¿Quién osaría «refutar científicamente» la ética del Sermón
de la Montaña, o el principio que ordena «no resistirás el mal» o la parábola que aconseja ofrecer la otra mejilla? Y, sin embargo, es claro que desde el punto de vista mundanal es una ética de la indignidad la que de esta forma se está predicando. Hay que elegir entre la dignidad religiosa que esta ética ofrece y la dignidad viril que, por el contrario, ordena «resistirás el mal, pues en otro caso serás corresponsable de su triunfo». Según la postura básica de cada cual, uno de estos principios resultará divino y el otro diabólico, y es cada individuo el que ha de decidir quién es para él Dios y quién el demonio. Max Weber, El político y el científico, (1919), 2002, p. 219.
Estimadas personas, colegas profesores y estudiantes:
Hay discusión tanto entre los estudiantes como entre los profesores sobre los sucesos que ocurren en la UPR. La situación involucra profundamente dos importantes quehaceres humanos: ciencia (academia) y política (poder). Sugiero enfocar está controversia con la diferenciación que enseñó Max Weber, para quien “[l]as tomas de posición política y el análisis científico de los fenómenos y de los partidos políticos son dos cosas bien distintas.” WEBER, El político y el científico, (1919) Alianza Editorial, 2002, p. 213. Al comienzo del conflicto en principios de diciembre 2010, un grupo de profesores de la APPU se reunió en el Colegio de Abogados. Entre los asuntos discutidos despuntó la cuestión de la ocupación policíaca de la UPR. A estos efectos se propuso que los profesores entráramos al recinto para ser creativos en la forma en que se podría utilizar la clase para denunciar la ocupación policíaca. Si bien estoy personalmente de acuerdo en que la ocupación policíaca debe ser repudiada, lo cierto es que no hay unanimidad respecto a si debe o no haber presencia policíaca en la UPR. Por ello, la denuncia de tal ocupación policíaca por los profesores que nos oponemos a la misma debe realizarse con la mayor cautela posible, de forma que se evite “que el profesor aproveche estas circunstancias [(audiencia cautiva en el salón de clases)] para marcar a los estudiantes con sus propias opiniones políticas, en lugar de limitarse a cumplir su misión específica, que es la de serles útil con sus conocimientos y con su experiencia científica.” WEBER, p. 215. Así, como Weber, considero que la ciencia no es capaz de dar respuesta a las cuestiones prácticas de qué se debe hacer y cómo se debe vivir. Sin embargo, junto a él también opino que precisamente por eso es que la ciencia puede contribuir a plantear adecuadamente tales cuestiones. WEBER, p. 208s. En este contexto urge recordar la “aportación que la ciencia puede hacer en aras de la claridad, aportación que marca también sus límites: podemos y debemos decirles igualmente a nuestros alumnos que tal postura práctica deriva lógica y honradamente, según su propio sentido, de tal visión de mundo (o de tales visiones del mundo, pues puede derivar de varias), pero no de tales otras. Hablando en imágenes, podemos decir que quien se decide por esta postura está sirviendo a este dios y ofendiendo a este otro. Si se mantiene fiel a sí mismo llegará internamente a estas o aquellas consecuencias últimas y significativas. […]. Si conocemos nuestra materia ([…]) podemos obligar al individuo a que, por sí mismo, se dé cuenta del sentido último de las propias acciones.” WEBER, p. 224s. Así las cosas, vale considerar ahora los derroteros del intercambio de opiniones que entre la facultad de la Escuela de Derecho generó la Resolución de la Rectora del Recinto de Río Piedras UPR en que se prohibía la celebración de festivales, piquetes, marchas, mítines y otras actividades masivas dentro del Recinto. Algún sector exhortaba al rechazo de la violencia, venga de donde venga, e insistía en que el derecho de expresión no protege comportamientos de daños a la propiedad ni la coacción de otras personas mediante intimidación o violencia. Incluso se afirmó que el impedir a otros la entrada a facilidades de la UPR, el irrumpir en salones o bibliotecas y el tener el rostro cubierto, son todos actos que no caben en concepto alguno de “libertad ordenada”. A estos efectos se intentará aquí aclarar que tal tajante rechazo de la violencia, venga de donde venga, ni es la postura de nuestro ordenamiento jurídico ni tampoco es una postura con la cual debe uno enfrascarse en un conflicto político. En cuanto a lo segundo, que no es la materia en la que quien escribe es maestro, me limito a lo dicho por Weber. Según éste, “[l]a singularidad de todos los problemas éticos de la política está determinada sola y exclusivamente por su medio específico, la violencia legítima en manos de asociaciones humanas.” WEBER, p. 172. Advierte entonces que “[t]odo aquello que se persigue a través de la acción política, que se sirve de medios violentos y opera con arreglo a la ética de la responsabilidad [(ésta es: la acción racional con arreglo a los fines, como lo sería el fin de una educación universitaria pública)], pone en peligro la «salvación del alma»”, y que “[c]uando se trata de conseguir una finalidad de ese género en un combate ideológico y con una pura ética de la convicción [(ésta es: la acción racional con arreglo a valores, como lo sería el valor de la no violencia)], esa finalidad puede resultar perjudicada y desacreditada para muchas generaciones porque en su persecución no se tuvo presente la responsabilidad por las consecuencias.” WEBER, p. 175s. En cuanto al lugar de la violencia en la sociedad, en primer lugar no debe olvidarse que la función principal de la constitución de un Estado de Derecho es precisamente legitimar el ejercicio de la violencia del gobierno. Además, como cuestión de hecho, tampoco el Derecho condena todo uso de violencia en la interacción de las personas. Muy por el contrario, nuestro Derecho reconoce en ciertas circunstancias un derecho individual a causar no tan sólo daños a la propiedad de otros (que no es todavía violencia), sino incluso a lesionar y hasta matar a otros (lo que sin duda sí que es ya violencia). Así las defensas de estado de necesidad y legítima defensa. A pesar de ello, para alguna opinión el concepto de violencia está completamente determinado por el de libertad ordenada, de forma que todo aquello que sea contrario al concepto de libertad ordenada sería ya violencia. Ése no es tampoco el concepto de violencia de nuestro sistema jurídico. Si así fuese, y estuviese prohibido en general a las personas el recurso a comportamientos abarcados por semejante concepto tan desmesuradamente amplio de violencia, entonces el orden social presente no podría ser pacíficamente alterado en lo absoluto por las personas, sino sólo por el gobierno que precisamente se sienta sobre ese orden social presente. No habría pues espacio para la desobediencia civil pacífica dentro de tal concepto de violencia como todo aquello contrario a una libertad ordenada. “La libertad de expresión en una sociedad libre incluye el libre y espontáneo disenso público en torno a asuntos políticos controversiales del momento. La desobediencia civil es una forma de protesta que, si bien usualmente pacífica, implica violar la ley –usualmente mediante la entrada ilegal en propiedad del gobierno, el bloqueo de acceso a edificios o, la participación en conducta desordenada. La desobediencia civil ha sido llamada «la deliberada violación de la ley para un propósito social vital».” Cohan, Civil Disobedience and the Necessity Defense, 6 Pierce Law Review 111 (2007). En cualquier caso, el concepto violencia (y de intimidación) es ciertamente vago o considerablemente indeterminado. A pesar de ser un elemento común a muchos delitos, ni siquiera nuestro Código penal (CP) define muy claramente lo que constituye la violencia. Esto no significa sin embargo que lo deje absolutamente indeterminado. Así, su análisis debe partir de la definición de ciertas circunstancias en las que si se realiza un comportamiento en principio delictivo, no habría sin embargo responsabilidad penal por haberse realizado bajo violencia o intimidación. A estos efectos, el art. 32 CP dispone que “[n]o incurre en responsabilidad quien al momento de realizar la conducta constitutiva de delito, obra compelido por intimidación o violencia: (a) Por la amenaza de un peligro grave e inminente siempre que exista racional proporcionalidad entre el daño causado y el amenazado; (b) Por una fuerza física irresistible; o (c) Por coacción o temor insuperable.” Nótese que además de definirse con referencia a una “fuerza física irresistible”, se limita además a referirse a un “peligro grave e inminente”. Si bien el concepto de “peligro grave” no es tampoco lo más determinado que pueda concebirse, parece que al menos deja claro que el mero impedir a otros la entrada a un lugar mediante sentadas o la colocación de otros obstáculos (tales como cadenas o inmensas piedras) no es todavía violencia. Mucho menos es todavía violencia el mero irrumpir en salones o desordenar sus pupitres, tampoco el cubrirse el rostro. El mero impedir la entrada a un lugar no es siquiera delito. Esto puede apreciarse en la definición del delito de restricción de libertad. Así, el art. 167 CP dispone que la “persona que restrinja ilegalmente a otra persona de manera que interfiera sustancialmente con su libertad incurrirá en delito menos grave.” Del significado sancionado por el uso común y corriente del término “restringir” (así como de otras consideraciones sistemáticas, históricas y de Derecho comparado que en este breve espacio no se pueden exponer) surge que este delito se refiere sólo al no permitir a otra persona el marcharse de un lugar, sin incluir además el mero impedirle entrar. La comparación del delito de restricción de libertad con el de restricción de libertad agravada manifiesta además que ni siquiera el encerrar a otra persona en algún lugar (delito de restricción de libertad) es por sí mismo violencia. Así, el art. 168 CP dispone que “[i]ncurrirá en delito grave de cuarto grado si el delito de restricción de libertad se comete con la concurrencia de cualquiera de las siguientes circunstancias: (a) Mediante violencia, intimidación, fraude o engaño. (b) Simulando ser autoridad pública. (c) Por funcionario o empleado público con abuso de los poderes inherentes a su autoridad o funciones.” Por tanto, para el CP, es claro que la restricción de libertad por sí sola no es violencia, pues si bien puede realizarse la restricción de libertad mediante violencia, también puede realizarse por otros medios distintos que no implican de por sí a la violencia. En conclusión y como regla general: el mero impedir la entrada a un lugar ni es delito ni es por sí solo violencia. Esto vale tanto para cuando son los estudiantes los que impiden la entrada a la UPR como cuando es la policía la que se encarga de ello. 1 Precisamente esta impunidad general del mero impedir la entrada a un lugar motivó la aprobación de la Ley 158 de 29 de octubre de 2010, la cual añadió el art. 208-A al CP, que ahora tipifica como delito el impedir en determinadas circunstancias la entrada al lugar en que se realiza una obra de construcción. Por otro lado, nuestro sistema de estado pretende ser un gobierno de ley, no de hombres (o mujeres). Esto sobre todo significa que nadie está por 1 Cabe apuntar que tal conducta podría considerarse delictiva en los Derecho penales de España y Estados Unidos, donde además de existir delitos equivalentes al nuestro de restricción de libertad, existen otros delitos de coacción o criminal coercion que sí abarcan cualquier limitación a la libertad de acción, lo cual muy bien puede incluir el mero impedir a otro entrar a cierto lugar; no existe sin embargo en Puerto Rico un delito equivalente a tales otros delitos español y estadounidense. encima de la ley, sino que ella aplica a todos por igual, incluso al gobernador, a la policía y a cualesquiera otros funcionarios públicos. No debe haber duda alguna de que, bajo el pretexto o en ocasión de cumplir con el deber, la policía u otros funcionarios públicos también pueden violar la ley. Así ocurrió de forma tan trágica como paradigmática en los asesinatos de los jóvenes independentistas Arnaldo Darío Rosado y Carlos Soto Arriví en el 1978 en Cerro Maravilla. Pueblo v. Moreno Morales, 132 DPR 261 (1992). Aunque mucho menos conocido, también ocurrió en el 1984 en Ponce cuando un tal Sargento Santiago cometió impunemente los delitos de alteración a la paz, agresión y restricción de libertad agravada (por realizarla mediante violencia) contra una humilde joven y su cuñado. Pueblo v. Ortiz Díaz, 123 DPR 865 (1989). Mucho más recientemente, en el 2007 en Punta Santiago, Humacao, en un suceso tan indignante y repulsivo como claramente visto por todos en Puerto Rico, tres policías participaron en el asesinato del señor Miguel Cáceres Cruz. Pueblo v. Sustache Sustache, 2009 TSPR 119. Sin más detalles, puede mencionarse además que entre los casi mil asesinatos cometidos en PR en el año 2010, hay varios que fueron cometidos por policías en ocasión o bajo el pretexto de cumplir con sus deberes. Respecto a esos lamentables sucesos no es seguro que el Superintendente de la Policía o Gobernador tuvieran conocimiento de lo que ocurría, razón por la cual no puede afirmarse su responsabilidad por los delitos cometidos. La situación es muy distinta en relación a los sucesos ocurridos el 30 de junio de 2010 en las escalinatas del Capitolio, donde la policía cometió los delitos de agresión y delito contra el derecho de reunión contra las personas allí reunidas: sobre estos también repugnantes sucesos puede con seguridad afirmarse el conocimiento no sólo del Superintendente de la Policía sino además del Gobernador, quien sería responsable por tales delitos por su cooperación por omisión, de forma similar a como lo serían los dos policías que nada hicieron para evitar que sus compañero policía asesinara al Sr. Cáceres. Un último ejemplo de delito que puede cometer un funcionario público bajo el pretexto de cumplir su deber: El 16 de diciembre de 2010, el mismísimo Superintendente de la Policía amenazó públicamente al estudiante universitario Waldemiro Vélez con arrestarle si entraba a la UPR; esta conducta del Superintendente muy bien puede constituir el delito de amenaza del art. 188 CP, el cual dispone que “[t]oda persona que amenace a otra con causar a esa persona o a su familia, un daño determinado a la integridad corporal, derechos, honor o patrimonio, incurrirá en delito menos grave.” En efecto, el arresto es un daño determinado al derecho a la libertad del joven estudiante. Nótese finalmente que si bien es cierto que, conforme al art. 28 CP, “[n]o incurre en responsabilidad quien obra en cumplimiento de un deber jurídico o en el legítimo ejercicio de un derecho, autoridad o cargo”, las conductas punibles arriba reseñadas no pueden así justificarse meramente por haber sido realizadas por funcionarios públicos en ocasión o bajo el pretexto de cumplir con su deber, pues en ellas no parece se obre en cumplimiento de un “deber jurídico” ni en “legítimo ejercicio” del cargo. Así: Ortiz Díaz y Sustache Sustache. Precisamente por no tratarse de ejercicios legítimos de sus deberes es que la resistencia a la acción de la policía en el actual conflicto en la UPR tampoco constituye el delito de resistencia a la autoridad de los art. 251 y 252 CP. En este contexto, y en primer lugar en relación a la imposición de una cuota de $800 a todo estudiante universitario para poder continuar sus estudios en la UPR, cabe considerar la definición del delito de extorsión del art. 200 CP. Según la ley, “[i]ncurrirá en delito grave de cuarto grado, toda persona que, mediante violencia o intimidación, o bajo pretexto de tener derecho como funcionario o empleado público, obligue a otra persona a entregar bienes o a realizar, tolerar u omitir actos, los cuales ocurren o se ejecutan con posterioridad a la violencia, intimidación o pretexto de autoridad.” Así, podría considerarse que la amenaza de dejar a los estudiantes sin la posibilidad de continuar y terminar sus estudios si no entrega $800 es un delito de extorsión. De considerarse la exigencia de esa cuota de $800 un delito de extorsión de los estudiantes, entonces habría que considerar que comportamientos en principio delictivos como los de restricción de libertad (art. 167 y 168 CP), de daños a la propiedad (art. 207 y 208 CP) o de fijación de carteles (art. 209 CP),2 podrían quedar justificados por las defensas de legítima defensa (art. 2 Art. 207: “Daños. Toda persona que destruya, inutilice, altere, desaparezca o de cualquier modo dañe un bien mueble o un bien inmueble ajeno incurrirá en delito menos grave. El tribunal podrá también imponer la pena de restitución.” Art. 208. “Daño agravado. Incurrirá en delito grave de cuarto grado, toda persona que cometa el delito de daños en el Artículo 207 de este Código, si concurre cualquiera de las siguientes circunstancias: (a) con el empleo de sustancias dañinas, ya sean venenosas, corrosivas, inflamables o radioactivas, si el hecho no constituye delito de mayor gravedad; (b) cuando el daño causado es de mil (1,000) dólares o más; (c) en bienes de interés histórico, artístico o cultural; o (d) cuando el daño se causa a bienes inmuebles pertenecientes al Estado Libre Asociado de Puerto Rico o a entidades privadas con fines no pecuniarios. El tribunal podrá imponer también la pena de restitución.” Art. 209. “Fijación de carteles. Toda persona que pegue, fije, imprima o pinte sobre propiedad pública, excepto en postes y columnas, o sobre cualquier propiedad privada sin el consentimiento del dueño, custodio o encargado, cualquier aviso, anuncio, letrero, cartel, grabado, pasquín, cuadro, mote, escrito, dibujo, figura o cualquier otro medio similar, sin importar el asunto, artículo, persona, actividad, tema, concepto o materia a que se hace referencia en los mismos, incurrirá en delito menos grave. El tribunal podrá imponer también la pena de restitución.” La interpretación del delito de daños conforme la regla de interpretación ejusdem generis implica que el mismo requiere que la cosa quede inservible. Su interpretación sistemática junto al delito de fijación de carteles implica además que el escribir o manchar 26 CP)3 o de estado de necesidad (art. 27 CP)4. Por supuesto que contra la consideración de la imposición de la cuota como un delito de extorsión puede oponerse que se trata de una extorsión legítima, esto en la medida en que es una política pública en principio válidamente adoptada. Tal réplica en efecto puede fundamentarse además en las mismas defensas de legítima defensa y de estado de necesidad, las cuales exigen se trate de una defensa o protección contra un “daño” y de la comparación del “mal” que ese “daño” implica frente al que se causa para evitarlo. Estos conceptos de “daño” y “mal” no están disponibles a las preferencias individuales de cada cual. Por el contrario, en un sistema democrático de gobierno tales conceptos son más bien determinados exclusivamente por las decisiones democráticas de qué es el “mal” que debe evitarse y cuál es el medio para lograrlo. Frente a tal argumento sólo puede apuntarse a que sin embargo esa imposición de tal cuota no tiene la más plena base democrática que implicaría el que hubiese sido aprobada por los funcionarios electos a la legislatura y gobernación, sino sólo esa mucho menos plena base democrática que contienen en general las decisiones de los funcionarios administrativos no electos. En cualquier caso, las sentadas, marchas o piquetes contra la imposición de la cuota de $800 son en principio reuniones lícitas y pacíficas, por lo que el impedirlas o interrumpirlas podría constituir el delito contra el derecho de reunión del art. 190 CP, el cual dispone que “[t]oda persona que interrumpa o impida una reunión lícita y pacífica, incurrirá en delito menos grave.” Así pues, el impedimento o interrupción de las sentadas o marchas de estudiantes por la policía podría constituir este delito contra el derecho de reunión. También, si para el impedimento o interrupción de la reunión la policía causa lesiones intencionales a los estudiantes u otros manifestantes (por ejemplo, con macanazos, gases lacrimógenos o empujones que los hacen lesionarse cuando caen al suelo) se realizaría entonces además los delitos de agresión (art. 121 y 122 CP). No es imposible tampoco que semejante interrupción violenta de una reunión causara una corrida paredes o cualquier otra propiedad mueble o inmueble no constituye delito de daños, pues no las hace inservibles; tales hechos constituyen tan sólo el delito menos grave de fijación de carteles, y ello incluso cuando su restauración cueste más de $1,000 ó se trate de propiedad del ELA. 3 “No incurre en responsabilidad quien defiende su persona, su morada, sus bienes o derechos, o la persona, morada, bienes o derechos de otros en circunstancias que hicieren creer razonablemente que se ha de sufrir un daño inminente, siempre que haya necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler el daño, falta de provocación suficiente del que ejerce la defensa, y que no se inflija más daño que el necesario para repeler o evitar el daño” 4 “No incurre en responsabilidad la persona que para proteger cualquier derecho propio o ajeno de un peligro inminente, no provocado por ella y de otra manera inevitable, infringe un deber, o causa un daño en los bienes jurídicos de otro, si el mal causado es considerablemente inferior al evitado y no supone la muerte o lesión grave y permanente de la integridad física de una persona” despavorida hacia las carreteras y que entonces un vehículo que casualmente por allí transite impacte y cause la muerte a cualquier persona allí presente, lo que podría constituir el delito de homicidio negligente del art. 109 CP. En este escenario, y por un bando de la confrontación en la UPR, nuevamente cabe aludir a las defensas de legítima defensa y de estado de necesidad para la protección de los derechos de reunión y de no ser lesionados ni matados, esto incluso frente a la policía o funcionarios de la UPR. Similarmente, mas ahora por el otro bando de la confrontación, también los policías que impiden o interrumpen estas reuniones podrían justificar su comportamiento, si bien bajo esa otra defensa de obediencia jerárquica del art. 29 CP, el cual dispone que “[n]o incurre en responsabilidad penal quien obra en virtud de obediencia jerárquica en la función pública, siempre que la orden se halle dentro de la autoridad del superior, respecto de su subordinado, no revista apariencia de ilicitud y el subordinado esté obligado a cumplirla.” Esto no significa sin embargo que necesariamente han de quedar impune los delitos así realizados por la policía, pues conforme al art. 34 CP5 sería responsable entonces la persona que ordenó la conducta, esto es, los altos oficiales o Superintendente de la Policía. Nuevamente, también el gobernador podría ser responsable de estos delitos, siquiera sea por comisión por omisión (art. 19 CP),6 ello por no intervenir para impedir tales actos de la policía a pesar de su conocimiento de lo que ocurre. Conforme estas disposiciones legales, muy bien los altos oficiales y superintendente de la policía, así como el mismísimo gobernador, podrían incluso todos incurrir en responsabilidad penal por el delito de motín del art. 248 CP, según el cual “[t]odo empleo de fuerza o violencia, que perturbe la tranquilidad pública, o amenaza de emplear tal fuerza o violencia, acompañada de la aptitud para realizarla en el acto, por parte de dos o más personas, obrando juntas y sin autoridad de ley, constituye motín, y toda persona que participe en un motín incurrirá en delito grave de cuarto grado.” En efecto, precisamente tal parece ser la situación en relación a los sucesos ocurridos en el Capitolio aquí antes reseñados, y lo que podría igualmente ocurrir (quizá) con la mera ocupación policíaca en la UPR y (más seguramente) cuando la policía violentamente impide o interrumpe las reuniones, marchas o piquetes en la UPR. 5 El último párrafo del art. 34 CP dispone que “[e]n las causas de obediencia jerárquica, entrampamiento, intimidación o violencia, será responsable del hecho delictivo el que ha inducido, compelido o coaccionado a realizarlo al que invoca la defensa.” 6 Art. 19. “Comisión por omisión. Los delitos que tipifican la producción de un resultado sólo podrán cometerse por omisión cuando la no evitación del mismo equivalga a su producción activa. Para determinar la equivalencia de la omisión a la acción se tendrá en cuenta la existencia de un deber específico de evitar el resultado y si una acción anterior del omitente hace posible imputarle la situación de riesgo en que se encontraba el bien jurídico lesionado.” “Pero tampoco con esto llegamos al término del problema. Ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines «buenos» hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso probabilidad de consecuencias moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida quedan «santificados» por el fin moralmente bueno los medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosos.” WEBER, p. 166. “Aquí en este problema de la santificación de los medios por el fin, parece forzosa la quiebra de cualquier moral de la convicción. De hecho, no le queda lógicamente otra posibilidad que la de condenar toda acción que utilice medios moralmente peligrosos. Lógicamente. En el terreno de las realidades vemos una y otra vez que quienes actúan según una ética de la convicción se transforman súbitamente en profetas quiliásticos; que, por ejemplo, quienes repetidamente han predicado «el amor frente a la fuerza» invocan acto seguido la fuerza, la fuerza definitiva que ha de traer consigo la aniquilación de toda violencia […].” WEBER, p. 167. En mi ámbito personal, por supuesto he de decidir qué es para mí divino y qué es diabólico. En éste mi más intimo espacio, y bajo la claridad que el anterior (supuesto) análisis científico de Derecho penal me aporta, puedo humildemente expresar que la oposición y formas de protesta de los estudiantes contra la cuota de $800 y contra la ocupación policíaca de la UPR no me parecen diabólicas. Incluso puedo decir más, y expresar que la oposición y protesta contra la ocupación policíaca de la UPR me parecen divinas. Es precisamente por no actuar en detrimento de la forma de protesta contra la cuota que desarrollan los estudiantes, así como por estar completamente de acuerdo que en la UPR no debe haber presencia de policías armados, que este profesor no ha reunido sus clases desde el comienzo del conflicto en diciembre de 2010. No parece sin embargo que esa socialmente insignificante decisión personal vaya a tener como consecuencia ayudar a los estudiantes en su esfuerzo de que se derogue la cuota de $800. Tampoco parece que ella sirva para lograr la retirada de la policía de la UPR. Parece que la única consecuencia que seguramente habría de tener mi decisión personal en la coyuntura actual de la UPR es que mis presentes estudiantes no completen los cursos de Derecho penal que con una gran satisfacción científica venía ofreciéndoles. Opino que mi decisión personal no debe afectar a los estudiantes que no la comparten. Por eso habré de terminar estos cursos, si bien sin tener que condenar completamente mi alma. A estos efectos, durante este fin de semana me comunicaré con mis estudiantes para coordinar ofrecer las clases que faltan y el examen final, todo ello fuera de la UPR y según el calendario que mejor pueda ajustarse a las diversas situaciones personales. No puedo hacer más. Pretender completar las clases, dar los exámenes y, por último, evaluarlos para así otorgar las debidas calificaciones finales, todo ello dentro del recinto ocupado por la policía y dentro del estrecho calendario que propone la UPR, eso me parece más bien una manifestación de un severo autismo, un ciego egoísmo o, un empeño exagerado en una personificación artística del más noble quijotismo puesto de cabeza, en el que los gigantes se conciben como meros molinos de vientos. En fin, se trataría de algo así como la escena del Capítulo 28 de la novela Rayuela de Julio Cortázar, en donde la fiesta y la conversación continúan durante la noche, hasta que por fin la madre percibe la muerte de su bebé Rocamadour. Muy respetuosamente,
¡El derecho penal es la ultima ratio para la protección de bienes jurídicos!: Sobre los límites inviolables del derecho penal en un Estado liberal de derecho