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¡A la horca!

de Robert Hugh Benson


Francesc Mª Manresa i Lamarca
La novela histórica tiene la virtud de dar vida a la historia que hemos estudiado en los libros y
cuyos hechos retenemos más o menos en la memoria; es decir, nos hace caer en la cuenta de
la vida de las personas de entonces, de sus costumbres, de sus dificultades, de sus
necesidades, de sus logros o de sus fiestas.
La novela de Benson tiene el valor de hacerlo en la Inglaterra de la persecución religiosa bajo
el reinado de Isabel I, la hija de Enrique VIII y Ana Bolena, capricho ésta de un rey que se
volvió descreído y despiadado e inició el volumen más sangriento de la historia de Inglaterra, la
tierra que lleva el sobrenombre de “la dote de María”.
Las vicisitudes de dos jóvenes católicos comprometidos con su vida por la causa de la Iglesia
Católica son el hilo conductor de la historia y la excusa con la que se nos presentan los
personajes históricos de aquella época terrible, desde los más denigrantes a los más
excelentes, como la misma reina Isabel o el mártir por excelencia de aquella persecución: el
padre Edmund Campion. No en vano, tomó el autor el título de su novela en Inglés del texto de
una carta en la que aseguraba que se había mantenido y se mantendría firme sin revelar
secretos ni comprometer la fe así viniera el potro (de tortura) o la horca: come rack! come rope!
En la novela, sorprende la sobriedad del relato y la simplicidad del estilo en la pluma de Benson
-el autor de “El amo del mundo”- y casi se diría que extraña la reacción que suscitó en su
momento en Inglaterra viniendo de una novela tan “sencilla”. Probablemente en esa sencillez
hallemos una de las claves: aquel libro lo podían leer desde los más adultos hasta los más
jóvenes… y la novela obraría en ellos ese mágico efecto de poner ante sus ojos la realidad de
su propia historia. Una historia en la que la sospecha, la traición, la injusticia, el abuso, la
arbitrariedad, la sangre y el odio a la fe de Roma se convirtieron en seña de identidad de un
reino que de alguna manera a primeros del siglo XX perduraba y seguía obstinadamente
disimulando aquella abominable memoria.
El martirologio inglés es encomiable y la vida de aquella iglesia perseguida de una heroicidad
indiscutible. Por causa de su fe, los católicos ingleses pasaron a ser considerados traidores a
su rey y a su patria, declarados ciudadanos de segunda clase, apartados de todo cargo público,
expoliados por no asistir a las celebraciones protestantes y perseguidos por esconder
enemigos del reino –esto es, sacerdotes- o procurarse los sacramentos -clandestinamente-. El
gobierno no ahorró artimañas con el fin de eliminar el “papismo” del suelo inglés ni le tembló el
pulso a la hora de torturar o ahorcar aquellos que no consentían en abjurar de su fe y su
fidelidad a Roma. Aquella política, si así puede llamarse, atribuló conciencias, dividió familias y
pueblos e hizo correr lágrimas y sangre hasta los más recónditos lugares del reino.
En 1911, cuando el autor escribió ¡A la horca!, hacía apenas veinticinco años que la Iglesia
había beatificado a mártires de la persecución inglesa pero faltaban aún casi otros veinticinco
más para que canonizara a los primeros. Entonces, el P. Robert Hugh Benson era el hijo
converso del que fue durante trece años arzobispo de Canterbury; era uno de los tres
hermanos de una familia dedicada especialmente a las letras con mucha fama en Inglaterra;
era un apologeta perspicaz y un escritor prolífico; era un sacerdote inglés en la Roma de San
Pío X; y era también un inglés más ajustando cuentas con su propia historia.

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