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LA SOCIEDAD MODERNA, LIBRE E IGUALITARIA: ¿EL REBAÑO PERFECTO?

ALTERCULTURA

POR: ALEJANDRO MARTÍNEZ GALLARDO - 08/19/2019

SE HA CUMPLIDO PROGRESIVAMENTE EL VATICINIO DE NIETZSCHE

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El mundo moderno, visto bajo cierta sospecha, puede ser definido como la ilusión de la libertad. La
libertad nunca ha sido valorada tanto y nunca nos hemos jactado tanto de ser libres, de poder
hacer lo que queramos. de una sobreabundancia de derechos y albedrío. El hombre moderno
siente orgullosamente que este es su gran logro: haberse liberado de los tiranos, de la religión, de
las inclemencias de la naturaleza. Se siente superior a los hombres de otras generaciones, pues
cree haberse liberado de sus supersticiones y de su impotencia. Cree estar libre de dioses y ahora
encaminarse hacia su propia deificación -como ocurre claramente con las ideas transhumanistas- o
al menos hacia una salvedad con respecto a la naturaleza y la necesidad. Sin embargo, ¿acaso no
es este un nuevo mito? ¿Un mito en el que los nuevos dioses son la ciencia, la tecnología, la
democracia, la sociedad?

Para poder sostener la idea de que somos libres, la libertad necesitó ser redefinida.
Tradicionalmente -en el cristianismo, en el estoicismo, en el platonismo- la libertad tenía que ver
con la teleología o con una armonización con principios universales. Ser libre no era sólo poder
elegir y autodeterminarse, era saber elegir y entrar en consonancia con lo bello, bueno o
verdadero. O era elegir bien o virtuosamente -lo cual tenía que ver con alinearse a la racionalidad
o la inteligencia en la naturaleza- de tal manera que se evitara el sufrimiento. Por el contrario,
estaba también el camino de desear de tal manera que uno pudiera actualizar su esencia o cumplir
su vocación.
Como sabemos, la ciencia y la filosofía modernas han roto con estas ideas -dios, alma, esencia,
propósito, etc.-. Esto es algo que puede ser liberador pero también sumamente peligroso, como
advirtió Nietzsche, uno de los principales destructores de este viejo paradigma. Pero incluso
filósofos como Nietzsche o Heidegger, para quienes la libertad no es esencialmente moral, ni es
esencial en el sentido de que no se trata de actualizar una esencia, cuando son leídos
cuidadosamente se alejan mucho de la idea moderna de libertad, o al menos de su aplicación en
masse. La voluntad de poder se ha confundido con el libre albedrío, con la orgía de los derechos,
con el nihilismo del libre mercado. Ciertamente Nietzsche ha sido uno de los autores que más se
han tergiversado, siendo él mismo el autor de las "interpretaciones" y las "perspectivas". Su
filosofía defiende la virtud de lo antisistemático, pero por ello mismo permite e incluso -con su
vehemencia destructiva y su licencia moral- fomenta múltiples interpretaciones, cooptaciones,
pasiones irracionales en torno a su obra.

Las ideas de Nietzsche contienen una semilla que, si bien podría ser una medicina para la
condición que llama "la moralidad de rebaño" (o de esclavo), suele ser más bien venenosa, una
dinamita que se lleva todo y deja el nihilismo, ese desierto, esa tierra baldía de la cual él mismo
fue profeta. En defensa de Nietzsche, él mismo explica esto, repitiendo que lo que vemos es la
degeneración del hombre, y, entonces, este hombre degenerado, "el último hombre", difícilmente
podría tener la vitalidad y la valentía para crearse a sí mismo, para fundar un nuevo sistema de
valores. Y, como Nietzsche cree, si lo que degenera es justamente lo social, la mentalidad de masa,
el ser entes colectivos, empujados por el grueso o la mayoría, entonces la globalización, la aldea
global, es el punto más álgido de la humanidad. Es la época en la que lo genial, lo heroico, lo divino
menos se gesta. (Queda para otra ocasión discutir si lo que Nietzsche pide no es demasiado,
incluso en contra de la naturaleza, pues el ser humano se ha constituido como un animal social y
lo más significativo de la existencia humana son las relaciones humanas, la amistad, el amor, el
erotismo. Nietzsche no piensa muy alto de la compasión y su filosofía no edifica para lograr la
convivencia. Es cierto que Nietzsche lo que quiere no es una sociedad superior, sino un puñado de
hombres superiores -se mueve por un impulso aristocrático-. Pero habría que meditar si realmente
esto es asequible y sostenible sin tomar en consideración la riqueza de las relaciones significativas
en el cultivo del alma).

De cualquier manera, es evidente que el hombre moderno se aleja mucho de este hombre
auténticamente libre que podría venir en el "crepúsculo de los ídolos", libre de los absolutos.
Quizá el hombre tenga una necesidad interna -y eterna en la especie- de absolutos -el homo
religiosus no parece en ninguna medida a punto de extinguirse, y parece ser lo más cercano a una
esencia psíquica humana-. Claro que ahora los dioses son otros, toman otros nombres. Jung lo
notó diciendo que ahora los dioses son patologías. Roberto Calasso ha desenterrado
magistralmente los sucedáneos religiosos de la modernidad, las teologías políticas, (la principal de
ellas, la "Sociedad"), el lugar donde convergen lo religioso y la mentalidad de rebaño como nunca
antes en la historia. Pero, de cualquier manera, no podemos dejar de añorar, de nombrar (con
otros nombres) a las potencias, incluso cuando las suplantamos por objetos de consumo o
aparatos tecnológicos. Ahora Agni, nota Calasso, el fuego, el mensajero de los dioses, es un misil
de la agencia espacial india.

Nietzsche lo notó claramente, pues "el movimiento democrático es el heredero del movimiento
cristiano" y "de todas maneras es una fe metafísica la que subyace bajo nuestra fe en la ciencia".
Los grandes logros de la sociedad moderna, con los que supuestamente se ha querido librar de las
creencias y de la metafísica, son sistemas de creencias y metafísicas encubiertas. La ciencia es el
nuevo mito, el mito que ha ganado tracción y poder, para paliar nuestro miedo al caos y la
incertidumbre, para adormecer nuestros instintos y evitar el encuentro terrible-numinoso con el
misterio. La fuerza que mueve a la ciencia no sería el deseo de conocer la realidad, ni siquiera de
dominarla, sino de eliminar su peligro, de domesticar la existencia.

Es posible que el hombre moderno, el hombre tecnológicamente equipado, esté encarnando a un


nuevo y más perfecto animal de rebaño, que no sólo no sabe que es parte de un rebaño -esto
seguramente ya existía- sino que, además, se jacta de haberse liberado por primera vez en la
historia, de ser el primer animal libre, pues considera que no está determinado por la sociedad,
que elige siempre libremente, que es dueño de su destino. Quizá el hombre realmente puede
hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere, como especuló Schopenhauer; nunca
parece querer ser libre (la libertad es la Voluntad en sí misma), quizá porque hay una fuerza que lo
determina (y vivimos en un universo determinista); o, como también notó el gran maestro de
Nietzsche (que luego éste renegó), porque la voluntad en sí misma es la negación del individuo, su
universalización, en cierta forma su aniquilamiento. O, sin recurrir a la metafísica, porque al menos
la libertad implica abandonar toda seguridad, salirse no sólo del rebaño, de la protección de la
aceptación social, sino también abandonar el confort del yo, la máscara que es la persona.

Parece que en la sociedad moderna el presagio de Nietzsche se ha consolidado: "esta disminución


del hombre en el perfecto animal de rebaño (o, como dicen, en el hombre de la "sociedad libre"),
esta animalización del hombre en el animal enano de los derechos de igualdad". Este es el dios
que no ha muerto o la sombra del dios, según Nietzsche. Y quizá los dioses, o lo divino en sí nunca
mueran en el hombre, pues su naturaleza es la posibilidad; como dice Nietzsche, el hombre es el
"animal aún no definido", es decir, el animal que tiene un potencial no limitado, y lo ilimitado,
desde Anaximandro, ha estado siempre ligado a lo divino. O como sostuvo Kierkegaard, Dios es
que todas las cosas sean posibles, es un campo de posibilidad, un campo fértil, de imaginación y
fe.
Citas de Nietzsche tomadas de Más allá del bien y el mal.

Twitter del autor: @alepholo

Del mismo autor en Pijama Surf: La libertad, el mito de la modernidad: ¿somos realmente más
libres que en la Edad Media o en la Antigüedad?

Imagen de portada: John Conway

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LA LIBERTAD, EL MITO DE LA MODERNIDAD: ¿SOMOS REALMENTE MÁS LIBRES QUE EN LA EDAD


MEDIA O EN LA ANTIGÜEDAD?

FILOSOFÍA

POR: ALEJANDRO MARTÍNEZ GALLARDO - 11/06/2018

LA SOCIEDAD MODERNA DA POR SENTADO QUE ES LA SOCIEDAD MÁS LIBRE EN LA HISTORIA,


SEGURA DE QUE AL MENOS EN ESTO HEMOS PROGRESADO; PERO LA LIBERTAD NO ES
NECESARIAMENTE EQUIVALENTE A LOS DERECHOS

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¡Que no vengan a alabarnos el mérito de Egipto y de los tiranos tártaros! Estos aficionados
antiguos no eran sino unos maletas petulantes en el supremo arte de hacer rendir al animal
vertical su mayor esfuerzo en el currelo. No sabían, aquellos primitivos, llamar "señor" al esclavo,
ni hacerle votar de vez en cuando, ni pagarle el jornal, ni, sobre todo, llevarlo a la guerra para
liberarlo de sus pasiones.

Louis-Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche


Pero mi deseo y voluntad ya habían sido movidos-

como una rueda que gira uniformemente-

por el Amor que mueve al Sol y a las otras estrellas.

Dante, Paraíso, 33

La libertad es el valor fundamental de nuestra cultura; junto con la democracia es lo más cercano a
algo sagrado en un mundo secular y la fuente de orgullo de nuestra sociedad moderna. Se
aprende en las clases de historia de las escuelas de todos los países occidentales que lo que
caracterizó al Renacimiento, y más aún a la Ilustración, fue la progresiva conquista de la libertad
-esa dignidad humana, ese derecho inalienable de soberanía-. Leemos que nos fuimos liberando
de esa edad oscura que fue la Edad Media, que nos fuimos despojando de las tiranías de la Iglesia
y el feudalismo y nos sacudimos esas trabas atavísticas del pensamiento mágico-religioso: de los
dioses paganos y de la esclavitud moral de la Iglesia; todo gracias a la razón -que fue coronada
durante la revolución francesa en Notre Dame-, a su método científico y a la tecnología y la
riqueza que genera. Pero pese a todas las comodidades que tenemos hoy en día y pese a la
retórica del progreso de la sociedad secular, cabe preguntarse: ¿somos hoy realmente más libres
de lo que eran las personas hace mil, 2 mil o 3 mil años?

Es cierto que somos más libres hoy en día, pero sólo si igualamos la libertad con el libre albedrío,
con el solo hecho de elegir e incluso con tener más opciones para elegir. ¿Elección: libertad?
Podemos votar por más cosas, podemos comprar más cosas en el supermercado y nunca hemos
tenido tantos derechos. Existe, sin embargo, otro entendimiento de la libertad, que no tiene que
ver tanto con elegir y hacer lo que uno quiere, sino con saber qué es una buena elección y con
conocer lo que uno es para poder elegir prudentemente. Una libertad que está relacionada con la
responsabilidad de ser fieles a una vocación, a un sentido o a un destino individual y colectivo, al
hombre y al cosmos y a aquello que nos trasciende. Estas dos visiones de la libertad chocan; una
de ellas requiere de completa inmanencia, de la inexistencia de valores trascendentes y de la
ausencia de una esencia y de una verdad que no sea relativa; la otra sólo tiene sentido si existe lo
trascendente, si existe una teleología o causa final y si hay una naturaleza esencial que nos
determina. La primera, que tiene como trasfondo filosófico el nihilismo y ciertas ideas
posmodernas, tiene como efecto colateral la sociedad de consumo, el individualismo y la política
de la identidad; para ésta el máximo sentido de la existencia es liberarse de las estructuras de
poder, afirmar la propia voluntad y autoexpresarse. La segunda se predica necesariamente en
conformidad con una visión religiosa de la realidad, es decir, que existe algo a lo cual debemos re-
ligarnos y eso es el máximo sentido de la vida: alcanzar esa unidad con el principio trascendente
del ser. Este último entendimiento es el entendimiento clásico de la metafísica occidental, en la
cual la finalidad del ser -el telos- coincide con su causa. Para Aristóteles, por ejemplo, aquello
hacia lo cual tiende el ser humano es igual a su causa -su causa final es el fondo de su ser-, eso es,
Dios, que al mismo tiempo causa la existencia del cosmos que lo magnetiza hacia él, siendo él
mismo el principio de la actualización del cosmos (Metafísica XII.7) Esto mismo sería central a la
filosofía platónica, "Para todas las cosas, el principio es su fin", escribió Plotino.

Para explicar mejor esto me remito a David Bentley Hart, quien en su conferencia Nihilism and
Freedom: Is There a Difference? abordó con notable claridad esta cuestión en relación al
pensamiento de Nietzsche y de Heidegger. Hart, quien es filósofo y teólogo -además de escribir
cuentos y traducir textos del griego antiguo (entre ellos el Nuevo Testamento), el alemán y otros
idiomas- considera que esta visión de la libertad se parece peligrosamente al nihilismo al postular
como máximo valor la voluntad, sin una estructura metafísica que la sostenga, y sin otro valor que
aquel que el hombre en su soberanía pueda proponer y defender. Pero curiosamente esta
concepción de la libertad, según Hart, tiene entre sus precursores cierta visión teológica -como la
que se encuentra en Ockham, Duns Scoto y otros- que hizo de la voluntad el atributo o cualidad
fundamental de la divinidad, haciendo a la voluntad superior a la naturaleza y considerando,
dentro de una teología positiva, la soberanía como el valor ejemplar. Una idea de la cual serían
herederos filósofos alemanes como Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y otros, pero que sería en sus
derivaciones criticada por Heidegger -quien, por otras razones, también tiende al nihilismo-.
Heidegger escribió famosamente que un Dios que es reducido a la pura causalidad se convierte en
el Dios de la filosofía -y no en un dios viviente, con el cual se pueda tener una relación vibrante
(rezarle, sacrificarle, adorarlo, alabarlo con música y poesía)-. Por otro lado, de acuerdo con Hart,
este Dios que causa el universo -eligiéndolo entre innúmeros universos posibles- es un dios
fundamentalmente de la voluntad y la soberanía y no del amor, que es siempre libre pero también
paradójicamente necesario. Según la corriente teológica que Hart defiende y la propia filosofía
neoplatónica, Dios no puede no amar, no puede ser otra cosa que amor, no puede crear un
universo que no sea ontológicamente bueno y bello, pues esta es su naturaleza. Pero esto no le
resta libertad, pues en Dios su actividad creativa, su voluntad misma, coincide con aquello que es.
Dios no está sujeto a una ley o principio superior que lo obliga a crear, él mismo es esa ley y ese
principio. Al ser absoluto no depende de nada, y es justo por eso también que no tiene una
posibilidad alternativa, pues si produjera algo distinto a lo que es, estaría condicionado por una
relación a lo que produce. Igualmente el amante, en su amor, no elige; y sin embargo, ¿quién es
más libre que el amante que se entrega a los pies de su amado? Según Plotino Dios, el Uno "no
está sujeto por la necesidad, sino que es él mismo la necesidad y las leyes de los otros". Es por
esto que los amantes al obedecer su amor, al ceder a lo necesario, son libres, porque de esta
forma actualizan su ser en Dios, pues el amor es la acción de la divinidad en ellos. Eso sí, al hacer
esto deben morir para sí, como dice San Pablo "vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí". Como
comenta Dionisio el Aeropagita, esto es lo que le sucede a todo amante verdadero, que en su
éxtasis divino "no vive su propia vida, sino la vida de su amado". Y el poeta Paul Claudel en su oda,
El espíritu y el agua: Todo esto es la eternidad, y la libertad de no ser le ha sido negada... ¡Soy
libre, líbrame de la libertad! ¡Veo muchas formas de no ser, mas no hay sino una sola forma de ser,
que es ser en ti, ser Tú mismo!"... Pero dejemos a un lado abstrusas cuestiones teológicas y
licencias místicas y sigamos con nuestro tema.

La lectura de Hart de la modernidad es la de una sociedad que se ha distanciado de la idea de


libertad de la época clásica y de la época cristiana; en su transvaloración: "no hay valor más alto
que la elección" y "no hay bien trascendente que ordene el deseo hacia un fin más alto". Se
considera fundamental que "el deseo sea libre de proponer, querer, cesar, rechazar, disputar...",
pero, en cambio, no "de ser libre para obedecer". Ser libre para obedecer no sólo resulta
paradójico, resulta patológico, parte de una mentalidad -la moral cristiana o "el platonismo para el
pueblo" (Nietzsche)- que debe ser superada. Y por lo tanto esta idea es hasta escandalosa e
incluso merecedora, entre algunos extremistas de la visión secular, de la prohibición y la censura,
pues tal servidumbre voluntaria iría en contra de la "dignidad humana" según la sociedad secular.
De acuerdo con Hart, el modelo actual de libertad es el consumidor; hoy en día "puedo comprar
53 marcas de pan", ergo: soy libre. En la modernidad la libertad significa "poder ser lo que
queramos ser y si no es esto, no somos libres".

Para platónicos, estoicos y cristianos, entre otros:

la libertad era la habilidad de florecer el tipo de ser que uno es, obtener ese bien ontológico a
través del cual la propia naturaleza encontraría su realización -sea éste la excelencia, la caridad, la
contemplación de Dios-. (...) La persona era libre porque lograba ese objetivo, no porque escogía,
sino porque escogía bien... era libre cuando no se le impedía darse cuenta del bien al cual estaba
orientada.

Elegir a través de la ignorancia, el deseo corrupto o demás condiciones del estilo no era
considerado libertad, era esclavitud hacia algo imperfecto y finalmente subhumano, pues según
Hart, se pensaba que aquello que nos separa de ese fin que cumple nuestra naturaleza es una
forma de esclavitud. La libertad estaba predicada en lo que podemos llamar un círculo de virtud:
para elegir bien siempre debemos ver el Sol del bien [el Sol platónico], y para ver mejor debemos
elegir bien y entre más nos emancipamos más perfecta será nuestra visión y menos habrá que
elegir; el estado más alto de la libertad sería uno en el que no haya ya nada que elegir, porque nos
hemos dado cuenta del perfecto florecimiento de nuestra naturaleza en unidad con el bien
primero... Según San Agustín: "la libertad con la que empezamos en la creación fue la libertad de
no pecar, pero la libertad más alta sería la incapacidad de pecar"...

(Y quizás será útil recordar que la palabra que se usaba antiguamente en griego para referirse al
"pecado" tenía que ver con fallar, como el arquero que yerra al blanco). O, según Máximo el
Confesor, un teólogo que Hart prefiere a Agustín, en los seres humanos como seres finitos existen
dos tipo de voluntades: "la moción natural que es hacia Dios y libera todas las otras funciones", y
luego una voluntad nómica, deliberativa, "la cual debe estar en armonía con la naturaleza que nos
define". Es decir, la voluntad individual de la criatura debe estar en armonía con la naturaleza y su
dinamismo teleológico, o sea, con Dios. Y esta armonía o correspondencia es la libertad. Cuando el
deseo y la voluntad, como le sucede a Dante en el Paraíso, son movidas por la misma fuerza "que
mueve al Sol y a las otras estrellas".

Para Hart, el modelo moderno es nihilista y para prosperar necesita de un mundo sin Dios, donde
nuestro ser no nos es dado, donde no existe ninguna realidad esencial y trascendente. Realizar
nuestra naturaleza "significa que hay algo que somos", que exista "el Bien significa que hay un
orden o estándar eterno a lo cual nuestra voluntad debe corresponder". Hart considera que "si la
voluntad solo es libre en la medida que se determina a sí misma", esto nos coloca en un peligroso
predicamento, pues no hay reglas definidas sobre cómo proceder si todo descansa en la voluntad
personal. Por ejemplo, "ahora se puede interpretar que la libertad puede ser rehacer a la
humanidad", hasta el punto de "rehacer la arcilla de la humanidad en algo más fuerte, perfecto,
racional, y efectivo". Lo cual puede sonar bien sólo si no tenemos presente cosas como el nazismo,
el estalinismo y otros movimientos utópicos, que Hart considera que son fundamentalmente los
hijos de la Ilustración y del mito moderno de la liberación, de que la verdadera libertad es "el
poder de la voluntad" y que la voluntad tiene prioridad sobre la naturaleza, de que "podemos ser
lo que queramos". Pues esto puede incluso tomarse como "un imperativo", y entonces estamos a
un paso de la eugenesia y demás.

Y entonces, ¿somos más libres? Sólo podemos contestar a esta pregunta tomando una postura
sobre lo que consideramos que es la libertad y esta es una pregunta filosófica que, a fin de
cuentas, es tanto protológica como escatológica y ontológica. Nos remite a preguntarnos por el
Ser, y a preguntarnos de dónde venimos, y hacia dónde vamos. Y sólo después de considerar
cuidadosamente estas preguntas podemos responder coherentemente a la pregunta que se ha
planteado aquí. (Pero, como el mismo Heidegger notó, ya nadie se hace esas preguntas
seriamente). La modernidad toma a la libertad como una cuestión política, una cuestión de
derechos humanos y de leyes humanas, pero esto sólo puede sostenerse si es que se descarta
toda metafísica. Pese a las críticas de Heidegger, Derrida y otros, no me resulta para nada evidente
que la metafísica haya sido superada o que haya que mirarla siempre con suspicacia (siquiera
porque al momento no es posible explicar la conciencia, la propia experiencia humana de manera
materialista, es decir sin recurrir a lo sobrenatural; y menos aún la causa, no del universo, sino del
ser, es decir, por qué hay algo y no nada). Y en todo caso, esta supuesta superación sólo ha dejado
un enorme hueco, un vacío existencial y un sinsentido que es paliado con entretenimiento, un
mero entre-tenerse antes de la muerte y la nada. El momento profetizado por Nietzsche en sus
delirantes éxtasis sigue procrastinándose. Liberados de la esclavitud del orden sagrado
preestablecido, los hombres no encuentran qué hacer consigo mismos además de consumir todos
los recursos de la naturaleza y satisfacer sus propios deseos intrascendentes. Como narra Calasso
en El ardor: el hombre de la sociedad secular se despierta y sabe que no tiene "realmente una
obligación hacia nadie". Puede prepararse un café y leer el diario o mirar por la ventana:
"Sentimiento de una duración informe, sin compromisos. Indiferencia. Para llegar a esto han
tenido que pasar varios milenios". Ahora,

el tiempo ya no estaba ocupado, escandido, herido de gestos obligatorios a falta de los cuales se
temía que todo pudiera deshacerse. Esto podría haber producido una sensación excitante. Pero no
fue así. Al contrario, la primera sensación fue de vacío. De cierto tedio también.

Y en todas las grandes ciudades:

El animal metafísico miraba a su alrededor sin saber a que aferrarse.

Twitter del autor: @alepholo


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