Está en la página 1de 4

La filosofía individualista: una tensión

necesaria en la tradición libertaria


Revista NADA / 2 días ago

El anarquismo, para mí, supone el punto culminante del librepensamiento (una especie de
liberalismo radical en tensión permanente con los valores de no-dominación) y, por lo
tanto, en su misma base se halla un individualismo extremo, una defensa radical de la
libertad individual entendida como derecho absoluto de cada ser humano a actuar
ateniéndose únicamente a los dictados de su propia conciencia y de su propia voluntad;
existe también en la herencia libertaria la afirmación de que cada personalidad tiene un
valor único, insustituible cuya expansión no debe verse limitada por ninguna frontera
externa. Las diferentes doctrinas religiosas, políticas o económicas han hecho del individuo
una pieza más de su engranaje -aunque la justificación fuera hacerlo el fin de sus designios
como partícipe de una supuesta realidad magnánima- sin atender a su valor personal por sí
mismo. En las diferentes sociedades, la mayoría de los hombres se conforman con ser
determinados por el medio: el anarquista, en cambio, se esfuerza en determinarse por sí
mismo. La tendencia libertaria es suscitar en los individuos el mayor conocimiento en el
sentido empírico, demostrar y asimilar el antiautoritarismo en los diferentes ámbitos del ser
humano: ético, intelectual, artístico, social, económico… Es difícil encontrar en otras
ideologías, supuestamente emancipadoras, respuestas a las necesidades que se desprenden
de la defensa del individuo; una de las riquezas de la heterodoxia doctrinal libertaria ha sido
tratar de responder a esos interrogantes.
Un rápido repaso a la tradición individualista

Stirner -auténtico apóstol del anarquismo individualista, aunque él mismo jamás se


calificara como tal, y cuya obra “El único y su Propiedad” se puede considerar una
auténtica “biblia”, si se me permite la terminología religiosa- consideró que el hombre era
centro de toda reflexión y aún de toda realidad; pero no el hombre en general, ni como
representante de la Humanidad abstracta, sino del individuo, de “mí mismo” en cuanto “yo”
único. El “Único” de Stirner existe absolutamente y es previo a toda exterioridad, tanto de
la formada por el espíritu objetivo, como de la constituida por los “yos” ajenos. Sólo en la
absoluta independencia del “Único”, libre de toda coacción, se encuentra la posibilidad de
unirse libremente con los “Únicos” ajenos; de esta manera, es posible conseguir la libertad
auténtica, convertir la unión forzada en unión libre, y la universalidad de la idea en
universalidad de la unicidad. Stirner consideraba que el hombre debe fundar sobre sí mismo
su causa, rechazando causas superiores o voluntades ajenas, aunque invocasen su propio
bien.

Mención aparte merece la tradición liberal radical norteamericana con un fuerte substrato
individualista y antiestatista. Muy conocida es la actitud de desobediencia y resistencia a la
arbitrariedad del poder preconizada por Thoreau, otro autor que jamás se llamó anarquista;
los que si se considera como a tales son a Warren -que evolucionó hacia un individualismo
feroz en la que la sociedad debía adaptarse a sus necesidades, lo que le sitúa cerca de
Stirner- y Tucker que abogaba por una ética social en la que no se debía transgredir las
fronteras de la libertad ajena y resultan tremendamente importantes sus intentos de
establecer conexiones entre las tradiciones culturales de su país, la consolidación
conceptual del anarquismo europeo y la filosofía individualista.

Un claro divulgador del pensamiento stirnerista fue el francés Armand con gran
preocupación por las cuestiones sexuales, las cuáles asociaba a la liberación individual.
Otro autor galo, quizá más innovador, fue Ryner cuyo pensamiento ecléctico es difícil de
clasificar, creía en un cambio interior del individuo, huyendo de toda autoridad externa, y
apostaba por la fraternidad y preocupación por el otro -alejándose del egoísmo de raíz
stirneriana-; su heterodoxia hacia que viera precursores del individualismo en filósofos del
la antigüedad como epicúreos, estoicos o el mismo Platón-.

Aunque el interés de los anarquistas por el individuo y el individualismo ha hecho que


consideren a autores como el mencionado Stirner, Nietzsche -quién habló de su admiración
por la obra stirneriana- y Tolstoy como parte de su tradición cultural, el mismo Bakunin
afirmaba que el individuo era la única realidad y que la voluntad de la sociedad, tan
continuamente invocada, no existía. Ricardo Mella y Anselmo Lorenzo sostenían, el
primero, que el llamado “derecho social” suponía el “sacrifico del individuo en el altar de la
sociedad”, un misticismo nuevo, tan tiránico como el antiguo y el segundo negaba la
existencia de una soberanía popular, justificación moderna para la autoridad del Estado,
reivindicando la individual que resulta absoluta e indivisible. Los italianos Malatesta y
Berneri, movidos por un humanismo, también inequívocamente adherido al anarquismo en
su historia, insistían en contemplar a cada ser humano por encima de cual fuere su
condición o degradación; el humanismo anarquista, afirmó Berneri, garantiza el desarrollo
de la personalidad del individuo.
Individualistas versus societarios

Naturalmente, el pensamiento individualista extremo puede chocar con el colectivismo o


comunismo de otras vertientes anarquistas al desconfiar de toda organización, económica o
no, que pudiera desviarse hacia formas burocráticas. Sin embargo, como ha señalado el
historiador italiano Gaetano Manfredonia, hay ocasiones en que la interpretación alternativa
de clásicos como Proudhon o Bakunin contribuyen al enriquecimiento y la singularización
de unas ideas que sitúan al individuo como punto de partida de toda emancipación
colectiva. Como afirmó Mella, el individualismo no debe enfrentarse a la realidad social,
“somos porque coexistimos”, la relación de igual a igual ensancha nuestra esfera de acción.

Otro pensador español, el controvertido Federico Urales, largamente enfrentado a la


asociación anarcosindicalista la cual consideraba peligrosamente centralizadora,
consideraba la consciencia individual como base o punto de partida de cualquier modelo
organizativo; para Urales, anarquismo e individualismo son la misma cosa y tratar de
nombrar ambos como conceptos diferentes hace caer en una especie de reiteración o
“pleonasmo”. La libertad individual se enfrenta, según la tradición libertaria, a la autoridad
-política, económica o religiosa- y no a toda la sociedad. En la obra de Proudhon se puede
encontrar un equilibrio entre la preocupación por el individuo y los intereses de la sociedad:
“el individuo es el hecho primordial y la sociedad, su término complementario”. A Bakunin
se le puede considerar a la vez como individualista y societario aunque colocó al individuo
como primer beneficiario de derechos pero siempre entendiendo que el lugar donde la
libertad y el carácter del individuo se desarrollaban plenamente era en la sociedad de
iguales; ya hemos visto que el “único” stirneriano es previo a cualquier sociedad por lo que
niega esta concepción -presente también en la obra de Kropotkin- en la que el hombre, sin
la capacidad de humanizarse en sociedad, cae en un proceso de animalización.

El pensamiento individualista: una bella reafirmación de la personalidad

En este amanecer de nuevo siglo, cuando el anterior ha sido terriblemente convulso, se ha


desembocado en una triste calma donde la mayor parte de los individuos han interiorizado
los tristes postulados del pensamiento único generado por estructuras autoritarias
mayoritariamente económicas. Si la tendencia es a equilibrar nuestra ambición individual
-ya sea de forma hedonista o intelectualmente- con el contexto social, político y económico,
un pobre margen nos deja el sistema imperante actual -sustentado en esa mezquindad del
fin de la historia y de las ideologías-; la pobreza filosófica o espiritual de las religiones
monoteístas -base para una actitud servilista o dominadora- hace que muchas personas
busquen respuestas en otras tradiciones -como las filosofías orientales-, que parecen
permitir un margen doctrinario más amplio, o en terapias psicológicas o libros de auto-
ayuda.

Pero no hay, quizá, mayor riqueza de espíritu -entendiendo tal como fortalecimiento de la
voluntad, del ánimo, de esa reafirmación de cada personalidad específica- que la de ese
amor a la vida preconizado por los anarquistas individualistas -Urales tenía razón, caigo en
la reiteración al mencionar los dos conceptos, no existe uno sin el otro-, la de esa obligación
de vivir intensamente una vida breve, exenta de principios superiores o trascendentes; el
eclecticismo, el antidogmatismo, las tradiciones de radicalismo liberal -palabra que uso sin
miedo a pesar de su perversión actual que habla de libertad económica para encubrir la
dominación-, de expansión del pensamiento sin límites, de culto a la sabiduría, de
liberación sexual, de una moral acorde con los valores antiautoritarios, fraternales y
solidarios, conductora del pensamiento y de las acciones… conceptos que todavía
encuentran demasiados obstáculos culturales o institucionales en nuestras diferentes
sociedades humanas y que los anarquistas recogen ya en sus orígenes, no de una manera
doctrinaria o cerrada sino asumiendo un progreso, una liberación constante en el individuo.

JM Fernández Paniagua

Extracto del artículo publicado en “Tierra y Libertad” nº 202 (mayo del 2005)

También podría gustarte