caso de la creación del Gran Boulevard de Lille-Roubaix-
Tourcoing en 1909.

Con posterioridad a la muerte de Arturo Soria, superada la suspensión de pagos y al


finalizar el conflicto bélico, la CMU volvió a la difusión de su modelo de ciudad. La
Ciudad Lineal fue bien acogida por los urbanistas franceses, como Georges Benoit-Levy,
quien en 1925, la presenta en la Sociedad de Naciones, y tuvo una gran aceptación en
exposiciones internacionales como la de Lyon de 1914, Toulouse de 1915 o Gotemburgo
de 1923. Llegó casi a hacerse realidad en Chile en 1924, y estuvo presente en los
Congresos Internacionales de la Vivienda y Urbanismo de Viena en 1926 y de Berlín en
1931.

En 1928 se fundó en París la Asociación Internacional de Ciudades Lineales con el


impulso de Georges Benoit-Levy y con la intención de propagar la creación de ciudades
lineales en todos los países. Su lema fue el establecido por Soria: “Para cada familia una
casa; en cada casa una huerta y un jardín”.

Para terminar, insistir en el sentido moderno y anticipador de las propuestas que, emitidas
por Arturo Soria, acompañaron el desarrollo de la Ciudad Lineal.
Volvemos, para ello, a las que presentó al gobierno de la nación en 1903 y 1913, que son,
desde el punto de vista del planeamiento, de la máxima importancia.

La primera, porque se anticipó a la Ley de Colonización y Repoblación interior de 1907,


al plantear su modelo de ciudad como la más adecuada para las políticas colonizadoras.
La segunda, por su perfil de ciudad autónoma.

La propuesta de 1903 planteaba el desarrollo de la ciudad lineal por la comarca, por la


región, cuyos pueblos unía entre sí y con la capital, aprovechando los caminos existentes.
El trazado, que incluía una franja paralela para los cultivos, era el más adecuado para la
colonización de aquellas regiones cuya cosecha variada pudiera proporcionar trabajo todo
el año. La segunda, la de 1913, proponía una ciudad lineal que, enlazando Ceuta y Tetuán,
incorporase explotaciones agrarias, mineras e industriales, situadas a ambos lados del
trazado, para dar así mayor autonomía al modelo inicial, un modelo capaz de triangular
el territorio uniendo núcleos urbanos.

La intención impulsada desde el siglo XIX de crear nuevos establecimientos humanos


que resolviesen la oposición entre la ciudad y el campo; la unión entre el trabajo industrial
y el agrícola y la consecuente descentralización de la industria —al llevar ésta, junto con
la vivienda, a través del territorio— desembocaba una y otra vez en el esquema de la
ciudad lineal asociada a los nuevos medios de transporte y de producción.

La ciudad lineal se alzaba como alternativa a la ciudad tradicional y los proyectos sobre
el papel parecían no tener escala, la utópica Roadtown propuesta en 1910 por el americano
Edgar Chambless, es una buena prueba de ello. En el período de entreguerras Nicolas
Milutin, presidente en 1930 de la comisión para la construcción de ciudades soviéticas,
publicó, este mismo año, en Moscú, Sotsgorod. El problema de la construcción de las
ciudades socialistas, libro en el que entre otros temas planteaba los principios que debían
presidir el planeamiento urbano. Tanto Arturo Soria como Le Corbusier en su libro acerca
del urbanismo de 1925, y ahora Milutin, señalaban que el origen de los problemas de la
ciudad tradicional estaba en su forma, apuntando las ventajas de la línea recta como la
distancia más corta y más económica entre dos puntos.

En Sotsgorod, Milutin trasladaba a la ciudad el sistema funcional de la cadena de


producción, base que entendía indispensable para acometer los nuevos planes
urbanísticos.

El trazado que él defendía disponía en bandas paralelas transporte, industria, zona verde,
viviendas, parques y zona agrícola y era ilustrado con ejemplos como el Plan de
urbanización de Magnitogorsk, el Plan para la fábrica de tractores de Stalingrado o el de
coches de Nijni-Novgorod. Sotsgorod, que llegó a manos de Le Corbusier y de Benoit-
Lévy poco después de su publicación, daría un nuevo impulso al trazado lineal y a parte
del ideario de Arturo Soria, manteniendo vivos muchos de sus principios.

El esquema en el que aparece la ciudad lineal uniendo dos ciudades punto tantas veces
reproducido en la Revista de la CMU y prodigado en congresos y exposiciones
internacionales, fue recogido e interpretado, una y otra vez, por los urbanistas sin citar su
procedencia. Un ejemplo de ello es el boceto dibujado por Le Corbusier en el libro Los
tres establecimientos humanos de 1945 en el que se ve cómo las ciudades lineales sirven
de conexión entre núcleos consolidados, encerrando explotaciones agrícolas y
triangulando el territorio.

En definitiva, desde los inicios del siglo XX, aunque las referencias a la obra de Arturo
Soria no sean explícitas, sus principios fueron tomados en cuenta.

Obras de ~: Teodolito impresor automático, Madrid, Imp. de El Correo Militar,


1870; Avisador de las crecidas de los ríos, Madrid, Imp. Álvarez Hermanos, 1879;
“Cosas de Madrid” (56 artículos) en El Progreso, 1882-1883; Ferrocarril-tranvía de
circunvalación de Madrid a Canillas, Hortaleza, Fuencarral, Vicálvaro, Vallecas,
Villaverde, Carabanchel y Pozuelo: Datos y Noticias referentes a su construcción y
explotación, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1892; “Nueva Arquitectura de las
ciudades”, en Pro Patria (enero de 1894), págs. 37-41; Origen poliédrico de las especies,
Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1894; La Ciudad Lineal: Antecedentes y datos varios
acerca de su construcción, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1894; Contribución al
origen poliédrico de las especies, 1.ª parte, Madrid, Imp. de la Quinta de Mahudes,
1896; Contribución al origen poliédrico de las especies, 2.ª parte, Madrid, Imp. de la
Quinta de Mahudes, 1897; El Progreso Indefinido, Madrid, Est. tipográfico de J. Palacios,
1898; El Talentómetro, Madrid, Imp. de la Ciudad Lineal, 1902; “El reparto de tierras”,
en La Ciudad Lineal (10 de noviembre de 1903); “Garden-Cty, La Cité Jardin”, en La
Ciudad Lineal (20 de septiembre de 1904); “La primera Ciudad Lineal Africana entre
Ceuta y Tetuán”, en La Ciudad Lineal (28 de febrero de 1913); Génesis, Madrid, Imp. de
la Ciudad Lineal, 1913; “Mi última voluntad y mi última palabra”, en La Ciudad
Lineal (10 de enero de 1921); Filosofía barata: Apuntes sociológicos-científicos, Madrid,
Imp. de la Ciudad Lineal, 1926.

Bibl.: [“noticias”], en El Progreso (Madrid), 1882-1883; La Dictadura (Madrid), 1895-


1896; La Ciudad Lineal (Madrid), 1897-1932 y Compañía Madrileña de
Urbanización (Madrid), 1894 y ss.; G. R. Collins, C. Flores y A. Soria y Puig, Arturo
Soria y la Ciudad Lineal, Madrid, Revista de Occidente, 1968, 410 págs.; F. Terán
Troyano, La Ciudad Lineal, antecedente de un urbanismo actual, Madrid, Editorial
Ciencia Nueva, 1968, 81 págs.; D. Brandis García y R. Mas Hernández. “La Ciudad
Lineal y la práctica inmobiliaria de la Compañía Madrileña de Urbanización (1894-
1931)” en Ciudad y Territorio, vol. 3 (1981), págs. 41-76; M. Á. Maure Rubio, La Ciudad
Lineal de Arturo Soria, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1991, 415
págs; A. Díez de Baldeón García, La construcción de La Ciudad Lineal de Madrid, tesis
doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1993 (col. tesis doctorales n.º
179/93).; M. Á. Maure Rubio, “La Ciudad Lineal: el nacimiento de una revista”,
en Ciudad y Territorio, vol. XXIX, n.º111 (1997), págs. 11-30.; J. R. Alonso Pereira, La
Ciudad Lineal de Madrid, Madrid, Caja de Arquitectos, 1998, 252 págs.; “González del
Castillo, teórico y propagandista de la Ciudad Lineal”, en Ciudad y Territorio, vol. XXIX,
n.º 111 (1997), págs. 49-63; C. Sambricio, Madrid: Ciudad-región. Volumen I. De la
ciudad ilustrada a la primera mitad del siglo XX, Madrid, Consejería de Obras Públicas,
Urbanismo y Transporte de la CAM, 1999; Madrid, vivienda y urbanismo: 1900-1960,
Madrid, Editorial Akal, 2004; M. Maure Rubio, “La ‘Ciudad Lineal’ alternativa al
crecimiento imparable de la gran urbe actual”, en Estoa, Revisa de la Facultad de
Arquitecta y Urbanismo de la Universidad de Cuenca, 6, 11 (2017), págs. 71-80.

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