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El texto que les comparto a continuación, es el producto del trabajo del Semillero en

Concepto de Psicoanálisis.

La identificación, un concepto plagado de interrogantes


Problemas y Caminos de la Identificación en Freud. Una Lectura Intertextual

La obra freudiana marcó un punto de inflexión en el contexto de las humanidades.


Su introducción del inconsciente como objeto susceptible de estudio y sus constructos
acerca de la sexualidad y del comportamiento humano supusieron una herencia relevante
para las ideas que posteriormente rondarían en torno a áreas como la psiquiatría, la
psicología, la pedagogía y otras más. Claro es que los innumerables esfuerzos del autor
estuvieron dirigidos a formular un entramado de conceptos que pudiesen ser comprensibles
y aplicables al estudio del ser humano, y que fue intenso su empeño por hacer del
psicoanálisis una ciencia. Así lo demuestra el ir y venir de su teoría, que con el paso de los
años fue refinándose con el apoyo de la indagación clínica, pese a la dificultad que
representaba para la época la introducción del concepto de inconsciente.

Ciertamente, y contraria a la intención de Freud, la proliferación de discursos del siglo XX


parece haber echado marcha atrás en lo que respecta al uso de ciertos conceptos
desarrollados a través de la teoría psicoanalítica. La banalización del lenguaje ha restado
objetividad y altura a éstos que han caído en una suerte de vulgarización, de naturalización.
En otras palabras, algunas expresiones que al interior del psicoanálisis se han convertido en
conceptos que procuran tener definiciones precisas, han terminado por ver desfigurado su
rigor y sentido dentro de la misma disciplina, debido al uso que adquieren en el acervo
común.

Para Freud, la teoría analítica siempre fue un discurso en construcción que se apoyaba en la
experiencia clínica y su método. Un lector atento de su obra puede observar que son
constantes las revisiones y cambios conceptuales que se presentan a lo largo de ella, a partir
de un honesto retorno a sus propias afirmaciones. Si bien, éstos pudieron ser útiles para
salir al paso ante dificultades que sucedían a sus formulaciones y en su momento cobraron
sentido, presentan hoy una serie de dificultades y contradicciones para los estudiosos de la
obra Freudiana.
Es por esto que con la convicción de que la investigación en y con el psicoanálisis implica
el retorno a los postulados pilares, la rigurosa comparación de la teoría y la clínica y el
constante estudio de los fenómenos sociales, el presente escrito tendrá como propósito
depositar la mirada en el concepto de identificación. Se trata en un primer momento de un
detallado acercamiento a este concepto a partir de un abordaje intertextual de la obra
Freudiana y traerá a colación algunos de los problemas que pueden derivarse de su estudio.
No será propósito de esta exposición apuntar a resolver todo aquello concerniente a dicho
concepto sino evidenciar dificultades que frente a éste aparecen en la obra del autor y que,
por consiguiente, hacen oscura su comprensión.

Una primera dificultad se encuentra en el hecho de que los desarrollos del autor en torno a
él son, en extremo, reducidos. No existe un trabajo particular dedicado al esclarecimiento
del mismo, por lo que proceder con su estudio implica rastrear las alusiones que nos
proporciona en los diversos momentos de su obra. Se puede comprender que en su avance,
la puesta en escena de nuevos conceptos, va implicando la remodelación del conjunto. Por
lo mismo, en momentos pareciera que su uso hace las veces de un comodín que explica
cosas diversas.

Sin embargo, una de las primeras referencias de Freud a este concepto puede encontrarse en
su Interpretación de los sueños (1899), haciendo alusión a la producción del síntoma en la
histeria:

“la identificación es un aspecto importante en extremo para el mecanismo de los síntomas


histéricos; por ese camino los enfermos llegan a expresar en sus síntomas las vivencias de
toda una serie de personas, y no sólo las propias; es como si padecieran por todo un grupo
de hombres y figuraran todos los papeles de un drama con sus solos recursos personales.
Se me objetará que esta es la conocida imitación histérica, la capacidad de los histéricos
para imitar todos los síntomas que les han impresionado en otros, por así decir una
compasión que se extrema hasta la reproducción. Pero con ello no se ha designado sino el
camino por el cual discurre el proceso psíquico en el caso de la imitación histérica; una
cosa es el camino y otra el acto psíquico que marcha por él. Este último es algo más
complicado que la imitación de los histéricos, tal como suele concebírsela; responde a un
proceso inconsciente de razonamiento…”.

De lo anterior queda claro un primer elemento de importancia interpretativa: que imitación


e identificación son diferentes procesos. El primero supone una vía que eventualmente
podría conllevar a la segunda. De este modo puede explicarse como un gesto que parezca
tomado de otro, que le emula y que pudiera erróneamente llamarse identificación es más
bien el camino que podría conducir a ésta. Se pesquisa también que la identificación se
refiere a un proceso inconsciente e intrapsíquico, dos características que no podrán perderse
de vista en lo que sigue de este recorrido. Llama mucho la atención que esta temprana
aproximación no hubiera sido la guía para los posteriores desarrollos.

Ahora bien. Es necesario, para obtener mayor claridad, revisar aunque sea de manera
somera otras nociones, que por su proximidad, tienden a ser confundidas con identificación.
Tal es el caso de nociones como introyección, incorporación, imitación, del que ya se hizo
un importante esclarecimiento, e internalización. Si bien, existe una proximidad entre la
identificación y estas nociones, algunas diferencias pueden precisarse a continuación:

La incorporación se entiende como una noción más cercana al orden corporal. Se trata de
una aspiración pulsional, ligada al placer, cuyo modelo se halla asociado a la actividad oral,
es decir, la incorporación del seno y constituiría un paradigma de la identificación. Freud,
al referirse en Tótem y tabú (1913), a la misma actividad establece que el propósito de
devorar un objeto es obtener las cualidades de éste a través de la vía corporal. La
identificación se apuntala pues, en el mecanismo de la incorporación, que permite “meter”
al otro dentro de sí.
Por su parte, la introyección se refiere a un proceso de orden psíquico a través del cual el
sujeto hace propios elementos y objetos del mundo externo a través de la fantasía. Si bien,
es ésta una noción que se apoya en la incorporación, suelen ser distintas. Queda claro que
ésta es corpórea, mientras que la introyección es de carácter psíquico.
De la internalización puede afirmarse que es un mecanismo de carácter psíquico a través
del cual se hacen propias características de otro: como consecuencia de éste, por ejemplo, la
dote de prohibiciones que traen los padres se erige posteriormente en el niño en calidad de
superyó. La internalización de la norma, de las prohibiciones.

Hecha esta primera salvedad es preciso dar un paso adelante en la búsqueda de pistas que
vayan hilando una idea más clara acerca de la identificación en la obra freudiana.

En primera instancia, habremos de esclarecer algunas breves diferencias entre la


identificación narcisista y la identificación histérica para posteriormente labrar un camino
más claro en nuestro estudio.
Freud lo plantea de la siguiente manera: “tenemos derecho a diferenciar la identificación
narcisista de la histérica porque en la primera se resigna la investidura de objeto, mientras
que en la segunda esta persiste y exterioriza un efecto que habitualmente está circunscrito a
ciertas acciones e inervaciones singulares.” (Duelo y melancolía, 1915). En la
identificación narcisista, siguiendo las palabras de Freud, la investidura de objeto se
desplaza hacia el yo del sujeto, es decir, para albergarlo dentro de sí.

La melancolía ofrece un modelo para entender la identificación narcisista, pues el


melancólico, al resignar la libido de objeto, erige, en palabras de Freud “el objeto en el
interior de su propio yo; por así decir, lo ha proyectado sobre el yo” (Conferencia 26: La
teoría de la libido y del narcisismo, 1916) asimismo, este modo de identificación donde se
sustituye toda investidura de objeto, para sobreponerla en el yo, tiene prevalencia en
afecciones narcisistas, es decir, psicóticas. (Duelo y melancolía, 1915)

Ahora bien, en la carta 125 en correspondencia con Fliess (1950 [1892-99]), Freud se
refiere al modo de identificación histérica. Allí enuncia que la histeria es aloerótica, es
decir, que la meta sexual está puesta en una persona diferente al sujeto, y que su vía
principal es la identificación con la persona amada. 

En 1900, Freud avanza un poco más en este terreno, y tal como se presentó al inicio se
puede argumentar que la identificación no es la imitación y la primera es intrapsíquica e
inconsciente. Por momentos llama la atención que Freud no hubiera seguido este camino
que posiblemente le hubiera evitado vacilaciones.

Esta serie de personas, corresponde a lo que Freud denomina comunidad sexual: se refiere
con ello a que la histérica se identifica mediante sus síntomas con quienes ha tenido
comercio sexual o que lo tienen con las mismas personas que ella. De este modo, el
síntoma posibilita tener una relación sexual con otro sin que sea necesariamente real. Freud
explica que para el sujeto en su fantasía o en su sueño es uno con el otro. 

En 1911, Freud agrega que la histeria condensa, a diferencia de la paranoia, que disuelve
las identificaciones. En 1913, vuelve a afirmar que en la histeria la vía de identificación es
con la persona amada, dada su característica aloerótica. Posteriormente, Freud (1914-16)
agrega que, en la identificación histérica persiste y se exterioriza la investidura de objeto,
que habitualmente está dentro del límite de ciertas acciones e inervaciones singulares.
También en las neurosis de trasferencia la identificación expresa una comunidad que puede
significar amor.
 
En su texto Psicología de las Masas y Análisis del Yo (1921), Freud avanza un poco más.
En él expresa que existen tres fuentes de identificación: “en primer lugar, la identificación
es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto; en segundo lugar, pasa a
sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyección del
objeto en el yo, por así decir; y, en tercer lugar, puede nacer a raíz de cualquier
comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones
sexuales. Mientras más significativa sea esa comunidad, tanto más exitosa podrá ser la
identificación parcial y, así, corresponder al comienzo de una nueva ligazón”.

Detendremos la mirada en la primera de las fuentes, considerando que ha sido la definición


más aceptada de este concepto. Una revisión exhaustiva de este texto abre la puerta a varios
caminos.
El primero de ellos se aprecia tras palabras del autor, que en un primer instante indica que
la identificación es “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra
persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo.”

Párrafos más adelante, este texto contiene lo que sería un segundo camino hacia la
comprensión de este concepto: dice el autor que “la identificación es la forma más
originaria de ligazón afectiva con un objeto”. Es claro que no es lo mismo identificarse con
una persona que con un objeto, en tanto este último puede estar representado en el seno, las
heces, el pene o en una persona como la madre, máxime si Freud le ha dado al objeto un
estatuto teórico al ligarlo a la pulsión. De tal suerte que el objeto queda ligado íntimamente,
libidinalmente a la pulsión.

El término persona refiere a una entidad corpórea y extrapsiquica del sujeto, con la cual el


individuo se relaciona, pero dicha relación no transciende más allá de ser un fenómeno
social. Esta noción de persona resulta vaga para los fines de la explicación de la
identificación. No tiene un estatuto psíquico particular y bien definido. En cambio, la
noción de objeto posee una cualidad intrapsíquica y tiene relevancia en la teoría
psicoanalítica; Freud (1915) en Pulsiones y destinos de pulsión, explica que el objeto está
ligado a la pulsión, es el medio por el cual ésta puede alcanzar su meta, aclara que el objeto
no sólo es ajeno al sujeto sino que también puede ser una parte de su propio cuerpo y,
cuando se establece un lazo fuerte entre la pulsión y el objeto, se denomina a este vínculo
como fijación. Por lo cual cabe preguntarnos si ¿es posible que Freud haya sustituido
persona por objeto en la segunda definición de identificación, en razón de que el término
persona no posibilita transcender teóricamente? Es una objetivación de lo humano.
Tampoco es claro que se refiera al semejante.

Por su parte, la noción de objeto tiene una elaboración relevante en la teoría psicoanalítica;
según Freud, el objeto deviene primero a la psique antes de la persona, siendo el seno
materno el objeto más antiguo en el registro psíquico, con el cual inicialmente estaba unido
el sujeto. El infante percibe el seno como objeto externo de sí cuando este empieza a estar
ausente, fuera de su alcance y al cual no puede acceder cada vez que lo desea. Las huellas
mnémicas que dejó la erogenización de la zona oral, dejan una representación del seno en el
psiquismo, que conlleva al infante a alucinar, fantasear e imaginar el seno con el fin de
reparar su ausencia. El objeto, por lo tanto, tiene un soporte en la realidad externa y en la
realidad psíquica, al modo de una representación psíquica; en éste se deposita la libido y el
objeto aparece también como exterioridad al sujeto (Los Dos Principios del Acaecer
Psíquico, 1911).

Pero, si Freud hace referencia a la ligazón afectiva más primitiva a un objeto en la


prehistoria del complejo de Edipo, habría que entrar a cuestionar los objetos previos a la
etapa fálica, etapa en la cual se estructura el circuito edípico. Por ende, cabe preguntarnos
¿en dicho momento se establece una ligazón afectiva a los objetos o sólo libidinal? ¿Qué es
lo que posibilita establecer una ligazón afectiva o cuáles son las condiciones que lo
permiten?

Puede decirse que asumir la identificación como “la más temprana exteriorización de una
ligazón afectiva”, implicaría negar las afirmaciones hechas por el autor en su Introducción
del Narcisismo (1914), donde indica que desde un primer momento existe entre el niño y la
madre una ligazón afectiva que está sucedida por una posterior diferenciación entre él y el
mundo. Siendo así, la primera forma de ligazón afectiva se daría entre el niño y la madre:
esto en razón de que el padre está ahí pero no constituye una presencia reconocible para el
niño y a que esa ligazón afectiva tiene un tono más cercano al de una satisfacción pulsional.

Podría formularse una primera hipótesis para resolver este impase: si la identificación
corresponde a un proceso profundo que da por terminada la complejidad edípica, determina
al sujeto y le permite forjarse un lugar frente al otro, sería insuficiente pensarla como una
simple ligazón afectiva o como un proceso pre- edípico. Bien podría formularse otra
objeción a lo hasta aquí planteado: no toda ligazón afectiva conduce a una identificación,
tal como lo demuestran los estudios hechos por el autor en relación con la melancolía.

Apelemos pues, a las pesquisas de Freud en referencia al papel de la identificación en el


ámbito de lo preedípico. En la Conferencia 33 de sus Nuevas Conferencias de Introducción
al Psicoanálisis (1933 [1932]), expresa el autor que “La identificación-madre de la mujer
permite discernir dos estratos: el preedípico, que consiste en la ligazón tierna con la
madre y la toma por arquetipo, y el posterior, derivado del complejo de Edipo, que quiere
eliminar a la madre y sustituirla junto al padre”. En este escrito continúa declarando como
“la fase de la ligazón preedípica tierna es la decisiva para el futuro de la mujer; en ella se
prepara la adquisición de aquellas cualidades con las que luego cumplirá su papel en la
función sexual y costeará sus inapreciables rendimientos sociales. En esa identificación
conquista también su atracción sobre el varón, atizando hasta el enamoramiento la
ligazón-madre edípica de él”.

Por lo pronto, puede vislumbrarse cómo Freud da un lugar de relevante a aquello que
denomina lo preedipico, puesto que durante esta etapa el sujeto construye una ”identidad”
basada en las ligazones libidinales y afectivas características de tal momento. Éstas sirven
pues, de entrada al Complejo de Edipo y marcan un precedente en el quehacer del sujeto: se
establecen como un modo de operar.

De otro lado, ha de anotarse que lo preedípico no sólo refiere a los vínculos que se
desarrollan con las figuras significativas de la primera infancia. Un estudio detallado de
este momento devela que la fase oral- canibalística cumple un rol importante en el proceso
de la identificación, toda vez que ofrece el paradigma de ésta. En palabras de Freud “la
meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en
calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante” (Tres ensayos
de teoría sexual, 1905).

Es sabido que el Edipo es la convergencia, la puesta en escena de factores como la


rivalidad, la hostilidad, el deseo erótico y la tendencia libidinal del niño. Hablar de dicho
complejo es diferente a referirse a la entrada o disolución de éste. Claro está que su
sepultamiento es un efecto de la identificación: su culminación depende del fin de la
rivalidad edípica mediante la identificación del pequeño con uno de sus progenitores – en la
mayoría de los casos con aquel del mismo sexo-, proceso éste que funda las bases del ideal
del yo y abre paso a la inauguración del Superyó.

De lo expresado pueden esclarecerse dos premisas: en primer lugar, que lo pre- edípico
estaría en función del camino hacia el ingreso a este complejo y que durante éste no existe
identificación alguna; ésta se produce a la salida: es pues, la que da un cierre a tal
problemática y la que confiere al niño un lugar en su familia – más adelante en la sociedad-.
Dicho esto, queda esclarecido que la identificación no es una instancia, sino un proceso
psíquico determinante dentro de la configuración del sujeto; cumple una labor fundamental
en lo que refiere a la estructuración del yo. En palabras de Freud “el carácter del yo es una
sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de estas
elecciones de objeto” (El Yo y el Ello, 1923).

Se concluye, con esto, que la identificación es un proceso de salida y no de entrada al


Edipo, y que lo que cobra importancia en el período pre-edípico agregado a otros procesos
psíquicos que en esta presentación no se abordan es el intenso vínculo afectivo con alguna
de las figuras parentales que marcan y anteceden el ingreso a la problemática edípica.

Siendo esta la ruta de estudio que nos hemos propuesto como línea de investigación, se nos
hace evidente el largo recorrido que nos resta elaborar para acercarnos a la comprensión del
concepto de identificación desde la perspectiva Freudiana. Son múltiples los interrogantes
que se presentan al culminar la elaboración de este escrito. Es éste un abrebocas a una
investigación más ambiciosa a la que dedicaremos nuestro esfuerzo. Por lo pronto,
cerramos este primer acercamiento citando las palabras que en 1933 expresara el autor
refiriéndose a sus explicaciones sobre la identificación y la constitución del Superyó: “Ni
yo mismo estoy del todo satisfecho con estas puntualizaciones acerca de la identificación,
pero basta con que les parezca posible concederme que la institución del superyó se
describa como un caso logrado de identificación con la instancia parental”. (Tomado de
Nuevas Conferencias – Conferencia 31: La descomposición de la personalidad psíquica).

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