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Sabiduría Divina vs. Conocimiento Humano en Hesiodo y Jenófanes
Sabiduría Divina vs. Conocimiento Humano en Hesiodo y Jenófanes
1
La amplitud del abanico de temas tocados por la doctora Paola Vianello Tessa-
rotto a lo largo de su brillante y fructífera carrera me da la ocasión de tratar ahora,
en el marco del merecido homenaje que le rendimos —póstumo, por desgracia—,
un tema inspirado en sus enciclopédicos trabajos sobre Hesíodo, los primeros de
tema helénico que realizó en México. En efecto, Paola Vianello vertió al español las
dos obras completas conservadas del poeta beocio, la Teogonía (1978) y Los trabajos
y los días (1979) —publicadas en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romano-
rum Mexicana de la unam, con reimpresión en 2008—, que acompañó de sendos
estudios introductorios sumamente eruditos e iluminadores para la compenetración
más completa del lector moderno con el arte de Hesíodo y con el mundo en que
surgieron. Estos trabajos, cuya vigencia se ha mantenido a lo largo de muchos años,
colocaron de inmediato a la doctora Vianello entre los estudiosos más calificados
en el mundo sobre literatura griega arcaica, y sentaron las bases para el tratamiento
filológico serio de la literatura griega clásica en nuestro país.
2
La afortunada noción de ‘enciclopedia’ fue desarrollada por E. A. Havelock
239
las obras de Homero, ejecutadas muy a menudo por los rapsodas, cabe destacar en
este contexto Xenophan. 21 B 10 D.-K.: §j érj∞w kayÉ ÜOmhron §pe‹ memayÆkasi
pãntew, que probablemente fue el preludio para un comentario polémico en contra
del antiguo poeta épico.
4
La pervivencia del valor didáctico atribuido a la lectura de Hesíodo a través
de los siglos se confirma en un epigrama de Marco Argentario (c. i a. C.–i d. C.),
donde el estudio del libro del poeta beocio sólo es interrumpido por la aparición
de la mujer deseada (Anth. Pal. IX 161): ÑHsiÒdou pot¢ bÊblon §ma›w ÍpÚ xers‹n
•l¤ssvn / PÊrrhn §jap¤nhw e‰don §perxom°nhn: / bÊblon d¢ =¤caw §p‹ g∞n xer‹ toËt
É §bÒhsa, / ÖErga t¤ moi par°xeiw, Œ g°ron ÑHs¤ode;
5
Cert. Hom. et Hes. 207-210: ı d¢ basileÁw tÚn ÑHs¤odon §stefãnvsen efip∆n
d¤kaion e‰nai tÚn §p‹ gevrg¤an ka‹ efirÆnhn prokaloÊmenon nikçn, oÈ tÚn pol°mouw
ka‹ sfagåw diejiÒnta.
con respecto del saber arcaico del que Hesíodo era considerado, junto con
Homero, el máximo exponente, como de disputar en general a estos poetas
el papel de líderes absolutos de la opinión pública.
Enfocándonos de manera más concreta en Hesíodo, la tradición forma-
da con el paso del tiempo alrededor de su nombre y de sus obras lo había
convertido en poseedor de una sabiduría inmensa, tan amplia, en efecto,
que acabó por proyectar sobre él la imagen de un experto en todas las ramas
del saber. De acuerdo con los modernos continuadores de esta concepción
antigua, Hesíodo tendría que ser considerado una especie de “proto-filósofo”
multifacético.6 Por ello, en muchos de sus relatos cosmogónicos referentes
a hechos de la naturaleza se podría ver la anticipación de las especulaciones
naturalistas presentes en las teorías elaboradas por los primeros pensadores
milesios y sus sucesores, en la Jonia y en la Magna Grecia, es decir, por
personajes dotados de la característica actitud mental ‘presocrática’. En cual-
quier caso, fue gracias a la fama que alcanzaron en especial los dos grandes
poemas asociados con su nombre, la Teogonía y Los trabajos y los días, con
una serie de otros textos (auténticos o pseudoepígrafos) que llegaron a serle
atribuidos durante la Antigüedad —el Escudo de Heracles, el Catálogo de las
Mujeres, los Consejos de Quirón, la Astronomía, etc.—, que se consolidó el
papel de Hesíodo en Grecia, al lado de Homero, como depositario privi-
legiado de un saber enciclopédico. Más aún, fue considerado a lo largo de
toda la antigüedad —en medida incluso mayor que el mismo Homero—
como el arquetipo del sabio arcaico por excelencia.
Dicha fama, sin embargo, como veremos más adelante en este trabajo,
no estuvo exenta de ciertas sospechas, en especial a los ojos de los primeros
investigadores de las causas naturales de los fenómenos, quienes, apoyados
en sus osadas especulaciones racionalistas, se dieron a la tarea de sacudirse
el peso de tan duradera y, sin duda, agobiante tradición. Pero incluso en las
6
El pionero en esto fue Hermann Diels que, en Die Fragmente der Vorsokratiker (1903),
incluyó no solamente las noticias y “fragmentos” de los míticos Orfeo y Museo, sino también
una selección de la doxografía relativa a Epiménides y a “Hesíodo”, autor de la Astronomía
—como “Apéndice” en la primera edición, y como los primeros cuatro capítulos en la quinta
(de 1934-1937, a cargo de Walther Kranz, que así realizó el proyecto trazado por Diels en el
prefacio de la cuarta edición de 1922)—. Posteriormente, el estudioso moderno que de ma-
nera más enfática trató de insertar al poeta beocio en la tradición sapiencial que desembocó
en la filosofía y la ciencia de los siglos vi-v a. C. fue O. Gigon (Der Ursprung der griechischen
Philosophie: von Hesiod bis Parmenides, Basilea, 1968 —trad. esp. Los orígenes de la filosofía
griega: de Hesíodo a Parménides, Madrid, 1980), quien le dedica un capítulo completo de su
fundamental estudio.
9
A diferencia de los demás autores griegos citados en este trabajo, de los que doy mi pro-
pia traducción, para los pasajes tomados de Hesíodo, como gesto de homenaje a mi maestra,
la doctora Paola Vianello, adopto la traducción española que ella hizo de las obras del poeta
beocio.
10
Aquí el caso más claro de investidura poética al estilo de Hesíodo es el de Arquíloco
(relatada en la inscripción mandada grabar por Mnesíepes en el Archilocheion de Paros), a
quien las musas habrían dado una lira a cambio de una vaca, como símbolo del don poético
que le concedieron.
11
Aquí sólo nos referimos someramente a los severos juicios condenatorios hechos por
Heráclito sobre la sabiduría de Hesíodo, que si bien se inscriben en el marco de la polémica
ideológica contra el saber tradicional desarrollada por los presocráticos, no tenemos espacio
para discutir en detalle en esta sede.
12
La atribución del poema a Píndaro se encuentra, entre otros, en el artículo sobre Hesío-
do del Suda y en Tzetzes Vita Hes. p. 51 Wil.
13
La composición es transmitida por Pausanias (IX 38, 3) como epitafio grabado en la
‘tumba’ de Hesíodo en Orcómenos, cuyos habitantes, movidos seguramente por el obvio
interés de reivindicar la autoría del poema para un poeta local, lo atribuían a Quersias; esto
iría, como es natural esperar, en contra de la tradición textual que confluyó en la Antología
Palatina, que daba este epigrama como obra de un tal Mnasalces prácticamente desconocido,
lo que, según el comentario de Gow y Page, sería de por sí un indicio de veracidad de la
noticia.
14
Véase arriba Heraclit. 22 B 40 D.-K.
II
Una vez llevado a cabo este muestreo representativo de los testimonios sobre
la imagen recibida de Hesíodo como el máximo sabio griego, estamos en
condiciones de abordar ahora, con más detalle, la cuestión de las reacciones
que esta tradición provocó en Jenófanes, representante destacado del nuevo
enfoque indagatorio, es decir, de la ciencia laica que fue ganando terreno a
expensas de la sabiduría tradicional, extendiéndose progresivamente desde la
Jonia entre los siglos vi-v a. C.
En efecto, Jenófanes de Colofón, que nació hacia el 570 a. C. y cuya
vida se extendió, muy probablemente, hasta el primer cuarto del siglo v
a. C., es el primer crítico declarado que conocemos de la tradición sapien-
cial precedente. Este personaje, al que algunas fuentes describen como una
especie de rapsoda errante, era en todo caso un profesional sui generis. En
efecto, si bien los fragmentos de Jenófanes llegados hasta nosotros nos lo
muestran plenamente empapado del ambiente cultural de la poesía hexa-
métrica arcaica —épica y didáctica—, como demuestran sin lugar a dudas
las frecuentes reminiscencias verbales y conceptuales de estos dos poetas
(a los que no faltan alusiones nominales), con todo tenemos motivo para
pensar que a la recitación de trozos selectos de Homero y Hesíodo él habría
anexado una suerte de comentario exegético-crítico. Del insoslayable tono
polémico de muchos de sus fragmentos conservados se desprende con toda
nitidez el hecho de que las presentaciones públicas del pensador de Colofón
divergían considerablemente de las recitaciones rapsódicas convencionales.
Esto ha llevado a un destacado estudioso moderno a establecer un parale-
lismo entre la declamación que Jenófanes hacía de trozos épicos selectos,
presumiblemente alternada con sus comentarios críticos (y más o menos
ka‹ tÚ m¢n oÔn saf¢w oÎtiw énØr ‡den oÈd° tiw ¶stai
efid∆w émf‹ ye«n te ka‹ ëssa l°gv per‹ pãntvn:
efi går ka‹ tå mãlista tÊxoi tetelesm°non efip≈n,
aÈtÚw ˜mvw oÈk o‰de: dÒkow dÉ §p‹ pçsi t°tuktai.
Y lo certero ningún hombre lo vio ni habrá alguno
que sepa sobre los dioses y lo que digo sobre el todo;
20
Xenophan. 21 B 2, vv. 10-14 D.-K. (= 2 Gent.-Pr.): taËtã ke pãnta lãxoi [sc. éylh-
tÆw] / oÈk §∆n êjiow Àsper §g≈. =≈mhw går éme¤nvn / éndr«n ±dÉ ·ppvn ≤met°rh
sof¤h. / éllÉ efik∞i mãla toËto nom¤zetai, oÈd¢ d¤kaion / prokr¤nein =≈mhn t∞w
égay∞w sof¤hw.
21
La fórmula que sintetiza en Hesíodo esta capacidad propia de los dioses (concretamente
de las musas y de los iluminados por sus dones) de abarcar las tres dimensiones del horizonte
temporal (Theog. v. 38: e‡rousai tã tÉ §Ònta tã tÉ §ssÒmena prÒ tÉ §Ònta) aparece ya en
Homero, quien la aplica específicamente al saber adivinatorio de Calcas (Il. I 70: ˘w ædh tã
tÉ §Ònta tã tÉ §ssÒmena prÒ tÉ §Ònta).
22
La presencia de las tres dimensiones del arco temporal había sido observada ya por R.
Vitali (Senofane di Colofone e la scuola eleatica, Cesena, 2000, p. 62: “la dimensione triadica
Aquí se trata, nada menos, de la concepción arcaica según la cual los dio-
ses están tan por encima de los hombres que los superan ampliamente tanto
en el plano físico como en el espiritual,30 supremacía que se manifiesta en
el ámbito psíquico-intelectivo como un monopolio por parte de los dioses
del conocimiento cierto y del poder para traducirlo en acto, en tanto que a
los hombres, frágiles criaturas cuya débil mente es incapaz de distinguir la
bien como la emisión de un juicio razonado y más o menos riguroso a partir de los indicios
disponibles, es decir, como una ‘conjetura’.
29
Una excelente y sintética exposición del contraste establecido por los griegos arcaicos
entre saber divino y humano se puede leer en B. Snell, Die Entdeckung des Geistes, Hambur-
go, 1975, pp. 127-138 (“Menschliches und göttliches Wissen”).
30
Entre los múltiples pasajes que pueden ilustrar la concepción de la superioridad de los
dioses no sólo en el plano físico (como en Hom. Od. V vv. 209-212: Penélope no puede
rivalizar con Calipso en belleza y porte físico), sino también en cuanto a nÒow, citemos: Il.
VIII vv. 141-144 (Zeus otorga la gloria a quien él quiere y ningún hombre por fuerte que
sea puede evadir el nÒow de ese dios); Il. XVI vv. 688-691 (el nÒow de Zeus es más ‘fuerte’
que el de los hombres, que les da y quita a voluntad la victoria); Theogn. vv. 139-142 West
(los hombres son impotentes frente a los dioses, que todo realizan de acuerdo con su nÒow);
Parm. 28 B 6 D.-K. (el nÒow de los hombres, impotentes y que no saben nada, es inestable y
errático, por lo que, ciegos y sordos, son arrastrados sin rumbo).
34
Cf. M. L. Gemelli Marciano (op. cit., pp. 92 ss.), que argumenta a favor de interpre-
tar los fragmentos de Jenófanes como una intervención dirigida a contrastar, en especial, la
mitología tradicional sancionada por Homero y Hesíodo. Sin embargo, es inevitable admitir
también que Jenófanes, dada su participación en la misma naturaleza falible que señala en
el género humano, no podía (y quizá no se proponía) sustraerse de la inclusión en el grupo
de quienes solamente pueden hacer declaraciones plausibles, como observa atinadamente
Ch. Schäfer (op. cit., p. 117) en apego a K. Popper, Auf der Suche nach einer besseren Welt,
Munich, 1984 (p. 217) y a F. von Kutschera, Grundfragen der Erkenntnistheorie, Berlín, 1981
(p. 77) —la afirmación de G. W. Most (op. cit., p. 347) en el sentido de que Jenófanes, pese
a negar que algún hombre pueda alcanzar la verdad absoluta, tuviera la plena certeza de que
su propio principio tenía completa validez, resulta por lo menos paradójica.
35
H. Fränkel, “Xenophanesstudien”, en Wege und Formen frühgriechischen Denkens, Mu-
nich, 19602, pp. 335-349 (véase p. 347), y O. Álvarez, “Epicarmo e Senofane: tessere di una
polemica”, Nova tellus 25-2 (2007), pp. 85-136 (véanse las pp. 99 ss.).
36
Epim. 3 B 11 D.-K.: oÎte går ∑n ga¤hw m°sow ÙmfalÚw oÎte yalãsshw: / efi d° tiw
¶sti, yeo›w d∞low, ynhto›si dÉ êfantow, constituye, en efecto, un notable paralelo más an-
tiguo (principios del siglo vi a. C.) para Alcmaion 24 B 1 D.-K. y Xenophan. 21 B 34 D.-K.,
según observó M. L. Gemelli Marciano (op. cit., p. 93); pese a la incontrovertible semejanza
conceptual entre Alcmeón y Jenófanes (los cuales habrían podido conocer la declaración de
Epiménides), queda por resolver, como sea, la añeja cuestión de su cronología relativa. Dió-
genes Laercio (VIII 83) hace de Alcmeón el primer autor de un fusikÚw lÒgow, lo que invita
a sopesar la posibilidad de que el maduro y longevo colofonio (que nació probablemente dos
o tres décadas antes que Alcmeón) se hubiera inspirado para el exordio de su Per‹ fÊsevw
en el del joven médico de Trotona, quizá compuesto poco antes; H. Fränkel (“Xenopha-
nesstudien” cit., véase p. 347) se inclinaba por dar a Jenófanes la prioridad sobre Alcmeón,
pero sin discutir la noticia de Diógenes Laercio; lo mismo hace Ch. Schäfer (Xenophanes von
Kolophon: Ein Vorsokratiker zwischen Mythos und Philosophie, Stuttgart-Leipzig 1996, p. 115
y n. 54), que se remite a la discusión de J. H. Lesher, “Xenophanes’ Scepticism’”, en Essays in
Ancient Greek Philosophy, vol. II, Albany, 1983, pp. 20-41 (véase p. 22).
37
M. L. Gemelli Marciano (op. cit., pp. 93 ss.) argumenta de manera verosímil que, en la
continuación del pasaje, Jenófanes habría probablemente identificado de manera más precisa
el blanco de su polémica, es decir, los poetas (en especial Hesíodo), que se habían ocupado
(si bien de manera inapropiada, a juicio de Jenófanes) de los mismos temas: los dioses y la
naturaleza del universo. De hecho, el ataque que Jenófanes había lanzado antes contra los
poetas antiguos le habría sido devuelto después por Epicarmo, un cómico siciliano que se
convirtió en un hábil detractor de los intelectuales de su época —sobre esto véase mi artículo
“Epicarmo e Senofane”, cit. (nota 35).
los poetas del pasado sobre los dioses, sino también de las doctrinas cien-
tíficas de diferente tipo propuestas por otros pensadores contemporáneos o
anteriores.38
Pese a la categórica exclusión que, tomado en su valor literal, el juicio
de Jenófanes parece implicar de toda posibilidad de conocimiento certero a
través de la limitada capacidad epistémica de cualquier hombre (tÚ m¢n oÔn
saf¢w oÎtiw énØr ‡den oÈd° tiw ¶stai / efid≈w ktl.),39 veremos que hay una
importante confirmación de que en el ejercicio de la conjetura razonada él
estaba señalando una vía para el afinamiento gradual del saber humano.
Esto, que se anunciaba ya expresamente en Xenophan. 21 B 18 D.-K. (arri-
ba citado), con su concesión a los hombres de la posibilidad de descubrir co-
sas mejores con base en su búsqueda (o investigación) personal, se encuentra
expresado también en el siguiente verso, pese a que nos fue transmitido sin
mayor contexto:
38
Para la polémica de Jenófanes contra la mitología tradicional y, en especial, contra el an-
tropomorfismo divino difundido por Homero y Hesíodo, véanse los fragmentos Xenophan.
21 B 10-16 D.-K., mientras que, para su polémica contra pensadores anteriores, véanse
Xenophan. 21 B 7 D.-K. (contra Pitágoras), 21 A 1 D.-K. (contra Epiménides) y 21 B 19
D.-K. (contra Tales).
39
Según Calogero (Enciclopedia Italiana, ed. 1936, s. v. “Senofane”, col. 386 a/b, segui-
do por K. von Fritz, Der Ursprung der Wissenschaft bei den Griechen in Grundprobleme der
Geschichte der antiken Wissenschaft, Berlín/Nueva York 1971), las palabras de Jenófanes no se
deben entender como una expresión de escepticismo con relación a la exactitud de su propia
concepción de lo divino (que no le atribuía ningún rasgo humano), de la que se habría pro-
puesto como el conocedor más experto. Con todo, aunque al fustigar las creencias tradicio-
nales sobre lo divino, Jenófanes no buscaba desacreditarse a sí mismo, su tajante exclusión de
todo hombre de la posibilidad de alcanzar una certeza testimonial habría podido ser utilizada
en su contra, presentándola como encaminada a un callejón epistemológico sin salida para
esto, véase O. Álvarez, op. cit., pp. 92 ss.; Guthrie, A History of Greek Philosophy, Cambridge,
1962, vol. I, pp. 395-401; Ch. Schäfer, op. cit., p. 117.
la única, de aproximarse a esa verdad oculta para los sentidos físicos. Ahora
bien, sobre esa misma línea de pensamiento parece colocarse el fragmento de
Jenófanes citado arriba, del que se desprendería la posibilidad de formular
juicios que, por estar fundados en un proceso de razonamiento, tuvieran
una semejanza con los hechos mismos, es decir, con la verdad. Aquí, sin
embargo, en la misma formulación verbal que da Jenófanes a su idea puede
leerse sin dificultad un trastrocamiento polémico de la declaración progra-
mática que Hesíodo, al inicio de la Teogonía (v. 27), pone en boca de las
musas: “sabemos decir muchas mentiras a verdad parecidas” —‡dmen ceÊdea
pollå l°gein §tÊmoisin ımo›a—.40 En efecto, a diferencia del engaño con
apariencia de verdad que las musas ostentan saber —reservándose la facul-
tad de decir a su antojo élhy°a—, el esfuerzo de elaboración racional que
Jenófanes postula y que llevaría a un pensador riguroso a desarrollar una teo-
ría sobre bases universalmente aceptables, da por resultado una explicación
científicamente válida de los objetos epistémicos (¶tuma), de los que brinda
imágenes lo más aproximadas posible (§oikÒta). De esta manera, dado su
destacado desempeño como practicante de la flstor¤h jonia, cuyo método
retrata inmejorablemente en el fragmento ya citado (Xenophan. 21 B 18
D.-K.), Jenófanes habría visualizado, sin duda, una figura de intelectual a su
imagen y semejanza: alguien que se compromete de manera honesta en una
búsqueda gradual que lo conduzca, a través de una serie de acercamientos de
creciente precisión, a desarrollar teorías cada vez mejores que incrementen
no sólo de manera cuantitativa, sino sobre todo cualitativa, tanto su saber
individual como el de la humanidad en conjunto. De este modo, la radical
oposición de Jenófanes al programa poético tradicional quedó planteada
en términos sabia y deliberadamente elegidos para trastrocar también la
formulación verbal del propio Hesíodo, como demuestra sin lugar a dudas
el paralelismo antifrástico entre el modelo (ceÊdea §tÊmoisin ımo›a) y su
reelaboración (taËta §oikÒta to›w §tÊmoisi).41
40
El verso de Hesíodo, a su vez, refleja claramente el modelo de Hom. Od. XIX 203: ‡ske
ceÊdea pollå l°gvn §tÊmoisin ımo›a, donde, sin embargo, era utilizado para connotar
el embuste perpetrado por Odiseo a su llegada a Ítaca, con la finalidad de mantenerse de
incógnito.
41
E. Heitsch [“Das Wissen des Xenophanes”, en Rheinisches Museum, 109 (1966), pp.
193-235] había ya señalado el paralelismo verbal entre Hesíodo y Jenófanes, entre quienes,
sin embargo, encontraba una coincidencia ideológica completa (pp. 225 ss.: “Wir haben
gesehen, daß Xenophanes die These des Nicht-Wissens als Lebensempfindung aus der Tradi-
tion übernahm und generalisierte. [...] Hinzu kommt nun noch [...] daß fr. 34 im Grunde
nur die Überlegungen Hesiods wieder aufnimmt.”); por su parte, J. H. Lesher (Xenophanes
III
42
En la Ilíada, por ejemplo, es recurrente el motivo de la advertencia a un guerrero del
terrible riesgo que correría si quisiera enfrentarse a los dioses, dada la inconmensurable dis-
paridad de fuerzas que hay de por medio (cf. Il. V 440-442: frãzeo Tude˝dh ka‹ xãzeo,
mhd¢ yeo›sin / ‰sÉ ¶yele fron°ein, §pe‹ oÎ pote fËlon ımo›on / éyanãtvn te ye«n
xama‹ §rxom°nvn tÉ ényr≈pvn), mientras que, en la Odisea, un tema favorito es el de
la superioridad física (en cuanto a d°maw o e‰dow) de las diosas, cuya prestancia y belleza
resultan incomparablemente superiores a las de cualquier mujer humana (Od. V 209-213:
flmeirÒmenÒw per fid°syai / sØn êloxon, t∞w tÉ afi¢n §°ldeai ≥mata pãnta. / oÈ m°n
yhn ke¤nhw ge xere¤vn eÎxomai e‰nai, / oÈ d°maw oÈd¢ fuÆn, §pe‹ oÎ pvw oÈd¢ ¶oike /
ynhtåw éyanãthisi d°maw ka‹ e‰dow §r¤zein).
43
Xenophan. 21 B 23 D.-K.: eÂw yeÒw, ¶n te yeo›si ka‹ ényr≈poisi m°gistow, / oÎti
d°maw ynhto›sin ımo¤iow oÈd¢ nÒhma.
44
Xenophan. 21 B 14 D.-K.: éllÉ ofl broto‹ dok°ousi gennçsyai yeoÊw, / tØn
sfet°rhn dÉ §sy∞ta ¶xein fvnÆn te d°maw te.
45
Xenophan. 21 B 16 D.-K.: Afiy¤op°w te <yeoÁw sfet°rouw> simoÁw m°lanãw te /
Yr∞ik°w te glaukoÁw ka‹ purroÊw <fasi p°lesyai>.
46
Xenophan. 21 B 15 D.-K.: éllÉ efi xe›raw ¶xon bÒew <·ppoi tÉ> ±° l°ontew / µ grã-
cai xe¤ressi ka‹ ¶rga tele›n ëper êndrew, / ·ppoi m°n yÉ ·ppoisi bÒew d° te bous‹n
ımo¤aw / ka¤ <ke> ye«n fid°aw ¶grafon ka‹ s≈matÉ §po¤oun / toiaËyÉ oÂÒn per kaÈto‹
d°maw e‰xon <ßkastoi>.
48
La descripción de las “raíces de la tierra y del mar”, situadas encima del Tár-
taro, se retoma en los vv. 736 ss.: ¶nya d¢ g∞w dnofer∞w ka‹ tartãrou ±erÒentow /
pÒntou tÉ étrug°toio ka‹ oÈranoË ésterÒentow / •je¤hw pãntvn phga‹ ka‹ pe¤ratÉ
¶asin, / érgal°É eÈr≈enta, tã te stug°ousi yeo¤ per:.
49
Esto se lee de manera explícita en Theog. vv. 517-520 (citado un poco antes);
cf. también la nota siguiente.
50
La coincidencia espacial entre el extremo occidental del mundo, donde está
el jardín de las Hespérides, y las honduras tenebrosas del inframundo, se despren-
de también de Theog. vv. 333-335 (Kht∆ dÉ ıplÒtaton FÒrkui filÒthti mige›sa /
ge¤nato deinÚn ˆfin, ˘w §remn∞w keÊyesi ga¤hw / pe¤rasin §n megãloiw pagxrÊsea
m∞la fulãssei), donde el dragón (o serpiente) que custodia unas manzanas de
oro (presumiblemente las de las Hespérides) es situado en las entrañas oscuras de
la tierra, dentro de unos “grandes límites”. La misma asociación entre el confín de
la tierra y el lugar subterráneo donde padecen penas los enemigos del “sistema” (en
este caso Briareo, Coto y Giges) se encuentra en Theog. vv. 620-623: kat°nasse
dÉ ÍpÚ xyonÚw eÈruode¤hw. / ¶nyÉ o· gÉ êlgeÉ ¶xontew ÈpÚ xyon‹ naietãontew / e·atÉ
del Tártaro subterráneo (al que un yunque llegaría sólo tras diez días de caí-
da), parecen haber dado pie para una rectificación crítica por parte de Jenó-
fanes. La suya habría sido, muy probablemente, una propuesta iconoclasta,
una visión alternativa deliberadamente concebida en oposición a la creencia
—del todo carente de base racional— en un lugar de castigo de ambigua
topografía, y estaría dirigida a demoler los principios de una cosmovisión
basada en fuerzas oscuras y personajes míticos. De dicha respuesta polémica
habría formado parte, en efecto, el siguiente fragmento de Jenofanes:
§pÉ §sxatiª megãlhw §n pe¤rasi ga¤hw / dhyå mãlÉ éxnÊmenoi, krad¤˙ m°ga p°nyow
¶xontew.
51
Sin embargo, Aristóteles (de caelo B 13. 294a 19) afirma que Jenófanes —de quien
parece tener en mente nuestro fragmento Xenophan. 21 B 28 D.-K.— sostuvo que la parte
inferior de la Tierra hunde sus raíces hasta lo ilimitado, para no tener que investigar la causa
de su inmovilidad (aparente), cosa que le habría atraído el reproche de Empédocles —cf.
Emp. 31 B 39 D.-K.—.
55
Para la traducción utilizamos el texto establecido por Diels-Kranz, cuya integración de los
versos 2-3, si bien no es satisfactoria desde el punto de vista métrico, proporciona un sentido
bastante aceptable. Para otras propuestas de integración véase Poetae elegiaci. Testimonia et frag-
menta (edid. B. Gentili y C. Prato), Pars prior, Lipsiae, 19882, ad loc. (Xenophan. fr. 24, p. 177).
56
Diog. Laert. IX 19: Fhs‹ ... tå n°fh sun¤stasyai t∞w éfÉ ≤l¤ou étm¤dow
énaferom°nhw ka‹ afiroÊshw aÈtå efiw tÚ peri°xon.
57
Es el primer verso de Xenophan. 21 B 30 D.-K., citado arriba.
Pues bien, este divino portento del cielo, que Zeus envía a los hombres
como señal en algunos pasajes de la Ilíada,60 es despojado completamente de
su carácter prodigioso por Jenófanes. Éste, en efecto, armado con su teoría
arriba descrita sobre la formación de las nubes a partir de la evaporación del
58
Esto se ve por la utilización que le dio Jenófanes incluso para explicar la naturaleza del
sol, la luna y las estrellas, así como para dar cuenta de los eclipses, los cometas, las lluvias de
estrellas, ciertos meteoros y los rayos (Xenophan. 21 A 38, 40, 41, 43, 44 y 45 D.-K.).
59
Por ejemplo en Hom. Il. II 786 ss.; VIII 398; XXIV 77.
60
Véase Hom. Il. XI 27 s.; XVII 547 s.
IV
61
Sobre esta interpretación amplia de âIriw como un conjunto de fenómenos similares al
arcoíris, véase A. P. Mourelatos apud J. H. Lesher (Xenophanes of Colophon, cit., p. 139).
62
Aët. II 18, 1 (D. 347) [= Xenophan. 21 A 39 D.-K.]: Jenofãnhw toÁw §p‹ t«n plo¤vn
fainom°nouw oÂon ést°raw, oÓw ka‹ DioskoÊrouw kaloËs¤ tinew, nef°lia e‰nai katå
tØn poiån k¤nhsin paralãmponta.
todo, por los poemas didácticos de Hesíodo. El hecho de que Jenófanes haya
adoptado una posición crítica en contra de los poetas antiguos deja entrever
que, de alguna manera, consideraba como precursores o, incluso, rivales,
a estos personajes involucrados a su manera en dar respuesta a las mismas
cuestiones que él mismo se planteaba, si bien sus soluciones le parecieron
sumamente insatisfactorias y susceptibles de ser mejoradas. Pues bien, al dar
cuenta de dichas concepciones tradicionales, cualquiera que haya sido la
gestación individual de cada núcleo doctrinario desarrollado por Jenófanes,
éste habría tenido siempre en mente el objetivo de despejar previamente el
terreno, de crear el espacio para sus propias propuestas, pues no cabe duda
de que con las nuevas adquisiciones de su ciencia buscaba instalarse en el
lugar del que quería desalojar a las autoridades intelectuales del pasado.
Cabe aclarar, sin embargo, que el proceso de superación ideológica que
documentamos aquí para Jenófanes con respecto de Hesíodo no representa
un caso aislado de polémica personal por parte de un pensador reaccionario
en contra de las instituciones culturales establecidas, sino que se inscribe en
un proceso amplio de construcción cultural en el que intelectuales de dife-
rentes orientaciones rivalizaban por destacar y por hacer prevalecer sus opi-
niones sobre las de sus adversarios. Dicha competencia involucró, en efecto,
a especialistas en sentido estricto de cada sector, pero también a outsiders
en el sentido moderno, que no nos parecerían ahora interlocutores serios
calificados. Por esta razón, en la época arcaica se puede atestiguar cómo
muchos intelectuales de perfil no precisamente científico estaban empeña-
dos también en hacer que las declaraciones doctrinales de sus competidores
(científicos o no) aparecieran como erróneas, más aún como mentiras fla-
grantes.63 Así pues, cada pensador de la época, bajo la presión de un sistema
agonal que lo acicateaba a buscar acreditar sus propias teorías a costa de las
demás, dedicaba importantes esfuerzos a neutralizar las propuestas de sus
competidores, de quienes buscaba poner en evidencia la ignorancia o la falta
de honestidad.
En cualquier caso, me parece que los testimonios arriba invocados y
discutidos dejan suficientemente confirmada la posición que en la Anti-
güedad se asignó a Hesíodo como el mayor de los sabios, cuya sabiduría
habría consistido, para ser más exactos, en una tentativa de abarcar todo el
espectro del conocimiento, como atestigua su autopresentación como poeta
63
Para un ejemplo de esta confrontación intelectual que pasaba por encima de las fronte-
ras ‘especializadas’ se puede ver O. Álvarez, op. cit. (en la nota 35).
64
Heraclit. 22 B 40 D.-K., citado al principio de este trabajo.