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Concepto de Psicoanálisis.
Para Freud, la teoría analítica siempre fue un discurso en construcción que se apoyaba en la
experiencia clínica y su método. Un lector atento de su obra puede observar que son
constantes las revisiones y cambios conceptuales que se presentan a lo largo de ella, a partir
de un honesto retorno a sus propias afirmaciones. Si bien, éstos pudieron ser útiles para
salir al paso ante dificultades que sucedían a sus formulaciones y en su momento cobraron
sentido, presentan hoy una serie de dificultades y contradicciones para los estudiosos de la
obra Freudiana.
Es por esto que con la convicción de que la investigación en y con el psicoanálisis implica
el retorno a los postulados pilares, la rigurosa comparación de la teoría y la clínica y el
constante estudio de los fenómenos sociales, el presente escrito tendrá como propósito
depositar la mirada en el concepto de identificación. Se trata en un primer momento de un
detallado acercamiento a este concepto a partir de un abordaje intertextual de la obra
Freudiana y traerá a colación algunos de los problemas que pueden derivarse de su estudio.
No será propósito de esta exposición apuntar a resolver todo aquello concerniente a dicho
concepto sino evidenciar dificultades que frente a éste aparecen en la obra del autor y que,
por consiguiente, hacen oscura su comprensión.
Una primera dificultad se encuentra en el hecho de que los desarrollos del autor en torno a
él son, en extremo, reducidos. No existe un trabajo particular dedicado al esclarecimiento
del mismo, por lo que proceder con su estudio implica rastrear las alusiones que nos
proporciona en los diversos momentos de su obra. Se puede comprender que en su avance,
la puesta en escena de nuevos conceptos, va implicando la remodelación del conjunto. Por
lo mismo, en momentos pareciera que su uso hace las veces de un comodín que explica
cosas diversas.
Sin embargo, una de las primeras referencias de Freud a este concepto puede encontrarse en
su Interpretación de los sueños (1899), haciendo alusión a la producción del síntoma en la
histeria:
Ahora bien. Es necesario, para obtener mayor claridad, revisar aunque sea de manera
somera otras nociones, que por su proximidad, tienden a ser confundidas con identificación.
Tal es el caso de nociones como introyección, incorporación, imitación, del que ya se hizo
un importante esclarecimiento, e internalización. Si bien, existe una proximidad entre la
identificación y estas nociones, algunas diferencias pueden precisarse a continuación:
La incorporación se entiende como una noción más cercana al orden corporal. Se trata de
una aspiración pulsional, ligada al placer, cuyo modelo se halla asociado a la actividad oral,
es decir, la incorporación del seno y constituiría un paradigma de la identificación. Freud,
al referirse en Tótem y tabú (1913), a la misma actividad establece que el propósito de
devorar un objeto es obtener las cualidades de éste a través de la vía corporal. La
identificación se apuntala pues, en el mecanismo de la incorporación, que permite “meter”
al otro dentro de sí.
Por su parte, la introyección se refiere a un proceso de orden psíquico a través del cual el
sujeto hace propios elementos y objetos del mundo externo a través de la fantasía. Si bien,
es ésta una noción que se apoya en la incorporación, suelen ser distintas. Queda claro que
ésta es corpórea, mientras que la introyección es de carácter psíquico.
De la internalización puede afirmarse que es un mecanismo de carácter psíquico a través
del cual se hacen propias características de otro: como consecuencia de éste, por ejemplo, la
dote de prohibiciones que traen los padres se erige posteriormente en el niño en calidad de
superyó. La internalización de la norma, de las prohibiciones.
Hecha esta primera salvedad es preciso dar un paso adelante en la búsqueda de pistas que
vayan hilando una idea más clara acerca de la identificación en la obra freudiana.
Ahora bien, en la carta 125 en correspondencia con Fliess (1950 [1892-99]), Freud se
refiere al modo de identificación histérica. Allí enuncia que la histeria es aloerótica, es
decir, que la meta sexual está puesta en una persona diferente al sujeto, y que su vía
principal es la identificación con la persona amada.
En 1900, Freud avanza un poco más en este terreno, y tal como se presentó al inicio se
puede argumentar que la identificación no es la imitación y la primera es intrapsíquica e
inconsciente. Por momentos llama la atención que Freud no hubiera seguido este camino
que posiblemente le hubiera evitado vacilaciones.
Esta serie de personas, corresponde a lo que Freud denomina comunidad sexual: se refiere
con ello a que la histérica se identifica mediante sus síntomas con quienes ha tenido
comercio sexual o que lo tienen con las mismas personas que ella. De este modo, el
síntoma posibilita tener una relación sexual con otro sin que sea necesariamente real. Freud
explica que para el sujeto en su fantasía o en su sueño es uno con el otro.
En 1911, Freud agrega que la histeria condensa, a diferencia de la paranoia, que disuelve
las identificaciones. En 1913, vuelve a afirmar que en la histeria la vía de identificación es
con la persona amada, dada su característica aloerótica. Posteriormente, Freud (1914-16)
agrega que, en la identificación histérica persiste y se exterioriza la investidura de objeto,
que habitualmente está dentro del límite de ciertas acciones e inervaciones singulares.
También en las neurosis de trasferencia la identificación expresa una comunidad que puede
significar amor.
En su texto Psicología de las Masas y Análisis del Yo (1921), Freud avanza un poco más.
En él expresa que existen tres fuentes de identificación: “en primer lugar, la identificación
es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto; en segundo lugar, pasa a
sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyección del
objeto en el yo, por así decir; y, en tercer lugar, puede nacer a raíz de cualquier
comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones
sexuales. Mientras más significativa sea esa comunidad, tanto más exitosa podrá ser la
identificación parcial y, así, corresponder al comienzo de una nueva ligazón”.
Párrafos más adelante, este texto contiene lo que sería un segundo camino hacia la
comprensión de este concepto: dice el autor que “la identificación es la forma más
originaria de ligazón afectiva con un objeto”. Es claro que no es lo mismo identificarse con
una persona que con un objeto, en tanto este último puede estar representado en el seno, las
heces, el pene o en una persona como la madre, máxime si Freud le ha dado al objeto un
estatuto teórico al ligarlo a la pulsión. De tal suerte que el objeto queda ligado íntimamente,
libidinalmente a la pulsión.
Por su parte, la noción de objeto tiene una elaboración relevante en la teoría psicoanalítica;
según Freud, el objeto deviene primero a la psique antes de la persona, siendo el seno
materno el objeto más antiguo en el registro psíquico, con el cual inicialmente estaba unido
el sujeto. El infante percibe el seno como objeto externo de sí cuando este empieza a estar
ausente, fuera de su alcance y al cual no puede acceder cada vez que lo desea. Las huellas
mnémicas que dejó la erogenización de la zona oral, dejan una representación del seno en el
psiquismo, que conlleva al infante a alucinar, fantasear e imaginar el seno con el fin de
reparar su ausencia. El objeto, por lo tanto, tiene un soporte en la realidad externa y en la
realidad psíquica, al modo de una representación psíquica; en éste se deposita la libido y el
objeto aparece también como exterioridad al sujeto (Los Dos Principios del Acaecer
Psíquico, 1911).
Puede decirse que asumir la identificación como “la más temprana exteriorización de una
ligazón afectiva”, implicaría negar las afirmaciones hechas por el autor en su Introducción
del Narcisismo (1914), donde indica que desde un primer momento existe entre el niño y la
madre una ligazón afectiva que está sucedida por una posterior diferenciación entre él y el
mundo. Siendo así, la primera forma de ligazón afectiva se daría entre el niño y la madre:
esto en razón de que el padre está ahí pero no constituye una presencia reconocible para el
niño y a que esa ligazón afectiva tiene un tono más cercano al de una satisfacción pulsional.
Podría formularse una primera hipótesis para resolver este impase: si la identificación
corresponde a un proceso profundo que da por terminada la complejidad edípica, determina
al sujeto y le permite forjarse un lugar frente al otro, sería insuficiente pensarla como una
simple ligazón afectiva o como un proceso pre- edípico. Bien podría formularse otra
objeción a lo hasta aquí planteado: no toda ligazón afectiva conduce a una identificación,
tal como lo demuestran los estudios hechos por el autor en relación con la melancolía.
Por lo pronto, puede vislumbrarse cómo Freud da un lugar de relevante a aquello que
denomina lo preedipico, puesto que durante esta etapa el sujeto construye una ”identidad”
basada en las ligazones libidinales y afectivas características de tal momento. Éstas sirven
pues, de entrada al Complejo de Edipo y marcan un precedente en el quehacer del sujeto: se
establecen como un modo de operar.
De otro lado, ha de anotarse que lo preedípico no sólo refiere a los vínculos que se
desarrollan con las figuras significativas de la primera infancia. Un estudio detallado de
este momento devela que la fase oral- canibalística cumple un rol importante en el proceso
de la identificación, toda vez que ofrece el paradigma de ésta. En palabras de Freud “la
meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en
calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante” (Tres ensayos
de teoría sexual, 1905).
De lo expresado pueden esclarecerse dos premisas: en primer lugar, que lo pre- edípico
estaría en función del camino hacia el ingreso a este complejo y que durante éste no existe
identificación alguna; ésta se produce a la salida: es pues, la que da un cierre a tal
problemática y la que confiere al niño un lugar en su familia – más adelante en la sociedad-.
Dicho esto, queda esclarecido que la identificación no es una instancia, sino un proceso
psíquico determinante dentro de la configuración del sujeto; cumple una labor fundamental
en lo que refiere a la estructuración del yo. En palabras de Freud “el carácter del yo es una
sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de estas
elecciones de objeto” (El Yo y el Ello, 1923).
Siendo esta la ruta de estudio que nos hemos propuesto como línea de investigación, se nos
hace evidente el largo recorrido que nos resta elaborar para acercarnos a la comprensión del
concepto de identificación desde la perspectiva Freudiana. Son múltiples los interrogantes
que se presentan al culminar la elaboración de este escrito. Es éste un abrebocas a una
investigación más ambiciosa a la que dedicaremos nuestro esfuerzo. Por lo pronto,
cerramos este primer acercamiento citando las palabras que en 1933 expresara el autor
refiriéndose a sus explicaciones sobre la identificación y la constitución del Superyó: “Ni
yo mismo estoy del todo satisfecho con estas puntualizaciones acerca de la identificación,
pero basta con que les parezca posible concederme que la institución del superyó se
describa como un caso logrado de identificación con la instancia parental”. (Tomado de
Nuevas Conferencias – Conferencia 31: La descomposición de la personalidad psíquica).