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Iris Murdoch publicó su novela Amigos y amantes en 1968. La novela explora las nuevas actitudes hacia el erotismo y la amistad que surgieron en la década de 1970. El protagonista John Ducane investiga el supuesto suicidio de un colega y a través de esto descubre más sobre sí mismo. Al final, Ducane aprende que lo más importante es no juzgar a otros, amar, reconciliar y perdonar. La novela examina cómo los personajes buscan el amor y cómo a veces es difícil distinguir entre amistad, sexo y amor
Iris Murdoch publicó su novela Amigos y amantes en 1968. La novela explora las nuevas actitudes hacia el erotismo y la amistad que surgieron en la década de 1970. El protagonista John Ducane investiga el supuesto suicidio de un colega y a través de esto descubre más sobre sí mismo. Al final, Ducane aprende que lo más importante es no juzgar a otros, amar, reconciliar y perdonar. La novela examina cómo los personajes buscan el amor y cómo a veces es difícil distinguir entre amistad, sexo y amor
Iris Murdoch publicó su novela Amigos y amantes en 1968. La novela explora las nuevas actitudes hacia el erotismo y la amistad que surgieron en la década de 1970. El protagonista John Ducane investiga el supuesto suicidio de un colega y a través de esto descubre más sobre sí mismo. Al final, Ducane aprende que lo más importante es no juzgar a otros, amar, reconciliar y perdonar. La novela examina cómo los personajes buscan el amor y cómo a veces es difícil distinguir entre amistad, sexo y amor
Iris Murdoch (1919-1999) publicó su primer libro en
1953. Se trataba de un estudio crítico sobre la filosofía de Sartre. Al año siguiente dio a conocer su primera novela, Bajo la red, cuyo protagonista es un completo sartreano. El modelo Murdoch estaba dado: la novelista escribiría novelas y la pensadora filosofía. A su muerte, en 1999, había publicado veintiséis novelas, pero también varios libros en los que reflexionó lúcidamente no sólo sobre la literatura sino también sobre la metafísica, la moral y la religión. Nunca le gustó la etiqueta de “filósofa novelista” que algunos le habían puesto. Para ella la literatura era arte y “el arte muestra las cosas como realmente son”. Amigos y amantes, la onceava novela de Iris Murdoch, se publicó en Londres en el año 1968. Ya era una escritora consagrada por el público y la crítica. En ese año se produjo la revuelta juvenil del mes de mayo en París, que fue la expresión de una desobediencia y un desacato frente a los códigos de conducta y valores morales socialmente establecidos. Desde Londres una juventud iconoclasta venía proclamando, a través de su música y sus modas, una aspiración libertaria, una necesidad de cambio radical que pasaba por encontrar nuevas formas de convivencia, de entender el sexo, el amor, el matrimonio. Los conflictos que forzosamente esas mutaciones generaron en los individuos, Murdoch los reflejó en su novela, publicada en España en 1970 con el título de Amigos y amantes. El título de una novela es siempre orientador para sus lectores. En este sentido, Amigos y amantes fue certeramente elegido: aludía precisamente a esa nueva actitud ante el erotismo y la amistad que iba a dar el tono de los años setenta. Es una de sus lecturas. Aunque no la única. La esencia del arte y de la moral, según Murdoch, es la misma. En The Sublime and the Good lo planteaba en estos términos: “La esencia de ambos es el amor. El amor es la comprensión extremadamente difícil de que algo distinto de uno mismo es real. El amor, como el arte y la moral, es el descubrimiento de la realidad.” Hoy, transcurridas más de tres décadas, los lectores de Amigos y amantes, advertirán, más allá del placer y del entretenimiento que les procurará la lectura de su brillante narración, por debajo de una estructura detectivesca y una apariencia de “comedia de enredos”, la exploración lúcida de la moral y del arte a través de unos personajes que, sin ser conscientes de ello, están buscando incesantemente la bondad y el amor. Iris Murdoch indaga acerca de la moral de los individuos, sumidos en una realidad social teñida de apariencias y ambivalencias, mediante una de sus grandes paradojas, la que experimenta su protagonista, John Ducane: “para ser bueno puede resultar imprescindible imaginar que uno es bueno, y, sin embargo, tal acto de imaginación bien puede constituir el factor que impide mejorar en la bondad”. Ducane se ve a sí mismo como “un aspirante a hombre justo y a juez justo”. Los demás, sus amigos y sus amantes, ven en él a un hombre “bueno”, dotado de una “autoridad moral”. Por eso, cuando Octavian Gray, su amigo y jefe, le encomienda la investigación, privada y discreta, del suicidio de un colega -la trama del relato que magistralmente va desenredando la autora- acepta, no sin cierta inquietud porque está seguro de ser, entre todos, el único “suficientemente bueno”, “suficientemente humilde para ser juez”. Para un hombre como él, que detesta meter la nariz en la vida de los demás, como detesta que los demás se inmiscuyan en la suya, la búsqueda de la verdad de lo sucedido se tornará en revelación de sí mismo. A medida que cree haber descubierto algo importante, una certeza de la existencia de un culpable, terminará comprobando que todo el asunto no era más que una “apariencia” de la verdad y que tal vez no hubo ninguna verdad. Descubrirá que “no hay nada que merezca la pena... salvo no erigirse en juez, no pretender ser superior... Amar, reconciliar, perdonar, esto es lo único que tiene importancia.” La pregunta que planea por toda la obra narrativa murdorchiana, y en especial Amigos y amantes, es una pregunta moral: ¿cómo debo ver?, que nos remite directamente a Platón y su alegoría de la caverna, presente en prácticamente todas sus novelas. El pasaje de la luz a las tinieblas y de las tinieblas a la luz son perturbaciones de los ojos que nos ofuscan la percepción de esa realidad distinta de uno mismo que es el otro; es un tema recurrente en la obra narrativa de Murdoch. Ducane resuelve su dilema existencial porque “ve”. En el capítulo 35, Ducane, en la oscuridad total de la cueva tapada por el mar, a la que se ha echado nadando para rescatar a Pierce, el adolescente ebrio de amor, ve dos veces el rostro angustiado de su “amiga” Mary, la madre del chico. No ve a Kate ni a Jessica, sus amantes. “Ve” a Mary, a quien aún no sabe que ama. Y “ve” también a Richard Biranne, el sospechoso del supuesto asesinato, lo “ve” y resuelve no juzgarlo. John Ducane, como los demás protagonistas de esta novela, busca el amor. Iris Murdoch siempre se propuso escribir lo que ella llamaba “auténticas novelas” con el amor como tema, o como ella decía, “nuestra infinita capacidad para imaginar el ser de otros”. Admiraba a los escritores que cuentan historias. Sus maestros eran George Eliot, Dickens, Austen, Dostoievsky, Tolstoy y Shakespeare. Le preocupaban la búsqueda de Dios, la verdad y la bondad, y los vínculos entre los seres humanos: las oscuras sujeciones psicológicas entre padres e hijos, el matrimonio, el amor en todas sus formas, platónico y sexual. En Amigos y amantes, no todos los que son “agradables” son “buenos”, no todos los “buenos” son “justos”, y no todos los enamorados saben reconocer la diferencia entre la la amistad, el sexo y el amor. Y una vez más es el arte, en este caso la pintura a través del cuadro de Bronzino, Alegoría de Venus, Cupido, Locura y Tiempo, el que pone al desnudo el deseo: Paula Biranne “verá” en ese cuadro “una transfiguración de la sensualidad de Richard” y sabrá por qué lo ama. Murdoch se sirve de una ironía corrosiva. Se divierte lanzándonos frases perfectamente morales sobre lo que significa ser bueno y cuándo se es bueno, para luego poner eso mismo en duda con otras frases, otras imágenes, otras visiones. Y nosotros, sus lectores, nos divertimos con ella y disfrutamos con su inteligencia.