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La vida de los sentidos desempeña un papel considerable en la existencia de los hombres. ¿Por
qué ignorar su influencia? ¿Por qué no concederle, al contrario, el lugar que le pertenece? La
verdadera emancipación sexual consiste en insistir sobre este punto: que los deseos sexuales son
algo natural y que perderán su carácter de anomalía cuando se hable y se escriba a plena luz sobre
las experiencias, las satisfacciones y los refinamientos a los cuales pueden conducir.
La obscenidad consiste en la intriga, en las “puertas cerradas” que rodean las variadas
manifestaciones de la vida sexual.
¿Qué es, por otra parte, el pudor? ¿Qué es la obscenidad? El diccionario define “obscenidad”: lo
que es contrario al pudor; y “pudor”: el sentimiento de “temor o timidez que hace sentir aquello
relativo al sexo”. Esta definición vuelve a decir que la obscenidad es de orden puramente
convencional, y que un libro, un espectáculo, un grabado, una conversación pierden todo carácter
de obscenidad cuando la persona que lee, mira, percibe u oye, no siente, cumpliendo estas
acciones, “ni temor, ni sentimiento de timidez”.
Entonces la obscenidad no reside en el objeto que se mira, en el escrito que se lee, en los hábitos
que se llevan, en las palabras que se escucha, sino, en todo caso -si la hay- está en quien observa,
examina, oye. No hay más obscenidad en el volumen que detalla el acto amoroso o en el vestido
que deja entrever ciertas partes del cuerpo, que en el espectáculo que ofrece el pavo real
haciendo la rueda, o la amapola que se alza en medio de un cesto de flores; no la hay más que en
la lectura de un manual de álgebra o en la audición de una opereta.
Émile Armand