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El Barrio Latino de París, erizado de barricadas, era el epicentro a partir del cual se
extendían las manifestaciones a favor y en contra de un nuevo movimiento que aún
no tenía nombre pero que se había convertido en la causa común de millones de
franceses. La noche del 10 de mayo, que pasó a la historia como “la noche de las
barricadas”, fue el pistoletazo de salida para una primavera en la que la historia se
aceleró y de la que nadie podía salir indemne.
50 años de Mayo del 68
“Seamos realistas, pidamos lo imposible”
“Debajo de los adoquines está la playa”; “Prohibido prohibir”; “Seamos realistas,
pidamos lo imposible” … Las cándidas y poéticas consignas acuñadas por los
estudiantes y plasmadas en grafitis y pancartas enamoraron a Europa. De repente
todas las miradas se posaban en las calles de París, ocupadas por tanques por
primera vez desde 1945. Nueve millones de obreros secundaron la huelga general,
los precios de la comida en las tiendas fueron fijados por comités, La Sorbona se
convirtió en un bastión lleno de banderas anarquistas y símbolos marxistas, la
República estaba al borde del colapso.
Tras un mes de disturbios y enfrentamientos, el Primer Ministro Pompidou se
avino a negociar y ofreció un 35% de incremento en el salario mínimo industrial,
que la mayoría de los trabajadores rechazaron. De Gaulle, ausente de los Consejos
de Ministros, sopesaba utilizar al Ejército; en cuestión de semanas ilegalizó a varias
formaciones de izquierdas e impuso un estado de emergencia de facto.
Si mayo fue el mes del levantamiento, junio fue el de la revancha del poder. Con el
tiempo, las posiciones se atemperaron y en las elecciones del 30 de junio ganó por
mayoría absoluta el partido gaullista. El Partido Comunista, y los partidos que
habían apoyado las revueltas fueron barridos. El sueño se había acabado y desde el
día siguiente se empezó a cultivar la nostalgia por el mítico Mayo del 68.
Checoslovaquia
A mil kilómetros del Arco del Triunfo, en la antigua Checoslovaquia, era el gobierno
el que estaba cambiando las cosas. Alejándose de la órbita soviética, Alexander
Dubcek intentaba establecer un “socialismo con rostro humano” que permitiese la
pluralidad política, la libertad de prensa y los sindicatos independientes. La
respuesta llegó en forma de invasión. Cientos de miles de soldados de los países del
Pacto de Varsovia ocuparon las principales ciudades del país. A pesar de las tímidas
reservas que algunos líderes se atrevieron a insinuar, sólo Ceaucescu, en Rumanía,
se negó a colaborar con la brutal invasión.
Praga, que irónicamente ha sido llamada “la París del Este”, se convirtió en el
escenario de una invasión militar en toda regla. En solo 24 horas, 200.000
soldados extranjeros tomaron el control de aeropuertos, carreteras y centros
oficiales, y el ejército checoslovaco fue conminado a permanecer acuartelado.
La resistencia civil se tuvo que limitar a sabotajes y estratagemas como cambiar
el nombre de las calles y el nombre de los pueblos para despistar a los invasores. En
los enfrentamientos entre militares y civiles, la desproporción de fuerzas se tradujo
en la muerte de más de 70 personas y miles de heridos.
La reacción occidental fue simplemente cosmética y no fue más allá de la denuncia
verbal. Algunos intelectuales afirmaron que la “tercera vía” propuesta por
Checoslovaquia era vista como demasiado peligrosa también para los países
capitalistas, porque ofrecía una alternativa atractiva para los ciudadanos
descontentos de ambos lados del telón de acero.
La directora Agnieszka Holland hizo hace pocos años una serie de TV basada en su
historia titulada “Arbusto en llamas”: "Checoslovaquia era un país muy, muy triste.
En la calle y el trabajo apoyaban al régimen, pero al llegar a casa sólo bebían cerveza
y lo maldecían en voz baja. Era una sociedad con las esperanzas rotas, desintegrada,
resignada, asustada... La historia de Palach es una evidencia de cómo la gente puede
luchar siempre y en cualquier circunstancia y también como una prueba de que los
héroes no nacen, sino que se hacen”, dijo Holland sobre la serie.
Curiosamente, mientras que la imagen que ha perdurado del “Mayo del 68” francés
es la del triunfo sentimental y un sueño romántico que aún permanece vivo, de la
Primavera de Praga nos ha quedado la imagen de una derrota trágica e
irremediable.
Tanques soviéticos en la ciudad de Praga Wikimedia Commons
París simboliza lo que podría haber sido, Praga lo que jamás pudo ser, porque el
enemigo era demasiado fuerte. Pero lo cierto es que 1968 marcó el comienzo del
cambio que eclosionaría más tarde en los países de Europa central y del Este. El
desencanto y la aceptación sumisa se transformaron en la determinación de no
aceptar nunca más una humillación semejante. Inspirado por Neruda, se dice que
Dubcek pronunció la frase “podrán cortar las flores, pero no detener la
primavera”. A diferencia de sus gobiernos, los escritores, intelectuales y artistas
de todo el mundo mostraron su solidaridad con los ciudadanos checoslovacos, y a
partir de entonces, a cualquier revolución popular se la bautiza como “primavera”.
De México a EEUU
Se puede decir que la “primavera” de 1968 duró hasta el fin del año. Pues en muchos
otros países sonaron los ecos de Praga y París. En México, las protestas estudiantiles
contra el PRI tuvieron un final trágico en la matanza de la Plaza de las Tres
Culturas del Distrito Federal, donde decenas de jóvenes fueron asesinados a
tiros.
En todo el mundo, los jóvenes clamaban por un cambio que rompiese con todo lo
establecido. Los Beatles buscaban inspiración en la India, Sartre visitaba al Ché en
Cuba y el libro más leído en el mundo era el Libro Rojo de Mao, que animaba a los
campesinos chinos a celebrar debates en sus aldeas para extender una revolución
cultural en la que los estudiantes golpeaban por turnos a sus profesores burgueses.