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Biografía
Nació en el seno de una modesta familia y tras terminar el bachillerato intentó ingresar
en la Escuela de Ingenieros de Caminos, para lo que se preparó en la academia del
matemático y político liberal Manuel Becerra y Bermúdez. Sin embargo, y aunque se
esperaba que fuese el número uno en los exámenes de ingreso, un miembro del tribunal
le impidió acceder a estos estudios.
En 1863 opositó y ganó una plaza en el Cuerpo de Telégrafos, que pronto abandonó para
preparar el ingreso en la Escuela de Catastro. Trabajó mientras tanto en las oficinas de
Estadística de la Estación de Mediodía donde entró por vez primera en contacto con el
ferrocarril, medio de transporte que fue, sin duda, prioritario en su obra.
Sus estudios no le impidieron participar en las luchas políticas del momento y en 1865,
de la mano de Manuel Becerra, conspiró contra los gobiernos isabelinos, aprovechando
su posición como mozo de imprenta, lanzando proclamas contra ellos. Más tarde participó
en la frustrada conspiración progresista del 22 de junio de 1866.
El 18 de septiembre de 1871 fue destinado a Puerto Rico como secretario del Gobierno
Civil de la isla, encargándose de poner en práctica la aprobada abolición de la esclavitud.
Y aunque su gestión permitió liberar a trescientos cincuenta y cinco esclavos de las manos
de traficantes y hacendados, indignado por la manera de actuar de los terratenientes,
dimitió y abandonó la isla.
Por documentos públicos del Partido Progresista que dirigió Manuel Ruiz Zorrilla, se sabe
que militó en sus filas. Con la caída de la primera República (1874) abandona la vida
política activa durante dieciséis años.
Sin embargo, el conocido como Tranvía Soria no consiguió el desarrollo completo del
proyecto, al serle vetado el acceso a los muelles tanto de las estaciones de ferrocarril como
de los mercados. El tranvía, de gran popularidad, unía el centro con los barrios periféricos
del noreste y suroeste de la villa y se extendió hasta el barrio de Pacífico discurriendo por
la calle de Atocha. En 1886 dejó la dirección y vendió sus acciones, y tuvieron que pasar
treinta años para que el propio alcalde impulsara los enlaces propuestos por él.
Arturo Soria presenta múltiples facetas. Por un lado se sitúa entre quienes se sienten
atraídos por la ciencia y su evolución, y aparece entonces el admirador de Spencer y
Darwin, el estudioso de la geometría, el pitagórico capaz de desarrollar y construir los
poliedros regulares descritos por el matemático francés Cauchy, el que se atreve a
inventar nuevos poliedros o a plantear una geometría de la naturaleza basada en ellos.
Dan prueba de ello sus publicaciones El origen poliédrico de las especies de 1894,
la Contribución al origen poliédrico de las especies de 1896 y Génesis de 1913.
Pero también formó parte del grupo de pensadores que imaginaron un horizonte de
bienestar mirando hacia el futuro: “Creemos en el progreso indefinido, sin límites, ni
termino, ni fin; creemos en la aparición de cosas nuevas más perfectas potencialmente
contenidas en las cosas menos perfectas que conocemos”, dejó escrito en el primer párrafo
de su obra el Progreso indefinido de 1898, y entonces nos encontramos con quien
proyecta un nuevo modelo de ciudad.
No resulta extraño que fuese la primera persona que se atreviera en 1877 a solicitar al
Estado la concesión para realizar en Madrid una red urbana y subterránea de telefonía
poco tiempo después de que lo patentara Alexander Graham Bell y de que los españoles
realizaran el primer ensayo telefónico en La Habana. Sin embargo, los cambios de
gobierno y la inexistencia de un marco legislativo claro demoraron su aprobación hasta
que en 1882 la Dirección de Correos y telégrafos, tras un concurso, adjudicase a otro
peticionario su ejecución.
Estos escritos pusieron de relieve, una y otra vez, los problemas de mayor alcance que
padecía la Villa, como eran la escasez de habitaciones para el alojamiento de la clase
trabajadora, la falta de condiciones higiénicas, el alto índice de mortalidad, la
especulación asociada a las obras de reforma y ensanche y la consecuente formación de
arrabales en la periferia.
Arturo Soria, desde cada crónica sobre la ciudad vieja iba trazando apuntes sobre su
ciudad nueva a partir de premisas como higiene, terreno barato, formas regulares y medios
rápidos de comunicación y fue con el artículo titulado “Madrid remendado y Madrid
nuevo” del 6 de marzo de 1882 con el que inició la exposición de su modelo de ciudad:
la Ciudad Lineal.
Una ciudad basada en la línea recta, donde según sus palabras: “cualquier infraestructura
viaria y de servicio encontraría grandes ventajas”, y asociada a los grandes inventos de la
época que tanto le interesaban: “el ferrocarril-tranvía para el transporte rápido de personas
y cosas, el telégrafo y el teléfono que suprimirían las distancias en la comunicación del
pensamiento y de la palabra”.
Una ciudad de longitud ilimitada, capaz de triangular el territorio uniendo ciudades como
Cádiz y San Petersburgo, o Pekín y Bruselas. De una sola calle, con 500 metros de
anchura, en cuyo eje se ubicaría la infraestructura y el conjunto de servicios, discurrirían
ferrocarriles y tranvías, se emplazarían estanques, jardines y, de trecho en trecho,
pequeños edificios para los diferentes servicios municipales (incendios, limpieza,
sanidad, seguridad y otros). Una zanja contendría los tubos necesarios para el gas, el agua,
el vapor destinado a la calefacción en habitaciones y cocinas, además de un tubo
neumático para recibir cartas y paquetes sin auxilio del cartero, un hilo eléctrico para
relacionarse con la autoridad más próxima, un hilo telefónico para hablar con todo el
mundo, un cable eléctrico para el transporte de fuerza motriz y para la producción de luz.
La solución era que pobres y ricos pudieran vivir en proximidad, que ambos pudieran
disfrutar de las ventajas del campo, de la ciudad y de una vida higiénica.
Y para que el precio del suelo no fuera un obstáculo como ocurría en la ciudad
radioconcéntrica, era necesario crear un nuevo trazado de ciudad basado en los nuevos
medios de locomoción y en los adelantos de la época: el ferrocarril-tranvía, parando
donde fuera necesario, ofrecía la posibilidad de extender la ciudad a lo largo de un eje
que actuaba de nivelador del precio del suelo, y en la cual, sólo la proximidad a la vía
podía hacer variar las ventajas. El precio de los lotes, señalaba, disminuirá a medida que
estén situados más lejos de los carriles.
Una fórmula que, según él, permitía que cada familia tuviera un hogar, una huerta y un
jardín. De esta forma podrían vivir juntos el poderoso en su palacio y el pobre en su
cabaña, pero no superpuestos. Con un estudio basado en el criterio de ahorro personal el
pobre llegaría a ser propietario de su vivienda; en su modelo de ciudad tenían cabida todas
las clases sociales y para ello había que encontrar terreno barato y establecer un medio de
transporte rápido y económico.
Durante los años que median entre esta autorización y la presentación del proyecto de
ejecución, siguió al frente del tranvía de Estaciones y Mercados hasta la venta de sus
acciones en 1886. Más tarde, en 1889 volvió a desempeñar cargos burocráticos, primero
ocupando durante casi un año distintos puestos de la Intervención General del Estado en
la isla de Cuba, después, ya en España al servicio del Ministerio de Ultramar, donde puso
fin a su etapa de funcionario para dedicarse definitivamente a su obra.
Con este tramo subterráneo, que nunca llegó a realizarse, habría quedado concluido el
trazado aprobado, cobrando todo su sentido la idea que se pretendía, pero la ubicación del
citado kiosco final de línea nunca obtuvo el permiso de las autoridades municipales.
Aparece en este folleto la ciudad lineal por primera vez sobre la base real del ferrocarril
de circunvalación y constituye la primera propuesta de ordenación del territorio fuera del
perímetro de la Villa.
Una calle única, el eje o vía principal, de cuarenta metros de anchura y con doble vía
férrea en su centro, haría posible conectar con brevedad puntos alejados del extrarradio,
dando respuesta así a un nuevo concepto de morfología de ciudad que Soria entendía
acorde con los avances de la época.
A ambos lados de esta calle se configuraban las manzanas con trescientos metros de
fachada a ella y doscientos metros a las calles transversales de quince metros de anchura.
Estas manzanas se dividían en parcelas o lotes, nunca menores de veinte por veinte metros
de lado. Aparecían diferenciadas según su uso, unas destinadas a viviendas, y otras, a
equipamiento, dotaciones y servicios.
En 1894, Arturo Soria da a conocer las opiniones recibidas, acerca de su proyecto, de los
altos organismos a través del folleto llamado La Ciudad Lineal: Antecedentes y datos
varios acerca de su construcción, y el 3 de marzo constituyó la Compañía Madrileña de
Urbanización (CMU) —compañía anónima por acciones— de la que sería su director y
en la que inicialmente figuraban cinco socios.
La sociedad se formó con cinco mil acciones de 500 pesetas nominales, Soria transfirió
los derechos referentes a la concesión del citado ferrocarril a cambio de tres mil quinientas
acciones de la Compañía, por lo que se hizo con el 70 por ciento de las acciones y, por lo
tanto, con el control de la empresa. Cada uno de los propietarios de las mil quinientas
acciones restantes tenía derecho a un lote de terreno completamente gratis de
cuatrocientos metros cuadrados.
Para financiar la CMU se emitieron obligaciones que fueron inicialmente su mayor fuente
de ingresos.
Se fijaron en ellas, tres tamaños de parcelas o lotes, de 400, 800 y 1200 metros cuadrados,
que se podían unir entre sí. No se imponía el uso de cada lote, por lo que la industria, el
comercio y el equipamiento aparecerían donde fuera necesario.
El trazado daba cabida a todas las clases sociales. Los ricos podrían adquirir los lotes con
fachada a la calle principal, las fortunas modestas, a las calles transversales y los menos
favorecidos, a la calle posterior, la más alejada del eje.
En 1902 se fijaron las normas edilicias que regirían la nueva ciudad, incorporándose a las
condiciones del contrato privado de compra-venta de los lotes, y que resumidas son las
siguientes: La superficie mínima de un lote sería de 400 metros cuadrados, que
correspondía a la parcela de 20 por 20 metros. La superficie construida no podía exceder
de la quinta parte de la total del lote. En los lotes que tuvieran fachada a la calle principal
los edificios estarían a 5 metros cuando menos de la línea de la fachada. La altura máxima
de los edificios destinados a vivienda no excedería de 15 metros. Los retretes se
dispondrían con relación a la rasante fijada, a la altura conveniente para verter en un pozo
negro abierto en la calle correspondiente al lote, a la distancia de tres metros de la fachada
y a la profundidad necesaria para establecer en su día merced a la disposición uniforme
de los pozos el mejor sistema de canalización que la ciencia recomendara. Los
establecimientos calificados en las Ordenanzas Municipales de Madrid como peligrosos
y los de prostitución no serían admitidos y su ejecución anularía el contrato de venta. La
Compañía supervisaría todos los proyectos antes de ser ejecutados.
Arturo Soria, desde la iniciativa privada trataba de realizar, como alternativa a la ciudad
antigua, una ciudad nueva, en la que estos kilómetros iniciales fuesen la primera barriada;
su intención quedaba matizada: “no como una barriada de hoteles de verano, casas de
campo y casas para obreros, sino como una verdadera ciudad, situada en las
inmediaciones de una gran capital, habitada por todas las clases sociales, con casas más
desahogadas, más higiénicas, dónde la vida sea más agradable, más tranquila y mucho
más barata que en nuestro carísimo Madrid”.
La Fiesta del Árbol por Real Decreto en 1915 se hizo obligatoria en cada término
municipal de Madrid y se puso de moda en Europa.
En 1898 aún no estaba aprobada la conexión del ferrocarril de circunvalación con Madrid.
El ayuntamiento negaba sistemáticamente la autorización del punto de encuentro
establecido bajo el Salón del Prado.
Arturo Soria presentó, a la sazón, otro proyecto a través de la CMU, en el que se unía el
anillo exterior con Madrid a través de un ferrocarril subterráneo metropolitano, que
alcanzaría la Puerta del Sol recorriendo las calles de Goya, Recoletos y Alcalá con
diversas estaciones.
Este proyecto pese a ser modificado en 1903 para adaptarse a las exigencias del
ayuntamiento, tampoco obtuvo permiso municipal, ni tampoco el presentado en 1913 que
incorporaba la tracción eléctrica, y completaba el trazado con otras tres líneas más.
Por la misma razón sólo se pudo adquirir una pequeña parte de las tierras de la segunda
barriada, y la Ciudad Lineal, a la frontera establecida por el norte añadió otra por el sur
en su avance hacia el pueblo de Vallecas, quedando atrapada entre sus dos extremos.
Allí se construyó, en 1905, una plaza de toros, usada también como circo; un centro de
diversiones con teatro para dos mil quinientas personas, donde también se impartieron
conferencias de la Universidad Popular y se celebraron actos culturales; un gimnasio al
aire libre y un frontón, y en 1907 un café-restaurante que más tarde se utilizaría como
teatro de verano.
Esta iniciativa puesta en marcha por Arturo Soria quedó interrumpida unos meses hasta
que apareció la revista La Ciudad Lineal en la segunda quincena de mayo del año 1897;
quincenalmente al principio y cada diez días después, se distribuía en casinos, círculos y
centros de gran concurrencia de Madrid y de provincias con una tirada que llegó a diez
mil ejemplares en algunos números.
Pero también dejó constancia una y otra vez de los principios del modelo de ciudad que
le daba nombre, de su proyección aquí y fuera de nuestras fronteras, de las propuestas e
iniciativas para su aplicación y difusión.
La Revista también estuvo atenta a las actuaciones en todo el mundo que recogiesen los
principios lineales, como es el caso de la creación del Gran Boulevard de Lille-Roubaix-
Tourcoing en 1909.
Para terminar, insistir en el sentido moderno y anticipador de las propuestas que, emitidas
por Arturo Soria, acompañaron el desarrollo de la Ciudad Lineal.
Volvemos, para ello, a las que presentó al gobierno de la nación en 1903 y 1913, que son,
desde el punto de vista del planeamiento, de la máxima importancia.
La ciudad lineal se alzaba como alternativa a la ciudad tradicional y los proyectos sobre
el papel parecían no tener escala, la utópica Roadtown propuesta en 1910 por el americano
Edgar Chambless, es una buena prueba de ello. En el período de entreguerras Nicolas
Milutin, presidente en 1930 de la comisión para la construcción de ciudades soviéticas,
publicó, este mismo año, en Moscú, Sotsgorod. El problema de la construcción de las
ciudades socialistas, libro en el que entre otros temas planteaba los principios que debían
presidir el planeamiento urbano. Tanto Arturo Soria como Le Corbusier en su libro acerca
del urbanismo de 1925, y ahora Milutin, señalaban que el origen de los problemas de la
ciudad tradicional estaba en su forma, apuntando las ventajas de la línea recta como la
distancia más corta y más económica entre dos puntos.
El trazado que él defendía disponía en bandas paralelas transporte, industria, zona verde,
viviendas, parques y zona agrícola y era ilustrado con ejemplos como el Plan de
urbanización de Magnitogorsk, el Plan para la fábrica de tractores de Stalingrado o el de
coches de Nijni-Novgorod. Sotsgorod, que llegó a manos de Le Corbusier y de Benoit-
Lévy poco después de su publicación, daría un nuevo impulso al trazado lineal y a parte
del ideario de Arturo Soria, manteniendo vivos muchos de sus principios.
El esquema en el que aparece la ciudad lineal uniendo dos ciudades punto tantas veces
reproducido en la Revista de la CMU y prodigado en congresos y exposiciones
internacionales, fue recogido e interpretado, una y otra vez, por los urbanistas sin citar su
procedencia. Un ejemplo de ello es el boceto dibujado por Le Corbusier en el libro Los
tres establecimientos humanos de 1945 en el que se ve cómo las ciudades lineales sirven
de conexión entre núcleos consolidados, encerrando explotaciones agrícolas y
triangulando el territorio.
En definitiva, desde los inicios del siglo XX, aunque las referencias a la obra de Arturo
Soria no sean explícitas, sus principios fueron tomados en cuenta.