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Raquel Bojórquez
Tomás Segovia parece comenzar la discusión sobre la poesía pura sin mostrarnos en un principio
Brémond a Valéry, va uniendo las diferentes inflexiones, una intelectual y otra mística, en lo que
tienen de común: la poesía pura “no debe significar nada” y “no debe recibir nada que provenga
de otro sitio fuera de ella”. El resultado ideal sería un poema profundamente hermético. Sin
embargo, avanzado el texto, cuando comienza la comparación de la poesía pura con el arte
La intención por negar la realidad y pretender ser los creadores de un mundo propio y
cerrado que tuvieron el arte abstracto y la poesía pura (que una línea sobrina tiene hoy, pero
atravesada por las nuevas tecnologías y el Internet) estuvo, como describe Segovia, auspiciado
bajo la atmósfera de un siglo XX dominado por el absolutismo. Esa atmósfera de “sombras” nos
le dejó ver que el mismo sujeto autor, sujeto experencial, que pretendían desaparecer era el
mismo que los propulsaba a proponer tal arte y tal poesía. Como había dicho ya uno de los
fundadores del arte abstracto, y que Segovia señala con otras palabras, “cualquier creación
artística es hija de su tiempo, y la mayoría de las veces, madre de nuestros propios sentimientos”.
Así, incluso el hermetismo más recalcitrante devela bajo su propia estructura un sentido, un
significado.
Y como había dejado claro desde un inicio Segovia con su postura aparentemente neutral,
el asunto con describir y explicitar qué es lo que hace a un poema un poema, “lo poético”, no es
para perseguir descréditos o a aprobaciones de una u otra forma de poesía, sino quizás de conocer