Está en la página 1de 14

ÚNETE A LA BANDA

DESCIFRA LOS ENIGMAS Y FORMA PARTE


DEL MAYOR ATRACO DE LA HISTORIA
© Editorial Planeta, S. A., 2017
Avda Diagonal, 662-664, 08034, Barcelona
www.planetadelibros.com

Publicado por Editorial Planeta, S. A.


Este libro se comercializa bajo el sello Crossbooks

LA CASA DE PAPEL es una licencia de ATRESMEDIA CORPORACIÓN


para EDITORIAL PLANETA, S. A.
© 2017 ATRESMEDIA
Textos de Santi Anaya
Diseño del interior: workship.es

Primera edición: noviembre de 2017


ISBN: 978-84-08-17888-0
Depósito legal: B. 22.150-2017
Impreso en España

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está
calificado como papel ecológico

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un


sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo
y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva
de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web
www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
LA RESPUESTA.
Tienes 120 minutos para solucionar
tu vida para siempre.

☞7 Las caras de tus compañeros de clase no dejan lugar a dudas. Todos


están tan asustados como tú. Notas tu pulso acelerado retumbán-
dote en las sienes y te esfuerzas en pensar que todo acabará bien,
que toda esta locura que estáis viviendo ahora mismo será solo una
anécdota que explicarás en el futuro cuando quieras parecer más
interesante. Al fin y al cabo, ¿cuántas personas pueden decir que
han sido rehenes durante uno de los mayores atracos de la historia?
Muy pocos: tus compañeros, los profesores que os acompañan y los
trabajadores de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre donde es-
tabais de visita cuando ha comenzado el golpe. No hay duda de que
todos tendréis una buena historia que contar. Siempre que consi-
gáis salir de esta para contarlo, claro. Y en estos momentos dudas
de que vaya a ser así. Porque algo raro está pasando.

Los atracadores os han reunido a todos los rehenes y os han hecho


sentaros en fila unos al lado de otros. No hace falta ser un lince para
darse cuenta de que están buscando a alguien en concreto. Esa
chica a la que los otros miembros de la banda llaman Tokio va ob-
servando en orden a cada uno de vosotros en busca de alguien que
coincida con la foto que tiene en el teléfono móvil que lleva en su
mano derecha.
Tú confías en que no seas tú a quien busca. De hecho, tienes muy
claro que es así. Porque, a diferencia de tus compañeros, no eres ni 8
la hija de un embajador ni el heredero de una familia adinerada. Solo
estudias en el Colegio Británico gracias a una beca. De lo contrario,
tu familia no se lo podría permitir. No tienes absolutamente nada de
especial que pueda interesarle a una banda de atracadores. O eso
piensas hasta que Tokio se detiene frente a ti.

—¡Tú, levántate! Te vienes conmigo.

Te habla a ti. No puedes creértelo y por eso no te mueves.

—¡¿No me has escuchado?! ¡He dicho que te vienes conmigo!

Tokio te agarra del brazo y tira de ti con fuerza, haciendo que te le-
vantes. Su mirada dura y penetrante hace que tus piernas empiecen
a moverse y sigas sus pasos sin rechistar y sin saber adónde te lleva.
Salís de la sala donde permanecen el resto de los rehenes. Algunos
te miran con pena, otros aliviados por no estar en tu pellejo.

Mientras os alejáis de esa sala, no paras de fijarte en el fusil de


asalto que Tokio lleva colgando del hombro izquierdo con una cin-
ta bandolera que le cruza el pecho y la espalda. Es un M16, según
tus conocimientos de armas adquiridos en series, películas y vi-
deojuegos. La idea de que pueda utilizarlo contra ti hace que un
sudor frío recorra tu espalda. Esa incertidumbre consigue que al
fin se te suelte la lengua y te atrevas a preguntar con miedo adón-
de te lleva.

—A una fiesta privada —responde Tokio con una sonrisa pícara a la


vez que se detiene frente a la puerta abierta de una cámara acora-
zada—. Y ya hemos llegado. Entra.

Al invitarte a entrar también alarga la mano derecha ofreciéndote un


walkie-talkie y un cronómetro digital que saca de uno de los bolsi-
llos de su mono rojo, el mismo que llevan todos los atracadores y el
mismo que os han dado a todos los rehenes para que vayáis vestidos
iguales. Sin entender muy bien por qué te está ofreciendo ese walkie
y ese cronómetro, estiras la mano para cogerlos.

—Cuando te llame, limítate a escuchar con atención. No hables.

«¿Cuando me llame quién?» Esta vez no te atreves a lanzar esa pre-


gunta. Tokio tampoco te da tiempo para hacerlo. Te empuja para que
entres como te ha pedido. Tú no te resistes ni intentas salir cuan-
do ves que empieza a empujar la pesada puerta para encerrarte ahí
9 dentro. Antes de que se cierre del todo escuchas con claridad como
Tokio se despide de ti diciéndote:

—Espero que aproveches esta oportunidad.

Mientras oyes el ruido que hacen las barras de acero del mecanis-
mo de cierre de la puerta de seguridad, no puedes comprender de
qué oportunidad está hablando. Entonces el walkie empieza a emitir
interferencias sin que te lo esperes, haciendo que te dé un vuelco
el corazón. «Cuando te llame, limítate a escuchar con atención. No
hables.» Al escuchar esas instrucciones, te has quedado con ganas
de saber quién iba a llamarte. No tardas nada en descubrirlo, porque
de repente escuchas su voz al otro lado.

—Primero permíteme que me presente. Soy el Profesor. Y también


soy la persona que va a darte la oportunidad de solucionar tu vida
para siempre.

Instintivamente, pulsas el botón para poder hablar por el walkie con


intención de preguntar qué haces dentro de esa cámara acorazada.
Sin embargo, no llegas a hacerlo porque la orden de Tokio ha sido
muy clara: limítate a escuchar, no hables. Y eso haces. Retiras el
dedo del botón y sigues escuchando.

—¿Ves ese agujero en la cámara acorazada? —Clavas la mirada


en el enorme boquete que hay en el suelo y asientes con la cabeza
como si pudiera ver tu respuesta—. Lleva a un túnel. Mis compañe-
ros, Tokio, Río, Nairobi, Denver, Berlín, Helsinki, Moscú y Oslo esca-
parán muy pronto, con el mayor botín que se haya robado jamás, a
través de un túnel similar que empieza en otra cámara acorazada.
Tú, si quieres, puedes escapar por este y conseguir tu parte de esos
2.400 millones si llegas al final. ¿Qué me dices?

¡Un momento! ¿De verdad está ofreciéndote una parte del botín? No
das crédito a lo que acabas de escuchar a través del walkie, donde se
hace el silencio tras esa pregunta. No tienes claro si espera que le des
una respuesta o si debes mantenerte en silencio como te han manda-
do. Al final, decides pulsar el botón y preguntas por qué tú.

—Porque quiero ayudarte a huir de la vida que te espera. Te mereces


una mucho mejor.

Intentas interrumpir para decirle que es imposible que sepa la vida


que te espera si ni siquiera te conoce, pero no puedes. La comuni-
cación por walkie-talkie hace que solo una de las dos partes pueda
hablar mientras mantenga pulsado el botón.
—Y tú también lo sabes. Tienes una mente brillante, mucho más
que la de cualquiera de tus compañeros de clase, pero ¿para qué te
servirá? Yo te lo digo: para pasarte un montón de años estudiando
10
que te valdrán para encontrar un empleo en el que desperdiciarás el
resto de tu vida trabajando cuarenta horas semanales por, digamos,
un sueldo decente. Eso si tienes suerte y uno de los amigos que has
hecho en el Colegio Británico te contrata para la empresa que ha
heredado de papá sin esfuerzo.

Mientras escuchas las palabras del Profesor ya no tienes tan claro


que no te conozca. De hecho, parece que sepa todas las veces que te
has desesperado pensando que estudiar mil horas no va a darte una
vida mejor que la de esos gilipollas que te miran por encima del hom-
bro porque no perteneces a una familia adinerada. Cretinos que sin
hacer nada, solo por nacimiento, ya tienen cuatro pisos, tres casas y
un porcentaje de acciones en las empresas familiares.

—Hoy puedes cambiar ese futuro. ¿Cómo? Escapando por ese túnel
y demostrando que he acertado al considerar que tienes una mente
brillante. Porque, si decides entrar, necesitarás tu inteligencia para
ir avanzando hasta el final. Tu túnel es un poco diferente al que uti-
lizarán mis compañeros. En él, a lo largo del camino, te encontrarás
con puertas cerradas que no te dejarán continuar y que solo podrás
abrir con una clave numérica que obtendrás si eres capaz de resol-
ver un enigma. No voy a engañarte. No será fácil. Pero tampoco es
imposible. Y, si lo consigues, créeme que la recompensa valdrá mu-
cho la pena. Si resuelves el último enigma, el premio es una bolsa
donde habrá dinero suficiente para que ni tú ni tus hijos ni tus nietos
tengáis que preocuparos nunca por nada.

La propuesta del Profesor hace que te sientas como una rata de la-
boratorio a la que le ofrecen entrar en un laberinto para comprobar
su inteligencia. ¿La diferencia? Que el premio que te espera si con-
sigues llegar al final no es un trozo de queso, sino millones de euros
que, de otro modo, no ganarías en toda tu vida.

—Tú eliges cuál quieres que sea tu futuro. Puedes obviar mi pro-
puesta, lo que tú y yo sabemos que significará matarte a trabajar
para ir sobreviviendo hasta el día que te mueras. Si esa es tu elec-
ción, me parece bien, la entiendo. Entonces espera en la cámara
acorazada a que la policía te rescate cuando entre en el edificio. O
haz todo lo contrario. Atrévete a pensar en grande, entra en el túnel
y utiliza tu inteligencia para salir de él con la llave que te abrirá las
puertas de una nueva vida donde tú serás la única persona que de-
cida qué hacer con ella.
11 Está claro que el Profesor no se esfuerza en parecer imparcial ante
las dos opciones. Quiere que entres en el túnel. Se nota en el empe-
ño que pone por seducir a tu codicia. Y se le da bien hacerlo, pues
esa promesa millonaria hace que mires ese agujero en el suelo plan-
teándote en serio la opción de lanzarte a su interior.

—Dime, ¿qué piensas hacer?

El Profesor espera, en silencio, una respuesta. Ha llegado el momen-


to de tomar una decisión. Tienes claro que la elección más sensata
sería olvidar esa locura y esperar en la cámara acorazada a que la
policía te saque de ahí. Pero la oportunidad de resolver tu vida para
siempre te tienta a intentarlo desde el primer momento. Quieres to-
mar el timón de tu vida sin depender de nadie y, sobre todo, deseas
dejar de sentir que te espera un futuro peor que el de tus compañe-
ros de clase tan solo por no haber nacido en una familia adinerada.

¿De verdad vas a dejar escapar esa oportunidad que han puesto a
tus pies?

Una parte de ti te dice que sería una estupidez hacerlo. Por eso guar-
das el walkie-talkie en el bolsillo del mono donde sigue el cronóme-
tro que también te han entregado y te preparas para adentrarte
en ese agujero hecho en la cámara acorazada donde piensas dejar
abandonada la sensatez que te aconsejaba que no lo hicieras. Sin
embargo, te detienes.

Es una locura. ¿Cómo vas a entrar en ese túnel? No tienes ni idea de


qué es lo que te espera ahí abajo.

—¿Escoges la primera opción entonces?

Desde el bolsillo del mono te llega la voz del Profesor preguntándote


si es esa tu decisión definitiva. Claro que lo es. No tienes ninguna
duda, y te alejas del agujero mientras vuelves a recuperar el walkie
para comunicárselo.

—Si quieres cambiar de opinión, aún tienes unos minutos para hacerlo.

—No lo haré.

Con ese convencimiento te diriges hasta la puerta de la cámara aco-


razada para esperar a que la policía la abra y te saque de ahí. Será
una espera larga, así que te acomodas lo mejor que puedes sentán-
dote en el suelo y apoyando la espalda contra la pared. A los cin-
co minutos te das cuenta de que será una espera larga y aburrida.
Entonces miras el agujero pensando que podrías echar un vistazo
a su interior para distraerte. Sin embargo, te quitas esa idea de la
cabeza cuando te das cuenta de que nadie te asegura que después
puedas volver a la cámara. Será mejor no moverse y esperar.
12
Diez minutos esperando…

Trece minutos esperando…

Quince minutos esperando…

—¡Qué coño! ¡Llevo toda la puta vida esperando una oportunidad!

De repente, la idea de permanecer horas esperando se te hace in-


soportable. Eres consciente de que a medida que pasen los minutos
te irás arrepintiendo cada vez más de renunciar a la propuesta del
Profesor. Sigues pensando que es una locura, pero te levantas con
la intención de aceptarla.

—He cambiado de opinión.

Informas de tu decisión a través del walkie sin saber si el Profesor


te está escuchando. Si lo ha hecho, prefiere no responderte. Le de-
jas unos segundos por si lo hace, pero tras ese tiempo pasas de él
y guardas el walkie de nuevo en el bolsillo por si te hace falta más
adelante. Entonces, sin darte tiempo a cambiar de opinión, te arro-
dillas junto al agujero y te asomas para comprobar qué te espera ahí
dentro.

A pesar de que hay menos luz que en la cámara acorazada, puedes


ver el suelo del túnel, que estará a unos dos metros de distancia.
Tu cuerpo te pide que te adentres de un salto como quien se quita
una tirita, de golpe y sin miedo. Pero pasas de arriesgarte a tor-
certe un tobillo si lo haces de esa manera. Por eso te descuelgas
con cuidado hasta que tus pies están mucho más cerca del suelo.
Entonces comprendes por qué tu cuerpo te pedía hacerlo de la otra
manera: para evitar que tuvieras tiempo de pensar qué diablos es-
tás haciendo.

De repente, tienes que volver a tomar una decisión que ya habías to-
mado. Si te sueltas y tus pies tocan el suelo, no habrá marcha atrás.
Habrás aceptado la propuesta de un atracador, de un tipo enigmá-
tico de quien ni siquiera conoces el nombre, solo que se hace llamar
el Profesor, para llevarte una parte del enorme botín que él y sus
compañeros acaban de robar.

Eso suponiendo que su propuesta sea real. Porque, si lo piensas


bien, no hay nada que te asegure que de verdad haya una bolsa llena
13 de millones esperándote al final de ese túnel que se encuentra a
algo menos de medio metro de la suela de los zapatos de tu unifor-
me del Colegio Británico. De hecho, si lo piensas bien, todo esto no
tiene ningún sentido.

¿Qué estás haciendo?

Aun suponiendo que todo salga bien, que llegues al final y esa bolsa
esté ahí esperándote, el dinero que contiene es dinero robado en
uno de los mayores atracos de la historia. Es evidente que no van a
dejar que los atracadores se salgan con la suya. Van a estar buscán-
dolos hasta que los detengan. Por eso dudas de que fuera posible
utilizar ni un solo céntimo de ese botín sin que la policía se lanzara
sobre ti. Definitivamente, es una locura.

El caso es que es una locura que podría solucionarte la vida para


siempre. Por eso te esfuerzas en convencerte de que tal vez sí es
posible robar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre e irse de ro-
sitas. Al fin y al cabo, hasta ahora les ha ido bien. Si te lo hubiesen
preguntado antes de vivir en persona toda esta experiencia, tam-
bién habrías dicho que era imposible que una banda de atracadores
llegara hasta donde ha llegado. El Profesor, quien no dudas ni un
instante que sea la mente tras el golpe, parece tenerlo todo bien
ideado y bajo control.

Tal vez sí que es posible robar una barbaridad de millones de euros


sin que te pillen nunca. Y, si eso pasa, vas a lamentar toda tu vida no
haber confiado en el Profesor. Porque de eso depende tu decisión.
De si confías en esa voz al otro lado del walkie-talkie que te ha pro-
metido la oportunidad de ser la única persona que decida qué hacer
con el resto de su vida.

Y lo haces. No sabes muy bien por qué, pero al fin te sueltas y po-


nes los pies sobre el suelo del túnel. Por desgracia, al hacerlo notas
cómo te tuerces el tobillo derecho. De inmediato notas una punzada
de dolor que recorre todo tu cuerpo desde el pie y que te obliga a
saltar a la pata coja un par de veces hasta que te apoyas en la pared
y te deslizas por ella para sentarte en el suelo.

¡No puedes creértelo! Te has descolgado con cuidado justo para evi-
tar torcerte un tobillo que ahora notas cómo empieza a hincharse
dentro del zapato. Estás a punto de maldecir tu mala suerte, pero la
voz del Profesor hablando desde el bolsillo de tu mono te interrumpe.

—Eh, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño? ¿Puedes caminar?


El tono de preocupación de su voz, más propio de un padre que ha
visto a un hijo o una hija destrozarse el pie, no te sorprende tanto
como el hecho de que sepa que te has torcido el tobillo en la caída.
14
¿Puede verte? ¿Cómo? Esas preguntas hacen que levantes la cabe-
za y observes por primera vez el túnel que tienes que recorrer. Es
estrecho, un metro de ancho como mucho, e iluminado por peque-
ñas luces led que cuelgan de un cable eléctrico que recorre el techo
junto a una tubería de PVC para la ventilación. Sin embargo, eres
incapaz de ver ningún tipo de cámara, aunque es evidente que están
ocultas en algún lugar, pues el Profesor puede verte dentro de ese
túnel que, sin lugar a duda, es el fruto de meses de trabajo.

—¿Cómo se construye un túnel así debajo de la Fábrica Nacional de


Moneda y Timbre sin que nadie se dé cuenta?

No puedes creer lo que tienes delante de tus ojos y necesitas saber


cómo lo han hecho.

—Eso ahora no importa, Budapest. —¿Budapest? ¿Se supone


que tú eres Budapest?—. No hay tiempo para chácharas. ¿Puedes
caminar?

Respondes que sí, aunque no lo sabes seguro. Consigues levantarte


apoyándote en la pared. Entonces, pones el pie derecho en el suelo y
cargas el peso sobre él. El dolor agudo que sientes al instante nubla
tu vista, así que lo elevas y desplazas todo el peso al pie izquierdo,
que lo soporta sin problemas.

—¿Puedes andar o no?

Esta vez respondes emprendiendo la marcha, cojeando y aprove-


chando la estrechez del túnel para apoyarte a ambos lados y car-
gar el menor peso posible sobre el pie maltrecho. Está claro que el
Profesor está observándote, así que no le hace falta más respuesta
que aquella.

—Perfecto. Ya puedes poner en marcha la cuenta atrás.

—¡¿Qué cuenta atrás?!

Lanzas esa pregunta que el Profesor no llega a escuchar por-


que, mientras siga pulsando el botón para hablar, tú solo puedes
escuchar.

—Saca el cronómetro que te ha dado Tokio.

Obedeces deteniendo un momento la marcha para poder sacarlo del


15 bolsillo. En la pantalla ves que alguien se ha tomado la molestia de
programar una cuenta atrás.

—Ciento veinte minutos. Ese es el tiempo que tienes para salir del
túnel. El cronómetro te ayudará a saber en todo momento cuánto te
queda. Así que, cuando aprietes el botón, empieza el juego. Sé que
puedes hacerlo, Budapest.

Esa es la segunda vez que el Profesor se dirige a ti utilizando el nom-


bre de Budapest. Antes de poner en marcha el cronómetro quieres
saber por qué.

—Porque, como ya te habrás dado cuenta mientras estabas de re-


hén, todos los miembros de mi banda responden al nombre de una
ciudad: Nairobi, Tokio, Río, Moscú, Berlín, Denver, Helsinki y Oslo. El
tuyo es Budapest. Recuérdalo porque te será de ayuda.

—¿De ayuda para qué?

Esperas la respuesta del Profesor, pero no llega. Dejas apretado el


botón para hablar y repites la pregunta un par de veces obteniendo
el mismo resultado. Cabe la posibilidad de que bajo tierra hayas per-
dido la señal de radio de repente, aunque lo más seguro es que sim-
plemente prefiere no responder. No tienes tiempo para chácharas,
eso ha dicho hace un momento. Así que decides dejar de mendigar
una respuesta que no piensa darte y te pones en marcha.

Te cuelgas el cronómetro del cuello para evitar tener que ir sacándolo


del bolsillo cada vez que quieras consultarlo. Ciento veinte minutos.
Miras fijamente a la pantalla donde el tiempo está congelado y acer-
cas el dedo al botón que hará que se ponga en marcha la cuenta atrás.

—Vamos allá.

Las dos horas de que dispones empiezan a consumirse de inme-


diato. Ver correr el tiempo hace que te entren las prisas por llegar
cuanto antes a la primera puerta que ves unos cuantos metros más
allá de donde te encuentras. Incluso sientes el impulso de correr esa
distancia para ahorrar tiempo. Por desgracia, el pie dañado te duele
demasiado y tienes que conformarte con avanzar cojeando lo más
rápido posible. Tratas de ignorar el dolor confiando en que desapa-
recerá en cuanto calientes un poco la articulación, pero ocurre todo
lo contrario. Cuando alcanzas el final de ese tramo de túnel, el dolor
es todavía más intenso y notas el tobillo rígido e hinchado por com-
pleto. Sin embargo, tratas de convencerte de que no es nada y te
centras en observar la puerta que te impide seguir adelante.
Es metálica, robusta y recuerda a una puerta cortafuegos. En el lado
izquierdo hay un teclado numérico donde deduces que tendrás que
introducir la clave que el Profesor ha dicho que abre las puertas.
16
Entonces aprietas una tecla al azar y el número aparece en la pe-
queña pantalla del teclado. Aprietas otra. Y aparece un nuevo nú-
mero. Luego aprietas una tercera. Otro número más. Sin embargo,
cuando aprietas una cuarta tecla, no aparece ningún número más en
la pantalla. El teclado solo acepta combinaciones de tres cifras. La
cuestión es averiguar cuál es la correcta. Por si acaso fuera esa que
has escogido al azar, aprietas el botón OK.

CÓDIGO ERRÓNEO

Ese mensaje en la pantalla te deja muy claro que esa no es la clave.


Habría sido tener demasiada suerte adivinarla de esa manera. No te
queda más remedio que averiguarla.

Observas con atención a tu alrededor con la esperanza de encontrar


alguna cosa que te sirva para dar con la combinación numérica que
abre la puerta. Entonces, te percatas de la presencia de una especie
de caja de herramientas a la que no habías prestado atención hasta
ahora. A simple vista no tiene nada de especial, pero tampoco hay
mucho más. Dentro tiene que haber alguna cosa que te sirva para
poder continuar el camino. Te acercas y te agachas para abrir los
cierres y levantar la tapa. Cuando miras en su interior encuentras un
mapamundi enrollado y un teléfono antiguo de baquelita.

Acabas de encontrar tu primer enigma. La solución está ahí, no tie-


nes dudas de ello. Por eso sacas el mapa y lo despliegas sobre el
suelo para estudiarlo con detenimiento y percatarte de que hay nue-
ve ciudades marcadas.

A continuación, sacas el teléfono y descubres que alguien se ha to-


mado la molestia de grabar en la base una serie de números sin nin-
guna serie lógica aparente y una frase:

Para continuar, solo tienes que hacerte una llamada.


17 En ese instante no tienes ni idea de cómo resolver ese acertijo, pero,
si quieres continuar, no te queda más remedio que poner tus neuro-
nas a trabajar. Tienes ciento veinte minutos, ahora algunos menos,


para salir del túnel. Si quieres conseguir tu parte del botín, más te
vale apresurarte en descubrir la primera clave numérica.

También podría gustarte