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Washington Cucurto

1810
La Revolución de Mayo
vivida por los negros

emecé
^ m
cruz del sur
Cucurto, Washington Prólogo
1810.- 1 e d . - B u e n o s A i r e s : E m e c é E d i t o r e s , 2008.
a

248 p . ; 2 3 x 1 4 c m .

ISBN 978-950-04-3045-6

1 . N a r r a t i v a A r g e n t i n a I. T í t u l o
C D D A863

Que este libro arranque con una confesión: tengo fe


ciega en mi amigo Santiago. No sé ni puedo explicar
muy bien por qué. Este libro surge de una idea que tu-
vimos juntos en un barsucho del Once.
—¡Cucu, tenes que escribir un libro de historia argen-
tina, y después escribite el Evangelio según Cucurto!
La idea, surrealista desde donde se la mire, me pare-
ció un lindo yeite para divertirme un poco inventado
cosas con la literatura y hacer algo juntos. A mí me en-
canta inventar cosas con mi amigo, tiene ideas muy de-
lirantes en las cuales siempre me involucra. Además, lo
que más me gusta es que me da papeles principales.
© 2 0 0 8 , Norberto Santiago Vega Sentarme a oír las ocurrencias de Santiago es como to-
D e r e c h o s exclusivos d e edición en castellano mar una birra y soñar.
r e s e r v a d o s p a r a t o d o el m u n d o
© 2 0 0 8 , E m e c é Editores S.A. Bueno, este libro es el experimento de aquella idea.
Independencia 1 6 6 8 , C 1 1 0 0 A B Q , Buenos Aires, Argentina
www.editorialplaneta.com.ar Hace rato que me aburría escribiendo cuentos y nove-
D i s e ñ o d e c u b i e r t a : Departamento de Arte de Editorial Planeta
las, sentía que a la experiencia de escribir le faltaba algo.
1" e d i c i ó n : junio d e 2 0 0 8
I m p r e s o e n G r a f i n o r S . A.,
Entonces apareció Santiago con su producción editorial
L a m a d r i d 1 5 7 6 , Villa B a l l e s t e r , delirante (todos sueños). Muchas veces me dijo: "La li-
e n el m e s d e m y o d e 2 0 0 8 .
Q u e d a r i g u r o s a m e n t e p r o h i b i d a , s i n la a u t o r i z a c i ó n e s c r i t a teratura no tiene ninguna importancia, Cucu, si no, mi-
d e los titulares del " C o p y r i g h t " , b a j o las s a n c i o n e s e s t a b l e c i d a s
e n las l e y e s , la r e p r o d u c c i ó n p a r c i a l o t o t a l d e e s t a o b r a ra lo que pasó con Borges, con Cortázar..."
por cualquier medio o procedimiento, incluidos
la r e p r o g r a f l a y el t r a t a m i e n t o i n f o r m á t i c o . Abrí los ojos sorprendido y le reproché: "¡Pero che,
si han hecho una obra fantástica!" Y me respondió que
I M P R E S O E N LA A R G E N T I N A / P R I N T E D IN A R G E N T I N A
Q u e d a h e c h o el d e p ó s i t o q u e p r e v i e n e la ley 1 1 . 7 2 3
ese era el problema: hacer obras fantásticas. "Cucu —me
ISBN: 978-950-04-3045-6 dijo Santiago, aferrándose a su vaso de cerveza Condo-
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riña—, la literatura, la historia, los personajes, no son lo ra que todavía no existe por culpa de los convencionalis-
importante en un libro. Cucu, los escritores que hacen mos, la vanguardia burguesa y la hipocresía católica!
eso están perdidos. Usan palabras como calidad, logros, —¡A la poronga! ¿¿¿¡Todo eso vamos a hacer!???
estética, poética, elipsis, simbolismo alemán, parodia, Once, a las tres de la mañana, es zona peligrosa.
gauchesca. Esas palabras dejaron de existir hace cin- Antes de irnos me dijo: "Cucu, lo único que necesi-
cuenta años y no tienen ningún valor. Lo importante en tamos es que te escribas unas veinte páginas rapidito.
un libro es lo que representa para el mundo. La palabra Tema: la Revolución de Mayo, invéntate algo entre San
calidad es algo que no se usa más, ni para el sachet de Martín y Belgrano, un hijo ilegítimo con una esclava,
leche. Cook, no hay Ludmer o Sarlo que puedan decir boludeces. Ya tenemos el título: 1810, la Revolución vi-
este libro es bueno o malo con veracidad, ellas sueltan vida por los negros, que en vez de dominicanos haya
puros chapoteos sobre sus propias dudas de análisis li- africanos". "No sé nada de historia, Santi". "Cucu, no
terario..." seas boludo, agárrate un libro de Halperin Donghi y rees-
Entonces le arremetí. Sentí que me chamuyaba al cribilo".
pedo: —¡Pero Halperin Donghi es más complicado que
—¿Cuál es la idea? Proust!
—La idea es ganarnos unos mangos. Como ninguno —¡Bueno, entonces copíale todo a Felipito Pigna! Y
de los dos podemos escribir un best seller que nos dé después hacemos muñequitos de Cucurto, el Liberta-
guita, ni menos un buen libro que aprueben en el país dor Negro de América y los vendemos en el Once con
de Circulín, escribamos un libro sin escribirlo, tome- tus libros de cartón y vos firmas ejemplares, todos los
mos lo que ya se escribió, hagamos un trabajo de escri- días a las seis de la tarde. Nos llenamos de tagui, Cucu.
tura, más de taller literario que otra cosa. ¡Se puede es- —¿Te parece, Santi, que puedo conseguir nuevos lec-
cribir un libro sin narración, sin pathos, sin Eliot! tores?
Creémosle alrededor un aura mágica de hechos fortui- —¡Pero qué lectores, gil de goma! ¡El negocio está en
tos, de malentendidos! Que el libro sea todo lo que pu- el juguete! Vamos a vender más muñequitos que libros.
do haber sido, lo que es, y lo que no será nunca. Que el Hay que apuntar a las madres, las madres son las que
libro sea sin necesidad de abrirlo, y continúe mucho más largan el peso. ¿Alguna vez viste un muñequito de Bor-
allá de la última página. ges? Ni en pedo, nadie compraría un muñequito de Bor-
—Santi, eso es lo que dice Adrián Suar de las películas. ges, de Cortázar, de David Viñas, vos tenes tinneiyers,
—Adrián Suar es mucho más importante para el tickis, grupis que te siguen a morir.
mundo que cualquier escritor contemporáneo.
La idea me gustó.
—¿Vos querés hacer un broli marketinero? Y nos dijimos adiós con el marote lleno de sueños.
—|No, Cucu, nosotros vamos a reescribir la historia No volvimos a vernos por un buen tiempo. La idea me
i. i l i 11 ln« i . i i n i . i , v . u n o s a inventar una nueva literatu- había quedado dando vueltas en la cabeza. Soy un escri-
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tor serio y me seducía la idea de dejar de escribir de cum- Santi pegó un salto en su casa del Once de la calle
bia y mandarme con un libro sobre la Revolución. ¡Tal Viamonte. "Cucu, pero si este texto es igualito al Aleph',
vez era el momento de mi consagración, y de acabar con y este otro es igual a 'Casa tomada'. Tenías razón cuan-
esos muertos que me putean en los blogs y en los suple- do saliste a decir en las revistas que Borges era un cho-
mentos culturales! rro." Santiago revisaba las hojas y le temblaba la mano.
Escribí las páginas y me olvidé. Hace poco tuve que "Cucu, este es un descubrimiento histórico: la litera-
vender mi biblioteca y acomodando encontré una caja tura argentina es toda robada, es un chasco, un choreo
con libros que leía mi vieja cuando era chica (ver El cu- infame."
randero del amor, Emecé Editores, página 81). Entre Mi madre me tiró otro dato que cambió mi vida. En
ellos habían unas cincuenta hojas garabateadas con tin- Berazategui, en el barrio donde nací, vive una vieja lla-
ta china. Pensé que eran ejercicios literarios de mi ma- mada Eulogia. De chica, mi madre le dejó todos los ma-
dre, leí las páginas con dificultad y me di cuenta que ha- nuscritos a ella. ¿Pero la vieja ya estará muerta? Sí, es
blaban de la Revolución de Mayo. Fue una señal. probable, pero los papeles están en la casa. Cuando lle-
Hace poco me encontré con mi madre y le conté: gamos con Santi a Berazategui, la vieja ya no estaba, y la
"Mamá, no sabía que escribías de joven". "Pilito (así me casa, tomada por una pandilla de ladroncitos. Les deja-
llama), no son mías, son las cartas de mi abuela, Olga mos mi mail. E l sábado 4 de enero me llegó un mail, el
Cucurtú. Por eso yo también me llamo Olga". Me sor- asunto decía: "papeles de Berazategui". Los habían en-
prendí, me morí de felicidad, por primera vez en mi vi- contrado y a cambio de 500 pesos me los dieron. No se
da sabía algo de mis abuelos y más atrás. Mi madre me entendía nada, había un reportaje a mi abuelo, el gene-
remató unas palabras más y se fue a jugar con mis crios: ral Florencio Cucurtú y dueño de Florencio Várela, y
" M i abuela fue amante del general San Martín, era una después datos sobre los Cucurto, y escrito a mano un
esclava y ambos se amaron hasta la muerte de ella". mapa de viaje desde África hasta el Río de la Plata, he-
Se me abrió un mundo de fantasías, tanto que no cho en un barco carbonero, con carbón.
quise preguntar más para no romperme las ilusiones. Los Cucurto fueron, tal parece, familia ilegítima de
Reflexioné para mis adentros: " S i mi tatarabuela fue San Martín, y partícipes primeros de la Revolución de
amante de San Martín, puede ser que mi bisabuela ha- Mayo. Esta es la historia, increíble pero real, de mi fami-
ya sido una hija ilegítima de San Martín. Por lo tanto, yo lia. Los papeles, las anécdotas, la historia escrita a medias
soy descendiente directo de San Martín, o dicho de otra e inconclusa está toda en este libro. La carta la escribí yo,
manera, mi tatarabuelo fue el Libertador de América". el manifiesto es sin dudas de mi bisabuelo Ernesto Cu-
Por supuesto que pasé todo el manuscrito a word, lo curtú, héroe de Mayo, hijo y amante de San Martín, ama-
mezclé con las paginitas que había escrito y lo llamé a mantado por una leona, y lo escribió a la edad de 248
Santiago. Le conté todo y le pareció delirante. Pensó que años. Yo tuve que meterle mucha manopla al manifies-
era una cucurtiada mía hasta que le mostré los manus- to, porque Ernestito no tenía la menor idea de prosodia,
critos del abuelo de mi madre. era un sordo poético. Las cosas que no entendí en los
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otros manuscritos también las reescribí. Siempre hay Manifiesto


que retocar un poco todo, como han hecho los infames
historiadores blancos para distorsionar la historia de es-
te pueblo. Yo me siento parte de la familia revoluciona-
ria, tanto como los Urquiza y los Alvear que son dueños
de bancos y tierras, y aunque a todos los Cucurtos que
viven por el conurbano y la selva tucumana no les alcan-
ce ni para comprarse un terrenito en Várela.

Señoras y señores,
¡se acabó!
¡tomemos la historia por el culo!
¡La historia y la literatura nos pertenecen!
Basta de historiadores de manos blancas
y oscuras ideologías,
ahora a la historia la escribiremos nosotros.
La historia está en nuestros trágicos hechos
de todos los días,
desde el patovica que faja a un joven en una bailanta,
hasta los reclamos del pueblo de Santa Cruz.
La historia ha sido por años una actividad
para burgueses adinerados
o vanos intelectuales de cerebro de pajarito.
Estos señores deben ser juzgados
y ajusticiados por el pueblo que no sabe
nada de historia,
pues nos contaron una gran mentira:
la historia sostenida en los hechos reales,
negándosele el camino de la imaginería y el amor;
como si la realidad histórica tuviera una sola cara:
la del poder.
Basta de hechos verídicos investigados por el estado.
Nadie sabe la verdad de nuestra historia,
ni siquiera los que la vivieron.
14 W.ishiiKjton C u c l i l l o 15
1810

Los hechos concretos son puros trascendidos. que estuvieron allí desde siempre.
A veces me encuentro con viejos que vieron morir La figura social del "procer" es un invento funcional
a Eva Perón y siempre al poder europeo.
los testimonios son distintos. Sinceramente, me siento muy atraído
Que la historia la cuenten otros, por Mariano Moreno,
porque como la realidad tiene mil caras, pero no sé si sea así,
o sea, las cosas no están claras.
no existe ¿Cuántos de nuestros héroes fueron
y solo es instrumento terribles hijos de puta?
de la política partidaria y las grandes empresas ¿Cuántas calles llevan el nombre de putos ocultos,
de best sellers. héroes silenciados en su ser margarita
Para que la historia sea del pueblo, convertidos en supermachos por la infamia católica?
se necesita urgentemente desescolarizarla, ¿Cuántas calles de los pueblos latinoamericanos
la historia escolar llevan el nombre de terribles asesinos?
es una bazofia de la clase imperante. Yo soy de la clase que desde hace años
La mayoría nunca leímos un libro de historia sabe que nada va a cambiar,
y si alguna vez lo leemos (cosa improbable) y por eso no me creo las promesas de cambio
lo haremos en la letra ni las buenas intenciones.
de la clase oligarca letrada.
No podemos seguir viviendo así, sin historia, La historia debe ser
aceptando lo que nos contaron, el eje de nuestra imaginación creadora.
necesitamos reinventarla urgentemente De nada sirven San Martín y Bolívar
para que nos ayude a sobrellevar nuestra realidad —con todo el respeto— si no nos ayudan a solucionar
(que es bien distinta a la de ellos). nuestro horrendo presente de hambre y desesperanza.
¿Cuántas veces escuchamos al presidente de Venezuela, Porque la primera obligación de San Martín,
Hugo Chávez, nombrar a Bolívar, ¡hete aquí, bien dicho,
a San Martín?... hasta se declara peronista. la primerísima obligación sanmartiniana!,
¡Miles de veces! es ser nuestro compinche,
¿Y cuántas veces hemos escuchado ser como nosotros queramos.
al presidente de Bolivia Por último, todo lo que se dice o hace en este libro
hablar de proceres? fue tomado de los libros de historia
Nunca, señores. y valga como prueba irrefutable;
Él habla de la Madre Pachamama, pa' que vean el mal que le han causado a la identidad
de las civilizaciones antiguas de ser libres, americanos y felices.
16 1810

En todo este trajinar nos encontramos


1810
con un escollo insalvable,
el pueblo no lee ni escribe,
es absolutamente analfabeto,
La Revolución de Mayo
¿qué hacer? vivida por los negros
Que sea la historia la encargada de lujo
de educar con su pensamiento liberador,
con su abrupta toma de conciencia.
Sea la historia el motor y el arma inspiradora
de la nueva odisea que se está gestando.
Querido general San Martín,
Desde este lugar pedorro que me toca,
—escritor de ficciones— doscientos años después te escribo encerrado en una
incito al pueblo a tomar las armas pieza del barrio de Constitución, te escribo como si fue-
de manera urgente, pues no hay otra solución, ras un hermano que no conozco. Te escribo desde mi
los incito como San Martín incitó a sus soldados condición de escritor cumbiantero contemporáneo que
al cruce de la Cordillera no acepta la historia como se la contaron otros. Desde
(acontecimiento del cual dudo) y el Che, mi corazón de admirador y enamorado tuyo, ahora que
a sus soldados a cagarse de hambre te descubrí doscientos años después, desde un rincón
en Bolivia, cosa que no puedo ignorar. del Río de la Plata que supo ser terreno de todas tus ha-
zañas y amoríos tales. Hoy sos "el faro, el guía, el Liber-
tador y procer de América", en los libros de historia y
en la boca de los políticos revolucionarios de izquierda.
Yo te quiero como el hombre sencillo que fuiste y
que ocultó su imagen de luchador de grandes gestas.
Te quiero como un muchacho porteño más, que bardeó
todo lo que pudo, que "políticamente fue el más inco-
rrecto y romántico de los héroes de la América mesti-
za". Poco me importa tu cruce de la Cordillera (hoy es
un trámite intrascendente y lo hago en dos horas por
Lan Chile), o tu encuentro en Guayaquil con ese otro
maricón que es Bolívar y como lo seré siempre yo; ni un
pelo me mueven.
Me mueven, me sensorizan tus aventuras con ne-
gras y negros esclavos del África, con mujeres casadas;
18 1810
Washington Cucurto 19

que te hayas atrevido a liberar 1.600 esclavos en medio mitos). Los intelectuales referencistas de nuestro pasa-
del Océano y en las narices del Rey de la Corona. do, los grandes escritores de best sellers, te niegan ro-
Me conmueve que hayas sido el padre del verdade- tundamente. Se ciegan a la liberación política y sexual
ro héroe negro de la Revolución de Mayo y de nuestra que significó tu vida y tu lucha. Contra ellos es este li-
historia argentina, negado por las plumas de historia- bro. Y también contra la ignorancia existente en torno
dores blancos, que no podían aceptar el liderazgo de la a ti, tanto la del agreste maestro rural con barba gueva-
negritud en nuestra historia. Me conmueve, oh dulce riana o la del presidente de la República Bolivariana de
amado mío, tu "libertinaje a la hora de vivir", y por eso Venezuela, señor Hugo Chávez Frías (le he escuchado
sos para mí Mi Libertador, Mi Dulce Hermano de Gran decir auténticas bestialidades acerca de vos).
Pija Mestiza Saboreada por Hombres y Mujeres de To- Por último, me despido con una sonrisa de tránsfu-
das las Etnias. ga, picardías de putañero que descubrió su hombre; te
Oh, hermano, me importan un pito tus laureles, Li- mando un beso con saliva de guitarrero infame de zam-
bertadorcito de Argentina, Chile y Perú, te recuerdo co- bas berretas, de gavilán de tierras malas.
mo la primera vez que te v i en un cuadro del colegio, al
lado de un cuadro de Perón, los dos montados en caba-
llos blancos.
Querido San Martín, ahora que me hallo, doscien-
tos años después, enamorado de vos, mucho más allá y
más alto que las cordilleras de Chile e incluso todo el
cielo de Chile (que es un blef), te quiero decir, ya para
concluir esta carta carmesí de niña enamorada atempo-
ral, que la revolución sigue en pie. Y sobre todo sigue en
mí, nuevo Libertador de América, de la música y del
lenguaje. Sigue en mí a través de ti, que has reencarna-
do dulcemente en mi espíritu.
Yo sé muy dentro de mí que si vivieras en esta épo-
ca serías cucurtiano. Por ahora te traigo a la realidad a
través del velo mágico y comercial de la empresa edito-
rial argentina, el libro.
Para todos los mequetrefes, sotretas y zoquetes que
no saben un pito de historia ni te aceptan por puto, ni
menos que hayas puesto el cuerpo en la Revolución de
M ,iyo (esto no consta ni en un libro de historia de todos
e s o s libros blanquecinos que se dedican a derribar los
"La ciudad de 1810, libre, entusiástica, efervescen-
te en el ideal de la redención humana y anhelante
de un gran porvenir; la ciudad de los proceres, la
única ciudad nuestra."

EZEQUIEL M A R T Í N E Z ESTRADA
P R I M E R A PARTE

Africa
1
África

A las doce de la noche, en el centro del corazón pur-


purino del África nació un pendejito. U n día cualquiera
de 1790, en un chocerío de esclavos africanos se escuchó
el llanto escandaloso de una guagua, un nenito, un gu-
risito, un guainito infame y bochinchero. Pataleó en el
vientre de su madre, quien profirió alaridos non sanctos,
arrancándose el pelo a manotazos y dándole al atigrado
altar de paja furibundos conchazos. Cambióse de lugar
como si fuese a ser en el futuro un pródigo bailarín de ba-
llet y no un simple esclavo más. Púsose, la infame criatu-
rita, boca abajo, y de un cabezazo rompió la placenta del
útero materno y salió del cuerpo de su madre, que pega-
ba unos gritos como si la estuvieran matando. El niño no
tiene padre, ni se sabe de dónde viene, ¡quién sabe!, tiene
ojos de carbón, es el primer mulato de la tierra bendeci-
da por Dios que treinta años después la Corona española
bautizaría como Virreinato del Río de La Plata, y que en
tiempos actuales se conoce como Argentina, a secas.
¡Es el primer mulato de la República Argentina!
La negra Coral, su abuela materna de 70 años, lo al-
za en sus brazos y lo pone a la luz de la luna para cons-
tatar que no esté amarillo por la bilirrubina, ni tenga pa-
tas de rana.
Afuera, en el inhóspito monte africano, los mosqui-
tos invaden el manglar.
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En esta choza de tirantes de bambú y hojas de pal-


mera comienza, por así decirlo, la verdadera y trágica Como todas las noches, en el barrio africano Cons-
historia de una nación próxima a cumplir doscientos ti había un baile en el barsucho lindero a la choza. U n
años. barsucho de borrachos y prostitutas que bailan un ex-
—Caramba, ¡qué poronga tiene este niño! —grita la traño ritmo de tambores y arpas que llaman cumb y, su-
vieja al verle la verga bajo los haces de aluminio de la lu- pongo, es precursor del —doscientos años adelante—
na. Lejos de asustarse, se lo entrega a la bendición de la famoso ritmo tropical cumbia.
luna africana. Y aunque no sonara Karicia ni Los Mirlos, aquello
Alocada como un huracán, después de una cabalga- era realmente supersensual para bailar, una artimaña del
ta de tres horas subida a un león, entra al cuarto Lore- tiempo, ver tantas negras meneando las caderas y el cu-
na, la hermana de la parturienta. Ignora a la vieja y se di- lo, dando dosmilquinientos meneos para levantar un
rige a la cama de lapacho donde reposa la madre, que vaso, mover un pie, agitar una pestaña, hasta para ha-
acaba de dar a luz. blar las negras movían el culo, y sus partenaires hacían
—¡Olga, Olga! ¡Vestite, tenes que escapar! lo mismo con sus braguetas. Cuánto olor habanero hay
Se da cuenta que su hermana ha dado a luz: en este sitio.
—¡Puta de los mil demonios, cómo hiciste para pa- ¡Pero si La Habana, ni Cuba, ni Argentina existen to-
rir semejante monstruo! davía, bestia iletrada ahistórica!
Olga, la madre del mulatito, es una mulata de increí-
ble belleza natural, de 13 años de edad.
Y enseguida la felicita con lágrimas en los ojos:
—Che, mira el pingón que tiene este degenerado.
¡Felicidades, hermana querida!
La mulata, de impecable falda corta de cuero de bi-
sonte y unos aros de barro barnizado con sangre de
mosquitos, alzó a su sobrino, le pegó dos mordiscones
en los cachetes del culo y le dijo, "pobrecito de vos,
bienvenido a África. Bienvenido a la esclavitud total".
Y ahí constató de nuevo, ahora sí horrorizada, que el
chico calzaba entre sus piernas un gigantesco instru-
mento germinativo.
—Epa, güey, nunca vi pingón igual. Este se la va a pa-
sar cogiendo —le dijo, muerta de risa, a su hermana se-
miconvaleciente.
Washington Cucurto 29

2 cien nacido! Espera aunque sea tres meses... —le dijo la


voz de su conciencia.
Lorena Cucurtú, la africana Se pasaba la botella fría entre las piernas mientras
los negros la vizcacheaban de reojo desde otras mesas.
con pelo de virulana
—¡No aguanto más, necesito una poronga urgente!
Se paró de su silla y, con la botella en la mano, se pu-
so a bailar al lado de la fonola. ¡Sarandí! Zarandeaba el
culo como sólo pueden en África.

Caracoleando en su melena de luche aceituno, de


doceañera de piel de cebra portuaria, burbujeando en el La negra cumbianteaba, chancleteando con unos ta-
ojal de su blusa, el alcohol flota en un aura de birra quil- cos que retintineaban en su acanelado perfume salien-
meña alrededor de la figura de clandestina errancia de te de sus piernas morrudas; parapimponeaba el culo de
Lorena Cucurtú. Su corazón late como el de una palo- paloma violada en las islas del Tigre.
ma de ala meada, palpita como el culo de una gallina Lorena, tal su nombre verdadero, vivía para coger y
violada por un granjero entrerriano. bailar, no sabía hacer otra cosa. Analfabeta, pero con una
Se excitó al verle la pinga a su sobrino y, un poco en piolez mezcla de sabiduría que sólo puede dar la calle o
dope, otro poco fingiendo un cacho, bajó al bar a feste- las abundantes chupadas periódicas de pijas.
jar con una cerveza la llegada del dotado angelito. Re- De niña, se cogió a la aldea entera, y en el colé, cuan-
cién volvía de un bailantazo. Todavía sentía en su piel el do pasaba al pizarrón hecho con piel de serpiente corin-
fragor de las apoyadas, los cabezazos de las pingas que ta, no paraba de mover el culo al ritmo de una música
recibió en los meneos del baile. que ni el maestro ni los compañeritos escuchaban.
Se sentó en una mesita sola a escuchar una bachata Lorena tenía la alegría en la piel, como una naranja.
de amor que retumbaba de la fonola. Generaba música a su paso, la misma música que la de-
—Pobre mi hermana, venir a enamorarse de ese ván- lataba a la hora de singar. Y por culpa del musical singe
dalo de la Corona —se lamentaba la negra, mientras le catresco la descubrían las esposas de los vecinos de las
pegaba unos besos al pico de la botella. chozas a medianoche y la sacaban a los coscorrones lim-
—¡Qué ganas de coger tengo! Por un segundo, me pios de las camas ajenas. Pero ella bien se defendía y
vinieron unas ganas locas de chuparle la pinga al gua- arrojaba piedras.
cho. Irreverente hasta el caracú, Lorena Cucurtú no se
La negra meditaba en voz alta sacudida por las olas privaba de vivir la vida y cada vez que salía a la calle, su
hirvientes de su calentura. El bar estallaba de excitación gran pasión, dizque era para erotizar pijas de negros.
de hombres franeleando con putas. Ya desde los cinco añitos andaba en la falda de los
—|Pero moca, zangana, monga del orto, si es un re- conquistadores holandeses y españoles. Y recibía rega-
30 1810 Washington Cucurto 31

los de todo tipo, collares, rubíes del Golfo Pérsico, hue- Tal vez, Lorena Cucurtú de nuestro corazón sea la
sitos de bacalao, karamizov bañados en oro, perfumes primera prostituta consciente del África, "porque aquí
del Nilo, alfombras voladoras, botas de estornino de la todas abren las piernas rápido y gratis, sea de la mano
pampa húmeda. de un señor casado, un soltero o un indeciso rufián. Yo
no, mijito, a mí me dan billetes".

La negra armaba gran alboroto entre los extranjeros


colonizadores que se la querían llevar de esclava y se
mataban entre ellos. Mas ella, siempre indemne, zafaba
de las peores situaciones de muerte, saltando por un
balcón o escondiéndose debajo de una mesa de una ta-
labartería de aguardientes africanas.
Sobre ella se cuenta una historia trágica de amor con
un fraile español, poeta y precursor de García Lorca, al
que pescaron en la Santa Iglesia haciéndose mamar la
penca por la niña de cinco años de edad. La Iglesia, dan-
do la nota como siempre, antitodo y dramática en su ser,
colgó por "lascivo, corrupto, anticonceptivero, abortis-
ta, anticristo y todo lo que se puedan imaginar" al pobre
fraile veinteañero, que lo único que hacía era hacerse ti-
rar la goma.
De su naturaleza era la niña, pues parecía alimen-
tarse más de leche de vergas que de la leche materna
de su Santa Madre, que cada vez que le venían con el
chisme de las travesuras de su hijita se agarraba la ca-
beza en un sónico grito gutural: " A quién habrá salido
tan puta".

Ay, este mundo hipócrita, parecería que la putez es


un pecado, o está prohibida por Cristo, el primer gran
puto de la historia humana.
Washington Cucurto 33

que se traen un aro puesto haciendo las monjitas y son


3
más putas que canastas andantes. Que yo soy trola, pe-
En el cuarto del parimento, ro por política, como tu hermanita, así que ojo al trom-
po de carne.
una noticia que despierta el amor: —Ya, ya, deja de alaraquear como una gallina que na-
llega el General die te va a degollar y suelta el rollo, que tengo que darle
de mamar al crío.
—Además de atorranta, sos atrevida y maleducada,
presta atención porque esta gallina viene a salvarte el
Lorena, después de tomarse su cervecita y decepcio- pellejo, mamerta...
nada por no encontrar matraca en el barsucho, pero con La negra quiso hablar pero le fue imposible, se vol-
una noticia de buena fuente, regresó a alertar a su her- vió tartamuda del miedo, o tal vez le cayó el peso de la
historia encima, quién sabe. Lo único que atinó a de-
mana.
cir fue:
—Allí, allí, por el manglar, a la orilla de las carbone-
ras... viene el General.
—¡Olga, despertate, Olga, tenes que rajar ya! —le di-
Olga saltó de la cama vistiéndose, todavía sangran-
jo Lorena a su hermana tirada en la cama, agotadísima,
te, y agarró el fusil más grande que tenía debajo de la ca-
después de pujar y pujar para parir un muchachito de 7
ma. Le ordenó a su madre que saliera por la puerta de
kilos.
atrás, ocultando al crío con ramas de eucaliptus. Y se pa-
—¡Diabla, moca de mierda, ni parir tranquila me de-
rapetó al lado de la ventana, apuntando a lo que se apa-
jas! ¿Qué te sucede?
reciera en el horizonte.
Lorena se arrodilló junto a su cama, rezó un padre-
Lorena Cucurtú bajó corriendo las escaleras y salió
nuestro y bajó la cabeza temblando de miedo.
al centro del bar, donde los negros todavía bailaban y
Olga, enojada por el silencio ridículo de su herma-
franeleaban a granel.
na menor, le gritó.
—¡El General viene con sus hombres a robar escla-
—Bueno ya, coña del orto, ¿qué te hizo mal, el aguar- vos! —gritó al festín musical y sexual del bar.
diente o todavía no encontraste una penca que te clave
de parada?
—¡Qué aguardiente ni ocho cuartos! Cervecita, cer- Pero era imposible parar la calentura umbilical y
vecita, Condorina, que ha venido a reemplazar al agua canchenguera de los negros.
en mi vida —dijo haciendo helicear en el aire sus altas
plumas de avestruz y sus bordados de pelo de león re-
sistente a los fuertes vientos de la región—. Niña, no me
tomes de avestruz, que no soy como esas huecas tontas
Washington Cucurto 35

4 —¡Maldito, criollo colonizado, estás en el corazón


de África! —le gritó la morena, y le ensartó dos severos
Bésame de nuevo, forastero cachetazos más.
Aquello fue para filmar o alquilar balcones real-
mente. Algo histórico, no escrito por la mano blanca,
de linda caligrafía, que ha inventado la historia a lo lar-
go de todos estos años. ¡Pegarle al Libertador de Amé-
rica, máximo procer del continente! Pero, créanme, no
es una infamia del señor Cucurto, así sucedió y lo ates-
—¡Quietos, grones, que llegó el Virreinato del Río
tiguan los documentos de los pocos negros que que-
de la Plata, carajo! dan en el Río de la Plata, en la Isla Maciel, detrás del
Puente de La Boca.
Volvamos a la acción.
El General ingresó al bar encima de su caballo blan-
—¡Epa, muñeca, así recibís a este forastero! —le di-
co, con su ejército invencible de granaderos siguiéndo-
ce el General, agarrándola de las muñecas y dándole dos
le el paso firme. Sacaron cadenas y grilletes de bronce
besos secos de lengua que marearon y le hicieron flipar
para sujetar a los negros que corrían, saltaban por las
el clítoris a la mulata, que se entregó de amor total.
ventanas, gritaban de pánico ante la presencia imperial
—¡Bésame de nuevo, forastero! —le gritó ella con la
del hombre blanco y su bestia. Algunos no tuvieron
boca sedienta de amor.
tiempo ni de levantarse los pantalones, y el General le-
Y la boca del General se despegó como un pájaro sal-
vantó el sable y de un fuzz que rayó el aire y la historia
vaje que se posó en sus labios.
humana seccionó los gigantescos penes desnudos que El beso cayó con la fuerza de un ancla en el corazón
cayeron como pedazos de algarrobo al piso y comen- y el alma de Lorena, haciéndola m i l pedazos. Y fue el
zaron a saltar, a chocarse contra las paredes llenos de beso más intenso que le dieron en su vida, un piedrazo
sangre. de piquetero que agujereó el toldito del puesto de pan-
Lorena, además de puta, era valiente y testaruda y chos de su ser. ¡El beso, luna masoca que arañó tu mar!
no iba a dejarse amedrentar por un par de porteños va- Beso de helicóptero, beso multiprocesadora Moli-
gos y uniformados. nex, beso de molino de viento del Ingenioso Hidalgo, o
Saltó encima de una mesa llena de botellas y con de la Confitería El Molino, beso con sabor a hierba, a lo
otro salto más fuerte se le fue encima al General a caba- Serrat... E l beso de lengua del General le hizo ver todos
llo, y lo tiró al piso. Se le subió encima en el forcejeo y los colores del horizonte, ese beso la transportó vaya a
lo abofeteó dos veces en el piso. Los granaderos, escla- saber a qué extraño lugar de su futuro, donde la negra
vos acriollados en su mayoría, sonreían por la intrepi- se soñó vestida de dama española, de la mano del Liber-
dez sexual de la mulata. tador de América. Llenísima de hijos mulatos color ca-
36 1810

fé con leche y una casa patricia con un aljibe en medio,


5
tres costureras que confeccionarían la vestimenta de ella
y sus hijos que usarían los sábados para ir a misa. La pluma ensangrentada
E l beso del General era más fuerte y decisivo que
cualquiera de sus armas y su ejército completo. ¡Lorena del amor
se enamoró al instante, como cualquier negra, del hom-
bre blanco, de patillas, guapísimo! Mas todo eran puros
colores mezclados que se evaporaron al instante, plas-
ticolas de colores que se despegan con el agua, cuando
el General le pegó dos firmes cachetazos en la mejilla y
El General había conocido a Olga en una de las gran-
tiró de su sueño de dama española.
des compras de sacos de carbón en medio de la selva.
Le dijo, sacándosela de encima y haciéndola rodar:
Olga fue subastada por piratas de la Corona holandesa
—¡Nadie le pega al General del Virreinato del Río de
en cien euros. San Martín, obsesionado por su belleza e
la Plata! ¡Decapítenla ahora mismo!
inteligencia, pensó que Olga aprendería rápido el caste-
Antes de eso, la negra pegó un salto de tigra y se pa-
llano, y mientras tanto podría ser su interlocutora con
ró encima del mostrador del bar y gritó:
los esclavos africanos. Y aunque vivieron un apasiona-
—¡Bésame de nuevo, forastero!
do romance a escondidas, y entre ellos todo fue amor
Y se abalanzó sobre su boca dándole otro chupona-
se terminó en un segundo "el amor que todo lo consien-
zo intenso que lo dejó sin aire y casi lo mata. E l beso
te", por culpa de la Corona española y la obstinación cu-
produjo tal intensidad en la selva que despertó a los más
repa del General, obsesionado con su carrera política.
peligrosos leones, a una jauría de perros cimarrones, a
los tigres de Bengala, a los colmilludos elefantes, Budas ¡Qué importa ya lo que pasó después! Rememore-
del África, quienes al sentir el ruido del beso se corrie- mos este amor clandestino entre personas que ni siquie-
ron atolondrados hacia el bar. ra hablan el mismo idioma, amor más allá de las pala-
Un temblor se oyó de pronto, y los granaderos hé- bras, más allá inclusive de la esclavitud y la liberación.
roes de nuestra patria, al ver por las ventanas que una A medianoche, cuando todos dormían, los enamo-
manada de animales violentos se les venía encima, sa- rados se internaban cogidos de la mano hacia un lugar-
lieron cagando a las disparadas, como una banda de pi- cito oscuro, verdísimo, del monte afrosexual. Se besa-
ratas del asfalto desintegrada al grito de sálvese quien ban donde fuera, no les interesaba que encima de sus
pueda. cabezas castañeteara su cola una cobra egipcia, o que es-
cucharan coger a los gorilas.
A medida que su amor los internaba en el bosque, el
peligro crecía. Los rodeaban auras tinosas, brumas ne-
fastas, buhos y cernícalos, y aves de rapiña, presas de gi-
gantescas plantas carnívoras.
38 1810 Wimhinuton Cucurto 39

Mas el amor todo lo podía, y pareciera que, ante él, .11 11 H uiulole la cara con la pluma del sombrero, le su-
todos los peligros animales se rendían en tributo a la pa- lurró:
sión. Se besaban entre los grandes cocoteros, sin que les General, ni siquiera sé tu nombre, pero me entre-
cayera un coco encima; se acaramelaban en violencia de- i;.i 1 r .1 vos por amor... Ni siquiera tu ejército, ni mi con-
satada a metros de los pantanos, sin caer en ellos; se es- (I ii 1 o 11 de esclava y la tuya de hombre blanco, nos sepa-
trechaban entre las lianas, sin morir ahogados en una 1.11.1

enredadera. i:l cielo africano se cerró como los brazos de un ca-


¡Pareciera que este breve amor todo lo podía, preci- mionero tratando de asir la cintura de una prostituta o
samente por ser breve, fugaz y efímero! Por suerte no la verga de un travestí.
era un amor eterno e inevitable, si así lo fuere, sería un Ay, negra, todas las promesas son falsas en el amor.
castigo, una esclavitud, un fiasco lleno de obligaciones ( liando la carne rige no hay palabra o sentimiento que
y frialdades y (esto es lo peor) un aburrimiento. Explo- si-1 inponga. La carne es todo, niña africana.
sión o muerte, así debe ser el amor... Porque un amor Y el General le llenó el caracol del oído de promesas
es sobre todo un capricho, donde uno hace con su culo y besitos cosquilleantes. Se bajó los pantalones, le su-
y su corazón lo que le plazca, cuántas veces le rompi- bió la trusa y cabalgó, usurpador, todo lo que quiso, sin
mos el culo a una señorita o señorito sólo para consta- importarle un pomo el voyeurismo pajerón salvaje de
tar que tenemos falo, por romper un culo por capricho, la selva.
y cuántas veces nos rompieron el culo a nosotros. Monos, gorilas, víboras, perros, culebras, ratones,
E l amor es así, una atorrantez total donde importa sapos, elefantes, leones y tigres se excitaban en silencio
un pito el mundo, casados, solteros, putas, paquis, detrás de las ramas viendo cómo el General bombea-
chongas, caquis, pongas, rengas, lesbis, rosis; el amor es ba dentro de la niña mulata hasta las primeras luces del
un acto de egoísmo absoluto de dos cuerpos enredados amanecer.
entre sí, porque el amor no debe ni preguntarse qué es Cuando ambos se levantaron y salieron de la som-
el amor, debe preguntarse dónde vamos a saciarnos, y bra de la palma real, siempre cogidos de la mano, se vio
como ejemplo basten estos dos amantes históricos que una mancha de sangre tan grande que cubría de rojo el
andan dando vueltas en medio del África a oscuras... pasto hasta el tronco de los árboles. La pluma del som-
Olga, casi desnuda, vestía un largo suelto y botas de brero del General estaba ensangrentada.
piel de cocoyo; el General, de impecable traje de grana- Luego, regresaron al campamento, siempre cogidos
dero, con una pluma blanca asida al sombrero, la empu- de la mano. Se detuvieron y miraron hacia atrás y des-
jó hacia un paraje perfecto rodeado de amapolas y pal- cubrieron al mundo animal de la jungla siguiéndolos a
meras salvajes. Rodeados por este paisaje de sueño, pocos metros. Corrieron asustados, siempre asidos de
fueron a sentarse a la sombra fresca de una esbelta pal- la mano. Y lo mismo hizo esa troupe de clandestinos
ma real. voyeuristas. Y corrieron más fuerte, siempre cogidos de
Olga, bellísima mulata de labios gruesos de 14 años, la mano. Y más fuerte aún los corría la comitiva salvaje.
40 1810

Y en un dos por tres, el General dio órdenes de fusilar a


6
todo animal que se moviera, produciéndose un genoci-
dio universal, una inundación de balas donde no hubo Un detallecito
Arca de Noé que zafara.
Y en otro dos por tres, el General la metió con los de-
más esclavos, ¡ahora sí, sueltas las manos!, y se fue a dor-
mir la siesta, bajo el sol clamoroso de la tarde oliva del
monte africano.

Lo que no les conté en el capítulo anterior por falta


de tiempo es que en el bar —antes que los granaderos he-
roicos se rajaran como chorritos de barrio— Olga Cucur-
tú presenciaba toda la invasión y el beso final del Gene-
ral con su hermana Lorena. Ustedes entenderán que, en
tales circunstancias, no pude ver todo lo que pasaba y no
puedo darles grandes detalles. Apenas oí la voz de Olga,
un segundo antes de que los animales destruyeran el bar.
—¡General San Martín, hijoeputísima, mejor que re-
conozcas a tu hijo que acaba de nacer, aquí mismito en
el corazón de África! ¡Aquí no nos colonizan ni con be-
sos ni con armas! ¡Y deja de seducir a mi hermana que
es más trola que puta dominicana!
Y disparó, sólo Dios sabe cuántas veces, pero los ani-
males ya irrumpían con sus grandes patas y sus colmi-
llos y sus dientes de Bengala y lo importante que es en
nuestra historia el caballo de San Martín, que con su
enorme cabeza levantó a los dos improvisados amantes
(nuestro antihéroe y Lorena) y los puso encima de su
montura y saltó por encima de lomos de elefantes, de
tigres y gorilas, y así salvó el pellejo del General. Olga
murió aplastada por los animales.
En ese momento, sí puedo asegurarlo, estoy seguro
en la vida, en medio del monte africano se escuchó un
alarido de dolor.
42 1810

Mientras tanto, para no dejar cosas en el tintero, a 7


miles de kilómetros, cabalgando en una bella leona, Co-
ral, la madre de las hermanas Cucurtú y abuela del hiji- Los soldados marihuanos
to ilegítimo recién venido al mundo, lloró lágrimas de del General
sangre y la leona amamantó al bebé como una madre.

Los soldados del Libertador de América, en su ma-


yoría esclavos africanos que habían sido educados y traí-
dos al Virreinato del Río de la Plata por el propio San
Martín en persona, habían resultado ser una banda de
cagones, egoístas, mujeriegos y borrachos de la peor ca-
laña.
El General decía: " U n ejército de negros analfabetos
no serviría de nada, necesitamos alimentar el espíritu
de las personas, despertar su alma revolucionaria repri-
mida por la esclavitud, el poder español o el miedo que
impone Napoleón o todas las fuerzas conquistadoras".
La tarea del General era digna, mas con estos negros bo-
rrachos, que lo único que querían era cogerse la mayor
cantidad de mujeres posible y hacer el menor esfuerzo
y pasarla bien, no había posibilidad de revolución algu-
na. La idea pedagógica del General, de tener un ejército
de hombres de bien, cultos y libres no se concretaría
nunca en la historia. Ni antes ni después ni ahora: ni
ejército ni pueblo educado. Ni con Sarmiento, ni con
Perón, ni con Menem.
No obstante, sin lidiar con dramas de predicciones,
en el pasado el General, como un padre, se ocupó per-
sonalmente de la educación de cada uno de sus valien-
tes soldados. Incluso los vistió con la mejor ropa, "un
ejército debe dar buena imagen, pues quién adheriría a
44 1810 Wtihington Cucurto 45

un ejército de pordioseros, de borrachos mamertos o de )'<>*.(( >mo ellos solos. No obstante, pese a todo lo dicho,
negros hambrientos. ¡Pues, ni m i tía! E l ejército debe lo más importante seguían siendo sus falos. Además,
exhalar poder". tenían hijos por todos lados. Las mujeres de estos ato-
Los vistió como si fuesen a desfilar, más que a la gue- i untes le reclamaban plata al General por llevarlos al
rra. Cada granadero de San Martín vestía un sayal color ejército y quitarles el pan de la boca a sus hijos. A l cabo
azul marino intenso "para que nos confundan con el i le una lloratina de estas mujeres dejadas por estos bo-
cielo de la Cordillera", con unos sombreros contra la rrachos, el General aflojaba y las hacía becar por la Co-
nieve y zaja de lino africana color punzó, "la sangre de rona. ¡Cuántas veces el General los reunía y les decía:
nuestros enemigos siempre cruzándonos el pecho". che, dejen de coger a la bartola que después paga el Es-
Completaba el riguroso atuendo un sable de plata, tado!
pantalones blancos de lino elastizado al cuerpo y botas Le proponían al General las deserciones más deli-
de cuero negras hasta las pantorrillas con espuelas de rantes. " Y si nos quedamos en África y mandamos a la
plata en el talón. mierda al Virreinato y ponemos un prostíbulo de ne-
Imagínense, con tales vestimentas, la pinta que ten- gras..." "General, nos llenamos de plata, abramos una
drían esos esclavos negros acriollados. Y con la pinta y refinería para fabricar cigarros de marihuana." "Olvidé-
los viajes "a la africana" comenzaban los problemas. E l monos de la cultura blanca, si acá, entre los negros, te-
ejército se enquilombaba de lo lindo, se soltaba sin rien- nemos de todo." "¡Qué vaya a laburar el Rey!" "¿Usted
da a la joda del garche y el chupi. cree, m i General, que con esos marmotas de la Primera
Los granaderos, una vez pisada tierra africana, se Junta vamos a llegar a algún lado? ¡Si son todos putos!"
lanzaban a cogerse todo lo que se moviera, empezando Ante tales disparates, el General optó por encarce-
por las esclavas que en su mayoría llegaban preñadas al lar a unos cuantos que seguían borrachos y volados por
Río de la Plata. la marihuana. A otros les prohibió acercarse a cualquier
Además, se volvían adictos a la marihuana, después mujer. Impuso orden y disciplina y dijo que cualquiera
de recolectarla junto a los esclavos y enfardarlas. Pasa- que "se pasara de la raya" sería colgado de la palmera
ban el día haciendo desmanes, atacando chozas y vio- más alta.
lando cholas a granel. Parecían conejos, se pasaban el día
de desmadre en desmadre.
Los lugartenientes del General, Clodoaldo Maripili
y Azulino Sepúlveda, no tenían límites, vivían el santo
día en pedo y no distinguían la luz del alba de la de una
vela de bar. Clodoaldo y Azulino eran de Camerún y de
Kenia, negros esbeltos del tamaño de un jugador de la
NBA, con unas pijas del tamaño del brazo de un hom-
bre. Eran los dos únicos granaderos valientes, pero va-
Washington Cucurto 47

8 El General se acercó al cadáver y se quebró en llan-


to. Se arrodilló y besó la mejilla de Olga, la esclava que
Frente al cadáver de Olga Cucurtú. fue el amor de su vida y con la cual tuvo un hijo que no
El llanto del General sabía si seguía vivo.
El General pensaba para sus adentros: "¿Qué habrá
pensado esta negra? ¿Qué iba a reconocer el crío teni-
do con una esclava? U n hombre blanco y distinguido,
un general del ejército revolucionario no puede tener
crios con una negra. E n el Río de la Plata iban a pen-
Una vez a salvo, en las carpas, el General ordenó la sar que me ando garchando a las esclavas. Perdóname,
ejecución inmediata de todos los granaderos cagones amor de mi vida, fui cruel con vos, pero no me puedo
que habían traicionado a la patria huyendo del bar entregar al escarnio social. Imagínate la Iglesia, ¡el gri-
cuando la embestida de los animales. Estaba indigna- to que pegaría en el cielo! U n hijo fuera del matrimo-
do: "Manga de garcas, le corren a un gatito y a una ove- nio y con una esclava. Sería un escándalo en América.
ja. ¡Cómo será cuando tengan que enfrentarse a los Y seguirían mi ejemplo todos los soldados de la Amé-
ejércitos y malones de indios del Alto Perú o de Recon- rica Morocha y a los tres meses aparecerían miles de in-
quista!" dias, esclavas, criollas, mulatas preñadas por todos la-
Clodoaldo Maripili, lugarteniente del General, arran- dos. ¡Sería un desastre demográfico! ¡Se descontrolarían
có de su lado a Lorena Cucurtú, que continuaba abrazán- los centros de poder! ¡Ahí sí, el Ruiseñor de la Iglesia
dolo. Católica mandaría a sus mismos curas de aborteros, de
—¿A ella también la limpiamos, General? curanderos del amor!... A l fin y al cabo, la concepción
San Martín miró los ojitos de quinceañera de Lorena. siempre ha sido un problema religioso. Y la religión es
—¡Maldición, es casi una niña! la base de la economía de las colonias. ¡Cómo un sim-
Clodoaldo esperaba la respuesta del líder. Los tres se ple polvo de parado haría estragos en la política de In-
cruzaron las miradas. dias de los europeos!
—Es joven, tendrá sed de venganza. Sea la primera "Por todos estos motivos, querida Olga, amor de mi
en ser ejecutada. vida, te busqué, renuncié a nuestro amor por mi pasión
Dos soldados enormes de increíbles ojos celestes se independentista. ¡Olga, te amo! Por eso, cuando entra-
la llevaron arrastrada entre gritos. mos al bar te buscábamos para arrancarte el hijo de tu
En ese momento irrumpió una tropa de soldados que vientre. Pero la vida se impone, señor Obispo, a veces
traían envuelto en una lona el cadáver de una mujer. E l ni muchos padrenuestros ni una tijera de lujo pueden
General ordenó que lo dejaran encima de una tabla. con el precioso ciclo de la vida, con la dantesca manía
Clodoaldo se quedó parado junto al General. del palpitar en flor de natura. Pero pariste un segundo
—Anda, Clodoaldo, déjame un minuto solo. antes y nos ganaste a todos. Ese niño tuvo el don de na-
48 1810 Wnnhington Cucurto 49

cer antes y se salvó. Tenemos que encontrarlo antes de Al rica son un culeadero. Siempre les grito lo mismo:
que lo encuentre la Corona". ¡ I )ejen de coger un minuto, negros!
E l General extrajo de un bolso una bandera celeste —Es una buena, mi General. Los negros ya recolec-
y blanca y la envolvió. Dos lágrimas de amor se le des- i .ii u n 3.500 fardos de la mejor marihuana.
vanecieron en las mejillas y aterrizaron volando como —Muy bien, Clodoaldo, olvida a la negra y cuiden la
capullitos de algodón en el rostro de la mujer muerta. hierba como oro.
Ahora sí, se dijo. Se levantó, miró la selva africana que El General se retiró a su cuarto a prepararse para el
quería meterse por la ventana. Tanto verde hace mal, se regreso a América. Clodoaldo Maripili interceptó a los
dijo despacito, y salió a la selva, a la calle verde, a la ciu- soldados con el cadáver de Olga y dio una contraorden.
dad salvaje, apretó su sable y pensó por milésima vez en —A nadie se le ocurra tirar ese bello cadáver a la bo-
la maldita revolución americana. ca de las bestias. Lo esconden y lo embalsaman hasta lle-
Cuando salió, ordenó a sus soldados: gar al Virreinato.
—Quiero que este bulto vaya directo a las tripas de
las bestias. Es la forma más pura de llegar a la tierra...
En eso entró Clodoaldo Maripili, con una noticia de
último momento.
—¡Señor, la negra se nos escapó subida a unos leo-
nes...!
—¿Cómo se escapó?
—Pregúntele a los cinco negros que la custodiaban...
Ya los mandé colgar.
—¡Adivinanzas a mí, Clodoaldo!
—La negra, flor de puta, mi General, se singó a los
cinco soldados hasta dejarlos séquitos y dormidos. D i -
cen quienes la vieron escapar subida a un león que iba
toda blanca. Enchastrada de semen en todo el cuerpo,
leche de todo un regimiento, parece.
San Martín se rió:
—Bueno, por lo menos la pasaron bien culeando con
la negra. ¡Mujeres así necesitamos en el Virreinato: bien
putas!
Clodoaldo se relajó:
—Tengo otra noticia, mi General...
—¿Ahora quién se cogió a quién? Estas misiones a
Washington Cucurto 51

9 —Había resultado ser una mulata espectacular...


-dijo entre goces el Capitán.
El cadáver de la Nación Ya la j oda se había iniciado, entre dos la pararon a Ol-
ga Cucurtú y la pusieron en cuatro. La penetraron un ra-
profanado
to cada uno, turnándose y rotándose según las posicio-
nes que los negros deseaban implementar. Uno se la
puso en la boca, otro en la oreja, otro en el upite y la ca-
jeta. E l olor putrefacto de los otros muertos, el calor in-
soportable, el fuerte olor a sexo y transpiración que los
Entre cuatro soldados llevaron el cadáver a la tienda cinco cuerpos emanaban fue consumiendo el oxígeno.
de muertos. E n ese sitio estaban todos los caídos en Se oían frases entrecortadas, ruidos, silencios, se-
combate, aunque en este caso eran más los que fusila- men cayendo al piso o dentro de la difunta.
ban por desertores, borrachos y cobardes que por otra —Hay poco aire, mi Capitán, podemos abrir el cie-
cosa. Los soldados pusieron el cuerpo de Olga encima rre de la carpa...
de una tabla, pero por esas cosas de las novelas, el cadá- —¡Qué buena que está la muertita, es merca de pri-
ver se les dio vuelta y quedó al aire libre, con el culo mera A total!
apuntando al techo. Ya lo dijimos, los soldados sanmar- —Ni se te ocurra, mira si nos descubren, ¡nos fusi-
tinianos eran de lo más viciosos. A l ver el cuerpo des- lan a todos!
nudo armaron una festichola con la difunta. —Mi Capitán, veo una chispa, parece que alguien
Susurró uno de ellos: prendió un fósforo.
—¿Te parece, Luis Miguel, que nos cojamos a la —Quién fue el chistoso.
muerta? Fue tanto el calor sexual que aquellos negros solta-
—No pasa nada, José Carlos, todavía tiene el cuerpo ban adentro de la carpa, tanta la pasión carnal, que el ca-
caliente. Hay que aprovechar que en una hora se pone dáver madre de la futura nación recibió además de se-
helada. men y saliva de besos de los soldados antes de acabar,
—Prefiero que le preguntemos al Capitán de Escuadra. un soplo de vida, un soplo de calentura humana que le
Pero mientras ellos susurraban a la luz de una vela, llegó al fondo del ser y le hizo funcionar el corazón co-
encerrados en esa morgue de tela de avión de carpa, en mo gasolina para un motor seco.
medio de un manglar africano inundado de mosquitos, —Si nos descubre el General, que nos cogimos a su
ratas y víboras, ya el capitán Azulino Sepúlveda le daba amada...
por el culo de lo lindo a la madre del futuro héroe de —Nos lincha, nos rompe el culo en persona...
nuestra revolución, al amor incondicional del procer —Dej en de ser tan cagones...
máximo de la América española. ¿Cosa más indigna que —Capitán, ¿alguien prendió una luz? ¿un foquito?
cogerse a una muerta puede hacer un hombre? —¡Imbécil, no hay foquitos en África!
52 1810

—Bueno, mi Capitán, lo que sea... Alguien me está 10


quemando los huevos con algo caliente.
—¿Qué? La carpa del General
—Alguien me está quemando los huevos con algo
caliente, mi Capitán...
Y al darse vuelta vieron a la muertita, a Olga Cucur-
tú de pie, llena de semen por todo el cuerpo, con los ojos
abiertos y la boca chorreante de leche.
—¿Quién apagó la luz? —les dijo.
Y los soldados salieron corriendo, pidiendo auxilio, En la mesita de luz, el General había dejado abierto
con los pantalones a medio subir, cayéndose en el pas- el famoso poema bombachera del siglo X V I I I Pedro Fie-
to y armando tal quilombo de griteríos y pedidos de au- rro y libros de historia de viajeros. En su cama, encima
xilios que despertaron a medio mundo. de su pecho, había una pluma y papeles manuscritos. E l
General tenía el vicio de escribir odas antes de irse a dor-
mir. Su ropa impecable reposaba dormida sobre una si-
lla. E l canto de los grillos y el vaivén de los acantilados
aterciopelaba de espanto su sueño.
Fermín Gutiérrez, su custodio de noche, golpeó y
golpeó la puerta de su carpa, pero el héroe seguía ron-
cando de lo lindo. Entre sueños murmuraba "Olga, Lo-
renita, Luisita, Pedrita, Juana, cómo las amo a todas.
¡Olga, negra de piel caliente, cómo me dejaste acá con
estos inútiles! ¡Me gusta la pija! ¡Soy puto y qué!"
El joven soldado, al escuchar las barbaridades del
sueño sanmartiniano, se asustó y salió de su pieza co-
rriendo.
—¡El General está soñando cosas horribles! ¡El Ge-
neral tiene pesadillas!
Clodoaldo se acercó al granadero de noche y le pegó
dos severos cachetazos.
—¡Pendejo boludo, vos nunca soñaste! ¡Cabeza de
concha, volvé a cuidar al General y no abandones tu
puesto! ¡Mira si se le mete un oso y se lo empoma!
—¡Pero, mi Coronel, el General dice que es puto!
54 1810
55
W.inliincjton Cucurto

Clodoaldo, perdiendo la paciencia, zamarreó al ni- 1 la 1 le semen, arrodillada como una mulita sobre una ca-
ño granadero y lo llevó de la oreja a su puesto. i n 111 a. Su pelo seguía precioso y su mirada tenía un de-
—¡Eso me pasa por reclutar niños! ¡Si tendrías que |i) de simulada paz.
estar en la escuela! Bestia, ya practicaste la tabla del 9. Y —Salí de acá, maldito traidor, quisiste matar a tu hi-
decime cuáles son las palabras esdrújulas, cuál es la raíz jo por dos pesos. No mereces ser el ídolo de una gene-
cuadrada de 49. ¿Qué es la clorofila? ra< ion... Sos un mercader mercachifle más.
Mientras Clodoaldo regañaba al joven guardia de lo San Martín se quedó frío al ver que la muerta le ha-
lindo, desde adentro de la carpa se escuchó la voz del blaba.
General. Sin decirle palabra, salió de la carpa. Tomó del hom-
—¡Clodoaldo, ¿qué pasa?! bro a Clodoaldo Maripili y le habló muy serio.
Clodoaldo entró a la carpa, se persignó, y vio al Ge- —Mátala, mátala, mátala. La quiero fusilada en dos
neral con los ojos llenos de lagañas sentado en la cama. minutos.
—¿Qué pasa? ¿Qué hacen a esta hora despiertos? Cuando Clodoaldo entró con su bayoneta secunda-
—Mi General... Olga Cucurtú acaba de volver de la do por dos soldados más, Olga yacía ahí, encima de la ca-
muerte. Está viva. milla, muerta para siempre. Ya no había lugar, ni festi-
El yeneral saltó de la cama desesperado, se vistió lo chola, ni revolución posible que la trajera de la muerte.
más pronto y salió hacia la otra carpa, que funcionaba Clodoaldo, en el único acto digno que tuvo en su vida,
de morgue. Clodoaldo se había quedado impresionado le cubrió el rostro con una manta y le dijo: "Descansa en
al verle la verga al General. Y ese fue el producto prin- paz, Olga."
cipal de su enamoramiento. Clodoaldo había sido mu-
jeriego toda su vida, pero al ver aquello comenzó su
conversión, la luz divina que desprendía ese trozo de
carne brillante lo cegó. Cuando un hombre conoce una
pija, entonces se descubre a sí mismo, se vuelve más
hombre y más invencible aún. Clodoaldo había sido
afectado mucho por aquella santa e inquisidora pasión.
Según sus palabras: "Nunca en vida vi un animal así, era
un monstruo, la pija le colgaba casi hasta la rodilla, se la
ataba con una cinta elástica a la pierna, aquello sería pe-
sado, incómodo, como tener tres patas, y la cabeza del
glande era morada con un gran ojo abierto que me mi-
raba, me miraba y era capaz de escupirme..."
Cuando todos llegaron a la carpa que funcionaba co-
mo morgue, Olga Cucurtú estaba desnuda, enchastra-
W.r.hiiKjIon C u c u r t o 57

11 En el fondo del pozo se escuchaban reproches.


—Y todo esto por garcharnos una muerta, te lo dije,
El entierro Luis, que no nos metiéramos con esa muerta.
—¿Sabes qué pasa, Pedro? E n este ejército manda la
hipocresía católica...
—Sí, no pueden eliminarnos por cogernos una
muerta. ¡Si no sintió nada!
—Shhhh, habla despacio, Luis...
—¿Qué pasa? ¿Las lombrices pueden escucharnos?
A l salir de la carpa, Clodoaldo dijo: —¡Qué lombrices! Arriba, el General y Clodoaldo...
—Olga está muerta, mi General... tengo un plan para zafar...
San Martín miró la luna, se llevó la mano al mentón —Seguí cavando para que no sospechen y decime...
y le dijo: —Hay que tirarles tierra en las lámparas para que se
—Clodoaldo, pocas veces en la vida me gustó tanto apaguen.
que me digan mi General como lo haces vos. La idea de los granaderos dio resultado, tiraron dos
Y le estampó un beso. Clodoaldo sintió cerca suyo paladas de tierra sobre los jefes y subieron y los tiraron
aquella bestial culebra que se erguía violenta. Y se co- a ellos. E n cuestión de segundos, Clodoaldo y nuestro
rrió de su lado. héroe estaban en el fondo del pozo y ahora eran ellos los
—Ahora entérrala, quiero presenciar su entierro. Y obligados a cavar.
cuídate que a vos también te voy a enterrar mi papota. En ese momento se abrieron grandes surcos en la
—Mi General... ¿no podemos dejar para mañana los tierra, en las paredes y el piso del pozo, eran las lombri-
entierros? Son las doce de la noche y hay luna llena. ces carnívoras que sintieron el calor humano y venían a
—¿Y cuál es el problema? comerlos. E l General comenzó a forcejear con una lom-
—No es recomendable cavar pozos, el mar está vio- briz que lo enredaba desde los pies hasta el ombligo.
lento. Podemos encontrar lombrices carnívoras. Es muy —¡Clodoaldo, ayúdame! —gritó desesperado, pero
peligroso, perderemos soldados. Clodoaldo tenía bastante trabajo con dos lombrices que
—No importa, Clodoaldo, despertá a los que estu- trataban de envolverlo. San Martín le pegó un palazo en
vieron con Olga, ellos cavarán... la cabeza a la suya y la hizo rodar; un chorro de sangre
En la noche lúgubre, el General y Clodoaldo soste- naranja brotó del espinazo de la lombriz gigante. A l ins-
nían las lámparas e iluminaban las palas de los cavado- tante ya salían unas y otras y muchas. E l General, rápi-
res y el cadáver de Olga, que esperaba sepultura entre do, se subió encima de las cabezas de una grandota, que
unas hojas de plátano. lo expulsó hacia la superficie.
—... que sea un pozo de quince metros de hondo... ¿Qué haría con Clodoaldo? ¿Lo dejaría morir? ¿Có-
—No paren de cavar—ordenó Clodoaldo. mo salvarlo?
58
1810

Fue ahí que vio el cadáver de Olga y lo tiró en el po-


zo, y todas las lombrices se le fueron encima, dándole
12
aire a Clodoaldo, que de esta manera pudo salvarse.
La hierba maravillosa
—¡Gracias, m i General, me salvó la vida!
—¡A sus órdenes, compañero!
Y ambos se dieron un beso en la boca, en la oscuri-
dad de la selva africana, entre los ruidos de las gargan-
tas de las lombrices y los latidos de su corazón.
Comenzaron a cavar y taparon a las lombrices y le
dieron el último adiós a Olga.
El General no sólo viajaba tres meses en barco hacia
el África para "traer sacos de carbón", sino para traficar
iodo tipo de especias deseadas y afrodisíacas. Una hier-
ba de moda en tiempos de la revolución era conocida
con el mote de "María". Servía para acompañar pensa-
mientos solitarios, distraer penas, entretener ocios, se
la fumaba en cigarro, mezclada con el tabaco, en ciga-
rrillo o pipa, se mascaba o se aspiraba por la nariz en
polvo. Su extraordinaria difusión, su sentido narcóti-
co, su circulación en el mercado negro y en cualquier
verdulería de vecino la hizo popular en el consumo de
la población. Se creía que esta hierba excitaba a las mu-
jeres en los bailes y hasta era milagrosa en amores o a la
hora de curar enfermedades venéreas. Ya que esos años
revolucionarios provocaban gran excitación en la po-
blación, que se la pasaba garchando el santo día.
El lucro de esta hierba era controlado por la Real Ha-
cienda, y daba dividendos astronómicos al Gobierno
Real. Pronto el Virrey se dio cuenta que "la negrada pro-
leta" estaba "al sonar del pito" en el consumo de esta
hierba. De lo cual se deducía que el pobrerío vivía vola-
do el santo día y no podía servir adecuadamente a la Co-
rona. La prohibieron de inmediato y la fabricaron para
las personas "elegantes y distinguidas que dan el honor
a Su Majestad", en polvo y a precios desorbitados.
60 1810 Washington Cucurto

¡ Que aspirar la hierba de la tierra sea un rasgo incon- nía a las orillas del Río de la Plata para avistar el espec-
fundible de distinción y fineza entre los patricios y las táculo humeante.
damas españolas! El General llegaba dando cañonazos de alegría con
Fue el gran error de la Corona quitarle al pueblo su sus granaderos.
placer; sacarles a mestizos, mulatas, esclavas, negras ca- ¡Un héroe del Buenos Aires y la época virreinal die-
sadas con un blanco y vueltas señoras de su distinción, ciochesca!
indígenas, criollos y soldados de los ejércitos revolucio-
narios el placer de sentir la vida en su alto esplendor a la
hora del acto sexual, del baile y del amor.
Comenzaron los problemas, los robos, los hurtos,
los asesinatos violentos y sin sentido para poder conse-
guir el polvo mágico de la vida.
Se la comenzó a traficar en las periferias del Virrei-
nato, se la mezcló con tabaco, vino, aguardiente, aceite,
vinagre, grasa, espliego, orégano y demás ingredientes
utilizados para "el despertar orgánico".
La hierba enseñó a fumar y a aspirar con elegancia.
"Yo conocí a Manuela, que fumaba mientras me la ma-
maba, y a Cornelia, que la aspiraba cuando se la sacaba".
Se creó un mercado negro, un tráfico donde el lucro no
iba para la Corona. Su prohibición había llevado su con-
sumo a una marginalidad en la que los traficantes tenían
las de ganar. E l Virrey, rápido a la hora de entrechocar
monedas de dividendos, además de furibundo aspira-
dor de la hierba, se avispó enseguida y dispuso su lega-
lización en 1809.
El ídolo de esas épocas y gran esnifador era sin du-
das nuestro antihéroe el general San Martín, que le da-
ba a la hierba todo el día y gracias a ella cruzó la Cor-
dillera y liberó a América. Cada tres meses salvaba al
Virreinato de morir de abstinencia. Venía del África (la
hierba sólo crecía en África) con 1.000 esclavas de cuer-
pos exuberantes y 1.500 fardos de la mejor hierba, el
barco era una humareda caminando, y la gente se reu-
W.i:ihington Cucurto 63

13 ni al amor de su vida por estúpidas convenciones hu-


manas? ¿Y qué le sucedía con Clodoaldo? ¿Se estaba
Regreso a Sudamérica enamorando de su lugarteniente? ¡Y su hijito! ¿Se mar -
( l i a r í a abandonando a su hijo a la buena de Dios de es-

las tierras de hambre? Preguntas, preguntas, dolores


existenciales, penas vanas, sueños rotos.
El General amaba tanto África como su adorada Ya-
I >eyú, allá en la provincia de Corrientes, el paraíso sub-
tropical, albergue de las mejores peñas de chamamés,
A l amanecer del día siguiente al entierro de Olga, sobre el Uruguay —el río de los pájaros—, tan distinto
nuestro héroe se levantó vestido de forma impecable. de ese aldeón pampeano eje de luchas que era Buenos
Había recibido una noticia del Río de la Plata: Buenos Aires.
Aires tenía aires independentistas. Habían ordenado la ¿Qué había en África? ¿Qué tenía ese continente
sucesión del jefe de estado local nombrando a Santiago distribuidor de sangre para este lejano soñador sudame-
de Liniers. A l General ya poco le importaban los avata- ricano? ¿Y la respuesta sería el amor, Olga? ¿El sueño de
res de la política, "hoy estás en la cresta de la ola y ma- haber encontrado el paraíso terrenal? Qué había allí, que
ñana te hundís en el fondo", se decía. "Además, estos le acercaba dulces rememoraciones del paraíso perdido:
porteños vagos no tienen nada de luchadores, sólo les ¿la ternura de su madre, los tucanes perlongherescos
interesa el dinero, y la Corona lo sabe bien. Todos los chocando sus picos en un rito de amor reverdecido, el
comerciantes que nos gobiernan y gobernarán son unos indierío hablando un guaraní musical, la temida leyen-
vendepatrias que rifan todo por dos monedas". Sin em- da del yasiteré proustiano, la placidez del río orondo en
bargo, el General se sentía triste por otra cosa, lo rodea- su platinez, la boca precámbrica del surubí con arvejas?
ba una aureola de tristeza y su perfil tenía un aura me- Nunca sabremos cómo era África y de qué color la
lancólica. pintaban los ojos y el alma de este soñador de la Amé-
Pasaba que nuestro héroe amaba tanto al África y a rica morocha, pero tenemos la esperanza que era igual
la libertad de los pueblos que se sentía decepcionado. a como la soñamos doscientos años después.
Con los años, iba pisando tierra, como se dice. Estaba El África misma con su belleza, sus animales, sus co-
decepcionado de todo, de la carrera militar, de las estra- coteros, sus planicies y árboles gigantescos, se vio eclip-
tegias políticas de europeos y americanos. Todos bus- sada de golpe cuando el General salió de su cuarto, ves-
caban lo mismo: el poder económico, la esclavitud de tido como un rey. Olía a despedida. La chaquetilla o
los más débiles, la inmediatez antes que el esfuerzo dia- casaca que le cubría las rodillas era de terciopelo azul
rio. En una palabra, San Tincho se sentía defraudado con flores colorinches bordadas en plata. Más de dos mil
con los seres humanos. ojales de tela de oro la cruzaban de arriba abajo y forma-
Además, ¿qué estaba sucediendo con él? ¿Dejó rao- ban unos arabescos sicodélicos que mareaban. La chu-
64 1810

pa que cargaba tenía unos bolsillos llenos de rosas ne-


14
gras recién cortadas del río de Mozambique. Tres rosas
estaban atadas al cabo de su sable. Los calzoncillos de El hijo
seda con rayas de terciopelo carmesí muy ajustados de-
jaban ver lo exuberante de su sexo. Su sable colgaba im-
pecable, finamente lustrado por uno de sus antigachu-
pines.
Pese a las pilchas, una tristeza cubría el alma del Ge-
neral: sabía que dejaba África para siempre. Y con ella,
en ella, a su hijo recién nacido. El hijo, un hijo, señores, lo más importante de la vi-
da, un hijo sobre el cual apoyar nuestra cabeza, en el cual
reflejar los sueños incumplidos, las esperanzas de este
"Sea tenido con una negra esclava, una mulata o una mundo que hace equilibrio en su inaudito caos. U n hi-
española, igual es mi hijo", se repetía todas las noches. jo, el hijo, un triunfo ante la vida. No hay dolor más
A las 8 de la mañana, salió a tomar aire y respiró grande que el saber de su existencia y no conocerlo y no
hondo el perfume de madreselvas que se avecinaba so- poder hacer nada. Siempre pensamos: los presos, cómo
bre las chozas. Ordenó a sus granaderos llevar bolsones soportan tantos años sin estar con sus hijos. Siempre
de negros a los vagones de los trenes que los transpor- pensamos: las putas, los serenos de las fábricas, los per-
tarían desde el centro del África hasta una de las costas sonajes de la madrugada, cómo hacen para estar toda la
del mar Egeo.
noche sin sus hijos. U n hijo, el hijo, saber de su existen-
El trayecto del tren era una odisea, pues debía cru- cia y pensarlo a lo lejos, entre tantas cosas, como le su-
zar ríos, selvas, dunas de arena inundadas de serpientes cede a nuestro héroe, abandonarlo sin conocerlo. Resig-
de arena, pozos de barro, baches y todo tipo de acciden-
narlo a los pasillos del sueño; resignarse a soñarlo
tes geográficos.
porque no podemos hacer nada y que, de tan real y tan
inasible, se vuelva un sueño, el hijo, un hijo, señores, es
lo más precioso de la vida.
E l tren veloceaba a 30 kilómetros por hora, lo máxi-
mo que daba su motor, esto era tan poco que una carre-
tilla llegaría más rápido a cualquier lugar. Iba tan despa-
cio que permitía ver todo el habitat que atravesaba. E l
sol lo hacía chisporrotear con sus látigos de rayos calien-
tes en el lomo del techo de sus vagones. Y otro gran tan-
to hacían los mosquitos con sus aguijones en las pieles
de soldados y esclavos.
66 1810 67
Wimhington Cucurto

Viajar en él era un infierno deshidratante de 18 ho- »o. Sus segundos le dijeron que era imposible, pues el
ras de sol intenso y seis horas de tenebrosa noche hela- barco ya había tomado impulso y no era un motor mo-
da. Imaginen: cruzar la selva a oscuras, sintiendo cómo derno que se detuviera con un freno. Había que tirar an-
las bestias se lanzaban encima de los vagones. i las y podía quedar encallado.
A l amanecer ya estaba entre la zona de las dunas, Lorena Cucurtú, que viajaba en el barco de polizon-
donde sólo se veían cabezas de serpientes cabeza de ga- te, corrió hacia la baranda del barco y gritó:
to, decapitadas por los parantes del tren. —¡Es abuela y mi sobrino!
En pocos minutos el tren se enrojecía, encolorecía El General constató que el chico en brazos de la vie-
por los chapuzones de la sangre de las víboras. Los va- ja era su hijo. Y se tiró al agua gritando:
gones de los esclavos, al aire libre, desprotegidos, eran —¡Es mi hijo!
picados por las cabezas de las víboras que todavía ale- Y es así cómo la pilcha del General quedó arrugada
teaban. y se encogió de golpe por el agua helada de la costa afri-
¡Era el tren Francisco Madariaga por el paisaje flu- cana. En el África de corazón caliente, el azul helado de
vial correntino africano, un tren de patas de flamenco las aguas oceánicas congela los corazones fervorosos.
imaginario! Pero el yeneral llegó indemne y sacándole el niño de los
Como sea, el tren echaba humo en aquel paraje de- brazos de la vieja, lo abrazó con el amor más grande del
solado de almas, colmado de esclavos, aunque al llegar mundo, el de un padre.
a las costas del mar Egeo quedaban menos de la mitad Un hijo, el hijo, un padre, el padre...
como consecuencia del viaje. Subían al barco que los es- Tiritando y con mocos en la nariz le agradeció.
peraba lleno de marinos y granaderos. —¡Gracias, abuela!
El General era custodiado por dos granaderos anti- La vieja le pegó un coscorrón al Libertador de Amé-
gachupines, que lo cuidaban a sol y sombra. rica y le reprochó:
Cuando los esclavos estaban embarcados y el barco —¡Sinvergüenza de mierda, hacete cargo de tu hijo!
próximo a zarpar, se oyó un gritó venido de la selva. Era E l General, en la arena arrodillado, abrazó y besó a
Lorena Cucurtú, montada en una cebra. su hijo, llorando. Alguien le pegó un palazo en la cabe-
—¡Oye, sinvergüenza, no me dejes en esta tierra de za que lo dejó inconsciente y si no fuera por sus solda-
hambre, llévame a Sudamérica! dos africanos, excelentes nadadores, que lo regresaron
Y pegó un salto y se subió al barco. al barco, habría muerto en la orilla.
Cuando el barco se alejaba ya a 20 leguas de la costa
del África, se oyeron dos tiros de salva. Desde la orilla
se vio a una vieja subida a un caballo, con un pendejito
en los brazos.
El General fue advertido por sus lugartenientes de
la extraña presencia. Y ordenó que se detuviera el bar-
Wimhtnyton Cucurto 69

15 Desde el centro del río, en el gran barco "carbonero"


lleno de esclavos, la ciudad apenas se disimulaba detrás
En el barco de la revolución ile una bruma negra de humo, producto del trajín de las
carretas y carros que no dejaban de levantar polvo con
»us ruedas bartoleras de maderas y el patalear atorra de
sus caballos criollos.
Había llovido unos días antes y se habían formado
y,\andes baches de barro y agua en las calles, lo que ar-
maba un quilombo bárbaro en el tránsito carretil, inclu-
Después de torrar todo el viaje, en su camarote el so hasta algunos caballos se ahogaban al hundirse con
General todavía veía estrellitas y sufría un terrible do- carreta en estos pozos profundos. La ciudad pronta-
lor de cabeza que le partía la cara en dos. mente se convertía en un lugar intransitable de barro y
Deliraba en sueños, sin poderse despertar del todo. mierda.
—¿Qué me pasó? ¿Me pisó un elefante? ¿Quién me Tal masa asfixiante de polvo provenía del conchetí-
dio un golpe tan duro en la cabeza? simo barrio del Retiro, en el puerto, gran zona comer-
Y continuaba durmiendo. cial, más precisamente en la calle Real que conecta el
A la media hora hablaba en sueños. puerto con la plaza Buenos Aires. Pese a la inmensa nu-
—Soy el general San Martín, poeta y extranjero. Li- be de polvo, se divisaban desde el centro del río los fa-
bertador y puto. ¡Me gusta la pija! ¡Megustalagarompa! ros de la South Sea Company.
Sus gritos alertaron a la tripulación del barco. E l General se asomó a la escotilla del barco, fumán-
Clodoaldo se metió en su camarote: dose un cigarrón de tabaco y algo más...
—Tranquilo, mi General... —¡Estos garcas, están vendiendo sacos de carbón de
Se desabrochó la bragueta y soltando un pingón os- cuarta categoría! ¡Son unos chantas totales estos ingle-
curo, grueso y amorfo, digno de una película porno, se sitos de poca monta!
lo puso en la boca a su jefe. E l General dormía como si Reflexionaba para sus adentros.
el pingón fuese un biberón, y santo remedio salvador, —¡Sólo a ellos se les ocurre vender esclavos de 25
Robin. años para arriba, sin dientes, llenos de escorbuto y sar-
Mientras tanto, el barco navegaba ya próximo a las na! Por suerte yo me traje 1.600 lolitas y lolitos oscuros
orillas del Río de la Plata. Por momentos se ladeaba de 14 años, merca de primera A total! ¡Sobre ellos cons-
amagando con hundirse. truiremos la base de la Revolución del Río de la Plata!
En tierra, muchas personas, vagos, atorrantes, pros- Acomodándose el sajal, nuestro procer reflexionaba
titutas, traficantes, gurises y gurisas arruinados por la en voz alta. De pronto, la voz de su conciencia o una
droga maravillosa lavada que fumaban en restos de ma- aparición típica de una macumba o un gualicho africa-
tes, esperaban ansiosos el desembarco de la nave. no le trajo a la mente la voz del amor de su vida, Olga
70 1810

Cucurtú, quien seguía molestándolo y amándolo desde 16


el más allá. Algunos dirán que deliro, que el que escu-
cha voces está chiflado; ¡no, señores!, el amor del Gene- La voz de Olga
ral y Olga era algo más grande que la muerte y la vida,
como en el fondo lo son los grandes amores, los amores
imposibles o los amores no correspondidos.
La voz de su amada tenía aires de reproches:
—¡Sos un tétrico, estás decadente, libertadorcito de
América!
El General miró para todos lados, asustado al prin-
cipio, tratando de descubrir al chistoso que le hablaba
escondido detrás de una puerta. Miró el agua marrón
del río, el horizonte, pensó algo para adentro y no res-
pondió.
Continúo absorto en sus pensamientos mirando el
río cristalino, lleno de peces que se pescaban a red y ca-
ballo y luego se vendían en la feria gigantesca del Reti-
ro. U n último, un efímero y snob pensamiento se le co-
ló: "Qué hubiera sido de América sin la sangre del
África". Pregunta sin duda irrespondible a esta altura de
la existencia humana...
E l General sabía más que nadie que esos negros eran
la base del ejército, la carne de cañón que iría al frente
ante el poderío guerril de la Corona de España. No que-
daba otra, a cualquier sangre había que liberarse.
El General dejó de pensar, pegó una ultima pitada a
su cigarrón de tabaco y algo más... y se metió a las bo-
degas del barco a contar los esclavos, no vaya a ser que
en los bolonquis que armaron se le hubiera piantado al-
guno. Faltaba media hora para que desembarcaran en el
puerto de la gran capital del Sud, conocida por todos co-
mo Buenos Aires en tiempos actuales, locura de los tu-
ristas.
La negrada en la bodega del barco se descontrolaba,
72 1810 Wttnhington Cucurto ' J

a pesar de venir encadenados tenían un gran entusias- —Sí, ahora habla solo también despierto.
mo por conocer una nueva ciudad. ;
I .l General le gritaba a la voz que no dejaba de incre-
Las morochas estaban en conchas, mostraban sus parlo:
culos increíbles, sus pechos de martillo, sus caderas he- —¡Soy un soldado de América, negra olor a patas,
chas para el parimiento y el gire del nabo. Los negros, berenjenera de cuarta!
por su lado, exhibían sus huevos como dos paquetes de La voz le respondía, un poco en joda, jugando con
yerba taragüí, sus pijas asombrosas, sus piernas perfec- |i is sentimientos de nuestro héroe.
tas, sus dorsales salomónicos. —Sí, pero al fin y cabo, no sos más que un milico su-
De la bodega subía hacia el exterior un tufito, una damericano, golpista, represivo, dictador y chorro co-
baranda imbancable, que sólo los negros agrupados de mo todos...
a miles pueden largar. Sonaba un tambor y los negros Y el General se enganchaba:
agitaban el esqueleto, encarcelados y llenos de cadenas, —Cómo se equivoca la gente. Los militares estamos
pero nosotros sabemos que no hay cadenas que enca- para servir al pueblo y el pueblo tiene que dejar de leer
denen a los espíritus libertinos, a las almas tiradas a la los diarios opositores.
joda, no hay barrotes, no hay rejas, no hay celdas ni ata-
duras, no hay matrimonios que los separen de su reali-
dad, de su manera de ser tan alegre y desmesurada, "y
si no hay vino nos emborrachamos igual". Por lo cual
estos negros eran unos genios, y, ¡cómo no iban a hacer
la revolución con muchachos tan pilas!
A l General, aunque fingía que todo era un cumpli-
miento del deber, le encantaba bajar a la bodega con los
negros, que lo piropeaban de lo lindo, lo cual lo excita-
ba como a un chancho. Unas veces se calentaba con una
morocha, otras veces se ruborizaba con un joven...
Por eso, Olga Cucurtú siempre le decía "milico y pu-
to". Sobre todo puto, porque al General lo que realmen-
te le molestaba era que lo tildaran con el mote violento
y represivo de milico.
Varios soldados lo miraban hablar solo con su som-
bra, con los peces del río tal vez, o con una gaviota que
reposaba en el mástil del barco.
Un soldado le decía a otro:
—Pobre San Martín, se está volviendo loco.
Washington Cucurto 75

17 —¡Ay, Generalito, vení que te lamo la bota de piel


blanquita, la debes tener! ¡Si te agarro no sabes cómo te
En la bodega del barco ordeño! ¡Arrímate que te tiro el fideo!
revolucionario Por esos días, el río al igual que la ciudad estaba lle-
no de pozos, y el barco hizo bum para abajo y todas las
celdas chocaron entre ellas, el General tropezó y cayó
de cara sobre el culo carnoso de la negra.
Era un disparate ridículo, un desplante atolondra-
do, ver al Libertador de América de jeta sobre el culo de
Una negra de labios perfectos, trencitas de uno o dos la negra, que aprovechó para agarrarlo del cuello con
nudos —acordémonos que la raza negra es lampiñísima—. fuerza y le sacó la lengua. Lo obligó a pasarle la lengua
Esta morocha, un poquito más clara que el resto, tendría por el agujero del orto.
unos diez, doce años, pero más empujones que moline- —Generalito —le decía—, proba el sabor de la inmi-
te de subte, más caídas que la Garza Sosa, más empoma- gración.
das que Alfonsín, más baches que la Avenida Rivadavia,
se comió más piruletes que el payaso Plin Plin.
Pese a todas estas sacudidas, a estos clásicos empu-
jones de la vida, era asombroso el portentoso culo que
poseía. Lo apoyó sobre los barrotes de su celda libera-
dora.
Uno de los gruesos barrotes negros se le perdió en-
tre los cachetes del culo y la negra se lo morfaba sin mie-
do. E l fierrón se perdía en el orto catedralicio de la ne-
gra, que haciéndole gestos bien de atorranta (cualidad
número uno de todas las esclavas de esta historia) se lo
mostraba a San Martín para que se calentara.
—¡Generalito, haceme tu esclava, mira cómo me lo
como todo!
El bochincherío, el junglerío, "el pajarerío de estre-
llas", como dijo un gran cronista de la época, era ince-
sante, el roce y el pongue no paraba nunca, por lo cual
esta negrita se valía de un real ingenio para hacerse es-
cuchar. Apenas se aproximaba un silencio soltaba sus
frases lapidarias.
Washington Cucurto 77

18 su inflación espermática), por lo cual mandó al tun tun,


al capricho de su dedo, a cincuenta ejemplares mascu-
El amor entre soldados linos al degollamiento.
Clodoaldo Maripili, negro afro pero aburguesado, se
enteró de la noticia y lo increpó de mala manera.
—¡Ni en pedo! Mira si voy a sacrificar cincuenta ne-
bros porque vos mamaste una verga.
—Es una orden de la Corona española.
Clodoaldo se enojó de la putez oculta del General:
No obstante el junglerío, el negrobarderío que se lle- —La Corona española soy yo. ¡La concha de tu tía!
vaba a cabo arriba del barco era fatal. Como estar en una —¿Ahora te rebelas, negrito cursiento? Tu ropa, lo
gran bailanta, en el siglo X X (antes de Cromagnon), en que comes, lo que coges, ¿quién pensás que te lo da?
el barrio mítico de Constitución. —¡Me lo dan la sangre de los miles de esclavos que
Cuando las aguas subieron, el barco se alzó con ellas. tenemos, hijo de puta, esclavista vendepatria! ¡La Co-
Pero acá pasó algo que atenta contra la biografía de nues- rona española soy yo!
tro procer. Y uno de los motivos centrales por lo cual to- El General, calmado, apaciguando la conversa:
dos los morochos, todos sus esclavos, lo tildaron con el —D ale... anda... hace lo que te digo...
nombre de E l Puto. —Déjate de joder, qué culpa tengo yo que vos seas
Dicen las malas lenguas que cuando el General fue puto. Además esto atenta directamente contra el pue-
a rodar dando con su cara en el culo de la negra, casi a la blo argentino.
misma altura encontró una pindonga —propiedad de Clodoaldo, también calmado, se aferró a leyes so-
un espléndido ejemplar masculino—, la cual procedió ciales:
a devorar ante la mirada bilirrubinosa de la multitud es- —Estamos en territorio del Virreinato, para hacer al-
clavizada. go necesitas una orden en papiro escrita de puño y letra
El dueño de la pija, al ver cómo el General lengüe- por el propio Virrey.
teaba la roja cabeza con forma de manzana y los huevos Clodoaldo ignoraba, por falta de experiencia, por in-
peludos, le pegó un coscorrón de inconmensurables teligencia, que el General además de ser un gran orador
proporciones e impensadas consecuencias: lo dejó in- era un negociador nato, imposible de vencer en nego-
consciente quince minutos. ciación alguna. Soltó su as de espada, inmovilizando al
Cuando se despertó con toda la furia, no se acorda- granadero rebelde para siempre.
ba cuál grone le había levantado la mano. Todos los ne- —Así que con esa me salís margarita, me querés trai-
gros son iguales, pensó el Generalito, que estaba al den- cionar. Apenas desembarquemos voy a invitar a tu jer-
te de furia y calentura. Miró y miró pingas, pero no mu y a tus hijos a una cena y les voy a contar que te ha-
distinguió una de otra (todas en verdad, parejísimas en ces romper el culo por mí...
78
1810

Hablando mal y pronto, el negro tuvo que recular y


mandar a colgar y tirar al río cincuenta negros de su ra-
19
za, pero también de su sangre. Sabía que era algo que no
podía hacer.
Subversión a bordo

Cuando el General se enteró de la escapina de los ne-


gros corrió al cuarto de Clodoaldo, su mano derecha,
(|ue había cruzado los Andes con él y al que en más de
una ocasión, para resguardarse de las inclemencias del
í río, el General le mamaba la verga en una cueva extra-
yéndole su leche paterna. Ahora se sentía traicionado.
—¡Guacho, me armaste toda una subversión en el
carbonero!
—Yo no hice nada, sólo mandé realizar la orden que
me diste.
—Abriste las jaulas. Ahora los negros me perdieron
el respeto y me dicen general San Putín.
—No te calentes, si sos más puto que las gallinas.
—Se escaparon varios, y si llegan a tierra van a dise-
minar el chisme...
—¿Qué chisme?
—De que soy puto.
—¿Y no lo sos acaso? ¡Terminemos con la hipocre-
sía y el careteo! ¿Acaso la revolución que estás cranean-
do no va a liberar también las porongas y las cajetas?
—Claro que no soy puto. A mí me gustan las mu-
jeres.
—Pero bien que te gusta que te la ponga por el culo.
—La cosa es al revés, a vos te gusta ponérmela, el pu-
to sos vos.
81
80 1810 Wmtl»n<jton Cucurto

—No nos peleemos más, m i Generalito, y déme un ii >•.", luchan más que cualquier mortal, más que el más
abrazo de soldado de la patria. i i ' i i c i i ido de los machos capitalistas o el camarada o

Y los dos soldados héroes de nuestra revolución y > I impañero piquetero más agitador; contra el ejército,
pioneros del cruce de los Andes se abrazaron dándose loi mando parte del ejército; en la política, siendo par-
un surrealista beso de lengua, un chuponazo de esos le i lo la política; en el arte, pariendo lo mejor de la mú-
que dejan sin aire. Un besóte de amor total como jamás ii i y la literatura más maravillosa. ¡Nuestros grandes
podrán darse un hombre y una mujer. U n canto desti- i Ir. icos son todos grandes putos, felices comepollas ar-
nado para pocos, ofrecido a esos que nacen con la mu- 'licntes!

ñeca torcida o la brújula invertida; para aquellos que Estos hombres a quienes hemos llamado grotesca o
también son esclavos, pero del amor y no de las cade- 11 • 11/.mente, con una sola palabra que es un honor llevar,
nas, y tienen el espíritu más libre que el más jugado de iniplemente: "putos".
todos los negrazos machotes del barco. Nombrar a semejantes espíritus con una sola pala-
Esos que luchan contra la otra esclavitud que existi- bra: putos.
rá siempre; y la peor de todas, porque es la que nunca se
Soñar con la liberación del amor y un mundo más l i -
romperá, la esclavitud eterna que vive en la naturaleza
bre, gracias a estos hombres, con una sola palabra: putos.
humana: las imposiciones de la buena conducta, la cos-
Putos, putos, putos, putos santísimos y maravillo-
tumbre impecable, la moral humanista y el credo reli-
sos y garroneros.
gioso. ¡La Virgen era santa, no pecadora, y eso debemos
hacer, vivir como santos! Putos, generosos comedores de la verga ajena, tras-
Estos miles de seres como el General y el negro Clo- quiladores de lechita.
doaldo han luchado a lo largo de toda la existencia hu- Putos admirabilis, papas putos montavergas, traga-
mana contra viento y marea, contra cualquier imposi- leches siempre dispuestos.
ción que no sea la del amor. Han luchado, por sobre "Apúrate, negro puto", me gritó en la calle hoy un
todas las cosas, contra la imposición sobrenatural de las tachero, y me ruboricé. A cualquiera le hubiera resulta-
convenciones heterosexuales. Lucharon contra la fami- do un insulto, a mí me resultó un honor.
lia, amando a la familia; lucharon contra el padre, aman- Mientras estos dos soldados barbudos de nuestra
do al padre. E l padre mujeriego que jamás aceptará un América se besaban en los camarotes, como jamás de
hijo puto. Y así es como, desde niños, desde el propio los jamases lo harán una dama y un caballero, abajo, en
seno hogareño, desde la mirada negra y bigotuda del pa- las escaramuzas oscuras del barco carbonero venido del
dre, el homosexual lucha contra los avatares del mun- África se tramaba entre los esclavos la más sangrienta
do heterosexual. E l puto, la loca, el cabeza de pala, el tro- liberación en la historia de la humanidad.
lo, el pájaro, el tragasable, el hoyo ciego, el invertido, el
topu gombrowicziano, la loca tapada, "el degeneradito
del barrio que sale a la calle a chuparle la pija a los tache-
S E G U N D A PARTE

Negros en Buenos Aires


Rebelión en el barco?

El ruido del ajetreo de carretas, el bufar de los caba-


lli >s, el olor a eucaliptus de la ciudad y el sol rojo del atar-
decer entraron por la escotilla del camarote, dando de
lleno en las caras de los dos hombres barbudos que con-
111 niaban besándose, inmersos en sus besos, sus juegos
i le lenguas, sus mordidas de bigotes, sus lengüetazos de
barbas, sus parapimpompán de crujir de nueces de
Adán; cuando después del beso abrieron los ojos, se en-
contraron con el paisaje del puerto descomunal.
San Martín vio el faro de la South Company, donde
debía entregar los esclavos, cosa que había resuelto no
hacer. •
Pensó: "Estos negros míos serán el esqueleto de la
Revolución del Río de la Plata. Se acabó el trabajo de
traerles esclavos a estos mercenarios ingleses para que
se los vendan a las mejores familias. Basta de que los ne-
gros tengan que ir a buscar agua del río, pelar papas o
sostenerle la vela al amo. A lo máximo que llega un ne-
gro después de treinta años de servir al amo, de sumisa
esclavitud, es a cochero, a chofer de dos caballos viejos.
Se acabó, estos negros serán los conductores de nuestra
revolución".
Enamorado de la vida, chocho de haber nacido en
Buenos Aires y no en Yapeyú —como dicen condescen-
dientes los libros de historia escritos por la oligarquía
86 1810 W»»liiM(|lon Cucurto 87

blanca—, bajó a la bodega, donde liberó a los negros que M i l . pampa, cielo y río; una sensación de libertad les co-
subieron a la escotilla del barco. Se subió al mástil más al- 11 ii i p< ii los poros de la piel. Pese a estar encadenados, al
to y le dijo a la multitud sudante: "¡Libertad para África!" ii el paisaje de la ciudad, se sintieron libres por pri-
Desde sus lugartenientes más altos, pasando por mera vez. Conocían una sola palabra en castellano y la
Clodoaldo Maripili, Azulino Sepúlveda e incluso sujo- tenzaron a vivar en demostración de alegría y agra-
ven guardaespaldas, Fermín Gutiérrez, se miraron lli • u n lento: ¡PU-TO, PU-TO-PU-TO!
asombrados.
—¿Qué le pasa a este pajuerano?
—¡Está liberando a los negros! I'l General tiró al río las cadenas, los grilletes, los
—¿Se volvió loco? i .i i u lados de la Sud Company y les dijo:
—¡Fermín, bájalo ya mismo del mástil del barco que -¡Ahora son libres a su puto antojo, corran, corran!
se va a enterar todo el mundo! Los negros intentaron correr, tirarse al agua, pero te-
Fermín subió por la escalera de nudos marinos y m a n miedo y no sabían nadar; no tenían mucha opción.
agarrándolo del tobillo, lo convencía: Clodoaldo puso fin al mitin berreta con tres tiros al
—Maestro, por favor baje, esto es un papelón... aire. Cien soldados se pusieron frente a los negros y
El procer lo repudió con ímpetu: apuntaron como un pelotón de fusilamiento. Las armas
—Vos, borrego, culo sucio. ¿Quién te enseñó a leer? se alzaron deseosas.
¿Quién te metió en el Ejército? ¡Acordate que te cono- —¡Que levante la mano el que quiera morir primero!
cí en un prostíbulo de varoncitos, eras explotado por un E l clamor llegó a la banda de rascas que esperaba en
gallego! Y ahora me venís a dar consejos... el puerto, las voces gruesas de la negrada hacían temblar
Fermín Gutiérrez bajó colorado, muerto de ver- la tierra.
güenza, con la cabeza gacha.
—¡Che, qué te crees, que vamos a comernos seme-
jante viaje a la selva para que vos te vengas a hacer el li-
bertador y me liberes a los esclavos! —le gritó Azulino
Sepúlveda.
—¡Deja de hacerte el pelotudo, negro, y bajá ya mis-
mo si no querés que te baje a patadas en el culo...!
Cuando San Martín bajó, Clodoaldo Maripili lo re-
cibió con tremendo cachetazo.
—Ubícate, infeliz.
Clodoaldo sintió que los negros se retobaban por la
desinteligencia de los soldados americanos.
Un clamor de alegría salió de las bocas esclavas al ver
89
liiiHjlon Cucurto

21 Ihlt's de huir eran mirados por miles de personas, que


p p i h . i n precios por ellos, amontonándose. Los soldados

Reflexiones en el puerto • li 11 ¡eneral los empujaron a golpes de rifle, para dejar


• I claro que no estaban a la venta, sino que "eran pro-
de Buenos Aires, recién | I I K l.ul del Virrey".
desembarcados ' ..ni Martín sabía que uno de los socios más fuertes
dr la South Company era el mismo Virrey, talísimo era
d nivel de corrupción de la España conquistadora: que-
. I |i • con todo sin importarle el método de apropiación.
Dos tablones de algarrobo cayeron desde el barco y Nuestro héroe había tramado no darle ni un solo es-
I l.ivi > . Estaba cansado de los atropellos del virrey Cisne-
levantaron polvo al tocar el suelo del puerto rioplaten-
se. Los negros descendieron como manadas de toros II is v de "sus cómplices malhechores", así se refería de
imparables, y en menos de lo que canta un gallo se des- 11K l.i la burguesía patricia aliada del Virreinato, a los cón-
perdigaron por la ciudad en distintas direcciones. Los sules serviles a la Corona, hacendados y comerciantes
negros, al encontrarse en medio del alboroto de una fe- liberales, a los clérigos y frailes "vendepatrias" y a los
ria, del bullicio urbano de un domingo, sintieron por caudillos indígenas que se ahogaban en su propia igno-
primera vez la vida blanca y les encantó. rancia; tanto amigos como enemigos de la Corona eran
Miles de familias se abarrotaban en el muelle para unos "incomprendedores del espíritu revolucionario
comprarlos como si fueran mercancía barata. La gente, co- que necesita la sed de libertad de nuestra América, a to-
mo a lo largo de toda la historia de la humanidad, com- dos los une el mismo caparazón de mierda: el deseo de
praba lo que fuera, adquiría cualquier cosa, mataba la poder y las ansias de conquistar aunque sea un granito
filosofía-drama existencial del ser comprando, adue- de trigo". Y tantos fueron los granitos de trigo por los
ñándose de lo que fuere. ¡Moco, véndeme un bar, vén- cuales se pelearon caudillos y políticos a lo largo de to-
deme un banderín, véndeme una mulatita! ¡Cono, ne- da la historia, que al país lo llamaron E l Granero del
ma, yo compro lo que sea para ser!... Y , como si esto Mundo.
fuera poco, también compraban todo tipo de especias, Esa tarde, decisiva en su vida, algo le hizo clic en la
cuero, perdices, pollos, pescados, grandes pedazos de cabeza al General. Cuando bajó del barco carbonero lle-
carne casi viva que eran faenados ahí mismo. no de esclavos, tomado de la mano de su amigo Clo-
La plaza de Buenos Aires se caracterizaba por ser un doaldo Maripili, se sintió un esclavo más. Había per-
ejemplo del caos de mercaderías que reinaba ese domin- dido sus ilusiones, sus sueños independentistas de
go de mayo de 1810, abundantísima de verduras, frutas, manos de los ambiciosos de siempre. Pensó en desertar,
carnes, pan, tocino, pescados, aves, gallinas y pollos, le- formar su propio ejército privado e irse a vivir a un pue-
che, vacas, miel, hierbas afrodisíacas y tabaco. blito de la cordillera con Clodoaldo, a criar cabras.
Los pocos negros desnudos que fueron atrapados La Corona, a juzgar por el momento, era casi inven-
91
yu 1810 Wti»t»iMl ,on
Cucurto

cible, y su fuerza opositora, la futura Primera Junta, era ÉUlna; cómo cincelaban las letras doradas administra-
"una paparruchada insostenible de niños bien, con in- das poi el poder reinante. Se sentían felices de partici-
clinación a la metametáfora orgiástica en todas sus acep- par con la mirada, de observar cómo la ciudad iba en-
ciones". Castelli era un borracho que se caía al piso en («Muliendo sus motores, cómo un grupo de serranos
las reuniones del Cabildo, y los hermanitos Moreno só- "mecanicaban" entre las ruedas de una carreta con
lo pensaban en ponerla. En cuanto a Alberti, era un eco- n i nnbre de mujer. Frente a sus ojazos negros del centro
nomista brillante, pero nada más. Los demás eran sim- i leí África pasaba la estulticia del poder, la materializa-
ples paracaidistas de turno: deseaban ligar una tajada de ción de la urbanidad en la tierra nueva, carretas, carros,
tierra porteña o unas cuantas hectáreas cotizadas en eu- i| M lateros de enormes sombreros en sandalias y con las
ros por los registros de la Corona. t a misas abiertas, los pelos del pecho vueltos al sol de la
No sucedía lo mismo con los negros esclavos, quie- pampa, cargando sus grandes bidones de agua. A más
nes no tenían aspiraciones de poder, más que la de vivir de uno le pasó por el corazón el sueño loco de llegar a
cada día. Además tenían una actitud bastante snob an- ser un día un buen aguatero o un excelente pintor de pa-
te la vida y ante los problemas de esta, bailaban y cogían redes patricias.
cada vez que podían y nunca le negaban una sonrisa a ¡Qué locura sintieron por trabajar! ¡Cuan felices se-
nadie, ¡y vivían encadenados a gruesos grilletes de pla- rían si pudieran realizar una actividad que los inde-
ta europea! pendizara!
Por esa sola actitud ante la vida —cualidad inhalla-
ble en cualquier europeo o criollo alfabetizado—, San
Martín adoraba a los negros más que a nada en el mun-
do. Sabía que en esa raza ardía el germen que encende-
ría las antorchas pacifistas del camino hacia la libera-
ción. Soñaba con un ejército de mulatos y negros, pero
sabía que ese ejército debería enfrentarse, con los siglos,
a otro más poderoso que el europeo: el Imperio Indíge-
na, y eso lo entristecía infinitamente.
No obstante, y dejando de lado las rústicas murmu-
raciones reflexivas, los negros se enamoraron de un sa-
que de los buenos aires que le ofrecía la ciudad.
Los extasiaba el murmullo acalorado de las personas
que trabajan en todos lados. Admiraban boquiabiertos
cómo un indiecito bruto pintaba las paredes y otro co-
yita retacón, con pelo grueso duro como flecha, ancla-
ba sus manotas en las maderitas de las calles en cada es-
Washington Cucurto 93

22 • le la degeneradez púbica típica de cualquier rancherío


que aspira a ser ciudad un día". La Viamonte, donde esta-
La ciudad ba situado el Cabildo, el Teatro Colón, y enfrente la Pla-
za de Buenos Aires (actual Plaza de Mayo), por último la
Avenida del Retiro, la más oligárquica de la época, sólo
transitada por españoles y turistas yanquis o europeos,
list a calle era famosa por las pulperías y los primeros ca-
barutes, entre los cuales se encontraba el histórico Halley.
Después, la ciudad se transformaba en un cañave-
Sin duda, la ciudad vivía un momento esplendoro- ral, un despepite que hacía filiflipar la imaginación del
so, de mucha pasión, muy motivada por las reuniones peor arquitecto. Todo era ganado por la pampa y el cie-
multitudinarias en el Cabildo, donde cada noche se pla- lo azul propio del Río de la Plata. Ya lo dijo Jorge Luis
neaba el derrocamiento del Virrey y se cantaban coplas Borges: "Buenos Aires, un lodazal, un pedazo de cielo
a tambor batiente y larguísimas poesías de carácter año- y un cascote de bosta". A partir de acá reinaba el caos,
ril de las raíces. La Futura Primera Junta —pese a su in- los perros cimarrones que mordían hasta las ruedas de
corrección política, su inutilidad alarmante a la hora de las carretas, la calle de tierra llena de desperdicios y
unir al pueblo, su incapacidad obscena de acción social polvo. Polvo, sobre todo, y antes de todo el polvo. En
(muy parecida a la Izquierda Unida, con guitarrita de
las esquinas se aglomeraban desechos pútridos de los
Silvio Rodríguez del siglo X X ) — , fue la gran inspirado-
vecinos (por supuesto que no existía ni existe una re-
ra del sueño rioplatense de autosostenerse sin la nece-
colección de basura como la gente).
sidad del conquistador.
Todo era pampa, mujeres hermosas y grandes rec-
En cuanto a la geografía ciudadana, dejaba atrás el as- tángulos de tierra vacía, terrenos pelados llenos de es-
pecto de aldeón o de fuerte apache que habían levantado pinillos y de tatús grandes como un perro cimarrón. Ya
Juan de Garay y Solís en sus dos fundaciones. Ojo, tam- los primeros criollos mezclados con españoles tenían
poco era el microcentro porteño que todos conocemos, los vicios característicos del porteño actual: el cigarri-
lejos, bien lejos estaban siquiera de imaginar un ascensor llo, el café y la reflexión filosófica para cambiar el mun-
o un conventillo de chapa. Había dos o tres calles princi- do, y muchos iban a pedir palabra al Cabildo.
pales, la Versalles, que terminaba en el puerto y mayor- Los ciudadanos eran españoles y criollos, hijos de la
mente transitada por carretas de comerciantes, a sus cos- tierra de familias hacendadas o comerciantes en auge.
tados se levantaban las construcciones más importantes Por otro lado, estaban los plebeyos, criollos simples, lo
de arquitectura sólida y adusta, con caserones con patio que actualmente sería la clase media, y por último la ser-
y aljibe donde se alquilaban piezas a los turistas. A l otro vidumbre, el motor a sangre, los indígenas y los negros
lado de la calle, en las oscuridades de unos árboles, nacían esclavos. Cada familia de medio pelo tenía por lo me-
los albores del yiraje porteño, de la prostitución urbana, nos dos esclavos indígenas o africanos.
Wntihincjton Cucurto 95

23 pon desdén despreciativo, sus mujeres sentirán que


áuei inen junto a un chorlito. ¡No hay nada peor en la
La calle Roma v i d a , muchachos, que no actuar, que cruzarse de brazos
a esperar que se les caiga el techo encima! No arruinéis
v u e s t r o espíritu revolucionario. Anhelar el bien priva-
di * p o r sobre el bienestar común es de seres estúpidos.
Colmar vuestra existencia de tontas apariencias, llá-
mense propiedades, ropas y carretas modernas, es la
mentira que el ser humano ha puesto en el mundo para
Los pocos, poquísimos, contadísimos negros que no enriquecerse, pues los bienes, el dinero infame, no en-
habían logrado escapar, se amontonaban sobre la calle i iquece ni al más v i l especulador. ¡No especuléis nun-
Roma, en el muelle del Puerto de Buenos Aires. U n ca! Si ahora, esta revolución, mi revolución sin mayús-
ejército de bayonetas los apuntaba con ganas. culas, les diera a cada uno una parcela de tierra para que
Clodoaldo corrió a abrazar a su mujer y a sus cinco cosechéis y criéis animales, para que corran sus hijos l i -
hijos, ignorantes del amor que vivía con San Martín. bres y sus mujeres encuentren sus enseres, dirían todos
Una brigada de quince hombres designados por el que sí, viva la revolución. Pero esta revolución no tiene
General regresó con fardos llenos de ropa de fajina, sa- ni un centavo, no tiene ni un granito de tierra ni de
yas azules y pantalones blancos. arroz. No tiene nada para darles. Mas es inmensamen-
—Pónganse esta ropa —les ordenó a los setenta es- te rica, porque tiene un ideal. ¡Ideal!, la palabra más be-
clavos que se amontonaban desnudos en la cornisa del lla del idioma. ¡Ideal! Estado preciso del alma con las de-
muelle del río. más cosas que la rodean. ¡Ideal! Mi revolución, vuestra
Y con una llave los liberó de sus cadenas. revolución que estamos gestando ahora, acá, en el mue-
—Son libres, pueden hacer lo que quieran con sus lle del Río de la Plata, será Realista Idealista. Presten
vidas. De ahora en más, sólo serán esclavos de su egoís- atención: nos encontramos en el estado ideal, estamos
mo. Está en ustedes decidir si quieren luchar por la l i - todos desnudos, ni un cobre, no sabemos cómo vamos
beración o ser esclavos toda su vida. a sobrevivir mañana, qué comeremos, dónde dormire-
mos. ¿Y, somos felices? Vivimos en el estado ideal, el
estado de la felicidad. Todos reunidos ahora, desnudos,
PREGÓN NORTEÑO sin ningún bienestar, demuestra el verdadero espíritu
de nuestra revolución que cuenta con un solo, adorado
" . . . S i su egoísmo se impone en el centro de su cora- y razonado ser: nosotros. ¡El amor os salvará, el amor os
zón, como un aleph, entonces serán corredores detrás abrirá m i l puertas, el amor os dará la felicidad, sólo si
de la patacones, tendrán una existencia gris y vulgar; pa- ustedes abren sus corazones y ayudan al amor! E l amor
sarán desapercibidos por la calle, sus hijos los mirarán no sólo es conseguir novia en un baile, formar una fa-
1810 mgton Cucurto 97

milia, no, señores, el amor es el sentimiento que ac-


• .inta nuestra misma canción de cuna?... porque nues-
túa, va más allá de todo, el amor es el sentimiento re-
11 a revolución no es una cuestión de humanos, sino
volucionario número uno, es el germen, la materia
< 11 • i odos los seres vivos que nos rodean, tenemos cien
prima de la vida, es lo invisible que se dispersa por el
i u 11 caballos de nuestro lado y otro número inclasifi-
aire y toca todas las cosas, la mente de los caballos, los
t able y por lo mismo inasible de mulitas de la pampa,
árboles, los lagos, e incluso las armas y el corazón de
armadillos, alacranes, torcazas, teros, calandrias, i n -
nuestro enemigo... porque también hay u n odiar en
sectos voladores que transportan el mal, perros cima-
el amar. . . y a veces ese odio, por ejemplo hacia nues-
rrones, orugas, langostas, moscas azules, buhos, ga-
tros invasores, es más interesante que todos los amo-
llinas salvajes y domésticas ponedoras, tarántulas,
res que podamos sentir; el odio es más fuerte que el
amor al padre y a los hijos y a la mujer; el odio, inclu- i ilmrones, focas, delfines, caracoles y otros animales
so, este odio esperanzador es más fuerte que el amor que, a la fecha, todavía ni conocemos. Y si esto toda-
a nosotros mismos... La revolución somos nosotros, vía fuera poco, tenemos cipreses, ombúes, palmetos,
pero ojo, no hay una revolución de unos y una revo- eucaliptus, gomeros, ¡bosques enteros de nuestro la-
lución de otros, hay una única, liberadora revolución do! Margaritas, rosas, begonias, claveles del aire, pica-
'en el hacer diario' y esa pueden vivirla y soñarla to- flores, ¡bellezas enteras de nuestro lado! Y si, aun así,
dos los seres humanos y ¡hasta los animales más ho- a pesar de todo nuestra revolución no puede destruir
rrendos!, pero, atenti ¿hay animales horrendos?, la cu- al poder tirano, tenemos los ríos con toda su vida den-
caracha, la rata, la víbora, son horrendos para el ser tro; el mar, con toda su vida dentro; el locie, con toda
humano, así como son los negros y mañana serán los su vida dentro, y todos los cielos del mundo con toda su
judíos y trasmañana serán los árabes y siempre serán vida dentro; y si todavía el tirano es tan fuerte (cosa
los pobres. ¡Luchen contra esto, devuélvanle su lugar que veo muy difícil), tenemos además de lo más gran-
a la rata, a la lagartija, al hombre humilde, al florido ci- de, el cielo, su anteponente, el paraíso, y si no alcanza
prés, no lo tumben...! aún con el paraíso, tenemos nuestro infierno; y si aún,
a pesar de todo, todavía el enemigo sigue en pie, en-
"Económicamente, ¿por qué esta revolución no tonces sí, señores del África, tenemos las armas...
tiene nada? Porque los demás lo tienen todo, lo han
"¡Muchachos, señores del África, la juventud es un
robado a punta de pistola, de enfermedades, de falsas
instante! ¡Este instante en que me están escuchando y
leyes, de invasiones, de esclavitudes, de las formas
a su vez los estoy liberando! ¡Es el único pregón que re-
más groseras que existen, pero nunca pensando en tra-
cibirán en sus putas vidas, después, si no se despiertan,
bajar. Nuestra revolución será un ejemplo de trabajo,
serán todas órdenes, atropellos, maltratos, injusticias y
de austeridad, de unión con la naturaleza... porque
muertes en vida! ¡Vivirán esclavizados siempre a pesar
nosotros tenemos un aliado ecuánime, un aliado al
de ser libres! ¿Qué piensan ustedes, que los españoles,
cual nunca hemos tenido en cuenta, ¿tal vez porque
los criollos españolizados, los dueños de las tierra, son
no habla nuestro mismo idioma, tal vez porque no
libres? ¡No, muchachos, los blancos han sido siempre
99
98 1810 Wurihiiiyton Cucurto
que soñaba tal vez con pajaritos y sintió la presencia del
los primeros esclavos de su codicia, de su odio racial ha- enemigo; y hasta el ruido cruzó el océano, el grito revo-
cia todo lo que no tuviera ojos claros! lucionario, el rope cantautor, y sacudió de su cuna a la
"Este general sudamericano, envejecido, general y Reina de la Corona que soñaba con gorilas pijudos.
puto, les dice una última cosa, vayan a enamorarse, a
disfrutar de la vida, a tomar cerveza Condorina, la be-
bida del amor, me salió un slogan, vayan, vayan, liberen
el sexo y el espíritu, pero mañana 25 de mayo a prime-
ra hora, los quiero a todos acá, desnudos, porque dare-
mos el primer paso hacia una vida ideal.

Fue entonces, por primera vez, en la brevísima, sal-


vaje y trágica historia de este país, que se realizó, no un
milagro, no un diluvio, sino un acto revolucionario sin
par en la historia, no sólo de la América de Indias, sino
de la humanidad completa. En el preciso momento en
que nuestro procer habló de cervezas y bailes —los ne-
gros, amurallados todavía en el muelle, ya se dormían
del aburrimiento sin entender un pomo el pregón que
les brindaba el yéneral— se oyó un grito de alegría de los
grones que de inmediato fue tapado por un idioma zoo-
lógico, una jerga animal, un lunfardo autóctono que sa-
lía del centro mismo de todo lo que nos rodea, que bien
podría ser un aleph. Trinos, silbidos, ladridos, maulli-
dos, resoplidos, llantos de delfines, cantos de sirenas,
balidos, bordoneos, silabarios de loros, una selva or-
questal de inasibles vozarroneríos se escuchó en todo
el espacio, a tal punto que hasta el General se calló y oyó
la voz de la Pampa Húmeda y de todas las pampas del
mundo, que se aliaron al discurso revolucionario. Los
grones recularon mirando hacia el cielo, profesando
que, en el momento mismo de su liberación, se aveci-
naba inclemente el fin del mundo. La delirante fauna so-
nora no paraba de aclamar, cosa que despertó al Virrey,
Wnnlni)(|ton Cucurto 101

24 Navi >y! Un soldado, una carcajada ebria, un penetrante


t i n i o r a azucenas, un soldado igualito a un apóstol de la
Mis soldados Hil «lia, ¿se llamará Juan? ¿Será Pedro, será mi doble Fran-
i Isi o o Santiago? ¡Un soldado que con su existencia, con
MI libre vivir presente, te demuestre que Dios era puto!
" U n soldado africano con culo bien parado, negro,
pero también rosado (la negritud es el comienzo de la
111 .adez), colorado, amarillo, andino, indio y alto con
pelo de flecha, criollo de ojos claros, un soldado con la
"Necesito un soldado que grite junto a mí, que esté piel oliva, suave como un atardecer para tirarnos en el
junto a mí cuando llore encima de los árboles o en el pasto a perseguir hormigas. U n soldado, quiero un sol-
centro del tráfico, que sea mi hijo, mi hermano, no con- dado para mí sólito, ramero del sexo, maraca del mam-
cibo la idea de reclutar un solo soldado sin que primero bo, que llegue del Caribe recién bronceado. U n solda-
pasemos la prueba de fuego, dormir juntos abrazados, do que al tercer vaso de cerveza... U n soldado con
penetrarnos mutuamente, enchastrar las sábanas de se- plumas que te amortigüen la depresión de la tarde. U n
men y saliva, que la transpiración sea nuestro perfume soldado, un esclavo del África, que te traiga en una ban-
y nuestro icono amatorio. Pues, amigos, qué es un ejér- deja uvas, flores y papayas. U n soldado que cuide a sus
cito sino el núcleo de nuestra hermandad. U n soldado hermanos. U n soldado, germen de un ejército, prínci-
que acaricie al gato y te baje un fruto de una rama dema- pe de un comunitario sexo; un ejército de soldados que
siado alta. U n soldado que juegue a la mancha, a las es- cojan de parados..."
condidas y te corra sonriente entre las casas colorinches "Sólo concibo un ejército de soldados con un mis-
del Virreinato. Un soldado, un sol, un hermano, un hi- mo sueño. U n soldado que se ría de las risas: que el
jo, que te enseñe a bailar tomado de la mano. U n solda- soldado común y corriente, el soldado de m i revolu-
do que te lea al oído unos versos que escribió borracho. ción americana, sea el hombre diario, el hombre de la
U n soldado amariconado, pero con aires de macho tan- calle, un hombre que entienda, ame y comprenda lo
gómano. U n soldado pitico, pituco y medio raro, que a que lo rodea. E n cada hombre bello o no, hay un sol-
la noche se masturba hojeando comics de locos corea- dado de m i ejército (a esta altura tan imaginario que
nos, y a la mañana nos muestra que nuestro cariño, que- se vuelve real), en cada hombre hay una ilusión, un
rido, es un castigo. Un sol, un dado, un sol dado a un hi- millón de espermatozoides, un falo deseante de enfa-
jo, un hermano que te escriba una carta de amor llena lar a cada paso."
de horrores ortográficos que esconden con caligráfica
intención la calentura. U n sol que te confiese algo, que Cuando el General terminó de hablar y después del
te mate con sus rayos. ¡Un sol rayo, un sol rayo, que te bochincherío animal, sus soldados bajaron sus armas
lleve al Hotel Savoy! ¡Un soldado que te lleve al Hotel vencidos, con una gran pena en el alma. Por primera vez
1810

sintieron envidia, se sintieron traicioneros a su raza. Sus


hermanos africanos, hasta hace unos segundos esclavos J -)
sin derecho, ahora eran hombres libres por un capricho
de un hombre blanco y por el mismo capricho de ese Perdidos en la ciudad
hombre blanco seguían presos de su uniforme, encade-
nados a las reglamentaciones del Ejército Libertador de
los Andes.
¡Qué bronca, qué vergüenza, tanto luchar para na-
da! Fue tal el sentimiento de angustia y encarcelamien-
to que más de uno de los soldados tiró sus armas al río
y salió corriendo con los negros. Incluso Azulino Sepúl- Después de semejante pregón de Tincho, semejante
veda se moría de ganas, y hasta el mismo General habrá discurso bíblico americano, luego del espectacular des-
querido tomarse el palo, perderse en la ciudad sin rum- pepite de excitante oralidad que duró (es difícil precisar-
bo, sin trabajo, en bolas, sin obligaciones... lo después de pasados doscientos años) unas seis horas,
Pues, ¿qué era esta lucha en la cual debían obedecer como los discursos de Fidel y Chávez, ¡y después de un
las órdenes de un Virrey sangriento, envilecido y co- discurso la poblada tiene hambre!, después del desfile cla-
rrupto? ¿Para qué encadenar tanta gente, para que des- moroso de ideas revolucionarias y animales y soldados,
pués la exploten? ¿Qué sentido tenía esta revolución si los negros, un poco tumbados, es verdad, un poco ma-
los zoquetes de la Futura Primera Junta no harían nada reados por la fuerza de las palabras y otro poco por el
por cambiar las cosas? hambre y otro poco mayor por el aburrimiento, tomaron
La calle Roma quedó vacía al instante, los negros co- distintas direcciones sin saber bien a dónde iban, siem-
rrieron liberados en todas las direcciones y gritaron la pre con la sensación en la cabeza de que eran seguidos por
única palabra de alegría que conocían ("¡puto, puto, pu- miles de animales y teniendo su primer drama existen-
to!") y desaparecieron por el espacio pampahispanoa- cial, ¿seremos nosotros esos soldados? Iban sin ton ni
mericano de la ciudad ausente, que por primera vez en son, sin precisar dónde poner la emoción de sus sueños,
doscientos años se vio felizmente invadida. dónde plantar una bandera para sus ilusiones, tomaban
atajos y callejones, calles oscuras, zaguanes envenenados
por miradas de cuchilleros, se tiraban en los plazones a
escuchar el ruido de la ciudad, se asustaban horrorizados
al ver las carretas con seis caballos, se asombraban cuan-
do las putas los chistaban, corrían de acapara allá, iban sin
conocer la ciudad, pero muertos de alegría, llenos de vi-
da, exploradores sin rifle, sonriendo a cada criollo, patri-
cio o indígena que se les cruzara. A l ritmo de un solo can-
to que salía desde lo más profundo de sus corazones.
104 1810 WiiHhington Cucurto 105

—¡Llegamos a Buenos Aires, donde todo es un de- gerse minas, cogerse putos, levantar barriadas, lo que
saire y no nos importa la suerte si somos inmigrantes i|iiisieran. Era una manera de invadir la ciudad sin que
en Buenos Aires! los españoles se percataran de nada, y a su vez tenía gen-
Este cantito era lo único que habían aprendido en te de su ejército dando vueltas muy cerca del enemigo,
castellano, lo habían oído de la cumb de una fonola del en las calles mismas. Muchos historiadores de manos
tiempo de ñaupa instalada en el interior de una pulpe- blancas describen esta "Liberación del muelle", como
ría del microcentro. se la conoce, como una simple inmigración africana,
La llegada de la morochada entusiasta en barco les amortizada por los planes políticos de la Corona, y la re-
cayó como anillo al dedo o como higuera en un campo dactan como un hecho circunstancial, gratuito, ¡gratui-
de golf a los españoles flojos o a los criollos atorrantes, to!: la primera inmigración del Río de la Plata. Todos co-
nacidos en el Río de la Plata, quienes no querían saber nocemos a San Tincho y sabemos que sus planes eran
nada de trabajar y menos que menos en trabajos labrie- otros. Su odio profundo al imperialismo europeo, al co-
gos como sembrar o cosechar frutas. Y , la verdad, tam- loniaje invasor, lo volvía capaz de inventar mil estrate-
bién le cayó cien puntos a la ciudad porque, con la lle- gias distintas para luchar contra el Invasor. Cosa queja-
gada de estos esclavos liberados, le puso color, alegría, más hacían los de la Futura Primera Junta, que sólo
drama, joda a granel, creció y se expandió el odio racial, querían que les dieran una tajada del poder y para eso
se dividieron las ideas libertadoras y sucedieron todas estaban dispuestos a transar como fuera con sus propios
las cosas que produce una inmigración, especialmente enemigos.
la inmigración negra, en las grandes ciudades. E n cuanto a los españoles que estaban asentados en
De alguna forma, San Tincho el Trinchador, al libe- la ciudad, con sus grandes caserones, sus privilegios so-
rarlos, los cambió de estatus social, dejaron de ser escla- ciales, protegidos por el Virrey y mantenidos por la Co-
vos para comenzar a ser inmigrantes, mano de obra ba- rona, eran unos ñoquis de la peor calaña que cobraban
rata, peones golondrinas y demás. En fin, gente que por estar, hacer acto de presencia, cogerse indias y leer
venía a la ciudad a ganarse el mango y para lo cual no es- los comics que por aquel entonces publicaba un artista
catimaban ninguna changuita que les pagara el sángu- que se hacía llamar El Inca Furioso, que contaba las pe-
che, la pensión y los cigarrillos. No sería loco, de nues- ripecias de los colonos en América. En otras palabras,
tra parte, pensar que fue el General el ideólogo de la cobran por poblar la Colonia, unos vagos de mierda en
primera gran inmigración llegada a Buenos Aires. Inmi- representación del Rey, unos atorrantes de cuarta, unos
gración que es una invasión encubierta. No es dispara- nenitos de mamá con bachillerato inconcluso, que no
tado, conociendo a nuestro procer, que al liberar a los había forma de hacerlos laburar. Decían que si habían
negros, al soltarlos a su suerte, deliberadamente, se lle- cruzado el océano en nombre de la Corona, como vasa-
vaba a cabo una invasión encubierta, porque los negros, llos del Rey, lo mínimo que debían garantizarles es ser
jugados a su antojo, eran libres de hacer lo que les diera servidos con lujos y uvas, ni locos iban a laburar si para
la gana, sueltos, podían trabajar, delinquir, traficar, co- eso estaban los esclavos o los indios.
WitHltington Cucurto 107
26
¡Clodoaldo! ¡Azulino! ¡Villegas!
Trabajo chatarra Al instante sus tres lugartenientes africanos ingre-
saron al recinto del padre de la Patria.
—¡Díganos, General!
-Ya mismo me arman una patota con los dos solda-
dos más gruesos, que no sean más de veinte, para no
( i c a r revuelo y me les pegan una buenas tundas y pata-
das en el culo a los libertinos que se quieren pasar de la
raya.
Los que sí se morían por pegar un laburo eran los ne-
gros, que en cierta medida cayeron en un momento —¡Allá vamos, mi General!
ideal, próspero, de la ciudad, que a pasos agigantados, da-
do su privilegio geográfico y natural, dejaba de ser un al-
deón de fuertes apaches para convertirse en un esquele- Era una época de nacimiento, de gestación, que da-
to de lo que hoy es Buenos Aires. Pero en esas épocas ba para todo. Hasta el disparate más impensado podía
tampoco era sencillo conseguir un laburo, pese a la gran volverse real.
demanda de mano de obra que había. En mucho de esto Una época tirada al despepite y a la joda, pululaban
tenían que ver los españoles, que no querían saber nada los bailes de cumb y la gente sacaba fiado de las pulpe-
de laburar, y entonces alguien tenía que hacer el trabajo. rías lo que quisieran, en especial esas fonolas traídas del
Ya las condiciones de trabajo eran desastrosas. Aparecían Asia a precios irrisorios. No había habitante de Buenos
los famosos trabajos chatarra de sobra, el peso bastardo Aires que no anduviera con su fonola portátil cargada
valía tanto como el peso real de la Corona, aunque todo en el hombro. Era una época decorada de falsa prospe-
fuera una burbuja, una mentira de la Corona española ridad, de una rara revolución productiva donde nadie
para atraer comerciantes con plata y turistas europeos. quería trabajar.
Los negros se reunían y se contaban las desventuras o las Es más, pese a la oferta de trabajo chatarra, no había
injusticias de sus trabajos, y pensaron en unirse, formar alma letrada ni suma adinerada que hiciese blanquear
un grupo y reclamarle al patrón. Fue la primera idea del una pared con cal a los criollos ("blanqueo", actividad
sindicalismo argentino, pero el General, ni lento ni pe- muy requerida y que se hacía periódicamente varias ve-
rezoso, destruyó este esquema al instante. Decía en se- ces al mes, debido a que las carretas enchastraban de
cretas reuniones: " N i siquiera nos liberamos de la Coro- fango los frentes de las casas).
na y ya quieren alzarse en reclamos internos. Están locos, Nadie quería subirse a una escalera o siquiera tocar
estos negros, muerden la mano que les da de comer." un martillo y un clavo. Ni mucho menos cavar pozos
para enterrar basura en el fondo de los terrenos de las
Sentado en su sillón, mirando la costa del río, el Ge-
neral pegó tres gritos: casas.
Los vaguísimos españoles se pasan el día boludean-
108
1810

do, fumando porro y siguiendo jovenzuelas, negras,


27
mestizas, mulatas o indígenas, en las calles, y cogían a
granel y rápido, ya que su vestimenta de hombres blan-
En una casa de familia
cos hijos de la Corona excitaba a las mujeres que busca-
ban una ascensión social, es decir, todas.
Si eras blanco, de ojitos claros, era muy sencillo sa-
lir a dar una vuelta y pegar una minusa en la calle. La
arrimabas a un urinario público, un terreno baldío o de-
trás de una carreta y la mujer se alzaba la falda, el hom-
bre se bajaba los pantalones y bombeaba salvajemente
Era común pasear por las calles de Buenos Aires y
con el culo al aire, tirados en el piso o en un umbral de
encontrarse en las paredes papelitos que demandaban
una iglesia. Y una vez concluido el acto, sin decir una
trabajadores para menesteres que generaban rápida ma-
palabra, el amante desconocido se subía los pantalones
limpiándose el pene con el pelo de la señorita y la seño- no de obra como el limpiado de las carretas, el cuidado
rita se bajaba la falda, sin decir hola qué tal, qué hay de de los caballos, "el sacar al exterior el estiércol de los ca-
nuevo, y seguían su camino y en la esquina de nuevo ballos", el sostén de la vela al amo, las tareas de cocina,
otro hombre u otra mujer. ¡Y así la sífilis mostraba su el cavado de las zanjas de las calles, la pesca con red en
cara monstruosa de chancros! el río, el trabajo de changarines en el puerto, etcétera.
En esta amplia demanda laboral había una tétrica
trampa.
No es que faltaran trabajadores para estas tareas,
pues esclavos ya había de antes. Todo era un señuelo pa-
ra cambiar de esclavos a bajo costo. Por lo general, cual-
quier familia medio pelo de blancos tenía dos o tres es-
clavos que les hacían las tareas en la casa. Pero la mayoría
tenía 90 u 80 años, habían sido entregados a las fami-
lias patricias y lacayas a la bartola por el Rey de España
en la histórica ley " E l rey te regala un negrito".
La moda era conseguir un esclavito de 16 años gratis
y rajar al que tenían, que, por otra parte, fueron los pri-
meros esclavos que trajo el General a América. Se decía
que nuestro procérico antihéroe, pese a aparentar unos
40, tenía más de 100 pirulos.
Y estos negros, independizados por el General, l i -
berados por siempre, no querían saber nada de esclavi-
110
1810

tud. Muchas veces se encontraban con señores de casa,


españoles que los ninguneaban de lo lindo.
—Morochito, vení limpíame el baño, subite al techo Si sos una mina, siempre
y arréglame las tejas, córtame el pasto de adelante, pín-
te va a ir mejor
tame las vigas, líjame la puerta, bárreme el piso, frega-
me los platos. —Mientras ellos jugaban al ludo o espe-
culaban con un nuevo subsidio de la Corona por "hacer
presencia real" en tierras conquistadas.
Sus mujeres hacían todo en la casa y no era raro que
simpatizaran con los morochos e incluso alguna intima- Las chicas africanas, las mulatas del demonio, tenían
ra y conociera la verdadera fuerza del falo: se subiera por mucha más suerte que los varones para conseguir tra-
primera vez a la copa de un árbol duro y alto, desde la
bajo. Pero al darse cuenta que todos los patrones prime-
cual podría avizorar el horizonte de todas las sensacio-
ro se las querían pasar por el asta de carne se avivaron
nes sexuales, como jamás vería en el horizonte de los
que lo que ellas tenían que hacer "no es poner el hom-
españoles.
bro, sino parar el culo". Y un buen día, las negras salie-
ron a la calle, a jinetear un cacho, como nubes de una
tormenta sexual que se avecinaba en cualquier momen-
to, coparon las calles, las esquinas, descubrieron que sus
culos, sus bocas, sus tetas eran una delicia de la natura-
leza. Se despertaron en el descubrimiento del deseo que
los hombres sentían por ellas y comenzaron a cambiar
su infancia, su virginidad y su decencia por unas cuan-
tas monedas, día a día, y ya no había necesidad de tra-
bajar, pues eso, ese yirear, ese ponerse lindas, pintarse,
hacerse con los trapos que encontraban la pollera más
ínfima, no tener una geografía, ni un nombre, ni una pa-
rentela que las descubriera, las liberaba. Y así surgían
sus nombres callejeros, sus apodos de guerra, así se con-
virtieron en somieres de garconiers de la esquina téne-
bre, del farolito de vela que toda la noche encendía un
primo, un hermano de ellas. Así coparon el teatro de la
calle, exhibiendo el indómito arte de abrir las piernas
con maestría.
Si a aquello que podían hacer gratis, por simple pía-
112
1810

cer, le podían sacar un rédito, hacer de ello un modo de


'J9
ganarse la vida, entonces valía la pena ser negra, africa-
na, inmigrante; por fin escapaban de su espantoso des-
tino de parir crios para sembrar el campo, para fortale-
La tortura, un clásico local
cer a la Corona, para cosechar algodón. A l fin dejarían
de ser simples receptáculos de la Corona, un útero va-
cío sin cerebro. A l fin nacía el bien más preciado de la
urbanidad, de la vida moderna, la prostitución, y mu-
chas lo hacían con amor.

En ese mayo supuestamente libertador de 1810 (en


el que todo siguió igual, cambió para que nada cambie),
Buenos Aires era una joda, vivía la acalorada liberación
de las mujeres. Y cuando se dice mujeres no se piense
sólo en las acomodadas y letradas mujeres españolas o
burguesas patricias. Sino también en las mestizas nor-
teñas, indígenas y esclavas africanas recién llegadas que
no veían la hora de bajarle la caña a un "hombre blanco,
europeizante en su pensamiento y cristiano en su accio-
nar diario". Pero los españoles no eran más que una
manga de "ñoquis" mantenidos por la Corona.
Mas las negras africanas, como buenas cabezas hue-
cas, caían en los brazos de los blancos (por no decir en-
cima de otra cosa) y en las calles, en las pulperías y en
las casas familiares ocurrían verdaderos levantes y des-
manes.
A la vuelta de la iglesia, un esclavito que fue a com-
prar vela mandado por su ama, fue interceptado por dos
damas patricias, quienes lo sedujeron detrás de una ca-
rreta. Primero lo azuzaron sexualmente, una se le subió
encima casi ahogándolo con su vagina, por lo cual el ni-
ño africano se mareó tanto como si aspirara una droga
lisérgica. Las dos españolitas se divertían de lo lindo,
después de ser penetradas por el pingón del casi niño
proleta. Se les ocurrió la idea de conocer "lo rosado que
1810 115
Wn!ihiiH|ton Cucurto

es todo culo negro" y con un palo de amasar le metie-


—Queremos verlo sangrar...
ron el instrumento culinario en el culo.
El joven esclavo sangraba por todos lados, eran los
Pero acá no terminó la riña sexual, tengo la boca to- uli irnos estertores que su vida infame le regalaba al
da dulce por el exceso de azúcar en la taza del mate co- mundo. Su cuerpo temblaba. De pronto, su poronga t u -
cido; la degeneradez de romper todos los agujeros, vo una formidable erección, que enojó, casi insultó y se
cuánto de chongos tienen algunas mujeres, ¡y cuánto de i n > en la cara de todo el público y los verdugos que lo
putos tenemos muchos!; no terminó aunque, es cierto, miraron con una mirada fría y lapidaria.
todo termina; la extraña anarquía que toda liberación —Así que todavía querés jugar, loco putito.
femenina tiene, anarquía, despojo que muchas llaman —¡Muera el africano por desobedecer a la Corona!
"feminismo". ¡Mentira, el feminismo es como el capi-
El pingón del negrito seguía indemne, se alzaba más
talismo de la Corona española, esclavitud y droga! ¡El
alto que las copas de los árboles, y las mujeres entre el
feminismo es lo mismo que el machismo, es el germen
público comenzaron a tocarse. No obstante, próximo a
de las empresas de Microsoft, es la continuación de la
la muerte, su rostro palideció. Su voz, su labio trémulo
pornografía moral, de la invasión retardataria del dólar,
mostraban el movimiento convulsivo de su corazón y
un invento del neoliberalismo! No hay feminismo sin
la respiración anhelante de sus pulmones. Las venas de
hombres buenos y esta escena lo demuestra. Mas ense-
su cuello brillaban como várices a punto de estallar. Sus
guida llegó un grupo de forajidos españoles, quienes al
gritos eran en un idioma lejano.
ver al niño tan campante con el culo abierto, lo arrastra-
—¿Querés agua?
ron hacia la plaza donde lo defenestraron ante la vista
—Quiero probar la sangre de la concha de tu mujer
de todos los que en ese momento tomaban su café. En-
—le dijo el niño en un perfecto castellano.
tre cuatro agarraron al niño de piernas y brazos y lo es-
taquearon encima de una mesa, hasta que se cansaron —¿Estás salvaje?
de hacerle todo tipo de vejámenes ante la vista de cual- —Mira mi pinga, pregúntale a tu mujer, cornudo, si
quiera que pasara por la calle en ese momento. Uno, estoy salvaje.
Juan Ramón era su nombre, sacó una faca afilada y dijo Juan Ramón ordenó a sus secuaces que lo den vuelta.
al público presente que se regodeaba de insidia y sadis- —¡Pónganlo culo al aire!
mo extremo: Y después le agarró al negro el gigantesco miembro
—Tiene un lindo cuello para el violín. y le dijo en el oído:
En el público, en su mayoría patricio, o español o —¿Y ahora qué vas a hacer?, decime qué se siente te-
criollo acomodado, había unas negritas que venían de
ner tu misma pija en el culo.
hacer las compras, y gritaron:
Y dobló el pingón del negro y se lo metió con fuer-
—¡Córtale el pescuezo, Juan Ramón!
tes empujones en el culo.
—Sí, degüella a ese africano maldito.
E l negro lloraba del dolor. Cuando se lo sacó, el culo
—¡Córtale el cogote como a una gallina!
le sangraba a borbotones.
—Hijo de puta, me banco mi pija adentro. ¡Pero a vos
116
1810

te rompe el culo la Corona y los nenitos bien de la F u -


tura Primera Junta...! 30
Juan Ramón se bajó el pantalón y le rompió el orto
Propuestas indecentes
nuevamente. Cuando al fin sacó su verga saciada, cantim-
plora muerta, era todo rojo oscuro de sangre africana.
—Traigan la boa.
Unos vasallos serviciales trajeron una boa de varios
metros de largo y la soltaron encima de su pecho.
La víbora se dirigió hacia el pene erecto del negro y
se lo tragó triturándolo con salvajes mordiscones.
—Quédate en casa, te doy comida y cama a cambio
Nadie quiso ver, y sólo se oían a la distancia de la pla-
de que seas mi sirviente.
za vacía los gritos de dolor del africanito.
—Pero estás loco, españolito de cuarta —aprendían
rápido el porteño—, búscate una empleada camadentro.
El español, bastante disgustado, al final de la jorna-
da, ponía un par de pesos corrientes o bárbaros o bas-
tardos en la mano del negro y le indicaba la puerta de sa-
lida.
El negro lo agarraba del cuello y lo levantaba en alzas.
—Ea, concha tu madre, ¿cuál hay? Págame con pe-
sos reales, o me viste cara de gil.
El español se veía obligado a pagarle en moneda va-
liosa: pesos fuertes o nobles, subsidiados por la Coro-
na española.
E l negro se iba pegando un portazo, no sin antes sa-
ludar a la dama blanca y tetona de casa con un beso en
la mano y una apoyada de lengua apenas visible y muy
sentible en los dedos.
—Es increíble cómo la Corona española mantiene
vagos con la sangre del pueblo africano y el esfuerzo y
sacrificio de criollos.
Estos incidentes se veían a diario. Eran moneda co-
rriente, cada vez que entraban en una fonda, en una pul-
pería, a buscar trabajo, lo obtenían fácilmente, pero al
final siempre el dueño los quería esclavizar. Limpiaban

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