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EL NIHILISMO ES POSIBLEMENTE LA POSTURA FILOSÓFICA POR

'DEFAULT' DE NUESTRA ÉPOCA

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El nihilismo occidental –que hoy se extiende por el planeta como el


carácter definitorio de nuestra época– puede datarse, como un
término que entra a la conciencia filosófica, desde el inicio del siglo
XIX, en la controversias protagonizadas por el teólogo alemán
Friedrich Heinrich Jacobi en contra de los "filósofos", desde Spinoza
hasta Kant y Fichte, entre otros. Jacobi veía en el panteísmo de
Spinoza el germen del nihilismo, pues con su única "sustancia" (que
era todo) anonadaba al individuo y lo subsumía en el puro
mecanismo determinista de la naturaleza. El sistema de Spinoza,
para Jacobi (y para muchos otros luego), era esencialmente ateísta.
Asimismo la Ilustración y el idealismo alemán debían considerarse,
cuando se estudiaban atentamente, como nihilistas, pues
suplantaban al sujeto, al yo real –que existía en relación a un tú–
por abstracciones. Para Jacobi, la "nada" del nihilismo es
equiparada con el ateísmo –o la noción de que el mundo no tiene
un sostén trascendente y un significado último– y con el
anonadamiento del individuo en la idealización del sujeto.

Martin Heidegger, quien ciertamente no ignoraba el más temprano


uso del término de Jacobi, dice en su interpretación sobre el
nihilismo de Nietzsche que dicha palabra fue puesta en boga por el
novelista ruso Turgeniev, quien la usó para significar que sólo lo
que percibimos con los sentidos aquello real y, por lo tanto, todos
los valores tradicionales y trascendentes son ilusorios. Esto, dice
Heidegger, es también designado por el término positivismo.

El nihilismo, literalmente la generalización de la nada o la doctrina


de la nada, puede entenderse de distintas maneras, como ya
empezamos a ver, pero es la doble acepción que le da Nietzsche,
quien se autodesigna el primer "nihilista europeo", la que ha sido
más influyente y la que más nos interesa aquí.

En el polémico texto publicado póstumamente, La voluntad de


poder, Nietzsche asume el rol del profeta del nihilismo: "Lo que
relato es la historia de los dos siguientes siglos. Describo lo que está
por venir, lo que ya no puede ser diferente: el advenimiento del
nihilismo". Heidegger define sucintamente el nihilismo de Nietzsche
como "el movimiento cuya interpretación esencial Nietzsche la
concentra en el terso enunciado: 'la muerte de Dios'".
Específicamente, la muerte del dios del cristianismo, el sostén y
garante de todo el edificio moral, y el crepúsculo de la metafísica
predicada en algo trascendente, en algo que está por encima de
todos los seres y los valores y que les da sentido y propósito.

Nietzsche entiende que este "nihilismo" traerá enormes


"catástrofes", pues los hombres viven un estado general de
degeneración, esto debido a siglos de sumisión a la moral del
rebaño, la cual se acentúa con los valores democráticos e
igualitarios de la modernidad. En otras palabras, este nihilismo, el
cual según su perspectiva es la gran grieta de libertad en la historia,
no sería entendido y asumido así por los hombres, quienes en
realidad sólo buscan la comodidad y la seguridad –los "últimos
hombres" que han "inventado la felicidad" y que permanecen
contemplando la "sombra del dios", como dentro de la mítica
cueva. La otra imagen que utiliza Nietzsche es la de un hombre
contemplando la luz de una estrella en el firmamento y tomándola
como real, pese a que ya se ha extinguido hace mucho tiempo. Es
de esta manera, diría el filósofo, que el hombre moderno sigue
creyendo en Dios.

Nietzsche identifica un primer tipo de nihilismo, el cual desprecia,


en el cristianismo y en el aferramiento al cristianismo o a las
religiones o doctrinas que postulan absolutos. Para Nietzsche las
religiones son nihilistas en tanto a que reducen al individuo a la
nada, a la mera masa que no piensa y no se determina por sí
misma. A su vez, Nietzsche entiende que la "muerte de Dios" traerá
una era nihilista, primero en Europa y luego en el mundo, pues,
observa, los siglos venideros serán los de la unificación del hombre
más allá de las naciones (la igualdad, la democracia, y lo que hoy
llamamos globalización y otras abominaciones). El nihilismo es para
el filósofo la "consecuencia lógica de nuestros grandes valores", los
cuales no son "verdades", sino solamente valores relativos que
hemos postulado moralmente. El hombre, reitera, requiere nuevos
valores, y lógicamente debe experimentar el nihilismo de la pérdida
de los viejos valores, lo cual es también una pérdida transitoria de
significado, de un porqué. Esto es lo que vemos hoy en día como la
condición existencial moderna: la búsqueda del sentido y propósito,
algo que nunca ha sido menos claro y certero.
En el ensayo mencionado, Heidegger hace una lectura penetrante –
aunque no sin generar cierta controversia– del nihilismo de
Nietzsche, al cual identifica como una metafísica, la última
metafísica. "Esta revaloración piensa el Ser por primera vez como
valor. Con ella, la metafísica empieza a convertirse en pensamiento
sobre valores." Para Heidegger, Nietzsche toma un paso metafísico
con su noción de "voluntad de poder", la cual "interpreta como la
esencia del poder". Por ello el Ser mismo no es más que "voluntad
de poder". Nietzsche no admite que haya algo más allá de la
voluntad de poder, pues su filosofía es inmanentista. La voluntad
de poder por sí sola "determina a todos los seres, el poder no
reconoce ningún valor fuera de sí mismo", dice Heidegger. Y como
no hay nada afuera de la voluntad de poder y su constante
incremento, "entonces el ser como un todo, también, como este
devenir conformado por el poder, debe siempre recurrir una y otra
vez como lo mismo". Así la metafísica de Nietzsche acalla en su idea
fundamental del eterno retorno (la cual, hay que decir, muchos
filósofos interpretan sólo como una propuesta ética, casi
metafórica, y no metafísica o cosmológica).

Ahora bien, además de este nihilismo positivo, usando la propia


interpretación de Nietzsche, podemos decir que la modernidad es
nihilista, no en el sentido emancipatorio y autodeterminista
deseado por Nietzsche, sino, y justamente a causa de su filosofía de
la voluntad de poder, nihilista en un sentido más parecido al de
Jacobi o al que él mismo leía en el cristianismo. La modernidad es
nihilista en gran medida precisamente porque ha asumido que el
mundo no es más que voluntad de poder -o su interpretación
democrática, propia de la supuesta "sociedad libre": libre albedrío,
derecho de elegir u empoderamiento social y político. La empresa
de crear nuevos valores no ha logrado superar el abismo desolador
de la ausencia de esencia y absolutos y la idea de la voluntad de
poder y de la autocreación del individuo se han convertido, como
sugiere Alan Bloom, en una de las principales fuerzas que mueven
la sociedad moderna, pero ahora como fuerza económica, como el
catalizador del consumismo y la relativización de los valores. Al no
haber nada trascendente que determine al ser humano y ninguna
otra cosa que le dé significado más que sí mismo, quizá el hombre
tiene la posibilidad de superarse a sí mismo, de convertirse en una
especie de héroe, en un übermensch, pero lo más probable –y
ciertamente lo más frecuente– es que simplemente se desvanece
en la lucha de poderes individuales, en el vano egoísmo y
hedonismo cotidiano. Nietzsche quizá tenía razón en que el ser
humano es esencialmente egoísta, pero sobreestimó el amor
propio del ser humano, pues a fin de cuentas todas las grandes
cosas que ha hecho ha sido en la búsqueda de un valor
trascendente, con la idea de una verdad absoluta en la mira, por
algo o alguien más. Por el contrario, crearse a sí mismo no es algo
que inspire demasiado, sería necesario que el ser se eleve a las
alturas necesarias y con la constancia que se requiere para crear
una nueva tabla de valores auténticamente noble y heroica como
Nietzsche deseaba. Ni siquiera es suficiente para crear obras de
arte dignas de las glorias del arte religioso o místico. Así la realidad
del nihilismo es la medianía, la mezquindad, una pálida, desganada
y más o menos placentera fuga en el horizonte de la historia.
Es cierto que Nietzsche no buscaba la creación de una raza de
superhombres sino de una nueva casta conformada, al menos en
un principio, por un puñado de superhombres erigidos sobre la
decadencia de la sociedad. Pero el mismo Nietzsche notó que las
cualidades del entorno –el alimento, el aire y demás condiciones
ambientales, físicas y psicológicas– eran esenciales para el cultivo y
la superación del hombre. Así, las condiciones actuales, en las que
todas las fuerzas del hombre "libre" se ven concentradas en
eliminar el dolor y hacer más cómoda, segura e igualitaria la vida,
no son en ninguna medida propicias para el crecimiento del gran
espíritu que Nietzsche soñó. Quizá éste sólo surja de las ruinas y las
cenizas, de una destrucción total de un paradigma social; o quizá su
superhombre no es más que una quimera; o más aún, quizá él
mismo Nietzsche fue víctima en su filosofía de la crítica que hizo a
otros filósofos, en quienes veía no sistemas sino síntomas
expresados como ideas absolutas. "Cuánta timidez y vulnerabilidad
personal delata esta máscara de enfermizo recluso", escribió sobre
la filosofía de Spinoza. Pero como ha notado Bertrand Russell, el
mismo Nietzsche, con su odio a los débiles, a las mujeres y a las
relaciones personales en general, o también, al concebir al poder y
no al amor como lo universal y lo realmente divino de la existencia,
puede delatar un engaño, una patologización semejante, pues
quizá su filosofía para guerreros-artistas-aristócratas tiene como
motivo secreto el miedo y la esencial insatisfacción (el trauma
podríamos decir hoy) de sus relaciones personales. Quizá fue esto
también lo que le permitió consagrarse a una obra en toda su
fatalidad y concebir la existencia como una obra de arte, pero tal
vez fue también esto –en su ausencia– lo que no le permitió
alcanzar el equilibrio y con éste concebir una filosofía que tuviera
mayores posibilidades de iluminar la existencia del ser humano, y
acaso concertar el matrimonio de lo apolíneo y lo dionisíaco, esa
veta fértil que murió después de su primer libro.

Nadie puede dudar de la enorme inteligencia crítica de Nietzsche y


parece sumamente difícil que un filósofo de su magnitud surja en
esta época, evidentemente decadente en terrenos filosóficos. Pero
también es evidente que la energía destructiva no es suficiente
para alcanzar la libertad y la auténtica sabiduría; es necesario el
eros creativo, y un eros que no puede solamente ser identificado
como el poder puro, como el deseo de conquista y rapto... quizá no
sólo el corazón duro del guerrero y del caudillo, también el corazón
suave y calmado del monje así como el del amante compasivo son
necesarios en un filósofo.

También en Pijama Surf: La libertad, el mito de la modernidad:


¿somos realmente más libres que en la Edad Media o en la
Antigüedad?

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¿LA VIDA SÓLO MERECE VIVIRSE SI SOMOS CAPACES DE PERCIBIR
LA BELLEZA Y CONDUCIR NUESTRA PROPIA EXISTENCIA COMO UNA
OBRA DE ARTE?

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Recientemente escribimos aquí sobre el nihilismo, el cual se ha


convertido por en la postura filosófica de nuestra época (pues lo
que impera es la ausencia de una postura filosófica). El nihilismo en
gran medida es resultado de la caída de los grandes sistemas
religiosos y la creencia en absolutos que antes daban sentido a la
vida.
Para algunos filósofos este nihilismo implica la posibilidad de la
libertad. Este es el caso de Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sartre y
otros filósofos existencialistas, que consideran que el ser humano
no tiene una esencia y por ello es libre para construirse a sí mismo.
En el caso de Nietzsche, en su intento de dar un nuevo sentido y un
nuevo valor a la existencia (luego de la llamada "muerte de Dios"),
la vida liberada de la moralidad y de lo trascendente tenía sentido
como una obra de arte, como un fenómeno estético. Esto es, la
vida en sí misma como fenómeno, como apariencia que se muestra
a los sentidos y como posibilidad estética (es decir, perceptual) y
creativa o artística. Es a Nietzsche a quien debemos el precepto haz
de tu vida una obra de arte, que en nuestra era ha sido tan bien
cooptado por la marcas comerciales.

Una de las constantes en la obra dispar de Nietzsche es justo esta


noción de que la vida tiene sentido sólo como fenómeno estético.
La primera mención de esto ocurre en su primer libro El nacimiento
de la tragedia, su estudio sobre la música y su relación con los
dioses Apolo y Dionisio. Nietzsche escribe: "Podemos asumir que
sólo somos imágenes y proyecciones artísticas para el verdadero
autor, y alcanzamos nuestra más alta dignidad en nuestro
significado como obras de arte —pues es sólo como un fenómeno
estético que la existencia y el mundo son eternamente
justificados".
Aquí Nietzsche se encuentra claramente bajo el hechizo de
Schopenhauer y la metafísica. El joven Nietzsche no parece haber
renunciado aún a la idea de un sujeto o una voluntad trascendente,
el "artista primordial" del mundo es "a la vez sujeto y objeto, al
mismo tiempo poeta, actor y espectador". Nietzsche parece estar
hablando de una especie de demiurgo o soñador del mundo, similar
a la noción de la deidad en el hinduismo.

Más tarde el filósofo abandonará este lenguaje místico-teológico,


pero conservará la noción de la justificación estética de la
existencia; esta idea ha sido enormemente influyente en nuestra
época, en la que el arte ha capturado el remanente de lo religioso,
como sucedáneo de la creación de valor y significado.

Evidentemente la noción de vivir la existencia como un fenómeno


artístico y autocrearse como si uno fuera una obra de arte es más
un discurso que hace tolerable el nihilismo de fondo, en vez de algo
que las personas realmente pongan en práctica. En este sentido el
arte se ha convertido en un opio para el pueblo.

Nietzsche en el prefacio con el que revisó El nacimiento de la


tragedia critica el cristianismo por ser, según su opinión, la antitesis
de la vida estética:
Nada podría estar más en oposición a la interpretación y
justificación puramente estética del mundo que son enseñadas en
en este libro que la enseñanza cristiana, que es, y quiere ser, sólo
moral y relega el arte, cada arte, al reino de las mentiras; con sus
estándares absolutos, empezando con la veracidad de dios, niega,
juzga y condena el arte.

Esta última aseveración es ciertamente debatible, pues también se


podría afirmar que ha sido el cristianismo la inspiración de algunas
de las obras más importantes del canon occidental, desde las
catedrales medievales hasta la Divina Comedia de Dante o la
música de Bach. El cristianismo, si se comparan los últimos siglos
con el arte de siglos más creyentes, no parece haber sido un
obstáculo para la creación artística. La religión y el arte han estado
ligados por milenios y su divorcio ha dejado en crisis al arte. Esto no
significa que el arte necesite a la religión para crear, pero sí sugiere
que el arte necesita una espiritualidad profunda y ésta no es fácil
de autogestarse a "la sombra del dios".

Aunque no se puede decir que Nietzsche haya sido un lector


cuidadoso del cristianismo (pues su crítica es tan enconada como
neurálgica), sus conocimientos teológicos tampoco son demasiado
vastos; ciertamente no parece haber considerado con cuidado la
teología de los padres griegos (por ejemplo Gregorio de Nisa o
Pseudo Dionisio), para quienes la existencia es esencialmente el
esplendor de la divinidad, el mundo como una obra de arte, incluso
como la continua superación de ese arte, de gloria a gloria, cada
vez más participación en la belleza, en una belleza infinita. Como el
platonismo, el cristianismo concibe a la belleza como algo
trascendente y objetivo, mientras que para Nietzsche es algo
propio de lo meramente fenoménico (aunque quizá por esto mismo
la belleza cobra una dimensión mayor, siendo ésta presencia divina
en la tierra).

El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar ha recogido parcialmente la


critica de filósofos modernos al cristianismo y, en su monumental
obra Estética teológica, ha dedicado numerosos volúmenes al
estudio de la estética en la teología cristiana, a través del estudio
de autores seculares como Dante o Solovyov. Balthasar, cuya
refinación cultural es difícil de igualar, ha llamado a colocar la
estética en el primer peldaño de la religión cristiana, haciendo
honor justamente al lugar que tuvo entre los más grandes teólogos
cristianos. Esto es algo que tiene parangón en ciertas religiones
como el sufismo y el hinduismo (particularmente el krisnaísmo), en
las que el enamoramiento con la deidad es central y se produce
justamente al entender la vida religiosa (y la existencia misma)
como un fenómeno estético, como la percepción de la belleza
divina: el mundo como teofanía.

Así pues, ya sea desde una perspectiva secular, siguiendo al filósofo


más influyente de nuestra época (pues las ideas de Nietzsche son
las más difundidas entre el pueblo occidental, aun sin haberlo leído,
justamente porque influyeron más que ningún otro filósofo en los
artistas), o desde una perspectiva religiosa, podemos entender la
justificación de la existencia como un fenómeno eminentemente
estético. Y con esto, cabe apuntalar, nos referimos a una
experiencia de los sentidos, de la percepción, que encuentra
sentido a través de la belleza que alcanza a aprehender en el
mundo. Pues es siempre una cierta belleza, una cierta luminosidad
en las cosas, la que motiva al ser humano tanto al amor como a la
creación artística. Y en un mundo en el que ya no es muy fácil creer
a la manera de las viejas religiones, sólo logramos encontrar
sentido en el amor (en las relaciones significativas) y en la creación
artística.

También en Pijama Surf: Platón, Dostoievski y por qué la belleza


salvará al mundo

Imagen de portada: Otto Dix, "La guerra" ("Der Krieg"), 1932;


Galerie Neue Meister, Dresden (fotografía de Igor Miske, 2017)

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EL EJERCICIO PARA DESARROLLAR LA IMAGINACIÓN QUE


KIERKEGAARD APRENDIÓ DE SU PADRE

FILOSOFÍA

POR: PIJAMASURF - 08/18/2019

EL PADRE DE KIERKEGAARD LIDIÓ CON LOS PROBLEMAS DE SALUD


DE SU HIJO DE LA MANERA MÁS MARAVILLOSA
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El filósofo danés Sören Kierkegaard fue un hombre sumamente


peculiar y su genialidad en gran medida viene de un compromiso
infinito con sí mismo. Parte de lo que lo hizo único sin duda provino
de su relación con su padre.

Kierkegaard, quien es considerado uno de los filósofos más


influyentes del siglo XIX (aunque su influencia se hizo sentir más en
el siglo XX), fue uno de los grandes prosistas de la literatura y
practicó ese extraño género de los heterónimos. En un texto
autobiográfico firmado bajo el nombre de Johannes Climacus
(titulado también Johannes Climacus), el filósofo danés relata un
precioso episodio que se repetía en su infancia:

Cuando Johannes pedía permiso para ir afuera, su petición solía ser


rechazada: pero ocasionalmente su padre, como vía de
compensación, le ofrecía tomar su mano y llevarlo a caminar arriba
y abajo por su casa. A primera vista, esto era un pobre sustituto y,
sin embargo, como un viejo abrigo gastado, contenía algo
completamente distinto. La oferta era aceptada y quedaba en
Johannes elegir a dónde irían a pasear. Caminaban a través de la
puerta de la ciudad o hacia el palacio aledaño o hacia la orilla del
mar o entre las calles -según los deseos de Johannes, puesto que su
padre era capaz de todo-. Mientras caminaban arriba y abajo por la
casa, su padre le iba diciendo todo lo que veía. Saludaban a los
paseantes; los carruajes pasaban estrepitosamente, por momentos
anegando la voz de su padre; los panecillos frutales de las
panaderas eran aún más tentadores. Cualquier cosa que le era
familiar a Johannes, su padre la delineaba de manera tan exacta y
tan vívida, hasta el más mínimo detalle, y todo lo que le era inusual,
de una manera tan minuciosa y gráfica, que después de media hora
de caminata con su padre quedaba abrumado y agotado, como si
hubiera estado afuera toda la jornada. Johannes rápidamente
aprendió el arte mágico de su padre. Lo que antes ocurría como
una narrativa épica ahora ocurría como drama; llevaban un diálogo
en su paseo. Si iban por caminos familiares, se vigilaban entre los
dos para evitar que algo pasara desapercibido. Si el camino era
inusual para Johannes, él hacía asociaciones, mientras que la
imaginación omnipotente de su padre era capaz de fabricarlo todo,
de usar cada deseo infantil como un ingrediente en el drama que
estaba aconteciendo. Para Johannes era como si el mundo cobrara
existencia en el diálogo, como si su padre fuera Dios y él mismo su
favorito, quien tenía permiso para insertar sus propias ocurrencias
tan hilarantemente como quisiera, pues nunca era reprendido, su
padre nunca se perturbaba -todo era incluido y siempre para la
satisfacción de Johannes-.

Sabemos que este párrafo es autobiográfico y que Kierkegaard de


niño tenía un leve impedimento para hacer ejercicio físico, por lo
cual era protegido de esta manera y a la vez estimulado
enormemente a ver con el ojo de la imaginación y a construir
vívidas historias, no sólo narrativas sino, eventualmente,
dialécticas. De estos paseos imaginativos, sin duda desarrolló su
estilo inolvidable para entrecruzar narrativas con su filosofía, así
como la técnica de utilizar "personajes" para demostrar un punto
filosófico.

Estos ejercicios encantados, con los que se estimulaba tanto la


mente como el cuerpo del joven Sören, sin duda nos presentan algo
digno y quizá no tan difícil de emular, algo que un padre con
paciencia e imaginación podría regalarle a su hijo. Un tónico para la
mente, la cual, en esta era en la que la imaginación ha sido
reemplazada por el bombardeo de fáciles y adictivas imágenes,
necesita urgentemente de un estímulo para despertar la que quizá
sea la facultad más alta del ser humano: la imaginación, la luz
transfiguradora del espíritu.

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