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Distintos actores sociales, en diferentes momentos históricos, hayan hecho uso del
pasado en la estructuración de las ideologías que sustentan los procesos de
identificación y, en consecuencia, sus propios proyectos políticos. En tal sentido,
proyectos políticos contrapuestos, o totalmente novedosos, reconstruyen e incluso
reinventan el pasado, y al hacerlo determinan el quehacer científico, al
condicionar, precisamente, a los investigadores/as y a su producción de
conocimiento histórico. Al mismo tiempo, los/as actores sociales negocian
constantemente sus distintas versiones sobre el pasado real. Esas negociaciones se
manejan de acuerdo con el poder que posean los/as actores, de manera que, según
sea la fortaleza de ese poder, triunfará una determinada interpretación de la
historia, la cual tratará de ser introyectada en las mentes de los individuos mediante
la educación para propiciar procesos de identificación con ella. Se convertirá,
entonces, en la visión del mundo que tendrá toda la sociedad; condicionará la
manera de vivir de esa sociedad, la cual la concebirá como equivalente al pasado
real; al mismo tiempo, esa interpretación del pasado será usada en la elaboración
de programas de acción política. Es necesario señalar, sin embargo, que el poder
nunca es tan absoluto como para que no haya disensión y trasgresión, y es
precisamente por ello que se hace necesaria la negociación. Wylie señala: "... el
consenso generacional (sobre una determinada interpretación de la historia) se
logra sólo con enorme esfuerzo, de manera frecuente a través de la represión y la
canalización deliberada, o a través de varias formas de selección sistemática, o
como una función de reacciones artificial y contingentemente unificadas en contra
de un enemigo común" (Wylie, 1995, 257, traducción nuestra).