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Es así, que se inicia el recorrido en siglo V d.C. en donde toda la cuenca del
Mediterráneo había sido conquistada y dominada por Roma. Pero es ya a partir del
siglo III d.C., que el mundo romano inicia su lento proceso de decadencia y posterior
desintegración. En efecto, la desaparición de Roma como fenómeno político, militar
y administrativo ocurre dando paso a una nueva mentalidad, una nueva percepción
de la vida, una nueva forma de producir, de relacionarse los hombres entre sí, una
nueva forma de autoridad y mando, una nueva sociedad. El fin del mundo romano es
el inicio del mundo medieval. (Salcedo, 2004).
Es de destacar que la pena en realidad tuvo una gran carga simbólica, donde
la comunidad descargaba su ira y venganza contra un bien material y claramente
expuesto del condenado. De hecho la excomunión podía acarrear resultados
nefastos: quien la sufría era declarado infame y en consecuencia impedido civil y
jurídicamente; no podía testificar, ocupar cargos públicos, recibir honores, bienes o
feudos. Además de los procesos llevados por la Iglesia hubo también en la Edad
Media procedimientos penales administrados por tribunales ordinarios; todos ellos
en tanto no estuvieron presentes estructuras de poder centralizadas como las que
habrían de sobrevenir más tarde. Y es obvio, puesto que por fuerza, las faltas y
delitos no se limitaron a idolatría, brujería o herejía. Robo, daños a inmuebles,
incendio voluntario, saqueos, bigamia, adulterio, violación, rapto, seducción, lesiones
y homicidios no han estado ausentes en ninguna época. (Salcedo, 2004).
La Edad Moderna
Así, a mitad del siglo XVIII, surgió la cárcel, como el espacio segregativo más
importante para el tratamiento de las desviaciones, como un instrumento que al
tiempo que humanizaba las penas (al sustituir el castigo corporal por la privación de
la libertad), se adecuaba a los cambios en el proceso productivo e incorporaba
elementos disciplinares para la moralización de las clases subordinadas. Es la
situación por la cual la prisión, desde su nacimiento como pena principal de la
modernidad, en el alba de esta época, evidencia una grieta imposible de obviar, que
la atraviesa de palmo a palmo pero que no se repara, al parecer en razón de una
¿necesidad humana...? de identificar, separar, aislar y sobre todo hacer diferente, a
quien ha cometido una falta, leve o grave. (Salcedo, 2004).