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HENRI DE TOULOUSE- LAUTREC Y LA CELEBRACIÓN DE LA VIDA

Linda Lucía López Pestana

Universidad del Atlántico

Facultad de Ciencias humanas

Programa de Filosofía

lllopez@mail.uniatlantico.edu.co

A Henri De Toulouse Lautrec lo podríamos describir como uno de esos hombrecillos


optimistas que se mofan de sus propios infortunios, y aprenden a ver en los demás lo
esencial, antes que las apariencias del vestido, el linaje o la clase, y lo esencial es la verdad
que cada ser humano abriga, muy por debajo de las convenciones sociales impuestas. Este
pintor, nacido en cuna de nobles en 1864, nos muestra a los personajes de la vida nocturna
en sus faenas diarias, sin prejuicios y sin clichés, se interna en los bares, no para sacar de
ellos algo como un simple observador, sino que se nos presenta como actor activo en las
convenciones de aquellos lugares, inmortalizando los momentos de los bailarines, las
prostitutas y las personas que frecuentan estos sitios con el fin de sacarse la máscara de la
hipocresía burguesa.

A pesar de tener fuertes influencias del puntillismo y el impresionismo, a nuestro pintor no


se le podría encasillar con el uno ni con el otro. Con la magia de sus lápices y pinceles hizo
lo que quiso desde muy temprana edad, observaba agudamente situaciones de su vida
cotidiana, buscando una forma de transmitir su buen humor y vivacidad. Dibujaba especies
de caricaturas, pintaba afiches, retrataba mujeres sonriendo, bailando y cantando, como si
pintar le ayudara a saber cómo se sentía moverse con tal agilidad y destreza. Su mirada es
capaz de captar momentos fugaces de la realidad, aprehende los rasgos inconfundibles de
una fisionomía y sabe asimilar la atmósfera
particular de un ambiente. (Fernández, Piñero y
Souza, 1979, p.7)

A los trece años, el joven Henri empezó a presentar


los primeros rasgos de una enfermedad llamada
distrofia polihipofisiaria, es decir, un desarrollo
insuficiente en ciertos tejidos óseos. Lo que
produjo que se fracturara ambos fémures en dos
ocasiones y que su crecimiento se detuviera,
logrando alcanzar en la edad adulta, apenas un
metro y cincuenta y dos centímetros de altura. No
obstante, nunca se sintió desesperado o incapaz,
tomaba su situación con tranquilidad, y aunque no
le era posible subir a caballo, tal como quería su
padre, el conde Alphonse de Toulouse- Lautrec-
Monfa, dominaba a las bestias por medio de pinceladas rápidas y precisas.

Y es en este punto en donde radica su conexión con Nietzsche y la celebración de la vida;


dado que esos rasgos de buen humor y coraje se reflejaban en sus pinturas. No fue nunca un
infeliz resignado, al contrario, agudizaba el espíritu (…) y solía bromear con sus dolencias
diciendo: “no llores por mí, recibo tantas visitas y regalos que seguramente soy más feliz
que tú”. Y aun así, sufría mucho los dolores de la enfermedad que lo aquejaba. (Fernández,
Piñero y Souza, 1979, p.10) Pero esto no le impidió tener la determinación para viajar, salir
con sus amigos, o conservar esa actitud divertida y jovial que tenía desde joven con
respecto a la vida. Es por esto, que su arte, al igual que su vida, es el vivo ejemplo del arte
dionisíaco. No es un artista cerebral, que calcula y teoriza efectos y resultados. Al contrario,
es un artista que se vuelca sobre la práctica, que da rienda suelta a su sensibilidad refinada,
que encuentra soluciones inusitadas mediante un nuevo ángulo de visión y una requintada
capacidad de componer el espacio en estructuras construidas para destacar el objeto de
interés de sus obras. (Fernández, Piñero y Souza, 1979, p.19)
Para Nietzsche, el arte dionisiaco
reposa en el juego de la
embriaguez del espíritu, en el
éxtasis, este eleva al hombre hasta
el olvido de sí mismo y permite
encontrar la naturaleza desnuda de
un ser humano guiado por una
“voluntad” que figura por encima
de las apariencias. Si hemos leído
atentamente, esto es lo que podemos encontrar en las pinturas, afiches y bocetos del pintor
francés, sus manos reciben toda la vitalidad arrebatada de ambas piernas, la pintura
empieza a llenar los “vacíos” de la vida del pequeño lisiado y absorbe sus pensamientos.
(Fernández, Piñero y Souza, 1979, p.11)

A pesar de que el artista académico Bonnat (1833-1922) considera su pintura desastrosa,


nada afecta la “voluntad” creadora del muchacho y se dedica a desarrollar su arte por medio
de sus experiencias personales. Aprende lo necesario de aquel maestro enojón, para darle
mayor sobriedad y delicadeza a su trazo, pero luego se muda a Montmartre en donde
empieza su vida nocturna.

En este punto, presentaré la pintura que, considero, revela la esencia del pintor, los rasgos
de su personalidad, su visión con respecto a la vida, su aguda observación y la verdad sobre
el ser humano que buscaba develar con ella: La danse au Moulin Rouge de 1890. Se trata
de una pintura alegre y colorida en donde se ve a la joven Louise Weber, la Gouloe, danzar
al lado de Auguste Renaudin en el Moulin Rouge. En estas mismas épocas, nuestro pintor
se enfrenta a la creación de los primeros afiches, y busca inspiración en la Gouloe, a quien
pinta más de una vez y la convierte en protagonista de varios carteles del Moulin Rouge.

La embriaguez dionisiaca vuelve a juntar a los individuos, y los hace sentirse como una
sola cosa, pensaba Nietzsche, y es esto lo que encontramos en La danse… Un tumulto de
personas disfrutando de una noche alegre, mientras dos jóvenes se toman la pista para
bailar y coquetearse sin la menor inhibición, si bien es cierto que el lugar físico hacía que
las personas se reunieran en la fiesta, el goce y la embriaguez de los cuerpos, la pintura es
la que universaliza aquella congregación y nos comparte el instante que, en algún momento
fue efímero, lo vuelve presente para todos aquellos que observamos la pintura, y de esta
manera, nos hace partícipes de la fiesta.

Gadamer consideraba que la fiesta era esa ruptura del presente, la obra de arte se vuelve
una celebración y nos despoja del tiempo. La obra como festividad, implica comunidad en
su forma más completa, y no se trata de una multitud reunida por ninguna razón, sino de
una actividad intencional, en donde las personas buscan integrarse a un colectivo para
olvidar sus vidas personales, o para llenar esta de la energía que recibe de los otros. Tal es
el caso de Toulouse- Lautrec, quien pintaba no como un extraño, mas como parte del
colectivo, era popular, desinhibido, amigable y pintaba a la par que disfrutaba de los
espectáculos y bebía como loco, lo cual le provocó varios problemas de salud que
aparecerían con los años.

La Goulue en las obras de Lautrec, parece que nunca se cansara, siempre hay algo en ella
de flexible y festivo, el solo verla nos invita a demorarnos para participar de su coqueteo, o
para ver las formas de sus pies y su falda al aire. Participamos del amor de Henri por esa
gente y del afecto que esa gente sentía por él, porque esa era su forma de mostrarles respeto
y amor. Sus trazos fugaces, resultan ahora eternos como las ráfagas del recuerdo, el tiempo
festivo de la obra nos articula y nos une como seres humanos, bailamos y nos movemos
como lo hacía el pintor, sin necesidad de mover un solo pie, y es como si él , Toulouse-
Lautrec, siempre hubiera tenido la intención de quitarle la máscara a quienes vieran la
pintura, y hacerles caer en cuenta de que, de alguna manera él nos conoce a nosotros y
nosotros a él.

En Dionisio (…) la desmesura se desveló como verdad. Un arte que en su embriaguez


extática hablaba de la verdad ahuyentó a las musas del arte de las apariencias; en el olvido
de sí producido por los estados dionisiacos pereció el individuo, con sus límites y mesuras;
y un crepúsculo de los dioses se volvió inminente. (Nietzsche, 1872, p.258) De manera que,
en Lautrec, la festividad y lo lúdico abarca la obra, cobijándola dentro de una verdad que
descubre el velo de la bella apariencia, y por supuesto, del cliché, nos muestra a las
prostitutas, propietarios de los prostíbulos, bailarines y actores libres de las obligaciones
que la sociedad hipócrita y mezquina les atribuye, en él no hay burla ni falso pudor, es
solidario con los seres humanos que conoce y los retrata en sus pinturas sin complejos de
superioridad.

En Nietzsche, el actor teatral intenta alcanzar el modelo de hombre dionisiaco en el


estremecimiento de la sublimidad, o también en el estremecimiento de la carcajada. Quizá
es el mismo interés que Henri de Toulouse- Lautrec halla en el teatro, y se refugia en los
circos y cabarets, en donde encuentra maravillosos a los actores, los admira y los retrata. Él
mismo puede ser considerado un cómico, un ‘gnomo’ pequeño y parlanchín que vive la
vida que necesita para pintar, y pinta por la necesidad de vivir.

Para concluir, Henri de Toulouse- Lautrec no solo celebra su vida, sino la de todos los seres
humanos que admiramos su obra, recrea las categorías de Juego y Fiesta que conocemos de
la filosofía de Gadamer; y, puede que no haya nadie que pueda, al menos en la pintura
moderna, retratar con más exactitud a Dionisio vivo, haciendo de cada obra el testimonio de
sus propias experiencias y deseos desenfrenados.

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