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DS LA PAZ MARISCAL BRAUN DEPARTAMENTO DE LITERATURA

SELECCIÓN DEL CUENTO LATINOAMERICANO / S4

CONTENIDO
Ricardo Jaimes Freyre: Mario Benedetti:

En las montañas Corazonada

Juan José Arreola: Julio Cortázar:

El guardagujas Después del almuerzo

La migala Casa Tomada

Juan Rulfo: Julio Ramón Ribeyro:

Diles que no me maten Los gallinazos sin plumas

No oyes ladrar los perros Por las azoteas

Augusto Monterroso Luciano Lamberti

Mister Taylor La canción que cantábamos todos los días

El Eclipse

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Cuento Latinoamericano
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En las montañas

Ricardo Jaimes Freyre

Los dos viajeros bebían el último vaso de vino, de pie al largas briznas de yerba. Al lado del muro, un indio joven,
lado de la hoguera. La brisa fría de la mañana hacía en cuclillas, con una bolsa llena de maíz en una mano,
temblar ligeramente las alas de sus anchos sombreros de hacía saltar con la otra hasta su boca los granos
fieltro. El fuego palidecía ya bajo la luz indecisa y amarillos.
blanquecina de la aurora; se esclarecían vagamente los
Cuando los viajeros se disponían a partir, otros dos
extremos del ancho patio, y se trazaban sobre las
indios se presentaron en el enorme portón rústico.
sombras del fondo las pesadas columnas de barro que
Levantaron una de las gruesas vigas que incrustadas en
sostenían el techo de paja y cañas.
los muros cerraban el paso y penetraron en el vasto
Atados a una argolla de hierro fija en una de las patio. Su aspecto era humilde y miserable, y más
columnas, dos caballos completamente enjaezados, miserable y humilde lo tornaban las chaquetas
esperaban, con la cabeza baja, masticando con dificultad desganadas, las burdas camisas abiertas sobre el pecho,

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las cintas de cuero, llenas de nudos, de las sandalias, las —Pero tu caballo está muerto.
monteras informes, debajo de las cuales caían,
—Sin duda, está muerto; pero es porque lo he hecho
cubriendo las orejas y uniéndose bajo la barba, los
correr quince horas seguidas. ¡Ha sido un gran caballo!
extremos de los dudosos gorros de lana gris.
El tuyo no vale nada; míralo hace gestos con los huesos
Se aproximaron lentamente a los viajeros, que saltaban de las costillas y de las ancas. ¿Crees tú que soportará
ya sobre sus caballos, mientras el guía indio ajustaba a muchas horas?
su cintura la bolsa de maíz y anudaba fuertemente en
— Yo vendí mis llamas para comprar ese caballo para la
torno de sus piernas los lazos de sus sandalias.
fiesta de San Juan... Además, señor, tú has quemado mi
Los viajeros eran jóvenes aún; alto el uno, muy blanco, choza.
de mirada fría y dura; el otro, pequeño,
—Cierto, porque viniste a incomodarme con tus
moreno, de aspecto alegre.
lloriqueos. Yo te arrojé un tizón a la cabeza para que te
—Señor... murmuró uno de los indios. El viajero blanco marcharas y tú desviaste la cara y el tizón fue a caer en
se volvió a él.
 un montón de paja. No tengo la culpa. Debiste recibir con
respeto mi tizón. Y ¿tú qué quieres, Pedro? preguntó
—Hola; ¿qué hay, Tomás?

dirigiéndose al otro indio.
—Señor... déjame mi caballo...
—Vengo a suplicarte, señor, que no me quites mis tierras.
—¡Otra vez, imbécil! ¿Quieres que yo viaje a pie? Te he Son mías. Yo las he sembrado.
dado en cambio el mío, ya es bastante.


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—Este es asunto tuyo, Córdoba, dijo el caballero, —¡Pero no vamos a concluir nunca! ¿Me crees bastante
dirigiéndose a su acompañante. idiota para pagarte una oveja y algunas gallinas que me
has dado? ¿Imaginaste que íbamos a morir de hambre?
—No, por cierto; éste no es asunto mío. Yo he hecho lo
que me encomendaron. Tú, Pedro Quispe, no eres El viajero blanco, que empezaba a impacientarse,
dueño de esas tierras. ¿Dónde están tus títulos? Es exclamó:
decir, ¿dónde están tus papeles?
—Si seguimos escuchando a estos dos imbéciles nos
—Yo no tengo papeles, señor. Mi padre tampoco tenía quedamos aquí eternamente...
papeles, y el padre de mi padre no los
La cima de la montaña, en el flanco de la cual se
conocía. Y nadie ha querido quitarnos las tierras. Tú
apoyaba el amplio y rústico albergue, comenzaba a brillar
quieres darlas a otro. Yo no te he hecho
herida por los primeros rayos del sol. La estrecha
ningún mal.

hondonada se iluminaba lentamente y la desolada aridez
—¿Tienes guardada en alguna parte una bolsa de del paisaje, limitado de cerca por las sierras negruzcas,
monedas? Dame la bolsa y te dejo las tierras. se destacaba bajo el azul del cielo cortado a trechos por
las nubes plomizas que huían.
—Yo no tengo monedas ni podría juntar tanto dinero.

Córdoba hizo una seña al guía que se dirigió hacia el
—Entonces, no hay nada más que hablar. Déjame en
portón. Detrás de él salieron los dos
paz.
caballeros.
—Págame, pues, lo que me debes.

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Pedro Quispe se precipitó hacia ellos y asió las riendas Los viajeros comenzaban a subir por el flanco de la
de uno de los caballos. Un latigazo en el rostro lo hizo montaña; el guía con paso seguro y firme, marchaba
retroceder. Entonces los dos indios salieron del patio, indiferente, devorando sus granos de maíz. Cuando
corrieron velozmente hacia una colina próxima, treparon resonó la voz de la bocina, el indio se detuvo, miró
por ella con la rapidez y la seguridad de las vicuñas y al azorado a los dos caballeros y emprendió rapidísima
llegar a la cumbre tendieron la vista en torno suyo. carrera por una vereda abierta en los cerros. Breves
instantes después desaparecía a lo lejos.
En las gargantas y en los desfiladeros amarilleaban los
Córdoba, dirigiéndose a su compañero, exclamó:
pastos recién cortados; en las márgenes de los arroyos,
los pajonales y las cortaderas limitaban los cauces con —Álvarez, esos bribones nos quitan nuestro guía…
un muro caprichoso y ondulante; algunos rebaños de Álvarez detuvo su caballo y miró con inquietud en todas
cabras y de llamas corrían por las lomas o desaparecían direcciones…
en las grietas de los cerros, y aquí y allí una humareda
—El guía... Y ¿para qué lo necesitamos? Temo algo
anunciaba la proximidad de una choza o de un
peor.

campamento de indios viajeros.
La bocina seguía resonando y en lo alto del cerro la
Pedro Quispe aproximó a sus labios el cuerno, que
figura de Pedro Quispe se dibujada en el
llevaba colgado a su espalda y arrancó de él un son
fondo azul, sobre la rojiza desnudez de las cimas.
grave y prolongado. Detúvose un momento y prosiguió
después con notas estridentes y rápidas. Diríase que por las cuchillas y por las encrucijadas
pasaba un conjuro; detrás de los grandes hacinamientos

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de pasto, entre los pajonales bravíos y las agrias pero los peñascos los persiguieron. Parecía que se
malezas, bajo los anchos toldos de lona de los desmoronaba la cordillera. Los caballos, lanzados como
campamentos nómades, en las puertas de las chozas y una tempestad, saltaban sobre las rocas, apoyaban
en las cumbres de los montes lejanos, veíanse surgir y milagrosamente sus cascos en los picos salientes, y
desaparecer rápidamente figuras humanas. Deteníanse vacilaban en el espacio, a enorme altura.
un instante, dirigían sus miradas hacia la colina en la cual
En breve las montañas se coronaron de indios. Los
Pedro Quispe arrancaba incesantes sones
caballeros se precipitaron entonces hacia la angosta
a su bocina y se arrastraban después por los cerros,
garganta que serpenteaba a sus pies, por la cual corría
trepando cautelosamente.
dulcemente un hilo de agua delgado y cristalino.
Álvarez y Córdoba seguían ascendiendo por la montaña;
Se poblaron las hondonadas de extrañas armonías; el
sus caballos jadeaban entre las asperezas rocallosas,
son bronco y desapacible de los cuernos brotaba de
por el estrechísimo sendero, y los dos caballeros,
todas partes y en el extremo del desfiladero, sobre la
hondamente preocupados, se dejaban llevar en silencio.
claridad radiante que abría dos montañas, se irguió de
De pronto, una piedra enorme desprendida de la cima de pronto un grupo de hombres.
las sierras, pasó cerca de ellos, con un
largo rugido;
En ese momento, una piedra enorme chocó contra el
después otra... otra...
caballo de Álvarez; se le vio vacilar un instante y caer
Álvarez lanzó su caballo a escape obligándolo a luego y rodar por la falda de la montaña. Córdoba saltó a
flanquear la montaña. Córdoba lo imitó inmediatamente;

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tierra y empezó a arrastrarse hacia el punto en que se agrupaban en un extremo, silenciosas, y se veía entre
veía el grupo polvoroso del caballo y del caballero. sus dedos la danza vertiginosa del huso y el devanador.

Los indios comenzaban a bajar de las cimas; de las Cuando llegaron los perseguidores, traían atados sobre
grietas y de los recodos salían uno a uno, avanzando los caballos a los viajeros. Avanzaron hasta el centro de
cuidadosamente, deteniéndose a cada instante, con la la explanada, y allí los arrojaron en tierra, como dos
mirada observadora en el fondo de la quebrada. Cuando fardos. Las mujeres se aproximaron entonces y los
llegaron a la orilla del arroyo, divisaron a los dos viajeros. miraron con curiosidad, sin dejar de hilar, hablando en
Álvarez, tendido en tierra, estaba inerte. A su lado, su voz baja.
compañero, de pie, con los brazos cruzados, en la
Los indios deliberaron un momento. Después un grupo
desesperación de la impotencia, seguía fijamente el
se precipitó hacia el pie de la montaña. Regresó
descenso lento y temeroso de los indios.
conduciendo dos grandes cántaros y dos gruesas vigas.
En una pequeña planicie ondulada, formada por las Y mientras unos excavaban la tierra para fijar las vigas,
depresiones de las sierras que la limitan en sus cuatro los otros llenaban con el licor de los cántaros pequeños
extremos con cuatro anchas crestas, esperaban reunidos jarros de barro.
los viejos y las mujeres el resultado de la caza del
Y bebieron hasta que empezó el sol a caer sobre el
hombre. Las indias con sus cortas faldas redondas, de
horizonte, y no se oía sino el rumor de las
telas groseras, sus mantos sobre el pecho, sus monteras
conversaciones apagadas de las mujeres y el ruido del
resplandecientes, sus trenzas ásperas que caían sobre
las espaldas, sus pies desnudos, su aspecto sórdido, se

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líquido que caía dentro de las vasijas al levantarse los Moría la tarde. Los dos viajeros habían entregado,
jarros. mucho tiempo hacía, su alma al Gran Justiciero, y los
indios fatigados, hastiados ya, indiferentes, seguían
Pedro y Tomás se apoderaron de los cuerpos de los
hiriendo y lacerando los cuerpos.
caballeros y los ataron a los postes. Álvarez, que tenía
roto el espinazo, lanzó un largo gemido. Los dos indios lo Luego fue preciso jurar el silencio. Pedro Quispe trazó
desnudaron, arrojando lejos de sí, una por una, todas sus una cruz en el suelo y vinieron los hombres y las mujeres
prendas. Y las mujeres contemplaban admiradas los y besaron la cruz. Después desprendió de su cuello el
cuerpos blancos. rosario que no lo abandonaba nunca y los indios juraron
sobre él, y escupió en la tierra y los indios pasaron sobre
Después empezó el suplicio. Pedro Quispe arrancó la
la tierra húmeda.
lengua a Córdoba y le quemó los ojos.
Tomás llenó de pequeñas heridas, con un cuchillo, el Cuando los despojos ensangrentados desaparecieron y
cuerpo de Álvarez. Luego vinieron los demás indios y les se borraron las últimas huellas de la escena que acababa
arrancaron los cabellos, los apedrearon y les clavaron de desarrollarse en las asperezas de la altiplanicie, la
astillas en las heridas. Una india joven vertió, riendo, un inmensa noche caía sobre la soledad de las montañas.
gran jarro de chicha sobre la cabeza de Álvarez.

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El guardagujas

Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su -¿Lleva usted poco tiempo en este país?
gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T.
extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la
mañana mismo.
mano en visera miró los rieles que se perdían en el
horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la -Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que

hora justa en que el tren debía partir. debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la
fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio
Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada
ceniciento que más bien parecía un presidio.
muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un
viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la -Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.

mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de -Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay.
juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le
ansiedad: resultará más barato y recibirá mejor atención.

1. -¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.

-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?

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-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin -Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como
embargo, le daré unos informes. usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un
tanto averiados. En algunas poblaciones están
-Por favor...
sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas.
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la
sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso
debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi
que se refiere a la publicación de itinerarios y a la vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos.
expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo
enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y
boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. confortable vagón.
Falta solamente que los convoyes cumplan las
-¿Me llevará ese tren a T.?
indicaciones contenidas en las guías y que pasen
efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país -¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser
así lo esperan; mientras tanto, aceptan las precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si
irregularidades del servicio y su patriotismo les impide pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará
cualquier manifestación de desagrado. efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no
es el de T.?
-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?

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-Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido
Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es aprobados por los ingenieros de la empresa.
así?
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en
-Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para servicio?
viajeros podrá usted hablar con personas que han
-Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la
tomado sus precauciones, adquiriendo grandes
nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa
cantidades de boletos. Por regla general, las gentes
frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de
previsoras compran pasajes para todos los puntos del
un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir
país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera
a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
fortuna...
-¿Cómo es eso?
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo
usted... -En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe
recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular
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trenes por lugares intransitables. Esos convoyes
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser expedicionarios emplean a veces varios años en su
construido con el dinero de una sola persona que acaba trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas
de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta transformaciones importantes. Los fallecimientos no son
para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha
previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y

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un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los obligadas conversaciones triviales surgieron amistades
conductores depositar el cadáver de un viajero estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron
lujosamente embalsamado en los andenes de la estación pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea
que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes progresista llena de niños traviesos que juegan con los
forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. vestigios enmohecidos del tren.
Todo un lado de los vagones se estremece
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!
lamentablemente con los golpes que dan las ruedas
sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de -Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue

las previsiones de la empresa- se colocan del lado en usted a convertirse en héroe. No crea que faltan

que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y

resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos

rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más

queda totalmente destruido. gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que, en


un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una
-¡Santo Dios!
grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta
3 faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien,
el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos
los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario
accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable.
para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren
Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los
fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros
ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las

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al otro lado del abismo, que todavía reservaba la siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos
sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros,
resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y
empresa renunció definitivamente a la construcción del pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
puente, conformándose con hacer un atractivo descuento
-¿Y la policía no interviene?
en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar
esa molestia suplementaria. -Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada
estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía
-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los
-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su
proyecto. Se ve que es usted un hombre de venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de
convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa
primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces
mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde
convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un
larga, salen de la fonda en tumulto para invadir entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera
ruidosamente la estación. Muchas veces provocan correcta de abordar un convoy, aunque esté en
accidentes con su increíble falta de cortesía y de movimiento y a gran velocidad. También se les
prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a proporciona una especie de armadura para evitar que los
aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para demás pasajeros les rompan las costillas.

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4 -Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin


embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted
-Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas
llegue mañana mismo, tal como desea. La organización
contingencias?
de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la
-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay
en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que
haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren,
la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia:
empresa se ve obligada a echar mano de ciertos "Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución alguna, los
expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
han sido construidas en plena selva y llevan el nombre
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese
de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco
resultado?
de atención para descubrir el engaño. Son como las
decoraciones del teatro, y las personas que figuran en -Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le
ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted
fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a
veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus
rostro las señales de un cansancio infinito. historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.

-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí. -¿Qué está usted diciendo?

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En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de
llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser
parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados
de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los
sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el
todos los sentidos que puede tener una frase, por tren permanece detenido semanas enteras, mientras los
sencilla que sea. Del comentario más inocente saben viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los
sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la cristales.
menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría
-¿Y eso qué objeto tiene?
el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a
descender en una falsa estación perdida en la selva. -Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de

Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo

posible de alimentos y no ponga los pies en el andén lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que

antes de que vea en T. alguna cara conocida. un día se entreguen plenamente al azar, en manos de
una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
adónde van ni de dónde vienen.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se
5
lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira
usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la -Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?

trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas

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-Yo, señor, solo soy guardagujas. A decir verdad, soy un lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con
guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lotes
cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres
nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos
cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía
poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he de una muchachita?
referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando
reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a
al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese
que desciendan de los vagones, generalmente con el
momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un
pretexto de que admiren las bellezas de un determinado
brinco, y se puso a hacer señales ridículas y
lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas
desordenadas con su linterna.
célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la
gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez -¿Es el tren? -preguntó el forastero.

que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente.
escapa a todo vapor. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:

-¿Y los viajeros? -¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa

Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún estación. ¿Cómo dice que se llama?

tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en -¡X! -contestó el viajero.


colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en

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En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara


mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo
y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del
tren.

Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un


ruidoso advenimiento.

La migala

Juan José Arreola

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La migala discurre libremente por la casa, pero mi ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre
capacidad de horror no disminuye. definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal
que instalaría en mi casa para destruir, para anular al
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca
otro, el descomunal infierno de los hombres.
inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la
repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme La noche memorable en que solté a la migala en mi
el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse
brillando de pronto en una clara mirada. bajo un mueble, ha sido el principio de una vida
indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el
de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la
sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca
araña, que llena la casa con su presencia invisible.
de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces
comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, Todas las noches tiemblo en espera de la picadura
la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado,
espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con
vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso precisión, el paso cosquilleante de la araña sobre mi piel,
leve y denso de la araña, ese peso del cual podía su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin
descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma
la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente inútilmente se apresta y se perfecciona.
diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y

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Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por
que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se
nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece
vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras husmear, agitada, un invisible compañero.
me desvisto para echarme en la cama. A veces el
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el
silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he
pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo
aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.
soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado
la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado
la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He
llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima
de una superchería y que me hallo a merced de una falsa
migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado,
haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y
repugnante escarabajo.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he


consagrado a la migala con la certeza de mi muerte
aplazada. En las horas más agudas del insomnio,
cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza,

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Diles que no me maten

Juan Rulfo

¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles -No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy
eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les
caridad. dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las
cosas de este tamaño.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar
nada de ti. -Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí.
Nomás eso diles.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos
ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
Dios.
-No.
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
-Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia
sacará con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo

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él debe tener un alma. Dile que lo haga por la bendita tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién
salvación de su alma. resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto
tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba
estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don
sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio
Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle
vuelta para decir:
ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, acordaba:
¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por
-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo
Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de
lo que urge. Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el
pasto para sus animales.

Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después,

la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras

esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el otro sus animales hostigados por el hambre y que su

intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus

se le había ido. También se le había ido el hambre. No potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca

tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras

a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas para que se hartaran de comer. Y eso no le había

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gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca "Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque
para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto.
agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el
volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel.
pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado Todavía después se pagaron con lo que quedaba nomás
suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder por no perseguirme, aunque de todos modos me
probarlo. perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a
este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de
Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a
Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y
ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:
tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y
-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo
te lo mato. está.

Y él contestó: "Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba

-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente

animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y

se lo haiga si me los mata. la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los
muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes.
Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.
"Y me mató un novillo.

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"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado tirando de un lado para otro arrastrado por los
y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser
vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban: un puro pellejo correoso curtido por los malos días en
que tuvo que andar escondiéndose de todos.
"-Por ahí andan unos fuereños, Juvencio.
Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los
mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que
madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A
su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza
veces tenía que salir a la media noche, como si me
la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin
fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida. No
indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de
fue un año ni dos. Fue toda la vida."
no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había
Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que
nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría
creyendo que al menos sus últimos días los pasaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No
tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar podía. Mucho menos ahora.
viejo. Me dejarán en paz".
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera.
que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo.
estas alturas de su vida, después de tanto pelear para Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel
librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas

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secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo
iba. A morir. Se lo dijeron. de los caminos.

Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón Sus ojos, que se habían apeñuscado con los años,
en el estómago que le llegaba de pronto siempre que venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar
veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida.
ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre
agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor
que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le de la carne.
ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas
Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos,
en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de
saboreando cada pedazo como si fuera el último,
que lo mataran.
sabiendo casi que sería el último.
Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría
Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres
aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran
que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo
equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no
dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie,
al Juvencio Nava que era él.
muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado.
Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía.
brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no
viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los

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veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido
cuando para ver por dónde seguía el camino. entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no
volver a salir.
Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en
esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de
Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los
él había bajado a eso: a decirles que allí estaba bultos que se repegaban o se separaban de él. De
comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo
detuvieron. habían oído. Dijo:

Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver -Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada
con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las
cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si
después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se hubieran venido dormidos.
lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran
Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que
venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa
tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó
comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del
caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del
todo.
pueblo en medio de aquellos cuatro hombres
oscurecidos por el color negro de la noche.

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-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.

-Mi coronel, aquí está el hombre. Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:

Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, -Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si
con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de
salir a alguien. Pero sólo salió la voz: carrizos:

-¿Cuál hombre? -preguntaron. “-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo


busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil
-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos
crecer sabiendo que la cosa de donde podemos
mandó a traer.
agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso
-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió pasó.
a decir la voz de allá adentro.
"Luego supe que lo habían matado a machetazos,
-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la clavándole después una pica de buey en el estómago.
pregunta el sargento que estaba frente a él. Me contaron que duró más de dos días perdido y que,

-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía

vivido hasta hace poco. estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le


cuidaran a su familia.
-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.
"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de
-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.
olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que

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hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame
con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates!
ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se ¡Diles que no me maten!.
haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su
ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que
sombrero contra la tierra. Gritando.
siga viviendo. No debía haber nacido nunca".
En seguida la voz de allá adentro dijo:
Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo.
Después ordenó: -Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se
emborrache para que no le duelan los tiros.
-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y
luego fusílenlo! Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí
arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo
-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No
Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y
tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me
ahora otra vez venía.
mates...!
Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al
-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.
aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le
-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. metió su cabeza dentro de un costal para que no diera
Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se
Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de
un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier

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Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia
difunto. como te dieron.

-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te


mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les
afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con

No oyes ladrar los perros

Juan Rulfo

—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna  —No se ve nada.
señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
 —Pobre de ti, Ignacio.
 —No se ve nada.
La sombra larga y negra de los hombres siguió
 —Ya debemos estar cerca.
moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras,
 —Sí, pero no se oye nada. disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla
del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
 —Mira bien.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada
redonda.

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—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le
que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le
ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares
estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía
hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio. trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza
—Sí, pero no veo rastro de nada. como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no
morderse la lengua y cuando acababa aquello le
—Me estoy cansando.
preguntaba:
—Bájame. —¿Te duele mucho?
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el
—Algo —contestaba él.
paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus
hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí...
sentarse, porque después no hubiera podido levantar el Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me
cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta
habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna.
traído desde entonces. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les
llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su
—¿Cómo te sientes?
sombra sobre la tierra.
—Mal.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir.

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Cuento Latinoamericano
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Pero nadie le contestaba. —Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré
quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su
con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te
cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y
dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
él acá abajo.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
volvió a enderezarse.
Y el otro se quedaba callado.
—Te llevaré a Tonaya.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y
—Bájame.
luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del
—Quiero acostarme un rato.
cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y
Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que —Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La
vas allá arriba, Ignacio? cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió
los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar
—Bájame, padre.
la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—¿Te sientes mal?
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por
—Sí. su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo

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Cuento Latinoamericano
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hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que
allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también
llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde
que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
usted no le debo más que puras dificultades, puras
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que
mortificaciones, puras vergüenzas.
puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sordo.
sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar. —No veo nada.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para
—Peor para ti, Ignacio.
que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy
seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a —Tengo sed.
sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es
vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal
que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en
de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He
el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los
maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que
perros. Haz por oír.
a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le
pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije —Dame agua.

desde que supe que usted andaba trajinando por los —Aquí no hay agua. No hay más que piedras.
caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar

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agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como
puedo. de lágrimas.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella.
Despertabas con hambre y comías para volver a Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le
dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve?
acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los
muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien
a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra
madre, que descanse en paz, quería que te criaras lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz
sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a
de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso
tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella
de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el
estuviera viva a estas alturas.
último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si
hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar lo hubieran descoyuntado.
los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció
que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.

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Cuento Latinoamericano
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Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había


venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó
cómo por todas partes ladraban los perros.

—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni


siquiera con esta esperanza.

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Mr. Taylor

Augusto Monterroso

-Menos rara, aunque sin duda más ejemplar -dijo dorado sol tropical. Pero esto no afligía la humilde
entonces el otro-, es la historia de Mr. Percy Taylor, condición de Mr. Taylor porque había leído en el primer
cazador de cabezas en la selva amazónica. tomo de las Obras Completas de William G. Knight que si
no se siente envidia de los ricos la pobreza no deshonra.
Se sabe que en 1937 salió de Boston, Massachusetts, en
donde había pulido su espíritu hasta el extremo de no En pocas semanas los naturales se acostumbraron a él y
tener un centavo. En 1944 aparece por primera vez en a su ropa extravagante. Además, como tenía los ojos
América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo azules y un vago acento extranjero, el Presidente y el
con los indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta Ministro de Relaciones Exteriores lo trataban con singular
recordar. respeto, temerosos de provocar incidentes
internacionales.
Por sus ojeras y su aspecto famélico pronto llegó a ser
conocido allí como "el gringo pobre", y los niños de la Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la
escuela hasta lo señalaban con el dedo y le tiraban selva en busca de hierbas para alimentarse. Había
piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el caminado cosa de varios metros sin atreverse a volver el

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rostro, cuando por pura casualidad vio a través de la Grande fue el regocijo con que Mr. Taylor regresó a su
maleza dos ojos indígenas que lo observaban choza. Esa noche, acostado boca arriba sobre la precaria
decididamente. Un largo estremecimiento recorrió la estera de palma que le servía de lecho, interrumpido tan
sensitiva espalda de Mr. Taylor. Pero Mr. Taylor, intrépido, solo por el zumbar de las moscas acaloradas que
arrostró el peligro y siguió su camino silbando como si revoloteaban en torno haciéndose obscenamente el
nada hubiera pasado. amor, Mr. Taylor contempló con deleite durante un buen
rato su curiosa adquisición. El mayor goce estético lo
De un salto (que no hay para qué llamar felino) el nativo
extraía de contar, uno por uno, los pelos de la barba y el
se le puso enfrente y exclamó:
bigote, y de ver de frente el par de ojillos entre irónicos
-Buy head? Money, money. que parecían sonreírle agradecidos por aquella

A pesar de que el inglés no podía ser peor, Mr. Taylor, deferencia.

algo indispuesto, sacó en claro que el indígena le ofrecía Hombre de vasta cultura, Mr. Taylor solía entregarse a la
en venta una cabeza de hombre, curiosamente reducida, contemplación; pero esta vez en seguida se aburrió de
que traía en la mano. sus reflexiones filosóficas y dispuso obsequiar la cabeza

Es innecesario decir que Mr. Taylor no estaba en a un tío suyo, Mr. Rolston, residente en Nueva York,

capacidad de comprarla; pero como aparentó no quien desde la más tierna infancia había revelado una

comprender, el indio se sintió terriblemente disminuido fuerte inclinación por las manifestaciones culturales de

por no hablar bien el inglés, y se la regaló pidiéndole los pueblos hispanoamericanos.

disculpas.

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Pocos días después el tío de Mr. Taylor le pidió -previa humanas reducidas en escala industrial, en tanto que Mr.
indagación sobre el estado de su importante salud- que Rolston las vendería lo mejor que pudiera en su país.
por favor lo complaciera con cinco más. Mr. Taylor
Los primeros días hubo algunas molestas dificultades
accedió gustoso al capricho de Mr. Rolston y -no se sabe
con ciertos tipos del lugar. Pero Mr. Taylor, que en Boston
de qué modo- a vuelta de correo "tenía mucho agrado en
había logrado las mejores notas con un ensayo sobre
satisfacer sus deseos". Muy reconocido, Mr. Rolston le
Joseph Henry Silliman, se reveló como político y obtuvo
solicitó otras diez. Mr. Taylor se sintió "halagadísimo de
de las autoridades no sólo el permiso necesario para
poder servirlo". Pero cuando pasado un mes aquél le
exportar, sino, además, una concesión exclusiva por
rogó el envío de veinte, Mr. Taylor, hombre rudo y
noventa y nueve años. Escaso trabajo le costó convencer
barbado pero de refinada sensibilidad artística, tuvo el
al guerrero Ejecutivo y a los brujos Legislativos de que
presentimiento de que el hermano de su madre estaba
aquel paso patriótico enriquecería en corto tiempo a la
haciendo negocio con ellas.
comunidad, y de que luego luego estarían todos los
Bueno, si lo quieren saber, así era. Con toda franqueza, sedientos aborígenes en posibilidad de beber (cada vez
Mr. Rolston se lo dio a entender en una inspirada carta que hicieran una pausa en la recolección de cabezas) de
cuyos términos resueltamente comerciales hicieron vibrar beber un refresco bien frío, cuya fórmula mágica él
como nunca las cuerdas del sensible espíritu de Mr. mismo proporcionaría.
Taylor.
Cuando los miembros de la Cámara, después de un
De inmediato concertaron una sociedad en la que Mr. breve pero luminoso esfuerzo intelectual, se dieron
Taylor se comprometía a obtener y remitir cabezas cuenta de tales ventajas, sintieron hervir su amor a la

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patria y en tres días promulgaron un decreto exigiendo al Instituto Danfeller, el que a su vez donó, como de rayo,
pueblo que acelerara la producción de cabezas tres y medio millones de dólares para impulsar el
reducidas. desenvolvimiento de aquella manifestación cultural, tan
excitante, de los pueblos hispanoamericanos.
Contados meses más tarde, en el país de Mr. Taylor las
cabezas alcanzaron aquella popularidad que todos Mientras tanto, la tribu había progresado en tal forma que
recordamos. Al principio eran privilegio de las familias ya contaba con una veredita alrededor del Palacio
más pudientes; pero la democracia es la democracia y, Legislativo. Por esa alegre veredita paseaban los
nadie lo va a negar, en cuestión de semanas pudieron domingos y el Día de la Independencia los miembros del
adquirirlas hasta los mismos maestros de escuela. Congreso, carraspeando, luciendo sus plumas, muy
serios, riéndose, en las bicicletas que les había
Un hogar sin su correspondiente cabeza teníase por un
obsequiado la Compañía.
hogar fracasado. Pronto vinieron los coleccionistas y, con
ellos, las contradicciones: poseer diecisiete cabezas llegó Pero, ¿que quieren? No todos los tiempos son buenos.
a ser considerado de mal gusto; pero era distinguido Cuando menos lo esperaban se presentó la primera
tener once. Se vulgarizaron tanto que los verdaderos escasez de cabezas.
elegantes fueron perdiendo interés y ya sólo por
Entonces comenzó lo más alegre de la fiesta.
excepción adquirían alguna, si presentaba cualquier
particularidad que la salvara de lo vulgar. Una, muy rara, Las meras defunciones resultaron ya insuficientes. El

con bigotes prusianos, que perteneciera en vida a un Ministro de Salud Pública se sintió sincero, y una noche

general bastante condecorado, fue obsequiada al caliginosa, con la luz apagada, después de acariciarle un

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ratito el pecho como por no dejar, le confesó a su mujer y, justo es decirlo, el tronco y las extremidades a los
que se consideraba incapaz de elevar la mortalidad a un dolientes.
nivel grato a los intereses de la Compañía, a lo que ella
La legislación sobre las enfermedades ganó inmediata
le contestó que no se preocupara, que ya vería cómo
resonancia y fue muy comentada por el Cuerpo
todo iba a salir bien, y que mejor se durmieran.
Diplomático y por las Cancillerías de potencias amigas.
Para compensar esa deficiencia administrativa fue
De acuerdo con esa memorable legislación, a los
indispensable tomar medidas heroicas y se estableció la
enfermos graves se les concedían veinticuatro horas
pena de muerte en forma rigurosa.
para poner en orden sus papeles y morirse; pero si en
Los juristas se consultaron unos a otros y elevaron a la este tiempo tenían suerte y lograban contagiar a la
categoría de delito, penado con la horca o el familia, obtenían tantos plazos de un mes como parientes
fusilamiento, según su gravedad, hasta la falta más fueran contaminados. Las víctimas de enfermedades
nimia. leves y los simplemente indispuestos merecían el
desprecio de la patria y, en la calle, cualquiera podía
Incluso las simples equivocaciones pasaron a ser hechos
escupirle el rostro. Por primera vez en la historia fue
delictuosos. Ejemplo: si en una conversación banal,
reconocida la importancia de los médicos (hubo varios
alguien, por puro descuido, decía "Hace mucho calor", y
candidatos al premio Nóbel) que no curaban a nadie.
posteriormente podía comprobársele, termómetro en
Fallecer se convirtió en ejemplo del más exaltado
mano, que en realidad el calor no era para tanto, se le
patriotismo, no sólo en el orden nacional, sino en el más
cobraba un pequeño impuesto y era pasado ahí mismo
glorioso, en el continental.
por las armas, correspondiendo la cabeza a la Compañía

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Con el empuje que alcanzaron otras industrias ¿Y Mr. Taylor? Para ese tiempo ya había sido designado
subsidiarias (la de ataúdes, en primer término, que consejero particular del Presidente Constitucional. Ahora,
floreció con la asistencia técnica de la Compañía) el país y como ejemplo de lo que puede el esfuerzo individual,
entró, como se dice, en un periodo de gran auge contaba los miles por miles; mas esto no le quitaba el
económico. Este impulso fue particularmente sueño porque había leído en el último tomo de las Obras
comprobable en una nueva veredita florida, por la que completas de William G. Knight que ser millonario no
paseaban, envueltas en la melancolía de las doradas deshonra si no se desprecia a los pobres.
tardes de otoño, las señoras de los diputados, cuyas
Creo que con ésta será la segunda vez que diga que no
lindas cabecitas decían que sí, que sí, que todo estaba
todos los tiempos son buenos. Dada la prosperidad del
bien, cuando algún periodista solícito, desde el otro lado,
negocio llegó un momento en que del vecindario sólo
las saludaba sonriente sacándose el sombrero.
iban quedando ya las autoridades y sus señoras y los
Al margen recordaré que uno de estos periodistas, quien periodistas y sus señoras. Sin mucho esfuerzo, el
en cierta ocasión emitió un lluvioso estornudo que no cerebro de Mr. Taylor discurrió que el único remedio
pudo justificar, fue acusado de extremista y llevado al posible era fomentar la guerra con las tribus vecinas.
paredón de fusilamiento. Sólo después de su abnegado ¿Por qué no? El progreso.
fin los académicos de la lengua reconocieron que ese
Con la ayuda de unos cañoncitos, la primera tribu fue
periodista era una de las más grandes cabezas del país;
limpiamente descabezada en escasos tres meses. Mr.
pero una vez reducida quedó tan bien que ni siquiera se
Taylor saboreó la gloria de extender sus dominios. Luego
notaba la diferencia.
vino la segunda; después la tercera y la cuarta y la

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quinta. El progreso se extendió con tanta rapidez que siguiente muy temprano, al despertar, la buscas y te
llegó la hora en que, por más esfuerzos que realizaron hallas con el vacío.
los técnicos, no fue posible encontrar tribus vecinas a
Sin embargo, penosamente, el negocio seguía
quienes hacer la guerra.
sosteniéndose. Pero ya se dormía con dificultad, por el
Fue el principio del fin. temor a amanecer exportado.

Las vereditas empezaron a languidecer. Sólo de vez en En la patria de Mr. Taylor, por supuesto, la demanda era
cuando se veía transitar por ellas a alguna señora, a cada vez mayor. Diariamente aparecían nuevos inventos,
algún poeta laureado con su libro bajo el brazo. La pero en el fondo nadie creía en ellos y todos exigían las
maleza, de nuevo, se apoderó de las dos, haciendo difícil cabecitas hispanoamericanas.
y espinoso el delicado paso de las damas. Con las
Fue para la última crisis. Mr. Rolston, desesperado, pedía
cabezas, escasearon las bicicletas y casi desaparecieron
y pedía más cabezas. A pesar de que las acciones de la
del todo los alegres saludos optimistas.
Compañía sufrieron un brusco descenso, Mr. Rolston
El fabricante de ataúdes estaba más triste y fúnebre que estaba convencido de que su sobrino haría algo que lo
nunca. Y todos sentían como si acabaran de recordar de sacara de aquella situación.
un grato sueño, de ese sueño formidable en que tú te
Los embarques, antes diarios, disminuyeron a uno por
encuentras una bolsa repleta de monedas de oro y la
mes, ya con cualquier cosa, con cabezas de niño, de
pones debajo de la almohada y sigues durmiendo y al día
señoras, de diputados.

De repente cesaron del todo.

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Un viernes áspero y gris, de vuelta de la Bolsa, aturdido


aún por la gritería y por el lamentable espectáculo de
pánico que daban sus amigos, Mr. Rolston se decidió a
saltar por la ventana (en vez de usar el revólver, cuyo
ruido lo hubiera llenado de terror) cuando al abrir un
paquete del correo se encontró con la cabecita de Mr.
Taylor, que le sonreía desde lejos, desde el fiero
Amazonas, con una sonrisa falsa de niño que parecía
decir: "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer."

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El eclipse

Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus
que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de temores, de su destino, de sí mismo.
Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva.
Tres años en el país le habían conferido un mediano
Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad
dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas
a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna
palabras que fueron comprendidas.
esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España
distante, particularmente en el convento de los Abrojos, Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su

donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de talento y de su cultura universal y de su arduo

su eminencia para decirle que confiaba en el celo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día

religioso de su labor redentora. se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más


íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de
sus opresores y salvar la vida.
indígenas de rostro impasible que se disponían a
sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le

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-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin
oscurezca en su altura. ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las
infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé
lunares, que los astrónomos de la comunidad maya
sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se
habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa
produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin
ayuda de Aristóteles.
cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé


Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra
de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol

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Corazonada

Mario Benedetti

Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba teléfono 413723. Escribano Perrone, Larraíaga 3362, sin
a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, teléfono." Ningún gesto. "¿Motivos del cese?" Segunda
estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote de estrofa, más tranquila: "En el primer caso, mala comida.
bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. En el segundo, el hijo mayor. En el tercero, trabajo de
Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba. Tenía mula." "Aquí", dijo ella, "hay bastante que hacer". "Me lo
cara de caballo y cofia y delantal. "Vengo por el aviso", imagino." " Pero hay otra muchacha, y además mi hija y
dije. "Ya lo sé", gruñó ella y me dejó en el zaguán, yo ayudamos. " "Sí, señora." Me estudió de nuevo. Por
mirando las baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, primera vez me di cuenta que de tanto en tanto
la araña de ocho bombitas y una especie de cancel. parpadeo. "¿Edad?" "Diecinueve." "¿Tenés novio?"
"Tenía." Subió las cejas. Aclaré por las dudas: "Un
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una
atrevido. Nos peleamos por eso." La Vieja sonrió sin
Virgen, pero sólo como. "Buenos días." "¿Su nombre?"
entregarse. "Así me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un
"Celia." "¿Celia qué?" "Celia Ramos." Me barrió de una
hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni de mover el
mirada. La pipeta. "¿Referencias?" Dije tartamudeando la
trasero." Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. "En
primera estrofa: "Familia Suárez, Maldonado 1346,
casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de
teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252,

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hijos naturales, ¿estamos?" "Sí, señora." ¡Ula Marula! atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por
Después de los tres primeros días me resigné a obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo,
soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos pormigo misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces,
saltones para que se me pusieran los nervios de punta. pero cuidándome de no parecer demasiado asquerosa.
Es que la vieja parecía verle a una hasta el hígado. No Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. "Hay
así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de ocai otra muchacha" había dicho la Vieja. Es decir, había. A
y rumi que me trataba como a otro mueble y estaba muy mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. "Yo y
poco en la casa. Y menos todavía el patrón, don Celso, mi hija ayudamos", había agregado. A ensuciar los
un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con platos, cómo no. A quién va a ayudar la vieja, vamos, con
cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez esa bruta panza de tres papadas y esa metida con los
encontré mirándome los senos por encima de Acción. En episodios. Que a mí me gustase Isolina o la Burgueño,
cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la excusa vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de
del diario para investigarme como cosa suya. Juro que avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo
obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero con explico ni me lo explicaré. A quién va a ayudar la niña
malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un Estercita, que se pasa reventándose los granos, jugando
poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el
propia. Me han dicho que en Buenos Aires hay un doctor Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las corazonadas,
japonés que arregla eso, pero mientras tanto no es de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono
posible sofocar mi naturaleza. O sea que el muchacho se bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se
impresionó. Primero se le iban los ojos, después me está bañando en cueros con el menor de los Gómez

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Taibo en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, en gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había
seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van leído, porque nunca se sabe. El veintiocho a las dos de la
ayudar! Todo el trabajo para mí y aguantate piola. ¿Qué tarde, sólo quedamos en la casa la niña Estercita y yo.
tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito, Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una
bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón
manos, yo le haya aplicado el sosegate y que frases como ésta: "Xx xxx x xx xxxx xxx xx xxxxx".
habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo con
La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me
ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres
fui a una pensión decente y barata de la calle
es la honradez y basta. Él se rió muy canchero y había
Washington. A nadie le di mis señas, pero a un amigo de
empezado a decirme: "Ya verás, putita", cuando apareció
Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito
la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los
apareció una noche y yo lo recibí delante de doña Cata,
ojos y mutis por el foro. La Vieja puso entonces cara de
que desde hace unos años dirige la pensión. Él se
al fin solos y me encajó bruta trompada en la oreja, en
disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver.
tanto que me trataba de comunista y de ramera. Yo le
No se la di. En lo que estuve bien porque desde
dije: "Usted a mí no me pega, ¿sabe?" y allí nomás
entonces no faltó una noche. Fuimos a menudo al cine y
demostró lo contrario. Peor para ella. Fue ese segundo
hasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el
golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se la
tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar
guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba.
directamente qué era lo que yo pretendía. Allí tuve una
Estábamos a veintitrés y yo precisaba como el pan esos
siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un papel

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corazonada: "No pretendo nada, porque lo que yo querría como loca", dijo el Tito, "no sé qué hacer". Pero yo sí
no puedo pretenderlo". sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola, porque
don Celso se va a Punta del Este, Estercita juega al tenis
Como ésta era la primera cosa amable que oía de mis
y Tito sale con su barrita de La Vascongada. O sea que a
labios se conmovió bastante, lo suficiente para meter la
las siete me fui a un monedero y llamé al nueve siete
pata. "¿Por qué?", dijo a gritos, "si ése es el motivo, te
cero tres ocho. "Hola", dijo ella. La misma voz gangosa,
prometo que..." Entonces como si él hubiera dicho lo que
impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la
no dijo, le pregunté: "Vos sí... pero, ¿y tu familia?" "Mi
cara embadurnada, la toalla como turbante en la cabeza.
familia soy yo", dijo el pobrecito.
"Habla Celia", y antes de que colgara: "No corte, señora,
Después de esa compadrada siguió viniendo y con él le interesa." Del otro lado no dijeron ni mu. Pero
llegaban flores, caramelos, revistas. Pero yo no cambié. escuchaban. Entonces le pregunté si estaba enterada de
Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta doña una carta de papel gris que don Celso guardaba en su
Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había escritorio. Silencio. "Bueno, la tengo yo." Después le
dicho al padre. Don Celso había contestado: "Lo que pregunté si conocía una foto en que la niña Estercita
faltaba." Pero después se ablandó. Un tipo pierna. aparecía bañándose con el menor de los Gómez Taibo.
Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me Un minuto de silencio. "Bueno, también la tengo yo."
importa. En cambio la Vieja se puso verde. A Tito lo trató Esperé por las dudas, pero nada. Entonces dije:
de idiota, a don Celso de cero a la izquierda, a Estercita "Piénselo, señora" y corté. Fui yo la que corté, no ella. Se
de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca, habrá quedado mascando su bronca con la cara
nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. "Está embadurnada y la toalla en la cabeza. Bien hecho. A la

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semana llegó el Tito radiante, y desde la puerta gritó: "¡La


vieja afloja! ¡La vieja afloja!" Claro que afloja. Estuve por
dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara.
"No se opone pero exige que no vengas a casa." ¿Exige?
¡Las cosas que hay que oír! Bueno, el veinticinco nos
casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez,
en la mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito
de mil y Estercita me mandó un telegrama que -está mal
que lo diga- me hizo pensar a fondo: "No creas que salís
ganando. Abrazos, Ester."

En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer


me encontré en la tienda con la Vieja. Estuvimos codo
con codo, revolviendo saldos. De pronto me miró de
refilón desde abajo del velo. Yo me hice cargo. Tenía dos
caminos: o ignorarme o ponerme en vereda.

Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató


de usted. "¿Qué tal, cómo le va?" Entonces tuve una
corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de
nailon, le contesté tranquila: "Yo bien, ¿y usted, mamá?"

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Después del almuerzo

Julio Cortázar

Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en manos juntas, y yo le veo el pelo gris que le cae sobre la
mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron casi en frente y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que
seguida a decirme que esa tarde tenía que llevarlo de claro, en seguida. Entonces se fueron sin decir nada más
paseo. y yo empecé a vestirme, con el único consuelo de que
iba a estrenar unos zapatos amarillos que brillaban y
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro,
brillaban.
que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a
decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación
tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y dijo que podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde
se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, siempre le gusta meterse por la tarde. Tía Encarnación
me clava los ojos y yo siento que se me van entrando debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por
cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto tener que salir con él, porque me pasó la mano por la
de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, cabeza y después se agachó y me dio un beso en la
que claro, en seguida. Mamá en esos casos no dice nada frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo.
y no me mira, pero se queda un poco atrás con las dos

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-Para que te compres alguna cosa -me dijo al oído-. Y no del vigilante hablando con papá en la puerta, y después
te olvides de darle un poco, es preferible. papá sirviendo dos vasos de caña, y mamá llorando en
su cuarto. Era injusto que me lo pidieran.
Yo la besé en la mejilla, más contento, y pasé delante de
la puerta de la sala donde estaban papá y mamá jugando Por la mañana había llovido y las veredas de Buenos
a las damas. Creo que les dije hasta luego, alguna cosa Aires están cada vez más rotas, apenas se puede andar
así, y después saqué el billete de cinco pesos para sin meter los pies en algún charco. Yo hacía lo posible
alisarlo bien y guardarlo en mi cartera donde ya había para cruzar por las partes más secas y no mojarme los
otro billete de un peso y monedas. zapatos nuevos, pero en seguida vi que a él le gustaba
meterse en el agua, y tuve que tironear con todas mis
Lo encontré en un rincón del cuarto, lo agarré lo mejor
fuerzas para obligarlo a ir de mi lado. A pesar de eso
que pude y salimos por el patio hasta la puerta que daba
consiguió acercarse a un sitio donde había una baldosa
al jardín de adelante. Una o dos veces sentí la tentación
un poco más hundida que las otras, y cuando me di
de soltarlo, volver adentro y decirles a papá y mamá que
cuenta ya estaba completamente empapado y tenía
él no quería venir conmigo, pero estaba seguro de que
hojas secas por todas partes. Tuve que pararme,
acabarían por traerlo y obligarme a ir con él hasta la
limpiarlo, y todo el tiempo sentía que los vecinos estaban
puerta de calle. Nunca me habían pedido que lo llevara al
mirando desde los jardines, sin decir nada pero mirando.
centro, era injusto que me lo pidieran porque sabían muy
No quiero mentir, en realidad no me importaba tanto que
bien que la única vez que me habían obligado a pasearlo
nos miraran (que lo miraran a él, y a mí que lo llevaba de
por la vereda había ocurrido esa cosa horrible con el gato
paseo); lo peor era estar ahí parado, con un pañuelo que
de los Álvarez. Me parecía estar viendo todavía la cara

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Cuento Latinoamericano
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se iba mojando y llenando de manchas de barro y me afligí al subir, porque el tranvía estaba casi lleno y no
pedazos de hojas secas, teniendo que sujetarlo al mismo había ningún asiento doble desocupado. El viaje era
tiempo para que no volviera a acercarse al charco. demasiado largo para quedarnos en la plataforma, el
Además yo estoy acostumbrado a andar por las calles guarda me hubiera mandado que me sentara y lo pusiera
con las manos en los bolsillos del pantalón, silbando o en alguna parte; así que lo hice entrar en seguida y lo
mascando chicle, o leyendo las historietas mientras con llevé hasta un asiento del medio donde una señora
la parte de abajo de los ojos voy adivinando las baldosas ocupaba el lado de la ventanilla. Lo mejor hubiera sido
de las veredas que conozco perfectamente desde mi sentarse detrás de él para vigilarlo, pero el tranvía estaba
casa hasta el tranvía, de modo que sé cuándo paso lleno y tuve que seguir adelante y sentarme bastante
delante de la casa de la Tita o cuándo voy a llegar a la más lejos. Los pasajeros no se fijaban mucho, a esa hora
esquina de Carabobo. Y ahora no podía hacer nada de la gente va haciendo la digestión y está medio dormida
eso y el pañuelo me empezaba a mojar el forro del con los barquinazos del tranvía. Lo malo fue que el
bolsillo y sentía la humedad en la pierna, era como para guarda se paró al lado del asiento donde yo lo había
no creer en tanta mala suerte junta. instalado, golpeando con una moneda en el fierro de la
máquina de los boletos, y yo tuve que darme vuelta y
A esa hora el tranvía viene bastante vacío, y yo rogaba
hacerle señas de que viniera a cobrarme a mí,
que pudiéramos sentarnos en el mismo asiento,
mostrándole la plata para que comprendiera que tenía
poniéndolo a él del lado de la ventanilla para que
que darme dos boletos, pero el guarda era uno de esos
molestara menos. No es que se mueva demasiado, pero
chinazos que están viendo las cosas y no quieren
a la gente le molesta lo mismo y yo comprendo. Por eso
entender, dale con la moneda golpeando contra la

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máquina. Me tuve que levantar (y ahora dos o tres cualquier cosa que diera la impresión de un tic nervioso o
pasajeros me miraban) y acercarme al otro asiento. «Dos algo así.
boletos», le dije. Cortó uno, me miró un momento, y
Como a las ocho cuadras no sé por qué me pareció que
después me alcanzó el boleto y miró para abajo, medio
la señora que iba del lado de la ventanilla se iba a bajar.
de reojo. «Dos, por favor», repetí, seguro de que todo el
Eso era lo peor, porque le iba a decir algo para que la
tranvía ya estaba enterado. El chinazo cortó el otro
dejara pasar, y cuando él no se diera cuenta o no
boleto y me lo dio, iba a decirme algo pero yo le alcancé
quisiera darse cuenta, a lo mejor la señora se enojaba y
la plata y me volví en dos trancos a mi asiento, sin mirar
quería pasar a la fuerza, pero yo sabía lo que iba a
para atrás. Lo peor era que a cada momento tenía que
ocurrir en ese caso y estaba con los nervios de punta, de
darme vuelta para ver si seguía quieto en el asiento de
manera que empecé a mirar para atrás antes de llegar a
atrás, y con eso iba llamando la atención de algunos
cada esquina, y en una de esas me pareció que la
pasajeros. Primero decidí que sólo me daría vuelta al
señora estaba ya a punto de levantarse, y hubiera jurado
pasar cada esquina, pero las cuadras me parecían
que le decía algo porque miraba de su lado y yo creo que
terriblemente largas y a cada momento tenía miedo de
movía la boca. Justo en ese momento una vieja gorda se
oír alguna exclamación o un grito, como cuando el gato
levantó de uno de los asientos cerca del mío y empezó a
de los Álvarez. Entonces me puse a contar hasta diez,
andar por el pasillo, y yo iba detrás queriendo empujarla,
igual que en las peleas, y eso venía a ser más o menos
darle una patada en las piernas para que se apurara y
media cuadra. Al llegar a diez me daba vuelta
me dejara llegar al asiento donde la señora había
disimuladamente, por ejemplo arreglándome el cuello de
agarrado una canasta o algo en el suelo y ya se
la camisa o metiendo la mano en el bolsillo del saco,

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levantaba para salir. Al final creo que la empujé, la oí que explicaba. Una o dos veces me pareció que estaba a
protestaba, no sé cómo llegué al lado del asiento y punto de levantar la ventanilla, y tuve que pasar el brazo
conseguí sacarlo a tiempo para que la señora pudiera por detrás y sujetarla por el marco. A lo mejor eran cosas
bajarse en la esquina. Entonces lo puse contra la mías, tampoco quiero asegurar que estuviera por
ventanilla y me senté a su lado, tan feliz aunque cuatro o levantar la ventanilla y tirarse. Por ejemplo, cuando lo del
cinco idiotas me estuvieran mirando desde los asientos inspector me olvidé completamente del asunto y sin
de adelante y desde la plataforma donde a lo mejor el embargo no se tiró. El inspector era un tipo alto y flaco
chinazo les había dicho alguna cosa. que apareció por la plataforma delantera y se puso a
marcar los boletos con ese aire amable que tienen
Ya andábamos por el Once, y afuera se veía un sol
algunos inspectores. Cuando llegó a mi asiento le
precioso y las calles estaban secas. A esa hora si yo
alcancé los dos boletos y él marcó uno, miró para abajo,
hubiera viajado solo me habría largado del tranvía para
después miró el otro boleto, lo fue a marcar y se quedó
seguir a pie hasta el centro, para mí no es nada ir a pie
con el boleto metido en la ranura de la pinza, y todo el
desde el Once a Plaza de Mayo, una vez que me tomé el
tiempo yo rogaba que lo marcara de una vez y me lo
tiempo le puse justo treinta y dos minutos, claro que
devolviera, me parecía que la gente del tranvía nos
corriendo de a ratos y sobre todo al final. Pero ahora en
estaba mirando cada vez más. Al final lo marcó
cambio tenía que ocuparme de la ventanilla, que un día
encogiéndose de hombros, me devolvió los dos boletos,
alguien había contado que era capaz de abrir de golpe la
y en la plataforma de atrás oí que alguien soltaba una
ventanilla y tirarse afuera, nada más que por el gusto de
carcajada, pero naturalmente no quise darme vuelta,
hacerlo, como tantos otros gustos que nadie se
volví a pasar el brazo y sujeté la ventanilla, haciendo

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como que no veía más al inspector y a todos los otros. y empezamos a andar por San Martín sentí como un
En Sarmiento y Libertad se empezó a bajar la gente, y mareo, de golpe me daba cuenta de que me había
cuando llegamos a Florida ya no había casi nadie. cansado terriblemente, casi una hora de viaje y todo el
Esperé hasta San Martín y lo hice salir por la plataforma tiempo teniendo que mirar hacia atrás, hacerme el que
delantera, porque no quería pasar al lado del chinazo no veía que nos estaban mirando, y después el guarda
que a lo mejor me decía alguna cosa. con los boletos, y la señora que se iba a bajar, y el
inspector. Me hubiera gustado tanto poder entrar en una
A mí me gusta mucho la Plaza de Mayo, cuando me
lechería y pedir un helado o un vaso de leche, pero
hablan del centro pienso en seguida en la Plaza de
estaba seguro de que no iba a poder, que me iba a
Mayo. Me gusta por las palomas, por la Casa de
arrepentir si lo hacía entrar en un local cualquiera donde
Gobierno y porque trae tantos recuerdos de historia, de
la gente estaría sentada y tendría más tiempo para
las bombas que cayeron cuando hubo revolución, y los
mirarnos. En la calle la gente se cruza y cada uno sigue
caudillos que habían dicho que iban a atar sus caballos
viaje, sobre todo en San Martín que está lleno de bancos
en la Pirámide. Hay maniseros y tipos que venden cosas,
y oficinas y todo el mundo anda apurado con portafolios
en seguida se encuentra un banco vacío y si uno quiere
debajo del brazo. Así que seguimos hasta la esquina de
puede seguir un poco más y al rato llega al puerto y ve
Cangallo, y entonces cuando íbamos pasando delante de
los barcos y los guinches. Por eso pensé que lo mejor
las vidrieras de Peuser que estaban llenas de tinteros y
era llevarlo a la Plaza de Mayo, lejos de los autos y los
cosas preciosas, sentí que él no quería seguir, se hacía
colectivos, y sentarnos un rato ahí hasta que fuera hora
cada vez más pesado y por más que yo tiraba (tratando
de ir volviendo a casa. Pero cuando bajamos del tranvía
de no llamar la atención) casi no podía caminar y al final

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tuve que pararme delante de la última vidriera, Mitre no había sido tan difícil, pero ahora yo estaba a
haciéndome el que miraba los juegos de escritorio punto de renunciar, me pesaba terriblemente en la mano,
repujados en cuero. A lo mejor estaba un poco cansado, y dos veces que el tráfico se paró y los que estaban a
a lo mejor no era un capricho. Total, estar ahí parados no nuestro lado en el cordón de la vereda empezaron a
tenía nada de malo, pero igual no me gustaba porque la cruzar la calle, me di cuenta de que no íbamos a poder
gente que pasaba tenía más tiempo para fijarse, y dos o llegar al otro lado porque se plantaría justo en la mitad, y
tres veces me di cuenta de que alguien le hacía algún entonces preferí seguir esperando hasta que se
comentario a otro, o se pegaban con el codo para decidiera. Y claro, el del puesto de revistas de la esquina
llamarse la atención. Al final no pude más y lo agarré otra ya estaba mirando cada vez más, y le decía algo a un
vez, haciéndome el que caminaba con naturalidad, pero pibe de mi edad que hacía muecas y le contestaba qué
cada paso me costaba como en esos sueños en que uno sé yo, y los autos seguían pasando y se paraban y
tiene unos zapatos que pesan toneladas y apenas puede volvían a pasar, y nosotros ahí plantados. En una de
despegarse del suelo. A la larga conseguí que se le esas se iba a acercar el vigilante, eso era lo peor que nos
pasara el capricho de quedarse ahí parado, y seguimos podía suceder porque los vigilantes son muy buenos y
por San Martín hasta la esquina de la Plaza de Mayo. por eso meten la pata, se ponen a hacer preguntas,
Ahora la cosa era cruzar, porque a él no le gusta cruzar averiguan si uno anda perdido, y de golpe a él le puede
una calle. Es capaz de abrir la ventanilla del tranvía y dar uno de sus caprichos y yo no sé en lo que termina la
tirarse, pero no le gusta cruzar la calle. Lo malo es que cosa. Cuanto más pensaba más me afligía, y al final tuve
para llegar a la Plaza de Mayo hay que cruzar siempre miedo de veras, casi como ganas de vomitar, lo juro, y en
alguna calle con mucho tráfico, en Cangallo y Bartolomé un momento en que paró el tráfico lo agarré bien y cerré

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los ojos y tiré para adelante doblándome casi en dos, y pirámide y perderlo de vista. Me parece que en ese
cuando estuvimos en la Plaza lo solté, seguí dando unos momento no pensaba en volver a casa ni en la cara de
pasos solo, y después volví para atrás y hubiera querido papá y mamá, porque si lo hubiera pensado no habría
que se muriera, que ya estuviera muerto, o que papá y hecho esa pavada. Debe ser muy difícil abarcar todo al
mamá estuvieran muertos, y yo también al fin y al cabo, mismo tiempo como hacen los sabios y los historiadores,
que todos estuvieran muertos y enterrados menos tía yo pensé solamente que lo podía abandonar ahí y andar
Encarnación. solo por el centro con las manos en los bolsillos, y
comprarme una revista o entrar a tomar un helado en
Pero esas cosas se pasan en seguida, vimos que había
alguna parte antes de volver a casa. Le seguí dando
un banco muy lindo completamente vacío, y yo lo sujeté
manises un rato pero ya estaba decidido, y en una de
sin tironearlo y fuimos a ponernos en ese banco y a mirar
esas me hice el que me levantaba para estirar las piernas
las palomas que por suerte no se dejan acabar como los
y vi que no le importaba si seguía a su lado o me iba a
gatos. Compré manises y caramelos, le fui dando de las
darle manises a las palomas. Les empecé a tirar lo que
dos cosas y estábamos bastante bien con ese sol que
me quedaba, y las palomas me andaban por todos lados,
hay por la tarde en la Plaza de Mayo y la gente que va de
hasta que se me acabó el maní y se cansaron. Desde la
un lado a otro. Yo no sé en qué momento me vino la idea
otra punta de la plaza apenas se veía el banco; fue cosa
de abandonarlo ahí; lo único que me acuerdo es que
de un momento cruzar a la Casa Rosada donde siempre
estaba pelándole un maní y pensando al mismo tiempo
hay dos granaderos de guardia, y por el costado me
que si me hacía el que iba a tirarles algo a las palomas
largué hasta el Paseo Colón, esa calle donde mamá dice
que andaban más lejos, sería facilísimo dar la vuelta a la
que no deben ir los niños solos. Ya por costumbre me

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daba vuelta a cada momento pero era imposible que me momento y uno le dijo al otro que yo estaba
siguiera, lo más que quería estar haciendo sería descompuesto, pero yo moví la cabeza y dije que no era
revolcarse alrededor del banco hasta que se acercara nada, que siempre me daban calambres, pero se me
alguna señora de la beneficencia o algún vigilante. pasaban en seguida. Uno dijo que si yo quería que fuera
a buscar un vaso de agua, y el otro me aconsejó que me
No me acuerdo muy bien de lo que pasó en ese rato en
secara la frente porque estaba sudando. Yo me sonreí y
que yo andaba por el Paseo Colón que es una avenida
dije que ya estaba bien, y me puse a caminar para que
como cualquier otra. En una de esas yo estaba sentado
se fueran y me dejaran solo. Era cierto que estaba
en una vidriera baja de una casa de importaciones y
sudando porque me caía el agua por las cejas y una gota
exportaciones, y entonces me empezó a doler el
salada me entró en un ojo, y entonces saqué el pañuelo
estómago, no como cuando uno tiene que ir en seguida
y me lo pasé por la cara y sentí un arañazo en el labio, y
al baño, era más arriba, en el estómago verdadero, como
cuando miré era una hoja seca pegada en el pañuelo que
si se me retorciera poco a poco; y yo quería respirar y me
me había arañado la boca.
costaba, entonces tenía que quedarme quieto y esperar
que se pasara el calambre, y delante de mí se veía como No sé cuánto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo.
una mancha verde y puntitos que bailaban, y la cara de A la mitad de la subida me caí, pero volví a levantarme
papá, al final era solamente la cara de papá porque yo antes que nadie se diera cuenta, y crucé a la carrera
había cerrado los ojos, me parece, y en medio de la entre todos los autos que pasaban por delante de la
mancha verde estaba la cara de papá. Al rato pude Casa Rosada. Desde lejos vi que no se había movido del
respirar mejor, y unos muchachos me miraron un banco, pero seguí corriendo y corriendo hasta llegar al

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banco, y me tiré como muerto mientras las palomas mejor... Quién sabe con qué ojos me mirarían papá y
salían volando asustadas y la gente se daba vuelta con mamá cuando me vieran llegar con él de la mano. Claro
ese aire que toman para mirar a los chicos que corren, que estarían contentos de que yo lo hubiera llevado a
como si fuera un pecado. Después de un rato lo limpié un pasear al centro, los padres siempre están contentos de
poco y dije que teníamos que volver a casa. Lo dije para esas cosas; pero no sé por qué en ese momento se me
oírme yo mismo y sentirme todavía más contento, porque daba por pensar que también a veces papá y mamá
con él lo único que servía era agarrarlo bien y llevarlo, las sacaban el pañuelo para secarse, y que también en el
palabras no las escuchaba o se hacía el que no las pañuelo había una hoja seca que les lastimaba la cara.
escuchaba. Por suerte esta vez no se encaprichó al
cruzar las calles, y el tranvía estaba casi vacío al
comienzo del recorrido, así que lo puse en el primer
asiento y me senté al lado y no me di vuelta ni una sola
vez en todo el viaje, ni siquiera al bajarnos: la última
cuadra la hicimos muy despacio, él queriendo meterse en
los charcos y yo luchando para que pasara por las
baldosas secas. Pero no me importaba, no me importaba
nada. Pensaba todo el tiempo: «Lo abandoné», lo miraba
y pensaba: «Lo abandoné», y aunque no me había
olvidado del Paseo Colón me sentía tan bien, casi
orgulloso. A lo mejor otra vez... No era fácil, pero a lo

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Casa tomada

Julio Cortázar

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que
antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos
ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María
recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, Esther antes que llegáramos a comprometernos.
nuestros padres y toda la infancia. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea
de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que
hermanos, era necesaria clausura de la genealogía
era una locura pues en esa casa podían vivir ocho
asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos
personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la
moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se
mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once
quedarían con la casa y la echarían al suelo para
yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar
enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor,
y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre
nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes
puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos
de que fuese demasiado tarde.
platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en
la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos

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Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer
Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día un libro, pero cuando un pullover está terminado no se
tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón
tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas
encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas
nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a
tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos
chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los
destejía en un momento porque algo no le agradaba; era campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente
gracioso ver en la canastilla el montón de lana la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa
encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas y a mí se me iban las horas viéndole las manos como
horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos
Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y canastillas en el suelo donde se agitaban
nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas constantemente los ovillos. Era hermoso.
salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El
vanamente si había novedades en literatura francesa.
comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres
Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.
dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada,
Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo
de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala

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delantera donde había un baño, la cocina, nuestros demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se
dormitorios y el living central, al cual comunicaban los palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre
dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo
zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire,
De manera que uno entraba por el zaguán, abría la un momento después se deposita de nuevo en los
cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de muebles y los pianos.
nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y
la parte más retirada; avanzando por el pasillo se
sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su
franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el
dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me
otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda
ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el
justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más
pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y
estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la
daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando
puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy
escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido
grande; si no, daba la impresión de un departamento de
venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre
los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y
la alfombra o un ahogado susurro de conversación.
yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca
También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después,
íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer
en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas
la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los
hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que
muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso
fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el
lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay

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cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo,
y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una
botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de
(pero esto solamente sucedió los primeros días)
vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte mirábamos con tristeza.
del fondo.
-No está aquí.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al
cansados.
otro lado de la casa.
-¿Estás seguro?
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó
Asentí. tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y

-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos

vivir en este lado. de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a


la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un
pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba
rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un
el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de
chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos tener que abandonar los dormitorios al atardecer y
habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que

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ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el papagayo, voz que viene de los sueños y no de la
dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre. garganta. Irene decía que mis sueños consistían en
grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor.
Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo
Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero
para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los
de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos
libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar
oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que
la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para
conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes
matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en
insomnios.
sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de
Irene que era más cómodo. A veces Irene decía: Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día
eran los rumores domésticos, el roce metálico de las
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un
agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum
dibujo de trébol?
filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la
cuadradito de papel para que viese el mérito de algún parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o
sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay
poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros
pensar. sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios

seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o y al living, entonces la casa se ponía callada y a media

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luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel
creo que era por eso que de noche, cuando Irene y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de
seguida.)
las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del
noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté
Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la
inútilmente.
cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el
codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la -No, nada.

atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil
lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
ruidos, notando claramente que eran de este lado de la
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once
puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo
de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo
mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de
hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a
hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en
la casa, a esa hora y con la casa tomada.

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Los gallinazos sin plumas


Julio Ramón Ribeyro

A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas como a una especie de misteriosa consigna, aparecen
y comienza a dar sus primeros pasos. Una fina niebla los gallinazos sin plumas.
disuelve el perfil de los objetos y crea como una A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo
atmósfera encantada. Las personas que recorren la y sentándose en el colchón comienza a berrear:
ciudad a esta hora parece que están hechas de otra
-¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!
sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal.
Las beatas se arrastran penosamente hasta desaparecer Los dos muchachos corren a la acequia del corralón

en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos, frotándose los ojos legañosos. Con la tranquilidad de la

macerados por la noche, regresan a sus casas envueltos noche el agua se ha remansado y en su fondo

en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros transparente se ven crecer yerbas y deslizarse ágiles

inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual

de escobas y de carretas. A esta hora se ve también su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto,

obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el

contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.

sacando los cubos de basura. A esta hora, por último,

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-¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no calle. Los cubos de basura están alineados delante de
más, que ya llegará tu turno. las puertas. Hay que vaciarlos íntegramente y luego
comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre
Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a
una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas,
los árboles para arrancar moras o recogiendo piedras, de
zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos,
aquellas filudas que cortan el aire y hieren por la espalda.
algodones inmundos. A ellos sólo les interesan los restos
Siendo aún la hora celeste llegan a su dominio, una larga
de comida. En el fondo del chiquero, Pascual recibe
calle ornada de casas elegantes que desemboca en el
cualquier cosa y tiene predilección por las verduras
malecón.
ligeramente descompuestas. La pequeña lata de cada
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de
suburbios alguien ha dado la voz de alarma y muchos se sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual
han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo
a veces sólo basta un periódico viejo. Sin conocerse valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que
forman una especie de organización clandestina que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que
tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para
los edificios públicos, otros han elegido los parques o los las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las
muladares. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes
sus itinerarios, sabiamente aleccionados por la miseria. que colecciona con avidez.

Efraín y Enrique, después de un breve descanso,


empiezan su trabajo. Cada uno escoge una acera de la

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Después de una rigurosa selección regresan la basura al Pero la mayoría de las veces estallaba:
cubo y se lanzan sobre el próximo. No conviene
-¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a
demorarse mucho porque el enemigo siempre está al
jugar seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre!
acecho. A veces son sorprendidos por las sirvientas y
tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes

frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y de los pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta

entonces la jornada está perdida. el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo


empezaba a gruñir. Don Santos le aventaba la comida.
Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste
llega a su fin. La niebla se ha disuelto, las beatas están -¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por

sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los culpa de estos zamarros. Ellos no te engríen como yo.

canillitas han repartido los diarios, los obreros trepan a ¡Habrá que zurrarlos para que aprendan!

los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en
alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido. una especie de monstruo insaciable. Todo le parecía

Don Santos los esperaba con el café preparado. poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre
del animal. Los obligaba a levantarse más temprano, a
-A ver, ¿qué cosa me han traído?
invadir los terrenos ajenos en busca de más
Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran
hacía siempre el mismo comentario: hasta el muladar que estaba al borde del mar.

-Pascual tendrá banquete hoy día.

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-Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero
porque todo está junto. y hacían desprenderse guijarros que rodaban hacía el
mar. Después de una hora de trabajo regresaron al
Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los
corralón con los cubos llenos.
carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra,
descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. -¡Bravo! -exclamó don Santos-. Habrá que repetir esto
Visto desde el malecón, el muladar formaba una especie dos o tres veces por semana.
de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y
Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y
los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos
Enrique hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron
los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus
parte de la extraña fauna de esos lugares y los
enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando estuvieron
gallinazos, acostumbrados a su presencia, laboraban a
cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta
su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos
sus pulmones. Los pies se les hundían en un alto de
amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la
plumas, de excrementos, de materias descompuestas o
preciosa suciedad.
quemadas. Enterrando las manos comenzaron la
exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín

descubrían una carroña devorada a medios. En los sintió un dolor en la planta del pie. Un vidrio le había

acantilados próximos los gallinazos espiaban causado una pequeña herida. Al día siguiente tenía el pie

impacientes y algunos se acercaban saltando de piedra hinchado, no obstante lo cual prosiguió su trabajo.

en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don
Santos no se percató de ello, pues tenía visita.

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Cuento Latinoamericano
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Acompañado de un hombre gordo que tenía las manos -¡Pero si le duele! -intervino Enrique-. No puede caminar
manchadas de sangre, observaba el chiquero. bien.

-Dentro de veinte o treinta días vendré por acá -decía el Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero
hombre-. Para esa fecha creo que podrá estar a punto. llegaban los gruñidos de Pascual.

Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos. -Y ¿a mí? -preguntó dándose un palmazo en la pierna de
palo-. ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta
-¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que
años y yo trabajo... ¡Hay que dejarse de mañas!
aumentar la ración de Pascual! El negocio anda sobre
rieles. Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro
de su hermano. Media hora después regresaron con los
A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos
cubos casi vacíos.
despertó a sus nietos, Efraín no se pudo levantar.
-¡No podía más! -dijo Enrique al abuelo-. Efraín está
-Tiene una herida en el pie -explicó Enrique-. Ayer se
medio cojo.
cortó con un vidrio.
Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara
Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección
una sentencia.
había comenzado.
-Bien, bien -dijo rascándose la barba rala y cogiendo a
-¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y
Efraín del pescuezo lo arreó hacia el cuarto-. ¡Los
que se envuelva con un trapo.
enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre el colchón! Y tú

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harás la tarea de tu hermano. ¡Vete ahora mismo al -Si se va él, me voy yo también.
muladar!
El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir:
Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos
-No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además,
repletos. Lo seguía un extraño visitante: un perro
desde que Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce
escuálido y medio sarnoso.
bien el muladar y tiene buena nariz para la basura.
-Lo encontré en el muladar -explicó Enrique -y me ha
Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se
venido siguiendo.
condensaba la garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió
Don Santos cogió la vara. los cubos y se fue rengueando hasta el chiquero.

-¡Una boca más en el corralón! Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al
corazón corrió donde su hermano.
Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la
puerta. -¡Pascual, Pascual... Pascualito! -cantaba el abuelo.

-¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida. -Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique acariciando la cabeza
de su perro e ingresó donde Efraín.
Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el
lodo. Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se
revolcaba de dolor sobre el colchón. Tenía el pie
-¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!
hinchado, como si fuera de jebe y estuviera lleno de aire.
Enrique abrió la puerta de la calle. Los dedos habían perdido casi su forma.

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-Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando al perro-. Pedro le tenía miedo y cada vez que lo veía se
Se llama Pedro, es para ti, para que te acompañe... acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra.
Cuando yo me vaya al muladar te lo dejaré y los dos
-¡Mugre, nada más que mugre! -repitió toda la noche el
jugarán todo el día. Le enseñarás a que te traiga piedras
abuelo, mirando la luna.
en la boca.
A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El
¿Y el abuelo? -preguntó Efraín extendiendo su mano
viejo, que lo sintió estornudar en la madrugada, no dijo
hacia el animal.
nada. En el fondo, sin embargo, presentía una catástrofe.
-El abuelo no dice nada -suspiró Enrique. Si Enrique enfermaba, ¿quién se ocuparía de Pascual?
La voracidad del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por
Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había
las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del
empezado a caer. La voz del abuelo llegaba:
corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían
-¡Pascual, Pascual... Pascualito! venido a quejar.

Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo
inquietaron, porque en esta época el abuelo se ponía levantar. Había tosido toda la noche y la mañana lo
intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando por el sorprendió temblando, quemado por la fiebre.
corralón, hablando solo, dando de varillazos al
-¿Tú también? -preguntó el abuelo.
emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto,
echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió
silenciosos, lanzaba un salivazo cargado de rencor. furioso del cuarto. Cinco minutos después regresó.

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-¡Está muy mal engañarme de esta manera! -plañía-. -¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida
Abusan de mí porque no puedo caminar. Saben bien que hasta que no trabajen!
soy viejo, que soy cojo. ¡De otra manera los mandaría al
Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo
diablo y me ocuparía yo solo de Pascual!
que renunciar. Su pierna de palo había perdido la
Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a costumbre de las pistas de asfalto, de las duras aceras y
toser. cada paso que daba era como un lanzazo en la ingle. A
la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su
-¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son
colchón, sin otro ánimo que para el insulto.
basura, nada más que basura! ¡Unos pobres gallinazos
sin plumas! Ya verán cómo les saco ventaja. El abuelo -¡Si se muere de hambre -gritaba -será por culpa de
está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día no habrá ustedes!
comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no
Desde entonces empezaron unos días angustiosos,
puedan levantarse y trabajar!
interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el
A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión
volcarse en la calle. Media hora después regresó forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique tosía.
aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro de la Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido por
Baja Policía lo había ganado. Los perros, además, el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que
habían querido morderlo. depositaba en las manos de sus amos. Don Santos, a
medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les
lanzaba miradas feroces. A mediodía se arrastraba hasta

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la esquina del terreno donde crecían verduras y La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual
preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había oído decir
veces aventaba a la cama de sus nietos alguna lechuga que los cerdos, cuando tenían hambre, se volvían locos
o una zanahoria cruda, con el propósito de excitar su como los hombres. El abuelo permaneció en vela, sin
apetito creyendo así hacer más refinado su castigo. apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al corralón ni
maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba
Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente
fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una
Enrique sentía crecer en su corazón un miedo extraño y
cólera muy vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla.
al mirar a los ojos del abuelo creía desconocerlo, como si
Cuando el cielo comenzó a desteñirse sobre las lomas,
ellos hubieran perdido su expresión humana. Por las
abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia
noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro entre
sus nietos y lanzó un rugido:
sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo
gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el ¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron a llover-.
abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A ¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar
veces se ceñía la pierna de palo y salía al corralón. A la así? ¡Esto se acabó! ¡De pie!...
luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero a
Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose
la huerta, levantando los puños, atropellando lo que
contra la pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo
encontraba en su camino. Por último reingresaba en su
hasta volverlo insensible a los golpes. Veía la vara
cuarto y se quedaba mirándolos fijamente, como si
alzarse y abatirse sobre su cabeza como si fuera una
quisiera hacerlos responsables del hambre de Pascual.
vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.

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-¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las
saldré, yo iré al muladar! secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la
ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz
El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en
entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado
recuperar el aliento.
por la hora celeste.
-Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro
Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que
cubos...
lo obligó a detenerse. Era como si allí, en el dintel,
Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. terminara un mundo y comenzara otro fabricado de barro,
La fatiga del hambre y de la convalecencia lo hacían de rugidos, de absurdas penitencias. Lo sorprendente
trastabillar. Cuando abrió la puerta del corralón, Pedro era, sin embargo, que esta vez reinaba en el corralón
quiso seguirlo. una calma cargada de malos presagios, como si toda la

-Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín. violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse.
El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el
Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de
fondo. Parecía un árbol creciendo desde su pierna de
la mañana. En el camino comió yerbas, estuvo a punto
palo. Enrique hizo ruido pero el abuelo no se movió.
de mascar la tierra. Todo lo veía a través de una niebla
mágica. La debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi -¡Aquí están los cubos!

como un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo más


entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron
rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los

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Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique -¡No! -gritó Enrique tapándose los ojos-. ¡No, no! -y a
soltó los cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín través de las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la
apenas lo vio, comenzó a gemir: rehuyó, girando torpemente sobre su pierna de palo.
Enrique comenzó a danzar en torno suyo, prendiéndose
-Pedro... Pedro...
de su camisa, gritando, pataleando, tratando de mirar sus
-¿Qué pasa? ojos, de encontrar una respuesta.

-Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... -¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?
después lo sentí aullar.
El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un
Enrique salió del cuarto. manotón a su nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí

-¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro? Enrique observó al viejo que, erguido como un gigante,
miraba obstinadamente el festín de Pascual. Estirando la
Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la
mano encontró la vara que tenía el extremo manchado
mirada en la pared. Enrique tuvo un mal presentimiento.
de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al
De un salto se acercó al viejo.
viejo.
-¿Dónde está Pedro?
-¡Voltea! -gritó-. ¡Voltea!
Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo
Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba
en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo
el aire y se estrellaba contra su pómulo.
del perro.

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-¡Toma! -chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. -¡Pronto! -exclamó Enrique, precipitándose sobre su
Pero súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba hermano -¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al
haciendo y, lanzando la vara a su alrededor, miró al chiquero! ¿Debemos irnos de acá!
abuelo casi arrepentido. El viejo, cogiéndose el rostro,
-¿Adónde? -preguntó Efraín.
retrocedió un paso, su pierna de palo tocó tierra húmeda,
resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas al -¿Adonde sea, al muladar, donde podamos comer algo,

chiquero. donde los gallinazos!

Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído -¡No me puedo parar!

pero no se escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo
aproximando. El abuelo, con la pata de palo quebrada, estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una
estaba de espaldas en el fango. Tenía la boca abierta y sola persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando
sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado en abrieron el portón de la calle se dieron cuenta que la hora
un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. celeste había terminado y que la ciudad, despierta y viva,
Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se abría ante ellos su gigantesca mandíbula.
había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a
Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le pareció
que lo llamaba por su nombre, con un tono de ternura
que él nunca había escuchado.

¡A mí, Enrique, a mí!...

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Por las azoteas


Julio Ramón Ribeyro

A los diez años yo era el monarca de las azoteas y construir y destruir y con la misma libertad con que
gobernaba pacíficamente mi reino de objetos destruidos. insuflaba vida a las pelotas de jebe reventadas, presidía
la ejecución capital de los maniquíes.
Las azoteas eran los recintos aéreos donde las personas
mayores enviaban las cosas que no servían para nada: Mi reino, al principio, se limitaba al techo de mi casa,
se encontraban allí sillas cojas, colchones pero poco a poco, gracias a valerosas conquistas, fui
despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbón, extendiendo sus fronteras por las azoteas vecinas. De
muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a estas largas campañas, que no iban sin peligros -pues
medio camino entre el uso póstumo y el olvido. Entre había que salvar vallas o saltar corredores abismales-
todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la regresaba siempre enriquecido con algún objeto que se
potestad que me fue negada en los bajos. Podía ahora añadía a mi tesoro o con algún rasguño que acrecentaba
pintar bigotes en el retrato del abuelo, calzar las viejas mi heroísmo. La presencia esporádica de alguna
botas paternales o blandir como una jabalina la escoba sirvienta que tendía ropa o de algún obrero que reparaba
que perdió su paja. Nada me estaba vedado: podía una chimenea, no me causaba ninguna inquietud pues

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yo estaba afincado soberanamente en una tierra en la sobre su hombro y sus ojos, sombreados por un amplio
cual ellos eran solo nómades o poblaciones sombrero de paja, estaban cerrados. Su rostro mostraba
trashumantes. una barba descuidada, crecida casi por distracción, como
la barba de los náufragos.
En los linderos de mi gobierno, sin embargo, había una
zona inexplorada que siempre despertó mi codicia. Varias Probablemente hice algún ruido pues el hombre
veces había llegado hasta sus inmediaciones pero una enderezó la cabeza y quedo mirándome perplejo. El
alta empalizada de tablas puntiagudas me impedía seguir gesto que hizo con la mano lo interpreté como un signo
adelante. Yo no podía resignarme a que este accidente de desalojo, y dando un salto me alejé a la carrera.
natural pusiera un límite a mis planes de expansión.
Durante los días siguientes pasé el tiempo en mi azotea
A comienzos del verano decidí lanzarme al asalto de la fortificando sus defensas, poniendo a buen recaudo mis
tierra desconocida. Arrastrando de techo en techo un tesoros, preparándome para lo que yo imaginaba que
velador desquiciado y un perchero vetusto, llegué al sería una guerra sangrienta. Me veía ya invadido por el
borde de la empalizada y construí una alta torre. hombre barbudo; saqueado, expulsado al atroz mundo
Encaramándome en ella, logre pasar la cabeza. Al de los bajos, donde todo era obediencia, manteles
principio sólo distinguí una azotea cuadrangular, partida blancos, tías escrutadoras y despiadadas cortinas. Pero
al medio por una larga farola. Pero cuando me disponía a en los techos reinaba la calma más grande y en vano
saltar en esa tierra nueva, divisé a un hombre sentado en pasé horas atrincherado, vigilando la lenta ronda de los
una perezosa. El hombre parecía dormir. Su cabeza caía

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gatos o, de vez en cuando, el derrumbe de alguna -Pasa -dijo haciéndome una seña con la mano-. Ya sé
cometa de papel. que estás allí. Vamos a conversar.
En vista de ello decidí efectuar una salida para
cerciorarme con qué clase de enemigo tenía que Esta invitación, si no equivalía a una rendición
vérmelas, si se trataba realmente de un usurpador o de incondicional, revelaba al menos el deseo de
algún fugitivo que pedía tan solo derecho de asilo. parlamentar. Asegurando bien mis armamentos, trepé por
Armado hasta los dientes, me aventuré fuera de mi fortín el perchero y salté al otro lado de la empalizada. El
y poco a poco fui avanzando hacia la empalizada. En hombre me miraba sonriente. Sacando un pañuelo
lugar de escalar la torre, contorneé la valla de maderas, blanco del bolsillo -¿era un signo de paz?- se enjugó la
buscando un agujero. Por entre la juntura de dos tablas frente.
apliqué el ojo y observé: el hombre seguía en la
perezosa, contemplando sus largas manos trasparentes -Hace rato que estas allí -dijo-. Tengo un oído muy fino.
o lanzando de cuando en cuando una mirada hacia el Nada se me escapa... ¡Este calor!
cielo, para seguir el paso de las nubes viajeras. -¿Quién eres tú? -le pregunté.
-Yo soy el rey de la azotea -me respondió.
Yo hubiera pasado toda la mañana allí, entregado con -¡No puede ser! -protesté- El rey de la azotea soy yo.
delicia al espionaje, si es que el hombre, después de Todos los techos son míos. Desde que empezaron las
girar la cabeza no quedara mirando fijamente el agujero. vacaciones paso todo el tiempo en ellos. Si no vine antes
por aquí fue porque estaba muy ocupado por otro sitio.

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Cuento Latinoamericano
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-No importa -dijo-. Tú serás el rey durante el día y yo Después lo internaron en un manicomio. Después lo
durante la noche. encerraron en un hospital. Después lo pusieron en un
-No -respondí-. Yo también reinaré durante la noche. altar. Después quisieron colgarlo de una horca. Cansado,
Tengo una linterna. Cuando todos estén dormidos, el hombre dijo que no sabía nada. Y sólo entonces lo
caminaré por los techos. dejaron en paz».
-Está bien -me dijo-. ¡Reinarás también por la noche! Te
regalo las azoteas pero déjame al menos ser el rey de los Al decir esto, se echó a reír con una risa tan fuerte que
gatos. terminó por ahogarse. Al ver que yo lo miraba sin
inmutarme, se puso serio.
Su propuesta me pareció aceptable. Mentalmente lo
convertía ya en una especie de pastor o domador de mis -No te ha gustado mi cuento -dijo-. Te voy a contar otro,
rebaños salvajes. otro mucho más fácil: «Había una vez un famoso imitador
de circo que se llamaba Max. Con unas alas falsas y un
-Bueno, te dejo los gatos. Y las gallinas de la casa de al pico de cartón, salía al ruedo y comenzaba a dar de
lado, si quieres. Pero todo lo demás es mío. saltos y a piar. ¡El avestruz! decía la gente, señalándolo,
-Acordado -me dijo-. Acércate ahora. Te voy a contar un y se moría de risa. Su imitación del avestruz lo hizo
cuento. Tú tienes cara de persona que le gustan los famoso en todo el mundo. Durante años repitió su
cuentos. ¿No es verdad? Escucha, pues: «Había una vez número, haciendo gozar a los niños y a los ancianos.
un hombre que sabía algo. Por esta razón lo colocaron Pero a medida que pasaba el tiempo, Max se iba
en un púlpito. Después lo metieron en una cárcel. volviendo más triste y en el momento de morir llamó a

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sus amigos a su cabecera y les dijo: ‘Voy a revelarles un sobre sus rodillas y se cubría la cara con su sombrero de
secreto. Nunca he querido imitar al avestruz, siempre he paja.
querido imitar al canario’».
Al día siguiente regresé.
Esta vez el hombre no rió sino que quedó pensativo,
mirándome con sus ojos indagadores. -Te estaba esperando -me dijo el hombre-. Me aburro, he
leído ya todos mis libros y no tengo nada qué hacer.
-¿Quién eres tú? -le volví a preguntar- ¿No me habrás
engañado? ¿Por qué estás todo el día sentado aquí? En lugar de acercarme a él, que extendía una mano
¿Por qué llevas barba? ¿Tú no trabajas? ¿Eres un vago? amigable, lancé una mirada codiciosa hacia un
-¡Demasiadas preguntas! -me respondió, alargando un amontonamiento de objetos que se distinguía al otro lado
brazo, con la palma vuelta hacia mí- Otro día te de la farola. Vi una cama desarmada, una pila de botellas
responderé. Ahora vete, vete por favor. ¿Por qué no vacías.
regresas mañana? Mira el sol, es como un ojo… ¿lo ves?
Como un ojo irritado. El ojo del infierno. -Ah, ya sé -dijo el hombre-. Tú vienes solamente por los
trastos. Puedes llevarte lo que quieras. Lo que hay en la
Yo miré hacia lo alto y vi solo un disco furioso que me azotea -añadió con amargura- no sirve para nada.
encegueció. Caminé, vacilando, hasta la empalizada y -No vengo por los trastos -le respondí-. Tengo bastantes,
cuando la salvaba, distinguí al hombre que se inclinaba tengo más que todo el mundo.

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-Entonces escucha lo que te voy a decir: el verano es un -¿Sabes por qué estaban tan contentos los portapliegos
dios que no me quiere. A mí me gustan las ciudades de la oficina? -me pregunto de pronto-. Porque les
frías, las que tienen allá arriba una compuerta y dejan habían dado un uniforme nuevo, con galones. Ellos
caer sus aguas. Pero en Lima nunca llueve o cae tan creían haber cambiado de destino, cuando sólo se
pequeño rocío que apenas mata el polvo. ¿Por qué no habían mudado de traje.
inventamos algo para protegernos del sol?
-¿La construiremos de tela o de papel? -le pregunté.
-Una sombrilla -le dije-, una sombrilla enorme que tape
toda la ciudad. El hombre quedo mirándome sin entenderme.

-Eso es, una sombrilla que tenga un gran mástil, como el -¡Ah, la sombrilla! -exclamó- La haremos mejor de piel,
de la carpa de un circo y que pueda desplegarse desde ¿qué te parece? De piel humana. Cada cual dará una
el suelo, con una soga, como se iza una bandera. Así oreja o un dedo. Y al que no quiera dárnoslo, se lo
estaríamos todos para siempre en la sombra. Y no arrancaremos con una tenaza.
sufriríamos.
Yo me eche a reír. El hombre me imitó. Yo me reía de su
Cuando dijo esto me di cuenta que estaba todo mojado, risa y no tanto de lo que había imaginado -que le
que la transpiración corría por sus barbas y humedecía arrancaba a mi profesora la oreja con un alicate- cuando
sus manos. el hombre se contuvo.

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Cuento Latinoamericano
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-Es bueno reír -dijo-, pero siempre sin olvidar algunas -Ya te lo he dicho: yo soy el rey de los gatos. ¿Nunca has
cosas: por ejemplo, que hasta las bocas de los niños se subido de noche? Si vienes alguna vez verás cómo me
llenarían de larvas y que la casa del maestro será crece un rabo, cómo se afilan mis uñas, cómo se
convertida en cabaret por sus discípulos. encienden mis ojos y cómo todos los gatos de los
alrededores vienen en procesión para hacerme
A partir de entonces iba a visitar todas las mañanas al reverencias.
hombre de la perezosa. Abandonando mi reserva,
comencé a abrumarlo con toda clase de mentiras e O decía:
invenciones. Él me escuchaba con atención, me
interrumpía sólo para darme crédito y alentaba con -Yo soy eso, sencillamente, eso y nada más, nunca lo
pasión todas mis fantasías. La sombrilla había dejado de olvides: un trasto.
preocuparnos y ahora ideábamos unos zapatos para
andar sobre el mar, unos patines para aligerar la fatiga Otro día me dijo:
de las tortugas.
-Yo soy como ese hombre que después de diez años de
A pesar de nuestras largas conversaciones, sin embargo, muerto resucitó y regresó a su casa envuelto en su
yo sabía poco o nada de él. Cada vez que lo interrogaba mortaja. Al principio, sus familiares se asustaron y
sobre su persona, me daba respuestas disparatadas u huyeron de él. Luego se hicieron los que no lo
oscuras: reconocían. Luego lo admitieron pero haciéndole ver que
ya no tenía sitio en la mesa ni lecho donde dormir. Luego

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Cuento Latinoamericano
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lo expulsaron al jardín, después al camino, después al -¡El sol, el sol! -repetía-. Pasará él o pasaré yo. ¡Si
otro lado de la ciudad. Pero como el hombre siempre pudiéramos derribarlo con una escopeta de corcho!
tendía a regresar, todos se pusieron de acuerdo y lo
asesinaron. Una de esas tardes me recibió muy inquieto. A un lado
de su sillona tenía una caja de cartón. Apenas me vio,
A mediados del verano, el calor se hizo insoportable. El extrajo de ella una bolsa con fruta y una botella de
sol derretía el asfalto de las pistas, donde los limonada.
saltamontes quedaban atrapados. Por todo sitio se
respiraba brutalidad y pereza. Yo iba por las mañanas a -Hoy es mi santo -dijo-. Vamos a festejarlo. ¿Sabes lo
la playa en los tranvías atestados, llegaba a casa que es tener treinta y tres años? Conocer de las cosas el
arenoso y famélico y después de almorzar subía a la nombre, de los países el mapa. Y todo por algo
azotea para visitar al hombre de la perezosa. infinitamente pequeño, tan pequeño -que la uña de mi
dedo meñique sería un mundo a su lado. Pero ¿no decía
Este había instalado un parasol al lado de su sillona y se un escritor famoso que las cosas más pequeñas son las
abanicaba con una hoja de periódico. Sus mejillas se que más nos atormentan, como, por ejemplo, los botones
habían ahuecado y, sin su locuacidad de antes, de la camisa?
permanecía silencioso, agrio, lanzando miradas coléricas
al cielo. Ese día me estuvo hablando hasta tarde, hasta que el sol
de brujas encendió los cristales de las farolas y crecieron
largas sombras detrás de cada ventana teatina.

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Cuento Latinoamericano
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-¡Todavía dura! -decía señalando el cielo- ¿No te parece


Cuando me retiraba, el hombre me dijo: una maldad? Ah, las ciudades frías, las ventosas.
Canícula, palabra fea, palabra que recuerda a un arma, a
-Pronto terminarán las vacaciones. Entonces, ya no un cuchillo.
vendrás a verme. Pero no importa, porque ya habrán Al día siguiente me entregó un libro:
llegado las primeras lloviznas. -Lo leerás cuando no puedas subir. Así te acordarás de
tu amigo..., de este largo verano.
En efecto, las vacaciones terminaban. Los muchachos Era un libro con grabados azules, donde había un
vivíamos ávidamente esos últimos días calurosos, personaje que se llamaba Rogelio. Mi madre lo descubrió
sintiendo ya en lontananza un olor a tinta, a maestro, a en el velador. Yo le dije que me lo había regalado «el
cuadernos nuevos. Yo andaba oprimido por las azoteas, hombre de la perezosa». Ella indagó, averiguó y
inspeccionando tanto espacio conquistado en vano, cogiendo el libro con un papel, fue corriendo a arrojarlo a
sabiendo que se iba a pique mi verano, mi nave de oro la basura.
cargada de riquezas.
-¿Por qué no me habías dicho que hablabas con ese
El hombre de la perezosa parecía consumirse. Bajo su hombre? ¡Ya verás esta noche cuando venga tu papá!
parasol, lo veía cobrizo, mudo, observando con ansiedad Nunca más subirás a la azotea.
el último asalto del calor, que hacía arder la torta de los Esa noche mi papá me dijo:
techos. -Ese hombre está marcado. Te prohíbo que vuelvas a
verlo. Nunca más subirás a la azotea.

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Cuento Latinoamericano
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Mi mamá comenzó a vigilar la escalera que llevaba a los Una tarde, el patio de recreo se ensombreció, una brisa
techos. Yo andaba asustado por los corredores de mi fría barrió el aire caldeado y pronto la garúa comenzó a
casa, por las atroces alcobas, me dejaba caer en las resonar sobre las palmeras. Era la primera lluvia de
sillas, miraba hasta la extenuación el empapelado del otoño. De inmediato me acordé de mi amigo, lo vi, lo vi
comedor -una manzana, un plátano, repetidos hasta el jubiloso recibiendo con las manos abiertas esa agua
infinito- u hojeaba los álbumes llenos de parientes caída del cielo que lavaría su piel, su corazón.
muertos. Pero mi oído sólo estaba atento a los rumores
del techo, donde los últimos días dorados me Al llegar a casa estaba resuelto a hacerle una visita.
aguardaban. Y mi amigo en ellos, solitario entre los Burlando la vigilancia materna, subí a los techos. A esa
trastos. hora, bajo ese tiempo gris, todo parecía distinto. En los
cordeles, la ropa olvidada se mecía y respiraba en la
Se abrieron las clases en días aun ardientes. Las penumbra, y contra las farolas los maniquís parecían
ocupaciones del colegio me distrajeron. Pasaba cuerpos mutilados. Yo atravesé, angustiado, mis
mañanas interminables en mi pupitre, aprendiendo los dominios y a través de barandas y tragaluces llegué a la
nombres de los catorce incas y dibujando el mapa del empalizada. Encaramándome en el perchero, me asomé
Perú con mis lápices de cera. Me parecían lejanas las al otro lado. Solo vi un cuadrilátero de tierra humedecida.
vacaciones, ajenas a mí, como leídas en un almanaque La sillona, desarmada, reposaba contra el somier
viejo. oxidado de un catre. Caminé un rato por ese reducto frío,
tratando de encontrar una pista, un indicio de su antigua
palpitación. Cerca de la sillona había una escupidera de

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loza. Por la larga farola, en cambio, subía la luz, el rumor


de la vida. Asomándome a sus cristales vi el interior de la
casa de mi amigo, un corredor de losetas por donde
hombres vestidos de luto circulaban pensativos.

Entonces comprendí que la lluvia había llegado


demasiado tarde.

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La canción que cantábamos todos los días


Luciano Lamberti

Me llamo Tomás, tengo treinta años, vivo con mi padre. Mi hermano, el de las sierras, no es el original. Es algo
Somos dos solitarios en una casa grande que se cruzan en el cuerpo de mi hermano, algo que lo reemplazó.
a horas insólitas y se tratan con respeto, pero podemos Hace muchos años desapareció en el “bosquecito” y
pasar días enteros sin vernos. Los jueves viene una nunca volvió. Quiero decir: volvió, pero ya no era él. No
señora que barre los pisos, lava los platos acumulados y es que estuviera distinto, o cambiado. Era otro,
deja brillantes los muebles. Tengo un hermano mayor, directamente. Otro que se metió en nuestra familia y la
ingeniero en sistemas, que vive en las sierras con su devoró por dentro.
familia, y a veces los vamos a visitar. Nos turnamos al
Fue un 13 de abril. Me acuerdo bien de la fecha porque
volante, porque a mi padre se le cansa la vista. Salimos
coincide con el cumpleaños de mi madre. Esa vez cayó
el sábado temprano y volvemos el domingo después del
domingo y comimos un asado en un parador, al borde de
almuerzo, para no agarrar la ruta congestionada.
la ruta 9, yendo para Zenón Pereyra. Los domingos los
Pero lo que quiero contar es otra cosa. Algo que no le asadores se llenaban de gente que estacionaba bajo los
conté nunca a nadie. árboles y se pasaba el día entero ahí, oyendo el partido
con la puerta del auto abierta, pero en ese domingo en

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particular no había casi nadie. Una pareja sola, que auriculares del walkman colgados del cuello. Es una
comió y se fue temprano. sonrisa maravillosa, una sonrisa que dice: mírenme,
tengo diecisiete años, soy nuevo en el mundo, estoy
Bueno, detrás de los asadores, cruzando un alambrado,
lleno de brasas. Su sonrisa está congelada en esa foto:
estaba el bosquecito. Era un monte de esos árboles que
es la última vez que la vamos a ver.
se llaman siempreverdes, que habían nacido regados por
la desembocadura del canal y cuyas hojas podridas Después de esa foto comimos la torta y mis padres se
formaban un colchón en el piso. Si uno se metía cien tiraron en las reposeras y se quedaron dormidos. Yo me
metros el lugar se ponía feo, con pedazos de vidrio senté contra un árbol y me puse a leer una revista de
emergiendo del barro, chapas podridas, perros muertos historietas. No vi lo que hacía mi hermano. Pasaron, no
inflados por la descomposición y ratas del tamaño de un sé, diez o quince minutos. Entonces mi madre abrió los
gato saliendo entre los escombros. De ahí vino lo que ojos y me preguntó por él, con las cejas fruncidas por la
ocupó el cuerpo de mi hermano. preocupación. A lo mejor había tenido una pesadilla, uno
de sus “pálpitos”. Levanté los hombros: no sabía. Mi
Hay una foto de esa tarde. La tengo cerca mientras
madre se acercó al alambrado y lo llamó. Gritó varias
escribo, porque marca el momento exacto en el que todo
veces su nombre. Despertó a mi padre y lo llamamos
comenzó a deteriorarse. Ahí estamos los cuatro, frente
entre los tres. Después oímos el chasquido de una rama
los árboles, a un costado asoma la cola celeste del
al quebrarse y mi hermano salió de entre los árboles con
Dodge. Mi madre todavía es joven y tiene un ojo cerrado
el walkman puesto. Se quedó mirándonos. Recuerdo esa
porque el sol le da en la cara. Un cigarrillo humea entre
expresión y me da frío.
los dedos de mi padre. Mi hermano sonríe, con los

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–Sacate eso de las orejas haceme el favor –lo retó mi –Usted no entiende –dijo mi madre–. Ese chico es otra
madre. persona. No es mi hijo.

Mi hermano tardó en reaccionar. Cuando lo hizo, movió la El sicólogo levantó los hombros.
mano para sacarse los auriculares con un gesto que no
–La personalidad de su hijo está fluctuando por la edad.
era para nada suyo. Entonces sospeché que algo
Va a tener que aceptarlo así.
andaba mal, algo difícil de definir. Pero no dije nada,
Pero mi madre no lo aceptó. Lo llevó a otros médicos, a
¿qué iba a decir? Nos subimos al auto y volvimos a casa.
un homeópata, a un parasicólogo, a curanderas. La idea
Al mes lo llevaron a un médico, el primero: el doctor
la obsesionaba. Con el tiempo comenzaría a perder el
Ferro. Le hizo radiografías de la cabeza y algunos
control de su vida: a fumar en exceso, a descuidar su
exámenes, después habló con mis padres. Físicamente,
aspecto personal, a sufrir largos períodos de insomnio en
dijo, mi hermano estaba bien, a lo mejor el problema
los que la idea rebotaba en su cabeza como una pelotita
tenía que ver con la adolescencia, la efervescencia
de pinball. Mi hermano era otro y ella no podía estar
hormonal, el rechazo del mundo, incluso la depresión,
cerca. No soportaba su presencia. Antes era una pesada
¿quién no se deprime a los diecisiete años?
que lo despeinaba y le decía que estaba cada día más
Así que les dio el número de un sicólogo, que habló con churro, cosas que hacen las madres con sus hijos, pero
mi hermano y les repitió a mis padres el diagnóstico de desde la tarde en el bosquecito no lo tocaba. Incluso le
Ferro: era un chico sano, perfectamente sano. Un poco costaba estar cerca suyo: enseguida se ponía nerviosa.
callado, un poco retraído, pero sano. Lo mismo nos pasaba a mi padre y a mí: una parte de tu

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cuerpo sentía una repulsión instintiva hacia él. Ganas de Mi padre se quedó callado un rato y al final dijo:
irse lejos y no volver nunca.
–Tu mamá está deprimida. Ayudala, no la hagas renegar,
No hablamos mucho del tema. Con mi padre recuerdo portate bien, ¿sí?
haberlo hablado una sola vez. Estábamos sentados en el
Estuve a punto de contarle de los sueños. Del sueño que
auto, frente al pabellón de deportes donde yo tenía mi
había tenido la noche anterior. Pero preferí no hacerlo.
hora de gimnasia. Él había insistido en llevarme, aunque
–Sí –le dije, y me bajé del auto.
siempre me iba caminando o en bicicleta, y cuando me
estaba por bajar me dijo que quería preguntarme algo. Los sueños eran todos más o menos parecidos. Mi
Pensó un rato: hermano andaba por la casa sin prender la luz ni hacer
ruido. Se acercaba a las fotos colgadas en la pared y las
–¿Vos te diste cuenta?
miraba. Se acercaba a mi cama, se acercaba a la cama
Hice que sí con la cabeza.
de mis padres, nos miraba. Sus ojos eran completamente
–Respira distinto –dije. negros. Después volvía a acostarse.

Yo compartía habitación con él y lo oía de noche. Mi madre también soñaba, pero no lo supe hasta mucho
después. Soñaba con –como lo llamó– tu “verdadero
–¿Cómo distinto?
hermano”. Mi verdadero hermano, me dijo, estaba en el
–Distinto, raro. Respira como si fuera otra persona. Y a
interior de un pozo, en la tierra. Era un pozo muy
veces prendo la luz y está sentado en la cama, con los
profundo, la salida se veía como una moneda de luz en
ojos abiertos. Me da miedo.
lo alto, y él se había roto las uñas tratando de trepar.

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Estaba flaco, se le notaban las costillas. Gritaba y En ese entonces ya éramos una familia solitaria. Unos
gritaba. meses después del incidente del bosquecito los amigos
de mi hermano dejaron de venir. No dieron explicaciones.
–Me despierto angustiada, y le pido a Dios no soñar de
Después mi madre se encontró con uno en la calle, que
nuevo con eso –me contó mi madre–. A veces Dios me
le dijo que quedarse solo con él le ponía la piel de
escucha.
gallina, y le mostró el brazo: recordarlo también le ponía
Un día mi madre lo miró y le dijo:
la piel de gallina. Con los parientes pasó lo mismo.
–¿Por qué no te vas? Incluso con algunos vecinos que antes siempre andaban
dando vueltas por casa. Mi hermano los incomodaba. Así
–Tranquila –dijo mi padre.
que también ellos dejaron de venir.
Estábamos almorzando con la televisión prendida, era un
Yo me despertaba gritando por las noches y mi padre
sábado o un domingo. Mi hermano pinchó un raviol, se lo
prendía la luz.
llevó a la boca y masticó sin quitar los ojos de la
televisión. –¿Le hiciste algo? –le preguntaba a mi hermano.

–Yo sé quién sos. Lo sé muy bien –dijo mi madre, Hablaba con violencia, como si estuviera a punto de
asintiendo. pegarle una trompada.

–Tranquila –repitió mi padre. Mi hermano se daba vuelta y se hacía el dormido.

Mi madre se levantó y fue a fumar al patio. No sé cuánto duró esta situación. Meses probablemente.
Meses de comidas tensas, meses de mi madre llorando a

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escondidas en el lavadero, meses en los que todos La llevaron a un hospital siquiátrico y por quince días no
preferíamos estar en cualquier parte menos en casa. Una nos dejaron verla. Se estaba estabilizando, le explicó el
mañana la portera vino al aula y habló con la maestra en siquiatra a mi padre. Fuimos por primera vez un domingo
voz baja, mirándome. Después la maestra me pidió que a la tarde. Mi hermano tenía gasas pegadas con cinta en
guardara los útiles. Mi padre me esperaba en la entrada. la cara y los brazos, porque en algunos cortes debieron
En su cara advertí que algo había pasado, algo feo. hacerle puntos. Nos sentamos en una mesa de cemento,
en el patio, mirando a las internas que recibían las visitas
–Tu mamá tuvo un ataque de nervios –me explicó en el
de sus familias.
auto, negando con la cabeza–. Quiso cortar a tu hermano
con un cuchillo. Al rato una enfermera la trajo. Era una mujer corpulenta y
llevaba a mi madre del brazo. Mi madre caminaba
Después supe que mi madre había cometido el error de
arrastrando los pies, con un equipo de jogging celeste y
contarles, primero a la policía y después a un sicólogo su
las manos extendidas, como si estuviera ciega. Cuando
teoría sobre el cambio de mi hermano. Les explicó que
reconoció a mi hermano, a lo lejos, empezó a gritar y
había sido reemplazado por un espíritu que vive en la
luchar en los brazos de la mujer. Tuvo que acercarse otra
madera de los árboles, algo que había leído en alguna
y entre las dos la sujetaron y le pusieron una inyección.
revista. El espíritu viviría en su cuerpo hasta desgastarlo,
y luego saltaría a otro, y a otro, y a otro. Era como un Desde entonces, sólo vamos mi padre y yo.
parásito. Y lo que ella había hecho fue intentar liberarlo.
Vamos los domingos, y hace más de veinte años que
Eso les dijo.
repetimos el ritual. Le llevamos cigarrillos, chocolate,
revistas. Mi madre está cada vez más ausente, más

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abandonada: cuando se inclina para hablarme al oído individuales estaban rotas, el asiento no se inclinaba, la
puedo oler la fetidez de su aliento, un olor denso, calefacción era excesiva. En algún momento desperté,
pesado. Siempre me dice lo mismo. ofuscado: el ómnibus estaba detenido en la terminal de
un pequeño pueblo. Tenía tres plataformas y estaba casi
–No te vayas a quedar solo con ese. Es malo, está lleno
a oscuras. En el piso grasiento había un perro dormido, y
de odio. Nos odia a los tres. Nos odia porque somos
contra una columna un hombre de pie, con un gran bolso
distintos. ¿Vos me entendés, mi amor?
Adidas al hombro. Me acuerdo que pensé: qué
Yo le digo que sí. Que entiendo.
deprimente vivir en un pueblo así. Y entonces volví a
Cada familia tiene su canción, la canción que canta todos mirar al tipo y era mi hermano. Sentí una aguja helada en
los días. Una canción hecha de pequeños gestos que les la columna vertebral: era mi hermano, era mi hermano,
permite vivir juntos, dejar pasar el tiempo, no pensar. era el verdadero, con algunas hebras grises en el pelo y
Mientras se canta esa canción, el fuego arderá en alguna algunos kilos extra, pero era él, Dios y la Virgen Santa.
parte. Y si la canción se calla, la familia explota como una Tendría que haberme puesto de pie, haber detenido el
gran bomba y sus miembros son esparcidos como colectivo, haber gritado como loco, pero la verdad es que
esquirlas en cualquier dirección. Por eso cantamos todos me quedé clavado al asiento. El colectivo empezó a
los días lo mismo: para permanecer juntos. Para que el retirarse de las plataformas y no pude hacer nada. Me
fuego siga encendido. tapé la cara y estuve así un buen rato, hasta que las
luces del pueblo quedaron atrás y nos sumergimos en la
Hace unos meses tuve que hacer un viaje en uno de
oscuridad monstruosa de la ruta.
esos colectivos lecheros. Fue desastroso: las luces

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 Ahora estamos sentados en el patio de su casa de


las sierras, mi hermano y yo.

Es un domingo cualquiera, un domingo cálido que


anuncia la cercanía del verano. Hace un rato que mi
padre, la mujer de mi hermano y su hijo duermen la
siesta adentro. Pero nosotros nos quedamos acá, bajo
los árboles, mirando las montañas y oyendo el rumor de
un arroyo que pasa cerca. Disfrutando de la tranquilidad.
No hemos dicho una palabra en veinte minutos.

Miro a mi hermano. Él me mira.

¿Quién sos?, tendría que preguntarle. ¿Qué sos?

Pero prefiero no saberlo. Después de todo, es mi familia.

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