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A lo largo del desarrollo del presente Curso se pusieron de manifiesto una cantidad de
hechos comprobados durante los últimos años con respecto al síndrome metabólico. Esto fue el
producto de la cuantiosa investigación llevada a cabo desde las ciencias básicas y
experimentales, como también de la epidemiología, clínica, terapéutica y de la salud pública.
Existen por lo menos seis definiciones de síndrome metabólico (2), que fueron
extensamente discutidas en el Capítulo 1 de este Curso. De ellas rescataremos tres: la más
antigua es la de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que exige como condición
excluyente la presencia de alguna manifestación objetiva de resistencia a la insulina o un
surrogante de ella, más otros dos componentes (3). Esta definición contiene el concepto
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fisiopatológico de que la resistencia a la insulina es un factor causal o denominador común de
todo el síndrome y por lo tanto tiende a considerar al síndrome metabólico como una condición
real y tangible.
Algunas de las cuestiones planteadas por Kahn y col son verdaderas y componen los
interrogantes a resolver en el futuro, pero otras han sido adecuadamente respondidas (8,9). El
estudio INTERHEART demostró claramente en mas de 15.000 casos de todo el planeta como
al asociarse los factores de riesgo, el “Odds Ratio” para infarto de miocardio crece de una
manera exponencial, independientemente del sexo, edad, etnia o región geográfica (10). Ridker
y col demostraron en casi 15.000 mujeres participantes del “Women's Health Study” que a
medida que aumenta el numero de componentes del síndrome metabólico según la definición
del NCEP/ATP III, se incrementa logarítmicamente el riesgo relativo de eventos
cardiovasculares, independientemente de la cifra de proteína C reactiva (11). Sattar y col
encontraron un incremento sistemático similar en la aparición de diabetes en un subestudio de
la población del ensayo WOSCOPS de prevención primaria (12). En los Capítulos 3 y 4 de este
Curso se analizaron ampliamente las numerosas evidencias relacionadas con las bases
fisiopatológicas del síndrome metabólico, particularmente respecto a la resistencia a la insulina
y su consecuencia compensadora: el hiperinsulinismo. En relación al tratamiento del síndrome
metabólico, es real que deben tratarse cada uno de los componentes del mismo. Pero estas
intervenciones no serán efectivas si no se acompañan de agresivos cambios en el estilo de vida.
En el Capitulo 12 de este Curso se discutió el rol de la correcta alimentación, en el 13 la
importancia de la actividad física y en 14 la farmacoterapia de la obesidad. El tratamiento
específico del síndrome metabólico como entidad nosológica definida debiera estar dirigido a
su determinante causal, como se explicó en el Capitulo 15 de este Curso. Si aceptamos que
dicho determinante en la resistencia a la insulina, los candidatos serían los agentes que
aumentan la sensibilidad a la insulina. Las biguanidas (Metformina) y las tiazolidindionas
(glitazonas) son las drogas que poseen estas cualidades. El único trabajo completado hasta la
fecha que ensayó una glitazona con el objeto de evaluar sus efectos cardiovasculares es el
PROACTIVE, que incluyó 5238 pacientes diabéticos tipo 2 con evidencias de enfermedad
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macrovascular, randomizados a placebo versus pioglitazona en 15 a 45 mg diarios. Este estudio
no mostró cambios en el punto final primario, pero la rama activa mostró una reducción del
16% (p=0.027) en el punto final secundario de mortalidad total, infarto de miocardio no fatal y
accidente cerebrovascular (13). Actualmente se encuentran en marcha una cantidad de ensayos
orientados a explorar diferentes estrategias farmacológicas con drogas sensibilizantes de los
receptores insulinícos y con puntos finales cardiovasculares, ya sea mediante imágenes
ultrasónicas o angiográficas o mediante eventos clínicos (14).
Otro punto de vista crítico es el sostenido por Reaven. Este Profesor Emérito de
Endocrinología y Gerontología de la Universidad de Stanford, introdujo hace casi 20 años el
concepto de resistencia a la insulina y describió las consecuencias deletéreas del
hiperinsulinismo sobre el aparato cardiovascular (15). Su confrontación con la posición
sostenida por el grupo del NCEP/ATP III liderado por Grundy y col, fue ampliamente discutida
en el Capítuo 4 de este Curso. La esencia de su opinión se basa en el concepto de la resistencia
a la insulina como marco conceptual primordial de un contexto fisiopatológico particular (16).
Este autor acuñó el término “Síndrome X”, no reconoce el “síndrome metabólico” y niega la
utilidad de seleccionar un número mínimo de componentes presentes en un individuo para
considerarlo como resistente a la insulina. Más bien exige una comprobación más objetiva y
cuantitativa de la presencia de resistencia a la insulina.
Certezas:
Interrogantes
2) Si bien existen evidencias que sugieren una fuerte asociación entre los componentes del
síndrome metabólico y la resistencia a la insulina, algunos investigadores no lograron encontrar
una elevada sensibilidad y especificidad en estudios de correlación entre ambos (21,32).
Probablemente estas divergencias se deban a diferencias en los métodos empleados para
evaluar la sensibilidad insulínica o en las poblaciones estudiadas.
4) Los componentes del síndrome metabólico son variables continuas, motivo por el cual
los “scores” de riesgo tradicionales otorgan un puntaje proporcional a la dimensión de la
anormalidad en lugar de dicotomizar la población según un valor arbitrario (28-30).
Probablemente no todos los pacientes que se incluyen como portadores de síndrome
metabólico según los criterios establecidos sean iguales. El síndrome metabólico es
seguramente una entidad heterogénea y debe contener individuos con diferentes niveles de
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gravedad en función de la magnitud de la desviación de sus valores. No debe ser similar un
paciente con presión arterial de 155/95 mmHg., perímetro abdominal de 105 cm, glucemia de
118 mg/dL, colesterol HDL de 38 mg/dL y triglicéridos de 185 mg/dL que otro con presión
arterial de 190/120 mmHg, perímetro abdominal de 120 cm, glucemia de 190 mg/dL,
colesterol HDL de 30 mg/dL y triglicéridos de 310 mg/dL. Según los criterios vigentes ambos
pacientes padecen síndrome metabólico y ambos debieran considerarse de mayor riesgo que
los que no lo tienen. Por lo tanto ambos debieran recibir indicaciones similares en cuanto a
modificación agresiva de su alimentación y estilo de vida. La diferencia en el manejo clínico
de ambos radica en que en el segundo las metas fijadas convendrían que sean más estrictas y
probablemente recibirán drogas específicas más potentes, en mayor dosis y con asociaciones
farmacológicas múltiples con el objeto de asegurar el logro de esas metas.
5) A los efectos del diagnóstico del síndrome metabólico se unificó la contribución de cada
componente, cuando es probable que cada uno de ellos posea un peso relativo diferente. En un
análisis 2.431 participantes del relevamiento NHANES II, Ford encontró que, de los cinco
componentes del síndrome metabólico la hipertensión y la hiperglucemia fueron los mejores
predictores de mortalidad total y mortalidad por enfermedad circulatoria (34). Entre 12.089
individuos del estudio “Atherosclerosis Risk In Communities” (ARIC), los factores con mayor
peso para cardiopatía isquémica fueron la hipertensión y el colesterol HDL bajo (33). En una
población hospitalaria ambulatoria de 1.220 pacientes del Hospital de Clínicas José de San
Martín de Buenos Aires, el orden de asociación con cardiopatía isquemia de los cinco
componentes fue: 1) colesterol HDL bajo, 2) hipertrigliceridemia, 3) hiperglucemia, 4)
obesidad y 5) hipertensión en varones, y 1) colesterol HDL bajo, 2) hiperglucemia, 3)
obesidad, 4) hipertrigliceridemia y 5) hipertensión en mujeres (35).
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perímetro abdominal, ni los triglicéridos integran ninguno de los “scores” de riesgo
cardiovascular tradicionales (29-31). ¿Será el momento de incorporarlos?
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BIBLIOGRAFÍA
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