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EUNSA, 2003
ISBN: 84-133-21091
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1. La vida sensitiva
1.1. INTRODUCCIÓN AL HOMBRE: LOS GRADOS DE VIDA
Descubrir la verdad sobre el hombre suspende el ánimo y causa admiración Sin embargo, ese descubrimiento no puede ser repentino:
exige un largo familiarizarse con su modo de ser y actuar. Y es que la realidad humana es tan rica y compleja que no puede abarcarse
con una sola mirada. Es necesario aproximarse a ella poco a poco, desde diversas perspectivas. La más fundamental e imprescindible
para comenzar es su consideración como ser vivo. De esta condición nacen sus características más básicas, que nos llevan a comprender
lo que el hombre tiene de común y de diferente con los animales, y sobre todo nos dan a conocer su constitución y organización interna,
gracias a la cual puede después actuar de la forma en que lo hace. Se trata por tanto de una perspectiva psicológica, desde la cual
aparece como un ser vivo dotado de facultades y funciones determinadas. Es esta la mejor manera de comenzar nuestra andadura, y lo
que procede examinar en los dos primeros capítulos de este libro.
En el primero haremos unas breves consideraciones generales sobre la vida (1.1), para continuar después con un análisis de las facultades
o capacidades corporales (l.2, 1.3, 1.5) y sensibles del hombre (1.6, 1.7), que conforman la vida sensitiva. En el segundo trataremos de
sus facultades superiores, o capacidades Inteligentes, que dan origen a la vida intelectiva. Sólo después de este recorrido quizá algo árido
al principio, estaremos en condiciones de entender el riquísimo conjunto de acciones, actitudes y situaciones que forman la vida humana,
y que constituyen el objeto de la mayor parte de este libro. Dicho de otro modo: primero es necesaria una «anatomía» de la constitución
de la persona. Sólo después seremos capaces de entender la «fisiología» y la posible «patología» de su vida. Así pues, comenzaremos
analizando qué define a un ser vivo.
1.1.1. Características del ser vivo
Los seres vivos, y por tanto también los hombres, se diferencian de los inertes en que tienen vida. Qué significa tener vida puede resumirse
en cinco características que saldrán muchas veces a relucir a lo largo de estas páginas, y que, como puede verse, están muy en la base
de lo que significa vivir. Por eso configuran aspectos centrales de la existencia humana:
1) Vivir es, ante todo, moverse a uno mismo, automoverse. Esta es una vieja definición del ser vivo1: lo vivo es aquello que tiene dentro
de sí mismo el principio de su movimiento, lo que se mueve «solo», sin necesidad de un agente externo que lo impulse. Se puede añadir
a esto que vivir es un modo de ser, porque esta característica del automovimiento afecta radicalmente a quien la tiene, llega hasta el
mismo fondo de lo que son: «para los vivientes, vivir es ser»2.
2) La segunda característica de la vida es la unidad: todos los seres vivos son unos. Las piedras son unas en mucha menor medida que
los animales, porque no se cuentan por su número, sino por su peso. En cambio, los seres vivos, las cabezas de ganado por ejemplo, se
cuentan por su número, es decir, por individuos, porque el individuo, el ser vivo, es uno todo él. Los seres vivos no pueden dividirse o
partirse sin que mueran y dejen de estar vivos. Incluso los que se reproducen por bipartición originan dos individuos nuevos, diferentes al
original.
3) La tercera característica de la vida es la inmanencia. Esta palabra procede del latín in-manere, que significa permanecer en, es decir,
quedar dentro, quedar guardado. Inmanente es lo que se guarda y queda dentro. Las acciones inmanentes son aquellas cuyo efecto
queda dentro del sujeto: los seres vivos realizan operaciones inmanentes con las que guardan algo dentro de sí; ellos son los receptores
de su propia acción. Por ejemplo: comer, leer, llorar, dormir son operaciones inmanentes, que quedan para el que las ejecuta, aunque
desde fuera se vean. Las piedras no tienen un dentro, por eso no lloran, ni comen, ni duermen.
4) La cuarta característica es la autorrealización. Lo vivo camina y se distiende a lo largo del tiempo hacia una plenitud de desarrollo, o
hacia la muerte: hay, pues, un despliegue, un hacerse efectiva la potencia o capacidad, un crecimiento. Es decir, los seres vivos tienen lo
que los clásicos llamaron telos, que quiere decir: fin, perfección, plenitud (3.6.1). Hay un ir realizándose a lo largo del tiempo, que corre a
cargo del propio viviente. Vivir es crecer.
5) Por último, la vida tiene un ritmo cíclico y armónico; es decir, su movimiento se repite, vuelve una y otra vez a empezar, y se va
desplegando a base de ritmos repetidos, cuyas partes están internamente proporcionadas unas con otras, hasta formar un todo unitario
(la armonia no es otra cosa que este orden y proporción interna de las partes en el todo: cfr. 2.7): todo ser vivo nace, crece, se reproduce
y muere, y después viene otro, en otra primavera, verano e invierno, y así sucesivamente.
El movimiento cíclico de la vida está basado y depende de los ciclos cósmicos, que son movimientos circulares repetidos de los astros
(en primer lugar, del sol, la Tierra y la luna) (15.2). El universo no tiene un movimiento lineal3.
3) El tercer grado de vida es la vida intelectiva, propia del hombre. En ella acontece algo muy singular: se rompe la necesidad o
automatismo del circuito estimulo-respuesta «Por encima de los animales están los seres que se mueven en orden a un fin que ellos
mismos se fijan, cosa que es imposible de hacer si no es por medio de la razón y el intelecto, al que corresponde conocer la relación que
hay entre el fin y lo que a su logro conduce, y subordinar esto a aquello. Por tanto, el modo más perfecto de vivir es el de los seres dotados
de intelecto, que son, a su vez, los que con mayor perfección se mueven a sí mismos»7. Las características propias y diferenciales de
este grado superior de vida son las siguientes:
a) El hombre elige intelectualmente sus propios fines, aunque no todos, pues evidentemente conserva los específico-vegetativos, propios
de la especie, y por tanto de todos los individuos de ella. Además de esos fines específicos, también se da a sí mismo otros fines que son
exclusivamente individuales, es decir, que otros individuos de su especie no tienen, aunque todos los hombres comparten un fin | común
y último: la felicidad (8.3).
b) En el hombre, los medios que conducen a los fines no vienen dados, ni siquiera los referidos a fines vegetativos, sino que hay que
encontrarlos (los medios elegidos para lograr una cosa no siempre resultan adecuados; en tal caso se pueden usar otros). Hay, pues,
separación de medios y fines: una vez que los fines han sido elegidos, o vienen ya dados por la vida vegetativa hay que elegir o «inventar»
también los medios, es decir, la manera de alcanzarlos.
La somera caracterización de los grados de vida que antecede es sumamente importante. Por eso, debe ser ampliada para ser mejor
comprendida. Así pues, fijaremos ahora nuestra atención en la vida sensitiva tal como se da en el hombre, y dedicaremos el capítulo
siguiente, como ya se dijo, a las características de la vida intelectiva. De la comprensión de ambas obtendremos una visión básica y
fundamental de la psicología humana.
Si estoy en una ciudad donde el agua del grifo no es potable, y tengo una gran sed, puedo tomar la decisión de no beber, o de beber y
arriesgarme a coger una enfermedad intestinal. El hecho biológico de sentir hambre no me dice nada acerca de qué debo comer: para
hacerlo tengo que decidir entre hamburguesa, pollo o cualquier otra cosa. Es decir, en el hombre, la satisfacción del instinto exige la
intervención de la razón, que puede decidir beber o no beber, comer o no comer, o comer una cosa u otra. «La naturaleza biológica
humana no es viable al margen de la razón ni siquiera en el plano de la supervivencia biológica»9. El hombre, ya se ha dicho, necesita
aprender a vivir. Y para hacerlo, necesita razonar.
3) Lo anterior tiene un corolario evidente: el hombre, si no controla sus instintos mediante la razón, no los controla de ninguna manera.
Las aves migratorias tienen un mecanismo biológico instintivo que les lleva a volar como, hacia y cuan do deben: no necesitan aprenderlo.
El hombre, en cambio, tiene que aprender a moderar desde la razón la fuerza de sus instintos (2.7) si no quiere hacerse daño a sí mismo
o a otros, como sucede, por ejemplo, con el instinto de la agresividad (11.3). Si el hombre no se comporta según la razón, sus instintos
carecen de medida, se tornan desmesurados, cosa que no les sucede a los animales, porque en ellos el control es inconsciente y
«automático». El hombre, si no es racional, es peor que los animales, en cuanto la fuerza de sus instintos crece entonces en él de una
manera excesiva, porque no hay ninguna ley que los modere. En los animales, en cambio, esa ley es instintiva: se da por igual en todos
los individuos de la misma especie. Esta es una de las consecuencias de la libertad.
10. Para una excelente profundización en la relación entre ambas, desde la perspectiva de la evolución biológica y del origen del hombre
(1.8), cfr. A. LLANO, Interacciones de la biología y la antropología, en N. LÓPEZ MORATALLA Y otros, Deontología biológica, Universidad
de Navarra, 1987,
11 L. POLO, Quién es el hombre, Rialp, Madrid, 1991, 66-72 y 155-161. Ver otras características generales del cuerpo humano en J.
VICENTE J CHOZA, Filosofía del hombre, cit., 127-143.
3) Por ejemplo, las manos son un instrumento inespecífico, es decir, «multiuso», pensado para ser «instrumento de instrumentos»'2 y de
lenguajes: pueden rascar, agarrar, golpear, abrir, palpar, señalar, etc. Sirven para todo, pero por una razón: están libres, no son garras,
ni pezuñas, ni nada configurado para una sola cosa'3. Son finas, prensiles, con bastantes dedos (tocan el piano o enhebran una aguja,
por ejemplo). Las manos le sirven al hombre para hacer lo que quiera porque no necesita apoyarlas en el suelo para andar. Sirven también
de señal, de símbolo, como en el saludo amistoso u hostil. Las manos son expresivas, pues acompañan al rostro y a las palabras: sirven
incluso para que los sordomudos hablen. Las manos son un instrumento al servicio del sistema entero que es el cuerpo y el espíritu
humano.
4) El hombre no tiene sólo voz, sino también palabra, que es la voz articulada. El sistema de la voz articulada exige unos órganos
especiales que permiten la modulación de las vocales y de las consonantes y el nacimiento de los distintos lenguajes. Si no tuviéramos
labios finos, lengua flexible, dientes y muelas, etc, no podríamos modular las consonantes, ni sisear, o silbar, etc. Si no tuviéramos cuerdas
vocales, no podríamos modular las vocales. Combinando unas y otras salen muchas clases de letras y sílabas. Con ellas se forman las
distintas lenguas. Es lo que estudia la Fonética. Si nuestros órganos fonativos no fuesen tan especiales, no podríamos hablar, sino
simplemente emitir sonidos o gruñidos, como un perro o un pájaro, pero no articular unos con otros, y formar sílabas y palabras diferentes.
Estas someras referencias pueden ayudar a entender una idea muy simple, pero al mismo tiempo compleja: el cuerpo humano está
configurado para cumplir funciones no orgánicas, como son el trabajo (4.3) y el lenguaje (2.1), entre otras muchas ya enumeradas. Hay,
pues, una gran unidad entre el cuerpo y la inteligencia. No se trata sólo de una conexión que, por así decir, «funciona», sino de algo
mucho más profundo: la biología y la inteligencia humanas están interpenetradas e interrelacionadas, de modo que se imbrican
mutuamente. El hombre es cuerpo inteligente o inteligencia corporalizada (15.2). Con esto, llegamos a otra importante cuestión.
14. Pitágoras y sus seguidores tomaron esta idea del mito de Orfeo, inspirado en concepciones egipcias fuertemente dualistas, muy antiguas (1400 a. de C.): J.
CHEVALIER, Historia del pensamiento, Aguilar, Madrid, 1958, vol. I, 57. El dualismo define muchas rehgiones del Medio Oriente en esas époun o y el hombre son
mezcla de un principio bueno y un principio malo.
La primera postura hace irrelevante, no verdaderamente humano, lo corporal y lo material. La segunda, subsume lo mental y lo espiritual
en lo fisiológico: no hay «res cogitans»; sólo «res extensa»15.
Ambas visiones aceptan un dualismo de partida: o bien el hombre sería res cogitans más res extensa (una mezcla, pero no una unidad
dual, con una doble dimensión), o bien se niega uno de los dos elementos, y se afirma que el otro es el verdaderamente real. Esta visión
dualista nos presenta un hombre escindido en dos mitades irreconciliables, o un hombre unidimensional, cercenado, unilateral: él no es
sólo materia, ni sólo espíritu, sino ambas cosas de una sola vez. La idea dualista está con frecuencia presente en el uso coloquial de la
pareja de términos cuerpo-alma y en la concepción ordinaria de esta última. Sin embargo, no se ajusta a la verdad: el hombre es un
espíritu en el tiempo16, corporal, un cuerpo animado. Para entender de verdad lo humano conviene esforzarse por abandonar cualquier
visión dualista, que siempre es fuente de malentendidos y errores.
15. La actitud dualista, típica del materialismo moderno, como ya se ha dicho (1. l, nota 3), tiende en su física a considerar 5610 el movimiento geométricamente lineal, que es más bien
una consideración abstracta y una determinada imagen del mundo. Por eso no tiene mucho en cuenta la dualidad, nt la armonía, ni el carácter temporal y cíclico de las cosas. En
adelante se harán frecuentes alusiones a las diversas formas de dualismo moderno, principalmente el racionalismo, el vitalismo y el materialismo, para discrepar de ellas y reivindicar
una visión más integrada, que poco a poco se irá explicitando.
16. Esta expresión es de L. POLO, cuyas ideas inspiran este libro, aunque no siempre se diga expresamente.
17. J. VICENTE-J CHOZA, Filosofía del hombre, cit, 82.
18. TOMAS DE Aquino, Suma Teológica, I, q. 75, a. 1.
Podemos dar, pues, hasta tres definiciones de alma: 1) el principio vital de los seres vivos; 2) la forma del cuerpo; 3) la esencia del cuerpo
vivo. Para entender estas definiciones podemos acudir a un ejemplo de Aristóteles y a la noción de forma. El ejemplo dice que la vista es
al ojo lo que el alma es al cuerpo19. La función vital, no de un órgano concreto, sino de todo el cuerpo vivo, es, no ésta o aquella función,
sino el conjunto de todas ellas, el alma.
Forma y materia son dos nociones del lenguaje común que tienen un fuerte contenido filosófico. En las cosas, la materia tiene una forma
o ley (nótese desde ahora la cercanía de estos dos términos: cfr. 11.1) que diferencia unas cosas de otras. Así, la onda de una ola o de
una cascada es la forma más o menos estable, a través de la cual discurre una materia cambiante, el agua. Las cosas tienen una forma,
propia y peculiar, que puede ser estudiada independientemente de la materia, de muchos modos: sobre todo a través de la ciencia y de
las artes plásticas. En los seres inertes, la forma es más bien estable: cambia poco (el mar siempre «hace» las mismas olas «a través»
de millones de años).
Lo importante es advertir que los seres vivos tienen una forma más intensa que los inertes: por decirlo así, la forma de los seres vivos
«mueve» a la materia la cambia, le da «dinamismo», es una forma dinámica, «viva». Esa forma es lo vivo en ellos, la unidad actual y viva
del organismo. A esa forma que «mueve» el cuerpo, que lo agita, que lo lleva de aquí para allá, lo hace crecer, hablar, llorar y reir, etc., la
llamamos alma20.
En suma, el alma no es un elemento inmaterial preexistente que haya de unirse a un cuerpo preexistente, aunque inerte, sino que el
cuerpo sin el alma no es tal cuerpo, porque no llega a constituirse y estar formalmente organizado como tal. Se ha de combatir la tendencia
imaginativa al dualismo, que induce a combinar un cuerpo preexistente con un espíritu que se introduce «dentro» de él y lo vivifica, como
si fuera un «duende». No: sin alma no hay cuerpo alguno.
Los clásicos lo resumían en este adagio: anima forma corporis, el alma es la forma del cuerpo. Esto tiene mucha importancia porque
implica que todo lo que le pasa al alma le pasa también al cuerpo: la felicidad, los disgustos, entusiasmos, ilusiones, etc, se «contagian»
también al cuerpo. No somos seres «puros», que puedan vivir al margen de la sensibilidad, de los sentimientos, de los placeres y los
dolores sensibles. El cuerpo y el alma caminan siempre juntos porque son una sola «cosa»: la persona. Por eso ambos participan de todo
lo que le pasa al «yo». Quien desprecia los sentimientos y la sensibilidad, se vuelve inhumano, y al final se quiebra (cfr. 2.8).
27. Aquí se resume un proceso cognitivo sumamente complejo, que desde Aristóteles ha sido estudiado por la filosofía, y modernamente por las ciencias psicológicas: cfr. J. VICENTE
J. CHOZA, Filosofía del hombre, cit., 180 y ss.
Estimación
Memoria
1) La memoria conserva las valoraciones de la estimativa y los actos del viviente. Retiene la sucesión temporal del propio vivir, de las
propias percepciones, pensamientos, etc. La memoria tiene base orgánica, y puede ser: sensible (cerebralmente localizable) e intelectual
(cerebralmente no localizable, al menos en parte).
2) La memoria tiene una importancia portentosa en la vida humana31, pues es la condición de posibilidad del descubrimiento y
conservación de la propia identidad y el modo de enlazar con el pasado, conservándolo (9.8): sin ella no sabríamos qué hicimos ayer,
quiénes son nuestros padres, quiénes somos nosotros, a qué grupo pertenecemos, con qué recursos contamos y cómo debemos usarlos,
etc. Por eso, es sumamente importante el reconocimiento que se consigue cuando se conoce la propia biografía o la historia de una
persona, una nación, un paraje, etc. Se explica mejor quién es alguien conociendo su historia que describiéndola de modo abstracto. Esto
nos remite a la dimensión temporal de la vida humana, que es algo central y radical, como veremos más adelante (3.4).
28. J. PEÑA, en Imaginación, símbolo y realidad, Universidad Católica de Chile, 1987, 121-133. 9. J. VICENTE J. CHOZA, Filosofía del hombre, cit., 190.
30. Id., 191.
31. Para una descripción de esta importancia, cfr. L. POLO, Quién es el hombre, cit., 48-62.
1.7. LAS FUNCIONES APETITIVAS
1.7.1. Apetitos e inclinaciones: el bien.
Las funciones apetitivas son las tendencias que mueven al ser vivo hacia su autorrealización, en virtud de una iniciativa que sale de él:
«Todos los seres naturales están inclinados a 10 que les conviene, pues hay en ellos cierto principio de inclinación por el que su inclinación
es natural»32. El movimiento de un ser vivo nace de sí mismo (1.1.1), y busca lo que es bueno para él: por eso tiene tendencias o
inclinaciones.
Las funciones apetitivas del hombre dan origen a los deseos e impulsos, que son el origen de la conducta, y de los que ahora se hablará
(1.7.2). Apetecer y apetito tienen en el lenguaje ordinario un sentido más restringido del que aquí se emplea, aunque puede advertirse lo
que indicamos en la frase: «me apetece tumbarme». Es decir, apetito significa inclinación, tendencia.
Por tanto, el apetito en un ser vivo es la «tendencia o inclinación a la propia plenitlud»33 Dijimos (1.1.1) que una de las características de
la vida es que lo vivo camina y se distiende a lo largo del tiempo hacia una plenitud de desarrollo. A esto le llamamos autorrealización o
crecimiento. Esta plenitud hacia la que se inclinan todos los seres, no sólo los vivos, puede ser designada con el término bie7t, si
ampliamos su significado no ciñéndolo sólo a un significado moral, sino al que se indica en frases como «hoy hace bueno», «esta alfombra
es muy buena», «está bastante bien», etc. En estas frases el bien aparece como lo conveniente para una cosa: «lo que es conveniente
para algo, es para él el bien».
El bien no es entonces tanto un valor moral, como una simple conveniencia. «El bien es lo que todos apetecen»34, sencillamente porque
«todo aquello hacia lo cual el hombre tiene una inclinación natural es naturalmente captado por la razón como algo bueno y que por tanto
hay que tratar de conseguir, y lo contrario como algo malo y vicioso»35. Las inclinaciones o apetitos que nos dirigen hacia nuestros bienes
propios, pueden ser sensibles o intelectuales. La tendencia sensible se realiza mediante la estimación y la intelectual mediante la razón
práctica y la voluntad]
El circuito estímulo-respuesta en el caso del hombre es diferente al del animal. Estas son las cuatro grandes diferencias:
1) El hombre puede captar lo real en sí, sin que medie necesariamente un interés orgánico, sin establecer una relación entre el objeto
percibido y la situación corporal propia (se ve que entre el hombre y el objeto no hay nada).
El animal, en cambio, refiere los objetos sólo a sus necesidades orgánicas, y los percibe dentro del marco de estas necesidades y
apetencias. El hombre, sin embargo, no tiene la estrechez perceptiva del animal: éste tiene unos receptores limitados, y unas respuestas
limitadas y adecuadas a los receptores, y capta el objeto solo en cuanto es conveniente o inconveniente para sí.
Lo específico del hombre es en primer lugar que tiene capacidad de captar las cosas sin relacionarlas con su situación orgánica: el circuito
estímulo-respuesta en él está abierto, como ya se dijo ( 1.2).
2) En el hombre no están determinados los medios que hay que poner para satisfacer los fines biológicos: esta satisfacción exige ya la
intervención de la inteligencia, para que ésta determine el modo de alcanzar esos fines instintivos (1.2). En efecto, «las tendencias
humanas naturales no imponen formas enteramente determina as a la conducta»41; por ejemplo: la cultura gastronómica es diferente en
cada pueblo, pero satisface una misma necesidad orgánica. Lo específico del hombre es segundo lugar, que elige el modo de satisfacer
sus necesidades instintivas.
3) Pero además, el hombre es capaz de proponerse fines nuevos (1.2), y algunos de ellos no satisfacen necesidades vegetativas ni
orgánicas, sino culturales. Lo específico del hombre en tercer lugar es que a sus tendencias vegetativas añade finalidades más altas, de
tipo técnico, cultural, religioso, etc. (9.7).
40. Ver este esquema más desarrollado como lo trazó J. Von Uexküll, en J. Choza Antropología filosófica, Rialp, Madrid, 1989, 214.
41. A. MILLAN PUELLES, La libre afirmación de nuestro ser, Rialp, Madrid, 1993, 493.
4) Las tendencias son inclinaciones al bien. Las finalidades no instintivas a las que el hombre es capaz de dirigirse pueden constituirse
también en objeto de tendencia mediante una inclinación aprendida por repetición de actos, llamada hábito. El hábito sería una inclinación,
no natural sino adquirida, para realizar ciertos actos. Ya se dijo también (1.2) que en el hombre el aprendizaje (y ahora añadimos: y los
hábitos a él consiguientes) desplaza en buena parte al instinto.
Los hábitos (3.5.2) pueden ser buenos o malos, favorables o perjudiciales para el desarrollo del hombre, como por ejemplo el alcoholismo,
un hábito que busca el placer de la excitación o la evasión que esa euforia proporciona (8.8.1). En este caso se trata de un hábito perjudicial
referente al modo de satisfacer una necesidad de beber que no es exactamente biológica. Por tanto, en cuarto lugar es específica del
hombre la adquisición de hábitos mediante un aprendizaje que desplaza al instinto.
De los puntos anteriores se deriva una conclusión importante: lo decisivo en el hombre es el aprendizaje y el hábito consiguiente, también
a nivel sensible; el instinto biológico es incipiente y limitado. Estar vivo no basta, es necesario aprender a vivir: la calidad de vida depende
del nivel de aprendizaje. La espontaneidad biológica en el hombre es insuficiente, muy débil, da para muy poco, exige una pronta y decisiva
intervención de los hábitos.
Esta última conclusión hoy no se acepta fácilmente: se piensa que lo importante es que la fuerza vital se manifieste espontáneamente
(8.8.2), como si la pura biología fuese un nivel humano en sí mismo suficiente: sin embargo, no hay biología humana sin aprendizaje, sin
hábitos y sin cultura (12.2). Considerar al hombre como pura biología, como puro vivir, es sencillamente un error, es no considerar ni
siquiera bien la biología humana, ya que ésta necesita del aprendizaje, la técnica (4.2) y la cultura sin las cuales el hombre ni siquiera es
biológicamente viable (1.2). Para entender esta última consideración será preciso aludir más adelante (3.5.2, 9.1, 10.5) a la educación y
la ayuda del entorno familiar y social para que el hombre pueda llevar a cabo todo este aprendizaje, sobreviva y sea viable.
Yépez Stork Ricardo y Aranguren Echevarría Javier, Fundamentos de Antropología, Un ideal de la excelencia humana,
EUNSA, Navarra. 1998.