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Sobre ELLE de Paul Verhoeven – Católicos sin talento o el chiste más cruel de Dios.

El católico que hace arte siempre corre el riesgo de confundir evangelización con propaganda. La
primera busca fieles, la segunda fanáticos. Pero aún el evangelizador que usa el arte como medio
no se salva por más buena que sea su causa a la hora del juicio estético. Flannery O´Connor ya lo
explicó a la perfección: se puede ser católico, se puede querer ser artista, se puede querer
evangelizar, y al mismo tiempo se puede ser un pésimo creador. El cine es arte, y a nosotros no
nos importan las intenciones sino el resultado de un trabajo poético. Dicen que de buenas
intenciones está tapizado el infierno. Bueno, ese tapiz debe tener entretejido mucho material
fílmico.

Paul Verhoeven ya había demostrado todas sus intenciones de realizar una obra de política
católica. El resultado es ese espanto llamado El cuarto hombre: alegorías tan obvia como la virgen
María disfrazada de enfermera para salvar a un pecador redimido. Un caballo dando clases de cine
en una universidad es más sutil. O quizás no.

Años después el bien intencionado de Paul visita Francia y hace “Elle”. La premisa es fácil pero
pocos la han pescado (en realidad nadie que hayamos leído). Las críticas abundan en datos sobre
Robocop y la “incomprendida” Showgirls, la “frialdad” de Isabelle Hupert (¿desde cuándo la
frialdad es signo de talento a menos que hablemos de una heladera o de Natalia Oreiro?), del gato
que mira una violación y parece ser muy importante ( no se dieron cuenta que a medida que pasa
la película el gato importa cada vez menos), la “perversidad de la clase alta burguesa” (yo creo que
tienen la misma frase para toda película hablada en francés) y lo oscuro del sexo (lo más oscuro
que tiene el sexo es no querer prender la luz para desanimarse con los rollos propios y ajenos).
¿De qué va Elle? De que Francia ha abandonado su catolicismo y esta traición a su propia cultura
ha vuelto en forma siniestra. Como intención es correcta, como resultado, grotesco.

Porque amigos míos, hay que tener el gusto muy atravesado, hay que haber reflexionado muy
poco sobre el cine de Hollywood o el clásico argentino, hay que desconocer a Salinger o usar a
Romeo y Julieta de portavasos, para decir o escribir, a esta altura de la historia del cine, que una
obra maestra puede contener una escena tan ridícula como una mujer que se masturba espiando
a su vecino porque lo ve descargar de un camión de mudanzas figuras de yeso para un pesebre
tamaño natural. El que lo crea poético no sabe de poesía. El que lo crea erótico hace tiempo
perdió la imaginación. El que lo crea osado es un puritano. El que lo crea cinematográfico todavía
pone a la par a Nolan con Hitchcock. Es muy simple: mal gusto, falta de sutileza, trazo grueso y
trampa para viejas. Me pregunto: si una película que contiene una bobada como esta se la
considera una obra maestra, ¿dónde ponemos a La ventana indiscreta? ¿Al lado de las tablas de
los diez mandamientos, iluminada por una fogosa zarza?

La intención gruesa de Verhoeven, la intención católica, se entremezcla con una trama tan poco
interesante como su título no develado: “Seduciendo a mi violador” (el siglo XXI lleva ese nombre
porque hace 3 que superamos la mayoría de edad, estamos en esa profunda crisis en la que nos
damos cuenta que después de tres años de haber aprobado el CBC estamos en condiciones de
dejar “Veterinaria” para dedicarnos full-time a “Artes Combinadas”). De verdad planeta tierra,
damos vergüenza…

No estiremos esto demasiado porque tenemos cosas más importantes que hacer, entre ellas
contar cuantas vueltas da el ventilador por minuto. Así que desarrollemos rápido: el mal se inicia
con el PADRE porque el barrio no aceptó que les haga la señal de la cruz en la frente. A este negar
de la cruz se le responde con violencia asesina. A partir de este momento nuestra protagonista,
familiares y vecinos, metáfora de toda Francia, dan la espalda al catolicismo. Pero lo negado
vuelve, sabemos, de forma siniestra. Los juegos de computadora tratan de demonios que violan a
personajes del Medioevo. A la caminata de Santiago de Compostela se le oponen los pies
seductores de la protagonista y su pierna rota sin báculo pero con muleta. El sacrificio del HIJO
(crucificado contra la pared por su propia novia mientras visitan el nuevo departamento) es el de
aceptar por amor un bebé del que no es padre biológico. Pero ese mismo hijo después matará al
violador con un madero (de ahí viene la cantidad de árboles de navidad que pueblan toda la
película) aunque ya la paga no será la salvación del alma sino un automóvil nuevo, donde, por
supuesto, dejarán olvidado al bebé, único inocente de la historia. Al viejo matrimonio católico se lo
entierra sin cruz alguna y sin cumplirles la voluntad de estar juntos, mientras las dos amigas,
anunciando una pareja homosexual, dan inicio a una nueva etapa de su relación mientras van por
un camino rodeado de cruces. Digamos finalmente que la única católica, la esposa del violador, era
en realidad una simple fanática que al momento de la verdad agradece a nuestra protagonista que
se haya dejado violar para así ayudar a su marido, momento cúlmine del ridículo involuntario.
Verhoeven, viejo moralista, denuncia la inversión perversa de Francia pero en el camino se olvida
de la historia, quedándose simplemente con una fabula moral que solo puede escandalizar o
asombrar a los dueños de corazones puritanos.

¿Quieren una verdadera perturbación religiosa? Miren Psicosis o Vértigo o La ventana indiscreta y
pregúntense por qué Hitchcock no necesita filmar una masturbación con los reyes santos para ser
un verdadero artista católico. Recuerden: el asombro escandalizado es propio de puritanos y
adolescentes. ¿Tendremos algunos vez críticos lo suficientemente maduros como para no decir
OBRA MAESTRA cada vez que hay un viejo director, una actriz francesa, una violación salvaje, un
mirón, una paja religiosa y algún premio “de auteur “? Se acerca el 6 de enero. Voy a ir
preparando mi carta. Que del pasto y la paja se encarguen los demás.

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