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EL ESCRITOR Y EL POLÍTICO

( O FAULKNER Y LENIN)

LEONARDO EIFF (UNGS-CONICET)

1.
Cuenta Lefort en el prólogo a La prosa del mundo1 que Merleau-Ponty se sintió muy
impresionado por el ensayo de Sartre ¿Qué es la literatura? Publicado en 1947. Merleau-
Ponty lo leyó con atención, y esa lectura lo incito a indagar con profundidad en la cuestión
del lenguaje por un lado, y en la vinculación de lo literario y lo político-histórico por el
otro. Durante esos años, fines de los 40 comienzos de los 50, Merleau comienza una lenta
revisión de sus principales postulados filosóficos desarrollados en sus primeros trabajos
fenomenológicos y en sus ensayos políticos cercanos al marxismo. Dicha revisión gira
entorno al problema del lenguaje. El estudio de las palabras, de su singular
funcionamiento, permite como ningún otro la comprensión del ser social, y sobre todo, para
la búsqueda merleaupontyana habilita la dilucidación de una práctica singular que se
desprende desde lo social: la política. De hecho, Merleau-Ponty se proponía como segunda
parte de La prosa del mundo un estudio de la práctica política2 que fue abandonado, aunque
puede intuirse que lo retomo en alguna forma en Las aventuras de la dialéctica.
Pero ya en La fenomenología de la percepción se encontraba presente el tema del lenguaje.
Los modos de la lengua, hablar, escuchar, en suma: la significación; son posibles porque
estamos en el mundo, anclados en nuestro cuerpo. Desde el mundo percibido, y no desde la
certeza de sí, es posible la comunicación lingüística con el otro. La palabra es una variante
de la percepción del otro, y por ende de mí mismo. Mejor dicho, es la variante más
significativa: a través de la palabra el otro me habita y yo lo habito a él. Como se sabe, toda
La fenomenología de la percepción pivotea sobre una doble crítica a los pensamientos de
sobrevuelo: el empirismo y el intelectualismo, en sus distintas facetas. La critica se realiza
postulando la primacía de la percepción. En el caso del lenguaje surge lo siguiente.

1
Merleau-Ponty, M, La prosa del mundo, Tauros, Madrid, 1971.
2
Véase el prólogo de Lefort a La prosa del mundo, op.cit; y “Un inédit de Maurice Merleau-Ponty” en
Parcours Deux 1951-1961, Verdier, París, 2000.

1
La palabra es el exceso de nuestro existencia con respecto al ser natural. Pero la lengua no
es una representación del pensamiento. No hay pensamiento para-sí puro, sin discurso sobre
un objeto o sujeto. La palabra es el cuerpo del pensamiento y se despliega según el otro. El
otro es fundamental en la lengua, ya que hallo en mis palabras cosas que no estaban en mis
pensamientos: “se da pues, una prosecución del pensamiento del otro a través de la palabra,
una reflexión en el otro, un poder de pensar según el otro, que enriquece nuestros propios
pensamientos”3. Las palabras en su profundidad tienen un significado existencial, no
conceptual. En esa significación yace el núcleo de la expresión. O en otros términos, se
trata de un sedimento existencial de la significación que posibilita su traducción conceptual:
hablamos en un mundo instituido por el lenguaje. Este aspecto existencial se esclarece
apuntando a que no hablamos una lengua meramente, de hecho podemos hablar varias, sino
que habitamos la lengua. Vivimos en el lenguaje, solo en uno. Vivir significa el enlace
perpetuo del cuerpo con el mundo. Este sentido habita la palabra. Existir en el lenguaje es
hablar y ser hablado. Merleau dirá palabra hablante y palabra hablada.
Pues bien, ya se percibe aquí la sombra de Saussure. Y en La prosa del mundo Merleau-
Ponty sostiene que la lingüística saussuriana nos arroja hacía una nueva concepción de la
razón, y que desde el modelo del lenguaje debe pensarse la historia y la política. Lo dicho
en La fenomenología de la percepción es profundizado. La institución del lenguaje supone
siempre lo constituido y lo constituyente. Los que trabajan en el lenguaje, los escritores, y
los que trabajan en la historia, los políticos, se encuentran ante el mismo problema: Cómo
crear lo nuevo, cuando esa creación no puede ser ex nihilo. Hay que trabajar desde lo
constituido, desde lo dado, pero llevarlo más allá: hacia una nueva significación. La
maravilla del lenguaje es su constante apertura hacia nuevos sentidos, sin nunca dejar su
ahí-previo que permite la comunicación. Con la historia ocurre lo mismo: es un horizonte
abierto pero siempre amarrado a estructuras soterradas que no la abandonan.
Veremos, entonces, cómo Merleau-Ponty indaga en la singularidad de las prácticas política
y literaria, desde los casos concretos de Lenin y Faulkner, para intentar establecer la unidad
primordial del acto humano. En la política y en la escritura prima la percepción, es decir, el
contacto permanente con la corporeidad anónima del lenguaje y de la historia. Los
escritores y los políticos no son hombres de ideas, no son intelectuales, esto es, no están

3
Merleau-Ponty, M, Fenomenología de la percepción, Península, Barcelona, 1975. p. 196.

2
tentados por los pensamientos de sobrevuelo del subjetivismo filosófico; su práctica, como
la del cuerpo perceptor, se inscribe en la ambigüedad, en el nudo insondable: de nosotros,
los otros y el mundo.

2.
Merleau es un atento lector de Lenin. Pero evidentemente no es un leninista. No le
interesan ni los trabajos relacionados a la conformación del Partido de vanguardia,4 ni los
trabajos acerca del imperialismo, ni por supuesto la “filosofía” de Lenin. Lo que le interesa
es la práctica política leninista, o mejor: la justificación de la táctica bolchevique vía una
concepción de la política que rehúsa los dogmatismos de una doctrina preestablecida. El
texto que mejor expresa esta concepción es El “izquierdismo”, la enfermedad infantil del
comunismo según Merleau-Ponty. Es prácticamente el único texto que cita nuestro autor de
Lenin. Y lo cita siempre para demostrar que la política es invención, acontecimiento desde
lo dado, o, por el revés, que no hay línea definidas desde una teoría de la historia exterior al
mundo práctico constituido. El ensayo de Lenin es un intento de preservar el marxismo en
tanto filosofía de la historia teniendo en cuenta la autonomía de cada acontecimiento. En
otras palabras, reconociendo que nos es posible pretender aplicar “la vara de la historia
universal a la política práctica” . La lectura de estas ideas le provoca a Merleau la siguiente
reflexión: “Es lo que Lenin había visto en La enfermedad infantil del comunismo, cuando
buscaba el criterio de validez de un compromiso marxista con la burguesía. Se podrían
prolongar en el plano teórico las conclusiones prácticas que adopta. Se podría sacar de su
<percepción> marxista de las situaciones una teoría de la contingencia en historia”5. Lo que
Lenin ve es la imposibilidad del marxismo en tanto teoría del desarrollo histórico de
aprehender el acontecimiento singular. En la historia que transcurre no hay más que
desviaciones, reacciones inesperadas. Por tanto, se lanza a buscar un criterio estrictamente
político.
Según la lectura de Merleau-Ponty, Lenin todavía mantiene el espíritu marxista en su
política. Los párrafos en los que es citado en Humanismo y terror tienen dos sentidos. El
primero tiene que ver con demostrar el medio propio de la política: contingencia,

4
En Las aventuras de la dialéctica, hay una apelación a la noción de Partido en Lenin para diferenciarla del
concepto sartreano de Partido, asimilable este a la concepción estalinista. Se trata entonces, de una lectura del
¿Qué hacer? Totalmente impregnada en la discusión con Sartre.
5
Merleau-Ponty, M, “Acerca del marxismo” en Sentido y sin-sentido, Península, Barcelona, 1976, p. 191.

3
ambigüedad, paradojas, hiato entre las virtudes privadas y las publicas, politeísmo de
valores, decisiones concretas con significaciones abiertas y hasta contradictorias con la
intención primigenia: tragedia de la acción. Maquiavelo en suma. Y Weber. Sintetizados en
la frase de Montaigne que tanto le gusta a Merleau: “el bien público requiere que se
traicione y que se mienta y que se masacre”. Es decir, lo político leninista se encolumna
con la tradición de pensamiento que descubre en la política su propia moral: el bien
publico. Claro, que para Lenin el bien publico esta mediado por la revolución. Entramos
entonces al segundo sentido de la lectura merleaupontyana: la revolución es necesaria
sostienen los marxistas porque esta encarnada en el movimiento propio de la historia. He
aquí el problema. Porque si la política es lo arriba descrito cómo anudarla a un desarrollo
necesario de la historia que conduce al poder del proletariado. Para Lenin no hay problema
como es evidente. Es su costado dogmático dirá más tarde Merleau en Las aventuras de la
dialéctica. Pero todavía, en Humanismo y terror cree posible, aunque advierte la
problemática, desde un marxismo complejo mantener los dos extremos de la cadena. Pues
bien, Las aventuras de la dialéctica es la puesta a prueba de esta creencia.
En este ensayo se busca terminar con los rodeos y romper con la filosofía marxista de la
historia y la acción comunista. ¿Dónde queda Lenin en este libro de ajuste de cuentas y
quiebre? Lenin queda, podemos sugerir, refutado y rescatado al mismo tiempo. Como
Marx. Refutado, en la teorización que realiza de la práctica marxista, en su “filosofía”
digamos. Materialismo y empiriocrticismo es un ensayo burdo de materialismo ingenuo,
anti-dialéctico. Al libro de Lenin debe oponerse Historia y conciencia de clase. Ahora bien,
Lenin es rescatado frente a los estalinistas y frente a Sartre en su concepción de la relación
entre el partido y el proletariado, en otras palabras: en su percepción política. En su vivir la
ambigüedad de la historia. Lenin es un dialéctico práctico. Su capacidad dialéctica yace, no
en la elaboración filosófica, sino en su perspicacia para captar el sentido de un
acontecimiento político. Así, mientras Sartre en Los comunistas y la paz opone el
espontaneismo a la dirección conciente, Lenin los vincula siempre como partes de un
mismo combo dialéctico revolucionario. Aquí yace la diferencia entre Lenin y el
stalinismo. Pero esa diferencia, no termina de ser conceptual, es más bien existencial. En lo
conceptual, Stalin perfectamente puede invocar al leninismo como garantía. El sentido

4
marxista de Lenin es vivido por su práctica pero cuando se traduce en lo estrictamente
conceptual se mezcla con el dogmatismo materialista. Desde ese piolín tira el stalinismo.
En el camino que va Humanismo y terror a Las aventuras de la dialéctica la mirada sobre
Lenin no se modifica, pero si se precisa. Es decir, el revolucionario ruso es un ejemplo de
comprensión de la práctica política, y sobre todo, de la combinación entre esa política y el
marxismo. Pero es un ejemplo frágil, porque en lo profundo del marxismo asoma la
posibilidad de una interpretación totalitaria de la política, debido a la carga metafísica que
Marx puso en la historia. El marxismo es al mismo tiempo una invitación a la interrogación
critica y una justificación del sometimiento. Lo que hace que Lenin no sea Stalin es su
calidad humana, su estilo político, por eso es frágil su ejemplo. Lenin es una excepción en
la política marxista, excepción que tal vez sea quimérica. Singularidad irreductible
entonces, que demuestra para Merleau la imposibilidad de proseguir la acción comunista,
pero al mismo tiempo habilita el pensar propio de la política que no se subsume a ningún
desarrollo dogmático de la historia, aunque reconoce el anclaje de lo humano en un mundo
ya constituido, el sentido y el sin-sentido de la acción constituyente, la difícil pero necesaria
comunicación entre el partido y el proletariado, en suma: la carne de la historia.

3.
Como dijimos hay dos lenguajes: el adquirido del que disponemos y el que va a realizarse
en el momento de la expresión. El primero desaparece en el segundo, pero su desaparición
no es más que aparente, ya que solo sobre el sedimento del lenguaje hablado es viable la
expresión. El escritor puede ser leído porque habla con el lenguaje adquirido, pero su
expresión se logra en el instante en que supera los significados dados hacía una nueva
significación. La elevación perpetua y siempre recomenzada sobre lo constituido es lo que
conforma el estilo del escritor. En esos momentos, el libro deja de ser un objeto que yo leo
a gusto para transformarse en un sujeto que me habla; me sumerjo en los personajes de tal
novela, ellos se dirigen a mí de modo singular, soy parte de una experiencia extraña: estoy
en un nuevo terreno de significación. La novela expresa en un lenguaje conquistador. Para
Merleau-Ponty el escritor solo se concibe en una lengua adquirida, que permanentemente
rehace, pero que no puede rechazar. Por eso, la literatura y la pintura suponen dos actitudes
opuestas con respecto al tiempo. La pintura tiene un halo de eternidad en sus trazos, en
cambio, la palabra está anclada en el tiempo de una forma más radical, y sólo un logrado

5
esfuerzo de estilo puede volverla perenne. Pero justamente por ese mayor esfuerzo, las
obras literarias sufren menos el paso del tiempo que la pintura que de un solo golpe
alcanza la duración. El pasado en el lenguaje no es solo superado, sino también
comprendido. La pintura inaugura un mundo, el lenguaje rehace, resignifica: trabaja con su
pasado. La literatura solo provee significaciones abiertas6. Esto es así, sostiene Merleau-
Ponty, porque: “lo que llamamos palabra no es otra cosa que esa anticipación y
recuperación.”
Pues bien, nos parece, que la obra de Faulkner es el ejemplo más notable de estas nociones
que nos acerca Merleau sobre el lenguaje y el estilo literario. En la literatura faulkneriana se
observa ese gran trabajo sobre el pasado que realizan las palabras. Hay toda una metafísica
sobre el tiempo en Faulkner que se expresa, obviamente, en su estilo narrativo. Arendt en
Sobre la revolución, sostuvo que las novelas de Faulkner presentan un ejemplo literario
notable de ese imprescindible ejercicio humano de recordación que busca superar la
futilidad de las acciones humanas en una conmemoración que sirva al futuro de los
mismos.7 El recuerdo posibilita que haya un mundo. Ahora, ese mundo en Faulkner
siempre ya ha sucedido. Nada parece ocurrir en sus novelas, sobre todo en El ruido y la
furia y en ¡Absalón, Absalón!, el futuro está obturado por el inclemente transcurrir del
tiempo y por la culpa. Esto es lo que enoja a Sartre que admira el arte faulkneriano pero no
comparte su metafísica. Para Sartre, la realidad humana es sus propias posibilidades, es
proyecto abierto y arrojado, el futuro está siempre abierto como posibilidad: “un porvenir
cerrado sigue siendo un porvenir”.8 Pero quizás Sartre adolece aquí de una reflexión sobre
el lenguaje. Porque al arte faulkneriano no debe ubicárselo tan rápidamente en una
dimensión existencial, sin antes detenerse en la relación del hombre con el lenguaje.
Merleau-Ponty, que no ha escrito sobre Faulkner, nos da, sin embargo, una pista certera. La
expresión creadora, el estilo del escritor, no distingue el lenguaje constituido del
constituyente. Nuestro presente mantiene las promesas de nuestro pasado. Por tanto, no es
que en las novelas de Faulkner toda ha sucedido, sino que el suceder no se distingue de lo

6
“Porque el hombre que escribe, si no se contenta sólo con continuar la lengua recibida, con volver a decir las
cosas ya dichas, tampoco quiere reemplazarlas con un idioma que, como el cuadro, se baste a sí mismo y se
halle cerrado en su propia significación. Quiere realizarla y destruirla al mismo tiempo, realizarla
destruyéndola, o destruirla realizándola”. Merleau-Ponty, M, La prosa del mundo, op.cit, p. 151.
7
Arendt, H, Sobre la revolución, Alianza, Madrid, 1988, p. 228.
8
Sartre, J.P, “A propósito de ‘El ruido y la furia’. La temporalidad en Faulkner”, en Situaciones I, Losada,
Buenos Aires, 1960, p.60

6
sucedido. La literatura faulkneriana nos hace ver magistralmente ese sedimento, el ahí-
previo, la institución (stiftung) que da cobijo al mismo tiempo que abre la posibilidad de la
acción humana. El condado de Yokapatawpha es el marco de ese mundo, en donde la prosa
significa una honda reflexión sobre las posibilidades e imposibilidades del lenguaje, que no
son otras que las de los hombres en tanto seres del mundo, como no deja de sugerir la
meditación mereleaupontyana acerca del lenguaje en general y del lenguaje literario en
particular.

4.
El escritor y el político tienen en común su actuar a partir del otro. La tradición cultural
manifestada en el lenguaje hablado o en las instituciones políticas de una sociedad
simbolizan la presencia del otro. Faulkner va a trabajar con ese pasado perpetuamente
rememorado, agobiante, para constituir otro modo de la memoria a través de una
renovación radical del tiempo narrativo. Y Lenin sostiene que la práctica política
revolucionaria solo puede realizarse a partir de- y en- las instituciones políticas y sociales
históricamente constituidas. Nada, entonces, de vanguardias políticas o literarias que
pretenden recomenzar desde cero la historia. La acción de los hombres no suprime el peso
de lo instituido.
Merleau-Ponty va a darle un giro a la frase más inquietante de la obertura del 18 de
Brumario. Giro que busca superar cualquier interpretación dilemática de la frase, o que
busque, como Sartre, el origen en unos de los extremos. Los hombres hacen la historia, si.
Ahora, el pero posterior no debe verse como límite sino como condición de posibilidad.
Los hombres actúan, no a pesar de las circunstancias, sino más bien porque hay
circunstancias. Y nada muestra mejor este hecho que el lenguaje y la política. Hablamos
porque hay un lenguaje en el que vivimos, pero no somos meros reproductores, podemos
re-significar. Ese es el misterio y la maravilla de la palabra. Misterio también del
acontecimiento político. Acontecimiento que no puede darse en un suelo liso, a-histórico,
more geométrico; porque la política es una lectura de la historia. La percepción política no
es más que una novísima perspectiva histórica. Los hombres tienen la capacidad de
transformar, pero eso no significa que estén en el origen del sentido. El lenguaje y la
política lo demuestran. Nunca podemos aprehenderlos cabalmente, siempre hay un resto
que se nos escurre. No estamos al comando, porque sabemos lo que decimos cuando lo

7
decimos y sabemos si la línea política es correcta cuando la vemos desplegada ante
nosotros. Es como la espontaneidad del cuerpo que se mueve hacia un objeto, llevando en
su despliegue un esquema espacial y temporal del mundo.
Por eso, para Merleau-Ponty la meditación sobre la práctica literaria y la política abre la
posibilidad de impugnar la confianza humanista de las bellas almas filosóficas. El escritor y
el político perciben en todo momento que su práctica no está en el comienzo del sentido, su
hacer solo puede advenir a partir de un ahí-previo: una historicidad primordial.
Para terminar una cita de Merleau: “Toda acción y todo conocimiento que no pasen por esta
elaboración, y que pretendiendo establecer valores que no hayan tomado cuerpo en nuestro
historia individual o colectiva o bien, lo que viene a ser lo mismo, elegir los medios por un
cálculo y por un procedimiento completamente técnicos, no llegan hasta los problemas que
querían resolver. La vida personal, la expresión, el conocimiento y la historia avanzan
oblicuamente, y no directamente, hacia fines o conceptos. Lo que se busca demasiado
deliberadamente, no se consigue, y las ideas, los valores, no le faltan, por el contrario, a
quien ha sabido en su vida meditativa liberar su espontánea fuente.”9

9
Merleau-Ponty. M, “El lenguaje indirecto y las voces del silencio” en Signos, Seix Barral, Barcelona, 1964,
p. 98.

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