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A LA HORA DE LA ORACIÓN PERSONAL.

Para rezar con las Escrituras haz lo siguiente:


Decide el pasaje, o las páginas quieres leer.

Busca un lugar tranquilo en el que puedas estar atento a la lectura reverente


de la Palabra de Dios. Al empezar tu lectura, haz un alto y cae en la cuenta de que estás
delante de Dios que te ama te busca y desea entablar una relación de amistad contigo. “Mira
que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré en su casa a
comer, Yo con él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20).

Pídele al Señor con humildad y confianza, lo que consideras que necesitas más en
este momento. “¡Si tú conocieras el Don de Dios! Si tú supieras quién es el que te pide de beber,
tú misma me pedirías a mí. Y yo te daría agua viva” (Juan 4,10). Repite esta petición en diversos
momentos de la oración. Todos nos distraemos. Al retomar la oración, puedes repetir la petición.

Lee el pasaje, o el material que te entregaron, moviendo tus labios sin emitir ninguno sonido,
o simplemente murmurando para ti mismo la lectura (lo hacemos así sólo para distinguir esta
lectura de cualquier otro tipo de lectura que estemos acostumbrados a hacer).

Allí donde lo consideres oportuno, detente, relee, repite las palabras o frases una y
otra vez, saboréalas, imagina lo que estás leyendo, considera esa gran verdad que propone el
pasaje que meditas, escucha con apertura el llamado que resuena en la Palabra que lees, déjate
iluminar por esa luz para tu vida, para la sociedad, alaba y da gracias al Padre, el único que
puede apelar a lo que hay de más noble desde dentro de ti, Él te ha creado, te ha recreado en
Cristo, y te llama, te espera, te conoce como nadie y te atrae mediante las inspiraciones del
Espíritu Santo. Con confianza, conversa con el Señor, pregúntale, o dile cualquier cosa que te
venga a la mente o a tu corazón, pídele con confianza lo que necesites, habla con el Señor
con confianza, su amistad ofrecida gratuitamente es más verdadera, dichosa,
profunda y vieja que el amanecer de la primera aurora.

Considera lo que significa todo esto para ti, para tu vida personal y los que caminan
contigo, para el mundo en que tú vives, para las tareas y compromiso que has asumido en nombre del Señor.
Cuando se haya acabado el tiempo que habías decidido dedicar a la oración, ponte de pie y recita el
Padrenuestro y agradécele al Señor este rato de amistad.
“Ustedes serán mis verdaderos discípulos
si guardan siempre mi palabra;
entonces conocerán la Verdad
y la Verdad los hará libres” (Juan 8, 32).
Después de cada rato de oración.
1. ¿Qué sentí mientras leía el pasaje? Deja aflorar y emerger los sentimientos.
2. ¿Qué descubrí? Agradece la novedad siempre sorprendente del Señor.
3. ¿Qué gracias, luces y llamados recibí? Identifícalos para acogerlos y agradecerlos.
4. ¿Qué me motiva a responderle al Señor, a cambiar en mi vida con su ayuda, qué me impulsa
a hacer, a poner por obra, por dónde me lleva, hacia qué y quiénes me envía? Tal vez no
puedas elaborar un proyecto de vida de una vez, pero el Señor te va diciendo por dónde pasa. No
te da el plato calientico y cocinado, pero te va diciendo lo que lleva...cuánto horno necesita, la salsa... En
la oración aprendemos a probar y gustar.
Da gracias por el rato de oración. Mira ver si debes cambiar alguno de los aspectos prácticos de
la oración (lugar, postura...) o añadir algo en tu oración. Identifique lo que te ayuda, mantenlo.
A LA HORA DE COMPARTIR EN GRUPOS...
• Estamos aquí, porque la fe en Cristo nos invita a compartir.
• Compartimos lo que hemos sentido, pensado y orado.
• Compartimos dejando tiempo y espacio a los demás para que también ellos compartan.
• Escuchamos. Cuando las otras personas hablan, no usamos ese tiempo para darle los últimos toques a lo
que vamos a decir luego, sino para atender con respeto y apertura sinceridad a lo que están diciendo.
• Escuchamos sin juzgar. Cada vida es un misterio que nos supera. El agua del Yaque del Sur que cruza
por el Valle del Tetero ha venido saltando de piedra en piedra hasta llegar a nosotros. Esa vida que
escuchas ha venido saltando de piedra en piedra, de corazón en corazón, por la vida hasta llegar a ti,
nueva y fresca. ¡Acógela!
• No compartimos para competir, para deslumbrar, para que los demás nos den seguridad, para quedar
bien... Compartimos, porque lo que el Señor nos da a sentir es también de los demás.
• Compartir, antes del “partir” está el con, primero hay que estar ahí, con los otros.
• Compartimos, porque los amigos, amigas y hermanos nos pueden ayudar a buscar con más seriedad y
dedicación la verdad. Compartimos, porque el compartir nos construye.
• Compartimos porque el Señor comparte, Dios es comunión de amor.
Señor Dios, enséñame dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte...
Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor,
y yo nunca te he visto.
Tú me has modelado y me has remodelado,
y me has dado todas las cosas buenas que poseo,
y aún no te conozco...
Enséñame cómo buscarte...
porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes,
ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí.
Que te busque en mi deseo,
que te desee en mi búsqueda.
Que te busque amándote
y que te ame cuando te encuentre.
San Anselmo de Canterbury. (c. 1033 – 1109).

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