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LAS FAMILIAS VIVEN Y SIRVEN CON ESPERANZA EN EL SEÑOR: EL CASO DE

DEUTERONOMIO (Deuteronomio 4.5-14)


Leopoldo Cervantes-Ortiz
2 de mayo, 2021
Cuando ustedes estaban en el monte Horeb, Dios me dijo que los reuniera delante de él, pues
quería hablarles y enseñarles a obedecerlo todo el tiempo, para que del mismo modo ustedes
enseñaran a sus hijos. DEUTERONOMIO
4.10, TLA

En el entramado del Deuteronomio, cinco puntos juegan un papel decisivo un Dios, un pueblo,
una tierra, un santuario y una ley. No se trata de cabos sueltos, sino de cinco hilos entrelazados,
a los que se enganchan además otros muchos (elección, alianza, bendición-maldición, etcétera),
formando un vasto tejido. La unidad de Dios, proclamada al comienzo del Libro de la Ley (6.4),
determina la unidad de santuario y de culto de todo el pueblo de Israel (c. 12) Por la elección y
la alianza, Israel pasa a ser el pueblo de Dios, creándose entre ambos unos lazos especiales: la
unión total a Dios implica total separación de las naciones, cultos y prácticas que pondrían en
grave peligro o romperían esta comunión.1

Deuteronomio y las familias de Israel


Pocos libros de la Biblia están tan comprometidos con el tema de las familias y su continuidad
en la fe como parte de la historia del antiguo Israel como Deuteronomio. Como bien ha escrito
el especialista Edesio Sánchez, la comunidad que recibió este mensaje se situó en una época
nueva, muy distinta a la que se dirigió Moisés en los momentos cruciales del Éxodo. Ahora,
las familias debían rescatar su pasado para conmemorarlo y conseguir que las nuevas
generaciones se ubicaran ante Dios para llevar a cabo una nueva alianza con Él: “Ahora esta
comunidad, al igual que el Israel del Horeb, es convocada a oír la palabra de salvación y de
desafío de parte del Señor. La renovación de la alianza y la reubicación de las antiguas
tradiciones y leyes confirman a este pueblo que él es pueblo de Dios; que, así como el Israel
del Horeb, él también es convocado a pararse ante el mismo Dios y su siempre actual palabra
de gracia y juicio”.2 Las condiciones del pacto eran exactamente las mismas: se esperaba que
todo el pueblo obedeciese las leyes divinas y las pusiese por obra para instalar una nueva
forma de sociedad en el mundo, una sociedad alternativa, igualitaria y respetuosa de la
dignidad de todas las personas.
La figura de Moisés reaparece en el Deuteronomio para ser el portador de la enseñanza
que las nuevas generaciones de israelitas necesitaban a fin de poner en marcha ese proyecto
social basado en las enseñanzas antiguas revitalizadas por la acumulación de la experiencia y
por la fe probada en medio de las complejas circunstancias que habían vivido. La ocupación
de la tierra se presenta como el proyecto divino en el que deberían desplegar todo el potencial
de la Ley como constitución política, social, religiosa y cultural que normaría la vida del
pueblo. De ahí que las palabras de exhortación de Dt 4 tienen el tono requerido para establecer
dicho proyecto en la conciencia y en la vida cotidiana del pueblo: “Nuestro Dios me ha
ordenado enseñarles todos sus mandamientos, para que ustedes los obedezcan en el territorio
que van a ocupar. Así, cuando los demás pueblos oigan hablar de ellos, dirán que ustedes son

1
Félix García López, El Deuteronomio: una ley predicada. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 63),
p. 6.
2
“La familia en el Deuteronomio”, en Sociedad Bíblica Chilena, www.sbch.cl/sitio/la-familia-la-iglesia-
domestica/
un gran pueblo, sabio y entendido, pues tienen buenas enseñanzas y saben obedecerlas” (4.5-
6).
Ese pueblo debía diferenciarse de los demás, precisamente por la obediencia de los
mandamientos y la reglamentación religiosa: “No hay ningún otro pueblo que tenga tan cerca
a su Dios, como lo tenemos nosotros cuando le pedimos ayuda. Ni hay tampoco un pueblo que
tenga mandamientos tan justos como los que ustedes han recibido” (4.7-8).

Las familias viven y sirven con esperanza


“No olvidar”: ésa es la consigna de Dt 4.9 para todas las generaciones de Israel. La memoria
debía ejercitarse permanente para jamás hacer a un lado lo sucedido en los momentos
fundadores de la fe del pueblo. Edesio Sánchez resume muy bien el papel preservador de
dicho legado en las familias hebreas especialmente referido a la fiesta central, la Pascua, que
se celebraba en seno del hogar como el espacio laico por excelencia:

Toda una larga serie de pasajes en el Pentateuco y los Sapienciales señala el establecimiento de
regulaciones para todos los niveles de las relaciones familiares. Tales pasajes señalan que la familia era,
sobre todo, el centro de la instrucción religiosa. Como comunidad religiosa ella preservó las tradiciones
del pasado y las transmitió a través de la instrucción y la alabanza. La fiesta central en el Antiguo
Testamento, la Pascua, era un festival familiar, celebrado en el hogar. La Pascua era un rito que no
necesitaba de sacerdote o templo. Todo el ritual tenía como contexto el hogar y era el padre quien lo
presidía. En medio de la celebración, en el momento del “segundo vaso”, uno de los hijos hacía la
pregunta: ¿por qué esta noche es diferente a las otras? Y así se abría la oportunidad para narrar la historia
de la redención del pueblo, de manos de los egipcios. Esta práctica fue cuidada y transmitida de
generación en generación; Jesús y sus contemporáneos la celebraron igualmente (Ídem, énfasis
agregados).

Justamente eso es lo que subraya el v. 10: “Cuando ustedes estaban en el monte Horeb,
Dios me dijo que los reuniera delante de él, pues quería hablarles y enseñarles a obedecerlo
todo el tiempo, para que del mismo modo ustedes enseñaran a sus hijos”. Los momentos
extraordinarios que testificó la generación cercana a Moisés y que las nuevas familias ya no
verían debían seguir siendo la razón de ser de la fe y de la existencia de la comunidad a pesar
de la distancia cronológica en que habían sucedido. Cada detalle es recordado minuciosamente
en los siguientes versículos, en los que se despliega la presencia divina, aun cuando no fue
advertida por el pueblo (4.11-12). De esa manera recibieron los diez mandamientos en las
tablas de piedra que debían obedecerse para ocupar la tierra (13-14).
Las familias de Israel, portadoras de la memoria de esperanza debían ser también
servidoras de los demás, como parte de la nueva comunidad deseada por Dios. Tal como
afirma Sánchez Cetina: “He aquí el gran valor del Deuteronomio, que surge como un libro que
toma la palabra de Dios, hablada a una antigua generación, con sus pasadas tradiciones, y la
reactualiza para beneficio de un nuevo pueblo, una nueva generación. El Deuteronomio es
clara indicación de un hecho indiscutible del mensaje bíblico: que, si bien momento, historia y
audiencia varían, la palabra es la misma”.

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