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“AMIGOS Y AMANTES”, de IRIS MURDUCH

Iris Murdoch (1919-1999) publicó su primer libro en


1953. Se trataba de un estudio crítico sobre la filosofía
de Sartre. Al año siguiente dio a conocer su primera
novela, Bajo la red, cuyo protagonista es un completo
sartreano. El modelo Murdoch estaba dado: la novelista
escribiría novelas y la pensadora filosofía.
A su muerte, en 1999, había publicado veintiséis
novelas, pero también varios libros en los que reflexionó
lúcidamente no sólo sobre la literatura sino también sobre
la metafísica, la moral y la religión. Nunca le gustó la
etiqueta de “filósofa novelista” que algunos le habían
puesto. Para ella la literatura era arte y “el arte muestra
las cosas como realmente son”.
Amigos y amantes, la onceava novela de Iris Murdoch,
se publicó en Londres en el año 1968. Ya era una escritora
consagrada por el público y la crítica. En ese año se
produjo la revuelta juvenil del mes de mayo en París, que
fue la expresión de una desobediencia y un desacato frente
a los códigos de conducta y valores morales socialmente
establecidos. Desde Londres una juventud iconoclasta venía
proclamando, a través de su música y sus modas, una
aspiración libertaria, una necesidad de cambio radical que
pasaba por encontrar nuevas formas de convivencia, de
entender el sexo, el amor, el matrimonio. Los conflictos
que forzosamente esas mutaciones generaron en los
individuos, Murdoch los reflejó en su novela, publicada en
España en 1970 con el título de Amigos y amantes. El título de
una novela es siempre orientador para sus lectores. En este
sentido, Amigos y amantes fue certeramente elegido: aludía
precisamente a esa nueva actitud ante el erotismo y la
amistad que iba a dar el tono de los años setenta. Es una
de sus lecturas. Aunque no la única.
La esencia del arte y de la moral, según Murdoch, es
la misma. En The Sublime and the Good lo planteaba en estos
términos: “La esencia de ambos es el amor. El amor es la
comprensión extremadamente difícil de que algo distinto de
uno mismo es real. El amor, como el arte y la moral, es el
descubrimiento de la realidad.”
Hoy, transcurridas más de tres décadas, los lectores
de Amigos y amantes, advertirán, más allá del placer y del
entretenimiento que les procurará la lectura de su
brillante narración, por debajo de una estructura
detectivesca y una apariencia de “comedia de enredos”, la
exploración lúcida de la moral y del arte a través de unos
personajes que, sin ser conscientes de ello, están buscando
incesantemente la bondad y el amor.
Iris Murdoch indaga acerca de la moral de los
individuos, sumidos en una realidad social teñida de
apariencias y ambivalencias, mediante una de sus grandes
paradojas, la que experimenta su protagonista, John Ducane:
“para ser bueno puede resultar imprescindible imaginar que
uno es bueno, y, sin embargo, tal acto de imaginación bien
puede constituir el factor que impide mejorar en la
bondad”. Ducane se ve a sí mismo como “un aspirante a
hombre justo y a juez justo”. Los demás, sus amigos y sus
amantes, ven en él a un hombre “bueno”, dotado de una
“autoridad moral”. Por eso, cuando Octavian Gray, su amigo
y jefe, le encomienda la investigación, privada y discreta,
del suicidio de un colega -la trama del relato que
magistralmente va desenredando la autora- acepta, no sin
cierta inquietud porque está seguro de ser, entre todos, el
único “suficientemente bueno”, “suficientemente humilde
para ser juez”. Para un hombre como él, que detesta meter
la nariz en la vida de los demás, como detesta que los
demás se inmiscuyan en la suya, la búsqueda de la verdad de
lo sucedido se tornará en revelación de sí mismo. A medida
que cree haber descubierto algo importante, una certeza de
la existencia de un culpable, terminará comprobando que
todo el asunto no era más que una “apariencia” de la verdad
y que tal vez no hubo ninguna verdad. Descubrirá que “no
hay nada que merezca la pena... salvo no erigirse en juez,
no pretender ser superior... Amar, reconciliar, perdonar,
esto es lo único que tiene importancia.”
La pregunta que planea por toda la obra narrativa
murdorchiana, y en especial Amigos y amantes, es una pregunta
moral: ¿cómo debo ver?, que nos remite directamente a
Platón y su alegoría de la caverna, presente en
prácticamente todas sus novelas. El pasaje de la luz a las
tinieblas y de las tinieblas a la luz son perturbaciones de
los ojos que nos ofuscan la percepción de esa realidad
distinta de uno mismo que es el otro; es un tema recurrente
en la obra narrativa de Murdoch.
Ducane resuelve su dilema existencial porque “ve”. En
el capítulo 35, Ducane, en la oscuridad total de la cueva
tapada por el mar, a la que se ha echado nadando para
rescatar a Pierce, el adolescente ebrio de amor, ve dos
veces el rostro angustiado de su “amiga” Mary, la madre del
chico. No ve a Kate ni a Jessica, sus amantes. “Ve” a Mary,
a quien aún no sabe que ama. Y “ve” también a Richard
Biranne, el sospechoso del supuesto asesinato, lo “ve” y
resuelve no juzgarlo.
John Ducane, como los demás protagonistas de esta
novela, busca el amor. Iris Murdoch siempre se propuso
escribir lo que ella llamaba “auténticas novelas” con el
amor como tema, o como ella decía, “nuestra infinita
capacidad para imaginar el ser de otros”. Admiraba a los
escritores que cuentan historias. Sus maestros eran George
Eliot, Dickens, Austen, Dostoievsky, Tolstoy y Shakespeare.
Le preocupaban la búsqueda de Dios, la verdad y la bondad,
y los vínculos entre los seres humanos: las oscuras
sujeciones psicológicas entre padres e hijos, el
matrimonio, el amor en todas sus formas, platónico y
sexual.
En Amigos y amantes, no todos los que son “agradables”
son “buenos”, no todos los “buenos” son “justos”, y no
todos los enamorados saben reconocer la diferencia entre la
la amistad, el sexo y el amor. Y una vez más es el arte, en
este caso la pintura a través del cuadro de Bronzino,
Alegoría de Venus, Cupido, Locura y Tiempo, el que pone al
desnudo el deseo: Paula Biranne “verá” en ese cuadro “una
transfiguración de la sensualidad de Richard” y sabrá por
qué lo ama.
Murdoch se sirve de una ironía corrosiva. Se divierte
lanzándonos frases perfectamente morales sobre lo que
significa ser bueno y cuándo se es bueno, para luego poner
eso mismo en duda con otras frases, otras imágenes, otras
visiones. Y nosotros, sus lectores, nos divertimos con ella
y disfrutamos con su inteligencia.

ANA BECCIU
Septiembre de 2008

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