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Como en trabajos anteriores y en los que –Dios mediante- vendrán, hemos señalado que la
separación entre un análisis formal, en sentido “estructural” -si es que no está algo gastado
este latiguillo-, y uno de sentido y significado, es el error metodológico más extremo cuanto
peligroso que se pueda imaginar. Error ya muy extendido en estas últimas décadas.
El “formalismo” o sus restos errantes, es ya tan sólo un materialismo vetusto que no osa
decir su nombre y que esgrime una cientificidad que apenas puede considerarse
emparentada con las “ciencias del Espíritu”, que es donde el término de “ciencia” puede
afincarse como su hogar y cobijo.
Creemos y sostenemos desde hace ya años y en libros editados y por editarse, que las
ramas diversas de lo que son nada más que “ciencias del espíritu”, y que ya muy temprana
y solitariamente Giambattista Vico pusiera bajo el título general de “Ciencia Nueva”, y de
donde surgieron prácticas con el tiempo erróneamente separadas y hasta rivales -como la
antropología, la estética, la lingüística, las propias psico y sociología, et al.- deben confluir
ahora -como los brazos del delta de una misma fuente- hacia una ciencia de la
interpretación, donde las palabras y los conceptos de “poética” y “estética”, y sobre todo de
filosofía, siguen siendo acertados.
Puesto que la póiesis y el hacer estético no son más que formas de expresión de un mismo
origen; eso que se llama arte, es decir el pensar y el poetizar...